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Edición digital

Edición N° 49 - otoño 2008

Ensayo:
Los nadies

Por:
Lorena Agemian
* (Datos sobre la autora)


LOS NADIES

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

EDUARDO GALEANO




· A modo de apertura ·

En estas páginas no hago más que resumir y sistematizar aquellas reflexiones o pensamientos fugaces que emergen durante el proceso de mis últimas prácticas pre- profesionales de la carrera.

El trabajo con jóvenes en situación de calle interpela constantemente las “verdades absolutas” aprendidas durante la misma y pone en tela de juicio las modalidades de intervención instituidas y transmitidas a lo largo de ésta. El vacío que me producen algunas de aquellas “verdades”, la incertidumbre en torno al “desde dónde” y al “cómo” intervenir en esta problemática social compleja, me llevan a la reflexión, a necesitar poner en palabras y compartir mis interpelaciones al respecto, con miras a crear una nueva lógica de interpretación de esa estructura y de las representaciones y discursos que circulan alrededor de ella.

Por eso, mi intención es que este humilde y breve ensayo dé cuenta de los interrogantes que emergen en mí a partir de estas prácticas y de aquellas afirmaciones teóricas que me resultan útiles y a las que me aferro a la hora de intervenir con los sujetos mencionados. Útiles en tanto me permiten desnaturalizar y pensarle un nuevo “orden” posible a lo instituido, leerlo desde nuevas lógicas. Considero que la capacidad reflexionar y de seguir preguntándonos es fundamental en la tarea que nos convoca como futuros trabajadores sociales, aún más importante y fundamental que el hallazgo de nuevas certezas en torno al orden de lo social, turbulento, cambiante y escurridizo.

La institución desde la que me asomo a esta problemática es Niños de Belén, la cual funciona en un salón de la Parroquia Virgen de Luján en el barrio de Parque Patricios, Ciudad de Buenos Aires. La misma trabaja con jóvenes en situación de calle que en su mayoría habitan la zona de Pompeya. Utilizan como dispositivos de trabajo el Centro de Día que funciona tres veces por semana, y el contacto con los mismos en la calle, en sus ranchadas.

En este ensayo le daré protagonismo a la “situación de calle” y a los sujetos que la padecen. Es a partir del proceso de intervención desarrollado a lo largo de este año que he llegado a formular las afirmaciones que en las próximas páginas desarrollo. “La práctica interpela nuestro saber”, se decía a durante una de las clases, y justamente esta interpelación es lo que expongo.

He aquí, entonces, las conjugación de pensamientos y reflexiones a los que he abordado a partir del entrecruzamiento entre los contenidos de la materia y la prácticas pre- profesionales que sigo realizando, dicho en otras palabras, de “mi” intervención en lo social.


· El alcance de las palabras ·

Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela.

Antes de morir, le reveló su secreto: «- La uva- le susurró - está hecha de vino. »

Marcela Pérez- Silva me lo contó, y yo pensé: Si la uva está hecha de vino,

quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.”

EDUARDO GALEANO

Los sujetos con los que estamos trabajando ya fueron etiquetados. Son llamados por algunos como “chicos de la calle” y por otros “chicos en situación de calle” 1, siendo ambas etiquetas contradictorias según explican quienes más conocen de la materia.

La denominación “de” la calle no es pertinente porque estos jóvenes no son de allí, no provienen de allí, sino que tienen una trayectoria de vida que por diversos motivos puede haberlos llevado a permanecer durante un tiempo en la calle, por lo tanto es más apropiado el nombre “en situación” de calle, enfatizando el carácter transitorio de esta estadía, en primer lugar. Asimismo, entre profesionales y autores que promueven esta denominación, encontramos que ésta referiría también a la condición de sujetos de derechos los jóvenes y estaría implícita la idea de otra realidad posible, alternativa a la calle.

