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Edición N° 36/37 - marzo 2005

El pueblo siempre vuelve

Por:
Sebastián Giménez.
* (Datos sobre el autor)


PALABRAS PRELIMINARES

“Para la libertad, sangro, lucho y pervivo, para la libertad...”
“Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada,
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas
crezcan en la carne talada”

Miguel Hernández



Como dice este poema al que supo ponerle música el gran Joan Manuel Serrat, los anhelos de libertad y de autodeterminación de los pueblos parecen nunca apagarse, pese a las sucesivas postergaciones. El pueblo siempre aparece dispuesto a renacer de las más diversas formas para reclamar su lugar, su dignidad, su patria. Apoyando a ciertos caudillos que supieron comprenderlos y reivindicarlos.

La vuelta del pueblo, su renacimiento, se da de diferentes formas y no puede comprendérselo desde ninguna ortodoxia del pensamiento. La resistencia y el avance popular tuvieron en nuestra historia un poco de religión, de tradición, de mística, de milagro. Un poco de revolución.

También son variadas las formas de las personalidades que encabezaron los intentos de redención popular. Los hubo militares, sacerdotes y hasta ricos hacendados como fueron los caudillos federales del siglo XIX. Parece ser que los ricos tampoco están excluidos del “reino de los pueblos”.
Querer hacer una breve historia de nuestro pueblo argentino, de sus avances y retrocesos, es entonces en cierta medida entrar en la dinámica de lo impensado. No basta para comprender a sus caudillos y verdaderos representantes el considerar solamente una relación lineal y causal de beneficios económicos o sociales, sino que también es necesario incluir esa faceta trascendente, ese idilio que une a los líderes con sus pueblos. Esa relación de intenso amor que llevó a nuestro pueblo argentino a hacer verdaderos altares dedicados al Restaurador de las Leyes, a Evita, a Juan Domingo Perón. Ése sentimiento que condujo a Sarmiento, cuando asesinó al caudillo popular Peñaloza, a colgar su cabeza en una pica para que los gauchos se convencieran de que estaba muerto.

Es que el pueblo resiste este pensar causal y occidentalista y no se convence tan fácil de la muerte de su causa, aún cuando todo conduzca a pensar en eso. Es que el pueblo trasciende a sus propios representantes, como un ser superior, inmortal, que tarde o temprano vuelve a reencarnar sus sueños. ¿De qué forma? Nadie puede saberlo. ¿Cuándo? Imposible aseverarlo. Pero que volverá, volverá. A no dudarlo.

CAPÍTULO 1: LA INDEPENDENCIA DEPENDIENTE

El puerto de contrabandistas
Inicialmente la dominación española en América se organizó en dos virreinatos: de Nueva España, en lo que sería el actual territorio de México; y de Perú. Esta ubicación no fue azarosa, sino que se debía a la finalidad predominante de la conquista por lo menos en su primera etapa: la extracción de minerales y metales preciosos. Es por esto que las primeras estructuras de dominación virreinales se asentaron sobre territorios ricos en este aspecto. En Sudamérica, sobresalen las minas del Potosí, eje económico de la vida colonial.

En esta época, el noroeste argentino, por su proximidad a Potosí, alcanza un incipiente desarrollo.

Buenos Aires se encontraba aislada, era una ciudad marcadamente pobre, alejada de la economía virreinal. Su primera fundación no había prosperado, barrida por los indios querandíes. La segunda, de Juan de Garay, se consolidó, aunque la ciudad era visiblemente pobre.

Su actividad económica se basaba en la riqueza ganadera, incipientemente explotada por las vaquerías. La vaquería era un modo de explotación bastante primitivo, donde se aprovechaba del animal únicamente el cuero. En el puerto de Buenos Aires comenzó a desarrollarse el contrabando con otras potencias europeas.

¿Con quiénes contrabandeaban los porteños? Con portugueses, franceses e ingleses, violando las reglas monopólicas impuestas por la Corona Española.

Los productos provenientes de estos países eran más baratos, producto de la gesta de la Revolución Industrial que se daba en Europa, principalmente en Inglaterra. A esto hay que agregarle el inmenso costo de transporte que llevaban incorporados los productos españoles, producto de la accidentada ruta Potosí-Buenos Aires.

Con el objeto de controlar el contrabando, en 1776 se creó el Virreinato del Río de la Plata, con capital en Buenos Aires, ciudad portuaria.

El reglamento de Libre Comercio establecido en 1778 permitió a Buenos Aires conectarse directamente con la metrópoli (evitando la accidentada ruta Potosí-Buenos Aires y la no menos problemática ruta España-Potosí, cruzando por istmo de Panamá) y otros puertos de América, quedando liberada Buenos Aires de la anterior tutela del virreinato del Perú.

Al flamante Virreinato y llamados por los negocios del nuevo puerto, llegaron europeos que formaron una burocracia comercial.

Antecedentes y Revolución de Mayo
Vicente Fidel López, en la Cámara de Diputados de la Nación, el 27 de Julio de 1873, afirmó:

Si tomamos en consideración la historia de nuestra producción interior y nacional, veremos que desde la revolución de 1810, que empezó a abrir nuestros mercados al librecambio extranjero, comenzamos a perder todas aquellas materias elaboradas que nosotros mismos producíamos, y que en nuestras provincias del interior, que tantas de esas producciones tenían, la riqueza y la población comenzó a desaparecer, a término que provincias que antes eran ricas y que podían llamarse emporios de industrias incipientes, y cuyas producciones se desparramaban en todas partes del territorio, hoy están completamente aniquiladas y van progresivamente en el camino de la ruina, perdiendo hasta su entidad social, y por supuesto su valor político, y su valor comercial y económico”.

En Europa eran los tiempos de la Revolución Industrial. Inglaterra, producto de la sobreproducción ocasionada por ésta y en la imposibilidad de colocar los productos en otros mercados europeos (estaba en guerra con Francia y España), buscaba nuevos mercados, presionando sobre el puerto de Buenos Aires. Esta presión de los ingleses para introducir sus mercaderías dio el caldo propicio para las invasiones de 1806 y 1807.

Si bien el intento de dominio político fracasó, gracias a la hazaña de la reconquista encabezada por Liniers, la casta comercial y distinguida de Buenos Aires vio con buenos ojos las posibilidades del libre comercio, del que harían proclama revolucionaria tres años después. Los ingleses comprendieron que para dominar políticamente, como de hecho lo iban hacer durante mucho tiempo, había de obtenerse primero la dominación económica y no a la inversa.

Describe Eduardo Galeano, en Las Venas abiertas de América Latina:

“Cuando se constituyó la Junta Revolucionaria en Buenos Aires, el 25 de Mayo de 1810, una salva de los buques británicos de guerra la saludó desde el río”.
Así se puede observar un viraje en la política británica: de la dominación política fallida en 1806 y 1807, se buscó la forma de penetración económica que atara a la nación en formación con el imperialismo británico. Esto sería posible por la existencia de la aristocracia porteña, proclive a establecer un firme lazo con los ingleses. Localmente, en ese momento, se benefició un sector que comenzó a preponderar en Buenos Aires: el ganadero.

Aporta Galeano en el libro ya citado:

“Buenos Aires demoró apenas tres días en eliminar ciertas prohibiciones que dificultaban el comercio con extranjeros, doce días después, redujo del 50 por ciento al 7,5 por ciento los impuestos que gravaban las ventas al exterior de los cueros y el sebo”.
En una época hoy tan lejana, comienza incipientemente lo que sería la apertura de la economía. La producción para la exportación, la importación de productos ingleses sin proteger la industria nacional. Estas eran las ideas económicas de la elite revolucionaria. Es verdad que el desarrollo industrial era apenas incipiente en las provincias, pero unos años después ni siquiera los ponchos se fabricaban en las Provincias Unidas. El Interior fue el gran perjudicado por la apertura de la economía.

En su Representación de los Hacendados, uno de los obnubilados por las nuevas visiones librecambistas, Mariano Moreno, afirma:

"El comerciante inglés se presenta en nuestros puertos y nos dice, yo traigo las mercaderías de que sólo yo puedo proveerlos, vengo igualmente a buscar vuestros frutos, que sólo yo puedo exportar".

La Hermana mayor
La Revolución no fue bien recibida y aceptada por todas las provincias. Hubo resistencias en Córdoba, la Banda Oriental, Paraguay y el Alto Perú. Entonces, buscó imponerse por las armas ante los bastiones de la resistencia realista como también ante las resistencias de las provincias que no reconocían la autoridad de Buenos Aires, considerándola una ciudad más del Virreinato sin derecho a decidir por todas. Son los que no creyeron el argumento famoso de “la hermana mayor”.

Mariano Moreno expresa la visión radical de los revolucionarios en su Plan de Operaciones:

“Debe observarse la conducta más cruel y sanguinaria con los enemigos de la causa; la menor semiprueba de hechos, palabras, etc. contra la causa debe castigarse con la pena capital, principalmente si se trata de sujetos de talento, riqueza, carácter y alguna opinión; a los gobernadores, capitanes generales, mariscales de campo, coroneles, brigadieres que caigan en el poder de la causa debe decapitárselos”.
Además, propone la expropiación de los hacendados que no simpaticen con el movimiento revolucionario.

Estas máximas dictadas por Moreno fueron empleadas por Castelli cuando, ante el fallido intento contrarrevolucionario de Liniers en Córdoba, el viejo héroe de la Reconquista fue fusilado. Moreno apoyó este accionar y hasta se ofreció a hacerlo él mismo si no había ningún hombre que se animara a ejecutar la orden.

Tres misiones se constituyeron para someter el Alto Perú sin poder hacerlo en forma definitiva.
Belgrano fracasa en el Paraguay, que a partir de allí, bajo el férreo gobierno del Doctor Francia, iniciará un período largo de aislamiento que será fecundo para su desarrollo.

José Gervasio Artigas
En Uruguay, José Gervasio Artigas logra culminar con la resistencia realista pero encabeza una reacción también opuesta a la Junta de Buenos Aires. Su intento original de reforma agraria, “dando la tierra a quien la trabaja”, hace que la Junta lo declare enemigo y lo persiga.

Este caudillo incomprendido fue autor de El Reglamento de los Pueblos Libres, donde en varias disposiciones que aquí figuraban se incluían figuras novedosas como la protección de los más desfavorecidos, las mujeres y los niños. El Gobierno no “regalaba” la tierra sino que estas explotaciones estaban sujetas a un estricto control de los poderes locales, exigiendo niveles de productividad o la edificación de una vivienda por parte del campesino, fijando plazos de cumplimiento y expropiando la tierra de no cumplirse estas condiciones.

Ferviente defensor de los poderes locales y el federalismo, José Gervasio Artigas, luego de un periplo poco próspero por las provincias del Litoral, fue condenado a concluir su vida olvidado en el Paraguay (1837). Ironía del destino: el Paraguay de esos tiempos distribuía tierras entre la población humilde y un Estado fuerte se hacía cargo de su contralor.

Seamos libres y lo demás no importa nada
El general San Martín, en plena campaña libertadora, buscó seguramente dar ánimo a sus tropas con su proclama:

Orden general del 27 de julio de 1819
Compañeros del Ejército de los Andes:
“....La guerra se la tenemos que hacer del modo que podamos: si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos tiene que faltar: cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con la bayetilla que nos trabajen nuestras mujeres, y si no andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios: seamos libres, y lo demás no importa nada.
... Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano, hasta ver el país enteramente libre, o morir con ellas como hombres de coraje”.

La situación angustiosa del ejército y la carestía de recursos se puede explicar por el escasísimo interés de los círculos porteños que coparon el gobierno nacional, en colaborar con la campaña libertadora. El mismo Libertador se quejaría de esto repetidas veces.

¿Quién puso entonces lo que la elite porteña negó? Los sectores populares, que siguieron al libertador en medio de este menosprecio de los cuadros dirigentes. Como verdaderos “parias”, llevaron a cabo la más grande de las epopeyas americanas, por el sueño de la libertad.

¿Cuál era la mentalidad de los porteños de ese momento? No sólo no ayudaron al Libertador. Cuando en 1820, los caudillos federales sitiaron al director supremo que quería coronar un rey europeo, la oligarquía portuaria llamó a San Martín para que con su ejército reprimiera a sus compatriotas. Pero el Libertador se negó a derramar sangre americana y argentina, prosiguiendo la campaña emancipadora. A los doctos porteños no les interesaba tanto liberarse de España, como de las provincias y los caudillos “bárbaros”. La renuncia del Libertador a obedecer estas órdenes no le fue gratis, y en su vida futura recibiría la constante hostilidad de la oligarquía portuaria que lo obligó a partir al exilio.
“Seamos libres y lo demás no importa nada” quiere decir abnegación, la lucha por un ideal colectivo, renunciando a intereses personales, a las comodidades y a la propia vida de ser necesario. Imposible de comprenderlo en su momento para los “doctos” porteños.

Hoy también resulta difícil apreciarlo en el marco de políticas de inconfesable cobardía y de entrega de nuestra Nación. Esas que han hecho realidad una máxima totalmente opuesta a la pregonada por San Martín: “Paguemos, y lo demás no importa nada...”

Los dirigentes “se olvidan” del pueblo
Las guerras de la independencia tuvieron un actor protagónico y olvidado por la historia oficial argentina. Los gauchos, los negros y los indios abonaron con su sangre los campos de la patria, dieron su vida por la causa americana y argentina, defendieron el territorio sin recibir nada a cambio. Pero la generación de Mayo y los miembros de las clases dirigentes distinguidas no insertaron a las clases populares sino en un papel subyugante.

La Revolución de Mayo y la independencia declarada en el Congreso de Tucumán, marcó el enfrentamiento entre Buenos Aires y las provincias. La primera centraba sus pretensiones y privilegios que le daban el comercio de ultramar. Así, no pensaba en la situación de estas tierras. Sus negocios estaban del otro lado del mar. Además, algunos de sus más conspicuos representantes no descartaban la posibilidad de erigir una monarquía de carácter centralista y tentaron a algunos comarcas europeos: Alvear estaba dispuesto al protectorado británico y Pueyrredón al francés.

Manuel Belgrano, si bien partidario de también de un gobierno fuerte, propuso un monarca descendiente del imperio de los Incas, pero su idea no tuvo éxito entre los europeístas que ocupaban todos los espacios.

