Periódico de Trabajo Social y Ciencias Sociales Edición digital |
PREVENCION COMUNITARIA
Por:
Es producto de distintas
experiencias en barrios –villas de emergencia- de la Ciudad de
Buenos Aires y del Conurbano bonaerense a lo largo de los últimos
20 años.
Se
trata de un recorrido cuyo conector enlaza parte de la historia de
estos barrios, a partir de las demandas que llegan desde ellos a
Instituciones y Organizaciones en distintos momentos de mi trayecto
profesional y personal. 1
Analizada
así esa demanda, será posible aproximarse a los “temas”
de preocupación en los diferentes momentos para esta muestra
de población 2,
y así observar como comienza a incluirse el tema del consumo
de drogas como un problema vivido como urgente y de necesaria
inmediata solución, asimismo analizar algunos observables en
cuanto a los cambios en la organización social comunitaria.
Hace
22 años, me acerqué por primera vez a la “Villa
Ceibal” de la Ciudad de Buenos Aires. Salíamos de la
dictadura más sangrienta de la Historia Argentina, que había
golpeado especialmente a los dirigentes del movimiento villero
organizado y arrasado con muchos de sus pobladores. La demanda partía
de referentes del barrio al Centro de Educación Popular para
llevar adelante un proceso de alfabetización de adultos. Una
gran parte de la población de este barrio provenía del
Paraguay, en su mayoría eran obreros de la construcción
que habían llegado a la Argentina corridos por otra dictadura,
la de Strossner y por la falta de trabajo.
Inmediatamente nos
contactaron con la Junta Vecinal, que era una para todo el barrio y
tenia delegados: uno por manzana, elegidos en asamblea por sus
vecinos y revocable su mandato del mismo modo. Toda actividad nueva
era presentada a la Junta Vecinal, que discutía en sus
reuniones semanales si acompañaba o no estas propuestas. En
estas reuniones era infaltable el momento de discusión
política, del que participamos en diferentes oportunidades.
Se tomaban un tiempo para conocer a la “gente de afuera”:
“- Acá viene mucha gente, con voluntad, pero no siempre
siguen, y nosotros no le vamos a abrir la puerta a cualquiera”.
Cada familia que
necesitaba un lugar para vivir y quería instalarse en el
barrio, tenía que reunirse con la Junta Vecinal, que le
indicaba dónde construir su vivienda, vetando esta posibilidad
para hombres solos, por temor a que se transforme el barrio en un
“aguantadero”.
En este barrio había
pocas organizaciones pero muy representativas: La Junta Vecinal, la
Parroquia, dos Unidades Básicas de tendencia opuesta entre sí,
un Centro de Salud y la Escuela (frente al barrio)
Los temas centrales en
los grupos de alfabetización, conformados por mayoría
femenina, tenían que ver con su lugar como mujeres en el
barrio, en la casa, los celos y la violencia en el hogar, la
expectativa de que los hijos estudien para obtener empleos mejores
que los de ellos, etc. Empezaba a ocurrir que al retirar las cajas
de alimentos de los planes sociales les sugerían que
participaran en alguna movilización partidaria y esto también
era un tema que traían a discusión.
El consumo excesivo de
alcohol era un problema ubicado especialmente en los varones adultos,
que era invisible para quienes veníamos de “afuera”y
se exteriorizaba fundamentalmente los fines de semana. El consumo de
drogas no era siquiera mencionado como problema a la hora de trabajar
con los vecinos sobre las prioridades a resolver.
Tuvimos oportunidad de
participar en algunas fiestas organizadas por la Junta Vecinal para
el arreglo de un espacio común donde se daba apoyo escolar
para los niños, y otras actividades para los adultos: eran
fiestas concurridas donde venían vecinos de distintas
localizaciones dentro del barrio, se recaudaba dinero con la venta de
entradas, rifas y “buffet”, que se transformaba en
ladrillos y chapas.
Las prioridades de los
vecinos apuntaban a una especie de reconstrucción: de espacios
comunes, de formas de organización, de restitución de
derechos vulnerados, derechos de los niños y adultos a la
educación, a la salud, a la vivienda, al mejoramiento en las
condiciones de trabajo, etc.
