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La articulación de la experiencia en procesos de asentamiento en el conurbano bonaerense Por:
Introducción
Los procesos de “toma de tierras”
en Solano (1981) y La Matanza (1986) suelen enmarcarse en un modo de
acción directa característico del final de la dictadura
y comienzos de la transición democrática (Jelín,
1985; Merklen, 1991, 1999, Vommaro 2007). Éstos tienen
estrecha relación con las acciones promovidas por las
Comunidades Eclesiales de Base (CEB) como expresión de un
militantismo “social” que se define a partir del
establecimiento de “ejes concretos de acción local”
y de las disposiciones que caracterizan la vida
cristiana
(Gutiérrez Merino, 1983). Así, la prescripción
acerca de los modos adecuados de intervención no está
disociada de la postulación de disposiciones éticas que
regulan todos los aspectos de la vida de las personas que las llevan
a cabo.
En la
literatura más referenciada estos procesos han sido abordados
desde las teorías de la acción colectiva, señalándose
continuidades y rupturas como los procesos de luchas y demandas
llevadas a cabo por los sectores populares residentes en áreas
urbanas (Jelín, 1985, Merklen, 1991, et al). Entre las
primeras, se señaló el “fomentismo” como
una práctica recurrente y distintiva de estos sectores (Jelín,
1985).
Las
personas que han participado en las tomas de La Matanza suelen
referir la conformación de los asentamientos en Solano como
“el ejemplo” que han seguido en su accionar. En este
sentido, la planificación de un trazado urbano regular, la
disposición de modos de organización comunitaria para
la toma de decisiones, y la tramitación colectiva del acceso a
los servicios han sido resaltados como aspectos centrales de ese
“aprendizaje”.
Nuestra investigación nos
permite sostener que esta
transmisión de aprendizajes pone de relieve el rol que
adquirieron personas vinculadas a la CEB de Quilmes y de La Matanza
en el proceso.
En este artículo nos detendremos a analizar el
proceso de conformación de tres asentamientos: El Tambo, José
Luis Cabezas y 8 de Mayo. En este proceso se conformaron tres
organizaciones territoriales: La Cooperativa Unión Solidaridad
y Organización (USO) en El Tambo, la Junta Vecinal del barrio
José Luis Cabezas y el Proyecto Comunitario 8 de Mayo en el
asentamiento que lleva el mismo nombre. Estas tres organizaciones
territoriales confluyeron en la Federación de Tierra, Vivienda
y Hábitat (FTV) de la Central de los Trabajadores Argentinos
(CTA) entre 1999 y 2005, como parte de la movilización
piquetera del conurbano bonaerense (Cross, 2008). Nuestro estudio se
centra en la etapa previa a esta confluencia para dar cuenta de los
aspectos que vinculan los distintos procesos de conformación
de los asentamientos.
En este sentido queremos resaltar la
persistencia de ciertas formas de hacer
que fueron
configuradas en ese marco. Éstas involucran no sólo
conocimientos prácticos acerca de los modos de gestionar la
“toma”, sino fundamentalmente la definición de
aquello que resulta
justo
y posible
en un determinado territorio frente a una “necesidad”.
Consideramos que el concepto de experiencia es el que mejor se ajusta
a la comprensión de la conformación de los
asentamientos, en tanto permite dar cuenta de las huellas
que articulan como
proceso distintos momentos y a su vez permite incorporar en el
análisis aquello que se plasma en la subjetividad y en los
cuerpos de las personas que han transitado una determinada situación.
La utilización de este enfoque nos permite superar las
dificultades que plantean conceptos como el de participación,
asociados a la acción colectiva, que suponen una exterioridad
de los procesos respecto a las personas que los llevan a cabo.
Este trabajo ha sido el resultado de
una investigación cualitativa
(Vasilachis de Gialdino, 2006) sobre cinco organizaciones
territoriales del conurbano bonaerense –entre las que se
cuentan la Cooperativa Unión Solidaridad y Organización
(USO) y José Luis Cabezas de La Matanza y el Proyecto
Comunitario 8 de Mayo, de San Martín- realizada entre 2001 y
2007 en el marco de un beca doctoral del CONICET y con el apoyo del
National Centre for Competence in Research (NCCR) con sede en Berna,
Suiza. En este marco se han analizado fuentes primarias
–fundamentalmente registros de observación de
actividades cotidianas, entrevistas en profundidad y documentos- y
secundarias que han sido trianguladas para la elaboración de
categorías y proposiciones teóricas con el fin de
producir teoría basada en los datos (Glaser y Strauss, 1967).
Estas proposiciones han sido contrastadas con las de estudios sobre
procesos similares, a cuya especificación hemos pretendido
contribuir (Yin, 1984).
A los fines de dar cuenta de los
modos en que la experiencia permite expresar las huellas
que establecen la
conexión entre los procesos analizados, comenzaremos por dar
cuenta de las herramientas conceptuales que organizan la exposición
de nuestros resultados. Por ello, en el primer apartado, presentamos
nuestro enfoque. En el segundo,analizamos las tomas de tierra de los
’80 en Matanza y el modo en que éstas se expresan como
huellas en la conformación del asentamiento José Luis
Cabezas. En el tercero estidiamos la conformación del
asentamiento 8 de Mayo a fines de los ’90. Finalmente, damos
cuenta de los aportes de nuestro trabajo en relación con el
abordaje propuesto.
Participación y
experiencia como abordajes de la construcción del vínculo
político.
La vinculación de las personas
en determinados procesos de organización y movilización
ha sido abordada fundamentalmente a partir de dos conceptos: el de
participación
y el de experiencia.
El primero, afín a las teorías
de la acción colectiva –que han constituido el enfoque
privilegiado de procesos como los que estudiamos en este artículo-
da lugar a preguntas acerca de por qué los individuos deciden
formar parte de un determinado proceso. Estas miradas enfatizan el
rol desarrollado por los diversos actores colectivos identificados
-el estado, los partidos, el grupo de tomadores- considerando los
determinantes estructurales que explican el proceso: la falta de
vivienda, la situación política, el descrédito
de las instituciones tradicionales.
Las perspectivas que parten del
concepto de experiencia, en cambio, ponen en primer plano la
subjetividad de las personas y al mismo tiempo consideran, retomando
la metáfora de
James (1996) el “flujo inmediato de vida” como sustrato
sobre el que se construyen sentidos sustentados en formas y
estructuras de vida.
Retomando la idea de que la vida se
vive y la historia se narra (Ricœur, 2000),
partimos de considerar que aquellos aspectos que se ponen de
manifiesto en la narración dan cuenta del modo en que las
personas se sitúan en el mundo social, frente o junto a otras
personas y respecto a los objetos. En el “acto de narrar”
se pone de manifiesto el carácter temporal de la experiencia
humana, a través del proceso de “elaboración de
la trama” que permite articular un discurso. Este proceso
consiste principalmente en “la selección” y
“disposición” de “los acontecimientos y de
las acciones narradas” que permiten identificar “agentes,
medios, fines, consecuencias no deseadas”. En este sentido,
“ninguna acción es un principio más que en una
historia que ella misma inaugura”; y a la vez “ninguna
acción es tampoco un medio más que si provoca en la
historia narrada un cambio de suerte”, por lo que, finalmente
“ninguna acción, considerada en sí misma, es un
fin” (Ibidem: 191).
En este sentido, las narraciones
respecto a la propia vida no pueden pretenderse más o menos
auténticas que cualquier otro conjunto de prácticas
socialmente organizadas (Atkinson y Silverman, 1997). Por tanto, a lo
que pretendemos acceder no es a la vida de las personas sino a los
relatos a partir de los cuales articulan su experiencia
en un marco temporal
Siguiendo a Ricœur (2006),
entendemos que la
síntesis temporal que permite (re)construir lo actuado en
términos de proceso, es posible a partir de rescatar las
huellas
que dan cuenta del cambio de aquello que puede ser reconocido bajo
nuevas formas. Todas las huellas están en el presente; y
depende siempre del pensamiento que la interpreta que algo pueda ser
considerado como tal. El enigma de la huella es que “es un
efecto signo de su causa” que sólo puede comprenderse
mediante “la dialéctica de la aparición, la
desaparición y la reaparición”, la cual tiene
lugar a partir de la persistencia de atributos que permiten
identificar las cosas y establecer la responsabilidad de los/as
agentes, más allá del paso formal del tiempo (Ibidem:
145-148).