Los “hombres de las luces” porteños no sólo no eran proteccionistas en un sentido económico-político sino también cultural. Esta es una de las características de lo que se dio en llamar el partido unitario: su marcada europeización lo alejó de las masas populares. En su visión, la cultura autóctona, popular, encarnaba la barbarie.

Lo dijo Arturo Jauretche, en su Manual de Zonceras Argentinas:

"La idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna; enriquecer la cultura propia con el aporte externo asimilado, como quien abona el terreno donde crece el árbol. Se intentó crear Europa en América trasplantando el árbol y destruyendo lo indígena que podía ser obstáculo al mismo para su crecimiento, según Europa y no según América. La incomprensión de lo nuestro preexistente como hecho cultural, o mejor dicho, el entenderlo como hecho anticultural, llevó al inevitable dilema: todo hecho propio, por serlo, era bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizado. Civilizar pues, consistió en desnacionalizar".
Por esto, los partidarios de las ideas centralistas, los unitarios europeizados nunca consiguieron atraer al elemento popular.

Los unitarios, viejos y nuevos, acusaron desde siempre a los federales de desarrollar un “populismo” para ganarse los favores de la “chusma”. Para ellos, dominar a la “chusma” es igual a domar el ganado. Animalizaron a los sectores populares, y así buscaron tratarlos.

Hasta 1820, nuestro país fue gobernado de forma centralista por la oligarquía portuaria en las formas de los Triunviratos y los Directorios de Alvear, Pueyrredón y Rondeau entre otros. Estos personajes respondían a lo que se dio en llamar la Logia Lautaro, una sociedad masónica al servicio de Inglaterra.

En una carta de Alvear, al canciller inglés, Lord Castlereagh podemos ver sus pensamientos:

“Estas Provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su Gobierno y vivir bajo su influyo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y buena fe del pueblo inglés, y yo estoy dispuesto a sostener tan justa solicitud para librarlas de los males que las afligen. Es necesario que se aprovechen los momentos. Que vengan tropas que impongan a los genios díscolos, y un jefe autorizado que empiece a dar al país las formas que sean del beneplácito del Rey de la Nación, a cuyos efectos espero que V.E. me dará sus avisos con la reserva y prontitud que conviene para preparar oportunamente la ejecución”.
Más que un dicho aislado, esta carta de Alvear constituye un pensamiento que se ha marcado a fuego en la sociedad argentina hasta en los tiempos actuales. La rebaja total de la nacionalidad, la admiración al extranjero que puede sustituir todo lo propio, la preferencia por sus instituciones. La dependencia cultural, política y económica sería imposible sin el desarrollo de este pensamiento tan arraigado en los sectores dominantes. Alvear es un precursor de aquellos líderes políticos que creen que la solución a los problemas de la Argentina están en el extranjero.

Por supuesto, los sectores populares constituían sólo un estorbo. Crear Europa en América. Crear Inglaterra en América, el pensamiento de esta logia que si concluyó bajo su nombre, su pensamiento se mantiene fuerte hasta nuestra actualidad de pordioseros de los organismos de financiamiento internacional.
Algunos historiadores incluyen a San Martín en este movimiento de la Logia Lautaro. Obviamente, la independencia fue aprovechada por Inglaterra, aunque San Martín nunca declaró explícitamente estar trabajando conscientemente para esta potencia europea que se benefició de su labor.

Pero, si San Martín en algún tiempo sirvió esta logia masónica, luego la desobedecería, cuando no le hizo caso a Rivadavia de reprimir a los caudillos provinciales que reaccionaron contra el poder despótico y central de Buenos Aires. No obedeció a los masones y logistas Rivadavia, Alvear y Pueyrredón. Esto le costaría la falta de apoyo de Rivadavia, que no le envía suministros para completar su campaña libertadora obligando a San Martín a ceder ante Bolívar en la entrevista de Guayaquil.

Resurgen los olvidados
En 1820, la tensión llega a un punto cúlmine en la batalla de Cepeda, donde los caudillos López y Ramírez vencieron al régimen centralista encarnado por el gobierno de Rondeau, director supremo.

Esto es producto de una situación que hace eclosión en este año, al difundirse el proyecto monárquico (de consagrar a un príncipe europeo) de la elite porteña, ocasionando la reacción provincial y la disolución de las autoridades nacionales.

Manuel Gálvez explica esta situación en su Vida de don Juan Manuel de Rosas:

“En tiempos de los virreyes, lo que son ahora las provincias se gobernaban autonómicamente; y he aquí que desde 1810 Buenos Aires pretende gobernar a las otras. Ni tampoco es Buenos Aires, sino un grupito de hombres que se creen los más inteligentes y los más sabios. Acaso lo son, pero sus espíritus están atestados de doctrinas extranjeras, lejos de nuestras realidades”.
Los ejércitos de la Independencia argentinas los formaron en su enorme mayoría la población negra, los gauchos y los indios. Los frutos que logró esta sangre patrióticamente derramada pretendieron ser apropiados por los hombres distinguidos de Buenos Aires.
¿Quiénes formaron los ejércitos de San Martín, y los de Belgrano? ¿Quiénes defendieron la frontera norte heroicamente en Salta sino Guemes y su heroica gauchada?
Saldías también lo describe, en su monumental Historia de la Confederación Argentina:
“Los elementos dirigentes de estas evoluciones trascendentales, vinculados entre sí por la labor común del tiempo y hasta por las grandes responsabilidades que contrajeron, habían hecho exclusivamente suya la situación de Buenos Aires, ostentando ciertas tendencias absolutistas y cierta soberbia que suscitaron contra ellos las pasiones del elemento popular, el cual iba ocupando la escena a medida que se obtenían ventajas sobre los realistas”.
Más adelante, el mismo autor explica cómo los hombres “ilustrados” en el poder, postergaban a los sectores populares:
“En la indolencia con que se miró las necesidades de sus habitantes (de la campaña), y en la ninguna participación que se les dio a éstas en las evoluciones que se sucedieron hasta 1820, si no era para formar con ellos los batallones con que se engrosaban los ejércitos que guerreaban por la Independencia”.
Estos anhelos de inclusión de los sectores populares serían contemplados años después, cuando el pacto federal asomó como un acuerdo posible para la Nación, y Juan Manuel de Rosas se perfilaría como líder indiscutido de la Confederación Argentina.

Dorrego contra la patria financiera
Los unitarios impusieron un reglamento en la sala de representantes que impedía el voto popular. Sostenían que en el país sólo podían votar los señores que tuvieran educación y buena posición económica. Excluían de la posibilidad de elegir a los sectores populares, afirmando que los asalariados eran dependientes del patrón. Contra esta injusticia se levantó Manuel Dorrego:

“Yo digo que es el que es capitalista el que no tiene independencia, como tienen asuntos y negocios quedan más dependientes del Gobierno que nadie. A éstos es a quienes deberían ponerse trabas (...). Si se excluye a los jornaleros, domésticos, asalariados y empleados ¿entonces quiénes quedarían? Un corto número de comerciantes y capitalistas”.

Y señalando a la bancada unitaria dijo: “He aquí la aristocracia del dinero y si esto es así podría ponerse en giro la suerte del país y mercarse (...). Sería fácil influir en las elecciones, porque no es fácil influir en la generalidad de la masa pero sí en una corta porción de capitalistas. Y en este caso, hablemos claro: ¡el que formaría la elección sería el Banco!”.


Ahí tenemos el discurso del caudillo popular oponiéndose a la dictadura de los hombres ilustrados que se creían con derecho para dirigir al país, por supuesto en beneficio del capital financiero, como queda claro en la cita. Es una brillante defensa de la soberanía popular ante el poder de los grandes capitalistas nacionales y extranjeros.

Hoy en nuestro país la democracia aparece consolidada, por lo menos en cuanto se refiere a las elecciones, al voto universal, secreto y obligatorio. Pero el sistema democrático no significa de por sí un triunfo popular, ya que los dirigentes suelen evadirse rápidamente de sus promesas y campañas electorales, y tienden a cumplir los acuerdos con los capitales que financiaron sus candidaturas.

Es muy interesante lo que dice al respecto Juan Villarreal, en su libro La Exclusión Social:

“Las sociedades de mercado y la democracia liberal parecen haber resuelto parcialmente el problema de la libertad civil en forma relativa. Su sistema electoral casi lo atestigua: se puede elegir a quien decidirá, no decidir posteriormente.”
Entonces, ayer y hoy nos encontramos ante el mismo problema: quienes siguen decidiendo son los Bancos.

CAPÍTULO 2: JUAN MANUEL DE ROSAS
“Rosas es, biológicamente, si puede decirse, el constructor de la Argentina. Los pueblos no se construyen sólo con leyes. Rosas le dio a la Argentina un tono, un color, un sabor. Le dio vida al país; y si no formó el alma criolla, es indudable que la conservó, la encauzó y la enriqueció”.

Manuel Gálvez



¿Cómo llega Rosas al poder?
Haré una breve reseña. Los intentos de los unitarios por imponer una autoridad centralista no terminarían en 1820. En 1826, volvieron a la carga imponiendo a Bernardino Rivadavia (quien había contraído hacía poco tiempo el primer empréstito extranjero) como presidente de la República. Las autoridades provinciales debían someterse a su autoridad, según lo establecía la Constitución Unitaria. Esto motivó el rechazo de las provincias, que se pusieron en pie de guerra. Esta situación, más la pérdida de la Banda Oriental cediendo a las presiones de Inglaterra, dieron por tierra con el gobierno de Rivadavia.

Durante el ministerio que ocupó y el efímero gobierno de Rivadavia, se concentró la propiedad de la tierra por la ley de enfiteusis. Sucede que el empréstito externo contraído con la banca Baring Brothers establecía como garantía las tierras de la provincia de Buenos Aires. En consecuencia, no se podía reconocer propiedad sobre las mismas, por lo que el gobierno las entregó en enfiteusis, debiendo pagar los beneficiarios un arriendo al Estado. Los que accedieron al beneficio de la enfiteusis fueron muy pocos terratenientes, concentrándose de esta forma la tierra en pocas manos y a muy módico precio. Por no decir gratis, ya que los arriendos nunca se pagaron. Quien exigió el cobro de dichos montos fue Rosas, y dicha actitud le valió la Revolución del Sur, encabezada por terratenientes, que fracasó.

De Rivadavia diría Ramos Mejía (un partidario) lo siguiente, en su libro Rosas y su tiempo:

“Con arreglo de las caprichosas modificaciones de la geografía política y de los odios que sus vicisitudes provoca, la condición de extranjero se va luego convirtiendo para este pueblo en un estigma, exaltándolo cada vez más, hasta llegar a 1829, en que se le siente hidrópico de iras y supersticiones, hondamente ofendido por las reformas con que lo flagela el gobierno “extranjerista” de Rivadavia, cuyo desprestigio en la plebe no tuvo igual en la historia de América”.

Lo reemplazó Manuel Dorrego como gobernador de la provincia, caudillo popular de gran ascendencia sobre los sectores humildes. Pero su gobierno sería breve, rodeado de conspiraciones de Inglaterra y los elementos internos. El líder el federalismo del momento se negó a pagar el empréstito contraído con Baring Brothers por Rivadavia. Además, su política hacia el banco Nacional también decidiría en parte su caída, como aseveran Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde en su libro El asesinato de Dorrego:

“Uno de los objetivos principales del plan nacional de Dorrego era atacar el Banco Nacional que tanto había hecho por endeudar al país, y que colaboraría eficazmente para lograr la caída del gobernador”.

Dorrego sería derrocado y fusilado por Lavalle, que impondría una dictadura sanguinaria. Los caudillos provinciales no lo reconocieron como legítimo gobernador de Buenos Aires, y el enfrentamiento tomó un serio cariz: la Liga Unitaria, a la que encabezaba Paz, intentaría imponer una dictadura portuaria a todo el país; en contra de ésta, se levantarían las provincias que se ligarían por el pacto Federal.

Lavalle, cercado por López, caudillo de Santa Fé, y Juan Manuel de Rosas sería completamente derrotado y marcharía al exilio.

Juan Manuel de Rosas y el prestigio que le había generado el haber acabado con la dictadura sangrienta, fue ya irresistible para el gobierno de Buenos Aires. Asumió en 1829 y su influencia se extendería hasta 1852. Su gestión dejaría una marca imborrable en la República.

Don Juan Manuel al gobierno
Conducido por el fervor popular, Don Juan Manuel de Rosas llega al gobierno de Buenos Aires y sería el líder de una Confederación Argentina pujante. Lo describe muy vivamente Manuel Gálvez, en su ya citada obra:

“Ha llegado el día de la Federación. Rosas va a entrar en la ciudad. Lo espera la plebe de Buenos Aires, lo esperan los federales.
...Ya viene entrando por la calle de la Plata. Arcos de triunfo, banderas, músicas, repiques de campanas. En un coche, rodeado de sus fieles, va espléndido, rígido y, probablemente, con un asomo de sonrisa en sus finos labios. La multitud se aglomera alrededor del coche, que no puede avanzar. Su piel blanquísima y sus ojos azules contrastan con los colores de aquella plebe que lo va aclamando enloquecida. Y de pronto, algo insólito: doscientos fanáticos desenganchan los caballos. Largas trenzas de seda rojas son atadas a las varas y a la delantera del carruaje, y aquellos hombres comienzan a arrastrarlo. ¡Así entra en la plaza de la Victoria, conducido por el fervor del pueblo, Juan Manuel de Rosas!”

El pueblo de Buenos Aires y argentino había encontrado a aquél líder que pudiera encarar una verdadera revolución para encauzar una organización nacional amenazada por exclusivismos infamantes. Y los anhelos de inclusión de los sectores populares serían efectivamente tenidos en cuenta, como un actor de peso para definir las políticas del Restaurador de las Leyes.

Una Argentina fuerte e industrialista
Años después de asumir el gobierno, la situación en el interior estaba prácticamente controlada, por la derrota de la Liga Unitaria en 1831, enemiga de los pueblos. Rosas cultivó una respetuosa relación con los caudillos provinciales que le habían prestado su apoyo. El pacto federal había sellado una incipiente organización nacional, que debería completarse con el dictado de una Constitución.

Pero los tiempos no eran tranquilos. Las conspiraciones brotaban por todos lados. La oligarquía unitaria despojada del poder acudiría a todos los métodos posibles para recuperarlo proponiendo incluso amputaciones del territorio nacional, favoreciendo la creación de republiquetas condenadas a ser devoradas por el imperialismo inglés y francés de ese momento.

