Periódico de Trabajo Social y Ciencias Sociales Edición digital |
Ensayo: Por:
En estas páginas no hago
más que resumir y sistematizar aquellas reflexiones o
pensamientos fugaces que emergen durante el proceso de mis últimas
prácticas pre- profesionales de la carrera.
El trabajo con jóvenes
en situación de calle interpela constantemente las “verdades
absolutas” aprendidas durante la misma y pone en tela de juicio
las modalidades de intervención instituidas y transmitidas a
lo largo de ésta. El vacío que me producen algunas de
aquellas “verdades”, la incertidumbre en torno al “desde
dónde” y al “cómo” intervenir en esta
problemática social compleja, me llevan a la reflexión,
a necesitar poner en palabras y compartir mis interpelaciones al
respecto, con miras a crear una nueva lógica de interpretación
de esa estructura y de las representaciones y discursos que circulan
alrededor de ella.
Por eso, mi intención
es que este humilde y breve ensayo dé cuenta de los
interrogantes que emergen en mí a partir de estas prácticas
y de aquellas afirmaciones teóricas que me resultan útiles
y a las que me aferro a la hora de intervenir con los sujetos
mencionados. Útiles en tanto me permiten desnaturalizar y
pensarle un nuevo “orden” posible a lo instituido, leerlo
desde nuevas lógicas. Considero que la capacidad reflexionar y
de seguir preguntándonos es fundamental en la tarea que nos
convoca como futuros trabajadores sociales, aún más
importante y fundamental que el hallazgo de nuevas certezas en torno
al orden de lo social, turbulento, cambiante y escurridizo.
La institución desde la
que me asomo a esta problemática es Niños de Belén,
la cual funciona en un salón de la Parroquia Virgen de Luján
en el barrio de Parque Patricios, Ciudad de Buenos Aires. La misma
trabaja con jóvenes en situación de calle que en su
mayoría habitan la zona de Pompeya. Utilizan como dispositivos
de trabajo el Centro de Día que funciona tres veces por
semana, y el contacto con los mismos en la calle, en sus ranchadas.
En este ensayo le daré
protagonismo a la “situación de calle” y a los
sujetos que la padecen. Es a partir del proceso de intervención
desarrollado a lo largo de este año que he llegado a formular
las afirmaciones que en las próximas páginas
desarrollo. “La práctica interpela nuestro saber”,
se decía a durante una de las clases, y justamente esta
interpelación es lo que expongo.
He aquí, entonces, las
conjugación de pensamientos y reflexiones a los que he
abordado a partir del entrecruzamiento entre los contenidos de la
materia y la prácticas pre- profesionales que sigo realizando,
dicho en otras palabras, de “mi” intervención en
lo social.
“Un
hombre de las viñas habló, en agonía, al oído
de Marcela.
Antes de
morir, le reveló su secreto: «- La uva- le susurró
- está hecha de vino. »
Marcela Pérez-
Silva me lo contó, y yo pensé: Si la uva está
hecha de vino,
quizá
nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.”
EDUARDO GALEANO
Los sujetos con los que
estamos trabajando ya fueron etiquetados. Son llamados por algunos
como “chicos de la calle” y por otros “chicos en
situación de calle” 1,
siendo ambas etiquetas contradictorias según explican quienes
más conocen de la materia.
La denominación “de”
la calle no es pertinente porque estos jóvenes no son de allí,
no provienen de allí, sino que tienen una trayectoria de vida
que por diversos motivos puede haberlos llevado a permanecer durante
un tiempo en la calle, por lo tanto es más apropiado el nombre
“en situación” de calle, enfatizando el carácter
transitorio de esta estadía, en primer lugar. Asimismo, entre
profesionales y autores que promueven esta denominación,
encontramos que ésta referiría también a la
condición de sujetos de derechos los jóvenes y estaría
implícita la idea de otra realidad posible, alternativa a la
calle.
Personalmente, me parecen
válidas las explicaciones dadas alrededor de estas
denominaciones. Pero aparece una paradoja cuando se intenta buscar a
nivel de las políticas sociales esas “alternativas”
a la situación de calle que justifiquen la connotación
de esta denominación.
