RESUMEN:
Concebido e inicialmente desarrollado
en los Estados Unidos, el Tratamiento Comunitario Asertivo (TCA) ha
alcanzado notable importancia también en Canadá, Suecia
y el Reino Unido, y está siendo implementado en un número
creciente de países, entre ellos España. Aunque avalado
por una sólida evidencia científica de efectividad, el
TCA ha sido objeto de crítica por su intrusión en la
esfera privada de las personas con problemas de salud mental.
La
literatura examinada sugiere que una relación colaborativa
entre profesionales y usuarios resulta apropiada tanto para la
resolución de los dilemas éticos planteados por el TCA
como para la reintegración social de las personas con una
enfermedad mental grave.
Tales objetivos
requieren la activa participación, dentro de los equipos de
TCA, del trabajador social, profesional específicamente
preparado para promover relaciones de empatía con el usuario
de los servicios y para colaborar en su proceso de integración
de acuerdo a un modelo biopsicosocial de enfermedad mental.
SUMARIO:
- Introducción.
- Concepto y Orígenes del Tratamiento
Comunitario Asertivo.
- Principios del Tratamiento Comunitario Asertivo.
- Eficacia del Tratamiento Comunitario Asertivo.
- Consideraciones Éticas acerca del Tratamiento
Comunitario Asertivo.
- El Modelo Biopsicosocial de Psiquiatría y el
Tratamiento Comunitario Asertivo: Rol del Trabajador Social.
- Conclusiones.
- Referencias Bibliográficas.
1.
INTRODUCCION
El
Tratamiento Comunitario Asertivo (TCA) es una de las manifestaciones
más destacadas del proceso de desinstitucionalización
producido en el campo de la salud mental en las últimas
décadas. Inicialmente desarrollado en los Estados Unidos, el
TCA también ha alcanzado notable importancia en Canadá,
Suecia y el Reino Unido y está siendo implementado en un
número creciente de países, entre ellos España.
El objeto del presente artículo es, en primer lugar, ofrecer
una introducción al concepto y principios del TCA, así
como evaluar su eficacia en el tratamiento y rehabilitación de
personas con enfermedades mentales severas. El artículo,
posteriormente, examina algunas de las cuestiones éticas
planteadas en el proceso de implementación del TCA, y concluye
señalando la importancia del rol del trabajador social en el
marco de dicho modelo asistencial.
2.
CONCEPTO Y ORíGENES DEL TRATAMIENTO COMUNITARIO ASERTIVO
El TCA, denominado en inglés
Assertive Community Treatment (ACT) o Program for Assertive
Community Treatment (PACT), es definido como un servicio de
atención integral, prestado en la comunidad por un equipo
multidisciplinar, para el tratamiento, apoyo y rehabilitación
de personas con enfermedades mentales severas que no mantienen
contacto regular con los servicios psiquiátricos ordinarios
(Phillips et al., 2001; Williamson, 2002).
El modelo del TCA fue concebido, en
los primeros años setenta, en el Instituto de Salud Mental
Mendota (Madison, Wisconsin), centro en el que había sido
creada una unidad especial de evaluación de diversos
tratamientos para personas con esquizofrenia crónica. Tras
examinar los resultados de la evaluación, los doctores Mary
Ann Test, Arnold Marx y Leonard Stein comprobaron que, entre dicho
tipo de pacientes, ingresos involuntarios en el hospital para
tratamiento, altas y nuevos ingresos se sucedían
indefinidamente, dando lugar a la situación conocida como de
puertas giratorias (revolving doors).
Los investigadores
afirmaron que dicho fenómeno ponía de manifiesto la
inadecuación del hospital como lugar de tratamiento de las
enfermedades mentales severas, y se mostraron convencidos de que las
personas sufriendo esta clase de enfermedades debían ser
atendidas en su entorno comunitario (Stein y Santos, 1998). Test,
Marx y Stein sometieron su hipótesis a prueba mediante la
creación y evaluación del proyecto denominado Grupo
de Tratamiento Comunitario, específicamente diseñado
para ayudar a las personas con enfermedades mentales graves a
desarrollar una vida diaria estabilizada e integrada en la comunidad.