Desde Montevideo, convertido en una factoría extranjera luego de la caída de Oribe, se urdía toda clase de tropelías para “derribar al tirano”.
Rosas se nutrió del apoyo del pueblo: los negros, los orilleros, incluso algunas tribus de indios eran partidarias de don Juan Manuel. Liberó a los esclavos apenas pisaran el suelo argentino, y apeló a la consulta popular para asumir su segundo mandato iniciado en 1835.
El país se industrializó en forma incipiente por la atinada medida que significó la ley de Aduanas de 1835, la primera proteccionista en la historia argentina. Esto le ganaría amigos: las provincias del interior; y un poderoso enemigo: el imperialismo.

Rosas en Buenos Aires, y los restantes caudillos en sus provincias, expresaban el proyecto nacional de una Argentina fuerte e industrialista. El libre comercio ya no reinaría impune y desangrando a las provincias. Esto se mantendría durante todo su gobierno y como líder de la Confederación argentina. Ninguna provincia del interior se levantó contra él cuando caería en 1852. Su derrota fue producto de una traición hacia el interior del federalismo, combinada con las fuerzas extranjeras de Brasil e Inglaterra, que de esta forma encontraría vía expedita para vendernos de todo, fundiendo a nuestros emporios industriales.
Mazorquero y todo, autoritario, Rosas logró lo que hasta allí parecía imposible: la organización nacional, una buena convivencia de Buenos Aires con las provincias. Porque Buenos Aires ya no era una aldea cosmopolita, sino parte de un país. Francia e Inglaterra bloquearon el puerto de Buenos Aires, y nadie murió por inanición al no poderse importar artículos de lujo.
Mediante la ley proteccionista de Aduana, se protegía a las industrias del interior y de Buenos Aires. Y un país industrial, autónomo, soberano, es un país popular. El pueblo puede vivir, es promocionado en su bienestar.

José María Rosa lo describe, en su Historia Argentina, tomo 5:

“La capital misma de la Confederación se había convertido en un gran taller industrial. El censo de 1853 muestra su floreciente estado. Había 106 fábricas montadas y 743 talleres artesanales. La ley de aduanas de 1835 había desarrollado la industria, especialmente en los ramos del vestido, artesanía fina, incipiente fabricación de azúcar en Tucumán, y destilación de alcoholes en Cuyo y provincias del noroeste”.
Juan Manuel de Rosas impidió también “la fuga de divisas”, algo tan común en nuestro país incluso en los tiempos contemporáneos. El trabajo argentino debía redundar en una mejora en las condiciones de vida de los compatriotas, y no en el enriquecimiento del extranjero. No pagó la deuda extranjera contraída por Rivadavia y nacionalizó el Banco Nacional.

También prohibió la exportación de oro del puerto de Buenos Aires, que se usaba sólo para comprar productos externos. Esta es una de las causas por las que perdió aparentemente don Juan Manuel la lealtad de Urquiza, impedido por la anterior medida del negocio que le significaba el contrabando en su provincia.

Primero la deuda interna
El nacionalismo económico de Rosas fue tal que no se avino a pagar la deuda externa generada por Bernardino Rivadavia, arma del imperialismo para explotar a los países débiles. Priorizó en este sentido el bienestar de sus compatriotas por sobre el de los acreedores.

En 1835 diría, cerrando las sesiones de la Cámara de Representantes:

“El gobierno nunca olvida el pago de la deuda extranjera, pero es manifiesto que al presente nada se puede hacer por ella, y espera el tiempo del arreglo de la deuda interior del país para hacerle seguir la misma suerte, bien entendido que cualquier medida que se tome tendrá por base el honor, la buena fe y la verdad de las cosas”.
Durante su período los acreedores, acostumbrados a ser tratados con beneplácito, encontrarían una dura resistencia. Incluso fueron “usados” por el Restaurador. Cuando el bloqueo anglofrancés, Rosas pagó unas muy modestas cuotas a los tenedores de bonos del empréstito rivadaviano, y les comunicó que no podría seguir pagándoles si las potencias no levantaban el bloqueo. Entonces, los tenedores de bonos presionaron para que sus países levantaran el bloqueo a la Confederación. Rosas utilizaba de esta forma las propias armas del imperialismo opresor volviéndolas contra él y defendiendo el interés de la Nación.

Una vez levantado el bloqueo, los acreedores y tenedores de bonos volvieron a sufrir una desilusión. Los pagos destinados a la deuda externa volverían a dormir el sueño de los justos...

Rosas y los indios
Luego de su primer gobierno, Rosas comandó una campaña contra los indios que arrasaban a menudo con sus malones las estancias.

Se impone una aclaración: Rosas quiere extender el dominio de más territorio y también proteger las estancias, la unidad productiva del siglo XIX. No quiere exterminar a las poblaciones originarias, sino que hace uso de una política de pactos y acuerdos: su objetivo es proteger a las estancias, no exterminar a los indios. Esto se prueba en el hecho de que se entendió muy bien con muchas tribus, e incluso muchos indígenas trabajaron en sus estancias y tenían una relación idílica con él mismo. Rosas escribió incluso un diccionario para entenderse y comunicarse con ellos.

En esta campaña, se llevó la guerra sólo a los que no acordaron la paz ofrecida, que incluía el suministro de ganados y haciendas a las tribus fieles.
Otro hecho que demuestra que Rosas no estaba interesado en exterminarlos es el hecho de que hacía llegar a las tolderías adelantos como la vacuna contra la viruela, que hacía estragos en los pueblos indios.

Lo que el estanciero quería, claramente, era que no le tocaran las estancias. Defendía esta unidad productiva importante en estos momentos, como los saladeros de los que él fue principal impulsor.

El mismo razonamiento sería aplicable a la defensa que hizo de los derechos de la Confederación desde su asunción hasta su caída. Rosas no cultivó malas relaciones con los otros países, sino que simplemente los enfrentó cuando pretendieron atropellar y someter a la Confederación. En cuanto cesaron con estas actitudes, las relaciones volvieron a su cauce perfectamente.
Con su ley proteccionista de Aduana de 1835, Rosas permitió la prosperidad de muchos mercados y ferias donde la población india vendía sus productos textiles, como los ponchos, tejidos, etc.

Si no, que lo diga Ramos Mejía en su libro ya citado, un observador que lejos estuvo de ser rosista:

“Como se ha dicho, tanto para el negro como para el mulato y el indio, la tiranía fue una liberación relativa. La repugnancia que inspiraron a la sociedad colonial, durante dos siglos, los dos primeros sobre todo, cesó de pronto por causa de aquel orden de cosas, y puede decirse que fueron impuestos, sino a la consideración, a la tolerancia forzosa de esta sociedad; y el multato más que el negro, de suyo humilde, entraron a ocupar un lugar que le sugerían sus hambrunas democráticas comprimidas, sobre todo los cargos y empleos que brindara la dictadura”.
“Hambrunas democráticas comprimidas”, denomina despectivamente Ramos Mejía. Y cabe preguntarse: ¿qué es la democracia sino el gobierno de las mayorías? En este sentido, no me parece un disparate decir que el gobierno de Rosas fue democrático, porque se asentó en el único soberano: el pueblo. No fue un gobierno de minorías. Era sin duda autoritario, pero su liderazgo estuvo legitimado en el amor que le brindaba su pueblo. Sus mismos enemigos lo reconocieron.

El exclusivismo amenazado
El gobierno de Rosas fue una verdadera revolución incluso cultural, donde las masas del pueblo llegaron a territorios donde anteriormente estaba vedada su participación. Esto causó el resquemor de las tradicionales oligarquías que veían con preocupación cómo los humildes siempre desplazados, encontraban ahora su espacio para expresarse, para crecer junto con una Confederación pujante.

Lo describe también Ramos Mejía:

“Las exigencias de la política habían, en parte, hecho desaparecer aquel amable perfume de elegancia y distinción que caracterizaba a la vieja sociedad bonaerense. Cierta promiscuidad de buen gusto político, dejaban, diré así, deslizarse algunos personajes de linaje turbio, herencia obligada de la tertulia democrática de la Heroína, tan poco escrupulosa en la elección de los invitados, muy agasajados mientras pudieran llenar las funciones políticas adjudicadas por ella. Para complacer la vanidad del guarango y democratizar las reuniones, se habían introducido algunos de sus bailes más populares, rompiendo la tradición y los encantos del vals lento, el minué elegante, que realzaba las bien cortadas formas de la porteña de buena cuna”.
Las formas populares en las tertulias reemplazaban a los ritmos y cultura extranjerizantes de la ciudad cosmopolita que era Buenos Aires. El ser nacional, la cultura propia era fomentada y defendida contra los gustos refinados de la petulante oligarquía.

Para horror de las clases “decentes”, el gobierno de Rosas abrió espacio a la participación hasta en la cotidianeidad de aquellos sectores subyugados hasta entonces. Las familias acomodadas, si conspiraban, tenían que tener cuidado que no las escuchara su personal de servicio, todos fieles a don Juan Manuel.

Rosas tendió también a reducir la brecha entre ricos y pobres. Si bien los estancieros se beneficiaron con su gobierno, también lo hicieron las clases populares hasta un cierto nivel de igualdad y justicia social.

Echeverría, horrorizado, escribiría en el Dogma Socialista:

“Rosas niveló, por último, a todo el mundo”.

La autoridad y el terror
Hay que reconocer que Rosas, en ocasiones aplicó el terror para intimidar a sus opositores y enemigos. Pero dicha acción no ha tenido los vastos alcances que le atribuyeron sus adversarios en las Tablas de Sangre escritas por Rivera Indarte, anteriormente fervoroso rosista.

Los peores momentos en este sentido, fueron las matanzas realizadas en 1840, durante la cruzada “libertadora” de Lavalle (que también fue sangrienta). Pero en general, no necesitó del terror para imponerse. Estudios demográficos han confirmado que durante su período el crecimiento de la población fue normal. No así en la dictadura sanguinaria de 1829 de Lavalle, cuando el crecimiento de la población porteña fue negativo.

Incluso un enemigo del Restaurador como Alberdi, diría:

“...El Sr. Rosas, considerado filosóficamente, no es un déspota que duerme sobre bayonetas mercenarias. Es un representante que descansa sobre la buena fe, sobre el corazón del pueblo. Y por el pueblo no entendemos aquí la clase pensadora, la clase propietaria únicamente, sino también, la universalidad, la mayoría, la multitud, la plebe”.
Sucede que, como consigna José María Rosa, en ocasiones caían entre las víctimas de la Mazorca sectores de buena posición económica. Por esto Rosas pasaría a la historia como un dictador asesino, y no Sarmiento o el general Paz, que asesinaban mucho más pero eran gauchos sus víctimas.

La defensa de la soberanía
En 1845, el 20 de noviembre, la Argentina criolla daba al mundo un ejemplo de resistencia ante el imperialismo.
Una expedición anglo-francesa buscó navegar impunemente el Paraná “sin otro título que la fuerza”, como dijo en la proclama Mansilla, designado por Juan Manuel de Rosas para encabezar la resistencia. Las potencias “civilizadoras” no lograron amedrentar a la Argentina criolla.

Conocedores del terreno, los patriotas emplazaron baterías en la Vuelta de Obligado, donde el río se angosta y era más fácil hacer blanco e impedir el paso del invasor. Es inútil abundar en detalles. El hecho es que la derrota argentina era segura, por la desigualdad de las fuerzas que se enfrentaban. Luego de la batalla, la escuadra invasora siguió remontando el Paraná, aunque con importantes bajas. De todas formas, por la dura resistencia encontrada en las poblaciones ribereñas, su expedición militar y comercial fracasó. La Confederación Argentina había perdido una batalla, pero no la guerra, por la fuerte determinación y el empeño con que defendió su soberanía. Quedó claro que las potencias iban a tener que cargarse “a todos los criollos” para imponer su ley a destajo. Y nadie puede someter, por lo menos fácilmente, a una Nación unida y con agallas.

Como siempre, algunos apátridas justificaron la invasión y el ultraje de la soberanía por la dictadura del “abominable” Rosas. Para ellos, la patria no era el lugar donde nacieron, sino una aldea cosmopolita funcional y servidora del imperialismo “civilizador”.
Luego de la derrota popular en la batalla de Caseros, se aplicaría la tan mentada “libre navegación de los ríos” y la Argentina se vería inundada de manufacturas extranjeras que barrieron con la industria local. Se acababa la Argentina criolla y protectora de lo suyo: de su cultura, de su economía, de su suelo y de su patria. Hoy seguimos viendo uno de los resultados más evidentes y perceptibles de la “libre navegación de los ríos”: los barcos-factoría extranjeros pescando a pocos metros de nuestras costas y saqueando nuestras riquezas marítimas. Es uno de los tantos ejemplos del ultraje al que parece que ya nos hemos acostumbrado.

Saldías, historiador liberal pero que tuvo un análisis equilibrado del gobierno del restaurador diría sobre el Restaurador en su Historia de la Confederación Argentina:

“A la firmeza inconmovible con que Rozas mantuvo los derechos de su patria le debe, pues, la República Argentina el poder llamar suyos hoy los espléndidos ríos que bañan sus litorales y cuya navegación deberá someter a la legislación restrictiva en lo que respecta a las banderas extranjeras”.

Pero se desilusiona Saldías, respecto a sus sucesores, los grandes defensores y panegiristas de la “libre navegación de los ríos”:

“...por licencia de liberalismo, los gobiernos que se han sucedido al de Rozas casi han desalojado de esos ríos la bandera argentina, concediéndoles a aquéllas franquicias singulares, tan singulares que únicamente en la Argentina prevalecen”...
No sólo sería desalojado el país de sus ríos, también sería arrasada su incipiente riqueza industrial y el extranjero reinaría ya tranquilo sobre nuestra tierra... Y sobre todo el pueblo argentino sería desplazado del bienestar y de la protección con que contó en la época de Rosas. Los extranjeristas que instalaron el modelo “liberal” eran tan abyectos en su rechazo de la nacionalidad que fomentarían en gran escala la inmigración, no por falta de población como se nos quiere hacer creer, sino por su activo menosprecio de sus compatriotas, a los que condenarían por otra parte a la persecución y el exterminio.

