Periódico de Trabajo Social y Ciencias Sociales
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Introducción
El
propósito de este artículo es indagar en las
principales debilidades y fortalezas que presentan los proyectos
sociales en tanto instrumentos de intervención destinados a
mejorar las condiciones de vida de los sectores pobres de la
población.
En
primer lugar, cabe interrogarse entonces sobre por qué resulta
importante escribir respecto del uso de proyectos. En respuesta a
esto, puede sostenerse que el interés radica en que -al hablar
de proyectos- hoy en día se está haciendo
alusión a gran parte de las políticas sociales
existentes. La razón es que (tanto en Argentina como en la
mayoría de los países latinoamericanos) los mismos
configuran por excelencia la unidad mínima de asignación,
inversión y gestión territorial de recursos de dichas
políticas.
Es
preciso aclarar además que, en este caso, el interés
está orientado ante todo a evaluar el uso de proyectos como
instrumento de intervención, puesto que ya existe un
amplio conjunto de estudios dedicados a la evaluación de
resultados y de los impactos de determinados proyectos y programas
(Tenencia y Flood, 2002; Hicks y Wodon, 2001).
Del mismo modo, existe también un importante número de
trabajos destinados a tratar la elaboración y desarrollo de
los mismos. Estos acercamientos suelen adoptar la forma de manuales
de consulta en los que se describen los distintos componentes de un
proyecto sin ahondar, no obstante, en la posibilidad de problematizar
este tipo de intervenciones (Castro y Chaves,
1998; Cohen y Franco 1988). En contrapartida a estos tipos de
trabajos, cabe consignar que son pocos los análisis respecto
de las características, pertinencia y demás aspectos
colindantes a esta clase de intervenciones.
En resumidas cuentas, este artículo intenta ‘desnaturalizar’
las prácticas basadas en proyectos sociales y empezar a
preguntarse sobre sus posibilidades y limitaciones, desde un enfoque
en el que se privilegian aspectos concernientes a entender a los
mismos como instrumentos para operar en el campo de lo social.
En
cuanto a su organización interna, el presente trabajo se
ordena del siguiente modo: el primer apartado está dedicado a
presentar un breve racconto histórico sobre el
surgimiento y posterior generalización del uso de los
proyectos para atender problemas sociales. En este caso, cabe aclarar
que el estudio se restringe a los proyectos elaborados en el marco de
la denominada planificación tradicional, dejando por
ende de lado (y para futuros artículos) a todos aquellos otros
proyectos desarrollados en base a una concepción estratégica.
No obstante lo cual la reconstrucción histórica llega
hasta el período en el que surgió esta último
enfoque. En el marco histórico antes delineado, y en el
segundo acápite, se presentan algunas características
asumidas en la actualidad por la gestión de proyectos. En
particular, son descriptos tres aspectos fundamentales: la situación
en que se inscriben estas prácticas (con especial atención
las capacidades locales), el sentido de las acciones de los actores
participantes en proyectos y, por último, la relación
-a veces tan esquiva- entre proyectos y política. Para
concluir, se lista algunas reflexiones sobre las oportunidades de los
proyectos sociales.
1.
Orígenes y generalización del uso de proyectos sociales
Hoy en
día -y en plano cotidiano- la palabra “proyecto”
suele ser utilizada en múltiples acepciones. Un proyecto puede
así ser tanto una salida de fin de semana como el pensamiento
sobre las próximas vacaciones o la posibilidad de llevar a
cabo determinados estudios. En cualquier caso, estas expresiones
siempre tienen en común una cierta alusión al futuro, a
determinados objetivos, a la posibilidad de evaluar alternativas, a
la organización de actividades, etc.
De un
modo similar al anterior, cuando se habla de proyectos sociales es
factible estar asignándole a esa misma palabra múltiples
significados. Suele ser común, por ejemplo, llamar proyecto
social tanto a un trabajo de extensión comunitaria de una
escuela o grupo religioso, como a la vinculación de una
empresa con su entorno social, la intención de unos jóvenes
de ayudar a escuelas rurales, el voluntariado hecho por personas o
grupos, etc. En realidad, y para ser precisos, aún cuando las
anteriores actividades puedan ser parte de, quizás no
se ajusten con exactitud a lo que en materia de planificación
social se entiende como un proyecto social.
