Periódico de Trabajo Social y Ciencias Sociales
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Introducción
Este
trabajo es una aproximación teórica para el análisis
de la ciudadanía y la cultura política. Un acercamiento
desde la comunicación y la política que permita abordar
luego los modos en que una sociedad se produce y reproduce, se
cuestiona y transforma. Un arrimo que autorice la posterior reflexión
sobre las maneras en que el poder se presenta y representa
presentando las prácticas y los conflictos sociales en la
construcción del destino común.
En
otro lugar 1
establecimos la importancia de trabajar el espacio público
como categoría de análisis, considerando que su
conceptualización es clave para analizar las relaciones entre
los procesos políticos y los procesos comunicativos. Allí
consideramos tres dimensiones de análisis, que con matices
siguen la propuesta de Sergio Caletti 2
—sin hacerlo por ello responsable, claro está—:
comunicabilidad, representabilidad y politicidad. A partir de la
comunicabilidad, es posible trabajar las relaciones entre tecnologías
de la comunicación y aquello que permiten visibilizar; para
cada momento histórico el espacio de lo público define
lo que puede y lo que debe ser visto, bajo determinadas reglas y
posibilidades expresivas y en función de los recursos técnicos
socialmente disponibles. Lo
que aquí nos proponemos es revisar tres nociones ligadas entre
sí: ciudadanía, cultura política y
representación. Tres nociones que habitualmente operan en el
campo problemático de la comunicación y la política
y que cobran fuerza en el espacio de lo público. La
conceptualización de la ciudadanía es clave para
analizar las relaciones entre la constitución de los sujetos
políticos y los poderes establecidos; esto supone trabajar,
por un lado, las relaciones entre prácticas ciudadanas e
instituciones estatales y, por otro lado, las relaciones entre
prácticas ciudadanas y otras instituciones productoras de
representaciones sociales (centralmente, los medios masivos de
comunicación). Ciudadanía
El
estudio de Marhsall sobre ciudadanía —realizado al
finalizar la segunda guerra mundial y considerado hoy un clásico
en la materia— es el primer esbozo de una teoría sobre
la ciudadanía. Para este autor la ciudadanía consiste
de manera fundamental en asegurar que cada individuo sea considerado
un integrante pleno en una comunidad de iguales. Esta pertenencia
igualitaria se garantiza a través del otorgamiento de derechos
de ciudadanía a cada miembro. Marshall clasifica estos
derechos en tres grupos: derechos civiles, derechos políticos
y derechos sociales. En la medida en que el Estado garantiza para
todos estos derechos, se posibilita la participación y el
disfrute de la vida común en igualdad de condiciones en tanto
miembros plenos de la sociedad. En definitiva, el ciudadano es
considerado como sujeto portador de derechos y , por lo mismo, la
ciudadanía como una condición legal.
Kymlicka
y Norman, de la universidad de Ottawa, recogen dos tipos de críticas
a esta concepción: la primera se centra en la “necesidad
de complementar (o sustituir) la aceptación pasiva de los
derechos de ciudadanía con el ejercicio activo de las
responsabilidades y virtudes ciudadanas”; la segunda marca la
“necesidad de revisar la definición de ciudadanía
generalmente aceptada con el fin de incorporar el creciente
pluralismo social y cultural de las sociedades modernas”. 4
En
la génesis de la ciudadanía está la noción
de igualdad. La democracia supone ciudadanos iguales; pero, ¿cómo
pensar la categoría de ciudadanía en el marco de las
desigualdades sociales? Hugo Quiroga considera que no puede haber
igualdad política sin equidad social y que la democracia
convive con dos tipos de desigualdades: la política (generada
por la asimétrica distribución del poder político
y que el principio “un hombre, un voto” no puede evitar)
y la económica (procedente de la lógica del
capitalismo, que la democracia no puede corregir). Esto pone en
crisis la noción estatalista de la ciudadanía (cuya
igualdad legal no resuelve la desigualdad social), tanto por el
retroceso de las políticas vinculadas al Estado de bienestar
como por el desigual acceso a bienes, derechos y poder. Así,
propone considerar otros modos de pensar la ciudadanía de modo
tal que contemple el “conjunto de derechos y prácticas
participativas que se ejercita y opera tanto a nivel del Estado como
de la sociedad civil, y que otorga a los individuos una pertenencia
real como miembros de una comunidad”. 6
Atilio
Borón 8
propone vincular la noción clásica de ciudadanía
(el conjunto de derechos y su ejercicio) con la capacidad de los
actores sociales para reconocerse como titulares de esos derechos y
con la capacidad de los actores sociales para reconocerse como
hombres libres e independientes con capacidad para exigir el