Hablaban de la “época
anterior” para referirse a la etapa previa a la dictadura, y
este era un modo que no solo era utilizado por quienes eran o habían
sido militantes sociales o políticos. “Yo, en la época
anterior, estaba en la comisión interna de x fábrica”
“en la época anterior hacíamos teatro popular con
Norman Brisky”. Y esta comunidad, que ahora funcionaba como
tal, hacia intentos por retomar aquello que había quedado
“suspendido” “interrumpido” “en pausa”
durante la dictadura militar. Porque la dictadura militar había
impuesto a sangre y fuego un modelo económico, pero aún
no había podido arrasar culturalmente con toda esta
experiencia histórica de las clases populares.
¿Veinte
años no es nada?
Veinte años
después, recibo en el Depto Prevención del
CE.NA.RE.SO., en lapsos de 2 ó 3 meses, pedidos de 3 comedores
de la “Villa Ceibal” que participaban con nosotros en una
red de instituciones, situados a 2 cuadras de distancia uno del otro.
Cada uno quería
tomar el tema con “su” gente en “su” comedor,
porque eran “realidades diferentes”. Fuimos escuchando
las diferentes demandas, poniendo especial cuidado en pensar qué
lugar estaban ocupando las drogas en cada uno de esos pedidos:
1) Un señor -que
vamos a llamar Pedro- acompañado por José, que se da a
conocer como Pastor evangelista.
Pedro
me dice: “tengo un comedor en la Villa Ceibal”.
Así se presenta.
Agrega
que “se puso” un comedor nocturno porque la mayoría
de los comedores del barrio funcionan al mediodía y “hacia
falta” uno a la noche. A éste, según sus
dichos, concurren los adictos del barrio, porque “duermen de
día y salen de noche, entonces comen en mi comedor”.
Me dice que no quiere que el suyo sea un “comedero”,
“-yo quiero hacer acción social”.
A continuación
ambos (Pedro y el Pastor) hablan de su preocupación por los
jóvenes y los adictos. Refieren que los coordinadores del
comedor quieren tener un encuentro con nosotros para pensar juntos
qué hacer con la problemática de las drogas en los
jóvenes.
2) Una señora –
que llamaremos Alicia- cuyo comedor tiene muchas y variadas
actividades culturales y educativas, además de asistencia
odontológica para los niños y recibe, además de
subsidio estatal, ayuda económica de personalidades del medio
artístico.
Alicia dice que las
madres que concurren a su comedor quieren tener una reunión
con nosotros, preocupadas por evitar un encuentro de sus hijos con
las drogas. Agrega “trabajan para mi comedor mujeres que tienen
planes sociales” constituyéndose una relación
cuasi laboral con las vecinas que cocinan y atienden.
3) Una señora –
que llamaremos Noemí- cuyo comedor es nuevo y esta en plena
búsqueda de ampliación de subsidios.
El pedido sería
para trabajar con jóvenes que asisten al lugar y que
finalmente nunca aparecieron.
Hay algunas cosas en
común en la presentación de los tres: 1) se presentan
como “propietarios” del comedor del que provienen (no es
“nuestro”, “del barrio”, sino “mi
comedor”), 2) estos comedores que se llaman comunitarios
ofrecen comida sin que medie reflexión alguna por los motivos
de esta falta de alimentos y 3) dicen basar su intervención
en el amor.
Sin embargo, hay algo
en estos relatos, que habla más de leyes de mercado y
microempresa, que como respuesta a una necesidad básica en su
comunidad: competencia, búsqueda de ofertas diferentes de
servicios, ocultamiento de contactos que pueden proveer mercaderías
a los otros, etc.
¿Se trata de
personas corrompidas, sin conciencia de clase que se abusan de sus
vecinos encontrando un modo de vivir de ellos? ¿o podemos
pensar en cómo se expresa en estos espacios microsociales, en
su cultura, en su cotidianeidad y en su manera de leer las causas de
sus problemas el cambio operado a nivel macrosocial: el global
neoliberalismo?
Podemos
observar justamente en esta descripción las repercusiones en
la cultura, los vínculos, la vida cotidiana y la economía,
de las políticas y el discurso neoliberal de los ´90 en
un espacio microsocial; mas allá del análisis sobre
cada uno de estos actores sociales y, “ver así como
llevamos mas de 30 años de modelación de la conciencia
social” 3
El
trabajo iniciado en la dictadura militar lo vemos continuado en
democracia, fundamentalmente en los ´90, en las distintas
expresiones de la cultura. A nivel mundial se anuncia el “fin
de las ideologías y de la historia”, y que no hay mas
contradicciones, solo un ganador. En ese momento “desapareció
del imaginario popular la posibilidad de construir una sociedad
alternativa” 4.