En
reiteradas ocasiones, tareas como las anteriores son llevadas a cabo
con fines altruistas y voluntariosamente, sin por eso condecirse con
la modalidad de trabajo propia de cualquier proyecto social. Por esto
se hace necesario aclarar en primer término que por proyecto
social se entiende una “…propuesta de acción
orientada a modificar una situación social inicial que permite
mejorar las condiciones sociales de una población y su
contexto…” (Castro y Chaves, p. 11) Por detrás
de esta definición, que no difiere sustantivamente de tantas
otras consignadas en manuales dedicados a la temática, se
encuentra la propia historia de la planificación social.
En
este orden de cosas, a continuación se describe sucintamente
el contexto en el que tiene lugar el surgimiento de la planificación
social. En principio, y con el objetivo de acotar el abordaje
planteado, se hace una breve recapitulación de la situación
en la que se enmarca la adopción - y posterior generalización-
de proyectos sociales para promover el desarrollo social y atenuar la
pobreza.
En un
sentido estricto, el surgimiento de lo que hoy se denomina
planificación puede ubicarse en la década del mil
novecientos treinta. No obstante esto, hay quienes sitúan su
origen mucho antes y lo remiten al aporte hecho por autores clásicos
de las ciencias sociales, pudiéndose establecer así
distintas tradiciones en el campo de la planificación social
(Bustelo, 1996). En verdad, el interés – o, para ser
más exactos, la preocupación- de aquellos autores
estaba más centrada en la cuestión del orden social que
en la planificación misma. En todo caso, el interrogante que
los animaba era cómo se podía construir -con vistas a
futuro- una sociedad mejor. De allí, de esta “mirada
hacia adelante”, surge su asociación con la
planificación social.
Sin
desconocer entonces análisis de más larga data, puede
sostenerse que durante los últimos años de la década
del treinta y los primeros de los cuarenta tiene lugar en los Estados
Unidos un proceso -iniciado por la creciente marginalidad urbana- en
el que se conjugan los campos de la planificación urbana y el
aporte de las ciencias sociales, sobre todo de la sociología.
De esta manera, planificadores y arquitectos dedicados al diseño
de vivienda y nuevos barrios se preocuparon principalmente por la
eliminación de los asentamientos irregulares. Pero -además
de perseguir estas metas físicas- se establecieron algunas
otras de carácter social. De hecho, se aspiraba a la
eliminación de esos asentamientos a través del acceso a
mejores viviendas y al cambio de estilo de vida por parte de las
personas que hasta entonces habían vivido en aquéllos.
Este
otro propósito (el de cambiar la conducta de los marginales y
mejorar, en general, las condiciones de vida de los habitantes de
barrios pobres) recibió en sus inicios distintos nombres.
Entre ellos, los de “…renovación humana,
desarrollo comunitario, programa para las áreas grises y
planificación social…”. (Lazarfield y otros,
1971; p.11) Desde entonces, la expresión planificación
social se ha utilizado la mayor parte de las veces para describir
estos programas o al menos para distinguirlos de los métodos
de planificación física utilizados para mejorar la
traza urbana. De esta manera, se aspiró a darle una entidad
propia a las intervenciones sociales efectuadas, sobre todo en su
comienzo, por el Estado.
En sus
orígenes la expresión “planificación
social” fue tomada de los trabajadores sociales, campo en el
que se ha usado durante largo tiempo para referirse a la
“…coordinación de las actividades de numerosos
organismos individuales que brindan servicios sociales…”
(Ídem ant., p.12). Desde una perspectiva sociológica,
en cambio, tales programas fueron descriptos como esquemas para la
movilidad guiada o, aun más precisamente, para la
movilidad guiada de la clase baja, puesto que se proponen inducir
la movilidad de personas entre sectores sociales, en especial la de
aquellos a quienes algunos sociólogos describían como
integrantes de clase la baja.