Los resultados demostraron la eficacia del modelo: el grupo de
pacientes que había recibido atención comunitaria vió
significativamente reducido el número de días de
hospitalización en comparación con el grupo de control
(en el que los pacientes seguían recibiendo el tratamiento
habitual). Es más, los participantes en el nuevo modelo no
habían sido simplemente trasladados a centros asistenciales
ubicados en la comunidad o a vivir con sus familias, sino que se
encontraban viviendo y trabajando independientemente (Marx et al.,
1973). Los resultados del estudio animaron a sus autores a
desarrollar proyectos a mayor escala que, finalmente, desembocaron en
el Programa para el Tratamiento Comunitario Asertivo, un
modelo asistencial notablemente desarrollado en la actualidad en los
Estados Unidos, Australia, Canadá y el Reino Unido. La
implementación del TCA también se está
produciendo en un número creciente de países, entre
ellos España, donde varios equipos han sido creados durante
los ultimos años (por ejemplo, en Avilés, Albacete y
Sevilla).
3.
PRINCIPIOS DEL TRATAMIENTO COMUNITARIO ASERTIVO
Aunque
los creadores del TCA establecieron una serie de elementos
específicos del programa (Test y Stein, 1976), el modelo ha
sido objeto de posteriores adaptaciones y modificaciones, por lo que
existe un cierto debate acerca de cuáles son sus aspectos
esenciales. No obstante, los siguientes elementos son generalmente
identificados en la literatura (Bond et al., 2001; Burns y Firn,
2002; Phillips et al., 2001) como componentes típicos del TCA:
Un equipo multidisciplinar: el
TCA asume que la presencia de profesionales de diversas disciplinas
es necesaria para la atención integral de personas con
enfermedades mentales severas. Así, los equipos de TCA
(especialmente aquéllos mejor dotados de recursos) pueden
incluir psiquiatras, asistentes técnico-sanitarios,
trabajadores sociales y cuidadores comunitarios, así como
especialistas en orientación laboral y apoyo al empleo, en
materia de vivienda, en problemas de alcohol y de drogas, y en
consejo asistido.
Trabajo en equipo. El equipo
de TCA en su totalidad es responsable de asegurar que el usuario
recibe una asistencia integral, con cada componente del equipo
contribuyendo desde su respectiva especialidad.
Atención integral. Como
alternativa a otro tipo de servicios que proveen una asistencia
relativamente fragmentada y discontinua, el TCA ofrece al usuario
constante apoyo a nivel tanto clínico como personal y social.
De hecho, promover una adecuada integración de las personas
con enfermedades mentales graves en la esfera de sus relaciones
familiares y comunitarias, así como el acceso a servicios
tanto públicos como privados, son objetivos primordiales del
modelo.
Los equipos de TCA son
especialmente activos (o asertivos) en el establecimiento de
contacto inicial con personas con enfermedades mentales severas y
persistentes que, por diversos motivos, no acceden a los servicios
ordinarios de salud mental, así como en el mantenimiento de la
relación asistencial con dichas personas.
Baja proporción (10-15:1)
usuarios/profesional, a fin de asegurar un servicio personalizado
que tenga en consideración las necesidades y preferencias de
cada usuario.
Tratamiento in vivo: la
mayoría de los contactos entre los miembros del equipo y los
usuarios se producen en los domicilios de estos últimos o en
otros lugares de su entorno comunitario (por ejemplo, una cafetería
o un centro de recreo) y no en dependencias de los servicios de salud
mental.
Contacto frecuente y flexible.
Para el usuario de los servicios de TCA, saber que recibe
regularmente visitas de apoyo en su domicilio puede aumentar su
confianza y sentido de seguridad. Sin embargo, las necesidades del
usuario cambian o evolucionan, por lo que los miembros del equipo
deben de adaptar la frecuencia y naturaleza de sus visitas de acuerdo
a las circunstancias concretas de cada usuario.
Control de los síntomas.
El modelo del TCA postula que una combinación de medicación
adecuada y técnicas psico-sociales de probada eficacia
contribuye a controlar los síntomas de la enfermedad mental,
evitando ulteriores ingresos del usuario en el hospital así
como el estigma social derivado de repetidas y severas recaídas.
El servicio es disponible
veinticuatro horas al día y siete días a la semana
para proveer una respuesta inmediata y eficaz en caso de crisis.
Los servicios ofrecidos por los
equipos de TCA no tienen una duración
preestablecida, sino que son prestados
mientras que las necesidades del usuario así lo requieran.
Este factor permite el desarrollo de relaciones terapéuticas a
medio y largo plazo, basadas en la confianza mutua entre
profesionales y usuarios.
4.