El reconocimiento del Libertador
En la tercera Cláusula de su testamento, don José de San Martín le haría a Rosas el reconocimiento más importante:

“Tercero: El sable que me ha acompañado en toda la Guerra de la Indepencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción, que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tratan de humillarla.”
Cuando el bloqueo francés en 1838, incluso el Libertador se ofreció a ponerse a las órdenes del líder de la Confederación, “si mis servicios fueran de alguna utilidad”. Contra los “vendepatria” que pedían la intervención del extranjero para acabar con la “tiranía”, se levanta esa expresión de aprobación maravillosa de nuestro Libertador. Es que San Martín conocía bien a esas elites que querían volver a dirigir el país, que le habían denegado la ayuda para concluir con su campaña libertadora, y que habían hecho tanto para que la patria se contrajera a la nueva dependencia de las potencias del momento: Inglaterra y Francia.

La infiltración del enemigo en el campo popular
La caída de Rosas, como de otros proyectos populares, debe hacernos reflexionar acerca de la infiltración del enemigo dentro del campo popular. Urquiza, federal, es cooptado por el antipueblo para llevar el exterminio y la desolación al país, y lograr el máximo bienestar de unos pocos. Urquiza, que tenía a su cargo además el más importante ejército de que la Confederación podía disponer. Su traición sería fatal, entonces.

Es notable cómo el antipueblo, al no tener legitimidad, al no tener representatividad, tiene que valerse de la infiltración, del espionaje, de la corrupción de los cuadros dirigentes populares. Como nadie los sigue, tienen que comprar “favores” que luego serían devueltos. Es que el antipueblo siempre encabeza “revoluciones” de minorías, por minorías y para minorías.

Más gráfica imposible la desolación de Lavalle en 1840 ante la revolución fracasada y financiada por Francia, que pinta la impopularidad del partido unitario. En una carta a su esposa, le escribe:

“Estas tierras de mierda, donde no hay quien me mate gracias al terror que inspiramos”.
Hasta Urquiza estaba asombrado y preocupado durante su campaña final que derrocaría a Rosas cuando se lamentó de “que el país tan maltratado por la tiranía de ese bárbaro se haya reunido en masa para sostenerlo”.

El antipueblo sólo puede crecer siendo un parásito que se alimenta de la sangre de las luchas populares, y explota una limitación que evidentemente tienen muchas veces las organizaciones populares: el liderazgo personalista y un tanto verticalista.

No sólo ocurrió esto al gobierno de la Confederación argentina. También le ocurrió a la Unión Cívica Radical, cuando surgió el sector “antipersonalista”, oligarca y aliado a los sectores conservadores. También pasó con el peronismo: luego de la lucha de la izquierda y la derecha del movimiento, y sobre todo luego de la muerte de su líder, fue cooptado por sectores ultraliberales, vaciándolo de su contenido originario nacional y popular.

CAPÍTULO 3: EL ESTADO OLIGARCA AGROEXPORTADOR
Los liberales portuarios
Con la caída de don Juan Manuel en Caseros, quedaría prácticamente expedito el camino para los liberales que nos encadenaron a ultramar en un papel subyugante: proveedor de materias primas, cuando había verdaderos emporios industriales en el país. Los beneficiarios de este modelo famoso del granero del mundo: los terratenientes, los oligarcas. Los perjudicados: el pueblo argentino.

Después de Caseros, Pavón consolidaría definitivamente el liderazgo portuario sobre todo el país, ante una nueva traición de Urquiza, que se retiró a sus campos de Entre Ríos cuando la lucha no estaba aún perdida.

Buenos Aires impondría su modelo económico liberal exterminando toda la resistencia federal en el interior del país. Para el pueblo del interior y también de Buenos Aires se avecinaban días difíciles, de miseria, de desocupación, también de exterminio liso y llano. La “libre competencia”, la “libre” navegación de los ríos” sería un golpe mortal para industrias del interior imposibilitadas de competir.
Mitre, Sarmiento, Avellaneda reencarnan aquél sueño de la Argentina europea. Crear Europa en América. Aniquilar lo originario, e importar todo lo extranjero: desde bienes industriales hasta gente, con la inmigración fomentada como nunca antes. El gaucho y el indio debían ser exterminados.

Mitre lo diría claramente en un discurso en 1861:

“Ahora al contestar al cordial saludo que se me ha dirigido en nombre de los extranjeros aquí presentes y principalmente de los ciudadanos de la Gran Bretaña, diré que no los reconozco por tales extranjeros en esta tierra. No!”
Los “connacionales” de Mitre y sus sucesores eran los británicos. No el pueblo argentino.
Sarmiento también le desearía a Mitre “la gloria de establecer en toda la República el predominio de la clase culta, anulando el levantamiento de masas...”

Y Avellaneda no se quedó atrás con una frase que quedó en la historia: “Pagaremos la deuda sobre el hambre y la sed de los argentinos”.
Estos son los presidentes que en la escuela nos enseñan que “organizaron el país”. Pero no nos explican que no lo organizaron para nosotros los argentinos, sino para los extranjeros. Hasta el diseño y diagrama de los ferrocarriles es altamente ilustrativo: este adelanto que pudo ser un progreso para el pueblo, devino en antiprogreso, porque no fue comunicación e integración entre las economías regionales, sino vinculación con el puerto y con ultramar.

Eran tiempos de desolación para nuestro pueblo, que sin embargo no se rendiría tan fácil ante el poder desigual de un enemigo aliado al poder económico y al imperialismo inglés. Y surgieron algunos “cabecillas” que encararon la resistencia popular ante la calamidad social que les tocaba vivir. El Chacho, Felipe Varela, y los últimos estertores de una guerra de montonera valiente y patriótica. Son pequeños signos de que el pueblo nunca muerte, los indicios que revelan una vuelta que se dará tarde o temprano, cueste lo que cueste. Y caiga quien caiga.

El Chacho
El Chacho Peñaloza fue un general argentino que resistió con sus montoneras el embate brutal del centralismo porteño aliado con el imperialismo. Resistió hasta donde pudo ante los siervos mitristas (entre otros, Wenceslao Paunero, Venancio Flores, Ambresio Sandes, José Migue Arreondo, Ignacio Rivas) que asolaron el interior y los llanos de la Rioja donde habitaba, luego de la batalla de Pavón.

Lo describe José María Rosa, en su Guerra del Paraguay y el fin de las montoneras argentinas:

“Avanza la ola criminal al norte para establecer por todas partes ‘el reino de la libertad’ como dice La Nación Argentina, el diario de Mitre. Sarmiento sigue con sus aplausos: “Los gauchos son bípedos implumes de tan infame condición, que no sé qué se gana con tratarlos mejor”.
Ante esta situación, el antiguo ayudante de Facundo Quiroga se pronunció en los Llanos, y causó alguna zozobra a un ejército enemigo ampliamente superior en armamento y número:
“Todos los pueblos se pronuncian clamando por la reacción; todos piden que se les devuelvan sus libertades que han sido usurpadas por un puñado de hombres díscolos que no tienen más bandera que el absolutismo; y conociendo por mi parte la justicia que se reclama, no he trepidado en apoyar tan sabios pensamientos”.

Su táctica era la montonera, golpear y replegarse, donde era fundamental la caballería. Así sobrevivió algunos años encabezando la resistencia ante el centralismo que desangraba a las provincias. Adorado por los gauchos, era uno más de ellos. Tuvo también gestos de indudable valor y nobleza: en las conversaciones de paz que tuvo con los opresores porteñistas, devolvió a todos sus prisioneros con vida, mientras los jefes mitristas habían fusilado a todos los montoneros capturados.

Sarmiento, entonces gobernador de San Juan, se encargó de acabar con este intento popular cuando lo asesinó vilmente en esta provincia. Su cabeza se expuso públicamente como prueba irrefutable de que su muerte había ocurrido, pretendiendo aplacar a la parte “insana” de la población que solía plegársele.

La ilusión de los oligarcas es dar un duro castigo para que el pueblo quede aplacado y soporte sumiso las enormes vejaciones que ellos planeaban y de hecho ya ejecutaban. Pero esas ilusiones se revelan inocentes. Tarde o temprano el pueblo, en esta verdadera guerra con el antipueblo, reorganiza sus fuerzas y las lanza a recuperar la dignidad y la patria. El pueblo puede ser derrotado, pero nunca muere, como se empecinan en hacernos creer los gorilas de ayer y de hoy.

Felipe Varela
Junto con el Chacho Peñaloza había peleado un valiente combatiente que encararía también una reacción, pero más amplia que la del primero: Felipe Varela.

Este caudillo popular encaró una rebelión que se oponía no sólo al sometimiento del interior por Buenos Aires sino a la guerra de la triple alianza contra el Paraguay. Esta guerra fue fomentada por el imperialismo inglés y resultó perjudicial para los cuatro países que en ella participaron: Argentina, Uruguay y Brasil fueron endeudados por la banca británica para cubrir los costos de la guerra. Paraguay vio desaparecer prácticamente su población masculina y perdió el desarrollo industrial independiente que había alcanzado hasta entonces sin necesidad de endeudarse con ninguna banca.

Argentina realizó levas forzosas de gauchos que envió a la guerra contra el país hermano. Ante todo esto, se levantó Felipe Varela y su montonera, en pro de la unidad americana. No fue sólo un levantamiento que pensaba “en local”, sino que esbozaba la necesidad de una hispanoamérica unida para que no se la devorara el imperialismo inglés.
Calificó a la guerra como “una guerra premeditada, guerra estudiada, guerra ambiciosa de dominio, contraria a los santos principios de la Unión Americana, cuya base fundamental es conservación incólume de la soberanía de cada República”.
Lanzó entonces su proclama nacionalista en defensa de la Unión Americana y en contra de “esa guerra de Buenos Aires”, como la llamaban los provincianos:

“¡Soldados federales! Nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución jurada, el orden común, la paz y la amistad con el Paraguay, y la unión con las demás Repúblicas Americanas. ¡Ay de aquel que infrinja este Programa!!

¡Compatriotas nacionalistas! El campo de la lid nos mostrará al enemigo, allá os invita a recoger los laureles del triunfo o la muerte, vuestro coronel y amigo. Felipe Varela.

Campamento en marcha, 6 de diciembre de 1866.

Como tantas veces en la historia, la Unión Americana fracasó y Felipe Varela moriría en 1868 de tuberculosis en su exilio chileno.

La matanza brutal ocurrida luego de Pavón, sumada a la Guerra del Paraguay, donde se enviaron numerosas partidas de gauchos, más el reconocimiento de la propiedad privada en el Código Civil Argentino y la consecuente instalación de los alambrados en el campo, terminaron por hacer desaparecer lo que quedaba de la resistencia gaucha.

El indio no tuvo mejor suerte. En 1879, el general Julio Argentino Roca encabezó la “campaña del desierto” (“desierto” se denominaba a aquellas áreas dominadas por los “bárbaros” o “salvajes”) con fines exclusivamente exterminadores. Los nuevos fusiles “remington”, con su mayor frecuencia de tiro, hicieron posible una de las “cacerías” más impresionantes de la historia argentina.

Leandro N. Alem
Como una resistencia ante el modelo conservador cerrado en sí mismo, autoritario y contrario al interés popular, se conformó hacia la década del 90 la Unión Cívica, que luego se dividiría y daría lugar a la Unión Cívica Radical, que lideró Leandro N. Alem. La Unión Cívica Radical proclamaba la ilegitimidad del gobierno de minorías y realizó una verdadera cruzada por el voto secreto. Su líder hizo una gira por el interior argentino, encontrando gran aceptación en las postergadas provincias argentinas. Lo describe Ernesto Palacio en su Historia Argentina:

“Entre tanto, Alem realizaba por el interior una jira triunfal, aclamado por las poblaciones. Rosario, Córdoba, Tucumán, Santiago, Salta, Santa Fe, Entre Ríos, Mendoza, San Juan, San Luis y las estaciones intermedias del largo trayecto en el que pronunció centenares de discursos, vieron su magra figura iluminada por dos ojos ardientes, su galera requintada, su poncho de vicuña y sus largas y blancas barbas de apóstol, que se agitaban al soplo de su oratoria tempestuosa. No diría cosas nuevas ni brillantes, sino verdades viejas y olvidadas. Hablaba de los derechos hollados y de la patria envilecida y sus palabras sonaban en los oídos de los últimos sobrevivientes de la montonera, de los antiguos soldados de Varela y del Chacho y de sus hijos, como si les vinieran del fondo del corazón. ¡Cómo no habrían de vibrar los pueblos oprimidos a la voz del caudillo que les prometía la redención y el desquite! El viaje fue una verdadera apoteosis y provocó un vuelco efectivo de la opinión; desde ese momento el radicalismo es un partido nacional”.
Alem denunciaba en el Senado el fraude, el gobierno ilegítimo de los conservadores, justificando sus intentos revolucionarios:
“Si el presidente insiste en llevar adelante su plan de sofocar los derechos del pueblo... podrán sobrevenir graves perturbaciones porque la República no consentirá que se holle impunemente su soberanía”.
El caudillo radical lideró varias revoluciones fallidas, y sus intentos serían continuados por Hipólito Yrigoyen, su sobrino.
La lucha por el derecho a la representación y el voto de la mayoría de la población sería larga, y sólo se verían sus frutos años después, en 1916, cuando las elecciones libres permitieron a Hipólito Yrigoyen acceder a la primera magistratura de la Nación. Quien inició la cruzada, Leandro N. Alem, se había suicidado años antes, sin poder llegar a ver los frutos de su labor.

CAPÍTULO 4: HIPÓLITO YRIGOYEN

“Más que por las soluciones que aportó, valía por ser una afirmación de la voluntad nacional ahogada durante años, y por eso entre sus componentes se contaba la primera generación de hijos de inmigrantes, los restos de la tradición federal-autonomista, las masas bravías del interior y gran parte del proletariado industrial naciente”.

John William Cooke



La ley Sáenz Peña
Si bien la ley Sáenz Peña permitió el acceso de Yrigoyen a la presidencia, sus poderes se verían bastante limitados por la mayoría opositora que reinaba en el Parlamento, verdadero recinto de la oligarquía conservadora portuaria.

Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, accedía a la presidencia un representante auténtico del pueblo, que podía encarar una voluntad nacional reparadora del fraude y la postergación para miles de compatriotas. El pueblo recuperaría con la libreta electoral algo de la dignidad perdida. Lo afirmó Arturo Jauretche, citado por Galasso en Jauretche y su época:

“Los impugnadores de la ley Sáenz Peña generalmente no entienden lo que significó para las masas humildes la libreta electoral. Desde la caída de los caudillos, el hombre de la plebe argentina, quedó sin padrinos, a merced de comisarios, de jueces de paz o de patrones, pero desde que tuvo libreta electoral se convirtió en un voto y adquirió un valor y volvió a tener padrino porque apareció el caudillo que venía a conquistar votos. A su vez, el juez de paz y el comisario y patrón no querían perderlos... Por eso, en épocas de fraude, cuando el voto deja de tener valor, se pierden todas las conquistas sociales”.