Personalmente, me parecen válidas las explicaciones dadas alrededor de estas denominaciones. Pero aparece una paradoja cuando se intenta buscar a nivel de las políticas sociales esas “alternativas” a la situación de calle que justifiquen la connotación de esta denominación.
Los “paradores” y los “centros de atención transitoria” son las respuestas más frecuentes (y más simples) que se le brinda a un joven en calle que demanda el ejercicio de sus derechos. Me refiero a los programas del Consejo de los Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes 2 y de la Dirección General de la Niñez y Adolescencia del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires 3, que ofrecen estos espacios o bien la inclusión de estos jóvenes en algún hogar como las alternativas posibles. No es mi intención aquí desglosar cada uno de los programas y analizar los mismos, pero a los fines del presente trabajo basta con afirmar que la concepción teórica desde la que se dice partir para la formulación de estas políticas, no coincide con su reflejo en la realidad concreta. Los jóvenes siguen siendo objetos que se trasladan de un lugar a otro, del parador a la calle, de la calle al un Hogar, y en lo posible, que regrese a vivir con su familia, y así sucesivamente. Se visualiza que el énfasis de la situación de calle de los jóvenes está puesto en “la calle” como espacio físico y el sujeto de derechos que se promulgaba queda desdibujado en el circuito mencionado.

Entonces, la “situación de calle” desde las políticas sociales vigentes en la Ciudad de Buenos Aires hace referencia al aspecto material de la vida cotidiana de un determinado grupo de jóvenes, invisibilizando el contenido inmaterial de la etiqueta “situación de calle”, que justamente es lo que mayor impacto produce al nivel de la subjetividad. La situación de calle de estos sujetos pierde su carácter de forma de padecimiento para convertirse en un espacio físico que se habita.

Los nombres dados a las problemáticas sociales no son inocentes, sino que como dice Reguillo Cruz 4 (parafraseando a Bourdieu) las categorías son productivas, funcionan como sistemas de clasificación social y son productos del acuerdo social y productoras del mundo. Sin embargo, por su carácter histórico social, son construidas, y en consecuencia, factibles de ser modificadas. Ya decía Bourdieu: “Pero los objetos del mundo social (...) pueden ser percibidos y expresados de diversas maneras, porque siempre comportan una parte de indeterminación y de imprecisión y, al mismo tiempo, un cierto grado de elasticidad semántica” 5 .

Creo que el nombre “situación de calle” puede convertirse en un elemento analítico para comprender cómo se entiende la problemática desde aquellos que dominan (considerando que para Bourdieu, “el que nomina domina” 6). Y justamente la elasticidad semántica de la palabra `calle´ es a mi criterio la puerta de entrada para trascender esta mirada reduccionista de la problemática. Ir más allá de la misma y poder articularla con lo simbólico y lo imaginario que comprende la denominación, permite interpretar la misma a nivel singular. El acceso a la subjetividad de los jóvenes con los que trabajamos a través de conocer qué representa, qué implica y qué significa vivir en la calle para ellos, permite interpretar su vida cotidiana desde su propia mirada y por consiguiente las estrategias de intervención pueden ser más pertinentes y adecuadas.

En fin, no basta con que la calle sea el ámbito de producción y reproducción de la vida cotidiana de algunos sujetos para padecer un problema social y ser rotulado con “en situación de calle”. La concepción que subyace a las modalidades de intervención a nivel de políticas sociales, si bien utiliza el término “en situación de calle”, no remite nada más que al lugar donde los sujetos con nuevas formas de padecimiento viven, intentando por lo tanto sacarlos de allí como única solución.
El abordaje desde la singularidad es lo que nos permite darle sentido al término “situación de calle”, interpretando a nivel subjetivo el significado de vivir en ella y a partir del cual podemos intervenir en esta problemática compleja.

Aproximación a una nueva forma de padecimiento

Entonces, a partir de reconocer que el concepto en cuestión debe ser ampliado creo que es necesario recuperar el plano de lo imaginario y de lo simbólico y explicitar aquí los mismos.

En primer lugar, amerita aclarar que hablar de “planos” de lo imaginario, simbólico y real, implica comprender un mismo fenómeno o una misma situación desde distintos lugares con fines analíticos, ya que en los tres confluyen en la situación tal cual se presenta. “Lo real” es principalmente lo que el plano imaginario y simbólico dicen que “es”.