La actividad política
y social sufre un proceso de degradación. Se instala la
sospecha de corrupción en cada rincón que otrora fuera
de solidaridad, lucha y proyecto común. “Antes nos
juntábamos para discutir ideas de cómo salir de nuestra
situación. Ahora nos juntamos para escribir proyectos para
que nos subsidie alguna ONG” decía una referente de un
comedor comunitario de una populosa villa del Gran Buenos Aires.
La
descripción que hace Javier Auyero en “La política
de los pobres” 5
de la línea secuencial en el tiempo de la forma de
satisfacción de las principales necesidades de subsistencia en
una villa del conurbano bonaerense es absolutamente aplicable a esta
experiencia: “...consiste en una combinación de
extremadamente bajos ingresos (decrecientes), redes de reciprocidad
entre vecinos y familiares (crecientes), actividades ilegales
(trafico de drogas, pequeños robos, etc.) (crecientes) caridad
asistencial de las iglesias y del Estado y (creciente) resolución
de problemas a través de la mediación política.”
Siguiendo
con Auyero, “... La reconstrucción de la historia de la
villa y de las experiencias de sus habitantes refleja la siguiente
trayectoria: a) de proletarización a desproletarización
y b) de ser un lugar con alta densidad organizativa y niveles
de movilización política que en algún momento
fue vivido como una comunidad y en el cual la mayoría de los
problemas de la villa eran resueltos de manera colectiva, a ser un
espacio, caracterizado por la desertificación
organizativa y bajos niveles de movilización política,
que es percibido por sus habitantes como un potencial vacio, como una
posible amenaza, un área a ser temida o fortificada y en la
cual una creciente cantidad de problemas de sobrevivencia son
resueltos de una manera individualizada.”
En este regreso a la
Villa Ceibal de la mano de Pedro, pude observar cambios
fundamentales.
Él ofreció
ir a buscarme a una avenida cercana para ingresar juntos, por
cuestiones de seguridad. Una vez en el barrio, le pido que me lleve
a recorrerlo. Me resulta difícil reconocer este nuevo
territorio. En cada calle hay varios cartelitos en los frentes de
algunas edificaciones que anuncian: comedores, merenderos, apoyo
escolar, guardería, iglesias de diferentes practicas, apoyo
para microemprendimientos, todos ellos con nombres como “La
abejita”, “Amor”, o con referencias religiosas. No
saben sobre la existencia de juntas vecinales o sociedades de fomento
las personas consultadas. Cada comedor tiene su listado de personas
que asisten y los que consiguen menos recursos o servicios establecen
una extraña relación con los que más tienen, en
donde les piden “cupos” para que puedan ser atendidos los
de “su” comedor por los médicos o los odontólogos
del “otro”.
Los jóvenes salen
poco del barrio, el “afuera de” les resulta sumamente
hostil, se producen robos dentro de la villa permanentemente y
situaciones de violencia callejera. “- no podés tender
la ropa, te roban las zapatillas, te piden la plata del colectivo...”
El barrio tiene una
división virtual en: “zona de peruanos, zona de
bolivianos, de este lado de la asfaltada, del otro lado de la
asfaltada, los del arroyo, los del fondo, los de la entrada... ”.
Pertenecer a una zona invalida relacionarse con los de la “otra”.
La hostilidad de afuera se ha reproducido dentro.
Me presentan a una vecina
como la única que puede recorrer ciertos pasillos
“...yo
ya estoy jugada, mi hijo esta todo el tiempo tirado drogándose,
yo voy a los pasillos y me tiro con ellos en el piso para estar con
mi hijo, y me quieren y respetan. Tiene que ver como me saludan y
reconocen!!!”.
En distintas reuniones
con vecinos, ubican como principal problema el del consumo de drogas,
tanto entre sus familiares como en los chicos del barrio.
La escala de personas
que se juntan para pensar cómo resolver sus diferentes
problemas se ha reducido ostensiblemente: no es escala barrial, sino
grupo que esta en determinada iglesia o comedor, o calle. Refieren
desconocer a la mayoría de sus vecinos, salvo casos
excepcionales como la señora que puede ingresar en cualquier
pasillo, lo que he podido comprobar al recorrer el barrio en
diferentes oportunidades con distintas personas (no se saludan ni se
miran)
La mayoría de los
jóvenes ha abandonado la escuela, no tienen trabajo y se los
empieza a ver entrada la tarde, tirados en distintas esquinas.