En este sentido, coincidimos con este
autor en que las
representaciones no son “ideas flotantes que se mueven en un
espacio autónomo”, sino “mediaciones simbólicas
que contribuyen a la instauración del vínculo social”.
Estas comunidades de valores se manifiestan, para Ricœur, en el
proceso de justificación, el
cual permite identificar el posicionamiento social de los sujetos
respecto a sus expectativas de “éxito
social” (Ibidem). A
partir de esta conceptualización pasaremos en lo que sigue a
analizar los procesos de tomas de tierras de los ’80, dando
cuenta de las huellas que se evidenciaron en la conformación
del asentamiento José Luis Cabezas.
La conformación de los
Asentamientos
“El Tambo” y “José Luis Cabezas”.
Como
hemos señalado, la bibliografía especializada establece
que las tomas de tierras que tuvieron lugar en 1981 en la localidad
de San Francisco Solano, Partido de Quilmes, inauguraron una práctica
de acceso a la tierra y a la vivienda para los sectores. Los relatos
de nuestros entrevistados/as dan cuenta de la influencia de la
conformación de asentamientos en Solano, para comprender el
proceso de “toma de tierras” que en 1986 dio lugar a la
conformación de los barrios El Tambo, 22 de enero y 17 de
marzo en La Matanza. Para dar cuenta del proceso de transferencia de
aprendizajes es necesario atender a la conformación de las
CEB a partir de la coordinación del Obispado de Quilmes.
Éste
fue creado en 1976 con jurisdicción sobre los partidos
bonaerenses de Quilmes, Berazategui y Florencia Varela bajo la
conducción de Jorge Novak. Este obispado se destacó por
su posición activa en la defensa de los derechos humanos
durante la dictadura y por favorecer la conformación de CEB.
En relación con esto último, cobró particular
importancia la creación de la parroquia Nuestra Señora
de Itatí, a cargo del Presbítero Raúl Berardo,
quien recuperando las prácticas de movilización de
sectores laicos que había instrumentado en Avellaneda a fines
de los ‘60, alentó la creación de dichas
comunidades y fomentó la descentralización en la
administración de los sacramentos (Mallimacci y otros, 2006).
De
acuerdo con sus promotores/as, el principal “objetivo”
fue construir “un espacio de compromiso social y de militancia
política” que tiene lugar en “el modo de concebir
su fe religiosa”, desde la cual la pobreza no era un “problema
de conciencia moral”, sino –antes que nada- una “cuestión
política” (Gutiérrez Merino, 1983). Por eso, ha
sido considerado que “el gran desafío” que
interpelaba a “estos cristianos que viven su fe en medio de los
pobres” ha sido la pregunta acerca de “cómo ser
verdaderamente cristianos en un mundo de miseria y exclusión”
frente a la cual han planteado “vivir su práctica de fe
en términos de compromiso social y militancia política”
buscando la “transformación de la sociedad desde los
pobres y desde su propia fuerza” dado que “ven en ellos
al nuevo sujeto histórico” (Fara 2006: 19-20)
En este sentido, se ha interpretado que la constitución
de las CEB formó parte de “una estrategia de abordaje
integral hacia la política y la sociedad”, que prescribe
modos de acción política, junto con disposiciones del
carácter, preceptos morales y posicionamientos ideológicos
de carácter fuertemente antiliberales propios de la Iglesia
Católica argentina. De esta forma tuvo lugar una ruptura en la
distinción entre la acción pública y privada que
permitió a la religiosidad trascender esta última. Así
lo que se buscaba erradicar fue a la vez un rumbo definido
políticamente, el “modelo neoliberal”, una
posición subjetiva, el “individualismo”, y una
disposición íntima, “el hedonismo”
(Donatello, 2002).
Algunas
estimaciones señalan que para 1980 había cerca de 1000
personas movilizadas por las 300 CEB establecidas en el Obispado de
Quilmes (Vommaro, 2007). Las CEB de Quilmes agrupaban a 20 o 30
jóvenes, quienes elegían a su “animador/a”.
Un estudio llevado a cabo en el año 2002 a partir de la
lectura y el análisis de los documentos eclesiales, señalaba
que “el/la animador/a” de una CEB podía ser
cualquier persona adulta, que no estuviera divorciada o en
concubinato, que contara con el apoyo de “su cónyuge si
es casado(a)”, y no tuviera “militancia política
activa”. Asimismo, debía reunir como “condiciones
personales de índole general”: “sensibilidad ante
los problemas humanos de su sector”, “comprensión
ante las debilidades de los demás”, “tolerancia a
las frustraciones”, y tenía que ser “responsable,
amistoso, cercano a la gente y servicial”. En
este marco, nuestros/as entrevistados/as afirmaban que la promoción
y el sostenimiento de las “tomas de tierra” para la
construcción de viviendas resultó una de los proyectos
más difundidos entre las personas vinculadas a estas CEB, en
tanto respondía no sólo a una necesidad
concreta sino también a una
intervención centrada en lo local.
Según nos fue relatado, el acceso a la vivienda por parte de
los sectores populares había seguido hasta entonces dos
patrones principales, el alquiler y la autoconstrucción en
terrenos adquiridos en cuotas o en el predio habitado por las
generaciones mayores. De
esta forma, la Parroquia Nuestra Señora de Itatí se
constituyó en un sitio de referencia para quienes padecían
problemas de vivienda en tanto: “allí se daban los
números a los que correspondía cada lote, se reunían
las CEBs y los animadores, y, una vez constituidos los asentamientos,
el lugar funcionaba también como sede habitual de la comisión
coordinadora” (Vommaro, 2007:12). Además de este espacio
de coordinación local, existían espacios de encuentro
entre las personas vinculadas a CEB de distintas diócesis lo
cual favorecía la transmisión de aprendizajes entre
ellas.
En
La Matanza, las CEB fueron impulsadas por el Patronato Español
de la Orden de los Salesianos, fundamentalmente desde la parroquia
del Sagrado Corazón. Justamente en uno de estos grupos
participaban quienes luego se constituyeron en líderes de las
“tomas de tierra” en la zona. A partir de su vinculación
con “tomadores/as” de Solano, éstos/as jóvenes,
junto a otros/as, tomaron conocimiento de las prácticas que
habían permitido conformar asentamientos como El Tala. Así
nos fue contado:
O sea, la militancia en comunidades eclesiales de base
es la etapa anterior de la toma de tierras, tanto en Solano como en
La Matanza. ese momento, en los 80, se parió un modelo de
organización comunitaria que disputa con el modelo neoliberal
de organización comunitaria. […] Nosotros volcamos lo
que se fue gestando durante cuatro o cinco años en Solano,
sobre todo en [el asentamiento] El Tala en Matanza y a partir de ahí
se conformó la Cooperativa USO. (Rubén, 45 años,
5 hijos/as, 2003)
De
acuerdo al testimonio de Rubén, quien fue uno de los
principales líderes de este proceso, el aprendizaje adquirido
a partir de vincularse con los/as “tomadores/as” que
conformaron el asentamiento El Tala fue lo que permitió, años
después, constituir el barrio El Tambo y la organización
territorial asociada a este barrio la Cooperativa Unión,
Solidaridad y Organización (USO). El proceso de “toma de
tierras” que permitió la conformación del barrio
El Tambo junto con los asentamientos 22 de enero y 17 de marzo, tuvo
lugar en la Matanza entre fines de 1985 y principios de 1986. En
este marco se conformó El Tambo, a partir de un episodio de
“lucha territorial” en el que hubo “muertos y
heridos, enfrentamientos con la policía y los servicios de
inteligencia, conflictos con los barrios residenciales, y solidaridad
de las villas” (Merklen, 1991), en el que se afianzó un
“modelo de organización comunitaria” que pretendía
diferenciarse del “modelo neoliberal”.