No casualmente, la democrática ley Sáenz Peña fue dejada de lado y una dictadura militar interrumpiría el segundo gobierno de Yrigoyen, cuando el poder de la elite dirigente y conservadora estaba siendo seriamente amenazado por la soberanía popular.

Una reparación histórica
Los objetivos del radicalismo se emparentaban con la realización de una reparación histórica, ante los años de burla de la soberanía popular realizados por el fraude y el gobierno de minorías.

Algunos sectores de la población postergada comenzaron a ser atendidos por el gobierno, como los trabajadores que vivían en una situación de verdadera esclavitud. El gobierno intervino ante conflictos como huelgas, intentando mediar entre el capital y el trabajo, concediendo algunas conquistas laborales de las que no se había ocupado nadie hasta entonces. Los trabajadores históricamente sólo habían recibido represión, nunca diálogo y mucho menos un arbitraje del Estado que les concediera mejoras.

También Yrigoyen favoreció la organización de los trabajadores para la defensa de sus derechos. Samuel L. Baily, en su trabajo Movimiento obrero, nacionalismo y política en la Argentina, consigna el crecimiento que tuvieron las organizaciones sindicales:

“Los obreros de los frigoríficos de Berisso, los trabajadores textiles y metalúrgicos de Buenos Aires y los azucareros del Norte llevaron a cabo sus primeros intentos de organización, y la FORA XI pasó de 3000 afiliados en 1915 a tener 70.000 en 1920”.

El gran crecimiento del sindicalismo sólo puede explicarse por su poder para lograr reivindicaciones, favorecidas por el gobierno. Muy poca gente se afilia a un sindicato si no siente que la defiende, o que no hace nada para mejorar su condición, lo que es una de las características de nuestra actualidad sindical bastante decadente.
El gran aumento de los obreros sindicalizados fue también una de las carácterísticas del peronismo.

La resistencia de la oligarquía
El Congreso, dominado por la entente conservadora, sancionó algunas leyes que propuso el Ejecutivo y otras las bloqueó sistemáticamente. Entre las primeras, se aprueba la reglamentación del trabajo a domicilio; de jubilación de empleados y obreros de las empresas particulares de servicios públicos; las leyes de emergencia de alquileres, respondiendo a las demandas de la población trabajadora; convenios por accidentes de trabajo con España e Italia, entre otras. Entre las bloqueadas aparecen los siguientes proyectos: el Código de Trabajo; el proyecto de ley de salario mínimo; el de inembargabilidad de los sueldos menores de 200 pesos; la reglamentación de las condiciones de trabajo en los yerbatales y obrajes; el de legislación sobre contrato colectivo de trabajo; el de reglamentación de las asociaciones profesionales; otro sobre la exoneración de todo aporte jubilatorio a los sueldos inferiores de 120 pesos.

La política conciliadora encarada con los sectores del trabajo también encontraría dificultades porque la policía y el ejército seguía dominado por la entente conservadora. Los sectores tradicionales también dieron origen a organizaciones para-militares como la Liga Patriótica, que asesinaban obreros que reclamaban sus derechos. Así pueden explicarse los sucesos de la semana trágica, y los no menos trágicos de la Patagonia, durante la primera presidencia del “Peludo”. La práctica represiva era un tratamiento histórico que habían recibido los trabajadores desde que se instalaron las bases del estado oligárquico agroexportador y la Argentina vería arrasado su mercado interno y a su pueblo.

Por esto, intentar otra cosa como eran las mediaciones del Estado concediéndole en muchos casos derechos y mejoras a los trabajadores era tan resistido por los oligarcas.
Oligarcas temerosos...
El gobierno intentó distribuir, y protegió a sectores rurales como los chacareros, promoviendo una ley de alquileres que congeló los precios de los arrendamientos. Por eso no sorprenden las declaraciones de Matías Sánchez Sorondo, de la oposición, que afirmó en 1927:

Ayer fueron los alquileres, hoy es el petróleo, mañana será la propiedad rural amenazada de ser distribuida” .
La oligarquía no podía tolerar ni siquiera los pequeños pasos del gobierno radical hacia la constitución de un país donde el único soberano fuera el pueblo y no las ententes y privilegiados de siempre.

Yrigoyen defendía la intervención del Estado para proteger a los más humildes y para lograr mayor soberanía nacional.
En 1922, el entonces ministro de agricultura, Vargas Gómez, se declaró partidario de medidas tendientes a que el Estado compre, construya o expropie frigoríficos, considerando como: “un deber eminente su intervención, cuando se afecta aspectos del interés colectivo”.

El tema de los frigoríficos ingleses que realizaban sus negociados a expensas del pueblo argentino le costaría años después la vida al diputado Bordabehere, en el mismo recinto del Congreso, lo que habla por sí solo de las actitudes “democráticas” de los oligarcas.

Del país industrial al turístico
La desocupación que asolaba al campo popular bajó de un 17.7% en 1916 a un 7% en 1919-1920. Yrigoyen intentó volver más vigoroso el mercado interno, y la industria creció durante su gobierno.

Lo describe Ernesto Palacio, en su Historia Argentina:

“Se empezaba a tejer el algodón y se habían establecido fábricas de calzado, de confección de ropas y sombreros, de montaje de automóviles, de envases y mueblería, aparte de la ampliación de todas las dedicadas a artículos alimenticios. Esta producción de artículos de consumo (industria liviana) era el primer paso para una creciente emancipación, apenas se resolviese el problema de combustibles y materias primas minerales, en el sentido insinuado por los proyectos que tendían a abrir ampliamente nuestra comunicación con Chile”.
Yrigoyen pensaba en la unidad geoestratégica latinoamericana. Una de las obras que es un caso testigo en nuestro país, es el ramal C-14, que comunicaba el norte de nuestro país (Salta) con Chile. Era una necesidad del país industrial esta comunicación.

Dicho ramal fue iniciado durante el gobierno de Yrigoyen, luego fue interrumpido, y se retomaron las obras durante el gobierno de Perón ¡Qué coincidencia! ¿No?

Lo triste es constatar en qué se ha convertido esa comunicación comercial y estratégica con Chile. En un emprendimiento turístico: el “Tren de las Nubes”. Del país industrial pasamos al turístico... ¿Para qué más comentarios?

La unidad americana
Otro aspecto interesante del gobierno de Yrigoyen fue el llamado a un congreso latinoamericano a realizarse en Panamá. El gobierno argentino sostuvo la neutralidad de argentina ante la primera guerra mundial, pero se quería adoptar una postura latinoamericana conjunta. El radical pregonaba como nunca la necesidad de la unidad americana como forma de resistir ante el imperialismo inglés y yankee. Pero la iniciativa sería saboteada por los imperialistas, y a dicho encuentro sólo acudieron los representantes de Argentina y de México.

El sueño de Bolívar, de San Martín, de Rosas, Felipe Varela y tantos otros que lucharon por la unidad americana quedaba otra vez trunco y los latinoamericanos continuaríamos siendo fáciles presas del imperialismo inglés y el creciente norteamericano.

Desilusionado, el presidente argentino diría:

“Cuando en el próximo Congreso de la Paz se modulen por medio siglo los destinos del mundo, se dispondrá de nosotros como de mercados africanos”.

Los “galeritas”
En 1922, Marcelo T. De Alvear reemplazó al caudillo radical. Era un hombre emparentado con la oligarquía, y su estadía en el gobierno fue un respiro para la elite. Era el líder de una facción dentro del radicalismo opuesta a Yrigoyen, los “antipersonalistas”, conocidos popularmente como los “galeritas”, por su origen indudablemente distinguido. Aún dentro del radicalismo que era un partido popular, era un sector reacio a los intentos que había realizado Yrigoyen por favorecer a los más humildes. La división del partido radical entonces se consumó, y en las elecciones de 1928 compitieron las dos tendencias: la popular de Yrigoyen y la oligarca de Alvear y sus secuaces.

Los resultados no podían sorprender a nadie en elecciones libres: Yrigoyen consiguió un aplastante triunfo. Pero la oligarquía que se había enquistado en el partido ya no parecía tan dispuesta a seguir aceptando que se impusieran tendencias populares por medio de las elecciones libres. Los “galeritas” y los conservadores, que fueron en realidad siempre lo mismo, ya estarían indisolublemente unidos para lograr la caída del líder popular e inaugurar una década infame, un tiempo de nueva postergación para los anhelos populares. De represión, de desocupación y postergación.

El segundo gobierno
Asumió en 1928 el avejentado caudillo radical. Sus ideas siguieron siendo intolerables para una oligarquía no dispuesta a seguir cediendo ante el protagonismo popular.
Argentina avanzó en la constituciónn de una flota mercante para transportar nuestra producción a los países con quienes comerciara. Los fletes extranjeros eran una gran sangría para el ingreso nacional y se imponía una solución.
El general Enrique Mosconi, apoyado por el gobierno, dio fuerza a la estatal YPF para que ampliara sus exploraciones y explotaciones.

El Estado estaba dando una cruenta batalla para nacionalizar nuestras riquezas del subsuelo, nuestro petróleo. Para imponer el proyecto popular de estatización el presidente necesitaba tener mayoría en el Senado. Las elecciones en Mendoza, donde triunfó el candidato oficial, le daban dicha mayoría. El proyecto por el que había hecho tanto el general “del petróleo” Enrique Mosconi, se aprobaría respaldado por la soberanía popular. Pero quedó trunco: los militares, apoyados por los sectores oligárquicos de siempre, los “galeritas” del radicalismo y las empresas petroleras Standard Oil y Shell dieron por tierra con el intento de recuperar para la Nación y el pueblo este vital recurso. Caía el caudillo radical y popular Hipólito Yrigoyen. Los sectores oligarcas gobernarían más de una década de exclusivismos, postergación y fraude para nuestro pueblo.

Algunos sectores nacionalistas del ejército quisieron resistirse infructuosamente levantándose en Paso de los Libres, la última revolución radical. El pueblo parecía vencido, muerto una vez más por las minorías de elite. Tardaría, pero esta vez volvería con todo...

El adiós del caudillo
En 1933, el avejentado caudillo radical sufrió una recaída en su salud, de la cual ya no se recuperaría. Fue conmovedor el espectáculo de las calles de Buenos Aires en esos momentos, donde el pueblo expresaba su fidelidad a quien lo había interpretado y tenido en cuenta con un proyecto de país que los incluía. Scalabrini Ortiz, citado por Norberto Galasso, en su obra ya citada lo describe:

“Mujeres que llevaban cirios y oraban en plena calle de la descreída Buenos Aires. Un anochecer se entreabieron muy lentamente las persianas. Una voz, como una de presentimiento corrió por la muchedumbre, con el rumor de un murmullo: es él. Por la hendija entreabierta, apareció una mano. Esa mano se movió en el aire y trazó algo semejante a una cruz, como si se despidiera ya desde la lejanía. Y aquella escéptica y burlona muchedumbre, al impulso de una emoción unánime, se arrodilló reverenciosa en el duro suelo de la calle porteña. Expresaban así su agradecimiento al amigo que quiso hacer algo por ellos y su reconocimiento al gobernante que había abierto las primeras vías a la esperanza de una manumisión nacional”.
“A las siete y veinte minutos de la tarde, un ciudadano sale al balcón y ante la multitud expectante, anuncia: “En este momento acaba de morir el defensor más grande que haya tenido la democracia en América. Pero no ha muerto. Vive, ciudadanos. ¡Vivirá siempre! ¡Viva el Doctor Hipólito Yrigoyen!”.

La multitud responde con un ¡Viva! Apretado y doloroso, para después entonar el himno nacional.

El 6 de julio, una importante manifestación de más de 500.000 de personas como jamás se ha producido en Buenos Aires, acompaña a don Hipólito en su último viaje”.

Corría 1933, y en el contexto de un gobierno caracterizado por la entrega oligárquica y su servilismo hacia Inglaterra, moría el caudillo que había intentado algo distinto para el país y su pueblo.

Una multitud acompañó a Hipólito Yrigoyen en su postrer viaje, hacia la inmortalidad. No se olvidaron de aquél viejo que algo había hecho por ellos.

CAPÍTULO 5: ¿SEGUIMOS EN LA DÉCADA INFAME?
Peter Waldmann, en su libro El peronismo 1943-1955, realiza un análisis muy interesante sobre el período anterior al gobierno presidido por el general Perón.

Este autor, tomando el esquema de Almond y Pye de “crisis nacionales” se ocupa en la primera parte de su obra del decenio 1930-1940.
En este capítulo se busca establecer un paralelo entre la década del noventa (sin descartar por supuesto implicaciones en la misma actualidad) y este decenio, como períodos que, aunque conservan por supuesto sus diferencias y particularidades, tienen también aspectos nodales en común. Veremos a continuación los distintos ámbitos en que se desenvolvió la crisis del período 1930-1940 y cómo muchas de estas descripciones parecen el reflejo de la actual situación de nuestro país, sometido al arbitrio de las potencias extranjeras.

Cambio en las condiciones de desarrollo
A partir de la dictadura militar de 1976, comenzó a cambiar en Argentina el modelo de desarrollo económico. A diferencia de la década del ‘30, donde la crisis mundial de 1929 obligó a un “crecimiento hacia adentro”, en la Argentina del los 90 nos encontramos en un auge del libre mercado, la desprotección de los recursos nacionales y estatales, liquidados por lo que significó la convertibilidad y las privatizaciones.
Aporta Peter Waldmann:

“...el país se sumió en una crisis de desarrollo (por el fracaso del modelo agroexportador de “desarrollo hacia fuera”) que no podía ser resuelta por medio de reformas parciales, sino que exigía una reorientación total”.
Como dice bien la cita, el país también hoy necesita una reorientación total y no algunas medidas “tibias”, o discursos grandilocuentes sino un proyecto de nación inclusivo.

En la década del 30 comenzó a gestarse, por lo que significó el crack de la economía mundial, una Argentina que tuvo que mirarse a sí misma, por la imposibilidad de seguir abasteciéndose de lo importado. Pero la clase dirigente de la década no se resignaba a perder su reino a manos de un mercado interno fuerte y un pueblo bien alimentado e incorporado a la producción y el desarrollo.