EFICACIA DEL TRATAMIENTO COMUNITARIO ASERTIVO
En el año 1998, un grupo de
investigadores en el campo de la salud mental se reunió en
Princeton (New Jersey) bajo los auspicios de la Robert Wood Johnson
Foundation. En las sesiones llevadas a cabo se concluyó que
los siguientes seis métodos de intervención gozan de
una sólida base científica de eficacia en el
tratamiento y rehabilitación de personas con enfermedades
mentales severas: tratamiento comunitario asertivo (Assertive
Community Treatment), programa para el control de la enfermedad y
la recuperación (Illness Management and Recovery),
psico-educación en el ámbito familiar (Family
Psychoeducation), programas de orientación laboral y apoyo
al empleo (Supported Employment), co-ocurrencia de trastornos:
tratamiento integrado de trastornos duales (Integrated
Dual-Disorders Treatment) y administración adecuada de
medicación (Medication Management) (Salyers et al.,
2002).
La inclusión del TCA entre las
mencionadas prácticas basadas en la
evidencia resulta ciertamente justificada
al ser éste uno de los programas comunitarios de atención
a personas con enfermedades mentales mejor documentados y evaluados.
Diversos estudios de investigación
muestran que el TCA: reduce los niveles de hospitalización;
favorece una mayor estabilidad del usuario en su domicilio; produce
una moderada mejoría en la calidad de vida del usuario,
especialmente en aquellos casos con síntomas más
severos y con altos niveles de deterioro funcional;
es rentable desde el punto de vista
económico si el servicio se dirige específicamente a
aquellas personas con una alta utilización de los servicios
psiquiátricos hospitalarios;
y genera, entre los usuarios, unos
niveles de satisfacción mayores que los modelos asistenciales
tradicionales (Bedell et al., 2000; Bond
et al., 2001; Essock et
al., 1998; Latimer, 1999; Marshall y Creed, 2000; Marshall y
Lockwood, 1998; Mueser et al., 1998; Ziguras y Stuart, 2000).
Sin embargo, los mencionados estudios
de investigación no determinan qué elementos del TCA, y
en qué medida, contribuyen a la mejoría de los
pacientes, ni si dicha mejoría se mantiene una vez que el
usuario recibe el alta y deja de recibir los servicios (Mueser
et al., 1998). Además, y a pesar de
que la evaluación de los programas de TCA muestra resultados
positivos en términos generales, la eficacia del tratamiento
es limitada en aspectos como la reducción de sintomatología
y la integración social del usuario (Mueser et al., 1998).
Por
último, existen grupos de pacientes que parecen no obtener
ningún beneficio añadido por el hecho de recibir el
TCA, como las personas con trastornos de personalidad, los usuarios
procedentes del sistema de justicia criminal y aquéllos con
síntomas predominantemente negativos (Burns y Firn, 2002).
Un hecho que ha provocado especial
preocupación entre los promotores del TCA es la relativa falta
de efectividad del modelo en el Reino Unido, donde ha sido adoptado
como uno de los componentes esenciales de los servicios nacionales de
salud mental (Department of Health, 1999),
con más de 220 equipos de TCA
creados hasta la fecha. En concreto, la significativa reducción
de los niveles de hospitalización conseguida por los proyectos
desarrollados en los Estados Unidos no se ha visto hasta ahora
reproducida en los estudios llevados a cabo en el Reino Unido
(Holloway
et al., 1995;
Holloway
y Carson, 1998;
UK700
Group, 1999).
Dos
argumentos han sido ofrecidos para explicar dicha falta de
consistencia entre resultados: de un lado, algunos autores consideran
que los programas de TCA evaluados en el Reino Unido no se han
adherido fielmente al modelo original (Marshall
et al., 1999; Marshall
y Creed, 2000).
Otros autores, por el contrario, sostienen
que la existencia en el Reino Unido de servicios ordinarios de salud
mental con componentes similares a aquéllos del TCA ha
provocado que, al ser comparados ambos tipos de intervención,
los resultados no hayan ofrecido diferencias estadísticamente
significativas entre los mismos (Burns, 2003; Burns
y Priebe, 1996,
1999; Tyrer,
2000).
De hecho, el
tratamiento de personas con enfermedades mentales severas en su
propio lugar de residencia y no en el hospital es una práctica
ampliamente establecida desde hace varias décadas en el Reino
Unido y otros países de Europa. En el Reino Unido, por
ejemplo, los técnicos sanitarios especializados en salud
mental y los trabajadores sociales han venido desempeñando
tradicionalmente parte de su actividad profesional en el domicilio
del paciente.
