Edición N° 38 - junio 2005
De la
Medicina al Trabajo Social: Introducción a la Práctica
Basada en la Evidencia
Por:
Pedro Morago
* (Datos sobre el autor)
RESUMEN
El
impacto de la Práctica Basada en la Evidencia es uno de los
acontecimientos más destacados de la última década
en el campo de la Medicina y disciplinas asociadas. Producto de un
tiempo caracterizado por la explosión de la tecnología
de la información, un creciente sentido del riesgo, y la
consagración de los principios de economía,
efectividad, transparencia y atención al consumidor, la
Práctica Basada en la Evidencia se ha extendido rápidamente
desde el campo de la atención sanitaria a otras áreas,
entre las que se incluye el Trabajo Social. El nuevo paradigma ha
generado entusiasmo entre amplios sectores de la profesión
social, pero también un vivo debate acerca de la
transferibilidad de los principios de la Práctica Basada en la
Evidencia desde la Medicina a una disciplina, Trabajo Social, que
opera en un contexto de circunstancias sociales particularmente
complejas y dispares.
ABSTRACT
The
impact of evidence -based practice is one of the
most outstanding events in medicine and allied fields over the last
decade. The product of a time characterised by the explosion of
information technology, a heightened sense of risk, and the
enshrining of the principles of economy, effectiveness, transparency
and consumerism, evidence -based
practice has rapidly expanded from health care to other fields,
including social work. The new paradigm has generated not only great
enthusiasm in some areas of the social work profession but also a
heated debate about the transferability of evidence -based
practice principles from medicine to a discipline, social work, that
operates amidst particularly complex and multifaceted societal
factors.
I. INTRODUCCION
El
impacto de la Práctica Basada en la Evidencia (PBE)
es uno de los acontecimientos más destacados de la última
década en el campo de la Medicina. Una búsqueda en la
base de datos Pubmed utilizando las palabras clave “evidence-based
medicine” produce 17 referencias antes de 1994, 2.097
referencias desde el 1 de Enero de 1994 hasta el 31 Diciembre de
1998, y 11.657 referencias desde esta fecha hasta el final de 2003.
Inicialmente desarrollada en el ámbito de la Medicina y
disciplinas asociadas, la nueva corriente se está rápidamente
extendiendo a otros campos como Salud Pública, Educación
y Trabajo Social.
Este artículo presenta, en primer lugar, una
breve aproximación al concepto y principios de la PBE así
como a su emergencia y desarrollo en el área de Medicina. A
continuación, el artículo examina la expansión
de la PBE al Trabajo Social y los debates originados acerca de (i) la
transferibilidad de los principios de la PBE desde la Medicina al
campo del Trabajo Social, y (ii) el concepto de evidencia sobre el
cual ha de basarse la práctica profesional del Trabajo Social.
Finalmente, el artículo realiza algunas breves consideraciones
acerca del papel que los trabajadores sociales podrían
desempeñar dentro del proceso de implementación de la
PBE.
II.
CONCEPTO Y PRINCIPIOS DE LA PRÁCTICA
BASADA EN LA EVIDENCIA
La
primera definición de PBE en llegar a ser comúnmente
aceptada en Medicina y el resto de las profesiones sanitarias fue
originariamente suministrada por Sackett y colaboradores
y se puede traducir al español como el “uso concienzudo,
explícito y juicioso de la mejor evidencia científica
en el proceso de toma de decisiones acerca del cuidado de la salud de
la persona” (Sackett et al., 1996).
Posteriormente, tal definición ha sido adaptada a fin de
conciliar el uso de la evidencia científica con la pericia y
la experiencia del profesional y con las características
específicas de cada usuario. En consecuencia, la PBE es ahora
definida como: “la integración de la mejor evidencia
extraída de los estudios de investigación científica
con la pericia profesional y los valores del usuario”
(Sackett et al., 2000:1).
La
noción de PBE se apoya sobre varios principios o elementos
esenciales, que pueden ser formulados del modo siguiente (Greenhalgh
et al., 2003; Sackett et al., 2000):
Formulación de
una cuestión clínica precisa, basada en los problemas
o necesidades del usuario.
Búsqueda, en la
literatura científica, de la mejor evidencia derivada de los
estudios de investigación relacionados con la cuestión
clínica que ha sido previamente formulada.
Valoración
crítica de la evidencia científica hallada y de su
relevancia para responder a la cuestión clínica
formulada.
Aplicación de la
evidencia considerada relevante y metodológicamente sólida
a la resolución de la cuestión clínica
formulada, integrando tal evidencia con la pericia y experiencia
profesionales y los valores y preferencias del usuario.
Evaluación
periódica, de acuerdo a criterios objetivos, de la
efectividad de la intervención adoptada.
Revisión y
perfeccionamiento de la intervención para posteriores
aplicaciones de la misma.
III.
DESARROLLO Y EXPANSIÓN DE LA PRÁCTICA
BASADA EN LA EVIDENCIA
El
epidemiólogo británico Archibald Cochrane es
considerado como la figura clave en el desarrollo y expansión
de la PBE en Medicina. Uno de los planteamientos iniciales de
Cochrane fue que, siendo los recursos disponibles para la atención
sanitaria limitados, tales recursos deben ser empleados sólo
en adoptar programas e intervenciones cuya eficacia ha sido
previamente demostrada (Cochrane, 1972). Desde su experiencia
profesional, Cochrane observó que, si bien la Medicina,
genéricamente considerada, se ha desarrollado sobre la base
del permanente avance científico, la aplicación de los
más recientes hallazgos y conclusiones derivados de los
estudios de investigación está en gran medida ausente
de la práctica clínica cotidiana. Por el contrario,
Cochrane halló que la práctica médica tendía
a basarse fundamentalmente en la intuición personal (el
llamado “ojo clínico”), opiniones de colegas y
expertos, prácticas tradicionales e información
anecdótica.