reconocimiento de esos derechos. 9
Así definida, la ciudadanía implica una serie de
derechos pero fundamentalmente la autopercepción del
ciudadano como titular de esos derechos. Otra cuestión
planteada por Borón es que la ciudadanía es, antes que
una concesión del poder, algo que se conquista a través
de las luchas sociales. En esos términos, la ciudadanía
es la resultante de un proceso político y cultural asentado y
condicionado por circunstancias económicas determinadas. De
esta manera, el tránsito del habitante (“que se comporta
como súbdito de un poder central”) al ciudadano
(“titular de derechos”) pasa por una experiencia de
naturaleza político- cultural. Al
igual que Quiroga, Borón sostiene que no es posible ejercitar
los derechos políticos cuando un sector mayoritario de la
población carece de elementos básicos para su
supervivencia: “la igualdad de los capitalismos democráticos
es una igualdad que se agota en el cielo de la participación
política pero que se desmiente en el suelo del mercado”. 11
Democracia, Estado y sociedad
La
tradición liberal, contractualista, 12
asocia la noción de ciudadanía al vínculo
político a través del cual se establece una relación
jurídico-institucional entre los habitantes de un territorio
(o sociedad) y el Estado, vínculo que establece para cada
habitante derechos y obligaciones de los cuales el Estado resulta
garante. Desde
otra perspectiva, Alcira Argumedo define el concepto de sociedad a
partir de la concurrencia de “tres dimensiones inescindibles:
Desde
un punto de vista general y abstracto, el Estado es el modo
institucional en que se articula una sociedad nacional, con
jurisdicción sobre un territorio y una determinada población,
en el marco de una determinada organización jurídico-política.
Dice
Argumedo: “En tanto la distribución de las diferentes
formas del poder y la riqueza sea desequilibrada y discriminatoria,
la concentración y la marginación se dan de manera
similar en las esferas económicas, político-institucionales,
educativas, comunicacionales y similares. Si participar significa
intervenir efectivamente en las decisiones del poder; (...) una
democracia participativa necesariamente conlleva la redefinición
de las relaciones económicas, de los regímenes de
propiedad y de las vías de acceso al control de la riqueza y
los recursos estratégicos”. 16
Todo
este largo rodeo nos permite recolocar la mirada desde la cual
abordar el problema cuando Manuel Garretón afirma que “la
ciudadanía es la reivindicación y reconocimiento de
derechos y deberes de un sujeto frente a un poder”, 17
descentrando en buena medida el papel del Estado en su consideración.
Cultura política y ciudadanía
Desde
el campo de la comunicación se enfatiza la dimensión
cultural de la constitución de ciudadanías: Rosa María
Alfaro sostiene que la democracia requiere de “valoraciones
ciudadanas interiorizadas y puestas en práctica”, 19
lo cual supone un proceso de producción cultural; Germán
Rey propone pensar “la democracia no sólo como forma de
gobierno sino como ethos y modo de ser”; 20
Todo
lo anterior nos anima a pensar la cultura política en
los términos propuestos Martín-Barbero: “la
cultura en clave política y la política en clave de
cultura”. 23
Dicho en otras palabras: no se trata de politizar la cultura,
de lo que se trata es de reconocer la carga política
inscripta —muchas veces disimuladamente— en las prácticas
y manifestaciones culturales: “si hablar de cultura política
significa tener en cuenta las formas de intervención de los
lenguajes y las culturas en la constitución de los actores y
del sistema político, pensar la política desde la
comunicación significa poner en primer plano los ingredientes
simbólicos e imaginarios presentes en los procesos de
formación del poder. Desde
este horizonte, trabajar sobre espacio público, ciudadanía
y cultura política, nos compele a poner de relieve los
ingredientes simbólicos pero desde una perspectiva en
la que éstos son indisociables de los ingredientes
materiales (si es que vale decirlo en estos términos),
constituyendo ambos —inescindiblemente— la cultura en
tanto proceso social total. Una
manera habitual de concebir la cultura política es
considerarla como un conjunto de representaciones simbólicas,
actitudes, valores, opiniones, creencias, etc., más o menos
compartidas por un grupo social y que tienen como objeto los
fenómenos propiamente políticos. Según Oscar
Landi, esta definición apunta al modo en que individuos y
grupos se “representan subjetivamente ciertas realidades
referidas al sistema institucional político”. 27
Citando
a Keith Mchael Baker, Roger Chartier define la cultura política
como el “campo del discurso político, como un lenguaje
cuyas matrices y articulaciones definen las acciones y los enunciados
posibles dándoles sentido”. 28
Desde
una mirada similar, Landi propone analizar la cultura política