Crisis de identidad
Puede decirse que actualmente, como en la década de 1930, hay una necesidad de recuperar la identidad nacional.

En la otrora década, respondieron a esta necesidad sectores como FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina), que buscaron formas de entender nacionales, propias, alejándose de las versiones más elitistas y extranjerizantes.

Este movimiento pregonó buena parte de lo que luego sería la doctrina justiticialista. Incluso varios de sus integrantes tuvieron participación en el decenio 46-55 y un destacado papel en la resistencia peronista después. Sus máximos exponentes, entre otros, fueron Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche.
La ausencia de un proyecto de país inclusivo y nacional no es un aspecto menor en el 90 y la actualidad. Resulta particularmente difícil lograr un ideario nacional y reivindicado por movimientos masivos. La fragmentación social existente impide ver muchas veces más allá de los intereses personales o partidarios. No ha surgido aún un movimiento que sepa aglutinar en la sociedad a los distintos sectores en busca de ideales consensuados y con posibilidad de llevarlos a la práctica. Viles vanidades se interponen a la unidad ignorando la urgencia de la situación actual. Que la misma patria está en peligro.

Según el ideal globalizador, no existen países sino “zonas” de mercado. Los valores elementales de la nacionalidad aparecen amenazados por esta concepción que tiende a barrer con todos los valores que no tengan que ver con el mercado.

En un artículo en Página 12, que escribió Eduardo Pavlosky se describe esto:

“Petras dice que en Latinoamérica puede dejar de existir el concepto de Nación-Estado en futuro próximo y da un ejemplo: Brasil, Argentina y la mitad de Chile sería una zona desterritorializada. Desaparecen los sujetos Nación Argentina, Brasil y Chile y surgiría un tipo de individuación. “Zona uno” latinoamericana, “zona uno” de nuevos flujos globales. El concepto Zona elimina el concepto de país... ”
Hoy vivimos la necesidad del resurgimiento de una identidad nacional y popular, que sepa incluir a los sectores desfavorecidos.

Comienza un tibio, muy tibio resurgimiento de un pensamiento estatista, de la necesidad de recuperar la conciencia nacional y los bienes que son de la Nación. Ante los frutos trágicos del liberalismo in extremis, surge en potencia, a regañadientes, un pensamiento nacionalista, de vuelta al Estado ante el engaño de las privatizadas y la economía de libre mercado.
Unos esbozos que todavía no son decididos, sino que muchas veces se quedan en la insinuación.

Crisis de dependencia

La caracteriza Waldman del siguiente modo:

“Después de 1930, se puso de manifiesto la otra cara de esta relación de dependencia: la tendencia al abuso del poder por parte de las naciones dominantes y, para la Argentina, la necesidad de inclinarse ante sus exigencias”.

El mayor exponente en esta década de la cita fue el tratado Roca-Runciman, por el cual la Argentina conservaba su cuota de exportación a Inglaterra, asegurando como contraparte un trato preferencial a las inversiones de esta nacionalidad en el país. El vicepresidente Roca, que encabezó esta misión diría:

“Así ha podido decir un publicista, sin herir su celosa personalidad, que la República Argentina, por su interdependencia recíproca, es, del punto de vista económico, parte integrante del Imperio Británico”.

La intervención británica en la economía argentina era por entonces evidente, controlando la mayoría de las empresas de servicios públicos del país y poseyendo muchas otras inversiones estratégicas.

La que fuera líder de los descamisados, años después, escribiría en La Razón de mi vida:

“El país estaba solo. Marchaba a la deriva sin conducción y sin rumbo. Todo había sido entregado al extranjero. El pueblo sin justicia, oprimido y negado. Países extraños y fuerzas internacionales lo sometían a un dominio que no era muy distinto a la opresión colonial”.

Realmente, era verdaderamente parecida aquella situación a la actual. Argentina, dispuesta a ceder ante los organismos internacionales, sometida en una situación de dependencia agobiante. Numerosas delegaciones parten a pedir instrucciones a los organismos de crédito y no cosechan más que directivas que entran en natural colisión con los intereses nacionales. Así, se aplican planes de ajuste sistemáticos que millones de argentinos padecen, incorporándose a la enorme cantidad de pobres e indigentes.
La frase del vicepresidente Roca es hoy más actual que nunca y quizás más difícil de revertir. Prácticamente todas las riquezas nacionales están vendidas al extranjero.

A esto hay que agregar una deuda externa asfixiante y multiplicada indefinidamente, a partir del gobierno militar.

Como afirma Sidicaro en La crisis del Estado:

“Durante la década de 1990 el crecimiento de la deuda externa contribuyó a licuar aún más la capacidad del Estado para tomar decisiones distintas a las impuestas por los poderosos factores que operaban sobre la realidad nacional. La relación entre las políticas de endeudamiento externo y la pérdida de autonomía de las decisiones de los estados nacionales es un tópico que ocupa numerosas páginas en los estudios del mundo de nuestros días”.
Más adelante, dice “lo mismo ocurre con las previsibles crisis o colapsos derivados de esas situaciones de creciente dependencia de los capitales financieros cuya volatilidad no es un accidente sino un rasgo de su naturaleza” 1.

Crisis de distribución

En nuestro país, se ha producido también una concentración de capital sin precedentes. Las grandes empresas, por la apertura irrestricta de la economía, absorbieron al sector de las PYMES. Sin dudas, quien ha triunfado es el capital financiero.

Por otro lado, se cercenaron muchos derechos laborales y la capacidad adquisitiva de los salarios. Esto provoca una baja en el consumo y, cualquiera que sepa un mínimo indispensable de economía, sabe que esto desemboca en una recesión prolongada en el mercado interno, mermando la producción y, en consecuencia, creciendo la desocupación y profundizándose la precariedad laboral.

La transferencia de ingresos del capital productivo al financiero es fundamental para entender el hecho. Las ganancias se realizan en formas espectaculares sin invertir en el país, con la simple y llana especulación. Los triunfadores de este modelo, en consecuencia, se han independizado de la suerte del país. El Estado, desarmado, desregulado, es incapaz por ahora de poner un límite a la especulación financiera, como podría ser un fuerte impuesto a este tipo de transacciones de grandes sumas y el control de la remisión de ganancias y capital al exterior.

Explica Goldman que, en la década de 1930:

“...así como Inglaterra había trasladado las desventajas de la recesión mundial a la Argentina, los que dominaban política y económicamente al país trasladaron las pérdidas ocasionadas por las reducciones de los montos de exportación, a los peldaños más bajos de la pirámide social”.

Hoy asistimos también en la Argentina a que los pobres son los que sufren la crisis, los que reciben el impacto más brutal que los deja cada vez más al borde de la inanición.

Crisis de participación

Describe Peter Waldmann:

“... pero la crisis de participación no se limitó a los procesos políticos fundamentales sino que alcanzó todos los niveles y escalas de la interacción social. Afectó incluso a aquellos grupos sociales que se oponían al sistema imperante de gobierno de minorías. Entre las fuerzas conductoras políticas y sociales se advertía una tendencia general a anteponer siempre las ventajas y los intereses propios, y a descuidar el bienestar y las ambiciones de los grupos por ellos representados”.
En este aspecto, agrega el autor, podría hablarse no sólo de una crisis de participación sino también de una crisis de representación.

Esto, descripto para el sistema político imperante en esos tiempos, el del fraude patriótico, parece sin más una descripción de nuestra actualidad.
Por otra parte, la crisis de representación se hace evidente. El “que se vayan todos” del 2001 fue su expresión más filedigna.
Las asambleas barriales y otros movimientos sociales intentaron construir otro concepto de representación, donde el líder fuera el vocero de los intereses de los representados. Se presenta así un concepto de representación en estado puro. Algunos sectores muy soñadores de la izquierda han dotado a las asambleas de un poder que en realidad nunca llegaron a construir.

Crisis de legitimidad
Explica Goldman:

“...los órganos políticos, por no haber sido capaces de solucionar preventiva y paulatinamente las otras crisis, se vieron finalmente amenazados en su propia existencia”.
Agrega más adelante que “el sistema político se expandió pero no se lo consagró a solucionar los problemas nacionales, cada vez más acuciantes”.

La pérdida de popularidad de los dirigentes políticos particularmente salta a la vista. Pocos se identificaron/ se identifican con la causa del pueblo, y fueron contados los que quisieron poner límites al saqueo del que fue víctima la Argentina. El deterioro de la legitimidad política parece crecer proporcionalmente con el agravamiento de la realidad económica.
El Congreso y los cargos ejecutivos gozan hoy de una legitimidad debilitada.

¿Puede volverse a un 45?
Hacer futurología es particularmente difícil. La situación de la década del 30 es, aunque parecida, obviamente distinta a nuestras realidades.

Los simples datos demográficos, la existencia en nuestra actualidad de la preponderancia de los medios de comunicación social (activos elementos de difusión, aunque no todos, de las ideologías de los grupos dominantes) y la globalización salvaje de la economía, hacen que obviamente ambos contextos conserven su peculiaridad. Aunque la necesidad emergente de estos dos momentos históricos es la misma: la reconstrucción de la Patria y la nacionalidad, vendida al extranjero, y la inclusión de los desocupados y humildes.
Si bien existe el pensamiento en potencia de las máximas que enmarcaron al primer gobierno peronista (nacionalización de la economía, intervencionismo estatal ahora reivindicado, ruptura/no sumisión al FMI, que el peronismo no quiso integrar, estimulación de la demanda y del consumo popular) no parecen estar los actuales partidos políticos y los nuevos movimientos sociales en condiciones de brindar un liderazgo político que aglutine a las distintas variedades. No existe aun una ideología amplia en este sentido. En nuestro pasado, el peronismo fue capaz de superar la dicotomía derecha-izquierda en torno de un movimiento y una doctrina nacional y popular.

Siguen existiendo hoy propuestas demasiado elitistas, ortodoxas, reacias a las alianzas y que no reparan en la urgencia del momento.
He hecho esta reconstrucción comparativa en la esperanza, aun lejana, de que este pensamiento en potencia pueda alguna vez concretarse en la realidad. Los triunfadores del neoliberalismo a ultranza han llevado a este modelo hasta sus últimos extremos. Es evidente que sus resultados no fueron buenos y, aunque sus elementos de poder parecen aun sólidos, tenderán tarde o temprano a resquebrajarse.

Está volviendo en el pueblo y en una minoría política la necesidad de replantear los valores mismos de la nacionalidad, el pensamiento reivindicador del Estado, con todas sus falencias, pero el Estado es nuestro, es argentino. Este pensamiento potencial puede volverse realidad en un futuro quizás lejano.
Quizás ha empezado a perder el modelo neoliberal la primacía en las conciencias, lo que no es poco, aunque falta concretar el cambio en la organización y construcción de un liderazgo verdaderamente representativo como lo fue en el 45 el que encarnó aquel coronel titular de la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Porque el gobierno de Perón dio respuesta a todas las crisis descriptas, incluyendo a los humildes, a los trabajadores como sujetos de derecho y actores políticos de importancia. Era el pueblo, el “subsuelo” de la patria sublevado. Me dirán algunos ¿pero el modelo no se resquebrajó el 19 y 20 de diciembre del 2001? Después del 19 y 20, entonces ¿seguimos en la década infame? ¿Qué cambió?

En el siguiente apartado, reconstruyo comparativamente lo que significan en mi opinión el 17 de octubre y el 19 y 20 de diciembre.

17 DE OCTUBRE Y 19 Y 20 DE DICIEMBRE
Las imágenes parecen semejantes. La Plaza de Mayo está tomada por una enorme cantidad de gente que se ha dado cita espontáneamente. Unos reclaman la liberación del líder que les prometió y les había dado significativas mejoras para su condición. Los otros quieren que caiga un gobierno electo democráticamente pero que no supo satisfacerlos, o sobre todo les quitó la libre disposición de sus ahorros guardados laboriosamente.
En el 2001, las bombas de estruendo hacían tronar una Casa de Gobierno vacía, con una luz lánguida. La gente se aproxima y quiere tirar el vallado. Los petardos llegan casi a los balcones, pero no hay nadie a quién poner ahí. En 1945, los obreros gritaban: “Queremos a Perón”. En el 2001, no hay mucho espacio para cánticos por el ruido ensordecedor de las cacerolas, como si la multitud no tuviera nada que decir o no supiera bien qué quiere. Dicen: “que se vayan todos”. Pero no hay lugar para bienvenidas. Los petardos retumban en el balcón inhabitado, vacío de la Casa de Gobierno. La multitud en realidad está dispersa antes que empiece a tirar los primeros gases lacrimógenos la Policía.

Las motivaciones
En el 19 y 20 el “corralito” es indudablemente un factor importante que conllevó a la movilización de gran parte de la clase media porteña, además de la declaración del estado de sitio. Meses antes, el “voto bronca” daba indudables muestras de rechazo hacia la “vieja” política.

Pero lo que lo distinguió es la gran heterogeneidad de los manifestantes y de sus intereses. Esto no sólo fue común en estos días, sino en la resolución posterior de la crisis: había quienes querían una “pesificación” (los endeudados de la época dulce menemista) y quienes abogaban por la “dolarización” (para que no se desvaloricen los ahorros). Unos y otros defendían sus intereses económicos, pero desde veredas opuestas y en apariencia irreconciliables, sobre todo por las “salidas” que se barajaban como posibles a la crisis.
Pero lo que sí unió a los manifestantes fue el deseo de que el gobierno encabezado por Fernando de la Rúa terminara lo antes posible, cosa que efectivamente se logró.
El 17 de octubre es hijo de la prisión de un coronel que había favorecido a los obreros argentinos. La masa que exigió su liberación en la plaza era entonces mucho más consciente de sus objetivos, mucho más unida y homogénea. Recuperar al coronel significaba defender las conquistas alcanzadas. Tan simple como eso, y tan fuerte y pujante que esta fecha vertebró un nuevo momento en la historia argentina, favorable a la gente trabajadora.

Los participantes
El 19 y 20, sin descartar la afluencia de gente humilde, es sobre todo producto de una movilización importante de la clase media dañada por el “corralito” financiero. Mientras en el 45, los concurrentes provenían del cinturón urbano y proletario de Buenos Aires, no pocos contingentes en el 2001 eran oriundos de zonas acaudaladas de barrio Norte. Santa Fé y Coronel Díaz era la dirección donde muchas veces se reunía una importante cantidad de gente de los “cacerolazos”. Realmente da para sospecha que un movimiento “revolucionario” o que al menos intentara cambiar algo, se alimentara de estas calles de la capital porteña.

