Periódico de Trabajo Social y Ciencias Sociales Edición digital |
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Para comprender el fenómeno de las drogas es
necesario hablar del contexto en el cual el mismo se encarna y
desarrolla. Por tanto, para abordar las relaciones entre droga y
clase social, me referiré en primer lugar a ciertos cambios
ocurridos en los últimos 20 años en el contexto
latinoamericano, para luego dar entrada, a los dos tópicos –
que a mi entender – encuadran la relación que se
pretende abordar.
El primero de los tópicos, se refiere a la lógica del mercado, al consumo y a su vinculación con las identidades de clase. Y el segundo tópico, se refiere a la sobre – carga simbólica del objeto droga. Retomando el tema del contexto, él mismo admite tanto una lectura cuantitativa como cualitativa. Desde el punto de vista cuantitativo, América Latina es la región con mayor ritmo de expansión urbana en el mundo, es la región que ha padecido un incremento significativo de la tasa de desempleo, con un aumento en el porcentaje de hogares pobres. Se verifica un deterioro distributivo, es decir, la brecha entre ricos y pobres se ha acrecentado en los últimos años. Sólo basta mirar la evolución del índice de Gini para verificar la mayor concentración de poder económico en pocas manos, con el consecuente aumento de la desigualdad. Desde una mirada cualitativa la gravedad de la crisis se expresa en procesos de desintegración social y fracturas de las redes colectivas de solidaridad –redes que en un pasado no muy lejano colaboraban eficazmente en la mejora de las condiciones de existencia de grandes sectores de nuestras sociedades -.
Desde los años 90, asistimos a un proceso de
disolución de las formas más elementales de convivencia
social. La cohesión de la sociedad está en crisis, hay
una profunda ausencia de sentido vinculada, por lo menos a dos
factores: a un creciente descreimiento de lo público y a una
erosión de los canales de participación política.
Hay crisis de legitimidad de las instituciones y de las prácticas.
El signo de la época es la incertidumbre frente
al futuro, incertidumbre que podríamos relacionarla con la
idea de desencanto weberiano, la idea de no estar, de no pertenecer.
Esta lectura de algunos elementos del contexto, no tiene como finalidad establecer una correlación lineal con el consumo de drogas, sino que nos proporciona el marco para analizar las nuevas formas de padecimiento subjetivo, que se expresa, por ejemplo en el consumo problemático de sustancias, o en los cada vez más altos índices de suicidio (especialmente en la población joven) o en el aumento de las consultas en salud mental en los últimos tiempos.
Estas manifestaciones del malestar
son producto de la inserción del modelo neoliberal en las
relaciones sociales. El mercado se ha metido en nuestras vidas y le
impone su lógica a la sociedad. Una lógica que se ha
desregulado de las formas tradicionales de consumo, para dar paso a
formas que enaltecen la aceleración, el recambio de objetos,
de sensaciones, la búsqueda inmediata del placer, que se
extiende más allá de los límites impuestos por
las necesidades naturales o adquiridas del consumidor. Para ilustrar las características que ha asumido la figura del consumidor, gestado en la sociedad de consumo, quiero compartir la descripción que realiza John Carroll, inspirado en la caricatura nietzcheana del “último hombre” “El genio de esta sociedad proclama: ¡Si te sientes mal, come!...El reflejo consumista es melancólico, supone que el malestar toma la forma de una sensación de vacío, frío, hueco, que necesita llenarse con cosas tibias, sabrosas, vitales. Desde luego que no se limita a la comida, como lo que hace que los Beatles se “sientan felices por dentro”. El atracón es el camino de la salvación: ¡consume y te sentirás bien! Existe también un desasosiego, una manía por el cambio constante, el movimiento, la diferencia: quedarse quieto es morir… El consumismo es el análogo social de la psicopatología de la depresión, con sus dobles síntomas contrastantes de exasperación e insomnio”. Podríamos pensar que el consumidor de drogas, es la figura más paradójica de la sociedad de consumo, ya que por un lado cumple a raja tabla con el mandato que ésta le impone, pero a su vez engendra aquello que la amenaza, dado que – cuando el consumo se torna problemático – es disfuncional al proyecto moderno de productividad progresiva. La droga encarna la tensión producto de las contradicciones de la nueva modernidad. Me gustaría aquí, introducir un elemento concomitante referido a la diversificación de las formas de consumo – y a su sentido simbólico – ya que estas formas dialogan con la identidad de clases, entendida, parafraseando a Pierre Bourdieu, como la estructura más básica, más primaria, de carácter durable pero no inmutable.