Una
vez superada la crisis económica del treinta y a pesar de los
indicios de un mayor crecimiento económico evidenciado algunos
años más adelante, la sociedad norteamericana (en
particular, sus trabajadores sociales y sociólogos) tomaron
conciencia de la necesidad de llevar a cabo intervenciones
‘correctivas’ en el campo de lo social. El objetivo:
saldar situaciones de marginalidad y pobreza que, de otro modo y a
causa de sola dinámica económica, habrían
tendido a agravarse. De este modo surgen las primeras experiencias de
planificación social, cuya expresión más pequeña
es el proyecto social.
En
forma similar a lo sucedido en los Estados Unidos, aunque con una
mayor orientación al ámbito rural y al trabajo con
comunidades campesinas, en Latinoamérica también
surgieron los primeros proyectos y programas sociales enmarcados en
una concepción de desarrollo comunitario y promoción
social (Golbert, 1996; p. 17). De estas primeras experiencias
latinoamericanas cabe decir que son deudoras de las iniciativas de
desarrollo social y de la reflexión en torno a resultados
tales como la acción de promoción en áreas
urbanas de los Estados Unidos (Martínez Nogueira, 1991; p.
115). En esos años – en 1961, para ser más
precisos- los Estados Unidos pusieron en marcha la denominada Alianza
para el Progreso, cuyo propósito fue movilizar recursos
hacia Latinoamérica para contrarrestar el impacto ocasionado
por la revolución cubana en la región. Esta ayuda se
cristalizó en el apoyo a ‘proyectos para el desarrollo’
que desde ese entonces comenzaron a extenderse por toda la región. 2
Las
primeras experiencias en materia de planificación social traen
consigo la posibilidad de establecer prioridades de trabajo a partir
de la elaboración de diagnósticos, la organización
de actividades en función de ciertos objetivos, la chance de
determinar responsabilidades y tiempos de trabajo, así como
también la asignación recursos de un modo más
conveniente y la evaluación de las acciones emprendidas. En
pocas palabras, la planificación aportó a las
intervenciones sociales una lógica que antes no tenían.
No
obstante esto último, cabe también recordar que (en
materia de atención de las algunas necesidades sociales)
existían y de hecho, siguen existiendo, campos respecto de los
cuales se llevan a cabo intervenciones públicas estatales de
un modo amplio y de forma continua. Tal el caso de las áreas
de salud y educación. En estos sectores, se implementaron por
ese entonces los denominados proyectos de demostración.
Así es como se llamó y aún se llama a aquellos
que proponen y llevan a cabo un enfoque o tratamiento innovador de un
problema social. Los mismos suelen estar a cargo de un equipo de
acción/investigación y, entre otros propósitos,
tienen como meta fundamental obtener información significativa
sobre el funcionamiento de los distintos elementos intervinientes en
su gestión. Por esto mismo, se trata de proyectos
caracterizados por una auto-evaluación constante que permite –
de ser necesario- emprender las acciones correctivas del caso, además
de conocer aspectos concernientes a su gestión, resultados e
impactos.
A
través de los años, estos avances fueron asumiendo la
forma de métodos. Así, hacia finales de la década
del sesenta, la agencia de cooperación de los Estados Unidos
(US-AID) concibió el marco lógico que rápidamente
fue incorporado por otras instituciones y agencias de cooperación.
Este método de elaboración de proyectos, que destaca
las relaciones ‘racionales’ entre los componentes
internos de un proyecto, se encuentra vigente hasta hoy día y
cuenta con una importante aceptación. No obstante esto, y
desde mediados de los años setenta, el campo de la
planificación social sufrió importantes
transformaciones a partir del cuestionamiento de gran parte de sus
postulados y modo de funcionamiento. La peor parte en estas críticas
la llevaron los grandes proyectos y programas, parte de los cuales
estaban basados en el modelo del marco lógico. ¿Qué
fue lo que se les cuestionó? Dentro de este nuevo
paradigma – a partir del cual el anterior recibió el
nombre de “tradicional”- surgieron distintas propuestas
metodológicas como, por ejemplo, el sistema de Planificación
Estratégica Situacional (PES), el ZOPP (Zielorientierte
Proyektplanung o Planificación Orientada hacia Proyectos) y el
MAPP (Método Altadir de Planificación Popular). No
obstante, cabe resaltar que esta nueva orientación se adoptó
en distintos grados y, más allá de sus aportes, aún
no ha logrado reemplazar al anterior tipo de planificación.
