Este debate fue
publicado en el Bulletin de la Société française
de philosophie, 1908, Nº 8.
Por
esos mismos años, desde 1908 hasta 1910, aparecieron muchas
otras contribuciones suyas a la discusión sobre las Ciencias
Sociales en la propia revista de Durkheim, L’Année
sociologique, especialmente, o en la Revue de métaphysique
et de morale, como prólogo a su libro de madurez: Las
formas elementales de la vida religiosa.
Introducción
El protagonista de este
debate, que tuvo lugar en 1908, es el padre de la sociología
francesa. Durkheim (1858-1917) fue autor, entre otras muchos
artículos y trabajos capitales, de La división del
trabajo social y El suicidio –gran estudio sobre la
anomia contemporánea–, de las admirables Reglas del
método sociológico, que arrancan de la diferencia
entre lo normal y lo patológico, o de las Las formas
elementales de la vida religiosa.
Habla aquí
Durkheim de la idea de «explicación» en sociología
y en historia, y lo hace de forma tal que proyecta sus argumentos
sobre las ciencias humanas en su conjunto, incluyendo a la
psicología. Su interlocutor es, básicamente, un
importante historiador francés, Charles Seignobos (1854-1942),
que fue también profesor de la Sorbona, desde 1890, y escribió
dos obras de renombre en su tiempo: Historia de la civilizazión
e Historia política de la Europa contemporánea.
Preocupado por los problemas de método, redactó
asimismo, en 1896, una Introducción a los estudios
históricos. Eso sí, al estar muy influido por la
escuela positivista alemana, intentaba aproximarse al acontecimiento
concreto (en la línea de Ranke), y será juzgado
severamente por los historiadores y teóricos de las ciencias
humanas de la generación siguiente por su visión
reductora, la cual, con todo, predominará durante décadas.
El intercambio de
opiniones con Durkheim pone muy de manifiesto las divergencias de sus
respectivas teorizaciones. Y el debate se aviva, en su segunda mitad,
gracias a las intervenciones de André Lalande (1867-1963), un
filósofo empeñado en la unificación de los
lenguajes y elaborador de una teoría no evolucionista del
progreso basada en la «asimilación»; así
como de Gustave Bloch, R. Lacombe y Célestin Bouglé
(1870-1940), un discípulo destacado de Durkheim.
Según Seignobos,
la explicación histórica se refiere ante todo a las
causas conscientes (los móviles personales), mientras que el
inconsciente se conservaría incognoscible. Para Durkheim,
tanto en historia como en sociología las causas profundas de
los acontecimientos tienden a escapar a la consciencia de los actores
sociales; y los acontecimientos tienen como marco las instituciones
sociales sobre las que los individuos no tienen influencia. Así
que lo colectivo no es la «suma» de los individuos sino
algo que tiene una naturaleza distinta. La historia debe investigar
las leyes causales; y los testimonios vividos no deben ser utilizados
sino bajo crítica previa; deben estar sometidos a
comparaciones metódicas: además, el concepto de
«conciencia colectiva» no ha sido elaborado para explicar
el inconsciente. Ante el escepticismo de Seignobos con la posibilidad
de leyes históricas, Durkheim señala que conviene
distinguir en historia entre acontecimientos y funciones sociales
permanentes; y éstas últimas pueden estar relacionadas
unas con otras, como un tipo de familia con cualquier organización
social [Consejo de Redacción, M. J.].
Debate
Durkheim:
Me siento un poco incómodo a la hora de responder a la
exposición del señor Seignobos; ya que no estoy seguro
de dominar su pensamiento. Quisiera saber, antes de presentar mis
objeciones, si admite o no la realidad del inconsciente. No veo claro
cuál es su opinión al respecto.
Seignobos: Creo
que, entre los fenómenos desconocidos, hay algunos que tienen
un carácter espontáneo (por ejemplo, fenómenos
fisiológicos como la digestión), y ejercen una acción
causal innegable, pero que no conocemos.
D:
En su exposición, el señor Seignobos parece oponer la
historia a la sociología, como si fuesen éstas dos
disciplinas que utilizan métodos dispares. En realidad, no hay
nada en mis conocimientos de sociología que merezca ese nombre
y que no tenga un carácter histórico. Así pues,
si estaba establecido que la historia no puede admitir la realidad
del inconsciente, la sociología no podría disponer de
otro lenguaje. No hay aquí dos métodos ni dos
concepciones opuestas: lo que sea verdadero en historia, será
cierto en sociología. Hay que examinar bien sólo si
verdaderamente la historia permite formular la conclusión a la
que el señor Seignobos conduce: ¿es el inconsciente
desconocido e incognoscible? El señor Seignobos señala
que esa es la tesis de los historiadores en general: pero hay muchos,
creo yo, que rechazarían esa afirmación. Citaría
en particular a Fustel de Coulanges.
S:
Fustel de Coulanges tenía pánico a la noción
misma de conciencia colectiva.