desde una perspectiva que “defina un discurso social como de
carácter político no solamente porque ‘hable de
política’, sino también en el caso en que, sin
señalar referentes directamente políticos (el Estado,
los partidos, etc.), sin embargo realice ciertos actos
transformadores de las relaciones intersubjetivas entre los
individuos: otorgar un lugar a los sujetos sociales ‘autorizados’
(con ‘derecho a la palabra’), instaurar deberes,
construir esperas y ciertas nociones del tiempo social, generar
creencias, obtener la confianza en determinados sistemas, etc.”. 32
Entonces
se vuelve inevitable recuperar el lugar que Williams le otorga al
concepto de hegemonía para el análisis de la
cultura, en tanto es un concepto que —al tiempo que los
incluye— va más allá de los conceptos de cultura
y de ideología: el de cultura como proceso social
total en que “los hombres definen y configuran sus vidas”
y el de ideología en tanto “sistema de
significados y valores [que] constituye la expresión o
proyección de un particular interés de clase”. 33
“La
hegemonía constituye todo un cuerpo de prácticas y
expectativas en relación con la totalidad de la vida: nuestros
sentidos y dosis de energía, las percepciones definidas que
tenemos de nosotros mismos y de nuestro mundo. Es un vívido
sistema de significados y valores —fundamentales y
constitutivos— que en la medida en que son experimentados como
prácticas parecen confirmarse recíprocamente. El poder de representación o la representación del poder
Para
el análisis cultural, Williams establece una productiva
distinción entre las instituciones, prácticas y obras
“manifiestamente” significantes y otras instituciones,
prácticas y obras, con el objeto de “activar” las
relaciones entre ambas: “sustancial e irreductiblemente
presentes” —disueltas, según la metáfora
utilizada por el autor— unas en otras. 37
El
espacio de lo público es, por definición, el espacio de
la representación del mundo común, allí
las representaciones —en el modo en que son conceptualizadas
por Chartier— van modelando las prácticas de la
sociedad, de la comunidad, del sujeto, aún en la certeza de
que la experiencia es irreductible al discurso. Las representaciones
como significaciones que construyen la realidad. Representación
que no sólo es “representación de una ausencia”,
sino como presencia que pertenece al sujeto presente y constituye una
forma de representarse a sí mismo, de organizar el mundo y de
relacionarse con el mismo, y “constituir con ello a quien la
mira como sujeto mirando”. 39
Esta
manera de pensar las representaciones permite articular algunas
relaciones entre los individuos o grupos y el mundo social.
Relaciones útiles para abordar la indivisibilidad entre el
hacer y el decir/representar: “en primer lugar, las operaciones
de recorte y clasificación que producen las configuraciones
múltiples mediante las cuales se percibe, construye y
representa la realidad; a continuación, las prácticas y
los signos que apuntar a hacer reconocer una identidad social, a
exhibir una manera propia de ser en el mundo, a significar
simbólicamente una condición, un rango, una potencia;
por último, las formas institucionalizadas por las cuales
‘representantes’ (individuos singulares o instancias
colectivas) encarnan de manera visible, ‘presentifican’,
la coherencia de una comunidad, la fuerza de una identidad o la
permanencia de un poder”. 40
Espacio público: política, comunicación y cultura
Todo
lo anterior nos obliga a resituar nuestra consideración sobre
la ciudadanía y repensar al ciudadano como sujeto de lo
público en la medida en que, en definitiva, es el ciudadano
quien realiza la democracia, considerando ésta como “el
devenir verdaderamente público de la esfera pública/pública.” 42
Para
Hannah Arendt, la palabra público posee dos
significaciones relacionadas entre sí. En primer lugar, y
vinculado a la noción de visibilidad, “significa que
todo lo que aparece en público puede verlo y oírlo todo
el mundo y tiene la más amplia publicidad posible”. 43
Los
hombres —no el hombre único, en sentido
abstracto— aparecen en el mundo común a través de
la acción y la palabra; al hacerlo ponen de manifiesto la
pluralidad humana: “si los hombres no fueran iguales, no
podrían entenderse ni planear y prever para el futuro las
necesidades de los que llegarán después. Si los hombres
no fueran distintos, es decir, cada ser humano diferenciado de
cualquier otro que exista, haya existido o existirá, no
necesitarían el discurso ni la acción para
entenderse”. 47
Asimismo,
el espacio de lo público surge del actuar y hablar juntos y
por ello es un espacio de aparición, lugar donde unos se
muestran a otros, donde los hombres aparecen y se revelan. Y aunque
todos los hombres son capaces de actos y palabras, el espacio público
no siempre existe; la mayoría de los hombres no viven en él.