Los
esfuerzos de Cochrane y un grupo de colaboradores cristalizó
en 1993 con la creación, en Oxford, de la Cochrane
Collaboration, una organización internacional, sin ánimo
de lucro, dedicada a la diseminación de información
actualizada, precisa y sistematizada de resultados de estudios de
investigación científica en el campo de la Medicina y
disciplinas asociadas. La Cochrane Library, base de datos
electrónica publicada trimestralmente, es el servicio más
difundido de la Cochrane Collaboration, y ofrece colecciones
sistemáticas y revisadas de estudios de investigación
clasificados por tópicos.
La
Universidad McMaster en Hamilton, Ontario, Canadá constituye
otro de los grandes centros de influencia en el proceso de desarrollo
de la PBE. Desde que la Medicina como disciplina académica fue
establecida en McMaster en los años 60, los métodos de
enseñanza han venido combinando la práctica clínica
con el uso de principios derivados de la investigación
científica. Esta nueva área educativa, denominada
Epidemiología Clínica (Sackett et al., 1991)
está orientada, no tanto a realizar estudios de investigación
científica como a aplicar los resultados y conclusiones
derivados de tales estudios a la toma de decisiones profesionales.
David Sackett, uno de los principales impulsores de la Epidemiología
Clínica en McMaster, se trasladó posteriormente al
Reino Unido, donde ha sido uno de los co-fundadores del Oxford
Centre for Evidence-Based Medicine. Este Centro, que forma parte
del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Oxford,
está jugando un papel fundamental en la promoción,
nacional e internacional, de la PBE en Medicina y en su expansión
a la gran mayoría de los campos relacionados con la atención
sanitaria.
IV.
¿POR QUÉ HA EMERGIDO LA PRÁCTICA
BASADA EN LA EVIDENCIA?
Trinder (2000) cita una
serie de factores que han contribuído decisivamente a la
aparición y rápida expansión de la PBE:
AVANCES
EN LA TECNOLOGÍA DE LA INFORMACIÓN. La existencia de
un número creciente de bases de datos con soporte
electrónico, accesibles a través de Internet, han
permitido la difusión, en los ultimos años, de una
cantidad ingente de información médica. Además,
la existencia de organizaciones como la Cochrane Collaboration
permite que los profesionales de la salud tengan acceso inmediato a
la más reciente información científica,
críticamente seleccionada y sistematizada, acerca de la
cuestión clínica de su interés.
SOCIEDAD
DEL RIESGO. Señala Giddens (1990, 1991, 1994) que una de las
características de las sociedades tradicionales o
pre-modernas es un profundo sentido de seguridad ontológica
enraizado en la familia, la comunidad, la religión y la
tradición. En este tipo de sociedades, accidentes y
catástrofes son frecuentemente atribuídos a causas
naturales, intervenciones providenciales, o a la mera casualidad.
Por el contrario, en las sociedades occidentales contemporáneas
(o post-tradicionales, Giddens, 1994) existe un elevado
sentido del riesgo, combinado con la creencia de que cualquier daño
o consecuencia adversa es, en casi la totalidad de los casos,
responsabilidad humana. La valoración y minimización
del riesgo por medio de la pericia profesional han alcanzado, en
consecuencia, cotas de institucionalización tanto en el
sector público como en el privado. Y es en este contexto
donde la PBE se presenta como una herramienta con la que el
profesional, mediante el uso de la mejor y más actualizada
información científica, es capaz de adoptar una
decisión bien fundamentada y, en consecuencia, minimizar el
riesgo y optimizar los beneficios derivados de tal decisión.
LA
TRIPLE E: ECONOMÍA, EFICIENCIA Y EFECTIVIDAD. En las últimas
décadas se ha producido en el seno de las organizaciones una
reforma estructural conocida como managerialismo,
gerencialismo, o profesionalismo directivo, cuyos
principios rectores son la economía en la gestión de
los recursos y la eficiencia y efectividad en la prestación
de servicios (Newman y Clarke, 1994; Clarke y Newman, 1997). En este
clima, el énfasis puesto por la PBE en el empleo racional de
los recursos en aquellas intervenciones cuya eficacia haya sido
consistentemente acreditada es aducido como uno de los factores
determinantes de la popularidad del nuevo modelo.
PROTAGONISMO DEL
CONSUMIDOR. La creciente importancia del derecho del consumidor a
recibir unos servicios de alta calidad, transparentes y responsables
es otro de los fenómenos clave de las sociedades
contemporáneas. El protagonismo del consumidor o usuario de
los servicios es explícitamente reconocido en dos de los
principios informadores de la PBE: (i) el derecho del usuario a
recibir el servicio más eficaz posible; y (ii) la
incorporación de los valores y preferencias del usuario al
proceso de decisión basada en la evidencia.
SEPARACIÓN
ENTRE INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y PRÁCTICA
PROFESIONAL. Ramsey y colaboradores hallaron una significativa
correlación negativa entre el conocimiento que los
profesionales de la Medicina tienen de los más recientes
avances en la investigación científica y el número
de años transcurridos desde la finalización de sus
estudios universitarios (Ramsey et al., 1991): los autores del
estudio observaron que los profesionales sanitarios, una vez
obtenida su cualificación académica, tienden
progresivamente a confiar más en información
anecdótica, opiniones de colegas y en su propia intuición
y experiencia profesional, que en los avances derivados de los
estudios de investigación y en la valoración crítica
de nuevos métodos de diagnóstico, tratamiento y
prevención.