D: Pero ahora no se
trata de conciencia colectiva. Son dos problemas totalmente
diferentes. Puede representarse lo consciente y lo inconsciente en la
historia sin hacer intervenir el concepto de conciencia colectiva;
esas dos cuestiones no tienen ninguna relación entre ellas. Lo
inconsciente puede serlo con respecto a la conciencia individual y no
por ello ser menos real. Separemos, pues, los dos problemas: las
ideas de Fustel de Coulanges sobre la conciencia colectiva no tienen
nada que ver aquí. La cuestión es saber si
verdaderamente en historia no se pueden admitir otras causas que no
sean las conscientes, las que los hombres atribuyen a los hechos y a
las acciones de las cuales ellos mismos son sus agentes.
S:
Pero nunca he dicho que no existan otras causas. He afirmado que
las causas conscientes son las que más fácilmente
podemos alcanzar.
D:
Usted ha afimado que las únicas causas que los historiadores
pueden disponer con alguna seguridad son las que los agentes o los
testigos nos han dejado en los documentos. ¿Por qué
ese privilegio? Creo, por el contrario, que son las causas más
dudosas.
S:
Pero, al menos, los testigos o los protagonistas han visto los
hechos, y esto ya es mucho.
D:
No se trata de hechos sino de los móviles internos que han
podido determinar esos acontecimientos. ¿Cómo
conocerlos? Hay dos procedimientos posibles. O bien intentamos
descubrir esos móviles objetivamente y por medio de un método
experimental: esto, ni los testigos ni los agentes pueden hacerlo. O
bien intentamos alcanzarlos por medio de un criterio interior, por la
introspección. Este es el único método que
pueden aplicarse a sí mismos los testigos y los protagonistas.
Es pues el método introspectivo el que usted introduce en
historia, y de una manera ilimitada. Ahora bien, todo el mundo sabe
de qué manera la consciencia está repleta de ilusiones.
Desde hace ya mucho
tiempo, ni un solo psicólogo piensa atisbar mediante la
introspección las causas profundas. Toda relación
causal es inconsciente, hay que adivinarla después; por medio
de la introspección no se alcanzan más que hechos,
nunca causas. Entonces, ¿cómo las personas agentes, que
se confunden con los mismos actos, podrían darse cuenta de
esas causas? Se hallan en las condiciones más difíciles
para descubrirlas. Y, si esto es cierto, los hechos psíquicos
individuales son, con más razón, hechos sociales cuyas
causas escapan a la conciencia del individuo. Estas causas,
declaradas por los propios agentes, lejos de tener una cierta
importancia, deben ser tomadas generalmente como hipótesis
poco consistentes. No conozco ningún caso en el que los
protagonistas hayan captado esas causas de manera exacta. Entonces,
para explicar fenómenos como las prohibiciones religiosas,
como la patria potestas de los romanos, ¿va usted a
aceptar como fundadas las razones que daban los jurisconsultos
romanos? ¿Cómo explicar hechos de esta índole si
no es mediante un método experimental que opere lenta y
objetivamente? ¿Qué conciencia individual podría
conocer con exactitud hechos tan importantes y tan complejos?
S:
No nos referimos a los mismos hechos: yo hablo simplemente de
acontecimientos, de hechos históricos que no se producen más
que una vez.
D:
Pero, ¿qué pensaría de un biólogo que
considerase su ciencia como un relato de los hechos del cuerpo humano
sin estudiar las funciones de dicho organismo? Y usted mismo por otro
lado, ha hablado de religiones, de costumbres, de instituciones.
S:
He hablado de ello como un segundo rango de fenómenos que
alcanza el historiador, de algo ante lo que se siente a disgusto.
D: Usted
no puede comprender absolutamente nada de los hechos propiamente
dichos, de los acontecimientos, de las alteraciones, de los cambios
–no puede estudiar lo que usted denomina primer rango– si
no conoce de antemano las religiones, las instituciones que son el
esqueleto de la sociedad.
S:
Es un problema.
D: Reconozca al menos
que en lo que concierne a las instituciones, a las creencias, a las
costumbres, los móviles conscientes de los personajes no gozan
ya del privilegio que usted les atribuye como acontecimientos.
S:
No digo que las hipótesis de los protagonistas no tengan
aquí ningún valor, digo que hay que discutir más
antes de admitir esos motivos, ya que esos son los motivos
conscientes con los que primero nos topamos.
D:
Entonces, ¿lo que el historiador alcanza verdaderamente son
las causas conscientes? ¿El resto le es desconocido?
S:
Desconocido por completo no, pero más desconocido que lo
consciente.
D:
Las causas que están más inmediatamente a disposición
del historiador, ¿serían, pues, los motivos internos
tal y como les aparecen a los protagonistas? ¿Por qué
ese singular privilegio?
S:
Es muy fácil: porque los agentes y los testigos nos ofrecen
una explicación de los actos conscientes. Sin duda, pueden
equivocarse, y hay que criticar sus explicaciones; pero a pesar de
todo poseen un medio de conocer algo, y nosotros no.
D:
Si no tuviéramos otro medio de conocerlo, no habría
nada que hacer en el terreno de la historia. Si hay que entender la
historia como usted la concibe, los que no escriben historia se
pueden consolar y alegrarse incluso de no escribirla.
S: En
efecto, no existe seguridad alguna, ninguna certidumbre en historia
cuando se pretende llegar a las causas. La prueba de ello está
en que las explicaciones de los fenómenos son siempre
diferentes y nunca coinciden.