En
cuanto a este “modelo comunitario” los textos
especializados (Merklen, 1991; Calvo, 2003, Vommaro, 2007) y los
testimonios relevados coinciden en la similitud de las prácticas
organizativas de “las tomas”, tanto en Solano como en
Matanza. Estas se estructuraban en torno a la manzana como unidad
organizativa. Por cada una de estas unidades se nombraban
“delegados/as” y “sub delegados/as” que
participaban de una “comisión interna” por barrio.
En éstas se designaba a quienes conformaban la “comisión
coordinadora”. Ambas “comisiones” tenían
ámbitos de competencia diferenciados, la primera, se ocupaba
de las cuestiones locales,
mientras que la otra llevaba a cabo las negociaciones
en torno a la regularización de la
tenencia de los terrenos, la provisión de los servicios tales
como redes sanitarias, electricidad, transporte público,
educación, salud, etc. y las cuestiones de política
general (Calvo, 2003).
Por
su parte, estos/as “delegados/as” debían acreditar
ciertos atributos en relación con sus condiciones de vida –ser
jefes/as de familia, vivir en forma permanente en el barrio, dar
“ejemplo de conducta”- y con sus capacidades –“escuchar”,
“comprender”, “resolver problemas”,
“liderar”-. Estas disposiciones que han sido definidas
por nuestros/as entrevistados/as como “entender la política
como un servicio” y “como una ocupación de tiempo
completo” nos permiten observar la persistencia de la
“formación política” de las CEB en estos/as
líderes.
Asimismo,
la participación en un proceso de “toma”
instauraba un aprendizaje específico para todas las personas
que participaban en él respecto a las prácticas que
regulaban la cotidianeidad en esos espacios. Las condiciones de
precariedad de los primeros días, en los que tuvieron que
soportar, además, las inclemencias del tiempo y las tensiones
derivadas de las amenazas represivas o las agresiones de ciertos
grupos identificados con organizaciones para-policiales (Merklen,
1991), dieronlugar a una fuerte incertidumbre respecto a la
posibilidad de sostener “la toma”. En este punto, la
“confianza” que transmitían los/as líderes
se resalta en la mayor parte de los relatos. Asimismo, la afluencia
permanente de familias con expectativas de instalarse provocói
fuertes conflictos y a situaciones de mucho padecimiento visto la
dificultad de poder “conseguir el lote”.
El
“boca en boca” mediante el cual se difundió la
noticia de que iba a haber una “toma” había hecho
que la cantidad de familias y la superficie involucrada fuera mayor a
lo inicialmente previsto. Las “tomas” que dieron lugar a
los barrios El Tambo, 22 de Enero y 17 de Marzo fueron pensadas
inicialmente como una movilización de 200 familias en 60
hectáreas, aunque finalmente fueron 4000 distribuidas en 180
hectáreas. Una vez “ocupado” el espacio, “poner
el cuerpo” era la única forma válida de afirmar
los derechos sobre éste, como puede verse en este testimonio:
[En la toma de El Tambo] fui uno de los primeros
también... junto con Luis, sí.[…] yo me enteré
de casualidad... escuchando acá, escuchando allá,
escuchando en todos lados ¿viste? y vine. Todavía no
habían tomado y me decían que no había más,
pero vine igual. ¿Viste cuando vos necesitás algo
imperiosamente que decís “y bueno, me juego”? […]
Yo trabajaba en ese tiempo en el matadero [Frigorífico
Yaguané]. La toma fue un domingo y el lunes tenía que
ir a trabajar... y nosotros teníamos la producción
¿viste?. O sea, ganábamos mil pesos por mes; faltábamos
un día y nos descontaban quinientos por el tema de la
producción ¿sabés? O sea, había que ir o
ir. Entonces, yo me tenía que quedar para solucionar mi
problema de tierra, de vivienda y de trabajo; las dos cosas... Y
entonces, ¿qué hice?, me voy a mi casa [la de su
familia de origen], porque yo vivía allá y le digo a mi
hermano “cortame la mano”; y me cortó acá,
viste... me hizo un tajo acá [muestra su mano izquierda] y me
fui después a curarme el martes, miércoles... Me voy al
médico del matadero y me dice “¿Por qué no
viniste?” y “No ve que estoy cortado y no puedo venir,
no puedo trabajar”. Porque ¿sabés qué
pasaba? Si abandonábamos esto, se metía otro. A mí
me pasó... nos metimos el 6 [de enero] y cuando llega el 20
voy a cobrar la quincena; voy, cobro y vengo... cuando vengo, donde
vivía yo, el terreno que habíamos dejado para mí
ya estaba ocupado por otra gente y ahí tenés que
pelearte y que esto que lo otro... (Facundo 1, 52 años, 7 hijos/as, 2004).
El
testimonio de Facundo recogido en el año 2004 nos permite
acceder al dramatismo que adquiría la experiencia de las
“tomas” en la vida de sus protagonistas y a la vez
muestra la forma en que se establecían los derechos sobre la
tierra en este contexto particular: “estar” era lo que le
aseguraba a las familias “tomadoras” la posesión
de sus lotes, la cuál debía ser reconocida en primera
instancia por sus propios/as “nuevos/as vecinos/as”. En
los primeros días se asignaron los terrenos y se designaron
los espacios donde luego se marcarían las calles y se
construirían las plazas, las escuelas, etc. Los lugares
disponibles para la construcción de viviendas no podían
“abandonarse” una vez conseguidos, porque era inminente
el riesgo de que fueran ocupados por otras familias.
En
otro encuentro, Facundo nos contó que en el momento de la
“toma” estaba atravesando un momento particular de su
vida. Su esposa, Felisa, con quién se había casado 15
años antes, teniendo el 19 y ella 17, estaba gravemente
enferma. De sus 7 hijos/as, 5 “estaban en la escuela” y 2
trabajaban, a pesar de ser adolescentes. Su hermana “le daba
una mano” en el cuidado de los/as más pequeños/as
y de Felisa mientras él iba a trabajar en el frigorífico.
Conocedor
esta situación decidió provocarse una herida en una
mano que se constituyó en una marca permanente en su cuerpo.
Esta herida le permitió quedarse en el terreno apropiado y
justificar su ausencia en el trabajo. La marca que se hizo en la mano
izquierda lo acompañó desde entonces. La discapacidad
de la que adolecía le impidió conseguir nuevos empleos
como “matarife” una vez que lo hubieron despedido, años
más tarde. Sin embargo, estas nos fueron las únicas
marcas que dejó en él este proceso. El aprendizaje
adquirido le permitió participar en un proceso similar en los
’90: la “toma” que dio lugar a la conformación
del asentamiento José Luis Cabezas. Así nos lo contó:
Y cuando fue la toma acá -digamos- en el
[Asentamieno José Luis] Cabezas; hubo mucha gente que había
estado en El Tambo. La mayoría había estado, eran
familiares, eran los hijos de la gente de El Tambo. Haber estado en
la toma de El Tambo fue lo que me impulsó ante los compañeros,
porque yo tenía cierta experiencia con todo lo que pasó
ahí... algo de eso volcamos acá... por el tema
organizativo y todo eso. […] Nosotros éramos muy
referentes para ellos porque todos nos conocían de la toma de
El Tambo, ¿no? (Facundo, 52 años, 7 hijos/as, 2004)
Este
testimonio pone de relieve el proceso de aprendizaje y transmisión
de la experiencia en la acción entre dos generaciones de
“tomadores/as”. El hecho de “haber estado”
validaba las capacidades
de Facundo para “impulsar” este proceso, porque dado que
la mayor parte de los/as “tomadores/as” eran
descendientes de quienes habían constituido El Tambo, los/as
protagonistas de este proceso fueron reconocidos/as
por los/as nuevos/as tomadores/as como “referentes”. Sin
embargo, la importancia del aprendizaje adquirido en la práctica
no se puso de relieve en forma inmediata sino a partir de las
frustraciones experimentadas en los primeros intentos de “tomar”,
como puede verse en este testimonio:
Nosotros vivíamos varias familias en una casa, en
un mismo terreno... por la superpoblación, lugar no había
y entonces, fui uno de los primeros que inició prácticamente
esto acá... ¿por qué? Por la necesidad...