Asímismo, otro componente esencial del TCA, la
provisión de un servicio integral de atención, tanto
clínica como social, ha sido uno de los principales objetivos
de los servicios ordinarios de salud mental en el Reino Unido durante
los últimos quince años (Burns y Firn, 2002). Esta
segunda hipótesis viene hasta un cierto punto confirmada por
reciente investigación científica que concluye que la
ausencia, en los estudios británicos de TCA, de las
diferencias estadísticamente significativas halladas en los
Estados Unidos no puede ser atribuída por entero a la falta de
fidelidad al modelo (Fiander y Burns, 2003).
5.
CONSIDERACIONES ÉTICAS ACERCA DEL TRATAMIENTO COMUNITARIO
ASERTIVO
El campo de la Psiquiatría afronta, con
frecuencia, dilemas éticos de una naturaleza diferente a
aquéllos que surgen en otras áreas de la Medicina.
Quizás el paradigma de tales dilemas sea la cuestión de
cuándo, y hasta qué extremo, deben los servicios
públicos intervenir en la vida de personas con una enfermedad
mental (por ejemplo, mediante la hospitalización
involuntaria).
Ciertamente, es doctrina del Tribunal Europeo de
Derechos Humanos que si una persona con una enfermedad mental se
encuentra en un estado de deterioro que requiere tratamiento forzoso,
dicha persona puede ser privada de libertad, siempre de acuerdo al
procedimiento legalmente establecido al efecto, y durante el tiempo
estrictamente necesario para el tratamiento del trastorno (Tribunal
Europeo de Derechos Humanos, 1979).
Sin embargo, dónde fijar
los límites para una intervención de este género
es una cuestión particularmente controvertida: preguntas tales
como cuándo es el deterioro de un paciente lo suficientemente
grave como para requerir internamiento obligatorio, o cuándo
el estado de una persona con una enfermedad mental supone una amenaza
para su propia seguridad o la seguridad de otros ciudadanos no
siempre encuentran una fácil respuesta y, con frecuencia,
generan amplio debate en la sociedad.
Algunas de las cuestiones éticas que afectan a la
generalidad de los servicios de salud mental son particularmente
complejas en el caso del TCA. Y ello debido, en gran medida, a la
propia naturaleza de este método de intervención,
considerablemente más intrusivo que otros tratamientos
ubicados y prestados en las dependencias de los servicios de salud
mental, en los que el usuario puede decidir si acudir o no a las
citas, si continuar el tratamiento o dejar de recibirlo y, en
definitiva, disfrutar de una relativa autonomía en el hogar y
otros espacios comunitarios, lejos del control de los profesionales
sanitarios (Stovall, 2001). No es de extrañar, por tanto, que
el programa de TCA en los Estados Unidos haya venido encontrando una
cierta oposición, especialmente desde sectores del movimiento
anti-psiquiatría.
Una de las objeciones más
comúnmente planteadas al TCA radica en que
la irrupción de los servicios de TCA en la vida de personas
con enfermedades mentales severas que no desean mantener contacto con
los servicios de salud mental (y que no están legalmente
obligadas a tal contacto) puede suponer una violación de la
autonomía y la privacidad de dichas personas (Brown, 2002;
Estroff, 1981; Fischer y Ahern, 2000; Gomory, 1999, 2001, 2002a,
2002b; Smith et al., 1999; Spindel y Nugent, 2001).
Es más,
autores como Gomory (1999) y Spindel y Nugent (2001) sostienen que el
modelo del TCA es consistente con una
creciente tendencia a utilizar técnicas coercitivas en la
atención de las personas con enfermedades mentales. Para
dichos autores, en un contexto fuertemente influenciado por una
concepción biomédica de la enfermedad mental, el TCA
aparece como un mecanismo paternalista y de coerción,
empleado, fundamentalmente, para la administración de
psicotrópicos a los usuarios prescindiendo de la libre
elección de éstos. Los autores concluyen afirmando que,
dado el potencial del TCA para generar abuso en las relaciones de
poder entre profesionales y usuarios de los servicios, así
como dependencia en éstos últimos,
el método es utilizado como instrumento de control social (en
particular, a través del uso de medicación
psiquiátrica) de las personas que sufren de enfermedades
mentales graves (Gomory, 1999; Spindel
y Nugent, 2001).
Como ejemplo de ello se cita el estudio llevado a
cabo por Solomon y Draine entre personas con enfermedades mentales
que se encontraban en situación de libertad vigilada. En este
estudio, los investigadores observaron que la proporción de
individuos que retornaban a prisión era más alta entre
los usuarios del TCA (60%) que entre aquéllos que estaban
recibiendo los servicios ordinarios de case management (40%).