Argumenta
Trinder que una gran parte del éxito inicial de la PBE radica
en su capacidad para integrar y redefinir los anteriores factores y
presentar el resultado como un sistema metodológico coherente
y con un mensaje indudablemente atractivo: el de que la práctica
profesional debe basarse en intervenciones de eficacia contrastada
(Trinder, 2000).
V. “MÁS BIEN
QUE PERJUICIO”
Además
de los factores sociales citados en la anterior sección,
razones de índole ética han ejercido una importante
influencia en la emergencia de la PBE. Los defensores de este método
aducen que, debido a que los profesionales pueden causar más
daño que bien (o ningún bien en absoluto) como
consecuencia de sus decisiones, tales decisiones deberían
siempre estar fundadas en evidencia empírica (Chalmers, 2003;
Gambrill, 2003).
Ciertamente,
la literatura médica ofrece numerosos ejemplos de cómo
intervenciones (algunas de ellas extremadamente populares) cuya
eficacia no ha sido rigurosamente contrastada, pueden tener efectos
perjudiciales para la salud de las personas. Uno de ellos es la
práctica de acostumbrar a los recién nacidos a dormir
boca abajo, la cual podría haber causado decenas de miles de
muertes en las últimas décadas (Chalmers, 2001, 2003).
Otro ejemplo de intervención perjudicial es suministrado por
el campo de la Cirugía: durante los años 70 y primeros
80 fue práctica común la anastomosis de la arteria
superficial temporal con una rama de la arteria cerebral media a fin
de disminuir el riesgo de embolia en pacientes que sufrían de
una oclusión de la arteria carótida interna. Para
sorpresa general, un estudio controlado randomizado (ECR)
llevado a cabo en diversos centros y con una alta participación
demostró que el único efecto de la intervención
quirúrgica era el de hacer empeorar a los pacientes en el
período inmediatamente post-operatorio, sin que existiera
diferencia alguna entre grupos a largo plazo (Haynes et al., 1987),
por lo que el procedimiento fue descartado por la gran mayoría
de cirujanos.
También
en el terreno de las intervenciones sociales se pueden encontrar
ejemplos de cómo las buenas intenciones no siempre van
acompañadas de buenos resultados. Uno de los más
conocidos es el Cambridge-Somerville Youth Study. Su creador, Richard
Clark Cabot, diseñó a finales de los años 30, en
los Estados Unidos, un proyecto que parecía idóneo para
prevenir la delincuencia juvenil entre jóvenes procedentes de
áreas desfavorecidas: una intervención consistente,
esencialmente, en actividades recreativas después de clase,
campamentos de verano, consejo asistido (counselling) y asistencia
médica cuando ésta era necesaria. Clark Cabot
seleccionó inicialmente a un número de jóvenes y
los distribuyó por parejas de acuerdo a similares edad,
temperamento, situación socio-económica y somatotipo
biológico.
Después asignó a uno de los jóvenes
de cada pareja al grupo que recibiría la intervención y
al otro joven a un grupo de control, que recibiría sólo
los servicios asistenciales ordinarios.
Cuando, años después,
el programa fue evaluado, los resultados fueron sorprendentes: los
jóvenes que habían participado en el programa de
intervención ofrecían tasas de criminalidad,
alcoholismo y enfermedades mentales más altas, y su esperanza
de vida era cinco años inferior, en comparación con los
componentes del grupo que no había recibido la intervención
(McCord et al., 1959; McCord, 1992). No se ha realizado aún
investigación acerca de qué elementos del programa
pudieron haber contribuido, y en qué medida, a las
consecuencias negativas del mismo.
Sin embargo, una hipótesis
que se ha planteado es que aquellos jóvenes más
iniciados en conductas antisociales podrían haber compartido
sus conocimientos en técnicas delictivas (por ejemplo, cómo
robar un coche) con los jóvenes menos experimentados, y que
muchos de éstos, llevados del instinto de camaradería o
el deseo de ser aceptados por el grupo, comenzaron a secundar
prácticas tan poco edificantes (McCord, 1992). En
consecuencia, tal expansión de prácticas delictivas en
el grupo de intervención habría operado como un
importante factor de riesgo para la aparición de los
mencionados resultados negativos posteriores.
Otro
ejemplo en este área es el proyecto llamado Scared
Straight. El modelo consiste en que jóvenes en riesgo de
delincuencia habitual son invitados a visitar una prisión:
allí tienen la oportunidad de conocer in situ cómo
es la vida penitenciaria y de recabar el testimonio de reclusos
adultos, lo que se presume que disuadirá a los jóvenes
de cometer hechos delictivos.
El programa alcanzó una gran
popularidad en los Estados Unidos, siendo adoptado como medida de
política social en un buen número de Estados. Sin
embargo, cuando nueve diferente programas Scared Straight
fueron evaluados, los resultados mostraron que las tasas de
criminalidad entre los participantes en el programa eran
significativamente mayores que las de aquéllos con los que no
se había llevado a cabo intervención alguna (Petrosino
et al., 2004).
Así,
respaldado por su reivindicación de que el uso de la mejor
evidencia científica debe ser incorporado a la práctica
profesional con el fin de ofrecer intervenciones realmente eficaces y
evitar consecuencias perjudiciales, como las mencionadas, el
paradigma de la PBE ha conocido una notable expansión. Sin
embargo, este proceso no ha estado exento de críticas, como se
examinará en la sección siguiente.
VI.