Entonces fuimos a buscar terreno... Eso fue en el ’97... y
bueno, dijeron que iban a venir [otras personas a tomarlo] porque
esto era un campo, un basural y acá bueno... enterraban los
caballos, traían los coches que desarmaban en el medio del
campo, había jeringas y se venían a drogar los chicos
y, para colmo, era un peligro, había violaciones y esas
cosas... Y entonces decidí juntar un par de vecinos porque
digo... ¿por qué va a venir gente de otros lados a
tomar estos terrenos de acá? Viste cuando te querés
hacer el dirigente fatal... [risas] Bueno, pasó así...
La cuestión es que me puse a hablar con varios vecinos, junté,
hice unas reuniones y el primer día de toma... bueno, nos
sacaron volando de acá... y después decidimos tomar,
éramos ocho o diez que habíamos empezado esto... pero
después cayó gente de todos lados y se fue armando el
grupo. Obviamente que fui parte de la primera Comisión que se
formó... después a mí me superó, porque
no estaba capacitado para llevar adelante esto; hubo compañeros
que estaban más capacitados que yo... y bueno, quedaron al
frente ellos... yo estuve siempre apoyándolos -viste- desde mi
lugar... Y después -bueno- no nací dirigente, la gente
me fue haciendo... la necesidad misma también... o sea que no
es que yo ya venía trabajando en una agrupación, en una
cooperativa o en una asociación civil... No, simplemente la
necesidad me llevó a esto y fui aprendiendo al hacer y gracias
a la experiencia de los otros compañeros. (Ramiro, 43 años,
6 hijos/as, 2004)
Ramiro
contaba que el rumor de que un descampado ubicado cerca del hogar que
compartía con su familia de origen, iba a ser ocupado le dio
el impulso para “organizar” la “toma” de
estos terrenos. No podía permitir “que vinieran de otros
lados” a “tomar” este espacio dado que él y
su familia “necesitaban” un lugar en que edificar su
vivienda. En este sentido, la “toma” comportaba dos
beneficios: por un lado descomprimir la situacional habitacional en
su barrio, en el que había “superpoblación”,
por otro, dar un uso a ese “terreno” que constituía
un “peligro” para los/as vecinos/as por ser una fuente de
contaminación y un ámbito en el que usualmente se
cometían delitos.
Para
ello convocó a varias reuniones en las que buscó
interesar a otras personas en llevar a cabo la “toma”,
con las cuales organizó la ocupación de este espacio.
Sin embargo las cosas resultaron mucho más complicadas de lo
que esperaba y se sintió “superado” frente al
desalojo y a la incapacidad de dar curso al proceso, sobre todo en la
medida en que se fue ampliando el número de familias con
pretensiones de instalarse en ese lugar.
De
esta forma se reveló indispensable el aporte de los/as
“compañeros/as” más capacitados/as, como
Facundo. Así, Ramiro aprendió que el/la “dirigente”
territorial se constituía como tal en la acción a
partir de experimentar el proceso con la ayuda de quienes tenían
el saber hacer necesario y contaban con las herramientas para
enfrentar las situaciones, muchas veces imprevistas, que comportaba
una “toma”. Esto permitió que en un segundo
intento el “barrio” comenzara a consolidarse, como puede
verse en el testimonio de otro de sus protagonistas:
A nosotros ya nos avivaron los compañeros que
habían estado con el Tambo. Para distribuir los terrenos
hicimos un censo... una especie de decantación de la gente que
tenía casa. Entonces bueno, había un trabajo fino
porque vos tenías... nosotros habíamos hecho un censo,
entonces sabíamos dónde vivía, entonces íbamos
a visitarlos... no te preguntábamos a vos si vos tenías
casa; le preguntábamos a los vecinos, si vos vivís acá,
si cuánto hace que vive, si es propietario o si vivís
de prestado... entonces también se hizo eso; un laburo muy...
No fue una toma de que se quedaba el que estaba nada más; se
quedaba el que necesitaba... Es el tema de los asentamientos... mucha
gente por ahí agarra el terreno para después
venderlo... por ahí después lo vende por cincuenta
pesos... nosotros éramos 250 familias acá y había
terreno para 168... por eso también el trabajo del censo...
para seleccionar el que realmente necesita... Ahora si después,
vos te quedaste y vendiste tu terreno bueno, pero... nosotros en ese
momento hicimos lo mejor posible... después bueno, si vos no
cuidás tu terreno o se te metió alguien... ya no es
cosa nuestra... a vos te damos tu lugar, tu terreno y de ahí
vos sos el dueño de tu terreno. Primero nos ocupamos de los
terrenos cuando no eran de nadie. Una vez que tenés tu
espacio, vos tenés que cuidar tu lugar. (Paulo, 29 años,
4 hijos/as, 2005)
Como
puede verse en este testimonio, el problema de la “distribución”
de los “terrenos” planteó dificultades similares a
las atravesadas por los/as “tomadores/as” de El Tambo. En
primer lugar la construcción de un asentamiento significaba la
delimitación de los lotes conforme a criterios que respetaran
los trazados urbanos convencionales, lo cual establecía de
hecho los límites para el traslado de las familias: había
lugar para 168 lotes. Dado que unas 250 familias aspiraban
instalarse, se llevó a cabo un “censo” con el fin
de identificar a quienes “necesitaban” el terreno para
vivir. Esta selección era necesaria
para evitar que el “asentamiento” se convirtiera en una
“villa”. Como ha sido señalado en otros trabajos,
es la configuración espacial de los asentamientos, en términos
de “una casa por lote, generalmente rodeada por un jardín”,
lo que los distingue de las “villas”, las cuales se
caracterizan por “ser un conjunto altamente hacinado de
viviendas muy precarias, distribuidas en el terreno casi unas sobre
otras, a las cuales se llega por pasillos muy estrechos y
zigzagueantes” (Merklen, 1999: 5)
La
realización del censo tuvo como particularidad que no sólo
se les preguntaba a “los/as tomadores/as” respecto a su
situación habitacional, sino también a sus vecinos/as.
Una vez acreditada la “necesidad”, los/as “delegados/as”
de “la toma” asignaron los espacios disponibles, los
cuales debían ser “cuidados” por sus “dueños/as.
El rol de los/as “delegados/as” en términos de
asignar los lotes terminaba en ese punto. De allí en más,
dependía de cada familia preservar su derecho sobre la porción
de tierra asignada –lo que generalmente tenía lugar con
la instalación de una vivienda precaria-. Tampoco se hacían
responsables si algún grupo decidía vender su tierra
por $50 o si era desplazado por otro, porque “una vez que tenés
tu espacio”, “lo tenés que cuidar”.
En
el proceso de “toma”, la mayor parte de las actividades
se realizaban en forma colectiva, esto incluía desde la
consecución de los alimentos hasta la discusión de
asuntos privados. Luego, con la construcción de casas y
casillas se volvía a un régimen de “intimidad”
que daba lugar a otra economía del tiempo en el que la
dinámica comunitaria podía ser diferenciada de la vida
privada. La construcción de la casa pertenece a este según
orden, restableciendo las distinciones entre las familias –quienes
tienen casa de material y quienes no, quienes mantienen el orden y la
limpieza y quienes no lo hacen, aquellos/as que viven
“amontonados/as” y a quienes “les sobra espacio”,
etc- que en un primer momento estaban unificadas bajo el concepto de
“necesidad”.
Si
bien en La Matanza durante los últimos años se han
registrado experiencias de “autoconstrucción” de
viviendas organizadas bajo el formato cooperativo (Fara, 2006), éstas
se distinguen en los relatos de la experiencia de la toma. Del mismo
modo, el sostenimiento de la estructura organizativa de la “toma”
o su reformulación en virtud de nuevos objetivos varía
profundamente de experiencia en experiencia (Merklen, 1999). Lo que
en cambio parece ser más persistente es el aprendizaje de
ciertas prácticas y la consagración de formas no
mercantiles para acceder a la vivienda. De esta forma se consagró
la delimitación de un campo de posibilidades que no podía
ser comprendido “por los de afuera”. Así nos lo
explicaba otro de nuestros entrevistados:
Nosotros estuvimos en el 97 en una toma, y todos decían,
los periodistas, los que no conocían, decían, ¿por
qué nadie hace quilombo, nadie se asusta? Y porque todos eran
familiares […] en muchos de los asentamientos pasa así,
la mayoría son conocidos.[…] Entonces el Cabezas, el
Asentamiento Cabezas, surgió de todos los pibes que tenían
que irse de su casa, no se podían quedar más, y armaron
ese lugar. Y ¿cómo los iban a denunciar si son todos
parientes? (Esteban, Cooperativa USO).