La fragmentación,
el desamparo y la hostilidad se respira.
La
gente con la que me contacté en este trabajo no recordaba o no
conocía toda esta historia previa del barrio: las
organizaciones, el modo en que resolvían los problemas. En su
preocupación por sobrevivir les costaba relacionar que este
desconocimiento, como descapitalización, era parte del
problema. Que la recuperación de la memoria histórica,
no era el recuerdo a los que estuvieron, sino retomar ese modo de
pararse que les ofrecía una mirada del mundo y una posición
subjetiva más ligada a los derechos y a la dignidad que a la
dádiva.
El orgullo de formar
parte se había transformado en vergüenza de pertenecer.
La palabra mas escuchada: impotencia. ¿Habrán olvidado
ese “saber hacer”o estará “en pausa”
“suspendido” “interrumpido” como durante la
última dictadura militar?.
En ese contexto resulta
una obviedad pensar en cómo se instala este consumo
generalizado de drogas, que denuncia malestar y sin sentido.
Estimo que todo análisis
con relación al fenómeno de las drogadependencias debe
tener en cuenta que tanto la aparición de este fenómeno
como los efectos que producen las drogas consumidas están muy
mediatizados social y culturalmente.
Desde
el discurso imperante con relación a la prevención, se
sostiene la misma ilusión de igualdad que la de nuestra
Constitución Nacional, tomando solo una diferenciación:
el tipo de droga consumida (que no es poco): éxtasis -pasta
base, como extremos de opciones según la clase social a la que
se pertenece, no teniendo en cuenta otros atravesamientos económicos,
sociales, históricos, políticos y culturales a la hora
de analizar qué cosas están denunciando estos consumos.
Asimismo, creo importante
destacar la escala comunitaria de nuestra intervención que
toma y trabaja sobre los efectos que esta situación
macrosocial produjo en los microgrupos.
Justamente podemos
relacionar lo que subyace como padecimiento desde lo social a poco de
iniciar una actividad comunitaria de prevención en el uso de
drogas con los efectos del huracán neoliberal que vivimos y
que se agudizó desde los 90´.
Por un lado tenemos
indicadores económicos: desocupación, pauperización,
necesidades básicas insatisfechas, población debajo de
la línea de pobreza e indigencia. Estos indicadores
difícilmente puedan ser modificados en una intervención
a esta escala.
Sin embargo, hay otros
efectos, profundos, aun no mensurados en la dimensión
alcanzada: sociales, vinculares, culturales, en los que sí es
posible intervenir en esta escala microsocial, y son los efectos que
quienes se acercan con un pedido de intervención a nosotros
empiezan a relacionar con las situaciones que viven hoy, incluyendo
el uso de drogas de los jóvenes de sus barrios.
Barrios
Santa Ana, San Martín y Loma Verde – Pcia de Bs.As.
Corría el año
1982 y se produce en el sur del conurbano una espectacular toma de
tierras: de la noche a la mañana cientos de familias se
asientan en una zona, dividen cada terreno en x pasos de frente por
x de fondo y se instalan.
Resisten una feroz
represión policial, bloqueo de agua y víveres y, con
la creatividad popular, organización y apoyo de distintas
organizaciones, fundamentalmente la Iglesia, logran quedarse. Fueron
ejemplo de lucha, resistencia y organización.
En plena campaña
electoral en 1983 logran arrancarle a cada candidato a presidente la
promesa de poder ser dueños de estas tierras, y lo consiguen.
Cada noviembre festejaron el aniversario del sueño de su
lugar, el que iba a ser construido con toda dignidad. “Esto es
un asentamiento, todos tenemos el mismo terreno, vamos a hacer
calles, vamos a ponerles nombres”.
Inmediatamente se
trabaja en alfabetización de adultos, aprendizaje de
construcción de viviendas populares con arquitectos
solidarios, construcción de telares para fabricación de
prendas, las reuniones de las Comunidades Eclesiales de Base, el
acompañamiento de los organismos de derechos humanos.
Estos barrios, 3, que
colindaban, tenían una organización de delegados por
manzana. También eran votados y revocados en su mandato en
asambleas de manzana.
Luego, estos delegados se
reunían en la comisión barrial y a su vez funcionaba
una coordinadora de los 3 asentamientos.
A pesar de las
dificultades permanentes, el clima era de triunfo y de “solo
resta mejorar”.
