Hechos y delitos
Ciro tiene 17 años
y se encontraba en el instituto Malvinas desde hacía 10 meses.
Habíamos conversado en otras oportunidades pero esta vez la
charla se dirigía a una cuestión particular: los
"hechos" .
En los institutos que visité
los jóvenes llaman “hecho” al conjunto de
circunstancias, acciones, personas que se reunieron en un momento
determinado y que los llevaron a quedar institucionalizados. La
palabra "delito" casi no es utilizada, dado que es
identificada con la formulación impersonal que realiza la
Justicia, que muchas veces no se ajusta a lo que piensan que
hicieron. En este sentido, cada vez que les preguntaba por qué
estaban en el instituto, decían que era por su "último
hecho" y no por el motivo de cometer delitos regularmente.
"Nosotros éramos
tres compañeros que veníamos robando de hace rato. Y un
día conocimos a un pibe que nos vendió unas armas a
nosotros. En la parte donde vivíamos nosotros nos juntábamos,
el chanta se la tiraba de choro. Se hacía el bueno, todo. Uno
escuchándolo, un día a la mañana se sintió
“bueno, habrá que buscarlo a él para que nos
acompañe y seamos cuatro, si según él, él
sabe". Bueno, lo fuimos a buscar. Salimos de acá de
Córdoba y fuimos hasta Colonia Pinta. Nosotros íbamos a
robar allá en una casa, una entrega.
El que entró
primero fui yo y el que entró segundo fue este chavón
que nos había vendido las armas. Había cuatro víctimas
en la casa, una señora grande y tres menores así en la
casa.
Yo como entré primero así, la reducí a la
gente. Bueno, una vez que los reducí entró el chavón
este que te digo y le digo al pibe “quedate con la gente que no
se mueva”, hasta que entraran los otros dos. Y yo fui a revisar
la casa, a ver si había más gente. Yo iba armado así.
Y cuando volví habían entrado los otros dos y estaban
ahí adentro.
Bueno, la función que él tenía
que cumplir aparte de la mía, que si hubiera sido yo o hubiera
sido él, la tenía que saber, era que al tener un arma
él y otra yo, él tenía que saber que tenía
que manejar la gente, y hacérsela mover a la gente a los dos
que no tenían arma, y seguirlos a los otros dos que si la
gente se quiera retobar así, él teniendo el arma tiene
que cumplir la función de tenerla reducida (...) Esas son las
cosas que él tiene que cumplir a la manera de hacer un hecho
fuera de Córdoba así y cuando él lleva arma.
(...) Y en ese minuto que es como un flash así, yo veía
que la señora esta me seguía forcejeando a mí y
veo en eso, que el chavón que tenía la pistola, sale
con la pistola en la mano ¡como si fuera que tuviera un helado!
(...) lo que él tenía que hacer es agarrarla de una y
meterla para adentro conmigo, si una señora no te va a querer
arrebatar un arma, por más que te la quiera manotear, si vos
la tenés remontada al arma no se va a disparar. ¡No!, se
quedó mirando como yo renegaba. En ese momento el chico más
chico saca el auto marcha atrás, fue todo un desastre, y yo
estaba con la señora “dele, quédese acá,
no se mueva, deje de gritar”, y el chavoncito dice “está
todo mal, está lleno de gente acá afuera”. (Ciro,
marzo de 2006, instituto Malvinas)
En su relato acerca del
hecho por el cual llegó al instituto, Ciro hace hincapié
en las equivocaciones que se cometieron y que convergieron finalmente
en la detención. La narración plantea algunos temas
importantes que intentaré revisar en este artículo en
relación a los hechos delictivos: las personas que intervienen
(ladrones, víctimas, policías), los deberes de cada
compañero, la cuestión de usar o no armas, la
persecución por parte de la policía, el deber de no
delatar a los demás.
En este sentido, a partir de éste
y otros relatos recogidos durante el trabajo de campo, analizo a
continuación las relaciones sociales que se construyen, las
reglas y tareas que se asignan o se esperan cumplir en la producción
de "hechos" delictivos.
Los "del palo",
las "juntas", los "compañeros"
Los amigos y la gente que
se frecuentaba en “la calle” antes de la detención
son el marco de pertenencia y sociabilidad preeminente y lo
continuarán siendo si, al volver a estar en libertad, se
pretenda seguir delinquiendo.
"Afuera conocés
mucha gente, yo conozco mucha gente, pero no acá nomás,
en un montón de lados y son gente como se diría... del
mismo palo. Y se acuerdan, como yo me voy a acordar de ellos en decir
“está para entrar a robar ahí pero yo no puedo
porque a mí me conocen. Bueno, ya sé a quien voy a
llamar”. Y le explico como viene la mano, todo. Y eso lo puedo
hacer yo u otro lo puede hacer conmigo". (Pablo, marzo de
2006, inst. Malvinas)
Como señala Pablo,
la gente "del palo" son aquellas personas de distintas
edades y estratos sociales con los que se comparten como iremos
viendo, ciertos “códigos”, tales como el de "no
delatar", el "cuidarse las espaldas" y el ayudarse. Se
trata de un grupo amplio y heterogéneo, del que no
necesariamente se conocen a todos sus miembros, pero sí se
tiene la idea de que con ellos "se puede contar" y confiar.
Al interior de la gente del palo, encontramos a las "juntas",
los que proporcionan "datos de entregas", los que compran o
facilitar la venta de las cosas robadas, los que están
dispuestos a acompañar o pedir que se los acompañe a
realizar "laburos" (robos) ocasionales.