Críticas a la Práctica Basada
en la Evidencia
La PBE
ha recibido críticas en base a diversos argumentos. En primer
lugar, se aduce que la PBE contempla la práctica de la
Medicina a modo de “recetario de cocina” e ignora la
pericia profesional (Charlton, 1997; Charlton y Miles, 1998; Ferlie
et al., 1999; Horwitz, 1996). Además, la PBE es vista por
algunos autores como un instrumento utilizado por estructuras
administrativas y organizaciones para recortar la autonomía de
los profesionales (Armstrong, 2002; Hampton, 2002; Maynard, 1997;
Tanenbaum, 1999), así como un modo encubierto de racionar
recursos (Grahame-Smith, 1995).
La PBE ha sido también
criticada por presentar una visión parcial de lo que
constituye evidencia científica, otorgando excesivo
protagonismo a criterios cuantitativos de investigación e
ignorando otros diseños, como por ejemplo los métodos
cualitativos, que suministran una información más
específica sobre el usuario y sus necesidades asistenciales
(Cohen et al., 2004; Miles et al., 2001). Es precisamente esta
objeción la que nos lleva a considerar, a continuación,
una de las cuestiones esenciales en relación con la PBE: ¿qué
clase de información ha de ser considerada como evidencia?
VII.
El debate acerca del concepto de evidencia
En el
proceso de implementación de la PBE vivido durante los últimos
años, se ha dedicado una especial atención a examinar
la calidad de la evidencia científica que ha de servir de base
a la decisión profesional. Por ejemplo, dos estudios
realizados por Altman (1994, 2002) revelan que una alta proporción
de artículos de investigación científica
contienen graves errores metodológicos, facilitan sus
resultados en un modo selectivo y emiten sus conclusiones sin una
sólida base científica.
Este énfasis en la
calidad metodológica de la investigación ha sido puesto
de manifiesto por los defensores de la PBE, quienes sostienen que no
toda la evidencia suministrada por los diferentes diseños de
investigación es igual en cuanto al margen de error y sesgo en
los resultados (Evans, 2003). Como instrumento para la valoración
de los resultados de los estudios de investigación se han
desarrollado las llamadas Jerarquías de Evidencia, que
clasifican los distintos diseños de estudios de investigación
de acuerdo a su capacidad para predecir el grado de eficacia de una
intervención o tratamiento. La clasificación formulada
por el Oxford Centre for Evidence-Based Medicine (2001)
establece los siguientes niveles de evidencia:
Revisiones
sistemáticas
y meta-análisis
de estudios controlados randomizados.
Estudios controlados
randomizados (ECRs).
Estudios
de cohortes.
Estudios
de casos y controles.
Estudios
de corte transversal.
Estudios
de series de casos.
El ECR
(o, idealmente, una revisión sistemática o
meta-análisis de ECRs) está considerado como el gold
standard o patrón de oro a los efectos de evaluar
la eficacia de intervenciones clínicas. De hecho, la ausencia
de randomización puede ser una fuente de sesgo en la obtención
de resultados: existe fundada evidencia de que los efectos de la
intervención administrada tienden a ser mayores en estudios no
randomizados o randomizados inadecuadamente que aquéllos
presentados por estudios que han observado un proceso de
randomización riguroso (Kunz et al., 2004).
Sin
embargo, en la práctica existen numerosas cuestiones para las
que no se ha llevado a cabo ningún ECR. Por ejemplo, no sería
ético exponer a los participantes en un experimento a una
intervención o tratamiento potencialmente perjudicial. En
otros casos, llevar a cabo un ECR “puede resultar
antieconómico, desde que un mayor rigor metodológico
está frecuentemente asociado con mayores costes económicos”
(Mullen et al., 2004:75). En tales casos, los profesionales,
probablemente, no tendrán otra opción que valorar
críticamente si la evidencia derivada de los estudios
disponibles, considerados de un nivel inferior en la jerarquía
de evidencia, ofrece la suficiente solidez como para fundar en ella
una determinada decisión profesional.
Además,
hay áreas en las cuales la supremacía de los ECRs ha
sido fuertemente contestada. Por ejemplo, Green y Tones (1999) aducen
que es muy difícil llevar a cabo un genuino proceso de
randomización para evaluar intervenciones en materia de salud
pública, generalmente implantadas a nivel comunitario y en las
que las múltiples y diversas circunstancias de la población
no pueden ser controladas como en una intervención “de
laboratorio”.
Otro factor que dificulta la realización
de experimentos a nivel comunitario es la llamada contaminación
entre los diversos grupos que están siendo comparados, debido
a que resulta tremendamente complicado asegurar que el contenido de
la intervención o programa puestos en práctica no se
transmite desde el grupo o comunidad experimental a aquéllos
de control.
Críticos
de los ECRs también alegan que este tipo de diseño de
investigación adolece de grandes limitaciones a la hora de
determinar qué factor o factores, y a través de qué
mecanismos, hacen que una intervención o programa sean
efectivos. En otras palabras, los ECRs no “desagregan lo que
está agregado” (Trinder, 2000), lo que es conocido como
el black-box problem (Green y Tones, 1999; Pawson y Tilley,
1997).
Este punto de vista es compartido por Victora y colaboradores,
quienes sostienen que las intervenciones en materia de salud pública
son generalmente complejas, multifactoriales y cuyos efectos son
fuertemente susceptibles de modificación, por lo cual su
evaluación podría requerir diseños de estudio
diferentes a los ECRs (Victora et al., 2004). Un ejemplo de cómo
el concepto de evidencia científica en el área de la
salud pública parece estar ampliándose más allá
de los resultados de ECRs es suministrado por un reciente estudio que
combina resultados procedentes de estudios controlados e
investigación cualitativa (Thomas et al., 2004) .