Las preocupaciones se
relacionaban con estabilizarse en el barrio, generar buena relación
con los barrios vecinos que no veían con buenos ojos la
irrupción repentina de tanta gente, la represión
policial, mejorar los materiales de construcción de las
viviendas, la escolaridad de los hijos, saber leer y escribir para
mejorar la calidad de empleo y el manejo en la vida cotidiana.
No se mencionaba como
problema el consumo de drogas. El consumo de alcohol, problema de los
adultos, era trabajado en las reuniones de alfabetización o en
las CEB (comunidades eclesiales de base).
Sigo en contacto por
distintas vías con gente de esta comunidad. Promediando el año
1987 se les hacia difícil sostener la organización. Los
delegados por manzana eran más virtuales que reales y muchos
seguían siéndolo porque nadie quería ocupar ese
lugar. El año anterior habían matado en un confuso
episodio a un joven militante del barrio y esto actualizó
antiguos terrores.
La preocupación
era la incipiente democracia amenazada, la proliferación de
iglesias que se definían como evangélicas y traían
un discurso disonante con respecto a la experiencia de los barrios,
la falta de trabajo, que se empezaba a sentir con más fuerza,
las elecciones en los sindicatos, la conformación de frentes
para las elecciones para diputados...
Retomo el contacto en el
año 2004 con uno de estos barrios a instancias del Movimiento
Ecuménico por los Derechos Humanos, a partir de un pedido de
un grupo de mujeres de una organización de desocupados. El
pedido era claramente la preocupación por los jóvenes
que consumen drogas en el barrio.
Inmediatamente hablan de
la falta de empleo, de lo difícil de sostener la vida familiar
cuando el hombre se siente avergonzado por no poder proveer el
sustento, del papel de la mujer en el tránsito que va desde el
despido del empleo de su marido, el tiempo que pasa sin conseguir
otro trabajo y la decisión y posibilidad de algunos de salir
de su propia culpabilización y unirse a una organización
de desocupados. El impacto en la relación con los hijos, en
la dificultad de ejercer su función por no sentirse
autorizados al no poder brindarles la satisfacción de sus
básicas necesidades materiales.
Coexisten en el barrio
varias organizaciones de desocupados que compiten entre sí, no
hay delegados por manzana sí una sociedad de fomento de dudosa
representatividad.
El paisaje cambió.
Se abrieron nuevas calles, asfaltadas, hay semáforos, pero no
hay lugar común.
Las mujeres de esta
organización tienen un entrenamiento en reflexionar y discutir
y pueden, de algún modo, relacionar esa ausencia de proyecto
común, de sentido, la falta de lugar, como facilitador de la
aparición en cada esquina de sus chicos drogándose.
“Ellos nos muestran que están mal y nosotros nos
cruzamos de vereda.”
Cada organización
esta cerrada y centrada en si misma, buscando sobrevivir.
Acusan recibo del mensaje
de los jóvenes, ellos exhiben todo su malestar, dejan
inscripciones en las paredes, eligen determinadas esquinas y lugares,
la tarea es decodificar esos mensajes.
En estos barrios hay
puntos en común respecto del consumo de drogas:
>Consumo
masivo de sustancias toxicas por parte de los jóvenes de los
barrios: describen el paso de ser un lugar de consumo esporádico,
a un consumo permanente y generalizado.
>Modificación
de la accesibilidad de las sustancias, las que se hallarían
más disponibles que en otros tiempos.
>Modificación
de las sustancias utilizadas para el consumo. Se ha pasado de
sustancias menos dañinas a más dañinas,
(marihuana – cocaína- inhalantes a pasta base) Esta
última aparece como problema desde hace aproximadamente seis
años y la utilizan con distintos elementos de corte -la
mayoría de las veces- desconocidos para los consumidores.
La
población ubica el inicio de estas modificaciones entre
principios de los ´90 y promediando esa década. Asocian
este consumo de drogas con la desocupación, el hambre, la
pauperización “Antes éramos pobres dignos,
ahora somos miserables”.
Cuando trabajamos sobre
cómo impacta esto en las familias, aparecen cuestiones que
creo imprescindible transcribir textualmente:
“Violencia:
el hombre se siente disminuido ante su mujer que sale a trabajar”.
“Muchas veces sólo se siente hombre tomando, pegando y
robando”.
“No
podemos poner límites a los hijos si yo como padre o madre no
puedo darle de comer”.” Mi hijo llama papá al del
comedor en vez de a mí”. Muchas veces tenemos que mirar
para otro lado y comer de lo que roba”. Sentimos vergüenza
ante nuestros vecinos.”