Como se ve en el testimonio de Esteban, el proceso de
conformación del asentamiento José Luis Cabezas no fue
vivido como un hecho extraordinario, al menos por los/as vecinos/as.
El hecho de que la mayor parte de los/as tomadores/as del José
Luis Cabezas hubieran sido hijos/as de “los/as tomadores/as”
de El Tambo facilitaba la transferencia de experiencias y formas de
difundir la acción en términos de valores. En este
sentido las huellas de
los procesos de toma de tierra no sólo se expresa en las
prácticas sino también en las representaciones acerca
de lo que resulta justo.
Sin embargo, la Cooperativa USO no sólo era referenciada como
ejemplo a seguir en La Matanza, sino que también lo era en el
ámbito extra local, como puede verse en lo que sigue:
Con respecto a Luis [D’ Elia],
nosotros llegamos a tener discusiones, a veces desacuerdos, pero
también lo respeto mucho al gordo D’Elía... vos
vas a Matanza y el Jardín lo hicieron ellos, la salita [de
primeros auxilios], la escuela y todo -viste-... y uno... más
allá que después puedan pasar diez mil cosas que no
esté de acuerdo, pero hay una construcción genuina;
para mí es lo más respetable... a mí me gusta
que el barrio te respete [...] Yo pienso que si un día el
barrio nuestro es como El Tambo, me puedo morir tranquila, te digo la
verdad. (Francisca, 31
años, 3 hijos/as, 2006)
Como señala Francisca, cuando
se llega al barrio El Tambo por primera vez es muy difícil
imaginar que hace poco más de 20 años había allí
un terreno baldío. La mayor parte de las casas son “de
material”. También hay escuelas, plazas, centros de
salud y la mayor parte de las calles están asfaltadas. Hay
acceso al transporte público, electricidad, tendido de
servicios sanitarios, etc., y en todo ello ha habido una fuerte
impronta de la Cooperativa USO. Observado esta situación ella
consideraba que lo genuino de la construcción se plasmaba en
dos aspectos: el “respeto del barrio” y los resultados de
la gestión territorial; como modo de acreditar el ejercicio
del rol de dirigente territorial. Siendo ella misma una dirigente
territorial consideraba que podía “morirse tranquila”
si lograba que “su barrio”, el 8 de mayo, fuera como El
Tambo. Si bien la organización que ella dirigía, el
Proyecto Comunitario 8 de Mayo, confluyó en la FTV con la
Cooperativa USO, las vinculaciones entre estos procesos en términos
formales no puede ser establecido en el momento de constitución
de los asentamientos, como veremos a continuación.
3 El
proceso de conformación del Asentamiento 8 de Mayo.
El 8 de Mayo de 2007 el asentamiento
que lleva el mismo nombre cumplió 9 años. Para
celebrarlo se llevó a cabo una “fiesta” en la que
el “grupo de jóvenes” 2
del “Proyecto Comunitario 8 de Mayo” preparó un
texto que se leyó a través de una “radio
abierta” 3.
Esto decía el texto:
¿Te acordás cuando este barrio era una
montaña de basura? ¿Te acordás que el tamaño
de las ratas era más grande que el tamaño de los gatos?
¿Te acordás que acá atrás estaba el
desarmadero de autos? ¿Te acordás de cuántas
veces se le puso el pecho, el cuerpo y el alma a los camiones, a las
balas y a todo tipo de rata humana? ¿Te acordás de
aquel 8 de Mayo que ganamos la primera lucha? ¿Te acordás
que se fueron levantando las primeras casas sobre la basura y hasta
levantamos un comedor? ¿Cuántas veces salimos a buscar
un kilo de papas, unas cuantas cebollas, unos litros de leche? ‘Y
allá vienen más pibes, dale’ ¿Tenés
idea de cuántas ollas se hicieron? ¿Cuántas
familias comieron? Y de las reuniones, de las peleas, ¿te
acordás? ¿Te acordás que soñábamos
con tener un centro comunitario? Más grande, con atención
médica, con actividades para nuestros pibes, con una escuela.
Y vos ¿te acordás de la primera vez que viniste al
barrio? ¿Te acordás? Algunos se fueron, otros se
quedaron, otros se sumaron, hoy están acá. Hacé
memoria, muchas cosas cambiaron; muchas cosas faltan cambiar. Le
seguimos poniendo el cuerpo, el alma también. Resistimos,
estamos, peleamos... Y también festejamos. ¡Hoy
festejamos nueve años de lucha y organización popular!
Este llamado a “recordar”
formulado a los/as vecinos/as constituye una primera muestra de la
forma en que la organización territorial se situaba en
relación con el barrio. “Organización popular”,
“lucha” y fundación del barrio confluyeron en este
breve relato. De acuerdo con este texto “Poner el cuerpo”
y “el alma”, “resistir”, “pelear”,
“festejar” fue lo que permitió construir este
barrio y también el “Centro Comunitario”. La
enumeración de estas acciones señalaba las múltiples
adversidades que debieron sortear, pero también un modo de
hacerlo: “resistir”, “estar”, “pelear”.
Por eso festejar nueve años de la constitución del
barrio puede asimilarse con celebrar “nueve años de
lucha y organización popular·”.
En el Partido de General San Martín
no se produjeron “tomas de tierra” hasta los ’90, y
en este sentido la creación del 8 de mayo se insertó en
un proceso que comenzó a finales de la década y que no
se puede considerar concluido 4.
Este asentamiento se fundó en 1998 sobre un
basural a cielo abierto constituido en las inmediaciones del relleno
sanitario Zona Norte III de la Coordinación Ecológica
del Área Metropolitana (CEAMSE). Uno de los “límites”
del barrio es una “laguna” en el fondo de la cuál
hay restos de automóviles y residuos de todo tipo, los cuales,
antes de constituirse el asentamiento estaban esparcidos por todo el
predio. La mayoría de las viviendas están ocupadas por
familias con hijos/as pequeños/as, generalmente a cargo de una
mujer joven. Casi todos/as los/as vecinos/as han “ido” o
“van” a “la quema”, es decir al relleno
sanitario del CEAMSE, donde obtienen algunos “materiales”
que venden para subsistir.
Hemos observado que las viviendas son
sumamente precarias y, de acuerdo a un relevamiento efectuado en 2002
por una ONG extranjera que desarrollaba actividades en el barrio, el
85% de los/as habitantes viven en la pobreza y el 55% en la
indigencia. Una escena registrada en nuestras notas de campo permite
ilustrar esta situación. Fue en el mes de agosto del año
2004, hacía mucho frío. Luego de realizar una
entrevista con personas vinculadas a la organización barrial
fuimos con Francisca a “dar una vuelta” por el barrio.
Cuando llegamos frente a una de las viviendas, ella saludó a
un anciano a través de una ventana: “Ey! Buenas, Don
Cosme, ¿qué hace ahí?”. El vecino
respondió: “Le cambié la casilla a la Matilde,
porque acá da sol todo el día y a ellos no les gustaba,
y yo tenía frío”.