VIII.
la Práctica
Basada en la Evidencia en el campo del trabajo social
Una de
las consecuencias de la creciente popularidad de la PBE en el ámbito
de la Medicina y la atención sanitaria ha sido su expansión
a otras áreas de algún modo asociadas, entre las que se
incluye el Trabajo Social. Especialmente países como los
Estados Unidos, Australia, Canadá y el Reino Unido están
asistiendo a un rápido desarrollo de la PBE en el campo de la
asistencia social. El Centre for Evidence-based Social Services,
www.ex.ac.uk/cebss, creado en 1997 y basado en las Universidades de Plymouth and Exeter,
UK, es un buen ejemplo de colaboración entre distintas
instituciones a fin de acercar los resultados de la investigación
científica a la práctica de los servicios sociales.
Centros similares han sido establecidos en Australia (el Australian
Centre for Evidence-Based Clinical Practice, http://www.acebcp.org.au/
y el Joanna Briggs Institute,
http://www.joannabriggs.edu.au/about/about.php),
y numerosos institutos en los Estados Unidos, generalmente asociados
a universidades, están actualmente llevando a cabo y evaluando
intervenciones de trabajo social. Un número creciente de
revisiones sistemáticas relevantes para la asistencia social
están siendo publicadas por la Cochrane Collaboration, la
Campbell Collaboration (http://www.campbellcollaboration.org/),
y la Bandolier Database
(http://www.jr2.ox.ac.uk/bandolier/index.html).
En 2003, la Universidad de Oxford, UK, creó el primer Máster
en Trabajo Social Basado en la Evidencia, y poco después, en
Enero de 2004, se publicó el primer número de la
publicación The Journal of Evidence-based Social Work
(http://www.haworthpress.com/web/JEBSW/).
Aunque
la PBE se ha desarrollado mayoritariamente en los países
anglo-sajones, su importancia está aumentando también
en otras regiones, como los países escandinavos y Holanda. Por
ejemplo, el Nordic Campbell Center
(http://www.sfi.dk/sw1270.asp),
ubicado en Dinamarca, viene publicando en los países nórdicos,
desde 2002, resultados de investigación (especialmente en
forma de revisiones sistemáticas) en el area de la asistencia
social, y su homólogo el Institute for Evidence-Based
Social Work Practice, (IMS,
http://www.sos.se/socialtj/cus/
cuse/imse.htm)
ha sido inaugurado oficialmente en Suecia en Octubre de 2004. En
Holanda (donde la efectividad de los servicios sociales está
siendo objeto de particular atención por parte de
administración y consumidores, Mullen y Streiner, 2004) el Verwey-Jonker
Institute (http://www.verwey-jonker.nl/) promueve, desde hace más de una década, la realización
de estudios de investigación con el fin de evaluar la
efectividad de los distintos programas de intervención social.
A
pesar de su aparente novedad, el Trabajo Social Basado en la
Evidencia (TSBE) no ha surgido sobre un vacío metodológico
(Trinder, 2000). Citando a Richmond (1917), McDonald utiliza el
término “resurgimiento” para referirse al renovado
interés en un método, la PBE, cuyos principios
esenciales han sido “articulados y discutidos dentro de la
literatura del Trabajo Social prácticamente desde el
nacimiento de la profesión” (McDonald, 2003:125). En la
misma dirección, Sheldon y MacDonald (1999) consideran que,
efectivamente, desde los primeros tiempos de la profesión
social ha existido una especial atención hacia los conceptos
de investigación y evaluación, contexto en el cual es
posible identificar la idea de la PBE.
No
obstante, esta tradición de investigación en el campo
del Trabajo Social ha estado caracterizada, en gran medida, por la
existencia de escuelas tan diversas como la empírica o
positivista, la pragmática (o pragmatista), y la
crítica-radical. En esta “guerra de paradigmas”
(Lishman, 2000) cada escuela ha adaptado la idea de PBE a su propio
marco metodológico, originando, de este modo, diferentes
versiones de TSBE:
la versión
empírica, centrada en la evidencia científica derivada
de estudios experimentales (principalmente ECRs);
la versión
pragmatista, que incorpora, como evidencia, resultados de una amplia
gama de estudios de investigación cuantitativa complementados
con investigación qualitativa (Trinder, 2000);
la versión
crítica, asociada con una mayor participación de los
usuarios (particularmente aquéllos socialmente excluídos)
en la generación de la evidencia que ha de servir como
conocimiento base del Trabajo Social.
Además
de una relativamente fragmentada respuesta, el nuevo paradigma
también ha generado un debate, en ocasiones bastante
polarizado, sobre la transferibilidad de los principios de la PBE
desde la Medicina al Trabajo Social, cuestión ésta que
será tratada en la siguiente sección.
IX. EL DEBATE ACERCA DEL
TRABAJO SOCIAL BASADO EN LA EVIDENCIA
La
aparición de la PBE en el campo del Trabajo Social ha
suscitado respuestas diversas: junto a un considerable entusiasmo en
algunos sectores (Gambrill, 2003; Gibbs y Gambrill, 2002; MacDonald,
1999; Sheldon, 2001; Sheldon y MacDonald, 1999), la PBE también
ha generado escepticismo dentro de ambientes profesionales y
académicos (Barratt, 2003; Goldstein, 1992; Webb, 2001). La
primera objeción que se opone a la PBE se refiere a la
existencia de obstáculos materiales y organizativos que
dificultan la adecuada implementación del modelo en el área
del Trabajo Social.