Los autores del estudio aducen que cuando los usuarios de los
servicios de TCA no cumplían con el tratamiento (especialmente
la toma de medicación), los propios profesionales del equipo
colaboraban con los coordinadores de los programas de libertad
vigilada en la nueva encarcelación de tales usuarios (Solomon
y Draine, 1995). Spindel y Nugent sostienen que los usuarios citados
en este estudio habrían sido enviados a prisión no por
la comisión de nuevos delitos, sino por haber desafiado el
control social al que habían sido sometidos (Spindel y Nugent,
2001). Otro ejemplo de cómo el TCA podría haber sido
utilizado como mecanismo de control social es proporcionado por un
estudio realizado por Deci y colaboradores, quienes observaron que el
82% de los 303 equipos de TCA entrevistados administraban el dinero
de los usuarios (Deci et al., 1995).
Spindel y Nugent señalan
que esta práctica es un poderoso instrumento de control sobre
la vida de las personas, y añaden que tal situación se
da con relativa frecuencia en las relaciones entre profesionales y
usuarios de los servicios psiquiátricos (Spindel y Nugent,
2001).
Dos de los pioneros del TCA, Stein y
Test, reconocen que, en el pasado, el modelo pudo haber utilizado
prácticas que eran susceptibles de prestarse a coerción:
según los autores, la mencionada administración del
dinero de los usuarios permitía a los miembros del equipo
amenazar a aquéllos con no entregarles el dinero asignado
(que, por otra parte, les pertenecía) si no tomaban la
medicación prescrita (Stein y Test, 1985).
Más
recientemente, los mismos autores comentan que sus proyectos
iniciales eran abiertamente paternalistas y que asumían la
idea, por entonces generalizada en el campo de la Medicina, de que
los profesionales eran quienes mejor conocían cuáles
eran las necesidades del paciente. De ahí que su modelo
adoptase estrategias de tratamiento típicamente basadas en el
punto de vista del equipo de profesionales y no en el de los usuarios
de los servicios (Test y Stein, 2001).
No obstante, continuan Test y
Stein, la situación actual es bien distinta y, gracias
fundamentalmente al papel de las asociaciones de usuarios y
familiares y a la experiencia acumulada en estas tres décadas
de funcionamiento, el TCA en los Estados Unidos ha evolucionado hacia
un modelo más colaborativo entre profesionales y usuarios
(Test y Stein, 2001).
Otro promotor del TCA, Bond, señala que
las acusaciones de paternalismo y coerción hacia este modelo
son contrarias al sentir mayoritario de los usuarios de servicios del
TCA (Bond, 2002), citando a tal efecto un estudio que muestra altos
niveles de satisfacción entre los participantes en programas
de este tipo (McGrew et al., 2002). Ciertamente, los resultados
proporcionados por McGrew y colaboradores son consistentes con los de
previos estudios de investigación llevados a cabo en los
Estados Unidos, que han hallado niveles de satisfacción
superiores entre los usuarios de servicios del TCA que entre aquéllos
recibiendo otro tipo de servicios psiquiátricos (Bond et al.,
1990, 2001; Gerber y Prince, 1999; Muijen et al., 1992; Wolf et al.,
1997). En el Reino Unido, donde el modelo es generalmente conocido
como Assertive Outreach (en español Seguimiento
Asertivo), varios estudios realizados en los últimos años
han investigado las opiniones de usuarios de este tipo de servicios
en Londres (Greatley y Ford, 2002; Lee et al., 2002) y Norwich
(Graley-Wetherall y Morgan, 2001).
En dichos estudios los
entrevistados muestran mayoritariamente una preferencia por este
modelo asistencial y manifiestan que el apoyo recibido les ha ayudado
no sólo a mejorar su salud mental, sino también a ser
más independientes y capaces de desenvolverse en la vida
cotidiana. Los participantes en los estudios, además, asocian
tal mejoría a una relación terapeútica basada en
el principio de elección informada y en un trato de dignidad y
respeto hacia ellos por parte de los miembros de los equipos de TCA
(Graley-Wetherall y Morgan, 2001; Greatley y Ford, 2002; Lee et al.,
2002).
De la anterior discusión se desprende que el TCA,
desde su creación, ha evolucionado (probablemente como el
resto del sistema psiquiátrico) desde unos servicios como
mínimo paternalistas hasta el modelo actual, más
colaborativo y favorecedor de la independencia del usuario. No
obstante, es preciso reconocer el potencial del TCA para ser
utilizado coercitivamente (Phillips et al., 2001), por lo que el
límite entre la asertividad de los servicios de TCA y el libre
consentimiento de las personas a las que dichos servicios van
dirigidos debería ser lo más nítido posible.