Las casillas en cuestión no tienen más que
un pequeño ambiente semicubierto con cartones y algunas
chapas. No cuentan con puertas, unas telas cubren la entrada. Así
son la mayor parte de las casas en este asentamiento. Otras están
hechas en parte con ladrillos y en parte con chapas y cartones. Unas
pocas son totalmente de material. Nuestros/as entrevistados/as suelen
señalar que la constitución de la organización
“Proyecto Comunitario 8 de Mayo” ha estado “marcada”
por la relación con la “basura”. Así nos
fue contado:
El tema de la basura fue lo que en
realidad marcó, porque nosotros cuando nos empezamos a
organizar, no fue en función de otra cosa, sino de parar los
camiones de basura... así nace la organización 8 de
Mayo... era cómo bancamos los camiones, que no pasen más
y que no nos tiren mugre […] Entonces, ahí
arrancamos... y arrancamos enfrentándonos al poder local,
porque alguien estaba permitiendo que se haga negocio con ese
basural, y nosotros sin saber nada... sin saber nada, sin saber
absolutamente de nada... porque otra cosa es que ninguno de nosotros
venía de ningún tipo de organización, fuimos de
a poco armando el barrio. (Francisca, 31 años, 2 hijos/as,
2004)
Si bien, como veremos enseguida, Francisca había
participado en grupos de jóvenes vinculados/as a la Iglesia
Católica y otros dirigentes del “barrio” habían
sido delegados sindicales se suele mencionar la absoluta falta de
experiencia política como rasgo distintivo de los/as
dirigentes territoriales de este barrio. Este tipo de vinculación
no responde a la caracterización de “dirigentes
políticos/as” que suelen compartir los/as habitantes de
este barrio. Tampoco les permitió sentirse preparados/as
frente a las dificultades que debieron afrontar: más allá
de la “toma” en sí, “parar los camiones de
basura” se convirtió en uno de los imperativos para
avanzar en la construcción del barrio. Esto los/as situó
en un escenario de conflicto con ciertos sectores del poder local y
los/as llevó a enfrentarse con intereses desconocidos hasta
entonces. Para hacer frente a esta situación comenzaron a
organizarse, lo cual dio lugar a la conformación de lo que
luego fue el “Proyecto Comunitario 8 de mayo”.
Los testimonios relevados coinciden
en que los primeros años fueron “muy difíciles”
porque “los camiones” seguían descargando la
basura “sobre
las casillas”, no existía acceso a los servicios
públicos, y ya eran tiempos en que el desempleo y la pobreza
se hacían sentir con fuerza. Los terrenos sobre los que se
pretendía construir el “barrio” pertenecían
legalmente al CEAMSE, y no eran disputados por esta sociedad del
estado per se
sino en razón del “negocio” que se había
montado a partir de la instalación de un vertedero clandestino
de residuos. Esta situación se expresó en el modo en
que tuvo lugar la “toma” como puede verse en este
testimonio:
Y bueno, nos empezamos a organizar
algunos vecinos y que una cosa trajo a la otra... vivíamos de
una forma muy precaria, todos con nylon, con casuchas y el drama era
dónde comer por ejemplo, y decíamos “¿dónde
cocinamos?”... y estábamos arriba de un basurero... las
ratas eran gigantes, el humo era constante, la tierra se prendía
fuego por abajo […] Yo
nunca había tenido participación política antes
[…] Yo llegué a Boy Scout donde estuve muchos años...
y me echaron […] Y después nos metimos a full cuando
fue la toma. […] Un día acá llegó un tipo
que nadie sabía quien era y agarró un papel grande y
dibujó un plano de un barrio ¿no? y hablaba y hablaba.
Yo no entendía tampoco qué venía a hablar porque
no era de acá... […] Y todo el mundo “sí,
sí...”; y yo miraba las caras y todos observaban...
entonces, yo levanté la mano para hablar y le pregunté
dónde vivía él... “bueno, yo vivo acá
a cinco cuadras, pero yo voy a venir todos los días y tienen
que elegir delegados por cada sector...”. Nos dio una buena
idea con lo de los delegados, no se me hubiera ocurrido, a nadie,
elegir delegados por sector ¿no? Bueno, en algunas cosas tenía
más claridad, pero a mí me dio bronca que no vivía
acá, y entonces digo “¿Qué se tiene que
venir a meter?”, yo le dije, “Si vos no vivís acá,
entonces ¿por qué te venís a meter?... Nosotros
tenemos que ver y decir cómo vamos a hacer las casas, las
calles y todo... y además nosotros estamos aguantando que nos
vengan a tirar la basura arriba 5”
Y me enojé y salí de entre la gente porque había
muchos vecinos y empecé a caminar, no había manzanas,
no había nada. Cuando me doy vuelta, porque escuchaba
movimiento, vi que venía un montón de gente atrás
mío [se ríe]... […] Los más comprometidos
en ese momento eran los que venían las tres veces, entonces
los que venían las tres veces, eran obviamente los
delegados... empezaron a venir y llevaban a su sector las noticias...
y así empezó todo adentro del barrio... a hacer
guardias... a hacer una calle... cuánta gente hay, contar las
familias para ver cómo se acomodan en el terreno... Y así
nos fuimos haciendo junto con el barrio, de no tener ninguna
experiencia a organizar la toma (Francisca, 32 años, 3
hijos/as, 2005)
En los primeros días de la
“toma” fueron muy duros por las condiciones de vida –el
invierno estaba cerca y las casas eran “carpas de nylon”-
y porque el terreno estaba sumamente contaminado dado su condición
de “basural”. Dadas estas duras condiciones, el grupo de
vecinos/as tardó mucho tiempo en consolidarse, si bien
muchos/as de ellos/as se conocían e inclusive formaban parte
de la misma familia. Algunas personas permanecían un tiempo y
luego abandonaban su “lote” por diversos motivos, otras
llegaban a ver si podían “acomodarse” en algún
sitio disponible. Además, en el momento al que hace referencia
Francisca, que fue aproximadamente a fines de mayo de 1998, todavía
no se habían dado ningún tipo de organización
interna. No obstante, los testimonios coinciden en señalar que
Francisca y Eduardo, su esposo, se destacaban por ser sumamente
activos/as y por estar “siempre en todo” desde esos
primeros días.
En este marco, la cotidianeidad
estaba organizada a través de las asambleas y la organización
de las “ollas populares”. Según
hemos relevado estas asambleas tenían una duración
variable, no era extraño que duraran largas horas, y no tenían
un temario fijo. La principal actividad de las familias en esos
primeros meses era estar
en el predio defendiendo cada uno su “lote”, pero también
el predio tomado –lo cual implicaba, como vimos, no sólo
evitar ser desplazados/as sino impedir que los camiones de basura
siguieran arrojando su carga “sobre las casillas”- y,
entonces, “tampoco había mucho que hacer”.
Por las mañanas quienes tenían
una “changa”,
o –menos frecuentemente- un empleo, salían a su trabajo.
Mientras que las personas que tenían hijos/as pequeños/as
los/as llevaban a la escuela. Luego, a eso de las 10 de la mañana
se reunían para organizar el almuerzo. Esto implicaba
conseguir los alimentos y la leña para prender el fuego y
hacer el “guiso”. Las responsabilidades eran rotativas
pero “todo el mundo hacía algo”. Mientras
almorzaban se discutían cuestiones relacionadas con la
organización del asentamiento, pero también, en la
combinación entre proximidad y anonimato que caracterizaba
estos espacios, se “hacía catarsis” o se discutían
conflictos de las familias o entre vecinos/as.
Después comenzaba el momento
de ir a buscar a “los/as chicos/as a la escuela”, avanzar
en la limpieza de los lotes, reparar las “carpas” donde
pasaban la noche, y conseguir los recursos para preparar la cena que
se cocinaba durante la tarde y se distribuía en “viandas”.
Esta última era la principal comida del día porque
involucraba a toda la familia y se consumía en el espacio
asignado a cada una. Mientras se esperaba la cena también se
llevaba a cabo la asamblea en la cual no había temario fijo y
se sucedía la presentación de “ideas para mejorar
la toma” con la exposición de situaciones y sentimientos
personales. Dada esta configuración, “anotarse para
hablar” ante el grupo de tomadores/as no señalaba ni
requería un status, así como no anticipaba el contenido
de la alocución. Como nos dijo uno de los tomadores “Cuando
no teníamos casa, todo el barrio era nuestra casa”, todo
“se hacía y se discutía entre todos”.
Quizás precisamente por eso lo
que le llamó la atención a Francisca fue que “ese
tipo” se dirigiera al conjunto con una propuesta estructurada
acerca de cómo organizar la “toma” y la
construcción del asentamiento. Más que el hecho de que
su rostro no le resultara familiar, ni supiera su nombre, fue el modo
de hablar y la seguridad con que instruía a los/as vecinos/as
lo que la puso en alerta, dado el contraste que esto suponía
frente a las intervenciones habituales. Entonces le preguntó
dónde vivía, porque estaba segura de que no era un
“tomador”. Esto permitió que se esclareciera
públicamente la cuestión y como modo de manifestar su
desacuerdo respecto a que alguien que “no era de ahí”
pretendiera “organizar” todo, dejó la asamblea.