D: Su método nos
lleva a un nihilismo absoluto. ¡Para qué dejar,
entonces, hueco a la enseñanza de la historia! Supondría
perder demasiado tiempo para llegar a un resultado notablemente
endeble.
S: Perdóneme.
La historia tiene como función recordar a los que olvidan la
interdependencia y la respuesta continua de las diferentes series de
hechos que se tienden a separar naturalmente en compartimentos
impermeables. Y, de ese modo, puede influir fuertemente sobre la
orientación de la mente. La historia demuestra que no existen
los fenómenos aislados o discontinuos.
D: Todos los que se
ocupan del estudio del pasado saben bien, sin embargo, que los
motivos inmediatamente visibles, que las causas aparentes son mucho
menos importantes. Hay que sumergirse mucho más en lo real
para poder comprenderlo. O bien, si no hay posibilidad de alcanzar
otras causas, hay que reconocer francamente que no se puede atisbar
ninguna causa verdadera. Es verdad que usted distingue, y parece
oponer, causa y ley. Pero, ¿es que una causa no es acaso una
ley? Toda relación de causalidad supone una ley.
S: Pues no;
hay hechos que no se producen más que una vez y, sin embargo,
se puede determinar su causa.
D: Cuando establezco
una relación entre dos términos, A y B, tengo una ley.
No definiremos una ley por la generalidad de los casos en los que se
manifiesta. No es necesario, en efecto, que la relación se
reproduzca con más o menos frecuencia; basta con que sea
natural para repetirse. Los estudiosos de lógica reconocen que
se puede establecer una ley sobre cierta experiencia comprobada. Una
vez que la ley se ha fijado, los hechos se reproducirán o no,
esto no tiene importancia teórica alguna. Ciertos fenómenos,
por ejemplo las manifestaciones teratológicas, son ciertamente
instructivos porque son únicos o excepcionales. No veo, pues,
cómo se puede establecer una relación causal que no sea
una ley. Si yo sé que A es la causa de B, sé que A será
siempre causa de B. El vínculo que los enlaza está
confirmado como real sin que medie tiempo ni lugar.
S: Sin
embargo, nadie pondrá enduda que Marat fue apuñalado.
Una puñalada asestada a alguien provoca su muerte, eso es una
causa, y no veo leyes en ese hecho.
D: Todo el mundo dirá
que Marat murió de una puñalada, a menos que se
demuestre que el baño, demasiado caliente, determinó su
muerte antes de ser apuñalado. De todas maneras, no porque la
puñalada preceda a la muerte se ve en ella la causa de
la muerte. En virtud de leyes generales, una puñalada
determina la muerte si hiere a un órgano vital. La puñalada
no es una causa a no ser que haya producido ese efecto. Si otra causa
hubiera podido provocar su muerte, la puñalada no se tendría
en cuenta como tal: el sabio y la opinión popular están
absolutamente de acuerdo en esto. Volviendo a las indagaciones sobre
las causas, ¿no existe verdaderamente otro método para
descubrir las causas que apelar a las indicaciones de los testigos o
de los protagonistas? ¿Por qué de cara a los fenómenos
humanos, a los fenómenos sociales, estaríamos en
condiciones más desfavorables que frente a los fenómenos
de la naturaleza? ¿Por qué no podríamos buscar
las causas y las leyes desde el exterior? Dejemos de lado la
sociología, demasiado joven aún como para servir de
ejemplo. Pero disponemos de la psicología, que existe desde
hace más tiempo. En psicología se busca estudiar el
inconsciente, y se consigue hacerlo sin apelar a construcciones en el
aire.
S: Los
métodos de observación son mucho mejores.
D: Si el método
introspectivo pareciese indispensable en algún ámbito,
éste sería en el del estudio mismo de la consciencia
individual. Ya que aquí se trata de fenómenos internos
por definición. Y, sin embargo, a pesar de las dificultades,
el estudio psicológico del inconsciente y el estudio objetivo
de lo consciente son posibles y alcanzables. ¿Por qué
uno y otro serían imposibles para los fenómenos
sociales e históricos?
S:
¿Verdaderamente, es posible estudiar el inconsciente en
psicología? No tengo ni idea, y creo que todavía no se
ha llegado a una conclusión convincente. Pero, en todo caso,
el psicólogo dispone de procedimientos de búsqueda que
nos son rechazados. Antes de nada trabaja sobre los sujetos, es
decir, sobre hechos completos y no sobre fragmentos conservados por
casualidad; puede observar a los catalépticos y a los
alienados. El psicólogo ve los acontecimientos desarrollarse
ante sí. En historia, ocurre lo contrario, incluso carecemos
de elementos, no tenemos más que el reflejo de los
acontecimientos percibidos y relatados por los otros. Trabajamos
forzosamente con materiales de segunda mano, puesto que no sabemos
las cosas, por definición, más que por lo que nos
cuentan los que las han visto.
D: Ese trabajo será
más difícil, más complejo, eso es todo; los
procedimientos se mantienen válidos.
S: Pero si
incluso nos faltan los elementos mismos.