Algo particularmente evidente en el caso de los pequeños
proyectos llevados a cabo por organizaciones sociales barriales.
***
En lo
que respecta a Argentina –y, con el cuidado del caso, también
en el resto de Latinoamérica- cabe sostener que el uso de
pequeños proyectos sociales cuenta con algunos años de
antigüedad. Algunos autores sitúan su inicio entre fines
de los cincuenta y comienzos de los sesenta (Cardarelli y Rosenfel,
1998) y fechan su generalización entre fines de los ochenta y
principios de los noventa. En
el área de las políticas sociales, por ejemplo, se pasó
de implementar acciones destinadas a mejorar la calidad de vida del
conjunto de la población a otras dirigidas a determinados
sectores sociales; sobre todo, a los pobres. En líneas
generales, y a partir de estas reformas, se pasó a atender
sólo a ciertos grupos de desfavorecidos en aquellos casos en
los que sus familias y el mercado no podían brindarles algún
tipo de asistencia. Por lo tanto, la intervención estatal
adoptó un lugar definitivamente residual en lo que
respecta a las mejoras en las condiciones de vida de la población.
Dicho de otro modo, pasó a ocuparse sólo de aquellos
espacios dejados vacantes por otros actores, deviniendo así en
una suerte de actor de última instancia. Como inesperada
consecuencia de todos estos cambios, resultó así que
los pequeños proyectos (aún sin haber surgido, tal como
se demostró con anterioridad, a propósito de estos
mecanismos) se adecuaron o al menos resultaron ser funcionales al
esquema de nuevas políticas sociales. Esto se observa en
que, por ejemplo, con la incorporación del uso de proyectos se
transfirió la responsabilidad respecto del cambio de la
situación de pobreza a las organizaciones sociales
involucradas en los mismos. En la medida en que estos
cambios se fueron consolidando, gran parte de la asistencia
financiera pasó a desembolsarse contra la presentación
de pequeñas intervenciones planificadas. Estas
transformaciones instalaron, al mismo tiempo, cierto entendimiento
-compartido por organismos de gobierno, agencias de financiamiento
internacional y organizaciones no gubernamentales- acerca de la
‘naturalidad’ respecto de la utilización de
proyectos sociales. En
este apartado, y en el contexto antes establecido, se indagará
en tres aspectos concernientes a la posibilidad de reflexionar en
torno al uso de proyectos sociales. En primer lugar, se describe la
situación en la que se inscriben estas prácticas,
prestando especial atención a la relación entre
proyectos, pobreza y capacidades locales. En segundo lugar, se
presentan algunos comentarios sobre el sentido de las acciones de los
actores -en particular, destinatarios, técnicos y agencias de
apoyo a proyectos- y como tercer punto se aborda la relación
entre proyectos y política.
2.1
Pobreza, capital humano y social
De
acuerdo a la experiencia existente es factible sostener que, para
llevar a cabo un pequeño proyecto, se requiere de determinados
elementos básicos. Entre otros, cabe mencionar la existencia
de cierto grado de interés y participación por parte de
la población involucrada en la situación a modificar.