A
tal fin, algunos autores han manifestado la necesidad de establecer
una sólida base ética sobre la cual fundamentar la
provisión de servicios de TCA a personas que, aún
sufriendo una enfermedad mental seria y persistente, se muestran
reticentes a cumplir un tratamiento que no están legalmente
obligados a recibir.
Por ejemplo, Stovall, utilizando el marco
tradicional de los principios éticos del tratamiento clínico
(autonomía de la persona, beneficencia, no maleficencia y
justicia), admite que el TCA plantea, probablemente con mayor
frecuencia que otros modelos asistenciales, conflictos entre los
principios de beneficencia y autonomía, entre los de
beneficencia y no maleficencia, y entre los de no maleficencia al
individuo y a la comunidad.
Dado que, en opinión del autor, la
enfermedad mental puede llegar a anular la capacidad del individuo
para decidir libremente, la solución de conflictos éticos
en este campo de actuación pasa, fundamentalmente, por otorgar
preeminencia al principio de beneficencia sobre el de autonomía,
interviniendo en la vida del usuario (aun en contra de su voluntad)
en aras de su propio interés y el de la comunidad (Stovall,
2001).
Desde una perspectiva similar, Bond (2002) afirma que, al
ayudar a los usuarios a evitar una reiterada hospitalización,
el TCA les habilita para vivir más normalizadamente, lo cual
incluye una mayor capacidad de decisión y elección.
Williamson (2002) se muestra escéptico con el anterior
planteamiento: según el autor, la Bioética asume que
cualquier persona sufriendo de una enfermedad buscará
asistencia clínica a menos que esté privado de
capacidad para ello, en cuyo caso el principio de beneficencia
justificaría la administración de tratamiento aun sin
el expreso consentimiento del paciente.
Sin embargo, continúa
Williamson, la aplicación de dicho principio es problemática
en el campo de la Psiquiatría, donde el propio concepto de
enfermedad mental es, con frecuencia, objeto de controversia. En
concreto, Williamson plantea la cuestión de cómo pueden
aplicarse los principios de la Bioética a las relaciones con
personas (aquéllas para los que el modelo del TCA está
especialmente concebido) que se han venido mostrando reacias a
cualquier tipo de contacto con los servicios de salud mental y que,
en numerosos casos, niegan que estén sufriendo trastorno
alguno. En tales casos, y si no existen suficientes motivos legales
que justifiquen un ingreso involuntario, Williamson duda de que los
principios de la Bioética puedan constituir un mandato
suficiente para la administración de tratamiento a dichas
personas (Williamson, 2002).
Burns y Firn, si bien defendiendo la
vigencia del principio de beneficencia en algunas situaciones,
resaltan la necesidad de tener en cuenta los puntos de vista y
preferencias de los usuarios, tanto como vehículo para el
establecimiento de relaciones de confianza con los mismos, como por
el hecho de que sus manifestaciones puedan estar efectivamente
revelando situaciones de genuina necesidad, a veces ignoradas por los
profesionales (Burns y Firn, 2002).
Tal consideración no
resulta tan obvia como pudiera parecer pues, de hecho, profesionales
y usuarios no siempre comparten la misma perspectiva con respecto a
lo que constituye mejoría en el curso de la enfermedad mental.
Por ejemplo, un estudio llevado a cabo por Lang y colaboradores
observó una tendencia en los profesionales de la salud mental
a medir la efectividad de su intervención en función de
una serie de indicadores u objetivos preestablecidos por los propios
profesionales, mientras que los usuarios de los servicios concedían
una mayor importancia a detalles, aparentemente menores, producidos
en el curso del tratamiento.
Además, el estudio halló
que un número significativo de profesionales había
generado unas expectativas de mejoría notablemente diferentes
de aquéllas que los usuarios podían efectivamente
cumplir, quizás como resultado de una valoración de
necesidades realizada sin tener suficientemente en cuenta los valores
y preferencias del usuario (Lang et al., 1999).
Para Burns y Firn,
siempre que la persona no haya perdido por completo su capacidad para
expresar sus puntos de vista y para tomar decisiones, una relación
colaborativa y negociada resulta respetuosa con sus derechos así
como terapéuticamente adecuada (Burns y Firn, 2002).