D: Entonces habría
que renunciar a hacer historia. Si los datos históricos son
accesibles de alguna manera, son comparables y el método
objetivo debe aplicarse. Si no, ya no hay historia.
S: Perdone,
disponemos de algunos datos que nos bastan para establecer relaciones
de causa-efecto, pero que no nos permiten determinar y explicar el
inconsciente.
D: Pero aquí no
se trata del inconsciente; esa no es la dificultad. Se trata del
conocimiento de las causas, y mantengo que no podemos, de ningún
modo, para saber cuál es la causa de un acontecimiento o de
una institución, limitarnos a interrogar a los personajes de
este suceso y preguntarles su opinión.
S: No hay
que exagerar, hay casos en que los testigos no se equivocan: han
visto muy bien cómo Guillaume d´Orange salió
hacia Inglaterra porque ya no temía la armada de Louis XIV.
D: No discuto que esas
interpretaciones carezcan de interés. Cuando el enfermo cree
que tiene fiebre, su sentimiento, verdadero o falso, es un hecho
interesante a tener en cuenta por el médico. Aquí
ocurre lo mismo. Pero ya su ejemplo demuestra que es posible otro
método. Pues, entonces, ¿cómo seleccionaría
los casos donde los testigos dicen la verdad de aquellos en los que
se equivocan, si no tiene otro criterio que el recurso a los
testigos? El médico consulta al enfermo, debe comenzar por
ahí; pero su respuesta no debe ser más que un dato
entre otros, y todos esos datos piden ser elaborados metódicamente,
sin que ninguno pueda proporcionarnos directa e inmediatamente la
causa verdadera. Cualquiera que sea el valor de las indicaciones
contenidas en los documentos, siempre hay que discutirlas,
organizarlas metódicamente y no admitirlas sin más.
Usted mismo puede comprobar que la pregunta que ha planteado es
ambigua. Por el momento, ya no se trata de lo consciente o de lo
inconsciente sino que retornamos al problema que nos ocupaba el año
pasado: el conocimiento de las causas en la historia. Usted ha
mezclado en esta cuestión ciertas consideraciones sobre el
inconsciente que no tienen nada que ver con ella. Evidentemente, hay
cosas desconocidas en historia; es una banalidad, pero esto no afecta
en absoluto al problema del inconsciente.
S: Lo que me
pregunto es precisamente cuál es la parte irreductible del
inconsciente en esta extraña historia.
D: Pero es que esas dos
preguntas no están relacionadas. En ese punto, yo incluso
llegaría más lejos que usted. Parece identificar lo
consciente con lo conocido, como si lo que está determinado
por la consciencia del agente individual fuese más fácilmente
conocido que el resto. En realidad, lo que es consciente también
está lleno de oscuridad. Diría, pues, que lo consciente
y lo inconsciente son igualmente complicados, y que. en los dos
casos, la cuestión del método a seguir para llegar al
conocimiento de las causas se plantea en términos idénticos.
S: Sin
embargo, hay fenómenos conscientes que no son desconocidos.
Por ejemplo, las lenguas.
D: Evidentemente, las
palabras son conocidas, pero, ¿qué sentido se esconde
detrás de cada palabra? Nada más difícil de
descubrir. Lo que hay que buscar es un medio de comparar los datos
históricos, de establecer series de fenómenos que
varíen paralelamente; y gracias a esos acercamientos metódicos
es posible descubrir las causas. Creo que se puede conseguir.
Verdaderamente olvida que desde hace cincuenta años se ha
avanzado mucho en historia comparada: existe toda una obra positiva
que usted parece desestimar totalmente.
S: También
los sistemas se derrumban cada veinte años.
D: Si quiere indicar
que la ciencia siempre está en perpetuo devenir, creo que en
ese punto estamos de acuerdo. Todo el mundo admite que la ciencia
avanza lentamente, y que no establece nunca más que
probabilidades. Pero cuando en la historia hay un cierto número
de datos positivos, desde el momento en que usted juzga esos datos
como suficientes para establecer la trama de un relato histórico,
¿por qué resultan insuficientes cuando se trata de
establecer una comparación metódica? Nunca vamos a
encontrar causas constituidas; siempre es necesario que el ingenio
las descubra, y para ello es preciso que se proceda metódicamente:
¿por qué por el hecho de que los documentos históricos
deban ser estudiados minuciosamente, por el hecho de que sean cortos,
incompletos, fragmentarios, se debe afirmar la imposibilidad de una
ciencia histórica? Pero, mirándolo más de cerca,
la separación entre los fenómenos de la vida y lo que
ocurre en biología no es menor que el distanciamiento entre la
vida social y lo que ocurre en la historia. Toda la ciencia está
ahí.
S: Todo lo
contrario, lo que nos enseñan los documentos es ínfimo
si se piensa en la cantidad de acontecimientos del pasado. En
biología, afrontamos conjuntos concretas, en historia, no
tenemos más que fragmentos de acontecimientos.
D: ¿Quién
impide comparar esos fragmentos? Usted mismo reconoce su
concatenación, puesto que los agrupa según las épocas
y obtiene una pintura del pasado.
S: Tenemos
la vaga impresión de que diferentes series de fenómenos
cambian al mismo tiempo, pero...