Incluso dos de los pioneros del TSBE en el Reino
Unido, Brian Sheldon y Geraldine MacDonald, reconocen que la
limitación de recursos materiales, la presión bajo la
cual, frecuentemente, los trabajadores sociales desarrollan su labor,
y la falta de preparación técnica de un amplio número
de profesionales a fin de evaluar críticamente los resultados
de los estudios de investigación científica, son serias
limitaciones a la posible influencia de los principios de la PBE en
la disciplina del Trabajo Social (Sheldon y MacDonald, 1999).
También
se afirma que la existencia de ciertos factores psico-sociales podría
actuar contra la expansión de la PBE entre la profesión
social, por ejemplo, el temor a cuestionar las opiniones
predominantes, en un clima en el que las organizaciones están
siendo crecientemente gestionadas de acuerdo a criterios gerenciales
no siempre comprensivos con un juicio profesional que disienta de los
procedimientos de deliberación y decisión establecidos
(Oxman y Flottorp, 2001).
Sin
embargo, tales obstáculos no son exclusivos del campo del
Trabajo Social, sino que también han afectado al proceso de
implementación de la PBE en otras disciplinas, incluida la
Medicina (en la que la PBE ha alcanzado un notable éxito ) .
Es, en cambio, la existencia de factores de índole
epistemológica lo que, en opinión de algunos autores,
hace difícil (incluso imposible) la aplicación de la
PBE al Trabajo Social. Por ejemplo, Webb (2001) señala que la
PBE presume la existencia de métodos absolutamente objetivos
de determinación de la evidencia y que propone una versión
determinística de racionalidad.
“En su más cruda
expresión –afirma Webb- el modelo basado en la evidencia
es un método mecanicista que considera al trabajador social
como un mero procesador de información al servicio de sistemas
de decisión cerrados” (Webb, 2001:67).
El autor
considera que este modelo no es aplicable al área del Trabajo
Social, pues ignora los complejos procesos de deliberación y
elección que los trabajadores sociales tienen que llevar a
cabo a la hora de adoptar una decisión profesional. Gambrill
(una de las más activas promotoras del TSBE) responde que la
propia definición de la PBE (Sackett et al, 2000) muestra la
verdadera naturaleza del nuevo paradigma: “un proceso diseñado
para proveer un servicio profesional efectivo, que integre las
características específicas de cada usuario, incluyendo
sus preferencias y valores, y el conocimiento derivado de los
estudios de investigación científica“ (Gambrill,
2003:4).
La PBE, continúa Gambrill, no se presenta como un
sustituto de la competencia profesional: la autora defiende que,
junto a la más actualizada información científica
y a los valores y preferencias del usuario, cualidades como el
talento profesional, la empatía, la consideración
positiva del usuario de los servicios sociales y la habilidad para
construir relaciones humanas, sólo por citar algunas, han de
permanecer como patrimonio inalterable del trabajador social en su
labor asistencial.
La
complejidad inherente a la práctica del Trabajo Social es
citado como otro potencial obstáculo para la implementación
y expansión de la PBE. Lishman, por ejemplo, advierte que el
Trabajo Social no sólo opera dentro de complejos marcos
ideológicos, administrativos y de financiación, sino
que constituye una actividad profesional incierta en la que el
trabajador social tiene la responsabilidad de decidir acerca de si
intervenir (y en qué medida) o no en las vidas de personas o
familias que están en situación de grave conflicto o
riesgo (Lishman, 2000).
Ciertamente, los trabajadores sociales
afrontan, con frecuencia, complejas situaciones personales y
sociales, en las que los usuarios de los servicios se ven severamente
afectados por una combinación de factores adversos, como
pobreza, exclusión social, una especial vulnerabilidad (física
y psíquica), tóxico-dependencia y un entorno con altas
tasas de criminalidad. Por ello, Trinder expresa serias dudas acerca
de la viabilidad de una estricta trasposición de los
principios inspiradores de la PBE desde la Medicina a una
disciplina, como el Trabajo Social, que opera en un contexto de
complejas –y, a veces, caóticas- relaciones humanas.
En
este marco, señala Trinder, los efectos de una intervención
son mucho menos predecibles que, por ejemplo, los efectos de un
cierto fármaco o una intervención quirúrgica
(Trinder, 2000). Sheldon no se muestra conforme con este argumento,
aduciendo que el único modo genuinamente adecuado de eliminar
cualquier influencia de sesgo de los mencionados factores sobre los
efectos de una intervención es el empleo de la asignación
randomizada o aleatoria y la estratificación, dos de las
principales caracteristícas de los ECRs (Sheldon, 2001). Sin
embargo, este método de evaluación de la efectividad de
una intervención social podría adolecer de limitaciones
similares a las anteriormente mencionadas en relación con
intervenciones en materia de salud pública (por ejemplo, la
contaminación entre participantes en distintos grupos y
la inadecuación de los ECRs para identificar los procesos y
mecanismos a través de los cuales una intervención ha
generado unos resultados determinados).
Más
dudas acerca del fundamento epistemológico del TSBE son
expresadas por McDonald, quien observa que la PBE podría ser
insuficiente para responder a las diversas corrientes teóricas
empleadas por los trabajadores sociales en los múltiples
escenarios en los que se desarrolla su profesión (McDonald,
2003).
Es más, McDonald considera que ciertas perspectivas
críticas (por ejemplo, una interpretación feminista,
por oposición a la interpretación psico-clínica,
de desórdenes como la anorexia y la bulimia, o la
interpretación de las necesidades reales de las personas con
discapacidades desde el conocimiento profundo de su particular
experiencia de discriminación) podrían verse relegadas
por la aplicación de los principios informadores de la PBE
(McDonald, 2003).