Williamson coincide con tal argumento, señalando que el
apoderamiento (empowerment) de las personas con una enfermedad
mental es necesario para el desarrollo de relaciones de mutua
confianza entre profesionales y usuarios de los servicios de TCA
(Williamson, 2002). En una línea similar, Lakeman subraya que
el TCA no sólo se refiere al tratamiento médico del
trastorno mental, sino que es un modelo de asistencia y apoyo en el
sentido más amplio posible, y que fomenta las habilidades de
la persona para desenvolverse con normalidad en sus quehaceres
cotidianos (Lakeman, 2001). Los anteriores argumentos son
consistentes con una perspectiva biopsicosocial de la enfermedad
mental, tal y como se refiere en la sección siguiente.
6.
EL MODELO BIOPSICOSOCIAL DE PSIQUIATRíA Y EL TRATAMIENTO
COMUNITARIO ASERTIVO: ROL DEL TRABAJADOR SOCIAL
La investigación científica llevada a cabo
durante las ultimas décadas ha permitido entender la
enfermedad mental en general como el resultado de una compleja
interacción de factores de tipo genético, biológico,
psicológico, ambiental y social (Walker et al., 2004).
Esta
amplia concepción de la enfermedad mental ha propiciado la
emergencia del Modelo Biopsicosocial de Psiquiatría (Engel,
1980), que ha adquirido creciente importancia como alternativa
holística al Modelo Biomédico, dominante en las
sociedades occidentales durante una buena parte del siglo XX.
El
Modelo Biopsicosocial propugna que, para responder adecuadamente a
las necesidades de la persona que padece una enfermedad mental, es
necesario tener en consideración tanto los factores biológicos
como psicológicos y sociales que concurren en dicha persona.
En consecuencia, de acuerdo al Modelo Biopsicosocial no sólo
psiquiátras, sino también psicólogos,
trabajadores sociales, técnicos sanitarios especializados en
salud mental y cuidadores comunitarios juegan un papel fundamental en
la rehabilitación de las personas con enfermedades mentales
(Cohen et al., 2002).
Una perspectiva biopsicosocial de la
enfermedad mental fue adoptada por los creadores del TCA: así
se trasluce de algunos de los principios esenciales del modelo, tales
como la disponibilidad de un servicio
permanente y flexible de acuerdo a las circunstancias de cada
usuario, y la existencia de un
equipo multidisciplinar que presta al usuario atención
integral y personalizada en su propio entorno comunitario (Test,
1992).
En efecto, el TCA asume la presencia de un equipo compuesto
por profesionales de diversas disciplinas,
incluída la Profesión Social. Es por ello que la
siguiente cuestión que el presente artículo aborda es
la del rol del trabajador social dentro del marco de un servicio
asistencial con las mencionadas características.
En términos generales, se
puede afirmar que la función principal del trabajador social
que opera dentro de un equipo de TCA es colaborar con el usuario con
el fin de que éste pueda desarrollar una vida cotidiana lo más
ajustada y normalizada posible.
Así, en primer lugar es tarea
específica del trabajador social identificar, valorar y tratar
de remediar o atenuar los diversos factores sociales adversos que han
podido contribuir a la aparición y evolución del
trastorno mental que sufre la persona en cuestión, tales como
discriminación, violencia doméstica, carencia de una
vivienda, pobreza, desempleo o exclusión social, por citar
sólo algunos. Igualmente, el trabajador social procura al
usuario asistencia práctica en áreas como las
siguientes: búsqueda de una vivienda adecuada; gestión
y pago de cantidades en concepto de alquiler, préstamo,
electricidad, agua, tasas municipales, etc., así como
negociación de pago de posibles cantidades atrasadas; economía
doméstica del usuario, promoviendo la mayor independencia
posible del mismo en la administración de sus finanzas;
solicitud de subsidios y de cualquier otra ayuda material que el
usuario tenga derecho a recibir; búsqueda de un empleo
adecuado; acceso a los servicios
comunitarios, facilitando la participación del usuario en los
mismos; contacto, en su caso, con los servicios de atención a
la familia y protección del menor; y valoración
y revisión periódica de las necesidades del usuario en
todas aquellas áreas de competencia del trabajador social.
Sin embargo, el modelo ideal de TCA
tal y como es concebido por sus promotores no siempre se plasma en la
realidad. De hecho, numerosos equipos de TCA están operando en
la práctica sin un trabajador social en su plantilla,
particularmente en aquellos países, como Estados Unidos o el
Reino Unido, donde el número de trabajadores sociales es
insuficiente para atender las crecientes necesidades de los servicios
sociales.