D: Cuando observo, en
un gran número de casos bien estudiados y examinados, que
cierta organización familiar está unida a determinada
particularidad de organización social, ¿por qué
me impide establecer una relación entre esas dos secuencias de
fenómenos?
S: Porque
casi nunca se trata de fenómenos suficientemente análogos
como para permitir una comparación.
D: Pero finalmente se
trata de hechos: yo los observo, y usted sabe perfectamente cuántas
veces se encuentran semejanzas sorprendentes entre instituciones de
distintos pueblos.
S: Esos
pueblos son siempre profundamente diferentes.
D: Acerca del
matrimonio, advierto formalidades idénticas y ceremonias
totalmente comparables en diferentes lugares del globo, asimismo veo
que los hombres y las mujeres viven juntos de la misma manera, aunque
usted piensa que no hay nada allí que no valga la pena
comparar. ¿Qué deduciría, pues, de todo esto?
S: Nada. Que
no sé las causas de esas semejanzas.
Lacombe: El señor
Seignobos parece olvidar que los documentos, intrínseca y
aisladamente consultados, no llegarían nunca a certificar los
hechos; sucede todo lo contrario, la generalidad y la semejanza de
los hechos son las que certifican los documentos. Sin comparación
no existe certeza alguna. Suponga que tiene en su poder un documento
único, y de apariencia auténtica, pero que relata un
hecho sin otro ejemplo en historia, seguramente dudará sobre
este hecho, y con razón.
S: Sin
embargo, la comparación en historia se reduce, en el fondo, a
la analogía: nunca existen similitudes completas.
Lacombe: ¡Qué
importa! Sin comparación no hay certeza; y por otro lado, la
comparación es la que se basa en algo, la que asegura nuestra
crítica. Cuando me encuentro frente a ciertos móviles
que los historiadores atribuyen a los antiguos, soy propenso a la
duda porque no reconozco en los hombres que me describen, la
humanidad que yo conozco; como puede ver, la comparación es
siempre importante.
S: De
acuerdo. En efecto, dadas las escasas analogías con el
presente, juzgamos y discutimos más a menudo los fenómenos
del pasado, puesto que encontrar analogías verdaderamente
precisas entre dos series antiguas y compararlas, no ocurre más
que raras veces. Comparar quiere decir, sobre todo para el
historiador, aproximarse a lo que encuentra del presente donde vive.
Lalande: Hasta ahora
no hemos abordado más que la primera cuestión, la del
conocimiento de las causas, del desconocimiento de la historia.
Faltaría por examinar la segunda cuestión, la de saber
bajo qué formas se debe representar lo que, en las causas
históricas escapa a la conciencia del individuo. Es lo que
apuntaba el señor Seignobos en la última parte de su
lectura preguntando: ¿«Debemos hacer intervenir una
causa sui generis..., la presión ejercida por el cuerpo
social bajo la forma de la tradición y de la organización
colectiva. Lo que conduciría a admitir una especie de
fenómenos especiales, distinta de los hechos humanos
individuales? ¿Hay que atribuir los caracteres comunes, cuya
causa se nos escapa, a un Volksgeist, a una Sozialpsyche
distinta de los individuos?»
D: Me parece que esta
cuestión no corresponde a lo que estamos tratando. Sin duda,
el señor Seignobos parece creer que la conciencia colectiva ha
sido imaginada como un medio para explicar el inconsciente en
historia. Es inexacto. De antemano se puede admitir que el
inconsciente existe, y negar toda conciencia colectiva; este
inconsciente puede ser del todo individual. Por añadidura, si
existe una conciencia colectiva, debe comprender los hechos
conscientes y dar cuenta de ellos, así como de los hechos
inconscientes. Puesto que es una consciencia (suponiendo que exista)
es necesario que sea consciente en algún lugar.
S: ¿Dónde
entonces? Quisiera saber, ¿dónde se encuentra ese lugar
en el que la colectividad piensa conscientemente?
D: No quiero tratar
aquí la cuestión de la conciencia colectiva que
desborda infinitamente del tema que nos ocupa. Todo lo que quiero
decir es que, si admitimos la existencia de una conciencia colectiva,
no la imaginamos hasta el extremo de explicar el inconsciente. Hemos
creído descubrir ciertos fenómenos característicos
absolutamente diferentes de los fenómenos de la psicología
individual y, precisamente por esta vía, nos hemos visto
conducidos a la hipótesis que ustedes atacan, no sé muy
bien por qué.
Lalande: Sin
embargo, parece que las dos cuestiones están conectadas: la
solución de la primera puede depender de la explicación
de la segunda. Si es verdad que existe un espíritu social
colectivo, ¿ello no excluye el método que consiste en
buscar la explicación de los hechos históricos en los
motivos de los agentes y en la consciencia que tienen? El único
método legítimo sería entonces, como dice el
señor Durkheim, situarse en el punto de vista objetivo,
comparar las series, deduciendo leyes tras constatar repeticiones.
D: No he venido aquí
a exponer mi método, sino para discutir lo que nos propone el
señor Seignobos. Sin embargo, quisiera saber bien por qué
razón nos niega el derecho de establecer comparaciones entre
los datos históricos.