Los aportes que efectuó “el tipo ese” fueron
valorados, de hecho la propuesta de nombrar delegados/as fue
implementada, pero su derecho a intervenir en el proceso no fue
admitido por una parte del grupo de tomadores/as.
Así, Francisca se constituyó
en una de las “organizadoras” de la toma a partir de
reivindicar el derecho de los/as “tomadores/as” a decidir
sobre la planificación del barrio, pero también a
partir de su “compromiso”. En algún sentido, el
proceso era similar al que permitía la apropiación de
los terrenos: era estar, pero estar activamente, lo que acreditaba
los derechos, en este caso a constituirse en “delegado/a de
sector”. Para este rol se designó a las personas,
que como ella, participaban de los sucesivos encuentros que
organizaban la cotidianeidad en la “toma”. El
“compromiso” debía ser mostrado y ejercido. En
este sentido, rol de los líderes se ejercía en relación
con una variada gama de actividades, como puede verse en lo que
sigue:
Te digo que le metimos mucha garra y
bancamos todo, bancamos todo... la cana, bancamos a la gente dura, la
basura, los propios vecinos, la gente que en realidad venía
para hacer negocios y que vos tenías que pararla y que te
enfrentabas con lo que sea […] Yo me acuerdo que venía
mucha gente a decirnos “¿qué hacemos?...
¿edificamos?” “Más vale; claro que sí,
de acá no nos saca nadie”. […] Nos preguntaban y
nosotros decíamos siempre que sí (Francisca, 31
años, 2 hijos/as, 2004).
En el testimonio de Francisca se puede observar que las
tareas asociadas a la “organización de la toma”
reconocieron tres prioridades principales. En primer lugar,
garantizar condiciones mínimas que permitieran estructurar la
cotidianeidad, aunque fuera en modo “precario”. En
segundo lugar, afianzar la capacidad de actuar a partir de resolver
problemas con recursos que siempre resultaban escasos. Finalmente,
construir la confianza en las capacidades colectivas que se iban
recreando, sustentando una apuesta a futuro de la cual dependía
la consolidación del proceso. Estas tareas resultaban
centrales porque el éxito de la toma no estaba dado hasta
tanto los/as “nuevos/as vecinos/as” se apropian del
espacio y empezaran a proyectar su vida en él. Si bien el
riesgo de un desalojo violento no podía ser descartado
totalmente, sobre todo durante los primeros meses, el desánimo
de “los/as tomadores/as” constituía una amenaza
mayor para todo el proceso que la intervención represiva. En
este sentido, contar con un proyecto de construcción del nuevo
asentamiento resultó central, como puede verse en lo que
sigue:
Había gente que tomaba un
sector de tierra que era muy grande y otra gente que estaba en un 3
x 4 y tratabas de reubicarlos […] Lo que pasa es que fue
bastante loco porque también vos tenías de todo...
tenías también la gente que tomaba y querían
vender ahí nomás […] entonces bueno, nosotros
¿Cómo vamos a permitir que una familia que necesita no
tenga, y que se lo quede otra que la quería para hacer
negocio? Entonces, íbamos y los ubicábamos y ¡se
armaba un despelote! (Mauricio, 33 años, 2 hijos/as, casado,
2004).
Observamos en este testimonio ciertas similitudes con
las “tomas” antes analizadas. Respecto a las competencias
de los/as “delegados/as”, puede observarse que sus
actividades eran similares: llevar información a “su
sector” y manifestar las inquietudes de los/as “nuevos/as
vecinos/as” frente a los/as demás delegados/as, resolver
los conflictos que se suscitaban entre los/as “tomadores/as”
y establecer los espacios necesarios para trazar las calles, situar
las calles, el Centro Comunitario, etc. En este sentido había
una gran preocupación por asegurar espacios similares para los
“lotes” y un trazado de calles y espacios comunes
compatibles con un “barrio”.
A la vez se encargaban de identificar
a quienes “necesitaban” la tierra para instalar su
vivienda, distinguiéndolos/as de quienes “querían
hacer negocio”. La carga moral en este tipo de discriminación
se pone de manifiesto al considerar que, para Mauricio, era “muy
loco” que alguien se apropiara del terreno para
comercializarlo. Esa calificación de locura tiene asociada un
sentido de estar fuera
de la ley que
resulta importante destacar.
La principal diferencia que notamos respecto a las
“tomas” antes analizadas es que en este grupo no había
quienes acreditaran un saber hacer específico respecto al
proceso. Por eso, la concurrencia regular a los encuentros pautados
tres veces al día era lo que sustentaba las pretensiones de
los/as delegados/as de constituirse en tales. En el mismo sentido,
“el tipo” que les “dio la idea” acerca de
cómo organizarse no se constituyó en una referencia de
importancia porque no “vivía en el barrio”. Esto
da cuenta de que “estar”, “ser uno/a más”
constituyó en esta oportunidad un atributo más
importante que “saber”. Asimismo, integrarse
espacialmente con los/as habitantes de los barrios linderos fue otra
fuente de tensiones, como puede verse en el siguiente testimonio:
Teníamos en contra a todo el barrio... o sea
desde el asfalto para acá... el barrio Libertador, porque el
barrio veía que se armaba una villa gigante […] ya se
corrían los rumores de que iba a ser una guarida de
delincuentes y todo ese tipo de cosas... entonces teníamos que
tratar de frenar, de organizarnos entre nosotros y después
tratar de hacerles ver que nosotros queríamos formar un barrio
digno y no una villa (Mauricio, 8 de mayo).
Las tensiones con “los barrios residenciales”
que habían sufrido los/as “tomadores/as” de El
Tambo también se manifestaron en este caso. Esto señalaba
un conflicto particular en la regulación del espacio, porque
los terrenos a ocupar constituían un basural a cielo abierto,
lo cual parecía resultar menos problemático que la
conformación de una “villa gigante”. De ahí
la preocupación de estos/as primeros/as delegados/as por
“hacerles ver” a los/as habitantes de los barrios vecinos
que lo que buscaban era construir un “barrio digno”. En
este sentido, consideramos pertinente recuperar el aporte de Merklen
(1999) para quien “en la idea de asentamiento hay mucho más
que una estrategia de reproducción de las condiciones
materiales de existencia”, porque al contraponer “el
barrio”, como hábitat digno, “a la villa”,
tiene lugar un proceso de diferenciación positiva que no
podría sostenerse considerando las restantes condiciones de
vida, por ejemplo, el tipo de inserción en el mercado de
trabajo.
Como hemos visto, la “toma de
tierras” como respuesta posible
a la falta de vivienda ha sido una constante a lo largo de estos años
en el conurbano bonaerense, como también han sido similares
los conflictos que tuvieron que enfrentar los/as “tomadores/as”
y sus “delegados/as.” A partir de esta revisión
hemos podido observar que más allá de las
particularidades en cada caso, en el marco de estos procesos se han
definido formas afines de “organizar”. En primer lugar,
la apelación a las “necesidades” que sufrían
los/as participantes cotidianamente. En segundo lugar, que se
“aprendía” en la práctica y se transmitía
aquello que era posible.
Si bien, en el año 1999, el
Proyecto Comunitario 8 de Mayo se vinculó a la FTV,
liderada principalmente por dirigentes de la Cooperativa USO, el
proceso de “toma de tierras” que dio lugar al
asentamiento 8 de mayo no presenta una vinculación en términos
formales. Los hechos sobre los que nos hemos detenido ocurrieron
antes de dicha vinculación. En este sentido, resulta central
analizar hasta qué punto las prácticas de movilización
y organización territorial que estuvieron fuertemente
asociadas a la intervención de las CEB en los ’80
tuvieron continuidad en otros procesos bajo la forma de aprendizaje
colectivo. En este marco es posible identificar huellas
de aquellos procesos, pero también la apropiación y
autonomización de los mismos tanto respecto a la coyuntura en
que se insertaron como a quienes los protagonizaron. Esto muestra la
centralidad de pensar estos procesos recuperando los conceptos de
experiencia y comunidad de valores, sin los cuales sería
imposible encontrar puntos de vinculación entre los mismos. En
efecto, ni el rol desempeñado por el Estado, ni por las CEB o
los/as líderes formados en los procesos de toma de tierras de
los ’80 puede ser equiparado, pese a lo cual se observa la
persistencia en los modos de justificación
de la toma, la validación del liderazgo y la distribución
de los lotes.