Incluso, ningún hombre puede vivir todo el tiempo allí.
Sin embargo, estar privado de este espacio es “estar privado de
realidad, que, humana y políticamente hablando, es lo mismo
que aparición. Para lo hombres, la realidad del mundo está
garantizada por la presencia de otros, por su aparición ante
otros”. 49
En
la particular y restringida concepción de la política
de Hannah Arendt, el poder 50
—que emerge entre los hombres y mujeres cuando actúan
juntos y se esfuma cuando se separan— es la condición de
existencia de la esfera pública y de las varias maneras en que
ésta puede organizarse. “El poder sólo es
realidad donde palabra y acto no se han separado, donde las palabras
no están vacías y los hechos no son brutales, donde las
palabras no se emplean para velar intenciones sino para descubrir
realidades, y los actos no se usan para violar y destruir sino para
establecer relaciones y crear nuevas realidades”. 51
Es decir, el actuar comunicativo y/o político agotan su
sentido —su trascendencia— en la misma ejecución
de ese acto y no en su resultado, cuando se muestra ante otros y ante
sí, cuando aparece y revela su identidad; es decir, se ubica
fuera de la categoría de medios y fines. Dicho de otro modo, o
bien los medios para lograr ese fin ya son el fin y o bien ese fin no
puede ya ser medio de otra realidad. De allí que Hannah Arendt
diga que el poder no es acumulable —como los instrumentos de la
violencia— sino que sólo existe en su realidad, “el
poder surge entre los hombres cuando actúan juntos y
desaparece en el momento en que se dispersan”. 52
Si
como dice Hannah Arendt, “el único factor material
indispensable para la generación de poder es el vivir unido
del pueblo”, 53
el ejercicio que los ciudadanos realicen de ese poder (en términos
variables que van de lo común y general como opuesto a
individual y particular, pasando por lo visible y manifiesto como
opuesto a oculto y secreto, hasta lo abierto y accesible como opuesto
a cerrado y vedado) es lo que caracterizará al espacio de lo
público. Atando cabos
Siguiendo
la huella de Hannah Arendt, Marita Mata propone considerar la
ciudadanía como “un modo de específico de
aparición de los individuos en el espacio público,
caracterizado por su capacidad de constituirse como sujetos de
demanda y proposición en diversos ámbitos vinculados
con su experiencia”. 54
Hay
práctica ciudadana cada vez que un individuo se constituye en
sujeto frente a un poder, haciendo referencia —a través
de la acción y la palabra— a lo público,
“incorporando la problemática de la diversidad y la
diferencia y sobrepasando los marcos de referencia estrechamente
estatales”, 55
generando a su vez diferentes grados de institucionalidad. Esta
práctica puede desarrollarse en el ámbito estatal o en
el comunitario, donde sea, produce efectos comunicativos, políticos
y culturales; es decir, constituye y reconoce, defiende y consolida,
cuestiona y transforma, instituciones, prácticas y obras que
son públicas porque hacen a lo público.
La
práctica ciudadana, en la medida en que compone un sujeto de
lo público, supone un sujeto de concertación —de
comunicación, de política y de cultura— y, por
ello, es constituyente de poder. En este sentido, la práctica
ciudadana supone una actualización permanente de la disputa
sobre quién, cómo y dónde puede o debe hablar y
hacer sobre lo que atañe a todos.
NOTAS
1
CARRO, José Pablo: Espacio público, política
y comunicación, ponencia presentada en las VIII
Jornadas Nacionales de Investigadores en Comunicación
“Intervenciones
en el campo de la comunicación: un debate sobre la
construcción de horizontalidades”, 16
al 18 septiembre, La Plata, 2004.