S: En las
ciencias positivas, los elementos son análogos y conocidos de
forma precisa, son homogéneos y exactos; desde ese momento se
puede comparar series de fenómenos (cuerpos químicos
bien definidos). En historia, por el contrario, lo que comparamos son
simplemente cosas que se llaman o que se han llamado de la misma
manera y esta identidad de denominación puede ser puramente
verbal. Por eso afirmo que los fenómenos psicológicos
no son comparables entre sí. Al contrario, cuando por
casualidad existe una relación entre fenómenos físicos
(o fisiológicos), la comparación se convierte en algo
posible. También la familia puede, sin duda, estudiarse más
fácilmente que otros fenómenos.
D: Le confieso que
experimento una gran sorpresa al escuchar formular como evidente una
proposición que me parece refutable por todo lo que sé.
El punto de partida de la evolución doméstica no es en
absoluto física. La mayor parte de los fenómenos
familiares, tal como nos han sido dados, no parecen derivarse del
hecho mismo de la generación. La generación no es el
acto central y constitutivo de la familia. Ésta es, a menudo,
un grupo de personas que ni siquiera está unida por lazos de
sangre (la parte correspondiente a los elementos consanguíneos
a menudo es muy débil).
S: Precisamente
este grupo es al que no podemos llamar familia. La familia está
compuesta, históricamente hablando, de elementos
consanguíneos.
Bloch: Pero tome
como ejemplo el génos griego: no está probado
totalmente que estuviese compuesto por elementos consanguíneos,
ni que debiese su origen a la consanguinidad.
Lacombe: El hecho
esencial que encuadra a un miembro de la familia es el de la
colaboración. Cuando el hijo deja al padre, cuando ya
no colabora con él, no pertenece ya a la familia, pierde
incluso su derecho a la herencia. Al contrario, el que ha sido
recibido, admitido para colaborar, forma parte por esto mismo de la
familia. Así, en la Edad Media, cuando un hombre de diferente
sangre vivía del mismo pan y del mismo puchero, se convertía
en coheredero.
S: Esta
discusión muestra, mejor que yo no hubiera podido hacerlo, la
dificultad que existe para entenderse en historia, incluso sobre las
nociones más usuales y más claras en apariencia. Pues,
¿quién me prueba que el génos griego
pudiera ser asimilado a una familia en el sentido en que entendemos
dicha palabra?
Bloch: Afirma usted
que eso no está probado. Pero si el génos griego
no es la familia en el sentido actual de la palabra, al menos se
puede admitir que tiene su lugar y que ha sido concebida a imitación
de la familia.
D: O inversamente, que
la familia limitada de hoy es concebida a imitación del génos.
Bloch: Siento
verdadera inquietud ante el escepticismo del señor Seignobos.
Al escucharle, ¿qué quedaría de la historia?
Casi nada. Por otro lado, creo, en contra de lo que piensa el señor
Durkheim, que hay que hacer una profunda distinción entre los
métodos practicables en historia y los de las otras ciencias.
Hay que estudiar los fenómenos históricos, tal como nos
han sido dados de una sola vez, pues nos habríamos esforzado
en vano al no llegar nunca a repetirlos. De ahí la dificultad
que existe en historia para formular leyes, y la imposibilidad de
admitir como el señor Durkheim que las causas pueden
identificarse con las leyes. Es verdad en otras ciencias, pero aquí,
como la repetición es imposible, como no podemos luego aislar
lo esencial de lo accesorio, resulta ser todo de otra forma. Incluso
podríamos enunciar leyes, tanto que se trataría de
hechos históricos muy simples y muy vulgares (como por ejemplo
los hechos de geografía humana), pero tendríamos que
reconocerlos cuando llegásemos a hechos psicológicos
tan diversos y complejos.
D: Entonces, tendríamos
que renunciar también a formular relaciones causales.
Bouglé: Como
el señor Durkheim, creo que toda explicación causal,
para que sea verdaderamente una explicación, no puede sino
referirse a leyes... Es verdad que los historiadores creen muy a
menudo explicar ciertos fenómenos por causas únicas,
¿abstracción hecha de las leyes? Esto significa
simplemente que dejan en la sombra y sin explicitar las leyes sobre
las que reposan sus afirmaciones.
A veces, sin
embargo, formulan esas leyes a pesar suyo: se les sorprende así
en flagrante delito de sociología. Así es como
recientemente, en un libro del señor Bloch, volvía a
encontrar, a propósito de los restos de clientela que
persistieron en la antigua Galia, esta proposición general: el
régimen de la protección «se impone y domina
todas las veces que el Estado se muestra inferior a su labor, es
decir incapaz de garantizar la seguridad de los individuos, bien
porque no se haya acabado todavía de constituir, bien porque
haya comenzado ya a disolverse». Podrían multiplicarse
los ejemplos de esta índole. Tienden a probar que no se puede
dar explicaciones sin invocar leyes.
Bloch: En efecto, se
trata de una tendencia invencible a la que el historiador se resiste
difícilmente, y esto demuestra solamente que deberíamos
ser más prudentes y proteger nuestras afirmaciones con más
reservas todavía de las que hacemos.