La situación de calle de los chicos y chicas con los que trabajamos debe ser interpretada, comprendida, con miras a intervenir sobre la misma en tanto problemática social compleja. En Trabajo Social, a partir de la práctica apelamos a nuestros saberes como disciplina, la práctica nos interpela. Es así como a partir del proceso de prácticas pre-profesionales que he venido realizando, me animo a afirmar lo que expondré aquí, sobre todo acerca de la mirada que desde la profesión podemos aportar en la interpretación de esta problemática.

La cuestión de lo imaginario en torno a estos jóvenes es producto de formaciones discursivas de índole social. Circulan discursos mediáticos, oficiales, “de sentido común” (es decir, desde el marco conceptual de la ideología), institucionales, profesionales (de distintas disciplinas: trabajo social, psicología, derecho, medicina, psiquiatría) que asignan a ese “otro” que es el / la joven en situación de calle una identidad a partir de la cual se los trata. Desde la mayoría de los discursos mediáticos y “de sentido común”, se construye una heteroidentidad 7 impregnada de adjetivaciones relacionadas a la peligrosidad, la exclusión, la pobreza y la delincuencia. Es la única forma de visibilidad a estos jóvenes.
Desde los discursos oficiales se parcializa la problemática y se la fragmenta en multiplicidad de otros problemas de distinta índole: salud, vivienda, drogadicción, delincuencia, entre otros. Por su parte, hablar de los discursos de las distintas disciplinas me excede, pero lo quisiera recalcar en este plano es la primacía de la conceptualización de estos chicos y chicas como portadores de la inseguridad civil actual, perdiendo de vista su carácter de grandes víctimas de la inseguridad social que nos atraviesa a todos como sociedad.

El plano de lo simbólico hace referencia a cómo se expresa en lo subjetivo la articulación de lo imaginario y lo real, es decir, la singularidad. Por lo tanto, no podríamos exponer aquí la multiplicidad de impactos subjetivos que existen en la gran cantidad de jóvenes que están en situación de calle. Asimismo, este plano remite a las representaciones sociales que cada sujeto posee de él mismo y de su situación. Pero a pesar de no poder desarrollarlo, es el más importante a considerar en la intervención. Es desde el acceso a éste desde el cual podremos introducir un cambio, interrumpir el orden de lo real, reorganizar los elementos que lo estructuran.

Entre ambos planos circula la idea de la situación de calle como portador de un estigma, ya que quienes la padecen sufren un descrédito amplio 8 por parte de esos “otros” que poseen siempre la capacidad de inscribirse en su subjetividad. Goffman afirma que determinado atributo puede ser productor de “una discrepancia especial entre la identidad social virtual y la real”9.
El atributo estigmatizante en este caso es vivir en calle con todas aquellas implicancias que se conjugan (peligrosidad, delincuencia, aspecto físico desagradable/ sucio, etc.), que confirman la normalidad de unos frente a la anormalidad de los otros estigmatizados. Especialmente la adicción a las drogas de la mayor parte de los jóvenes en situación de calle (a la que me referiré más adelante) contribuye a fortalecer y arraigar aún más el estigma.
Ser portador de un estigma implica ser discriminado y visto como anormal, reduciendo las posibilidades de vida de ese “otro”. En el caso aquí presentado, también implica la indiferencia, o mejor dicho, la invisibilización de los sujetos que portan el estigma.

La heteroidentidad definida a nivel de lo imaginario y la autoidentidad 10 construida en el plano simbólico se conjugan dando lugar a lo real, que podríamos denominar “identidad de calle”. Esta identidad, vista como un estigma, no se adquiere de un momento para el otro, sino que se va construyendo en lo cotidiano de la estadía en calle. Esta denominación lleva el nombre del contexto en el cual los jóvenes en cuestión despliegan su vida cotidiana, a lo situacional que se inscribe en su subjetividad, es decir, la calle y por consiguiente la vida callejera.

