* ANALISIS
La Jornada, México, 7 de febrero de 2000
Gorrones y carne de cañón
* Julio Boltvinik
No he fechado esta carta porque no estoy seguro si hoy es 6 de
febrero de 2000 o 18 de septiembre de 1968. Otra vez, la represión. Otra vez, la
fuerza pública federal invadiendo Ciudad Universitaria. Otra vez, el mismo
sentimiento de impotencia. Otra vez, centenares de presos. ¿Qué no hemos dicho
hasta el hartazgo que ya el país está en plena transición a la democracia? ¿En
qué hemos avanzado? ¿En que ahora la represión se justifica mediante el
plebiscito? ¿En que ahora se usan formas de la democracia para justificar las
medidas autoritarias?
El rector acaba de anunciar el desistimiento de las acusaciones
en el caso de los delitos que se persiguen por querella de parte, abriendo con
ello la posibilidad de una represión judicial selectiva, en la cual se garantice
que los activistas más importantes del Consesejo General de Huelga estén
resguardados y no puedan participar en el anunciado congreso universitario. Con
ello busca también disminuir los enconos que la acción de hoy está ya
generando.
Quienes creyeron de buena fe en el plebiscito del rector tendrán
que reconocer su ingenuidad. Todas esas voces que lo apoyaron sin conocer las
preguntas del mismo, supongo que reconocerán hoy que se trataba de un ultimátum
disfrazado de democracia.
Recordemos que este conflicto se inició por una baja en el
presupuesto de la UNAM para 1999, avalado por el PAN, y desde luego el PRI, en
la Cámara de Diputados. Que tal baja tenía la intención de presionar a la
autoridad universitaria a imponer cuotas. Que Barnés obedeció las
presiones.
Recordemos que la imposición de cuotas a usuarios es parte
central de la política social neoliberal que busca eliminar los subsidios
generalizados a la población (en alimentación, educación, salud, etcétera)
sustituyéndolos por subsidios focalizados a los que, a juicio de la autoridad,
no puedan pagar el costo pleno de los servicios.
Que se trataba de un ataque a la gratuidad práctica (los 20
centavos) en la UNAM. Que el asunto está cargado de fundamentalismo. Que ante
otras reformas neoliberales en lo social (como la individualización del sistema
de pensiones) no hubo importantes movimientos de resistencia.
Que, por tanto, la huelga del CGH constituye un ejemplar
movimiento de resistencia contra el dogma neoliberal. Que, por tanto, lo que
estaba en juego no eran las cuotas específicas en la UNAM, sino la posibilidad
de resistir la ofensiva neoliberal, por cierto ya en repliegue en otras partes
del mundo.
Así, resulta que los miles de estudiantes que quieren volver a
clases, y que lo manifestaron en el plebiscito, son lo que en la jerga de los
economistas se llaman gorrones (free riders). Gente que recibe los beneficios
del esfuerzo, resistencia y desgaste del CGH (no pagar las cuotas que quería
imponer Barnés), desde la comodidad de sus casas. La mayor parte de los
profesores e investigadores que quieren reformar la UNAM para hacerla más
democrática internamente (para que entre otras cosas la designación del rector
no se decida ya en Los Pinos), ¿no son también gorrones?
La carne de cañón del CGH logró convencer a todo mundo que un
congreso universitario resolutivo era indispensable, y ahora ¿Se disponen a
llevarlo a cabo sin la molesta presencia de los Benítez, los Mosh y los
Higinios, que estarán en prisión?
El verdadero derrotado, nuevamente, es el diálogo público. Este,
que fue el ''séptimo punto del pliego petitorio'' (y el más importante) en 1968,
pareció triunfar en el Palacio de Minería. Los representantes del rector
abandonaron el mismo alegando que era infructífero y echándole la culpa, como lo
han hecho también numerosos analistas y abajo firmantes, a los estudiantes. Es
evidente que el problema del diálogo en el que se discutía el formato de diálogo
tenía un problema, paradójicamente, de formato. No es posible dialogar entre
partes tan distantes, en ninguna etapa del diálogo sin un mecanismo de
intermediación y moderación. Lo infructífero del diálogo fue, entonces, un
pretexto para no seguir haciendo lo que no se quería hacer: tratar como iguales
(ese es el principio básico de un diálogo) a quienes no consideran como tales.
Las autoridades faltaron a los acuerdos a que dicho diálogo había dado lugar,
cuando se levantaron y cuando convocaron unilateralmente al plebiscito.
En el golpe militar en Chile la Democracia Cristiana no mató la
vaca, pero sí le detuvo la pata.
En la violación de la autonomía universitaria de la mañana de
ayer, fueron muchos los que detuvieron la pata a la vaca y que ahora dirán, como
el rector, ''no quisimos que las cosas llegaran a estos extremos... pero la
minoría intolerante no dejó otro camino''.
Lo mismo que dijo la Democracia Cristiana chilena después del
golpe militar.
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