Entonces, la “situación
de calle” desde las políticas sociales vigentes en la
Ciudad de Buenos Aires hace referencia al aspecto material de la vida
cotidiana de un determinado grupo de jóvenes, invisibilizando
el contenido inmaterial de la etiqueta “situación de
calle”, que justamente es lo que mayor impacto produce al nivel
de la subjetividad. La situación de calle de estos sujetos
pierde su carácter de forma de padecimiento para convertirse
en un espacio físico que se habita.
Los nombres dados a las
problemáticas sociales no son inocentes, sino que como dice
Reguillo Cruz 4
(parafraseando a Bourdieu) las categorías son productivas,
funcionan como sistemas de clasificación social y son
productos del acuerdo social y productoras del mundo. Sin embargo,
por su carácter histórico social, son construidas, y en
consecuencia, factibles de ser modificadas. Ya decía Bourdieu:
“Pero los
objetos del mundo social (...) pueden ser percibidos y expresados de
diversas maneras, porque siempre comportan una parte de
indeterminación y de imprecisión y, al mismo tiempo, un
cierto grado de elasticidad semántica” 5 .
Creo que el nombre “situación
de calle” puede convertirse en un elemento analítico
para comprender cómo se entiende la problemática desde
aquellos que dominan (considerando que para Bourdieu, “el
que nomina domina” 6).
Y justamente la elasticidad semántica de la palabra `calle´
es a mi criterio la puerta de entrada para trascender esta mirada
reduccionista de la problemática. Ir más allá de
la misma y poder articularla con lo simbólico y lo imaginario
que comprende la denominación, permite interpretar la misma a
nivel singular. El acceso a la subjetividad de los jóvenes con
los que trabajamos a través de conocer qué representa,
qué implica y qué significa vivir en la calle para
ellos, permite interpretar su vida cotidiana desde su propia mirada y
por consiguiente las estrategias de intervención pueden ser
más pertinentes y adecuadas.
En fin, no basta con que la
calle sea el ámbito de producción y reproducción
de la vida cotidiana de algunos sujetos para padecer un problema
social y ser rotulado con “en situación de calle”.
La concepción que subyace a las modalidades de intervención
a nivel de políticas sociales, si bien utiliza el término
“en situación de calle”, no remite nada más
que al lugar donde los sujetos con nuevas formas de padecimiento
viven, intentando por lo tanto sacarlos de allí como única
solución.
Aproximación
a una nueva forma de padecimiento
Entonces, a partir de
reconocer que el concepto en cuestión debe ser ampliado creo
que es necesario recuperar el plano de lo imaginario y de lo
simbólico y explicitar aquí los mismos.
En primer lugar, amerita
aclarar que hablar de “planos” de lo imaginario,
simbólico y real, implica comprender un mismo fenómeno
o una misma situación desde distintos lugares con fines
analíticos, ya que en los tres confluyen en la situación
tal cual se presenta. “Lo real” es principalmente lo que
el plano imaginario y simbólico dicen que “es”.
La situación de calle
de los chicos y chicas con los que trabajamos debe ser interpretada,
comprendida, con miras a intervenir sobre la misma en tanto
problemática social compleja. En Trabajo Social, a partir de
la práctica apelamos a nuestros saberes como disciplina, la
práctica nos interpela. Es así como a partir del
proceso de prácticas pre-profesionales que he venido
realizando, me animo a afirmar lo que expondré aquí,
sobre todo acerca de la mirada que desde la profesión podemos
aportar en la interpretación de esta problemática.
La cuestión de lo
imaginario en torno a estos jóvenes es producto de formaciones
discursivas de índole social. Circulan discursos mediáticos,
oficiales, “de sentido común” (es decir, desde el
marco conceptual de la ideología), institucionales,
profesionales (de distintas disciplinas: trabajo social, psicología,
derecho, medicina, psiquiatría) que asignan a ese “otro”
que es el / la joven en situación de calle una identidad a
partir de la cual se los trata. Desde la mayoría de los
discursos mediáticos y “de sentido común”,
se construye una heteroidentidad 7
impregnada de adjetivaciones relacionadas a la peligrosidad, la
exclusión, la pobreza y la delincuencia. Es la única
forma de visibilidad a estos jóvenes.