El espacio urbano que comprende a la “calle” que habitan los jóvenes en cuestión, representa más al sentido metafórico de la definición que al material. El aspecto metafórico de la calle refiere a un “no lugar” 11, es decir, un lugar creado con el objetivo de tránsito de las personas, no está destinado a la permanencia de los sujetos. Asimismo, la calle refiere a la heterogeneidad, al encuentro con otros sujetos diferentes. Simboliza también la desprotección, en ella se encuentran los riesgos y la inseguridad civil a la que nos referimos previamente.

Duschatzky dice que la nominación “callejera” remite a un conjunto de cualidades aprendidas más allá de todo vestigio institucional 12. Continúa la autora: “Se trata de una forma de vida social hecha a la intemperie, cuyos rasgos –argucias, lenguajes, estrategias, pactos, valoraciones- son el resultado de las pruebas de supervivencia cotidiana” 13. La fuente de aprendizaje y de la socialidad es la vida urbana misma. Al respecto, la autora afirma que “no se trata de valores aprendidos en las instituciones para transferirlos luego a la vida social, sino de valores construidos al calor de las experiencias vividas” 14.

La modalidad callejera no es literalmente vida en la calle, sino vida a la deriva, vida expuesta a cualquier cosa, virtualidad disponible para una pluralidad de formas que en la misma medida en que pueden ampliar las potencias de creación social, también pueden restringirlas. La socialización a través del paso por diversas instituciones sufre una ruptura, viéndose transformada por esta vida callejera en la que las normas, los códigos, la organización en ranchadas, el tiempo ocioso o el trabajo reemplazan a la escuela y a la vida en el hogar familiar.

Amerita desarrollar brevemente un aspecto de esta nueva forma de padecimiento. Se trata del uso/ abuso de drogas (principalmente pegamento y pasta base). La adicción a las mismas puede considerarse un elemento de afirmación de la autoidentidad (en tanto se visualiza que quien no consume dice consumir para pertenecer). Paralelamente, quisiera citar aquí las palabras que la trabajadora social Silvana Rodriguez expone en un artículo: la drogadicción aparece como una opción de distanciamiento del mundo real, de satisfacción efímera, de adquisición de objetos como modo de inserción en el mercado, como forma de pertenecer, en una sociedad donde la identidad se construye a partir de los objetos, esencialmente del consumo de ellos, donde la ciudadanía pareciera restringirse solo a ello” 15.

El hecho de que los adolescentes en situación de calle, en su mayoría (considerando, al menos, aquellos con los que Niños de Belén trabaja) sean adictos a las drogas o posean un incipiente dependencia a las mismas, hasta el punto que su cotidianeidad se organiza en función de obtener las mismas u obtener dinero para comprarlas, permite relacionar la descripción que la autora mencionada realiza con la problemática de la situación de calle.
Entonces, me animaría a afirmar que el uso de drogas por parte de los adolescentes en situación de calle es un emergente de su disconformidad con la realidad que los rodea; les permite experimentar la sensación de placer, tan desdibujada en su contexto más inmediato, y principalmente pertenecer, ser parte de la sociedad a partir del consumo. Esto también configura la identidad de los sujetos protagonistas de mi relato.

· Reflexiones en torno a la intervención del Trabajo Social con jóvenes en situación de calle ·

El Trabajo Social está allí, donde el padecimiento se hace presente, donde las trayectorias se inscriben en los cuerpos; está allí escuchando relatos, observando, haciendo, convirtiendo ese padecimiento en resistencia”

ALFREDO CARBALLEDA

Ya hemos desplegado un abanico de cuestiones sobre la situación de calle. Llegó ahora el momento de retomarlas y ver dónde está el Trabajo Social en medio de esa compleja red de relaciones y problemáticas que configuran lo que consensuadamente se denomina “chicos en situación de calle” (denominación en la cual el género femenino está desdibujado). Vale preguntarnos qué lugar es propio de nuestra disciplina, qué especificidad podemos aportar, cómo intervenir, qué se debe tener en cuenta, entre otros interrogantes.

