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Edición N° 51 - primavera 2008

Editorial

El progreso más importante en las facultades productivas del trabajo, y gran parte de la aptitud, destreza y sensatez con que éste se aplica o dirige, por doquier, parecen ser consecuencia de la división del trabajo.
Adam Smith, en "La riqueza de las Naciones"



Un nuevo secuestro extorsivo

Ante una crisis económica de enormes dimensiones, el Jefe imperial George W. Bush presentó un proyecto en el parlamento para que se le autorice a estatizar 700 mil millones de dólares de deudas incobrables de bancos privados.

Adam Smith fue el padre del liberalismo económico, sostén imprescindible para el desarrollo capitalista moderno.
Con esta teoría, el imperialismo británico construyó un sistema perverso de dominación. Millones de seres humanos fueron seducidos por la idea de que el bienestar social se logra a partir del crecimiento económico, y que éste se sostiene en el "dejar hacer" a las fuerzas productivas, sin imposiciones ni regulaciones. Mientras Inglaterra era el país más proteccionista, exportaba el liberalismo como una enfermedad contagiosa, dando por resultado la mundialización de su modelo a través de la división internacional del trabajo.
Su lema: "haz lo que digo pero no lo que hago".
La división del trabajo, elemento primario que produce la concentración de riqueza, se profundiza cada vez que se amplia el alcance del manejo de los mercados y la especialización (a nuestros países les toca la producción de materias primas y el consumo de productos elaborados).
El capitalismo se perfeccionó y desarrolló un nuevo modelo (ahora financiero) en el que -como un gran acto de magia- transformó la riqueza de las naciones en un equivalente en metálico o papel de su propiedad. Y encerró el "dinero" o esos "valores" en los bancos, en un verdadero suceso delictivo de secuestro extorsivo, ofreciéndolo a cambio de jugosos intereses.

El capitalismo no paró allí. De la mano de Inglaterra asistimos a un nuevo acto de pillaje con el invento de las "deudas externas" negociadas en América entre las élites probritánicas y los bancos (como el caso del Empréstito con la Bahring Brothers firmado en 1824 por Bernardino Rivadavia).
Los "papeles" inflados produjeron una gran crisis hacia fines del siglo XIX. Tal como señaló el economista Silvio Gesell (a partir de conocer de cerca la experiencia argentina de la crisis de 1890), "el dinero que produce intereses y que por lo tanto no es neutral, produce una distribución injusta de los ingresos, lo que lleva a una mayor concentración del capital monetario y del capital material, monopolizando así la economía".
En síntesis, esta crisis, así como las posteriores, se sostuvieron en las espaldas de los pueblos.

La oposición a estas políticas fue dominada a sangre y fuego.
Quienes alguna vez se enfrentaron al modelo liberal, como Juan Manuel de Rosas o Solano López, fueron declarados tiranos y enemigos de la libertad. Sostenidas por el Imperio, las oligarquías nativas derrocaron a los gobiernos populares y se encargaron de encolumnar a nuestra región al orden sagrado del liberalismo.
Así, la primera medida de gobierno del traidor Urquiza fue abrir los ríos interiores al paso comercial del imperio inglés, hecho que quedó plasmado en la Constitución Nacional argentina.

Fresca está en nuestra memoria la historia (argentina y latinoamericana) de sucesivos Golpes de Estado que produjeron la continua destrucción del sistema productivo y la imposición del modelo agroexportador, así como recientemente ocurrió la entrega de las empresas del Estado durante la década del '90.
También está fresco en nuestra memoria el triunfo del grupo petrolero en las elecciones fraudulentas del año 2000 en USA (Bush), o el retiro de ese país del Protocolo de Kyoto, además de quitar los controles ambientales a las empresas y permitiendo mayor extracción de petróleo y consecuente contaminación. Asistimos también al ascenso metéorico de nuevas empresas de la mano de los Bush, tal como la gigante Enron, y su caída fraudulenta en el año 2001, tapada por el mismo presidente imperial.
El escándalo Enron podría haber dejado enseñanzas a nuestros dirigentes: mientras las revistas especializadas en economía (capitalista) la colocaban en los primeros lugares como empresa sólida, se preparaba el vaciamiento. Los empresarios vendían sus acciones en forma silenciosa licuando las enormes pérdidas entre los empleados devenidos a desocupados, los tenedores de bonos y los ciudadanos comunes, como el caso de los habitantes de California que absorbieron la crisis pagando notables aumentos en sus boletas de energía eléctrica domiciliaria.

Suena extraño, pero los seguidores de Adam Smith siguen citándolo como autor de la Biblia económica, sin ruborizarse cuando descaradamente hacen todo lo contrario.
Los grandes capitalistas son liberales cuando se trata de repartirse las ganancias que obtienen del manejo de los recursos naturales de la humanidad y del cobro de los extraordinarios intereses que les pagamos por razón de honrar nuestras deudas (fraudes) externas. Y son estatistas y acuerdan con el intervencionismo estatal en la economía cuando socializan las deudas que ellos mismos generan con los vaciamientos fraudulentos de sus bancos y empresas.
En síntesis: extraordinario el fraude que pergeñó Adam Smith; terribles los fraudes generados por las dobles contabilidades y por la apertura de los mercados de los países subdesarrollados al gran capital internacional; tremendo el fraude que significa el uso del poder de los Estados para convalidar "legalmente" la cada vez mayor concentración de riqueza en manos de una minoría de inescrupulosos y asesinos.

En este momento, la crisis de un imperio podría significar su caída, con más violencia y dolor para millones de seres humanos. Mientras tanto, los capitales continúan su marcha sin pausas para radicarse en Oriente. Y en América comienza a oirse, aún levemente, el ruido que hace nuevamente la resistencia.

José Luis Parra

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