De este modo, en primer
lugar las “juntas” son aquellas personas que viven en el
mismo barrio o en zonas vecinas, con las que se comparte
tiempo, lugares y actividades, es decir, se "ambienta"
y pasan momentos de ocio y distracción. El delito
no constituye la principal actividad compartida con todas las juntas
pero sí con algunas, sobre todo si se presenta la ocasión
propicia o "pinta"
para robar. A este respecto, “los chicos” explican
que comenzaron a parecerse o a imitar a las juntas que roban por
distintas razones. Entre ellas señalan el querer “comprar
mis cosas y tener plata", “porque quería ser como
los otros”, "porque me gusta", “por estar al
vicio”, “por necesidad”, “porque aunque no
haga nada me van a detener igual”. Esto involucra la
existencia de sistemas simbólicos compartidos en el grupo, así
como también deseo de reconocimiento dentro del mismo y de
construcción de masculinidad, que se entrecruzan y deben
comprenderse de modo integral. Al respecto Jonás relata
durante una entrevista:
"Una cuadra antes
del colegio nos juntábamos con un grupo pero eran todos
buenitos. Había solo uno que tenía esa maña
[de robar] y después yo, y después se contagiaron
todos. No sé porqué. Tal vez por quererme hacer ver más
que nada. Porque ahí ya tenía una novia y quería
tener plata. Ahí ya me arruiné con toda esa bandita y
todo el día en la calle estuve toda esa mitad de año".
(Jonás, octubre de 2003, inst. Castelli)
Las "juntas malas"
y "juntas buenas" aparecen en los relatos como grupos
separados o como integrantes de un solo grupo, que en general, se
"contagian" unas a otras. La idea del contagio de lo
“bueno” por lo “malo” es permanente en sus
historias de inicio en el delito. Sin embargo, que hablen de "malas
juntas" no implica que las consideren así, sino que como
pude advertir, es una expresión utilizada en gran medida por
los padres y el equipo técnico y empleada por los chicos como
un modo de diferenciarse y mostrar una buena imagen ante aquéllos.
De esta forma los padres, psicólogos, trabajadores sociales,
llaman así a los amigos de su hijo “que roban o se
drogan” y terminan por "influenciarlo". Como indicó
en una oportunidad el padre de Diego, un joven al que conocí
en el instituto, salió luego en libertad y fue nuevamente
detenido al poco tiempo:
"No lo entiendo.
Diego tiene los pilares básicos, no es como otros chicos que
están todo el día en la calle y sufren necesidades.
Diego tiene mamá, papá, hermanos, no le falta nada; por
ahí por las malas juntas porque se dejó influenciar"
(Octavio, padre de Diego, septiembre de 2005, barrio Sur)
Por otra parte se
incluyen dentro de la gente del palo, aquellas personas que brindan
"datos" o "hacen entregas" a fin de realizar
hechos con mayores probabilidades de éxito. Estas personas
tienen contacto directo o indirecto con grupos de mayor poder
económico ("un poco más alta de clase")
que luego serán blancos de robos. De este modo, robar a partir
de "entregas" pone en relación a personas que serán
robadas, entregadores y ladrones. Las personas que realizan entregas
confían que estos últimos guardarán discreción
y harán bien el hecho, y al mismo tiempo que la información
brindada (dónde ir, cuándo y cuánto dinero
habrá) les valdrá obtener una parte del botín
sin correr mayores riesgos.
Cabe señalar que
cuando pregunté a los chicos a quiénes vendían
las cosas, no dudaban en responder que "a cualquiera". Esto
daba cuenta de la existencia de una gran demanda de dichos objetos a
precios módicos, lo que genera una constante retroalimentación
entre el robar y el vender. Similar al caso de quienes entregan, la
gente que compra cosas robadas tiene un importante papel en la
dinámica del círculo delictivo.
Nahuel: - Y siempre
hay personas que te lo quieren comprar.
G: - ¿De dónde
son, del barrio?
Nahuel: - Claro, del
barrio pueden ser, pero no tanto del barrio, yo ya he salido de mi
barrio. Pero siempre tenés algún comprador que te
compra todo en el barrio. Pero a ese vas al último, cuando
todos los compradores te dicen más tarde, más tarde, y
vos necesitás la plata antes, bueno, morís ahí.
Pero sino, pongale que una noche está de fiesta, carabana. Y
bueno están las cosas ahí y estás quedando sin
plata, agarrás y lo empeñas, lo vendés,
cualquier cosa. (Nahuel, marzo de 2006, inst. Malvinas)
Nahuel, distingue algunos
tipos de personas que pueden llegar a comprar lo que él
ofrece: las del barrio y las de afuera. Las personas que no son del
barrio pagan un mejor precio que las que sí. No obstante, si
se necesita dinero con urgencia y aquellos tardan demasiado en
comprar, las cosas terminarán siendo vendidas en el barrio.
Asimismo, los chicos hablan de una venta de objetos que puede ser
directa, cuando quien compra lo quiere para sí, es decir que
se vende directamente a quien puede pagar el mejor precio; o
indirecta, cuando hay un revendedor que vende las cosas a un tercero.
Esto supone una mayor organización, dado que una persona
consigue las cosas robadas y un intermediario lo vende a otro para
quedarse con parte del dinero, y le da una parte convenida al
primero.
De esta manera, podemos
advertir una división de funciones a partir de cada robo, que
requiere una constante articulación de distintos grupos que
cumplen acciones complementarias. Estas formas de sociabilidad
conectadas al delito, implican una aceitada división del
trabajo antes, durante y después de haber cometido el "hecho",
y al mismo tiempo, un progresivo aumento de la interdependencia entre
estas personas, de las cuales resultará cada vez más
difícil desligarse o descomprometerse.