Retomando a Carballeda, dice el autor que la demanda hacia la intervención en lo social en la actualidad se vincula con la “problemática de la integración” 16. Y actualmente cabe hablar de integración porque lo social está caracterizado por la fragmentación de los lazos sociales, la incertidumbre, la sensación de falta de pertenencia a un todo social, la pérdida de espacios de socialización y la crisis de sentido de muchos de ellos, la conformación de relaciones sociales efímeras y de espacios de encuentro y sociabilidad novedosos 17. Este escenario turbulento no garantiza la pertenencia o la exclusión al mismo, sino que la posibilidad de estar fuera es la amenaza constante que acecha a todos. La vulnerabilidad no es un privilegio de determinados sectores sino que es un denominador común.

En una primera instancia podríamos afirmar que los jóvenes en situación de calle están excluidos de la red social. Aunque en realidad, la exclusión de estos jóvenes es cuestionable y relativa. Me refiero a que si bien puede afirmarse que al no estar inscriptos en las instituciones socializadoras (y disciplinarias) por excelencia, como ser la escuela y la familia, la exclusión se relativiza al verse inmersos en la red de consumo, ser consumidores tanto de productos culturales como de drogas.
Es decir, que si bien estos jóvenes pueden discursivamente ser definidos como sujetos de derechos, en la práctica no lo son, sin embargo, sí pueden definirse como sujetos de consumo y por esta vía de entrada podríamos considerarlos incluidos 18.

Desde una mirada vinculada a la intervención, la realidad de estos jóvenes pone de manifiesto la pérdida de la centralidad de las instituciones, fundamentalmente la crisis del paradigma de familia dominante, que repercute en la subjetividad de estos sujetos, expulsándolos al espacio público para apropiarse de éste y habitarlo de forma novedosa.
Aparece, de esta forma, el contexto, lo macrosocial leído desde la singularidad. Estos jóvenes podrían definirse, desde otro marco teórico como un analizador histórico, en tanto al abocarnos a su análisis y comprensión damos cuenta de un proceso histórico social influido por las nuevas condiciones del mercado y el debilitamiento de la democracia y las estructuras estables. De esta forma, intervenir a nivel de la subjetividad de estos y estas jóvenes remite al mismo tiempo a incidir, con miras a transformar, un aspecto de la cuestión social tal como se presenta hoy, como la vivimos y padecemos hoy.

Asimismo, podríamos denominar a estos jóvenes no como sujetos de intervención, sino como protagonistas de una escena, en la cual se entrecruzan guiones y papeles que a nivel micro permiten leer e interpretar la realidad que los rodea, es decir, su vida cotidiana. En realidad, de lo que se trata es de interpretar desde algún marco conceptual la realidad en la que somos llamados a intervenir. Me resulta útil tomar como posible vía de entrada a la situación actual de esta intervención en lo social lo que Carballeda denomina “escenarios de la intervención” 19.
Me estoy refiriendo, a partir de la denominación de “protagonistas”, a una tendencia dentro de las ciencias sociales que el mismo autor nos presenta y traduce en términos de la profesión que nos convoca, pero que en realidad tiene sus antecedentes en la Escuela de Chicago y en la propuesta de Goffman en relación al desarrollo de la microsociología.
Entonces, la vida cotidiana de los jóvenes en situación de calle es el escenario por excelencia para interpretar lo simbólico, lo imaginario y lo real que configuran la situación de calle de estos jóvenes. Si bien la recuperación de la vida cotidiana como espacio microsocial ideal o más favorable como ámbito de intervención en lo social puede resultar de gran utilidad para abordar diversas problemáticas sociales, en el caso de ésta adquiere mayor centralidad la vida cotidiana por la ausencia de inscripción de los sujetos en instituciones.
Esta afirmación puede ser cuestionada considerando que los enunciados aquí expuestos fueron formulados a partir de mi inserción como estudiante en una, justamente, institución, cuya misión se vincula a intervenir y trasformar la realidad de dichos jóvenes. Pero lo interesante de recalcar aquí es que Niños de Belén brinda servicios vinculados con la reproducción de la vida cotidiana y por la mayoría de los jóvenes que concurren a la misma, el espacio es apropiado como su hogar. Allí se bañan, meriendan, cenan, juegan, expresan sus preocupaciones, hasta duermen y se les lava y guarda su ropa.