El plano de lo simbólico
hace referencia a cómo se expresa en lo subjetivo la
articulación de lo imaginario y lo real, es decir, la
singularidad. Por lo tanto, no podríamos exponer aquí
la multiplicidad de impactos subjetivos que existen en la gran
cantidad de jóvenes que están en situación de
calle. Asimismo, este plano remite a las representaciones sociales
que cada sujeto posee de él mismo y de su situación.
Pero a pesar de no poder desarrollarlo, es el más importante a
considerar en la intervención. Es desde el acceso a éste
desde el cual podremos introducir un cambio, interrumpir el orden de
lo real, reorganizar los elementos que lo estructuran.
Entre ambos planos circula la
idea de la situación de calle como portador de un estigma,
ya que quienes la padecen sufren un descrédito amplio 8
por parte de esos “otros” que poseen siempre la capacidad
de inscribirse en su subjetividad. Goffman afirma que determinado
atributo puede ser productor de “una
discrepancia especial entre la identidad social virtual y la real”9.
La heteroidentidad definida a
nivel de lo imaginario y la autoidentidad 10
construida en el plano simbólico se conjugan dando lugar a lo
real, que podríamos denominar “identidad de calle”.
Esta identidad, vista como un estigma, no se adquiere de un momento
para el otro, sino que se va construyendo en lo cotidiano de la
estadía en calle. Esta denominación lleva el nombre del
contexto en el cual los jóvenes en cuestión despliegan
su vida cotidiana, a lo situacional que se inscribe en su
subjetividad, es decir, la calle y por consiguiente la vida
callejera.
El espacio urbano que comprende
a la “calle” que habitan los jóvenes en cuestión,
representa más al sentido metafórico de la definición
que al material. El aspecto metafórico de la calle refiere a
un “no lugar” 11,
es decir, un lugar creado con el objetivo de tránsito de las
personas, no está destinado a la permanencia de los sujetos.
Asimismo, la calle refiere a la heterogeneidad, al encuentro con
otros sujetos diferentes. Simboliza también la desprotección,
en ella se encuentran los riesgos y la inseguridad civil a la que nos
referimos previamente.
Duschatzky dice que la
nominación “callejera” remite a un conjunto de
cualidades aprendidas más allá de todo vestigio
institucional 12.
Continúa la autora: “Se
trata de una forma de vida social hecha a la intemperie, cuyos rasgos
–argucias, lenguajes, estrategias, pactos, valoraciones- son el
resultado de las pruebas de supervivencia cotidiana” 13.
La fuente de aprendizaje y de la socialidad es la vida urbana misma.
Al respecto, la autora afirma que “no
se trata de valores aprendidos en las instituciones para
transferirlos luego a la vida social, sino de valores construidos al
calor de las experiencias vividas” 14.
La modalidad callejera no es
literalmente vida en la calle, sino vida a la deriva, vida expuesta a
cualquier cosa, virtualidad disponible para una pluralidad de formas
que en la misma medida en que pueden ampliar las potencias de
creación social, también pueden restringirlas. La
socialización a través del paso por diversas
instituciones sufre una ruptura, viéndose transformada por
esta vida callejera en la que las normas, los códigos, la
organización en ranchadas, el tiempo ocioso o el trabajo
reemplazan a la escuela y a la vida en el hogar familiar.
Amerita desarrollar brevemente
un aspecto de esta nueva forma de padecimiento. Se trata del uso/
abuso de drogas (principalmente pegamento y pasta base). La adicción
a las mismas puede considerarse un elemento de afirmación de
la autoidentidad (en tanto se visualiza que quien no consume dice
consumir para pertenecer). Paralelamente, quisiera citar aquí
las palabras que la trabajadora social Silvana Rodriguez expone en un
artículo: “la
drogadicción
aparece como una opción de distanciamiento del mundo real, de
satisfacción efímera, de adquisición de objetos
como modo de inserción en el mercado, como forma de
pertenecer, en una sociedad donde la identidad se construye a partir
de los objetos, esencialmente del consumo de ellos, donde la
ciudadanía pareciera restringirse solo a ello” 15.
El hecho de que los adolescentes en situación de calle, en su
mayoría (considerando, al menos, aquellos con los que Niños
de Belén trabaja) sean
adictos a las drogas o posean un incipiente dependencia a las mismas,
hasta el punto que su cotidianeidad se organiza en función de
obtener las mismas u obtener dinero para comprarlas, permite
relacionar la descripción que la autora mencionada realiza con
la problemática de la situación de calle.