En otras palabras, se necesita su tiempo y dedicación, junto
con su capacidad de asumir responsabilidades, relacionarse con otros,
administrar tiempos y recursos, confiar en terceros el desarrollo de
actividades, etc. Por lo tanto, todo proyecto requiere de un grado
básico de desarrollo de capital humano y de cierto soporte
comunitario o capital social. 4
Con
respecto al capital humano, la experiencia demuestra que no resulta
sencillo involucrar en determinado proyecto a las personas inmersas
en una situación de pobreza extrema. Particularmente, en
actividades tales como el diseño y la gestión del
mismo, puesto que ambas actividades suponen un nivel de complejidad
que a menudo las excede. En este sentido, sirvan como ejemplo las
dificultades observadas para la definición de objetivos y
metas (dos conceptos a menudo difíciles de diferenciar para
los involucrados), y hasta de la posibilidad de pensar en términos
de estructura grupal asumiendo un horizonte temporal de – como
mínimo- mediano plazo. Estos
requerimientos -intrínsecos a la propia lógica de los
proyectos- sesgan negativamente la participación de personas
pobres en la formulación y gestión de los mismos,
relegándolas por consiguiente y en gran cantidad de ocasiones,
a la mera condición de receptores o ‘beneficiarios’
de los bienes o servicios generados a través de esas mismas
iniciativas. De allí que estos escollos –dado que los
proyectos son la única posibilidad de acceder a los recursos-
a menudo sean saldados a través de la contratación de
‘especialistas’ o gestores, en la jerga de las
políticas públicas. En
esta instancia se podría identificar -a modo de imagen y como
elementos claramente diferenciados- lo que bien podríamos
denominar las vidas paralelas de un proyecto. La primera de
dichas “vidas” estaría asociada a su manifestación
como ‘formulario´, mientras que la otra referiría
a su desenvolvimiento como ‘proceso social’. Considerar,
pues, únicamente la primera de ellas supone confundir el
camino o, al menos, salir en busca de un atajo que, en verdad,
conduce a un sitio distinto de aquel al que en principio se quería
arribar. Por el contrario, comprender a los proyectos como pequeños
procesos sociales habilita la posibilidad de establecer el
itinerario a seguir hasta llegar al destino elegido, más allá
que finalmente se lo pueda (o no) alcanzar. De allí la
importancia de que los grupos destinatarios puedan asumir dichos
proyectos como propios, y en sus distintas dimensiones. Pueden, por
caso, encargarse de su elaboración -incluyendo su escritura en
un formulario- y también de su desarrollo.
En
lo relativo al capital social, en primer lugar se puede sostener que
la estrategia de políticas sociales desplegada en los noventa
trabajó con sobreentendidos, dando por ejemplo como ciertas
determinadas condiciones respecto de la situación de contexto.
Entre las creencias o supuestos más comunes de aquellos años
podría mencionarse la existencia de un grado de organización
social importante (redes, solidaridades primarias, etc.) en gran
parte de las comunidades pobres del país. Sin embargo, la
realidad demostró la inexactitud de dicha presunción y,
de hecho, distintos estudios en la materia dan cuenta de la
heterogeneidad existente aún hoy en día en el campo de
las organizaciones sociales. 5
En
la década del noventa, y para el caso argentino, el poder
desarticulador de la pobreza de larga data quedó de manifiesto
en la descomposición de los lazos sociales y la ruptura de las
solidaridades primarias, un fenómeno propiciado además
por el discurso y las prácticas de las políticas
neoliberales vigentes en ese entonces. Coexistieron en aquellos años,
aunque contradictoriamente, aspectos asociados al incremento de
actitudes individualistas con acciones destinadas a la promoción
de la organización social. 6
En
resumidas cuentas, y a modo de primer corolario, puede sostenerse que
la situación de pobreza se torna, por una parte, en el objeto
de cambio de los pequeños proyectos sociales pero, por la otra
y paradójicamente, en un importante impedimento para la
concreción de los objetivos propuestos. Este diagnóstico,
en particular en lo que toca al segundo aspecto, dio lugar a la
puesta en marcha de toda una serie de programas de fortalecimiento de
grupos e instituciones orientadas a contrarrestar en algo esa
ausencia de capital social, indispensable para la puesta en
funcionamiento de los pequeños proyectos sociales. 7
2.2
Proyectos y actores sociales
El
campo de acción de los proyectos -además de estar
relacionado con entornos signados por la pobreza- suele constituirse
en un espacio en el que conviven múltiples lógicas de
acción propias de distintos actores. El interés en el
estudio de los actores radica en que son quienes contribuirán
(o no) a la construcción de la viabilidad social del proyecto.
Por este motivo se torna indispensable entender el entramado social
que permitirá que el proyecto en juego sea concretado
exitosamente. De todos los actores intervinientes, aquí apenas
nos limitaremos a abordar algunos respecto de los que se plantean, a
su vez, sólo determinadas cuestiones en particular.