D: En el fondo, creo
estar de acuerdo con el señor Bloch, con la condición
de distinguir dos elementos profundamente diferentes, algo que la
historia de los tiempos modernos no discierne suficientemente: 1º)
los acontecimientos históricos; y 2º) las funciones
sociales permanentes.
En lo que concierne a
los acontecimientos, nos encontramos en presencia de una masa
indefinida de hechos, en medio de los cuales la mente puede
difícilmente insertar un orden científico. Admiro a los
historiadores que pueden vivir a gusto con esta polvareda de hechos
desordenados. Pero, además de los acontecimientos, existen las
funciones, las instituciones, las maneras de pensar o de actuar fijas
y organizadas. En este terreno, las comparaciones se convierten en
algo posible: en lugar de ser desbordadas por la extrema diversidad
de los hechos dados, a menudo se ven golpeados por un número
muy restringido de tipos, de la especial pobreza que se manifiesta
cuando se estudia una misma función dentro de diferentes
pueblos o de diferentes épocas. No he podido analizarlo más
que para los distintos tipos de familia; pero, a través de los
tiempos, sólo he observado un número muy pequeño
de tipos en verdad dispares. Ahora bien, un tipo de familia es
solidaria con toda la organización social; por tanto debe
serlo aproximadamente para las otras funciones cuyo conjunto
constituye la colectividad.
Sin duda, no he podido
estudiar todas las sociedades, he tenido que abstraer y dejar de lado
algunos hechos. Y, sin embargo, es sorprendente que se pueda
coordinar y llevar con formas muy simples las instituciones
familiares de un gran número de pueblos. Esta identidad es
extremadamente notable, y muestra perfectamente la posibilidad de una
verdadera ciencia histórica. Sin duda, para otras funciones
sociales, el trabajo sería más complejo, pero las
dificultades no parecen insuperables. En todo caso, el historiador
tiene el derecho y el deber de emprender este trabajo, en lugar de
desesperarse.
S:
Desgraciadamente, existe una dificultad fundamental que convierte
tales tentativas en singularmente precarias: y es que no tenemos
ningún procedimiento para construir categorías
verdaderamente precisas y comparables; nunca sabemos con exactitud lo
que comparamos. Tales aproximaciones pueden ser ingeniosas,
sugestivas, pero no tienen nada en absoluto de científico.
Lacombe: Lo que
ocurre es que usted es demasiado exigente o demasiado ambicioso, se
empeña en comparar conjuntamente bloques inmensos de hechos,
de acontecimientos. Hay que comenzar por analizar y por comparar
fragmentos... Por ejemplo, yo me propongo demostrar las
repercursiones similares que ha provocado a través del tiempo,
un mismo tipo de cultura agrícola.
S:
Evidentemente existen fenómenos más simples, para
los cuales son posibles un número mínimo de
combinaciones (por ejemplo, la organización familiar). Aunque
si tomáramos como ejemplo la vida política, las
lenguas, ya no habría sino indeterminación.
Bouglé: En el
estudio de las lenguas, con todo, se ha llegado precisamente a
despejar leyes, a establecer relaciones inteligibles.
S: Apenas si
se han descubierto leyes fonéticas, y eso porque existía
ya un sustrato fisiológico que permitía el empleo de
métodos experimentales e incluso gráficos.
D: Muchos lingüistas
creen, por el contrario, que se podría introducir con éxito
el punto de vista sociológico en el estudio de las lenguas.
S: Eso sólo
podría aportar oscuridad. ¿Qué podemos
comprender del mecanismo social de las antiguas colectividades? Muy
poco; y únicamente mediante analogías con nuestra
sociedad actual.
D: Por el contrario, me
parece comprender mucho mejor las sociedades australianas que las
nuestras.
S: No
entendemos de la misma manera la palabra comprender. Ya que,
por mi parte, me parece comprender mejor las sociedades actuales que
las australianas. Probablemente sea un problema de imaginación.
Sólo lamento que no lleguemos a estudiar directamente la
cuestión del inconsciente.
Bouglé: Parece
creer siempre que el inconsciente puede ser asimilado a lo
desconocido. ¿Por qué rechaza aplicar a los móviles
inconscientes la indagación que aplica a los móviles
conscientes? Sus bases para la búsqueda son las mismas, sus
razonamientos para deducir las causas de los actos y de los
acontecimientos valen lo mismo para las causas conscientes que para
cualquier otra.
S: Pues no.
Cuando se trata de motivos inconscientes no encuentro nada: es la
nada.
Bouglé:
Perdóneme; nuestra propia experiencia personal nos revela
bien tanto los motivos inconscientes como los conscientes. ¿No
nos enseña ésta que muchos de nuestros actos no pueden
explicarse más que por causas que, en el momento mismo de la
acción, no rozan nuestra conciencia? A menudo, nos percatamos
tarde ya de los móviles de una acción que habían
escapado a nuestra conciencia. Por tanto, podemos encontrar
perfectamente en el pasado tantos casos de motivación
inconsciente como de motivación consciente.
S: No,
puesto que esas experiencias de las que habla no se encuentran
relatadas en los documentos que constatan los acontecimientos y sus
causas aparentes.
