A 40 años del mayo francés, y teniendo en cuenta todo lo que se ha dicho -todo lo que se ha escrito en estos útimos días- es inevitable convocar a los fantasmas de los grandes movimientos populares que salieron a barrer la indiferencia y romper el estatus asfixiante del sistema opresor moderno a fines de la década del '60 del siglo pasado, en distintos puntos de la geografía planetaria.
Nuestro continente se alzó en mareas de libertad y justicia. Como reacción, la represión sanguinaria pisoteó y masacró los espíritus solidarios y cooperativos.
La salida/explosión espontánea de los pueblos en reclamo de una más justa distribución de la riqueza, fue respondida con un ataque brutal que dejó un saldo de horror bajo las botas de los gobiernos represores alineados con el gran poder del capital internacional.
Miles de desaparecidos, miles de muertos, miles de torturados a escala continental.
Una nueva Conquista de América se sumó a las páginas manchadas de sangre de los libros de la Historia verdadera.
En el fondo, tal brutalidad respondía a otros intereses, mezquinos y soberbios, injustos y criminales. Como señaló Rodolfo Walsh en su Carta a la Junta Militar argentina en 1977: "Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.
En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, disminuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar, resucitando así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales."
La oleada neoliberal -durante los '90- remató por fin los bienes sociales, pero fundamentalmente levantó un nuevo orden sobre los restos en ruinas de las construcciones comunes.
Así como los españoles utilizaron las construcciones incas en el Cuzco (hechas en roca), para erigir sus edificios "europeos" por encima, monumento permanente de la dominación y la conquista, la democracia liberal fue donada por las grandes empresas multinacionales como modo de encauzar y mantener en calma a las masas para evitar el peligro de una permanente rebeldía.
Instituciones copadas, sostenidas formalmente por el interés de las corporaciones multinacionales, con la necesaria escasa participación popular, tratan de imponerse hoy consolidando un sistema vacío de contenido, intentando desviar y contener los nuevos movimientos que impulsan a millones de seres humanos a remover tanto escombro y tanta basura.
Para Herbert Marcuse "los individuos y las clases reproducen la represión mejor que en ninguna época anterior, pues el proceso de integración tiene lugar, en lo esencial, sin un terror abierto: la democracia consolida la dominación más firmemente que el absolutismo, y libertad administrada y represión instintiva llegan a ser fuentes renovadas sin cesar de la productividad".
Este es el escenario en el que nos encontramos.
No podemos dejar de lado estos hechos dramáticos cuando intervenimos en las situaciones cotidianas; en escuelas, centros barriales, cultos e iglesias, clubes, bibliotecas, centros de adultos mayores, centros de integración comunitaria, cooperativas, centros de salud y organismos estatales.
Se renueva el desafío de plantearnos un nuevo espacio para una acción día a día más activa de investigación participativa, que incluya y nos incluya como protagonistas de esta nueva historia.
Entonces, como señaló Marcuse:
“Es preciso despertar y organizar la solidaridad en tanto que necesidad biológica de mantenerse unidos contra la brutalidad y la explotación inhumanas.
Esta es la tarea. Comienza con la educación de la conciencia, el saber, la observación y el sentimiento que aprehende lo que sucede: el crimen contra la humanidad.
La justificación del trabajo intelectual reside en esta tarea, y hoy el trabajo intelectual necesita ser justificado” (Herbert Marcuse en "El hombre unidimensional")
José Luis Parra