Los argumentos de McDonald enlazan con el debate
ideológico suscitado acerca del TSBE: Webb (2001) sostiene
que, además de una problemática base epistemológica,
bajo este modelo también subyace una clara motivación
de tipo político-ideológico: Webb asocia la popularidad
de la PBE con lo que Harris (1998) ha llamado el nuevo
managerialismo (o gerencialismo) en Trabajo Social,
caracterizado por el desarrollo de una cultura de objetivos,
una creciente regulación de los procedimientos y un mayor
control sobre los profesionales.
De este modo, prosigue Webb, y como
instrumento del sistema gerencial en sus aspiraciones de economía
y eficiencia, “la PBE puede tener el efecto de neutralizar el
protagonismo del Trabajo Social en el debate ético y político
y de socavar su autonomía profesional” (Webb, 2001:76).
En una línea similar, Trinder (2000) considera que la PBE
podría llegar a convertirse, especialmente en aquellas
disciplinas donde los profesionales tienen menos poder, en un medio
por el cual las estructuras administrativas y gerenciales impusieran
determinadas concepciones de evidencia, en detrimento del
conocimiento científico de profesionales e investigadores.
Curiosamente, la PBE es también propugnada en sentido
contrario: al desarrollar un corpus propio de conocimiento
genuinamente científico, la PBE podría convertirse en
la estrategia ideal para revigorizar el proyecto del Trabajo Social
como profesión frente a las restricciones impuestas por las
organizaciones y la consiguiente perdida de autonomía
profesional (McDonald, 2003).
Otro
desafío, ya mencionado, al que tiene que hacer frente el TSBE
es la existencia de polarizados debates teóricos acerca de las
diferentes metodologías de investigación, especialmente
el debate entre las escuelas empírica y pragmatista. Algunos
autores, aún reconociendo la importancia de los ECRs a la hora
de evaluar el grado de eficacia de una intervención, postulan
la necesidad de establecer conceptos de evidencia que sean realistas
con las especiales características del Trabajo Social (Thyer,
2002; Trinder, 2000). Estos autores sugieren que el establecimiento
de un concepto de evidencia lo suficientemente amplio como para
incluir tambi én
resultados procedentes de otros diseños de estudios de
investigación (tanto cuantitativos como cualitativos),
ayudaría a superar una de las objeciones más comunes al
TSBE : la virtual inviabilidad de los diseños de
investigación experimental para evaluar intervenciones
desarrolladas entre grupos humanos con complejas y dispares
circunstancias sociales, económicas
y culturales.
Por ejemplo, Thyer sostiene que dificultades
metodológicas y éticas asociadas a la realizacion de
ECRs con personas particularmente vulnerables provocan que, con
frecuencia, sólamente resultados derivados de estudios
cuasi-experimentales –e incluso de estudios de un caso
individual- se encuentren disponibles a fin de averiguar los efectos
de una determinada intervención social (Thyer, 2002). Es más,
el propio Sheldon admite que la consideración de los
resultados de ECRs como única evidencia admisible resultaría
en la eliminación de casi toda la investigación llevada
a cabo hasta la fecha en el área del Trabajo Social. En
consecuencia, un “sistema piramidal de certidumbre”
basado en las jerarquías de evidencia, con sucesivos niveles
de fiabilidad atribuídos a los diferentes diseños de
investigación –ECRs en el nivel m á s
alto, y decrecientes niveles de fiabilidad para otros diseños-
podría ser una solución pragmática a fin de
resolver la presente cuestión (Sheldon, citado por Trinder,
2000).
Lishman va m ás
allá de los diseños de
investigación cuantitativa y aboga por un modelo pluralístico
de evidencia para la práctica
del Trabajo Social, en el que converjan diferentes metodologías
de investigación (cuantitativa y cualitativa) de acuerdo con
la naturaleza de la cuestión a investigar (Lishman, 2000). Sin
duda, el debate acerca del concepto de evidencia sobre la cual la
práctica
de la profesión social debe apoyarse asemeja al que se est á
produciendo en las áreas
de salud pública
e intervenciones a nivel comunitario, con un inicial énfasis
en los resultados procedentes de ECRs desplazándose
gradualmente hacia conceptos de evidencia más
amplios (Mullen y Streiner, 2004).
X.
¿PROFESIONALES DE LA EVIDENCIA O CONSUMIDORES DE
EVIDENCIA?
Inicialmente,
los promotores de la PBE defendieron el modelo del Profesional de
la Evidencia, según el cual los profesionales investigan y
valoran críticamente
la literatura cient í fica
a fin de responder a una determinada cuestión
planteada en el ejercicio de su práctica profesional
(Evidence-based Medicine Working Group, 1992). Sin embargo, la alta
especialización
y el tiempo requeridos para llevar a cabo tal proceso han llevado a
aquellos autores a admitir el modelo del Consumidor de Evidencia,
a tenor del cual los profesionales utilizan colecciones de
evidencia previamente seleccionadas y valoradas por otros
profesionales u organizaciones (Guyatt et al., 2000). Entre este tipo
de recursos, las revisiones sistemáticas realizadas
rigurosamente (como las presentadas por la Cochrane Collaboration)
están jugando un papel destacado en la diseminaci ó n
de la mejor y más actualizada evidencia derivada de los
estudios de investigación
científica.
El
anterior escenario, desarrollado, fundamentalmente, en el campo de la
Medicina, es, en gran medida, igualmente observable dentro de la
profesión
social: aunque algunos autores se muestran reacios a admitir la idea
de que los trabajadores sociales utilicen evidencia seleccionada y
distribuída
por otros (Upshur y Tracy, 2004), las limitaciones de tiempo y
recursos materiales frecuentemente padecidas por los trabajadores
sociales hacen que sea éste,
probablemente, el modo más realista de facilitar la
implementación
del TSBE.