2
CALETTI, Sergio: Comunicación, política y espacio
público. Notas para pensar la democracia en la sociedad
contemporánea, Borradores de Trabajo, Bs. As., 1998-2002.
3
CALETTI, Sergio: Ob. Cit., p. 98 (subrayado en el original).
4
KYMLICKA, Will y Wayne NORMAN: “El retorno del ciudadano. Una
revisión de producción reciente en teoría de la
ciudadanía”, Agora Nro. 7, Bs. As., invierno de 1997,
pp. 5-42.
5
Castoriadis sostiene que siempre hay una inadecuación entre
la materia a juzgar y la forma misma de la ley, ya que la primera es
concreta y singular y la segunda es abstracta y general. Esto hace
que el juez deba interpretar la ley, lo que implica recurrir a
consideraciones sustantivas y no meramente procedimentales.
Retomaremos este problema más adelante.
6
QUIROGA, Hugo: “Democracia, ciudadanía y el sueño
del orden justo”, en QUIRIGA, Hugo, Susana VILLAVICENCIO y
Patricia VERMEREN (Comps.): Filosofías de la ciudadanía.
Sujeto político y democracia,
, p. 198.
7
Ob. Cit.: p. 201.
8
BORÓN, Atilio: “Democracia y ciudadanía”,
en GAVEGLIO, Silvia y Edgardo MANERO (Comps.): Desarrollos de la
teoría política contemporánea, Ediciones
Homo Sapiens, Rosario, 1996.
9
Si bien desde una perspectiva diferente, Isidro Cheresky trabaja una
noción similar en su artículo “¿Una nueva
ciudadanía?” al vincular la ciudadanía con la
“conciencia de derechos”, en QUIROGA, Hugo, Susana
VILLAVICENCIO y Patricia VERMEREN (Comps.): Filosofías de
la ciudadanía. Sujeto político y democracia,
10
Borón reconoce un tercer ciclo de ciudadanización
abierto a partir de 1983 con el retorno a la democracia,
caracterizado centralmente por su escasa “presión”
desde abajo y por desarrollar fundamentalmente derechos vinculados a
la vida privada de los ciudadanos y no impactar en las instituciones
públicas.
11
Ob. Cit.: p. 69.
12
Ver las voces Ciudadanía y Contractualismo en DI TELLA,
Torcuato, Hugo CHUMBITA y otros: Diccionario de Ciencias Sociales
y Políticas, Ariel, Bs. As., 2004.
13
ARGUMEDO, Alcira: Los silencios y las voces en América
Latina. Notas sobre el pensamiento nacional y popular, Ediciones del
pensamiento nacional, Bs. As., 1996, pp. 198-199.
14
ARGUMEDO, Alcira: Ob. Cit., p. 231.
15
ARGUMEDO, Alcira: Ob. Cit., pp. 251-252.
16
ARGUMEDO, Alcira: Ob. Cit., p. 244.
17
GARRETÓN, Manuel: “Democracia, ciudadanía y
medios de comunicación. Un marco general”, en AAVV: Los
medios: nuevas plazas para la democracia, Calandria, Lima, 1995,
p. 102.
18
Ob. Cit.: pp. 102-103.
19
ALFARO, Rosa María: Prólogo a Escenografías
para el diálogo, AAVV, Calandria, Lima, 1997.
20
REY, Germán: “Otras plazas para el encuentro”, en
Escenografías para el diálogo, AAVV, Calandria,
Lima, 1997, p. 28.
21
REGUILLO, Rossana: “La comunicación en la
re/construcción de las ciudadanías políticas y
culturales”, en Revista Aportes de la comunicación y la
cultura, Nro. 11 y 12, Universidad privada de Santa Cruz de la
Sierra, Santa Cruz, marzo de 2004, pp. 13-22.
22
MARTÍN-BARBERO, Jesús: De los medios a las
mediaciones, Convenio Andrés Bello, Santafé de
Bogotá, 1998, prefacio a la quinta edición, p. xv.
23
Ob. Cit.: p. 125.
24
MARTÍN-BARBERO, Jesús: Ob, Cit., p. xv.
25
WILLIAMS, Raymond: Sociología de la cultura, Paidós,
Barcelona, 1994, p. 13 (subrayado en el original).
26
WILLIAMS, Raymond: Marxismo y literatura, Península,
Barcelona, 1997, pp. 143-149.