Porque es un buen
compañero
Sólo en una parte
muy pequeña del círculo de los del palo pueden llegar a
encontrarse "compañeros"; título costoso de
conseguir en el sentido de que constituyen unas pocas personas con
las que se trabaja en conjunto y de manera sistemática en
distintos "hechos". Los compañeros han dado pruebas
de habilidad y lealtad, por lo que son merecedores de confianza. En
este sentido, se trata de un tipo de relación que no se planta
en lo delictivo, sino que avanza hasta producir obligaciones y un
constante dar y esperar favores. Como sugiere Pablo, quien comete
delitos no está todo el tiempo pensando en los robos que hizo
o va a hacer, dado que con los compañeros también se
conversa de otros temas, como el fútbol, la familia, los
problemas personales, y se comparten momentos de la vida diaria.
Asimismo, se suele señalar que los hechos cometidos en esta
relación deben formar parte de lo silenciado para no quedar
expuesto y evitar malentendidos.
G: - ¿Son como
amigos o no?
Pablo: - Tener un
compañero es bueno porque más allá de robar, se
hace como una amistad, que hablás lo personal y vos decís
tan solo con mirarlo vos te das cuenta lo que está haciendo
él. En la parte de robar yo te miro a vos así, y vos ya
sabés que yo lo quiero robar a él. Me entendés.
Por una parte. Después está la otra parte que está
lloviendo muy fuerte, estás abajo de un porch y conversando de
algún problema familiar y te escucha. Está bueno.
(...) Nunca se habla de robar. Se habla de un partido de fútbol,
de una chica, cuando te vas a robar, nosotros cuando íbamos a
robar, en el día no andábamos, yo estaba todo el día
en mi casa. Yo sabía a la hora que nos íbamos a ir, él
ya sabía la hora en que nos íbamos a ir y bueno, nos
juntábamos a esa hora en un lugar y nos íbamos. Y
volvíamos y yo me iba a mi casa y justo caía a la hora
de comer, y comíamos. Y después no nos juntábamos
a decir "viste lo que pasó, viste lo que pasó",
no, ya fue. Ya está, qué te vas a poner a recordar eso.
(Pablo, marzo de 2006, inst. Malvinas)
De esta manera, los
compañeros asumen tener que cumplir como norma estricta
ciertos códigos compartidos. Se espera que cada uno haga lo
que le corresponde, lo cual construye un vínculo basado en un
conjunto de expectativas recíprocas que se comparten.
"Me arriesgo a todo
por el otro porque sé que él va a hacer lo mismo por
mí" parecería ser la regla a respetar entre
quienes son compañeros. En este sentido, el respeto por
códigos de compañerismo brinda la posibilidad de que si
se cumplió con lo que se esperaba, se lo invite luego a
realizar otros "laburos". Así, ser confiable
constituye un capital fundamental, en la medida en que más
personas recurrirán a alguien que tenga esta característica
para proponerle hacer algún hecho. La traición implica
pagar un precio demasiado elevado en tanto perderá la
confianza y dejará de ser tenido en cuenta por los demás.
Como sugiere Lomnitz (2004), la noción de "confianza"
es un concepto social que debe ser descrito etnográficamente
en tanto posee distintos significados en diferentes situaciones y
sociedades. La confianza es una respuesta relacional, no un resultado
de lealtad ciega, que permite a la gente tomar riesgos al
relacionarse entre ellos.
Sólo en algunas
ocasiones he escuchado razones para huir sin ser cuestionado por su
traición, como cuando se está ante la inminencia de la
detención policial y se hizo lo posible para ayudar al
compañero, o cuando se tienen hijos. Pero no está
justificado el compañero que deja a otro sin la excusa
suficiente.
Nahuel dice sobre la
relación con los compañeros:
G: - ¿Y como
elegís con quien "trabajar"?
Nahuel: - Ellos solos
se te van dando, al igual que ellos también. Ellos me
conocen, yo los conozco. Hay mucha gente que habla, habla, y no hace
nada a la hora... y a esos le vas dando salida. Y para mí hay
que ser calladito, respetuoso y nada más. Primero escuchá
y después hablá.
G: - ¿Y esos son
compañeros que le dicen?
Nahuel: - Si, son
compañeros de trabajo.
G: - ¿No son
amigos?
Nahuel: - No, para
nada, hay siempre una personita que es amiguita tuya no cierto, pero
en la gente esta no sé si hay amigos. O sea si pibes, si vos
le tenés confianza y te estás coheteando, va a tirar,
pero después cuando caés preso todas esas cosas es muy
raro. Compañeritos de trabajar y hacer trabajos bien que no va
a salir corriendo. Vos hacés trabajos y nada más, yo no
soy familiar tuyo ni nada. Después sí salir a los
bailes y salir de joda, podés estar una semana junto a él
de carabana pero de ahí en más es aparte. (Nahuel,
marzo de 2006, inst. Malvinas)
La postura de Nahuel
muestra que entre los compañeros se puede generar u obviar una
relación de amistad, pero que se produzca no es condición
necesaria ni constitutiva del compañerismo. A los compañeros
los liga una "ocupación" (robar) y un lazo de
confianza, mientras que el ser amigos sería una cuestión
extra. Asimismo, indica que los compañeros "se te van
dando" en relación a la idea de un círculo de
sociabilidad que pone al alcance a algunas personas que se elegirán
finalmente a partir del mutuo entendimiento. Por otra parte,
distingue al compañero del amigo, porque el primero va a estar
y defender "si te estás coheteando", mientras que el
segundo visita cuando se está preso, cosa que sucede con muy
poca frecuencia.