Las huellas
de las
tomas y la vida en “los barrios”.
Al abordar los relatos sobre los comienzos de las
organizaciones El Tambo, José Luis Cabezas y 8 de Mayo sus
protagonistas solían resaltar el hecho de que fueron
constituidas a partir de los esfuerzos realizados por sostener los
procesos de “toma de tierra” que permitieron crear estos
barrios. En este sentido, la ocupación de tierras constituyó
un ámbito de aprendizaje a partir del cual se desarrollaron
capacidades individuales y colectivas
(Ricœur, 2006) que fueron transmitidas en la acción,
inter e intra-generacionalmente y de un territorio a otro,
permitiendo la recreación de estas experiencias a lo largo del
tiempo.
La acción desplegada transformó
permanentemente y más allá de la consolidación
de los barrios las nociones acerca de lo que era justo
y posible en relación
con el acceso a la vivienda. En este sentido hemos visto que si en la
constitución del asentamiento José Luis Cabezas no se
registraron episodios de hostilidad con los/as vecinos/as se debió
a que éstos/as habían constituido sus barrios en un
proceso similar.
Las
necesidades se planteaban en relación con una apelación
a la “dignidad”, es decir estableciendo el acceso a la
vivienda en tanto esencial, consustanciado con su condición
humana. Esta justificación
que ha sido
relevada por otros/as investigadores/as (Vommaro, 2007; Rodríguez
y otros/as, 2007), da lugar a una valoración de la “tierra”
a partir de su valor de uso y en relación con la “necesidad”
de conseguir un espacio en el que vivir. A partir de esta
representación colectiva se marginó a quienes pretenden
dar una utilización mercantil al “lote”
conquistado, instaurando una lógica del desinterés
(económico) que situó las pretensiones que quienes
“quieren hacen negocio” en el plano de “locura”,
de lo que está fuera de la ley.
En este sentido, la apropiación de la tierra en
función de la “necesidad” de habitarla y la
contraposición de esta situación frente a la de quienes
“quieren hacer negocios” señalan la especificidad
del sentido adjudicado a la acción de “tomar” un
predio para construir un asentamiento. En este marco, la “vivienda
se concibe a partir de la necesidad (y como derecho humano)”,
independientemente de su “carácter mercantil” y en
este sentido es más “un proceso” que “un
producto”, como “expresión del acto de habitar,
más que como un objeto” (Rodríguez y otros/as
2007: 16)
Asimismo, como
hemos analizado, el procesamiento de las experiencias de las “tomas
de tierra” en cada uno de estos asentamientos, permitió
no sólo conformar los “barrios” sino prescribir
modos de vida. “Estar” era el modo de acceder a los
lotes, pero también al aprendizaje. “Hacer”
permitía involucrarse y también ser parte de la
“construcción”, participar en el establecimiento
de criterios para adjudicar los recursos, los cuales a su vez se
conseguían a través de aquello que se hacía. En
definitiva, para “ser” parte, era necesario “estar”
y “hacer” junto a los/as otros/as.
Esta misma lógica es la que
permitió
consagrar a los/as “delegados/as” o “dirigentes”
como tales, quienes debían acreditar “ser uno/a más”
entre los/as “tomadores/as”, compartiendo sus condiciones
de vida y aportando al proceso desde un saber hacer adquirido en la
práctica. Este saber hacer incluía disposiciones
personales y actitudes que actualizaron las huellas
de las CEB como precursoras de esta práctica de construcción
del hábitat popular.
Asimismo, hemos podido analizar que
estos procesos no pueden explicarse con autonomía de la
experiencia de las personas vinculadas. Si bien en sus discursos se
construye una trama que relaciona la “toma” con la
“necesidad” de una vivienda, hemos podido observar que la
intervención en estos procesos no podía reducirse
exclusivamente a estos términos ni se agotaba con la
consecución del “lote”. Esta experiencia dejó
marcas en Facundo, quien necesitaba “imperiosamente” un
terreno en 1986, las cuales condicionaron el devenir de su vida en
más de un sentido: adquirió una discapacidad parcial
permanente, fue convocado a conducir el proceso de “toma”
que dio lugar al barrio José Luis Cabezas, se convirtió
en un “referente” para sus vecinos/as.
Si bien las vinculaciones formales
entre estos procesos no son idénticas, notablemente
las prescripciones acerca del modo de ser y de estar de los/as
dirigentes, de adjudicar los “lotes”, de justificar
la “toma”
son similares, lo cual permite observar la conformación de una
comunidad de valores que trasciende la acción directa de
los/as primeros/as líderes de los ‘80, pero a la vez
pone de relevancia la persistencia de las huellas
de su accionar.
La articulación de la propia
experiencia sobre la base de estos modos de ser en el mundo pone de
relevancia los límites de un abordaje que piense la
construcción del vínculo político desde la
participación. Participar supone una exterioridad de las
personas respecto al ámbito con el que se vinculan, la
existencia de intereses propios del partido o del movimiento ajenos y
en tensión con los modos de vida de las personas. Se puede
elegir participar en base a diferentes consideraciones. El enfoque
desde la experiencia invierte esta relación y permite evitar
miradas normativas que postulen modos adecuados o inadecuados de
construcción del vínculo político definidos a
priori. En este
sentido nos permite comprender la vigencia de aquellos valores que en
un determinado espacio social regulan los modos de ser en el mundo,
más allá de las demandas formuladas, el rol de
determinados/as líderes, la acción del Estado. Estos
procesos no pueden entenderse por fuera de las experiencias de
quienes los llevaron a cabo. En otras palabras: Francisca, Ramiro,
Paulo, Rubén, Mauricio, Facundo y tantos/as otros/as, no
fueron sólo participantes
sino “hacedores”, “protagonistas”. En este
sentido, su condición de “tomadores/as” no puede
reducirse al pasado ni puede ser pensada como una dimensión
de su vida, porque entonces y ahora, en función de esta se
evalúan sus condiciones de vida, se configuran sus
expectativas de éxito
social –
Francisca decía que podía “morir tranquila”
si su barrio era alguna vez como El Tambo- sus modos de relacionarse
con los/as demás vecinos/as, en otras palabras, se articula su
experiencia.
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NOTAS 1
Los nombres atribuidos a nuestros/as entrevistados/as son ficticios
a fin de preservar el compromiso de confidencialidad asumido en el
momento de efectuar las entrevistas.
2
El grupo de jóvenes está constituido por adolescentes,
varones y mujeres, que se reúnen cada sábado desde
hace varios años para compartir diferentes actividades.
3
Ésta consistía en una mesa, con algunas sillas
alrededor, apostada en la entrada del Centro Comunitario con un
micrófono conectado a un equipo de sonido.
4
En abril de 2007 se registró un intento de “toma de
tierras” que adquirió notoriedad pública a
partir de un violento intento de desalojo que tuvo lugar el 25 de
abril de 2007 y se concretó al día siguiente, el cual
fue cubierto por varios periódicos. En abril de 2008 se
intentó una nueva “toma” en predios que
pertenecían al Obispado, que también dio lugar al
desalojo de “los/as tomadores/as”, tanto del predio como
del “piquete” establecido en la Avenida Juan M. Rosas o
“la Márquez”, como le llaman los/as habitantes
del lugar. Este último no tuvo repercusión mediática
porque coincidió con un punto álgido el conflicto
entre el Gobierno Nacional y las entidades agropecuarias, lo cual
fue evaluado como “un grave error” por parte de sus
protagonistas en análisis ulteriores.
5
Como vimos, el asentamiento 8 de mayo se construyó sobre un
basural clandestino. Durante mucho tiempo los camiones seguían
llegando a depositar la basura, haciéndolo inclusive sobre
las casillas que se iban armando.
* Datos sobre la autora: * Cecilia Cross Lic. Ciencia Política, Magíster en Ciencias Sociales del Trabajo (UBA), Doctoranda en Ciencias Sociales (UBA) Volver al inicio de la Nota |
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