Bouglé: Pero
las causas inconscientes están tanto o tan poco en el
documento como las causas conscientes. En los dos casos, no se
transcribe el documento, se trata de comprender y de reconstruir el
estado del espíritu de su autor. Fíjese en la historia
de Tito Livio: creo que los móviles inconscientes que guían
a los protagonistas se leen tan bien como los móviles
conscientes y aparentes.
S: No creo
mucho en la posibilidad de reconstituir de esta forma la psicología
de los individuos o de los grupos.
Lacombe: Entonces,
¿por qué demonios se dedica a la historia?
S: Para
encontrar relaciones entre series de hechos, y para comprender el
pasado desde el modelo del presente.
Lacombe: Con todo,
en el fondo de los hechos, lo que buscamos siempre es al hombre.
Aunque sea muy difícil, el objetivo es siempre conseguir
desgajar el mecanismo psicológico de las acciones y de los
acontecimientos.
S: Mi fin es
simplemente explicar, si es que es posible, por medio de qué
cadena de hechos bien unidos hemos llegado al estado actual. Y soy
propenso a atribuir, en esta explicación, una gran importancia
a los motivos expresados por los protagonistas, porque han conocido
directamente los hechos... Lo que yo pregunto sobre el tema del
inconsciente es si puede ser explicado por una serie de estados
interiores de los individuos que actúan en común o si
hay que hacer intervenir algún elemento interior y superior a
los individuos.
D: Una vez más,
bajo el nombre de inconsciente, construye una entidad. Comprendo que
plantee, para todos los fenómenos de la vida colectiva, la
cuestión: ¿pueden explicarse por causas individuales o
hay que admitir causas específicas sociales? Pero, ¿por
qué limitar esa pregunta a los fenómenos inconscientes?
S: Porque
son más misteriosos para nosotros, y estamos más
preparados para admitir en ellos causas independientes de los
individuos.
D: El hecho de que los
acontecimientos hayan sido o no conscientes tiene, sin embargo, una
importancia secundaria para el historiador que busca verdaderamente
comprender y reflexionar. Reduzca su función, evitando a esos
testigos o esos agentes que llamáis conscientes... Mientras
que la investigación metódica no está hecha, ni
siquiera sabemos si tal fenómeno revela motivos conscientes o
inconscientes; no existe, por lo tanto, un criterio previo: esta
distinción es el resultado del trabajo histórico y no
su guía. El inconsciente se explica a menudo por lo consciente
o a la inversa; el inconsciente a menudo no es más que una
consciencia menor; en resumen, no hay ninguna cuestión
especial que se plantee para el conocimiento del inconsciente. Usted,
en realidad, plantea de forma parcial el gran problema de la
sociología, el de la consciencia colectiva; y es demasiado
general para abordarlo aquí.
S: Planteaba
esta cuestión porque en historia encontramos a menudo
fenómenos inexplicables y que, en apariencia, parecen provenir
de causas inconscientes. A causa de este fenómeno, «la
escuela histórica» y Lamprecht han hecho intervenir la
acción de realidades supra-individuales, y yo creía que
los sociólogos contemporáneos se habían visto
conducidos para plantear una realidad colectiva sui generis.
D: Ahí está
el error. No tengo que hacer hipótesis sobre las razones que
han podido inspirar a Lamprecht; pero las que han determinado a los
sociólogos contemporáneos de los que habla el señor
Seignobos son muy diferentes. Y esto me induce a oponer, a las dos
actitudes que usted ha indicado –la actitud volteriana, que se
limita a declarar que existen todavía aspectos desconocidos, y
la actitud mística, que sustancializa el misterio del pasado–,
una tercera actitud que es la nuestra, consistente en trabajar con
método para llegar a comprender científicamente el
dato, sin tomar partido, sin espíritu de sistema.
S: Precisamente
me inclino por la actitud volteriana.
Lalande: En suma,
habría dos maneras de entender la palabra comprender,
la del historiador y la del sociólogo. Para el historiador,
comprender es representar las cosas bajo el aspecto de la motivación
psicológica de la que actualmente tenemos nosotros mismos el
modelo; para el sociólogo, por el contrario, sería
representar las cosas bajo la forma de casos particulares, que se
pueden recoger en una ley o al menos en un tipo general ya expuesto.
Estos son dos problemas sin relación uno con el otro, y cuya
oposición aparente proviene de que se los designa por una
misma palabra, a menos que no se las consolide con otras hipótesis.
D: En resumen, no
aceptamos las causas que nos han sido indicadas por los propios
agentes. Si son verdaderas, se las puede descubrir directamente
estudiando los hechos mismos; si son falsas, esta interpretación
inexacta es en sí misma un hecho a explicar.
Lalande: Me parece
que los señores Seignobos y Durkheim están de acuerdo y
admiten uno y otro que los individuos nunca pueden originarse de
manera aislada, dentro o fuera de la sociedad. Y que ni siquiera se
los puede suponer sin presuponer ésta al mismo tiempo.
D: Defendamos esta
ilusión, y añadamos que el señor Seignobos
admite, como yo, que cada país modifica a los individuos.
S: De
acuerdo, pero a condición de que el país no sea
concebido como un conjunto de individuos.
D: Afirmemos, si lo
prefiere, que el ensamblaje cambia cada uno de los elementos
ensamblados.
S: Admito
esta tautología.