Con respecto a esto, para Lomnitz (2004) la
confianza establece distinciones y límites entre un "amigo
íntimo", un "amigo" y un "conocido".
Así, un amigo puede retroceder hasta convertirse en conocido
si falla a las expectativas que le dieron su posición inicial
en la escala de distancias sociales. Mientras que un conocido puede
convertirse en un amigo cercano acumulando confianza al proporcionar
un servicio particularmente valioso y/o riesgoso a la otra persona.
Se observa entonces que
al compañero se le acompaña en el momento del robo y en
algunas oportunidades llegan a compartir diversión y
"carabanas" de salidas, pero se convierte en "amigo"
cuando demuestra un mayor compromiso y estar presente también
en los momentos difíciles.
Desde otra mirada, Felipe
tiene una idea distinta sobre esta relación.
G: - ¿Y qué
cosas tiene que tener un compañero para que se lleven bien?
Felipe: - Fidelidad.
G: - ¿Cómo
sería eso?
Felipe: - De los dos,
tenés que ser en vez de dos uno solo.
G: - ¿Y son
amigos los compañeros?
Felipe: - Pero un
compañero si no es amigo tuyo, ¿vos cómo
sabés si no lo conocés?
G: - ¿Te
puede traicionar?
Felipe: - Claro vos
como sabés si es verdad lo que te está diciendo o no.
En cambio una persona que vos la conocés toda su vida vos
sabés que no te va a fallar nunca. (...)
G: - Suponiendo
que tuvieras que elegir otro compañero, ¿qué le
ves?.
Felipe: - Yo observo
bien a las personas, si una persona vos le podés dar
confianza, se puede hablar. Una persona que tenga... que se yo, que
no tenga miedo. Para mí tiene que no tener miedo, y sí
yo soy él, él tiene que ser conmigo.
G: - ¿Y que
puede pasar si tenés miedo?
Felipe: - Que dejés
regalado a un compañero. Vos no sabés si... Vos
creyendo que está detrás tuyo, estás solo.
(Felipe, febrero de 2006, inst. Malvinas)
Para Felipe, los
compañeros deben ser amigos que se conocen de manera profunda,
son "fieles" y "nunca van a fallar" cuando se
encuentre en problemas. Su afirmación se vincula a que con su
compañero, se conocían desde que tenían seis
años. Este había sido durante muchos años y en
primer lugar su amigo, y luego casi la única persona con la
que salía a delinquir. Como señala, conocía a su
compañero "de toda la vida" y no sólo por un
"trabajo", por lo que le resulta difícil pensar en
conocer a alguien solo para un "hecho" y tener que confiar
de inmediato. Asimismo, Felipe indica del compañero una serie
de características: ser "fiel", "confiable",
"ser en vez de dos uno solo", "que no tenga miedo",
cuestiones necesarias para que frente a una situación límite
(por ejemplo un enfrentamiento con la policía) no huya y lo
abandone.
De esta manera se observa
que la relación de compañeros se construye de forma
continua, y cualquier tipo de traición puede romper el vínculo
a veces de forma es irreparable. Como se observó, en algunos
casos el compañerismo implica amistad y en otros sólo
compartir un trabajo; sin embargo es una relación que se
valora ante todo porque involucra confianza y lealtad pase lo que
pase.
"Y me habla de
Santa Fe este guaso, Lalo. Y bueno le digo, "por qué no
nos juntamos en San Francisco en la casa de Caramelo y lo hablamos".
Yo fui un par de días antes a la casa de Caramelo como para
decirle "mirá Caramelo, me llamó Lalo, qué
tal?". El hombre ese Caramelo es de confianza. Y me dice "sí".
Porque era compañero del hombre ese, y si es compañero
del hombre ese entonces es de confianza. Bueno vino Lalo y era bueno,
era piola, compañero, todo, tenía 45 años".
(Pablo, marzo de 2006, inst Malvinas)
Se observa que una forma
de elegir compañero entre personas que no se conocen
previamente es encontrar a alguien que cumpla el rol de puente y
garantía. Como muestra este fragmento, la cadena de
compañerismo que se conforma, va desde Pablo a Caramelo y de
éste a Lalo. Una persona con una posición reconocida
dentro del mundo delictivo (como es aquí con Caramelo) tendrá
seguramente un gran número de compañeros. De esta
forma, Pablo confía y acompaña finalmente a Lalo luego
de preguntarle a Caramelo, quien por haber sido su compañero,
actúa como garantía de la fiabilidad de Lalo. Aquí,
la confianza que se tiene en esta persona, genera la posibilidad de
realizar un robo con otro, aunque una vez producida la presentación,
puede elegirse realizar el hecho o no. Por otra parte, puede ser
importante a la hora de escoger compañero observar su
experiencia, en razón de la cual se piden referencias sobre
los hechos realizados y lo "ganado" en los mismos, para
evaluar así su calificación y las posibilidades de
actuar con éxito. La inexperiencia evidenciada en haber
cometido pocos hechos (en cantidad y relevancia) puede llevarlo a
producir errores o "tener miedo" por lo que posiblemente se
le rechazará si quien busca acompañante posee
experiencia. En este sentido, quienes tienen cierta trayectoria
delictiva prefieren optar por aquellos con mayor probabilidad de
realizar "bien" las cosas (“choros”) y no por
novatos o “ratas”.
Sobre
"choros" y "ratas"
“Ratas” es el
modo en que llaman a la clase de delincuente que tiene poca
experiencia delictiva. Éstos ocupan un
lugar menospreciado en el grupo delictivo, en razón de su
falta de planificación y temor a arriesgarse. Además,
pueden llegar a "caer" detenidos por robar cosas de poco
valor que le dan un dinero momentáneo, y que requiere que
salgan a robar continuamente.