Retomando la concepción de “escenarios de intervención”, tanto en la institución como en el contacto que los trabajadores sociales de la misma llevan a cabo en calle con los mismos jóvenes, el acceso a su subjetividad se realiza a través de interpretar los papeles que juegan en ambos espacios, los códigos de reconocimiento y sanción que circulan en la relación con los `otros´ y en función de quiénes sean esos `otros´ (pares, amigos, enemigos, familiares, transeúntes, policías, comerciantes, clientes... trabajadores/as sociales), las normas, los espacios de socialización emergentes y los tipos de relaciones sociales que se generan.
Lejos de utilizar como instrumento de abordaje a esta subjetividad la entrevista, los diálogos informales y las invitaciones a tomar un helado o una gaseosa son las estrategias que mejor acercamiento permiten en calle.
Por su parte, resulta muy interesante plasmar aquí que en el espacio del Centro de Día tampoco las entrevistas son eficaces. Si se realizan, se nos ve como `ratis´, `nos ponemos la gorra´. Parece que los interrogantes directos alejan, son atribuciones asignadas a la policía y este actor asume en este escenario el “papel de malo”, de control social. La vía de entrada que fuimos encontrando fue el compartir actividades lúdicas y artísticas o bien las charlas informales durante la merienda.
Sentarse junto a los chicos y chicas cuando dibujan o arman pulseritas, por ejemplo, y compartir estas actividades permite que la conversación (quizás estratégicamente direccionada) nos permita acceder a ellos o a ellas. Las técnicas vinculadas con la actuación también han permitido fortalecer los vínculos con los jóvenes, generar mayor confianza entre ambos e interpretarlos.
Me gustaría citar aquí un ejemplo: Ariel, de 13 años, un joven que concurre al Centro de Día y del cual conocemos su fuerte adicción al pegamento, estaba sentado junto a mí durante las actividades lúdicas de la merienda. De pronto, se recuesta apoyando su cabeza en mis piernas y me pide que le toque el pelo así se dormía. A pesar de no saber si actuaba adecuadamente, accedo y aprovecho para actuar con él una situación y ver cómo reaccionaba frente a la misma.
Le pido que se quedara quieto que lo iba a “operar” para ponerle un chip en la cabeza que haga que deje de `jalar´ (usando los mismos términos que él maneja). Él me miró, se rió y accedió, actuando él también como si estuviese siendo operado. La situación termina cuando le digo que ya le puse el chip y que esperaríamos unos días a ver si dejaba de jalar. Luego él me invita a dibujar con él y conversamos largo rato sobre su adicción al pegamento y sus estrategias para comprarse una lata por día. Me contaba lo que significaba para él el uso de drogas y algunas experiencias cotidianas de su vida en calle. A la semana siguiente me dice: “Amiga, el chip no funcionó, tenemos que buscar otra forma para que deje el poxi20...

Esta experiencia me resultó sumamente importante y rica en el proceso de intervención que veníamos realizando con Ariel. En realidad, lo que intento mostrar es, por un lado, la importancia de la creatividad, lo lúdico y la informalidad en el abordaje de la singularidad 21 de estos sujetos, en el intento de abordar su vida cotidiana y producir transformaciones en la misma. Si bien el abordaje de la singularidad no es privativo del trabajo social, en tanto compite con la psicología al respecto, en realidad lo interesante sería recuperar la mirada interdisciplinaria sin desdibujar las especificidades propias de cada campo del saber. La posibilidad de interpretar la vida cotidiana y las significaciones que ésta porta para los sujetos es central para conocer la vía de entrada de la intervención. Y esta es, en este caso, nuestra mirada.

Por otra parte, permite dar cuenta de la artificialidad de la intervención, en tanto es una construcción que se realiza acorde a la lectura e interpretación de una demanda. La presencia de los jóvenes en Niños de Belén ya está indicando una demanda. En la artificialidad de la intervención entra en juego la lectura que hacemos de esa presencia de los jóvenes allí, de lo que esto expresa.