Es más, con relativa frecuencia el único
profesional cualificado dentro del equipo de TCA es un psiquiatra o
un técnico sanitario especializado en Psiquiatría,
quien, a su vez, es el coordinador o principal responsable del
equipo. Dicha situación podría estar generando una
cierta orientación de los equipos de TCA hacia perspectivas
biomédicas de la enfermedad mental, tal y como sugieren los
resultados del estudio llevado a cabo por Deci y colaboradores entre
303 servicios de TCA en los Estados Unidos (Deci et al., 1995).
En
términos generales, es cierto que los profesionales de la
Salud Mental son conscientes, en la actualidad, de la necesidad de
alcanzar un equilibrio en el tratamiento de los diversos aspectos de
la enfermedad mental. Asímismo, los asistentes o cuidadores no
cualificados que trabajan en los servicios de TCA reciben, cada vez
más, formación en asistencia social y en métodos
psicosociales de intervención, con el fin de prestar un apoyo
lo más efectivo posible al usuario en su vida cotidiana. Pero
todo ello no nos debe hacer olvidar que el trabajador social es el
profesional específicamente cualificado y preparado para el
desempeño de tales funciones, por lo que su presencia dentro
de un equipo multidisciplinar como el concebido para el TCA resulta
absolutamente aconsejable. Además, una alta especialización
en el proceso de identificación de las necesidades
individuales, familiares y sociales del usuario, teniendo en cuenta
sus valores y preferencias, otorga a la Profesión Social un
papel crucial en el desarrollo de un sistema ético que sirva
de base para una relación de colaboración entre
profesionales y usuarios de los servicios de TCA.
En consecuencia, la función propia del trabajador
social en el marco de los servicios de TCA sólo debería
ser asumida por otros profesionales en caso de vacante provisional, y
ésta, a su vez, debería ser cubierta lo más
rápidamente posible. En aquellos casos de escasez estructural
de recursos humanos o materiales, es tarea de las administraciones
competentes promover y facilitar el acceso de un mayor número
de personas a la cualificación de trabajador social, así
como de dotar a los equipos de TCA con los medios suficientes para
contratar los servicios de trabajadores sociales a tiempo completo.
7. CONCLUSIONES
Aunque la creciente popularidad del
TCA viene avalada por una sólida evidencia científica
de eficacia, el TCA ha sido también criticado por su intrusión
en la esfera privada de las personas con una enfermedad mental.
Mientras que los tradicionales principios
éticos del tratamiento clínico (especialmente el
principio de beneficencia) han sido generalmente invocados para la
solución de las cuestiones éticas planteadas por el
TCA, parece dudoso que tales principios puedan proporcionar, por sí
solos, una respuesta satisfactoria a este tipo de cuestiones.
Por el
contrario, parte de la literatura más reciente sugiere que el
desarrollo de un marco ético preciso que incorpore las
perspectivas de las personas con una enfermedad mental acerca de sus
propias necesidades asistenciales constituiría un importante
paso adelante en el proceso de resolución de dilemas éticos
en este área. De hecho, la evolución del TCA durante
más de tres décadas de existencia permite afirmar que
las cuestiones éticas planteadas por el modelo, aunque
complejas, no son insuperables.
Igualmente, un modelo de TCA
colaborativo y que promueva relaciones de mutua confianza entre
profesionales y usuarios resulta coherente con el objetivo de
reintegración social de las personas con enfermedades mentales
y tiende a reducir los casos de hospitalización involuntaria,
tal y como muestran los estudios de investigación examinados
en el presente artículo.
No obstante, tales objetivos
requieren la presencia, dentro de los equipos de TCA, de
profesionales capaces de establecer una relacion de empatía
con el usuario de los servicios y de ayudarle a construir, sobre la
base de sus habilidades y preferencias personales, una vida
normalizada e integrada en la comunidad. Dado que la profesión
específicamente cualificada y preparada para desempeñar
dicha función es la de Trabajo Social, la participación
del trabajador social en la provisión de servicios de TCA
resulta esencial. Por tanto, corresponde a las administraciones
competentes garantizar los recursos necesarios para que cada equipo
de TCA disponga de, al menos, un trabajador social en su plantilla.
Sólo de este modo se podrá garantizar una asistencia
integral y equilibrada, que cubra los aspectos médicos,
psicológicos y sociales de la enfermedad mental, y que sea
prestada por los profesionales competentes en cada disciplina.
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