"Los ratas sacan
una bici, carteras. Podés caer por eso que no vale nada".
(Benjamín, febrero de 2006, inst. Malvinas)
“Está mal
si se lo saca a alguien que no tiene, es un rata. Pero no está
mal sacarle a quien tiene mucho”. (Ricardo, julio de 2004,
inst. Castelli)
El tipo de robo que
realiza el ladrón que es "rata" se define por
aprovechar la oportunidad, en tanto se roba "lo que pinte",
es decir, accesible y fácil de sacar. La velocidad y
utilización del instante de "descuido" de una
persona a quien se le roba algo que se puede transportar, produce que
en general no se utilicen armas. Sin embargo, se puede ser rata a
pesar de utilizar un arma cuando se usa para robar algo de poco
valor, con lo que logra agravar su causa y se arriesga a herir y
resultar herido "por nada".
Otra
característica de las acciones del rata es "ir al choque"
sin medir las consecuencias de los actos que se producen y sin el
suficiente cuidado o precaución como para evitar ser detenido.
Pero lo que fundamentalmente define al rata es el hecho de
robar a personas conocidas o que tienen escasos recursos y los
necesitan para vivir. El robar a estas personas tendría un
precio demasiado alto que pagar, ya que el vínculo constante
que los jóvenes tienen con su entorno familiar y vecinal se
vería quebrantado, al tiempo que perjudicaría su
imagen ante personas que ve cara a cara todos los días.
En
relación a esto, los que roban en el instituto a otros
internos entran también dentro de esta clasificación,
ya que se roba a otro joven que tiene muy poco y convive a diario. La
explicación que aporta Daniel Míguez (2004) es
esclarecedora en este sentido, para él, lo que produce que los
robos pequeños (arrebatos, robos pequeños) sean
desvalorizados y poco deseables, es cierta identificación con
las víctimas de esos robos que pueden ser muy cercanas, dada
la importancia que los jóvenes dan a los lazos afectivos
e identificación con ciertas víctimas.
En el
instituto, los jóvenes suelen también relacionar a los
chicos de menor edad que se inician en los robos con las actividades
que realizan los ratos rata, ya que según dicen, casi siempre
se comienza por robar cosas “chicas” o de escaso valor.
Es común escucharlos referirse a estos como "pendejitos",
"guachitos" y juzgarlos por ir demasiado rápido.
Como señalan, el atrevimiento de estos chicos se obtendría
en la calle, donde ven y aprenden cosas de toda clase que “los
terminan avivando". Tal vez lo que señalan de éstos
no sea muy diferente a lo que ellos hacían, no obstante lo
cual, se colocan en un lugar distinto. De esta forma, existiría
aquí una subdivisión establecida por la edad, que
marcaría diferencias dentro del grupo de “menores”,
y daría más poder simbólico a unos que ya están
en el instituto sobre otros que recién comienzan, aún
cuando ambos puedan tener prácticas similares.
Desde un lugar diferente,
el ladrón considerado "choro", ocupa un lugar
importante en el orden establecido por el grupo delictivo. En este
sentido Eduardo explica: "El choro es el que roba bien y
tiene plata. El que está en la calle. (febrero de 2006,
inst. Malvinas). Asimismo, es quien conoce y aplica en sus hechos
reglas que se consideran fundamentales en el imaginario delictual. El
choro atraviesa casi siempre un elevado riesgo, pero a su vez sabe
planear y manejar las cosas para que nadie salga herido, logrando el
mayor botín. Algunos me dijeron que el choro es el que "está
en la calle" (en libertad), aunque esto no sucede siempre, ya
que la mayoría pasa varios períodos en el instituto o
la cárcel; pero se considera choro quien tiene una carrera
delictiva de más éxitos que fracasos. La clase de robo
que brinda mayor reconocimiento es el que se realiza a bancos,
empresas, camiones de caudales, es decir, de los que pueden llevarse
grandes sumas de dinero y no le saca a personas sino a instituciones.
"Lo mejor que se
considera es robar a un banco porque tenés plata y no jodés
más, pero bueno es mucho riesgo pero tenés que pensar
bien lo que vas a hacer, ahí tenés que tener cabeza.
(...) le podés dar un consejo que si van a seguir,
vayan a algo que valga la pena que roben donde haya plata, y que esa
plata la inviertan en algo, que le den a la familia para un abogado,
que se compren una casa y el día de mañana tengan una
familia donde agachar la cabeza ellos cuando caigan presos".
(Eduardo, febrero de 2006, inst. Malvinas)
De este modo Eduardo
destaca algunas cuestiones que se precian de ser propias del choro
como el "pensar lo que se va a hacer", "robar donde
haya mucha plata", "invertirla", "darle una parte
a su familia". En resumidas cuentas, se representa al choro como
aquél que sale a robar "cosas que valen la pena",
que le pueden otorgar un bienestar económico perdurable, que
le alcanza para vivir y para invertir. Asimismo, está mejor
visto "caer" por una clase de hecho importante que quedar
detenido por algo de poco valor, lo cual puede acarrear un tiempo de
encierro extenso por algo insignificante. En relación a las
"inversiones", por lo general se identifican con el comprar
casas, autos, motos, etc. para la familia o para ellos. Estos objetos
de valor se piensan de utilidad para cuando surja alguna urgencia
(como el ser detenido) porque se los podrá vender y obtener
dinero en efectivo utilizado muchas veces para pagar abogados.
