Periódico de Trabajo Social y Ciencias Sociales Edición digital |
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Resumen:
La drogadicción
se presenta en este contexto en un escenario donde pujan las
restricciones a la ciudadanía y los derechos subjetivos. La
pérdida de espacios de socialización que sufrió
nuestro país en los últimos treinta años,
muestran dificultades de diversa índole que van desde la
fragmentación de la vida cotidiana hasta la complejidad para
acceder a formas constructivas de la pertenencia y la identidad. La
drogadicción, en tanto padecimiento, se convierte en una
expresión del desencanto frente a un mundo fragmentado y sin
sentido. 1- El escenario de la
drogadicción
La violencia de la
desigualdad, el desempleo y la todavía vigencia del Mercado
-tal vez en retroceso- como Leviatán, en tanto monstruo
necesario para mantener el orden de la restricción de los
derechos de quienes, en diferentes grados precarizan su relación
con él. Así, el sujeto es
solo individuo precario, temporal; donde se obtura su posibilidad de
ser en su relación con otros.
Una sociedad, donde la
recuperación del pasado desde lo trágico, pero también
desde lo beneficioso está volviendo lentamente, tal vez,
comenzando a construir nuevas formas de la verdad, por fuera de los
discursos únicos.
Una sociedad donde el
porvenir sigue transitando una ruta opacada por la incertidumbre y la
falta de convicciones que permitan pensar en proyectos de futuro en
forma colectiva.
También existen
caminos donde en forma individual y excepcional y tal vez
aleatoriamente tomaron vías que permiten construcciones desde
lo precario hasta lo mas concreto.
El escenario de la
drogadicción en tanto sociedad, da cuenta de fragmentaciones
recientes, y también de una puja heroica para resolver las
rupturas, en la búsqueda constante de una totalidad perdida
luego de años de disoluciones que remiten a las pujas de la
fundación de nuestra sociedad.
En definitiva
fragmentaciones manchadas de sangre y silencio que van desde el
terrorismo de estado hasta los desaparecidos sociales.
Una sociedad donde la
precariedad, la falta de certidumbre con respecto al futuro y las
diferentes fragmentaciones construyen padecimientos que son poco
visibles y aún no han sido clasificados en los manuales que
intentan dar cuenta de las características enciclopédicas
del dolor.
Una sociedad donde los
lazos sociales deteriorados generan la angustia expresada en “ese”
dolor que como un fantasma se transforma en inexplicable e
irreconocible tanto para unos como otros. El dolor de la identidad
construida en forma frágil, inestable, fugaz. El padecimiento,
de la falta de espacios de socialización y de construcción
de sentidos que conecten al sujeto con el todo. Constituyen la puesta
en escena en un teatro donde los guiones cambian en forma abrupta y
dejan a muchos de los actores sin palabras, sin voz.
Un escenario donde los
derechos subjetivos se imponen desde lo mediático, pero el
ejercicio de éstos, su acceso, se restringe desde las
“capacidades” que otorga el dinero. El desencanto de la
“jaula de hierro”, profetizada por Max Weber, tal vez
cumplida en parte, pareciera que anula las posibilidades de
reconstrucción, reparación, o recuperación de
ese lazo social perdido.
El mundo de los derechos
subjetivos que se enfrenta a las restricciones de los derechos
sociales, cuando su pérdida inicia un camino inexorable hacia
la restricción de los derechos civiles.
En estos contextos aún
así, la identidad se continúa construyendo desde
probablemente uniones desconocidas, aún no vistas, que se
presentan como terreno a develar; que conectan a cada uno de los
integrantes de esta sociedad con una cultura de la resistencia y la
integración.
La drogadicción
puede ser una forma de expresión del desencanto en ese
contexto , escenario. De un malestar que aleja, separa al sujeto de
los otros de su cultura, de los elementos constitutivos de la
identidad. 2- La adolescencia
Una sociedad donde los
ancianos no son tenidos en cuenta por su sabiduría experiencia
o conocimiento, sino por lograr permanecer como jóvenes de
cuerpo y espíritu.
Se vive en una paradoja
de una sociedad de adultos disfrazados de jóvenes que ocultan
a éstos o los exhiben a su lado como trofeos que irradian lo
que no se tiene.
La sociedad se convierte
en adolescente, una especie de estilo de vida que exalta la
adolescencia, la juventud, mientras estas, se ven encerradas en los
circuitos de consumo, para pertenecer, hace falta obtener productos
“simbólicos” que día a día se
desactualizan. La necesidad de acceder a consumos emblemáticos,
es una forma frágil y economicista de construir lazo social,
solidaridad y pertenencia.
Esta sensación de
puro presente, da cuenta de la necesidad de resolver todo en lo
inmediato, en un contexto de precariedad y exclusión social.