Desde
la identificación de necesidades y problemas relevantes hasta
el logro de los objetivos fijados, resulta sumamente importante el
modo en que se construyen y desarrollan las relaciones entre los
actores. ¿Por qué? Porque es precisamente en esta
instancia en la que se juega el proyecto como proceso social,
como oportunidad de fortalecer capacidades para el cambio (abriendo
instancias de participación y organización de los
sectores populares) o, por el contrario, como simple posibilidad de
atraer recursos al barrio o la comunidad. En
principio, deben mencionarse los grupos destinatarios de los
servicios o bienes generados por los proyectos, aquellos quienes
desde agencia de apoyo a proyectos aparecen como “beneficiarios”.
Una denominación por cierto paradójica (cuando no
contradictoria) teniendo en cuenta que para ser tal hay que ser pobre
o vulnerable en algún aspecto, algo así como haber sido
– y antes que nada- “beneficiado” con la pobreza
(¿?). En
relación a estos procesos participativos, también cabe
apuntar que los destinatarios a menudo perciben cierta contradicción
entre a) el espacio generado alrededor del proyecto donde -trabajo de
los promotores sociales mediante- suelen ser escuchados y tenidos en
cuenta y b) la situación de contexto más general en las
que sus chances de ser considerados suelen ser sustancialmente
menores y, en la mayoría de los casos, quedan restringidas a
las consultas electorales.
En
todo caso, entre destinatarios y agencias de financiamiento están
los promotores sociales y mediadores políticos.
Existe – en particular sobre estos últimos- estudios
realmente significativos (Auyero, 2002), por lo que este comentario
está centrado más que nada en los promotores sociales,
agentes comunitarios o simplemente técnicos, como los
denomina el argot del caso. Los mismos entran en la escena
barrial casi simultáneamente con el surgimiento del uso de los
proyectos y la constitución de las primeras organizaciones de
apoyo técnico. Hasta podría decirse -sin temor a
errores- que hoy en día constituyen parte del paisaje o, mejor
dicho, del elenco de gran parte de los barrios periféricos
de cualquier gran ciudad latinoamericana.
Esta
centralidad en la escena barrial despertó en muchos barrios el
interrogante sobre el o los verdaderos objetivos de los técnicos.
¿Acaso buscan facilitar el trabajo de las agencias de apoyo a
proyectos o más bien promover el desarrollo de los grupos de
población pobre? En realidad, la anterior disyuntiva puede
allanarse ubicando la cuestión en el justo medio y diciendo
que, en gran medida, los técnicos ofician de bisagra
entre los intereses de las agencias y las expectativas y necesidades
de los destinatarios. En muchas oportunidades, además, esta
tarea -por demás loable- no resulta nada sencilla puesto que,
por un lado, supone descifrar acertadamente los objetivos y
mecanismos de funcionamiento de las agencias de apoyo a proyectos y,
por el otro, conjugar esa lógica con la dinámica social
en que se expresan las necesidades y las capacidades del barrio.
En
cuanto a las agencias de apoyo a proyectos suele ser mucho lo dicho,
pero también lo que resta por decir. En búsqueda de
las tan remanidas eficacia y eficiencia, gran parte de
las mismas optaron por recortar sectorial y poblacionalmente sus
intervenciones. De allí que hoy, por ejemplo, se preste apoyo
a acciones específicas y acotadas tales como un proyecto de
prevención de enfermedades de transmisión sexual
destinado a adolescentes o de promoción de la empleabilidad de
desocupados de larga data, etc. Sin
lugar a dudas, el Estado -cuando asume el rol de agencia de apoyo a
proyectos- merece un comentario aparte. Porque, en su caso, además
de las anteriores afirmaciones también caben otras
concernientes a su pretensión de asumirse como portador del
bien común. En este sentido, cuando el Estado elige
intervenir en base a la implementación de proyectos,
automáticamente provoca múltiples efectos en las
representaciones que tienen de él los sectores pobres. De
más está decir que estos comentarios no agotan el
análisis de los actores y sus vinculaciones con los proyectos,
y sólo tuvieron la intención de presentar un tema por
demás amplio y complicado.
En
resumidas cuentas, y como nuevo corolario, puede sostenerse pues que
no parece sencillo -y los hechos así lo confirman- que estos
actores puedan conjugar fácilmente sus intereses y esfuerzos
de manera mancomunada detrás de un proyecto. En todo caso, el
conocimiento del sentido de su lógica de acción
posibilita una mejor comprensión de la situación en la
que se insertan los proyectos, sus oportunidades y limitaciones.