Pero lo que en particular
pone al choro por encima de los demás es la extensa red de
relaciones con la que cuentan y que los ratas no tienen. Esta red les
proporciona una mayor cantidad de invitaciones para acompañar
a otros a realizar hechos, por el reconocimiento de su experiencia.
Asimismo, serán los más buscados por quienes realizan
"entregas". La recomendación entre unos y otros
lleva a tener que demostrar ser confiable y trabajar de manera
efectiva, respetando códigos. De esta
forma, como indican los chicos, un "buen choro" brinda
seguridad a los que trabajan con él, ya que conoce lo que
tiene que hacer, actúa sin miedo y no duda. Dado lo
difícil de cumplir con todos esos requerimientos, no son
muchos los que logran alcanzar este lugar y mantener el prestigio
entre sus conocidos.
Sin pausa, con prisa
La distinción
entre ladrón choro y rata no se constituye de forma rígida,
o de una vez y para siempre, sino que son parte de una misma dinámica
en la que se puede pasar de un lugar a otro. El inicio "ratereando"
se transforma a partir del fortalecimiento de las relaciones sociales
con la "gente del palo", en una forma de robo más
compleja.
En este sentido, Felipe
indica que puede hacerse una comparación entre un colegio en
el que se va pasando de un grado escolar a otro y la “escuela”
del delito en la cual se progresa de acuerdo a las pruebas que se
atraviesen:
G: - ¿Porque
siempre dicen que empiezan rateando? ¿Es así?
Felipe: - Claro,
siempre empezás por lo chico. Es como el colegio, empezás
por jardín, después vas subiendo. (Felipe, febrero
de 2006, inst. Malvinas)
Nahuel por su parte
explica que el progreso se da por el crecimiento personal y delictivo
en el que se conoce cada vez a más gente y se realizan hechos
de mayor riesgo:
"Es diferente
transcurrido el tiempo, porque cuando sos chico ratereás no
cierto, vas y después si la gente te conoce y ve que vos vas,
pechás, vas adelante, ellos te ven si vos tenés, en una
palabra, disculpando la forma de decir, si vos tenés huevos.
Vas choreas y está todo bien empezás a ambientar con
gente. Pero es muy rara la vez que vos llegués hasta arriba no
cierto, bancos, todas esas cosas, pero si te gusta robar, es la meta
tuya, llegar arriba, meter un caño y pararte bien. (Nahuel,
marzo de 2006, inst. Malvinas)
Estos relatos plantean la
idea de grados progresivos que se atraviesan, desde un inicio con
robos de poca monta o "chicos", hasta llegar a un lugar de
actividades delictivas de mayor complejidad. En algunos jóvenes
los hechos producidos conllevarán dejar las prácticas
ligadas al azar y sin ganancias substanciales, hacia otras de mejores
resultados económicos y mayor riesgo. Refiriéndose a
esta cuestión, Kessler sugiere que el robo inicial o “amateur”
se caracteriza por un escaso cálculo de costo-beneficio y una
racionalidad de muy corto plazo, mientras que la especialización
implica dos procesos: "Uno, la paulatina adhesión a
una serie de principios más o menos estructurados que
prescriben a quién no se puede o no se debe robar, cómo
hacerlo, qué se le puede o no hacer a la víctima y bajo
qué condiciones es aceptable usar la violencia. El segundo,
una creciente consideración del riesgo en distintas esferas
así como una extensión del alcance temporal en la toma
de decisiones (Kessler, 2004: 102). A partir de la presente
investigación podemos agregar a los planteos de Kessler que
una parte fundamental del pasaje desde un inicio "rateriando"
hacia un robo más complejo propio del "choro", está
determinada por la mirada de sus compañeros, ante quienes se
deben sortear pruebas para demostrar que se comparten códigos
y que se es digno de confianza. Esto implica además de una
elección personal, la necesidad de aprobación de las
personas que hacen lo mismo. Esto llevará a realizar robos
cada vez más grandes que requieren entrar a lugares más
custodiados y utilizando armas, lo cual supone un aumento del riesgo
simultáneo al deseo de reconocimiento que otorga el grupo. En
este sentido, comparto con Rosinaldo Silva da Sousa (2006:102) para
quien "los individuos que se vuelven "bandidos"
asumen roles sociales exigidos por la posición social peculiar
que ejercen, así como son llevados a desempeñar estos
roles por variables que pueden escapar a su control en un momento
dado de su vida". Siendo diferentes los contextos de mi
investigación y la de Silva da Sousa, encuentro coincidencias
marcadas. En mi trabajo el ser "delincuente" es un rol
relacional en el cual están involucrados el propio grupo, la
policía, la comunidad .
De este modo, la carrera del "bandido" es una relación
social que da cuenta de una red de intercambios continuos entre la
persona y su entorno social, cuestión que no llega a
contemplar la explicación que sólo considera que las
acciones responden a una "racionalidad" formada en la
consecución progresiva de distintos fines a través de
la actividad delictiva.
El valor que posee el
botín indica que se trata de una persona que conoce las
reglas, sin embargo, éstos son los más difíciles
de alcanzar y los que requieren un mayor riesgo. La profesionalidad
delictiva se irá construyendo con el fortalecimiento de los
lazos con otras personas que le otorgan reconocimiento y el éxito
en sus acciones. Como observé, en la carrera del delincuente
un "buen hecho" reclama rápidamente la realización
de otro, ya que esto le conferirá más prestigio en su
grupo. El progresivo avance hacia acciones más arriesgadas
para obtener un mejor botín, puede implicar que siempre
implique el riesgo de perder la libertad o la vida en manos de la
policía, de civiles o de otros ladrones (Silva da Sousa,
2006).