·
Reflexiones en torno a la intervención del Trabajo Social con
jóvenes en situación de calle ·
“El
Trabajo Social está allí, donde el padecimiento se hace
presente, donde las trayectorias se inscriben en los cuerpos; está
allí escuchando relatos, observando, haciendo, convirtiendo
ese padecimiento en resistencia”
ALFREDO CARBALLEDA
Ya hemos desplegado un abanico
de cuestiones sobre la situación de calle. Llegó ahora
el momento de retomarlas y ver dónde está el Trabajo
Social en medio de esa compleja red de relaciones y problemáticas
que configuran lo que consensuadamente se denomina “chicos en
situación de calle” (denominación en la cual el
género femenino está desdibujado). Vale preguntarnos
qué lugar es propio de nuestra disciplina, qué
especificidad podemos aportar, cómo intervenir, qué se
debe tener en cuenta, entre otros interrogantes.
Retomando a Carballeda, dice
el autor que la demanda hacia la intervención en lo social en
la actualidad se vincula con la “problemática de la
integración” 16.
Y actualmente cabe hablar de integración porque lo social está
caracterizado por la fragmentación de los lazos sociales, la
incertidumbre, la sensación de falta de pertenencia a un todo
social, la pérdida de espacios de socialización y la
crisis de sentido de muchos de ellos, la conformación de
relaciones sociales efímeras y de espacios de encuentro y
sociabilidad novedosos 17.
Este escenario turbulento no garantiza la pertenencia o la exclusión
al mismo, sino que la posibilidad de estar fuera es la amenaza
constante que acecha a todos. La vulnerabilidad no es un privilegio
de determinados sectores sino que es un denominador común.
En una primera instancia
podríamos afirmar que los jóvenes en situación
de calle están excluidos de la red social. Aunque en realidad,
la exclusión de estos jóvenes es cuestionable y
relativa. Me refiero a que si bien puede afirmarse que al no estar
inscriptos en las instituciones socializadoras (y disciplinarias) por
excelencia, como ser la escuela y la familia, la exclusión se
relativiza al verse inmersos en la red de consumo, ser consumidores
tanto de productos culturales como de drogas.
Desde una mirada vinculada a
la intervención, la realidad de estos jóvenes pone de
manifiesto la pérdida de la centralidad de las instituciones,
fundamentalmente la crisis del paradigma de familia dominante, que
repercute en la subjetividad de estos sujetos, expulsándolos
al espacio público para apropiarse de éste y habitarlo
de forma novedosa.
Asimismo, podríamos
denominar a estos jóvenes no como sujetos de intervención,
sino como protagonistas de una escena, en la cual se entrecruzan
guiones y papeles que a nivel micro permiten leer e interpretar la
realidad que los rodea, es decir, su vida cotidiana. En realidad, de
lo que se trata es de interpretar desde algún marco conceptual
la realidad en la que somos llamados a intervenir. Me resulta útil
tomar como posible vía de entrada a la situación actual
de esta intervención en lo social lo que Carballeda denomina
“escenarios de la intervención” 19.
Retomando la concepción
de “escenarios de intervención”, tanto en la
institución como en el contacto que los trabajadores sociales
de la misma llevan a cabo en calle con los mismos jóvenes, el
acceso a su subjetividad se realiza a través de interpretar
los papeles que juegan en ambos espacios, los códigos de
reconocimiento y sanción que circulan en la relación
con los `otros´ y en función de quiénes sean esos
`otros´ (pares, amigos, enemigos, familiares, transeúntes,
policías, comerciantes, clientes... trabajadores/as sociales),
las normas, los espacios de socialización emergentes y los
tipos de relaciones sociales que se generan.
Esta experiencia me resultó
sumamente importante y rica en el proceso de intervención que
veníamos realizando con Ariel. En realidad, lo que intento
mostrar es, por un lado, la importancia de la creatividad, lo lúdico
y la informalidad en el abordaje de la singularidad 21
de estos sujetos, en el intento de abordar su vida cotidiana y
producir transformaciones en la misma. Si bien el abordaje de la
singularidad no es privativo del trabajo social, en tanto compite con
la psicología al respecto, en realidad lo interesante sería
recuperar la mirada interdisciplinaria sin desdibujar las
especificidades propias de cada campo del saber. La posibilidad de
interpretar la vida cotidiana y las significaciones que ésta
porta para los sujetos es central para conocer la vía de
entrada de la intervención. Y esta es, en este caso, nuestra
mirada.