27
DI TELLA, Torcuato, Hugo CHUMBITA y otros: Diccionario de
Ciencias Sociales y Políticas, Ariel, Bs. As., 2004, pp.
146-148.
28
CHARTIER, Roger: Espacio público, crítica y
desacralización en el siglo XVIII, Gedisa, Barcelona,
1995, p. 27.
29
Ob. Cit., p. 28.
30
Ob. Cit.: p. 18.
31
Ob. Cit.: p. 31.
32
Ob. Cit.: p. 147.
33
WILLIAMS, Raymond: Marxismo y literatura, p. 129.
34
WILLIAMS, Raymond: Marxismo y literatura, p. 131-2.
35
Ob. Cit.: p. 99.
36
Ob. Cit.: pp. 100-1.
37
WILLIAMS, Raymond: Sociología de la cultura, Paidós,
Barcelona, 1994, pp. 195-6.
38
WILLIAMS, Raymond: Sociología de la cultura, Paidós,
Barcelona, 1994, pp. 194-5.
39
CHARTIER, Roger: “Poderes y límites de la
representación. Marin, el discurso y la imagen”, en
Escribir las prácticas. Foucault, de Certeau, Marin,
Manantial, Bs. As., pp. 75-99.
40
CHARTIER, Roger: Ob. Cit., pp. 83-84.
41
CHARTIER, Roger: El mundo como representación, Gedisa,
Barcelona, 2002, p. 62.
42 CASTORIADIS, Cornelius: “¿Qué democracia?”,
en Figuras de lo pensable, Fondo de cultura económica
de argentina, Bs. As., 2001, p. 152. Castoriadis propone distinguir
tres esferas en las que se realizan las relaciones entre el
individuo y la sociedad: una esfera privada, oikos; una
esfera público/privada, agora; y una esfera
pública/pública, ecclesia. En el oikos
se realizan las actividades familiares, lo que ocurre dentro de
nuestras casas; el agora es el lugar que está fuera
del dominio político, es un espacio público pero
también privado porque allí los ciudadanos no
“resuelven” nada —en sentido estricto—, pero
donde se traban todo tipo de relaciones que poseen, sin dudas, una
dimensión cultural, comunicacional y, sin duda, política;
la ecclesia es el lugar donde se resuelven los asuntos
comunes, el lugar de la deliberación y la decisión, el
espacio en el que se realiza el poder público (el gobierno,
el congreso, los tribunales).
43
ARENDT, Hannah: La condición humana, Paidós,
Bs. As., 2003, p. 59.
44
Ob. Cit., p. 62.
45
Ob. Cit., p. 66.
46
Ob. Cit.: p. 67.
47
Ob. Cit.: p. 200.
48
Hannah Arendt ejemplifica esto con la guerra. Cuando las personas
sólo están a favor o en contra de las demás,
los hombres emplean la violencia para lograr ciertos objetivos en
contra del enemigo; en estos casos, las palabras no revelan nada,
sólo sirven para engañar al enemigo o deslumbrar al
mundo con la propaganda, se vuelven medios para alcanzar un fin.
49
Ob. Cit.: p. 222.
50
Si bien está fuera del interés de este trabajo
comparar las perspectivas de Cornelius Castoriadis y Hannah Arendt,
vale la pena realizar algunas aclaraciones con relación a sus
consideraciones sobre el poder. Lo que para Castoriadis es el poder
explícito, para Arendt no es más que pura
violencia. Para Arendt el poder se constituye y existe sólo
en presencia de la política pero para Castoriadis la política
es una específica manifestación del poder, es decir,
pude haber poder sin existencia de la política.
51
Ob. Cit.: p. 223.
52
Ob. Cit.: p. 223.
53
Ob. Cit.: p. 224.
54
MATA, María Cristina: “Comunicación, ciudadanía
y poder. Pistas para pensar su articulación”, en
Diálogos de la comunicación, Felafacs, Lima,
Nro. 54, noviembre, 2002, pp. 66-76.
55
MATA, María Cristina: Ob. Cit., p. 66.
* Datos sobre el autor: * Pablo Carro Licenciado en Comunicación Social. Profesor Instituto Secundario Integral Modelo Jefe de Trabajos Prácticos en la Cátedra Introducción a la Comunicación Social en la Escuela de Ciencias de la Información, Universidad Nacional de Córdoba Volver al inicio de la Nota |
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