De esta manera, se
observa una imbricada red de relaciones que se va tejiendo a medida
que se penetra y se participa del mundo delictivo y que va más
allá del avance por éxitos económicos. El deber
de ganar o mantener la confianza en un grupo aumenta el riesgo que
se corre por los demás dado que se espera que los otros hagan
lo mismo en un futuro.
Medida de las violencias
En este marco de
relaciones se advierte también cuestiones vinculadas a otras
personas que también forman parte de los hechos: las
"víctimas". Aquí se traslucen una serie de
criterios sobre “lo que se debería hacer” con
respecto a las mismas, que pueden ser tomados como parámetros
éticos en razón de los cuales se marca un límite
en el momento y el modo en que se puede llegar a utilizar la
violencia. Pensar en consideraciones éticas en relación
a la violencia que se practica en los hechos delictivos, implica
reconocer junto con Chaui (1998) que la ética no es una cosa
que se gana, se posee, se pierde, sino una acción
intersubjetiva consciente y libre que existe solamente por nuestras
acciones y en ellas. Así, una idea que aparece siempre en los
discursos de los entrevistados es el deber "tratar bien”,
“no pegar a menos que sea necesario", lo cual deja por
sentado su desaprobación hacia los malos tratos y abre un
camino para conocer los criterios que utilizan en su producción.
Danilo: - A mi me
enferma que la gente chorea y le pegan. ¿Para qué le
pegan? Si ya tienen todo. No me gusta eso.
G: - ¿Por qué
será?
Danilo: - Porque
quieren más. (Danilo, febrero de 2006, inst. Malvinas)
Esta
entrevista hecha a Danilo se realizó en un período
(verano del 2006) fuertemente marcado por la abundante aparición
en los medios de comunicación de noticias relacionadas con
golpizas en los robos, en muchos casos a ancianos para sacarles sus
pertenencias. También los chicos del instituto eran
espectadores de estas noticias y tal vez en parte se viera reflejada
en las entrevistas el discurso de los medios sobre esta clase de
delitos. No obstante, como observé a lo
largo de la investigación, los chicos consideran que es mejor
el desarrollo de un robo "tranquilo", donde ellos "piden"
y las personas "les dan", pero que a veces es
imposibilitado por la reacción de las mismas.
Nahuel identifica algunas
necesidades específicas por las cuales se puede llegar a
utilizar violencia física:
Nahuel: - "No sé
como decirte. Es un trabajo. Como otros que tienen trabajo, el
trabajo mío es robar. No verduguear a las personas.
G: - Por ahí
escuché que es malo si golpeás...
Nahuel: - Si te copás
pegándole no cierto, pero si necesita un fierrazo en la cabeza
se lo tenés que dar, para que se rescate y sepa que le vas a
pegar. (Nahuel, marzo de 2006, inst. Malvinas)
Las palabras de Nahuel
explican que cuando una persona se resiste y no se deja dominar,
deviene necesario darle "un" golpe para volverla al orden.
No obstante aclara que esto no significa "verduguear", ni
"coparse pegándole", sino una violencia ejercida en
su justa medida y que, cuando se utiliza a modo de advertencia para
que la persona "se rescate" o tranquilice, no es negativa.
Esto muestra una manera de ver la violencia como necesaria y hasta
constructiva en un momento de tensión que tiene por fin que el
hecho termine lo más rápido posible. En cambio, pasa a
ser considerada destructiva cuando la desigualdad de condiciones es
extrema, es decir, cuando se golpea o lastima más de lo
necesario a una persona que está en situación adversa e
inequitativa.
Vemos así que las
representaciones sobre lo que hay que hacer y lo que no en un hecho,
conforma un sistema moral por el cual juzgan su propia conducta,
aunque las reglas que se desprenden de dicho sistema puedan no ser
siempre respetadas durante sus prácticas. Esto agrega una
cuestión distinta a lo sugerido por algunos estudios sobre
delincuencia juvenil, donde se señala que las generaciones
actuales de delincuentes jóvenes harían un uso
innecesario o abusivo de la violencia porque no alcanzan a reconocer
ciertos "códigos" que los ladrones profesionales
respetan (Isla, 2003); o se indica que los "pibes chorros"
no adscriben al código de los delincuentes profesionales
(Míguez, 2004) y actúan en mayor medida como "barderos
y cachivaches".
En relación a esto, creo necesario
preguntar acerca de si los códigos de los delincuentes
profesionales pueden ser pensados como metas a alcanzar e
inalterables, o si también están sometidos a
transformaciones y redefiniciones. De este modo, es preciso conocer y
comprender los marcos de referencia de los jóvenes, ya sean
éstos similares a los de los ladrones tradicionales o
adaptados a su contexto.
G: - Cuando se va a
robar, ¿qué es lo que no hay que hacer o nunca harías?
Felipe: - Torturar.
Eso no lo haría.
G: - ¿Pero le
pegarías por ejemplo?
Felipe: - Le pegaría,
bah, no se si le pegaría, pero le demostraría temor.
G: - Por ejemplo estoy
yo, no te quiero dar la plata, ¿Vos que harías?
Felipe: - Te hablo, te
hablo dos veces más bien, así..
G: - No te la voy a dar
Felipe: - Y bueno, ya
tengo que recurrir a otra forma. Te voy a tener que golpear, o si
está otro conmigo que te golpee el otro.
G: - ¿Y pegar y
torturar cómo lo diferenciás vos?
Felipe: - Hacer sufrir
a la otra persona con dolores o lastimaduras.
G: - ¿Y alguna vez
estuviste en una cosa así?