Por otra parte, permite dar
cuenta de la artificialidad de la intervención, en tanto es
una construcción que se realiza acorde a la lectura e
interpretación de una demanda. La presencia de los jóvenes
en Niños de Belén ya está indicando una demanda.
En la artificialidad de la intervención entra en juego la
lectura que hacemos de esa presencia de los jóvenes allí,
de lo que esto expresa.
Entra en juego también
la representación, expectativas y demandas que los sujetos con
los que intervenimos poseen del trabajador social, así como
las que el profesional posee de los sujetos con los que trabaja. Por
eso considero de suma importancia poder poner en palabras esas
representaciones que circulan en el profesional y poder
problematizarlas, así como también conceptualizarlas
desde algún esquema teórico, ya que ésto
permitirá una intervención más adecuada y
fortalecerá la ética profesional.
Quisiera dedicarle unas líneas
al tema de la identidad en relación a la intervención.
Ya me he referido anteriormente a la construcción relacional y
situacional de la misma y a la incidencia del encuentro de lo
colectivo con lo singular en su constitución. En la misión
del Trabajo Social de alcanzar o favorecer la integración
social, hoy más que nunca por la fragmentación
imperante tanto de los territorios como de los lazos sociales, los
procesos de construcción de la identidad se tornan un elemento
central sobre el cual la intervención puede operar.
·
Sugerencias...·
No me resultó sencillo
lo escrito hasta aquí, tengo tantas dudas como certezas sobre
la problemática, sobre todo en lo que respecta al hasta dónde
debo involucrarme con los estos jóvenes. Pero esto ¿no
sucede seguido en nuestra profesión? Trabajamos con personas,
no con objetos. Se nos mueven cosas cuando intervenimos, porque
nosotros también somos personas. Nos remontamos a nuestra
propia historia, nos codeamos día a con las problemáticas
con las que trabajamos, por más que no estemos trabajando.
Salgo de Niños de Belén
y en el tren de vuelta, alrededor de las 22 horas, hay chicos que
vienen y me dan la mano y un beso para entregarme una tarjetita o una
estampita, otros cantan, otros venden otras cosas... No puedo ser
indiferente. Tampoco puedo comprarle a todos ni darles monedas a
todos. O si lo hago, no me quedo tranquila, siento que tapo el sol
con un dedo... ¿Hasta dónde debo intervenir? ¿Dónde
guardo esa disconformidad que me genera la realidad?
Sin embargo, creo que es
fundamental que eso suceda. Ese reconocimiento del “otro”
en mí, el sentirme solidario con su padecimiento debe ser una
actitud del trabajador social. Esta profesión necesita de un
cúmulo de saberes que no se adquieren en la facultad, sino que
los da el día a día, la historia de uno, y el
compromiso con aquellos con los que trabajamos: se trata de la
pasión. Y esta actitud no le sacaría profesionalidad a
la intervención, sino que por el contrario, nos permitiría
ver e interpretar situaciones que sin ese condimento no podríamos
visualizar.
Entiendo que mi conclusión
es cuestionable, que en los libros no encontramos explicaciones para
esto, pero ¿no se relaciona acaso con los orígenes de
nuestra profesión?, ¿no queda inscripto en nuestra
subjetividad este rasgo del origen del trabajo social y opera de
alguna forma, por más que no podamos a veces reconocerlo de
forma conciente? Yo creo que de esto se trata y de hecho, muchas
veces esto es demandado por los sujetos con los que intervenimos. La
“distancia óptima” con los chicos y chicas en
situación de calle... ¿cuál es?, ¿cómo
se mide? Me gustaría cerrar lo que he expuesto hasta aquí
con una frase de Eduardo Galeano que resume esta “postura
profesional” que propongo recuperar a la hora de intervenir en
lo social: “Hay
veces que la distancia óptima es el abrazo”...
Bibliografía
* BAUMAN, Zygmunt. Modernidad
Líquida. FCE.
Argentina. 2002.