Si bien la práctica del consumo de drogas es
transversal a toda la estructura social, existen patrones de consumo
muy diversos. Distintos públicos, consumen distintas drogas,
en distintos contextos y por distintos motivos. Ahora bien, para
comprender la heterogeneidad de modalidades y sentidos atribuidos al
consumo, es indispensable incluir en el análisis el polo de la
oferta de drogas.
Con la intención de dibujar el mapa de las formas
y sentidos del consumir y sin soslayar los contextos socioculturales
en los que el consumo de sustancias se arraiga y mediando un proceso
de abstracción, nos encontramos con un primer grupo de jóvenes
que habitan y se mueven en zonas de privilegio, con acceso al mundo
de la educación, con accesos laborales, con acceso al mundo a
través de la tecnología, etc. Otro grupo, está representado, por los jóvenes que comienzan a tener problemas en las áreas productivas y sociales, que ven o sienten censuradas sus expectativas laborales, con problemas de acceso al mundo educativo, etc. Para estos grupos, las drogas pierden el sentido de “mediación social”, y funcionan más como una “prótesis” frente al descontento, a la soledad, son una especie de muleta para evadir la depresión, en suma, para soportar mejor la forma en que nos ha sido impuesta la vida. Y un tercer grupo, representado por las zonas más pauperizadas, marginales y excluidas, dónde el consumo de sustancias, como la cocaína, la marihuana o el paco – menos las drogas de diseño como el éxtasis – pierde su carácter de mediación social y de prótesis y se transfigura en moneda corriente de intercambio, es decir, donde las redes sociales se han cortado se ha metido la sustancia, se ha incorporado en el modo de relacionarse, en suma, la droga se hace piel. Por supuesto, que las diferencias que acabo de marcar no siempre aparecen tan claramente en el horizonte social, sino que existen zonas de mayor permeabilidad dónde los límites se tornan más difusos. Esto se produce, principalmente entre aquellos grupos donde el consumo de drogas comienza a agotar su sentido de “ser prótesis” para transformarse en un modo de vivir, en una forma de estar en el mundo.
Quisiera aquí , traer un elemento del contexto,
mencionado al inicio de la presentación, que se vincula con la
cuestión que estamos trabajando de los territorios. Desde hace
ya unos años se verifica en casi todos los países de
América Latina, cada vez, mayor distancia, mayor desigualdad
entre sectores poblacionales, cuya expresión es la
introducción de una tajante línea divisoria entre: las
condiciones de existencia de poblaciones enteras y los diversos
segmentos de la misma.
Voy a introducir, ahora, las coordenadas centrales del
segundo tópico del trabajo, vinculado a la sobre – carga
simbólica del objeto droga. ¿por qué sobre –
carga? , porque la droga parece conjurar todos los males de la
sociedad, en una asociación perversa con la violencia y la
inseguridad. La pregunta sería, ¿qué es lo que hace, que en la mayoría de los países de la región se hable más de drogas, que de otros factores, como ser: la precarización de las condiciones de vida, el agotamiento del sistema público de salud, la fragilización de las condiciones laborales, etc. Pareciera que se han proyectado en las sustancias problemas que tienen otro origen, se ha producido una transferencia imaginaria de un ámbito de problemas a otro.
Si bien esto, no es más que una conjetura, de
carácter provisional, es significativo analizar la escasa
incidencia estadística que tiene el consumo potencialmente
problemático de drogas en la población (1%) –
según fuentes de la CEPAL – en contraste, con por
ejemplo el uso de bebidas alcohólicas (46%). Con esto, no estoy quitándole la importancia que el consumo problemático de drogas tiene, sino intento tener una visión comprensiva del fenómeno en su dimensión actual. La propuesta es leer en la droga, lo que está más allá de ella, y que la amplifica. Para ilustrar esta idea, quiero mencionar algunas correlaciones, producto de la reflexión y no de la estadística:
Para terminar, quiero dejar planteadas una serie de
inquietudes vinculadas a esta disonancia entre magnitud del problema
drogas y percepción. A saber, ¿quiénes se
benefician?, ¿a que fines sirve, este desplazamiento hacia las
drogas?, ¿podemos pensar en un uso político vinculado
al control social? Quizás sea hora, - por lo menos para los países de América Latina - de comenzar a incluir el debate sobre políticas de drogas, en el marco de políticas de desarrollo. Bibliografía:
* Datos sobre la autora: * Marcela Raiden Socióloga. Integrante del Equipo de Prevención del CENARESO. Volver al inicio de la Nota |
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