Felipe: - Si. Yo le
decía al otro que lo hicieran ellos pero yo no lo hago. Pero
una sola vez para que vean que la cosa va en serio. (Felipe,
febrero de 2006, inst. Malvinas)
Como regla general,
Felipe señala que en primer lugar se "habla bien" a
la persona y que si esto no funciona, se recurre "a otra forma"
en el sentido de tener que golpearlo "pero una sola vez", o
"mostrarle temor" para que “vea que es en serio”.
A este respecto, pareciera montarse un espectáculo en el que
el ladrón actúa como si estuviera dispuesto a llegar
hasta las últimas consecuencias. Asimismo, Felipe señala
que no se debe llegar a "torturar" ,
como el "hacer sufrir" a la persona de manera innecesaria e
injusta, lo cual transforma a la violencia en una acción
negativa.
Podemos también
considerar algunas cuestiones en relación a la posibilidad de
usar y disparar armas de fuego durante la carrera delictiva. Los
jóvenes a los que pregunté indicaron que dispararían
un arma si otra persona se les enfrenta dispuesta a disparar y poner
en riesgo su vida. En el caso de Eduardo, quien estaba en el
instituto Malvinas desde hacía tres años, me explicó
que en los robos solía "ir tranquilo" y pedirles las
cosas de buen modo, pero agregó: "Nomás ahora
pasó eso", refiriéndose a su causa actual de
homicidio:
G: - ¿Y qué,
estabas nervioso?
Eduardo: - No, estaba
bien. Sacaron un arma, me apuntaron. Y bueno era yo o él, y
bueno le tiré a él y le pegué a la mujer. Me
confundí, no quise tirarle, más vale. Corría
riesgo yo, pero nadie me quiere preguntar nada y estoy encerrado acá.
(Eduardo, febrero de 2006, inst. Malvinas)
De esta manera, disparar
es algo que puede suceder si otro los "enfrenta" con otra
arma o pretende quitárselas para usarla. Los chicos
manifiestan que lo mejor es realizar el hecho sin que nadie salga
herido, pero que cuando se da una situación límite de
enfrentamiento es legítimo tener que disparar, ya que el
riesgo que corre su vida así los habilita. Es interesante
detenerse en la cuestión del riesgo y la violencia que supone
también para los jóvenes este tipo de actividad, en
tanto muchas veces se acostumbra a advertir únicamente el
riesgo para las víctimas.
El uso de la fuerza física o
de armas en los hechos se enmarca en ciertos límites definidos
por el código moral, que permiten utilizar la violencia cuando
estén en riesgo o corra peligro la propia vida. De este modo,
lo que indica Elías (1993) sobre el progresivo aumento de
interdependencias, nos ayuda a comprender que la estructura de
relaciones del círculo delictivo y del entorno social
(familiar, vecinal, etc.) les provee finalmente de controles
efectivos. Por la diferenciación de funciones, es mayor la
cantidad de individuos que dependen continuamente entre sí
para realizar sus actos.
En el caso de los jóvenes
mencionados, no respetar el marco de las pautas que otorga el grupo
implicaría ser considerado “ratas”; mientras que
respetarlos los afianzaría como “choros”. El
control externo del grupo sobre lo que hacen y roban, y la
dependencia hacia el mismo, produce que finalmente se internalicen en
forma de autocoacciones y pudores aquellas pautas designadas por el
entorno para utilizar de manera apropiada la violencia.
Conclusiones
Este artículo
analizó los lazos que comparten las personas ligadas a lo
delictivo (gente del palo, juntas, compañeros, entregadores,
etc.) en las que es posible encontrar criterios de cohesión,
reciprocidad y confianza. Se observó aquí que muchos de
los hechos implican una aceitada división de funciones antes,
durante y después de haberlos cometido y un progresivo aumento
de la interdependencia entre las personas que participan de los
mismos.
Se dijo que las formas de
sociabilidad conectadas al delito habilitan a que se espere recibir
en la misma medida en que se brinda. De este modo, el no delatar, el
protegerse mutuamente, el quedarse a pesar de los momentos críticos,
son cuestiones que fortalecen la relación y la confianza, pero
cuya vulneración puede quebrantar de forma definitiva el
vínculo.
En concordancia con esto, la relación que se
teje entre compañeros no se restringe a lo delictivo
solamente, sino que es atravesada por temas e inquietudes de la vida
cotidiana. En algunos casos el lazo de compañerismo implica
amistad y en otros sólo compartir un trabajo, pero en todos
los casos, es una relación altamente valorada porque supone
confianza y lealtad ante todo.
Con respecto a los modos
en que se realiza la actividad delictiva, los jóvenes
distinguen entre prácticas que desarrollan por un lado los
“choros” y por otro los “ratas”. Estos se
diferencian a partir de ciertas características como el
respeto o no a códigos delictivos, el tipo de relaciones
sociales que poseen, el modo en que actúan, la clase de botín
que buscan.
Por otra parte, se señaló que el progresivo
fortalecimiento de las relaciones en el grupo y el ocupar un lugar
reconocido dentro del mismo, supone ir avanzando en la carrera
delictiva, pero al mismo tiempo, ir incrementando el riesgo que será
cada vez más difícil de rehusar.
Finalmente, en relación
al uso de la violencia en los hechos, se halló que ésta
es entendida por los jóvenes como necesaria y constructiva
cuando es utilizada en una medida razonable o corre riesgo la propia
vida. Por otra parte, la violencia será juzgada negativa o
destructiva cuando ésta se ejerza de modo innecesario, sólo
para hacer sufrir a otro que se encuentra en una situación
desigual.
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