Entra en juego también la representación, expectativas y demandas que los sujetos con los que intervenimos poseen del trabajador social, así como las que el profesional posee de los sujetos con los que trabaja. Por eso considero de suma importancia poder poner en palabras esas representaciones que circulan en el profesional y poder problematizarlas, así como también conceptualizarlas desde algún esquema teórico, ya que ésto permitirá una intervención más adecuada y fortalecerá la ética profesional.
Específicamente, en el caso de los chicos y chicas en situación de calle considero que la problematización de la concepción de familia, de juventud y de joven en situación de calle que van a ser pilares de la intervención, deben ser cuestionados día a día a fin de no asimilar acríticamente discursos que circulan a nivel de lo imaginario que pertenecen a otros órdenes y que representan otros intereses. El trabajador social puede (debe) crear su propio discurso desde las herramientas propias de la profesión.

Quisiera dedicarle unas líneas al tema de la identidad en relación a la intervención. Ya me he referido anteriormente a la construcción relacional y situacional de la misma y a la incidencia del encuentro de lo colectivo con lo singular en su constitución. En la misión del Trabajo Social de alcanzar o favorecer la integración social, hoy más que nunca por la fragmentación imperante tanto de los territorios como de los lazos sociales, los procesos de construcción de la identidad se tornan un elemento central sobre el cual la intervención puede operar.
El carácter relacional de la identidad, la necesidad de un otro y de un semejante para su constitución, de lazos sociales para su arraigo, da cuenta de la importancia de conocer y reconstruir o deconstruir la identidad de los sujetos con miras a la integración y cohesión social. El “hacer ver” propio de la intervención de la profesión, puede remitir a poner a la vista, poner en palabras, crear discursos o modificar su estructura en torno a la impronta histórica de las identidades en tanto nacen de un proceso.
En la problemática de la situación de calle, el “hacer ver” a los jóvenes que otra realidad es posible, que el hecho de que hoy habiten la calle es el resultado de un proceso inscripto en su subjetividad, y recuperar lo histórico de ese proceso, puede abrir nuevos caminos a la intervención profesional. Aquí también se visualiza el elemento emancipatorio y simultáneamente coercitivo que caracteriza a toda intervención 22. Las oportunidades que posee el joven para superar su situación de calle (emancipación) fueron construidas en función de mantener un determinado orden social. No es casual que los programas vigentes tengan como fin último “sacar” al joven de la calle, que no habite ese espacio... La calle reservada para el despliegue de los códigos de urbanidad imperante, dentro de los cuales estos jóvenes no fueron considerados.

· Sugerencias...·

No me resultó sencillo lo escrito hasta aquí, tengo tantas dudas como certezas sobre la problemática, sobre todo en lo que respecta al hasta dónde debo involucrarme con los estos jóvenes. Pero esto ¿no sucede seguido en nuestra profesión? Trabajamos con personas, no con objetos. Se nos mueven cosas cuando intervenimos, porque nosotros también somos personas. Nos remontamos a nuestra propia historia, nos codeamos día a con las problemáticas con las que trabajamos, por más que no estemos trabajando.

Salgo de Niños de Belén y en el tren de vuelta, alrededor de las 22 horas, hay chicos que vienen y me dan la mano y un beso para entregarme una tarjetita o una estampita, otros cantan, otros venden otras cosas... No puedo ser indiferente. Tampoco puedo comprarle a todos ni darles monedas a todos. O si lo hago, no me quedo tranquila, siento que tapo el sol con un dedo... ¿Hasta dónde debo intervenir? ¿Dónde guardo esa disconformidad que me genera la realidad?

Sin embargo, creo que es fundamental que eso suceda. Ese reconocimiento del “otro” en mí, el sentirme solidario con su padecimiento debe ser una actitud del trabajador social. Esta profesión necesita de un cúmulo de saberes que no se adquieren en la facultad, sino que los da el día a día, la historia de uno, y el compromiso con aquellos con los que trabajamos: se trata de la pasión. Y esta actitud no le sacaría profesionalidad a la intervención, sino que por el contrario, nos permitiría ver e interpretar situaciones que sin ese condimento no podríamos visualizar.