Los resultados
Si el 17 de octubre de 1945 significó un triunfo para la clase obrera que se consolidó en los años siguientes, el 19 y 20 no trajo los mismos augurios para sus participantes.
Siendo un movimiento tan heterogéneo y sin un líder, sucumbió no sin dejar algunos impactos en la sociedad.

La dirigencia política “gambeteó” a semejante multitud con la simple maniobra de incorporar a sus latiguillos frases progresistas, en discursos encendidos y patrióticos pero que quedaron y aún sobreviven sólo en la retórica. El coronel Perón, si alguna vez lo pensó, no pudo esquivar a una multitud que sabía lo que quería.
Como resultado material del 2001, entre otros, el fin de la presidencia de De La Rúa, la existencia de asambleas populares (que no pudieron construir poder). Puede considerarse también hijo de la crisis el plan Jefes y Jefas de Hogar, una asignación ubérrima más teniendo en cuenta la devaluación que pulverizó el salario, pero anunciado con grandes loas a los cuatro vientos por la dirigencia política y los medios de comunicación social.
Ante lo insignificante o perjudicial de los resultados, cabe preguntarse sinceramente si tiene un sentido práctico rememorar el 19 y 20 de diciembre del 2001. Realmente ¿Se logró algo en esta fecha, y en los sucesos posteriores?
Si pudo o no haber sido un cambio radical, no lo sabremos nunca. ¿Tiene sentido entonces recordar este “hubiera” del 19 y 20 de diciembre como un símbolo de lucha y victoria popular?
Los gases lacrimógenos esparcieron a la multitud que se había congregado frente a la Plaza. Hace rato que pasó la medianoche. La Casa de Gobierno está vacía. No por mucho tiempo. En un “quincho” los políticos de turno decidían el futuro del país que incluyó la sucesión de muchos presidentes con pocos días de diferencia. La “revolución” no pasó del “quincho” y del Congreso donde se decidían los cambios de gobierno.
En 1945, el líder saludó desde el balcón y se fundió con la multitud que lo adoraba. 1945 y 2001. No son lo mismo, ni se parecen. Como el agua y el aceite, puede diferenciárselos sin dudar. Como puede distinguirse algo que fue, que ocurrió, de un espejismo o alucinación que pudo haber sido en la imaginación de alguien. Entonces, la pregunta que se repite: ¿tiene sentido recordar el 19 y 20 como una fecha significativa en la lucha popular?

CAPÍTULO 6: EL PERONISMO: ÚLTIMO PROYECTO NACIONAL Y POPULAR

“Suponga que el espíritu de la tierra es un hombre gigantesco. Por su tamaño desmesurado es tan invisible para nosotros, como lo somos nosotros para los microbios. Es un arquetipo enorme que se nutrió y creció con el aporte inmigratorio, devorando y asimilando millones de españoles, de italianos, de ingleses, de franceses, sin dejar de ser nunca idéntico a sí mismo, así como usted no cambia por mucho que ingiera trozos de cerdo, costillas de ternera o pechugas de pollo. Ese hombre gigante sabe dónde va y qué quiere. El destino se empequeñece ante su grandeza. Ninguno de nosotros lo sabemos, aunque formamos parte de él. Somos células infinitamente pequeñas de su cuerpo, del riñón, del estómago, del cerebro, todas indispensables. Solamente la muchedumbre innúmera se le parece un poco. Cada vez más, cuanto más son”. Raúl Scalabrini Ortiz. El hombre que está solo y espera.


En 1945, se inicia un retorno del pueblo a la arena política. Los humildes darían a nuestra patria la dignidad que había perdido por la entrega alevosa de la oligarquía.
El coronel Perón, desde la Secretaría de Trabajo, los había vuelto a tratar como personas, algo desconocido para ellos hasta entonces. Recibió y escuchó a los reclamos de las organizaciones sindicales. No sólo prestó el oído, sino que obró para mejorar sus condiciones de trabajo, hasta allí de esclavitud. Era el pueblo oprimido tanto tiempo, aquél que defendió a los caudillos federales, los descendientes del gaucho, los que en el ayer y en el hoy siempre hicieron patria.

De tanto pensar en el puerto y en las exportaciones a Inglaterra, Argentina era una colonia y una prolongación del imperialismo. Ahora, con el “subsuelo” de la patria sublevado, volvería a ser sí misma. Con sus limitaciones y grandezas, volveríamos a ser un país. Una nación auténtica, con contenido y vida propios.

El gobierno de Perón imprimió una reorientación total a nuestro país, fue una verdadera revolución. Respondió a las crisis propias de la anterior década, y que retraté en el capítulo precedente, mediante políticas decididas a atacar a ese país oligárquico y exclusivista, y lograr una nuevo integrando a todos los argentinos. Tres máximas guiarían su gobierno:

  • La independencia económica, buscando apropiar para el país, lo que es del país. Se nacionalizó la economía argentina, se impidió la fuga de divisas, se orientó el crédito a la producción y al trabajo industrial, entre otras medidas.

  • La soberanía política, adoptando la tercera posición en el ámbito internacional. No se afilió ni al imperialismo ruso ni al de los Estados Unidos. Argentina iba a ser Argentina y nada más. No se equivocó Mao Tse Tung cuando recibió a una delegación de la izquierda argentina, aconsejándoles: “Ustedes no tienen que ser maoístas, deberían ser peronistas”.

  • La justicia social. Lo dijo Perón: Un problema social no puede resolverse si no se resuelve el problema económico. Y un problema económico no se puede tampoco resolver si no se resuelve el problema político. En este sentido, se tomó la concreta voluntad política de atacar la pobreza y mejorar la distribución del ingreso. Durante el período 1946-1955, los asalariados se apropiarían del ingreso del país en una proporción como nunca había ocurrido ni se repetiría en el siglo XX.

La “coyuntura favorable”
Algunos analistas desprestigian lo realizado por el gobierno peronista porque consideran que heredó una situación económica privilegiada, fruto de los excedentes por las exportaciones realizadas durante la segunda guerra mundial. Es cierto que el momento económico no fue desfavorable. Pero lo que hay que preguntarse es: ¿podía haberse aprovechado este excedente, esta coyuntura favorable, si el país seguía extranjerizado en su economía? Seguramente no. Coyunturas favorables no pueden ser aprovechadas cuando la economía nacional es un apéndice colonial de los países centrales. Con los bancos extranjeros, la remisión de ganancias millonarias al exterior, la especulación financiera que tenemos hoy en nuestro país. ¿Podríamos aprovechar alguna coyuntura favorable? ¿Acaso podemos aprovechar el superávit fiscal generado por la devaluación?

Contra estos factores parasitarios de la economía es que actuó el peronismo y por eso pudo crear riqueza y una economía de abundancia, aumentando el consumo popular. Se intentó poner a los capitales al servicio de la economía nacional, y no como nos ocurre ahora, la economía al servicio de los capitales “golondrina” evasores, y demás calamidades.

También está claro que no todas las coyunturas fueron buenas en la economía peronista del 46-55. Hubo una terrible sequía en el año 1949, que impactó en una economía básicamente exportadora de los productos del campo, como era hasta entonces la nuestra. Pero la diferencia fue que el costo de la crisis no lo pagaron los trabajadores, y su capacidad de consumo y poder adquisitivo no fue afectado, por la protección que recibió el pueblo durante todo este período.
La economía fuerte
El gobierno de Perón nacionalizó la economía, recuperando para el país lo que era del país. Nacionalizó la banca y orientó el crédito a la producción. Creo el IAPI (Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio), que significó una transferencia del sector agropecuario a la industria popular.

El Estado intervino implementando una amplia política laboral y social, procurando aumentar el poder adquisitivo y el nivel de vida de los argentinos. Se protegió el salario y el consumo popular. A mayor consumo, mayor demanda para la industria y plena ocupación como nunca en la Argentina. Entonces, se recuperó para el país lo que era del país, y para el pueblo lo que es del pueblo.

El Estado recuperó los ferrocarriles. Se nos quiere hacer creer que fue “un mal negocio”. Pero se olvidan los críticos que peor negocio era pagar los transportes y los fletes a los ingleses, lo que constituía una sangría para el comercio exterior argentino. Además, los ingleses cobraban más el transporte de productos industriales, porque lo que les interesaba era el Argentina “granero del mundo” y no el país industrial. En este sentido hablaba Scalabrini Ortiz cuando dijo “comprar los ferrocarriles es comprar soberanía”. Con el ferrocarril nacionalizado y la ampliación de la marina mercante se lograría una gran ganancia para el país, que podía producir y conducir sus mercaderías a los mercados compradores.

También hay que aclarar que los servicios públicos no deben administrarse con criterios exclusivamente comerciales. En la década del 90, los argentinos pagamos a precio dólar el teléfono, las tarifas más caras del mundo y encima en una economía recesiva. ¿Qué es preferible? ¿Que pocos argentinos puedan acceder a los servicios esenciales mientras las empresas ganan? ¿O solventar desde el Estado estos costos con un sistema impositivo progresivo, pero brindando tarifas accesibles a todos?

El pueblo soberano
Oímos hablar muy a menudo de la soberanía del pueblo. Para que esto pueda ejercerse efectivamente, los bienes estratégicos y económicos fundamentales de la Nación tienen que ser propiedad del ente público, propiedad del pueblo. Si no, estaríamos hablando de soberanía de las trasnacionales, de las privatizadas (que deciden, entre otras cosas, las tarifas a su antojo), etcétera.
Veamos qué decía al respecto la Constitución justicialista de 1949, que encima era un reflejo de la realidad argentina de ese momento:

Artículo 40
La organización de la riqueza y su explotación tienen por fin el bienestar del pueblo, dentro de un orden económico conforme a los principios de la justicia social. El Estado, mediante una ley, podrá intervenir en la economía y monopolizar determinada actividad, en salvaguardia de los intereses generales y dentro de los límites fijados por los derechos fundamentales asegurados en esta Constitución. Salvo la importación y exportación, que estarán a cargo del Estado, de acuerdo con las limitaciones y el régimen que se determine por ley, toda actividad económica se organizará conforme a la libre iniciativa privada, siempre que no tenga por fin ostensible o encubierto dominar los mercados nacionales, eliminar la competencia o aumentar usurariamente los beneficios.

Los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas, y las demás fuentes naturales de energía, con excepción de los vegetales, son propiedad imprescriptibles e inalienables de la Nación, con la correspondiente participación en su producto que se convendrá con las provincias.

Los servicios públicos pertenecen originariamente al Estado, y bajo ningún concepto podrán ser enajenados o concedidos para su explotación. Los que se hallaran en poder de particulares serán transferidos al Estado, mediante compra o expropiación con indemnización previa, cuando una ley nacional lo determine.

El precio por la expropiación de empresas concesionarios de servicios públicos será el del costo de origen de los bienes afectados a la explotación, menos las sumas que se hubieren amortizado durante el lapso cumplido desde el otorgamiento de la concesión y los excedentes sobre una ganancia razonable que serán considerados también como reintegración del capital invertido.


Este artículo incluye prescripciones concretas, como se ve, acerca de la economía y la propiedad de los bienes de la Nación. Los bienes de la Nación son “imprivatizables”.

La Constitución establece normas importantes para el desarrollo del futuro del país y no deja librado a un gobernante la posibilidad de actuar “libremente” en Economía, de hacer y deshacer a su antojo. Pues bien, por ejemplo, en la Constitución argentina actual no hay ninguna prescripción del estilo, reduciéndose a cuestiones de forma de cómo aprobar las leyes, funciones de los poderes, aspectos que todas las Constituciones obviamente tienen y es necesario que tengan, pero no le incorpora un contenido de fondo, de defensa nacional como sí lo hay en esta de 1949. En otras palabras, lo que se sostiene es que “la patria no se vende” y la soberanía es del pueblo.

A ese precio no te vendo...
Tuvo lugar hacia 1950 un incidente con Inglaterra, que nos quería pagar menos por nuestras carnes.
Acostumbrados al trato “benévolo” de nuestro país para con ellos, los ingleses quisieron de nuevo aprovecharse. Pero se encontraron con un gobierno que defendía el interés argentino, e incluso interrumpió las exportaciones a este país hasta que no se pagara el justo precio. Una diferencia vital con los gobiernos de la década anterior, que entregaba nuestra economía a los ingleses para que nos siguieran comprando nuestra carne.

Ares, el embajador argentino en Gran Bretaña declararía:

“El gobierno británico procura no aumentar el costo de vida de su pueblo, que es creciente. Lo mismo hacemos nosotros. ¿Sería razonable y justo que nuestro pueblo pagara por la carne más de lo que paga el pueblo británico? No queremos escamoteos, por bien intencionados que sean, de nuestros sacrificios y esfuerzos”.
Gran Bretaña tuvo que ceder a las exigencias argentinas, que recién allí reanudó el embarque de la carne.
Hasta 1955, la Argentina recibía de Inglaterra 507 dólares por tonelada de carne. En 1956, con la caída de Perón, recibiría un promedio de 322 dólares por idéntica cantidad.

No casualmente Inglaterra apoyó a la Marina proveyéndola de combustibles u armamento para derribar al “tirano” que había sabido ocasionarle una derrota y obligado a respetar a un país digno y soberano.

La zoncera de la moneda fuerte
Fue muy frecuente en nuestra Argentina la zoncera de que había que tener una moneda fuerte y el pánico que generaba la devaluación. Durante la década del 90 vivimos la convertibilidad. El 1 a 1 significó la aniquilación de nuestra industria nacional, con sus consecuencias de aumento de la desocupación, disminución del consumo, configurando el círculo vicioso de la recesión prolongada.