2.3 Proyectos y ¿asepsia
política?
Dentro
del campo de las políticas públicas y, en particular,
las políticas sociales, suele ser común entender a las
esferas técnicas y políticas como áreas
escindidas y, en muchos casos, incluso contrapuestas. 8
En
esta materia, cabe establecer dos niveles de análisis: por una
parte, el de la política como práctica clientelar y,
por la otra, como instancia más general capaz de promover
transformaciones en la realidad social. En este sentido, y respecto
del primer nivel de análisis, resulta conocida aquella
posición para la que la introducción de los proyectos
repercutió favorablemente en la asignación de recursos
en detrimento de su uso discrecional. De esta manera los proyectos
introducen cierta lógica en la atención de prioridades,
la evaluación de estrategias de intervención, el uso
eficiente de los recursos, etc. Esto es claro y aquí parece no
haber gran discusión.
En
relación a la segunda instancia, sintéticamente puede
sostenerse que los proyectos se instauran sobre un equilibrio
inestable, definido por la tensión constante entre perpetuar
el actual “estado de cosas” y posibilitar procesos de
cambio social. En principio, cabría mencionar que los
proyectos (por su misma especificidad) no pueden resolver la cuestión
de índole macro 9.
En
contrapartida a estos comentarios, se podría argumentar (y con
razón) que, cuando un proyecto se lleva a cabo desde una
mirada participativa, los procesos puestos en marcha
indefectiblemente fortalecen la capacidad de análisis crítico
de la realidad por parte de los destinatarios. Algo que, a menudo,
supone el primer e indispensable paso en una comprensión de la
pobreza como fenómeno pluricausal. Es decir, puede que los
proyectos no resuelvan importantes problemas sociales como la
desigualdad social, la pobreza o la desocupación, lo cual no
quita que -en determinadas situaciones- éstos contribuyan a un
fortalecimiento de prácticas ciudadanas y una profundización
de la democracia a partir de la que buscar alternativas de respuesta
a esas situaciones.
Esta
ambivalencia o tensión, claro está, plantea dos
alternativas de resolución enfrentadas. La primera, que los
proyectos sirvan simplemente como instrumentos para introducir una
mayor racionalidad en el uso de recursos. La segunda, que puedan dar
lugar a procesos participativos y de organización social más
amplios, a partir de los cuales generar otros impactos de más
largo aliento.
Esta
línea argumentativa, sin embargo, podría ser refutada
simplemente diciendo que los comentarios previamente formulados se
corresponden solamente con los proyectos inscriptos en un tipo de
planificación tradicional, en la que no se lleva a cabo un
análisis situacional contemplando que los distintos actores
tienen distintos propósitos políticos y en la que el
conflicto no es asumido por quien planifica. Aun cuando este
comentario sea pertinente, no menos apropiado resulta apuntar que hoy
en día “…el abandono de la metodología
tradicional de programación no ha sido universal. Sus
alternativas no alcanzaron aún el grado de consolidación
que aquella supo disfrutar por tanto tiempo, tal vez por su mayor
complejidad y variedad…” (Martínez
Nogueira, 1998; p.25)
En
síntesis, y quizás como principal logro atribuible al
uso de los proyectos, debería consignarse su capacidad para
restringir el uso clientelar de los recursos públicos y su
contribución a la generación de espacios de
participación social. En efecto, “…los grupos en
situación de desventaja encuentran en estos proyectos la única
opción de protagonismo -aunque sea limitada- en asuntos que
les conciernen y que les ofrecen ámbitos de sociabilidad,
identidad, lealtades internas y vinculaciones con sectores de poder,
además de acceso a bienes esenciales y a la capacidad de
gestión para involucrar a familias enteras en el mercado
asistencial…” (Cardarelli y Rosenfel, 1998; p.74)
Palabras finales
Durante los últimos
años, el uso de proyectos se generalizó al punto tal de
convertirse en ‘natural’. En determinados casos, las
organizaciones fueron constituyendo y hasta variando su misión
institucional a partir del desarrollo de distintos proyectos
sociales, como si poco o nada existiese más allá de
estos. Así, organizaciones y proyectos se transformaron casi
en sinónimos, en una misma cosa. Este artículo
intentó aportar algunos elementos para problematizar
situaciones como la anterior. En primer lugar, se reconstruyó
en parte la historia de la planificación social. Luego se
revisaron los prerrequisitos para la puesta en marcha de
cualquier proyecto (capital humano y social), la necesidad de
conciliar los distintos intereses y lógicas de acción
social en función de construir la viabilidad social del
proyecto (las relaciones entre actores) y, por último, se
comentó la tensión entre la posibilidad de consolidar
el actual ‘estado de cosas’ o lograr cambios en
las condiciones de vida de los sectores pobres (su relación
con la política) en que se inscriben las prácticas
basadas en proyectos.