Relatan situaciones de
impotencia, depresión, comportamientos autodestructivos.
A su vez, estas
situaciones impactan en el barrio.
El resultado es la
atomización, la falta de participación en la resolución
de los problemas de la comunidad, la desconfianza, la falta de
solidaridad.
Los hijos, propios y
ajenos, aparecen para estas personas apaleadas por la realidad, como
lo único por lo que vale la pena luchar. Es por eso que
recibimos estas demandas y, son los hijos y los jóvenes
adictos de las esquinas, los que conducen a los grupos de vecinos, la
mayor parte de las veces angustiados, a pensar sobre la situación
a la que han llegado.
La intervención de
la que hablamos implica una investigación participativa, que
dé lugar a un diagnóstico construido con la población,
para que éste permita direccionar la acción.
Hacemos una ubicación
de las diferentes escalas e identificamos sobre la que concentraremos
nuestro trabajo: individual, familiar, barrial, municipal,
provincial, nacional, internacional.
Una
vez clarificada la escala de trabajo (barrial) hacemos una lectura
compartida de las necesidades de los jóvenes.
La materia prima es: lo
que dicen las paredes de sus barrios (“esta esquina me vio
crecer” “este es mi refugio”), los lugares que
eligen para juntarse (“vienen a las plazas y entonces nosotros
nos vamos” “las esquinas que tienen paredones grandes”).
Todo este ejercicio está
orientado a que puedan escuchar parte de lo que los jóvenes
están demandando: un lugar.
Ellos son los excluidos
dentro de los excluidos, ostentan su malestar en cada esquina, y
detrás del aparente poderío que hace que “el
resto” se vaya cuando ellos llegan, está la intemperie.
Son los más expuestos a la violencia institucional, aunque son
señalados como violentos.
Los jóvenes
convocan, por dolor o por temor. Pero a poco de andar con esta
investigación compartida, comienzan a aparecer todas las
similitudes que tiene la situación de los jóvenes con
la de los adultos: falta de proyectos, desocupación,
discriminación, violencia, desamparo.
También comienza a
vislumbrarse cómo a veces sus propias organizaciones (juntas
vecinales, organizaciones piqueteras, etc.) dan poco lugar a las
mujeres, o a los jóvenes con un perfil diferente al
“esperado”, y se pone al descubierto una especie de
derecho de admisión.
Trabajar
sobre lo que no esta expresado pero excluye, trabajar para la
preparación de un encuentro, propiciar espacios cuyo horizonte
será pasar de la fragmentación a la organización,
considero que es una intervención que se involucra con todos
estos padecimientos, denunciados por los jóvenes y escuchados
de algún modo por su comunidad. Nuestro trabajo apunta a
posibilitar estos encuentros, y, desde un enfoque dialéctico,
producir marcas por parte de quienes creen que solo tienen derecho a
ser marcados por la realidad.
Bibliografía
۰Auyero,
Javier (2001) La política de los pobres, Manantial,
Bs.As.
۰Petras,
James (2002) Los perversos efectos psicológicos del
capitalismo salvaje. Rebelión
۰Wacquant,
Loïc (2000) Las cárceles de la miseria. Manantial,
Bs.As.
۰Wacquant,
Loïc (2001) Parias urbanos. Manantial, Bs.As.
NOTAS 1
Desde 1982 hasta 1985 fui alfabetizadora y formadora de
alfabetizadores de adultos, primero desde el Servicio Paz y Justicia
y luego desde el CE.DE.PO. Centro Ecuménico de Educación
Popular. Los primeros contactos y trabajos en estos barrios los hice
desde esta experiencia. Desde 1988 trabajo en Prevención en
adicciones en el CE.NA.RE.SO.
2
Se trata de 2 barrios: uno ubicado en el sur del conurbano
bonaerense y otro en la Ciudad de Buenos Aires.
Los nombres de los
lugares y las personas han sido modificados.
3
Gambina, Julio: extraído del Encuentro sobre Economía
Política dirigido a referentes populares en el MEDH. Agosto
2006
4
Gambina, Julio: idem
5
Auyero, Javier: La política de los pobres. Las prácticas
clientelistas del peronismo. Manantial. Buenos Aires 2001
* Datos sobre la autora: * Silvia Mónica Gianni Lic. en Servicio Social Volver al inicio de la Nota |
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