Sin embargo, la salida de la convertibilidad era sinónimo de catástrofe, cuando la catástrofe se desarrolló precisamente por ella. ¿Quién no recuerda, hasta no hace mucho, cómo los candidatos se cuidaban de pronunciar la palabra devaluación y aseguraban “a rajatabla” la continuidad de la convertibilidad? Así apareció el llamado voto-cuota, que fue también el voto-desindustrialización, el voto-desocupación y el voto-recesión.
Ya lo había advertido el General Juan Domingo Perón en su libro La fuerza es el derecho de las bestias, escrito en el exilio:

“Conocemos bien los trucos de la economía capitalista, uno de los cuales es la moneda cara. Le dicen al pueblo: es necesario no emitir, así tenemos una moneda fuerte. Con un peso usted podrá comprar para vivir una semana, pero lo que no le dicen es que para agarrar ese peso tiene que correr un mes detrás de él. Sin poder de acceso al dinero, ¿de qué puede servir su valor?”
La copiosa bibliografía que nos legó el general Perón contiene la develación de muchas “zonceras” que los argentinos llevamos dentro, fruto de la “colonización pedagógica” de los cipayos. Incurrir en su obra es una herramienta para desarmar estos “razonamientos” que han llevado a nuestro país a las penurias actuales.

Inversores e invasores
El general Juan Domingo Perón, distinguió entre dos tipos de capitalismo:

“Muchas veces lo he dicho: necesitamos brazos, cerebros y capitales. Pero capitales que se humanicen en su función específica, que extraigan la riqueza del seno de la tierra en el trabajo fecundo y que sepan anteponer su función social a la meramente utilitaria. Rechazo, en cambio, y formulo mi más enérgico repudio, al dios de oro, improductivo y estático, al supercapitalismo frío y calculador”.
Son dos tipos de capitales. Dos lógicas, dos cosmovisiones, dos motivaciones, dos intereses diametralmente opuestos. Capital para el desarrollo nacional y capital para el desarrollo foráneo. Capital productivo y capital especulativo. Capital inversor y capital invasor...
La historia dramática de nuestra Nación se desenvolvió en la puja de estas dos lógicas, de estos dos proyectos de país.

El capital en función social, al servicio del desarrollo productivo, es el que ha retrocedido sobre todo a partir de 1976 y en la década del 90 en la Argentina. Por el contrario, el capital especulativo, que genera ganancias sin inversión, sin producción nacional, se ha expandido. Capitales que realizan sus ganancias en el país y las remiten al exterior, sin reinvertirla, si es que invirtieron algo para obtenerla. Así, el argentino vive como un miserable mientras emigran las ganancias para que otros disfruten.

Bien lo decía el general Juan Domingo Perón:

“¿Pero de qué vale a un país poseer riqueza si su fruto, producido con el trabajo de sus hombres, sirve para alimentar a individuos que viven con lujo y placeres fuera del territorio de la República?”
Este capitalismo “sin patria y sin bandera”, como bien lo definieron Perón y Evita, no invierte sino que invade. No son inversores sino invasores, como los Cortés y los Pizarro (de los que sólo lo separan los medios actuales más sofisticados): realizaron y realizan una tarea de saqueo sistemático de las riquezas argentinas.

Apostar por el otro capital, el productivo, es un desafío que no parece sencillo pero que es fundamental para el desarrollo del bienestar de la Nación.

Unidad latinoamericana
El gobierno peronista propició la integración latinoamericana firmando un Tratado de Complementación Económica con Chile, que quedó abierto a la incorporación de las otras naciones sudamericanas, que progresivamente fueron adhiriéndose. Se procuraba unir a los países hermanos del continente en una acción económica común de mutua defensa, como punto de partida para una integración posterior de mayores alcances. Como objetivos, se definían los siguientes:

  • Crear, gracias a un mercado ampliado, sin fronteras, las condiciones más favorables para la utilización del progreso técnico y la expansión económica;

  • Evitar divisiones que pudieran ser utilizadas para explotarnos aisladamente:

  • Dar a Latinoamérica, frente al dinamismo de los “grandes” y el despertar de los contienentes, el puesto que debe corresponderle en los asuntos mundiales;

  • Crear las bases de los futuros Estados Unidos de Sudamérica.

Se avanzaba progresivamente en esta integración, cuando distintos golpes de Estado (en Argentina y Chile, por ejemplo), y disidencias dejaron “cajoneado” el proyecto de una Latinoamérica unida y fuerte.

Ya Perón advertía los peligros de una integración latinoamericana bajo la órbita norteamericana, como si estuviera refiriéndose al famoso ALCA propuesto en la actualidad:

“Así entramos en el siglo XX; bajo el signo de la famosa “Doctrina Monroe” se intenta permanentemente, siempre con los mismos resultados, la integración americana, en la que Latinoamérica sería el caballo y USA el jinete”.

El odio al pueblo
Con visible desprecio, caracteriza Sebrelli algunos de los sectores que apoyaron al peronismo, en Aventura y revolución peronista:

“Sí, es verdad, el peronismo aglutinó a su alrededor a todo ese submundo de desasimilados, de desherados, de marginales, de tránsfugas, de incomprendidos, de separados y separatistas, de intocables. Formaron sus filas todos aquellos que no podían agregarse a ningún grupo porque nadie los quería y estaban más solos y desamparados aún que el proletariado o las minorías raciales y étnicas: expatriados, vagabundos, burgueses en decadencia, chicos abandonados, mujeres desencantadas, viejas pordioseras, lisiados físicos y morales, intelectuales fracasados...
¡Cómo no iban a aferrarse a su resentimiento estos parias, si era lo único que los dignificaba en un mundo de injusticia y opresión!!
Algo de cierto hay en la cita, sobre todo en el último párrafo. ¿Cómo los pobres, los trabajadores, los descamisados no iban a querer a Perón, si la alternativa era esa petulante oligarquía que tanto los despreciaba?

Bien consignó John William Cooke, en La lucha por la liberación nacional:

“Perón considerado al margen de las masas que lo siguen, no sería motivo de alarma y hasta el odio que despierta en las fuerzas oligárquicas perdería las razones que lo mantienen vivo y beligerante”.
Y pensar que los oligarcas quisieron hacer creer que odiaban a Perón por su deprabación moral, por ser un “dictador” (cuando apañaron históricamente a tantos dictadores), por salir con chicas jóvenes del Grupo de Estudiantes Secundarios, etcétera. Estas son formas más elegantes de disfrazar su odio al pueblo, a “los cabecitas negras”, al “aluvión zoológico” que siempre detestaron.

El sentimiento peronista
Los oligarcas utilizan ciertas formas sociales “civilizadas” para expresar su reconocimiento a sus fieles servidores. Pueden hacerle propaganda en los diarios, nombrarlos doctores honoris causa de universidades, propagar su pensamiento en los medios de difusión y otorgarles toda clase de premios y condecoraciones. También nombrarlos “superministros” y hasta entregarle poderes absolutos discrecionalmente. Por eso no entendieron que el pueblo hiciera un verdadero culto a la figura de Perón y de Evita, y estas prácticas “desaliñadas” de sus cánones merecen su desprecio y la condena, calificando de “ignorantes” a sus propulsores.

La pasión política en el pueblo, el inmenso amor del que se hizo acreedor el líder del movimiento nacional, hizo que en los hogares humildes no faltara una foto, una imagen de Perón o Evita, ocupando el lugar de verdaderos santos, redentores de los humildes y postergados.

Rodolfo Kusch, en El pensamiento indígena y popular en América, analiza este componente emocional del peronismo:

“Cuando hace poco se pretendió canonizar a Eva Perón, se produce un exabrupto parecido al de Rosas. Si bien esa canonización fue digitada desde arriba, lo cierto es que fue recibida abajo como algo carismático, según se advertía en los altares dedicados a ella, levantados en todas las esquinas de una Buenos Aires altamente industrializada. Eva Perón no era sólo la simple benefactora que estaba en el gobierno, sino que era también la que atendía el así de la realidad, que acosaba a cada uno en el fondo de la ciudad porque ella era “la que me había atendido a mí, aquí y ahora en mi vida” y que, naturalmente, en ese terreno debía ser canonizada”.
Algo queda en los barrios humildes de aquél fervor, alguna foto, alguna imagen, o quizás el relato de un abuelo que lo vivió, que cuenta sus experiencias en esa vida en un país digno y solidario. El peronismo, en este sentido, fue mucho más que un sueldo digno, un aguinaldo. Los humildes se sentían recibidos, parte de la comunidad, se sentían integrados a la “gran casa” que Perón hizo para albergar a todos. Se sentían en el fondo “queridos por el Pocho”, o por Evita. Y este componente emocional, sentimental del peronismo no puede soslayarse. Bien lo consigna Rodolfo Kusch, en el libro ya citado:
“Pensemos que la ventaja del peronismo, que lo convierte en una expresión profundamente americana, estriba en que, pese a la infiltración marxista, sigue siendo un partido sin doctrina, aglutinado en torno a una personalidad carismática, sostenido por motivaciones estrictamente emocionales, y cuya extraordinaria coherencia sólo se explica porque todo él está alentado por un requerimiento profundo de lo absoluto, cuya tónica no entra estrictamente en el pensamiento occidental de una clase media”.
El absoluto, la respuesta a los problemas y la redención fue Perón. Los pobres le pusieron nombre a su esperanza. No era “la democracia”, “el socialismo”, ideas abstractas las que movilizaron a esa muchedumbre excluida del sistema social. Sus sueños, sus aspiraciones, su ser se vio cristalizado en la figura del caudillo que encaró en su momento, una profunda revolución, y algunas de cuyas conquistas siguen todavía vigentes, pese al desmantelamiento que sufrió el Estado y la comunidad argentina.

Resistencia y triunfo popular
No ahorraron medios los oligarcas para lograr el fin de someter al pueblo luego de la caída del peronismo.
Persecución. Bombardeos. Fusilamientos. Censura. Represión. La prohibición de una idea, de un sentimiento, de una voluntad popular más fuerte todo. Proscripción. Torturas.

Y, sin embargo, la resistencia y la memoria se mantuvo incólumne. Lo describió bien Cámpora:

“Decir Perón es un delito. Decir Evita merece castigo. Pero el pueblo sigue diciendo Perón. El pueblo sigue diciendo Evita.”
Y tendría su premio el pueblo 18 años después, con el regreso de su líder a la Argentina. Ya avejentado, pero con una multitud detrás suyo. Con un pueblo incondicional.

El modelo de la patria contratista que se impuso desde 1976, tampoco fue escrupuloso con los medios que eligió para imponer sus dicterios antipopulares.
Secuestros. Matanzas. Torturas. Desapariciones.
Cuando la democracia, se sumaron otras armas “legales” pero no por eso menos eficaces en su cometido:
Anestesia. Desinformación. Fragmentación. Individualismo. Desocupación generalizada. Superficialidad que tapa el fondo de los problemas. Y la más peligrosa, sin duda: el derrotismo y la desesperanza. No hay nada peor que resignarse a la injusticia y al sometimiento.

Por eso quiero terminar este capítulo con una imagen de triunfo, con los millones de argentinos vitoreando a su líder, hermanados por el sueño de una Argentina más justa y solidaria, aquél 17 de octubre de 1945. Perón no fue sólo un caudillo, un líder, un estadista. Fue mucho más: fue pueblo. Fue un lugar donde se encontraron millones de argentinos desheredados.

Ese es el desafío actual: la construcción de un lugar, de una identidad, de un sueño colectivo del pueblo argentino hermanado y unido por los que trabajan:

“El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo cuando inesperadamente enormes columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente desde sus fábricas y talleres (...) Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. Descendientes de meridionales europeos iban junto al rubio de trazos nórdicos y al trigueño de pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún (...) Un pujante palpitar sacudía la entraña de la ciudad. Un hálito áspero crecía en densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y el empleado de comercio. Era el subsuelo de la patria sublevado”.

Raúl Sclalabrini Ortiz

EPÍLOGO

“Lo más triste que le puede pasar a un país, es que haya muchos hombres que clamen justicia y no la obtengan: cuando la justicia es clamada por los humildes, el panorama es más triste todavía, porque ellos son los que necesitan más esa justicia”.

J. D. Perón



Traté de rescatar todo aquello positivo de recordar de nuestro pueblo argentino y sus líderes en nuestra historia. No le di mucho lugar al antipueblo, a los representantes de la oligarquía, sino el elemental para entender la postergación a la que se veían sometidos la mayoría de los argentinos. El pueblo es el protagonista de su historia, y siempre vuelve a recrear la libertad y la patria propia. A recrear el espíritu de la tierra, sus tradiciones y creencias.

La soberanía popular es mucho más que un partido. No importa que el peronismo de hoy sea una bolsa de gatos, un partido que no repara en medios para conseguir un fin que ya no es la justicia social sino el poder mismo y sus negociados a espaldas del pueblo.

La historia lo ha demostrado. De alguna forma, el pueblo siempre reencarna sus proyectos. Cuando el radicalismo dejó de ser popular, olvidando a Yrigoyen, apareció el peronismo. Hoy que el PJ olvidó el servicio a la justicia social, puede aparecer por qué no otro movimiento superador.

Lo que queda claro es que no bastan medidas tibias y poco valerosas, sino que se necesita una reorientación total hacia un país inclusivo y popular. Políticas decididas, como las que aplicaron en su momento San Martín, Rosas y los caudillos federales, Yrigoyen y Perón. Cuando se viven tiempos difíciles, angustiosos, uno se repliega hacia lo conocido, hacia lo que le da confianza y fe en sí mismo. Por eso es importante recuperar el legado de las distintas luchas populares del pasado.
Parece ser como una guerra en que ninguna de las dos fuerzas que se enfrentan triunfa acabadamente: el pueblo y el antipueblo. El pueblo está ahora replegado, guarecido en la trinchera, a la defensiva, aunque también disperso y en parte desalentado. Tarde o temprano reagrupará sus fuerzas, o lo que queda de ellas, para lanzarlas de nuevo a recuperar la dignidad y la patria.
Es un camino lento, pues el daño inflingido por el enemigo fue importante.
El pueblo. Ese enigmático ser que a veces camina por el costado de la historia, sufriéndola y mirándola, contemplándola, desgarrándose, casi desintegrándose.
Ese ser que parece dormido, de repente despierta y aparece en la historia como una revelación, demoníaca para unos y divina para otros. Cuando despierta, hace vibrar a la tierra entera, al hombre, a la historia, al olvido, al país, al continente, a la humanidad, a la conciencia de los que lo creyeron muerto.

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NOTAS

1 Sidicaro, Ricardo. La crisis del Estado y los actores políticos y socioeconómicos en la Argentina (1989-2001). Libros del Rojas, serie Extramuros, 2001, págs. 67 y 68.



* Datos sobre el autor:
* Sebastián Giménez
Licenciado en Trabajo Social. Profesor de enseñanza primaria (maestro)

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