En cualquier caso, de lo
que se trata es de considerar los aspectos antes revisados y de sumar
otros, priorizando en todos los casos la mejora en las condiciones de
vida de los sectores más postergados de la sociedad. En esta
discusión a futuro, cabe también interrogarse en qué
medida resulta apropiado a la implementación de proyectos, así
como también qué esperar de estos. Por lo que vale
desandar el camino y utilizar selectivamente a los proyectos como
instrumento de intervención social.
Bibliografía
NOTAS
1
Este artículo surge del intercambio de opiniones con otros
colegas y reflexiones propias entorno de experiencias de apoyo a la
generación de proyectos propiciada desde programas sociales
estatales y de la realización de talleres para la
formulación de proyectos llevados a cabo en distintas
instituciones educativas y organizaciones de la sociedad civil. En
todos los casos, las afirmaciones aquí sostenidas son sólo
responsabilidad del que suscribe.
2
Para consultar en detalle en qué consistió esta
política, se puede consultar “The 1961 Foreign
Assistance Act”
(http://www.usaid.gov/about_usaid/usaidhist.html)
3
La denominada “guerra contra la pobreza” surge, en
realidad, como iniciativa estadounidense bajo la presidencia de
Lyndon Johnson en 1964. No obstante, la expresión “guerra
contra la pobreza” fue reasumida, principalmente por los
Organismos de Crédito Multilateral, durante los noventa para
designar a las políticas focalizadas.
4
Por capital social se entiende al “…agregado
de los recursos reales o potenciales que se vinculan con la posesión
de una red duradera de relaciones más o menos
institucionalizadas de conocimiento o reconocimiento mutuo…”
(Bourdieu, 1985). De hecho, el capital social suele ser una
precondición para el desarrollo económico, como así
también para un gobierno efectivo (Putman, 1999)
5 Por caso puede verse al respecto el documento Hacia la constitución
del Tercer Sector en la Argentina, Centro Nacional de
Organizaciones de la Comunidad. Secretaria de Desarrollo Social.
Buenos Aires, 1998. También pueden revisarse a tal efecto
los documentos elaborados por el GADIS
6
En este sentido cabe revisar a los distintos programas sociales de
la época para encontrar en los mismos componentes destinados
a la promoción y fortalecimiento del capital social.
7
A modo ilustrativo se pueden mencionar al Programa
de Fortalecimiento de la Sociedad Civil (Argentina), Programa de
Fortalecimiento de la Sociedad Civil Dominicana (Republica
Dominicana) Programa ejecutivo para ONGS de ALC (Costa Rica)
8
En gran parte de la literatura abocada a las políticas
públicas se suele sostener que la administración,
o para el caso la función de los técnicos, queda fuera
del dominio propio de la política. Las cuestiones
administrativas no son cuestiones políticas y aunque la
política fija las tareas de la administración, debe
abstenerse de manipular sus oficinas. Se puede consultar en esta
materia los escritos de Oszlak, O, por ejemplo, Políticas
Públicas y Regímenes Políticos.
9
En relación a esta temática se
puede consultar el texto de Martinez Nogueira (1991)
* Datos sobre el autor: * Esteban Bogani Egresado de la carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires. Se agradecerá el envío de comentarios a la dirección de correo electrónico: eboga@yahoo.com Volver al inicio de la Nota |
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