De hecho, institutos como el Social Care Institute of
Excellence, en el Reino Unido, y los ya mencionados Institute
for Evidence-Based Social Work Practice, en Suecia, y el Nordic
Campbell Center, en Dinamarca, siguiendo el ejemplo de la
Cochrane Collaboration y la Campbell Collaboration
están publicando y diseminando un número creciente de
revisiones sistemáticas de estudios de investigación
cient í fica
relevantes para la práctica del Trabajo Social. Igualmente,
algunos departamentos de servicios sociales en el Reino Unido (por
ejemplo, Dorset y Gloucestershire) ya han creado el puesto
específico
de Coordinador de PBE, entre cuyas funciones se halla la de
suministrar evidencia procedente de estudios de investigación
a los profesionales sociales que operan dentro de los citados
departamentos.
Aún
reconociendo que tales iniciativas son positivas y promueven la
rápida implementación
del TSBE, algunos autores consideran que dicho proceso no debería
sustituir por completo al rol del Profesional de la Evidencia,
y que los profesionales sociales deberían,
en cualquier caso, adquirir el conocimiento y especializaci ó n
necesarios para realizar una valoración
crítica e
independiente de la literatura científica
disponible (Guyatt et al., 2000; Mullen et el., 2004).
Ciertamente,
una formación
de este género
permitiría a los profesionales sociales cuestionar sólida
y razonadamente el uso de intervenciones sociales inefectivas (e
incluso nocivas) y, de este modo, contribuir de modo significativo a
elevar la calidad de los servicios sociales.
XI.
CONCLUSIONES
La PBE
ha alcanzado una importancia considerable en Medicina y otras áreas
de la atencion sanitaria. Este proceso de expansión no parece
accidental: la PBE, más bien, se puede considerar el producto
de un tiempo caracterizado por la explosión de la tecnología
de la información, un creciente sentido del riesgo, y la
consagración de los principios de economía,
efectividad, transparencia y atención al consumidor. En este
contexto social, se está produciendo la expansión de la
PBE desde el campo de la salud a otras áreas, entre las que se
incluye el Trabajo Social, que ha adaptado el nuevo paradigma bajo la
denominación de Trabajo Social Basado en la Evidencia (TSBE).
El TSBE ha sido acogido con entusiasmo por algunos sectores de la
profesión social, como un modelo que sintoniza con la
aspiración profesional y ética de emplear los medios
más eficaces y actualizados en la asistencia del usuario. Sin
embargo, el nuevo modelo también ha generado un amplio debate
acerca de la transferibilidad de los principios de la PBE desde la
Medicina a una disciplina, Trabajo Social, que opera entre factores
personales y sociales particularmente complejos.
Debido
a que el TSBE se encuentra en sus inicios, quizás es pronto
para predecir hasta qué punto este método puede ser
implementado uniformemente a través de los diversos escenarios
en los que los trabajadores sociales desempeñan su profesión.
Sin embargo, no parece aventurado afirmar que, junto a recursos
materiales y humanos suficientes, la viabilidad estratégica
del TSBE requerirá muy especial consideración de una
serie de factores inherentes a la práctica del Trabajo Social,
como la diversidad cultural, las experiencias individuales y
colectivas de marginación y discriminación, las
diferencias en las relaciones de poder tanto entre individuos como
entre grupos humanos, y la situación de pobreza y exclusión
social que asola a una gran parte de los usuarios de los servicios
sociales.
Ciertamente, tales factores han de ser tenidos en cuenta a
la hora de definir el concepto de evidencia sobre la cual ha de
basarse la práctica profesional de los trabajadores sociales.
Es por ello que el inicial énfasis en los resultados derivados
de ECRs como fuente primaria de evidencia está gradualmente
desplazándose hacia un modelo más plural í stico
de evidencia, en el que la utilización de resultados
procedentes de una variedad de diseños de estudios de
investigación permite integrar datos cuantitativos con otros,
de naturaleza cualitativa, más adecuados a fin de explorar los
valores y experiencias de individuos y grupos humanos.
Por
último, es también difícil saber si la
implementación del TSBE conllevará un control creciente
de las estructuras organizativas sobre la autonomía
profesional del trabajador social o si, por el contrario, el TSBE
será un instrumento decisivo en el proceso de afirmación
del Trabajo Social como profesión clave del Estado del
Bienestar.
La respuesta a esta cuestión podr í a
depender del grado hasta el cual los profesionales sociales puedan
convertirse en Profesionales de la Evidencia. Limitaciones de
tiempo, de recursos materiales, y organizativos, así como la
alta especialización del conocimiento requerido para valorar
críticamente
la literatura científica
tienden, desde luego, a favorecer el uso de evidencia previamente
seleccionada, como por ejemplo las revisiones sistemáticas
presentadas por diversas organizaciones.
Sin embargo, los antedichos
factores no deberían
eliminar la posibilidad de que los trabajadores sociales adquieran
tal conocimiento, el cual les permitirá cuestionar
razonadamente el uso de intervenciones sociales inefectivas o
perjudiciales, identificar aquellas intervenciones de probada
efectividad y, en consecuencia, realizar una significativa
contribución al mejoramiento de la calidad de la atención
social.
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NOTAS
* Datos sobre el autor:
* Pedro Morago
Profesor de Trabajo Social. Faculty of Health and
Social Care
The Robert Gordon University, Aberdeen, UK
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