* BOURDIEU, Pierre. Cosas
Dichas. Gedisa.
Buenos Aires. 1998.
* CARBALLEDA, Alfredo J. M. La
intervención en lo social.
Editorial Paidos. Buenos Aires. 2002.
* CAZZANIGA, Susana. “El
abordaje desde la singularidad”. Desde el Fondo. Cuadernillo
temático Nº 22. Julio de 2001.
* CUCHÉ, Denis. La
noción de cultura en las ciencias sociales.
Capítulo: “Cultura e Identidad”. Ediciones Nueva
Visión. Buenos Aires. 1999.
* DUSCHATZKY, Silvia. Maestros
errantes. Experimentaciones
sociales en la intemperie.
Editorial Paidós. Buenos Aires. Argentina. 2007.
* GOFFMAN, Erving.
Estigma.
Amorrortu editores. Buenos Aires. 1994.
* GRIMA;
LE FUR. ¿Chicos
de la calle o trabajo chico?.
Ed. Hvmanitas. 1999.
* REGUILLO CRUZ,
Rossana. Emergencia
de culturas juveniles. Estrategias del desencanto.
Editorial Norma. Buenos Aires. 2000.
* RODRIGUEZ, Silvana.
“Dilucidando desde el Trabajo Social, dificultades y
posibilidades de la intervención en drogadicción”.
Artículo publicado en www.margen.org.
2007
*
www.buenosaires.gov.ar
1
GRIMA; LE FUR. ¿Chicos
de la calle o trabajo chico?
Ed. Hvmanitas. 1999.
2
Programas vigentes a la fecha dependientes de dicho organismo:
Programa de Salud para Niños y Adolescentes en Situación
de Calle; Centro de Atención Transitoria; Hogar “El
Armadero”.
3
Programas vigentes a la fecha dependientes de dicho organismo:
Equipo Móvil; Ciberencuentro; Centro de Atención
Integral para Niños y Adolescentes en Situación de
Calle (CAINA); Centro Carlos Cajade; El Parador.
4
REGUILLO CRUZ, Rossana. Emergencia
de culturas juveniles. Estrategias del desencanto.
Editorial Norma. Buenos Aires. 2000.
5
BOURDIEU, Pierre. Cosas
Dichas. Gedisa.
Buenos Aires. 1998.
6
BOURDIEU, P. Op. Cit.
7
CUCHÉ, Denis. La
noción de cultura en las ciencias sociales.
Capítulo: “Cultura e Identidad”. Ediciones Nueva
Visión. Buenos Aires. 1999.
8
GOFFMAN, Erving. Estigma.
Amorrortu editores. Buenos Aires. 1994.
9
GOFFMAN, E. Op. Cit.
10
CUCHÉ, D. Op. Cit.
11
BAUMAN, Zygmunt. Modernidad
Líquida.
FCE. Argentina. 2002.
12
DUSCHATZKY, Silvia.
Maestros errantes.
Experimentaciones
sociales en la intemperie.
Editorial Paidós. Buenos Aires. Argentina. 2007.
13
DUSCHATZKY, S. Op. Cit.
14
DUSCHATZKY, S. Op. Cit.
15
RODRIGUEZ, Silvana. “Dilucidando desde el Trabajo Social,
dificultades y posibilidades de la intervención en
drogadicción”. Artículo publicado en
www.margen.org.
2007
16
CARBALLEDA, Alfredo J. M. La
intervención en lo social.
Editorial Paidos. Buenos Aires. 2002.
17
CARBALLEDA. Op. Cit.
18
REGILLO CRUZ, R. Op. Cit.
19
CARBALLEDA, A. Op.Cit.
20
Cito aquí palabras textuales de Ariel para enriquecer el
relato. Fuente: Cuaderno de campo de Taller Nivel IV.
21
CAZZANIGA, Susana. “El abordaje desde la singularidad”.
Desde el Fondo. Cuadernillo temático Nº 22. Julio de
2001.
22
CARBALLEDA, A. Op. Cit.
* Datos sobre la autora: * Lorena Agemian Estudiante. Materia: La Intervención en lo Social. Cátedra: Carballeda. Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Sociales, Carrera de Trabajo Social Volver al inicio de la Nota |
Volver al sumario | Avanzar a la nota siguiente | Volver a la portada para suscriptores |