Las ciudadanías de los jóvenes, se transforman en
recortadas, flexibles inestables y efímeras. De este modo, se
naturaliza la exclusión social, se crean nuevas formas de
estigmatización y ser joven en la sociedad adolescente, puede
ser peligroso. Las drogas, de este modo,
se transforman en nuevos elementos de control y disciplinamiento,
tanto desde el discurso que las construye como importantes, como
desde el discurso del cuidado y el tratamiento. Se refuerza de esta
manera, la estigmatización naturalizándola, generando
nuevas formas de la fragmentación.
Se considera a los
consumidores como jóvenes, con potencial adictivo y
delincuencial habitando un espacio de “guerra natural”,
sin reglas y sin ley que solo se resuelve con un sistema hobbesiano
de tratamiento, donde la entrega de la soberanía es clave
fundamental, actuando como extorsión para quienes reconocen su
problema y desean ingresar a un sistema de tratamiento.
Así la asociación
drogas – juventud, es presentada, muchas veces, desde un
fatalismo donde la única resolución es el control de
determinadas poblaciones con una serie de características
enumeradas por expertos y manuales internacionales.
Las drogas se siguen
pensando desde el discurso médico, como si fueran bacterias o
virus que ingresan a la sociedad y generan adictos por mero contacto
o contagio. La drogadicción aún se presenta explicada
desde relaciones causales, unívocas, determinadas desde donde
se construye un fatalismo que impide la acción o resalta la
inviabilidad de determinadas poblaciones. Contradictoriamente, esta
sociedad que se define como adolescente, forma parte de un país
y un continente donde la exclusión social se orienta hacia
los jóvenes, donde las cárceles bajan año tras
año el promedio de edad. La sociedad adolescente, demanda cada
vez mayores sistemas de control hacia éstos, ratificándose
el discurso que marca una idea de joven deteriorado, sin horizontes.
3- La drogadicción
Es, desde esta
perspectiva construida como problema social a partir de una necesidad
de etiquetas y diagnósticos. Desde la ética protestante
comienzan a demonizarse las sustancias, para luego construir diablos
en quienes las usan o dependen de ellas. Así cada época
construyó diferentes tipologías de drogadictos,
desviados, viciosos, anormales, desde rasgos físicos,
atribuciones e identidades supuestas.
Como complejo
sociocultural, la drogadicción muestra el sistema de
trasgresiones que dialoga con esta época.
Así, desde una
perspectiva histórica, las drogas serán más o
menos importantes de acuerdo a las características de ese
sistema y del complejo tutelar para abordar el problema.
La reafirmación de
la “capacidad destructiva” de la sustancia, se centra en
el temor a las poblaciones que podrían estar usándola.
La drogadicción, en tanto construcción social, logra
poner en marcha un deseo, transformado en mito, que se vuelve
insaciable, que todo lo malgasta, construyendo un mundo donde la
satisfacción nunca es definitiva. Condensándola,
llevando la metáfora a lo real, el mundo que occidente
construyó alrededor del consumo y los objetos. En definitiva,
hoy, objetos, productos que se hacen necesarios para sobrellevar
mejor un presente cargado de perplejidad.
El goce, el placer, el
encanto de los objetos está, tal vez, en que detienen
momentáneamente la sensación del sufrimiento, colmando
un vacío que se hace más profundo en la medida en que
se llena.
A su vez, la
drogadicción, se complementa con la “necesidad” de
la trasgresión, la trasgresión es en definitiva
funcional a una sociedad que necesita permanentemente ratificar el
lugar de lo “sano” y de lo “enfermo”. Así
como en la era Victoriana, la prostitución era una trasgresión
“necesaria” debido a la represión sexual de los
cuerpos y el deseo. La drogadicción actúa como excusa
para imponer coerciones, siendo la coerción la negación
misma de la subjetividad y la imposición de otra,
preconstruida, artificial “necesaria” a los diferentes
órdenes vigentes en la historia.
La drogadicción
como problema social se inscribe en los cuerpos, se muestra a través
de marcas que muestran diferentes itinerarios y procedencias, cuerpos
de la pobreza, de la estética cuidada, cuerpos del encierro,
cuerpos que muestran trayectorias, cuerpos donde el padecimiento
subjetivo se hace objetivo a través de cortes y señales.
Por otra parte, el
abordaje del tema muchas veces se sigue pensando desde las relaciones
causales, a partir de prácticas discursivas que lo preceden y
que se remontan a viejos postulados positivistas enraizados en las
ciencias naturales, ratificando determinismos, haciendo que el
tratamiento se transforme en un sin sentido. Coincidiendo que la
noción de problema social surge con los saberes de la
normalización.
4-
La Intervención
En definitiva, los
interrogantes convergen en dilucidar, ¿Cuál es el
sentido de la intervención en este tema?; ¿cómo
hacer que esta se integre a un contexto de crisis e incertidumbre?;
¿cómo lograr intervenciones que se orienten
estratégicamente a recuperar lo propio?, la cultura, la
identidad, la soberanía <en tanto autonomía> de
ese otro. Bibliografía * Datos sobre el autor: * Alfredo Juan Manuel Carballeda Trabajador Social Volver al inicio de la Nota |
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