Entiendo que mi conclusión es cuestionable, que en los libros no encontramos explicaciones para esto, pero ¿no se relaciona acaso con los orígenes de nuestra profesión?, ¿no queda inscripto en nuestra subjetividad este rasgo del origen del trabajo social y opera de alguna forma, por más que no podamos a veces reconocerlo de forma conciente? Yo creo que de esto se trata y de hecho, muchas veces esto es demandado por los sujetos con los que intervenimos. La “distancia óptima” con los chicos y chicas en situación de calle... ¿cuál es?, ¿cómo se mide? Me gustaría cerrar lo que he expuesto hasta aquí con una frase de Eduardo Galeano que resume esta “postura profesional” que propongo recuperar a la hora de intervenir en lo social: “Hay veces que la distancia óptima es el abrazo”...

Bibliografía

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* BOURDIEU, Pierre. Cosas Dichas. Gedisa. Buenos Aires. 1998.

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* CUCHÉ, Denis. La noción de cultura en las ciencias sociales. Capítulo: “Cultura e Identidad”. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires. 1999.

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* GRIMA; LE FUR. ¿Chicos de la calle o trabajo chico?. Ed. Hvmanitas. 1999.

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* RODRIGUEZ, Silvana. “Dilucidando desde el Trabajo Social, dificultades y posibilidades de la intervención en drogadicción”. Artículo publicado en www.margen.org. 2007

* www.buenosaires.gov.ar


NOTAS

1 GRIMA; LE FUR. ¿Chicos de la calle o trabajo chico? Ed. Hvmanitas. 1999.

2 Programas vigentes a la fecha dependientes de dicho organismo: Programa de Salud para Niños y Adolescentes en Situación de Calle; Centro de Atención Transitoria; Hogar “El Armadero”.

3 Programas vigentes a la fecha dependientes de dicho organismo: Equipo Móvil; Ciberencuentro; Centro de Atención Integral para Niños y Adolescentes en Situación de Calle (CAINA); Centro Carlos Cajade; El Parador.

4 REGUILLO CRUZ, Rossana. Emergencia de culturas juveniles. Estrategias del desencanto. Editorial Norma. Buenos Aires. 2000.

5 BOURDIEU, Pierre. Cosas Dichas. Gedisa. Buenos Aires. 1998.

6 BOURDIEU, P. Op. Cit.

7 CUCHÉ, Denis. La noción de cultura en las ciencias sociales. Capítulo: “Cultura e Identidad”. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires. 1999.

8 GOFFMAN, Erving. Estigma. Amorrortu editores. Buenos Aires. 1994.

9 GOFFMAN, E. Op. Cit.

10 CUCHÉ, D. Op. Cit.

11 BAUMAN, Zygmunt. Modernidad Líquida. FCE. Argentina. 2002.

12 DUSCHATZKY, Silvia. Maestros errantes. Experimentaciones sociales en la intemperie. Editorial Paidós. Buenos Aires. Argentina. 2007.

13 DUSCHATZKY, S. Op. Cit.

14 DUSCHATZKY, S. Op. Cit.

15 RODRIGUEZ, Silvana. “Dilucidando desde el Trabajo Social, dificultades y posibilidades de la intervención en drogadicción”. Artículo publicado en www.margen.org. 2007

16 CARBALLEDA, Alfredo J. M. La intervención en lo social. Editorial Paidos. Buenos Aires. 2002.

17 CARBALLEDA. Op. Cit.

18 REGILLO CRUZ, R. Op. Cit.

19 CARBALLEDA, A. Op.Cit.

20 Cito aquí palabras textuales de Ariel para enriquecer el relato. Fuente: Cuaderno de campo de Taller Nivel IV.

21 CAZZANIGA, Susana. “El abordaje desde la singularidad”. Desde el Fondo. Cuadernillo temático Nº 22. Julio de 2001.

22 CARBALLEDA, A. Op. Cit.



* Datos sobre la autora:
* Lorena Agemian
Estudiante. Materia: La Intervención en lo Social. Cátedra: Carballeda. Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Sociales, Carrera de Trabajo Social

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