Periódico de Trabajo Social y Ciencias Sociales
Edición electrónica |
Por:
Antes
que nada, deseo agradecer a mis amigos –especialmente a Carlos
Arteaga y a Carmen Jonás- de la ENTS-UNAM por haberme dado la
oportunidad de compartir con ustedes algunos fragmentos de mis
conocimientos escasos, de mis experiencias, añoranzas y
esperanzas que se han construido y difundido a lo largo del camino
recorrido como trabajador social en esta América Latina,:
crisol de razas, nuestra Patria
Grande,
la del sueño de Simón Bolívar que es nuestro
sueño, y la del Grito de Dolores (Morelos), que es nuestro
grito.
Pensar
el trabajo social en la perspectiva de la construcción de un
nuevo paradigma –que es el tema que me asignaron los
organizadores de este magno evento- tiene varios requisitos y muchas
implicaciones, tanto en el plano personal como en el propio del
trabajo social en tanto campo de específicas prácticas
sociales. Es decir, no es una tarea fácil aunque sí
pletórica de encrucijadas y entreveramientos que nos obligan a
mantener la mirada vigilante a todo evento que luzca imperceptible o
impredecible, cercano o lejano, probable o improbable, normal o
caótico.
Si
entendemos el término paradigma en el sentido propuesto por
Thommas Kuhn (1971:269) hace ya más de tres decenios, como la
completa constelación integrada de creencias, valores,
procedimientos y técnicas que denotan un determinado caudal de
enigmas y soluciones que
aceptadas y compartidas por los miembros de una
comunidad portadora de una ciencia que, por estar paradigmatizada, es
considerada normal, entonces, pensar la construcción de un
nuevo paradigma presupone que hay uno ausente y, por ello, posible de
ser inventado; asimismo, significa que el paradigma existente ya no
es satisfactorio; va dejando de ser creíble y, por lo tanto,
experimentando un proceso de deslegitimación. Como
consecuencia, su sustitución adquiere sentido de necesidad
histórica. Y si es histórica es política y, más
específicamente, sociopolítica porque nos remite a las
relaciones de poder mediante las cuales los actores sociales del
campo disciplinario, profesional, científico o praxiológico
de que se trate, procuran convencerse, dominarse o hegemonizarse unos
a otros en referencia a los asuntos que son de su interés
crucial, entre estos, la producción de conocimiento y sus
impactos en la calidad de vida de todos y cada uno de los habitantes
de nuestra Patria Tierra (Morin), de nuestra única nave
espacial al decir del periodista venezolano Walter Martínez...
Para
algunos autores, las revoluciones científicas al estilo
kuhniano no son verdaderas revoluciones porque reiteran, repiten,
reproducen la lógica de la represión que caracteriza a
todo régimen, a toda civilización, a toda cultura que
se impone por encima de toda intersubjetividad. Algunos nombres
acuden a mi mente entre la plétora de autores que se han
levantado contra la instauración de todo paradigma y contra
toda represión en sus respectivos ámbitos de saber: me
refiero a Carlos Marx, Sigmund Freud, Iván Illich, Paul
Feyerabend, asimismo a A. S. Neill por sus experiencias
sicopedagógicas en Summer Hill, Londres; asimismo, a Wilhelm
Reich (alumno de Freud y padre del freudomarximo) y el filósofo
Herbert Marcuse (también freudomarxista y crítico
subversivo de la sociedad industrial opresiva, insigne inspirador de
los movimientos estudiantiles de fines de los sesenta y principios de
los setenta del siglo pasado en todo el mundo). Finalmente, debo
agregar a Antonio Gramsci, filólogo y marxista crítico,
cuya obra sólo puede ser comprensible a través de su
propia biografía, y a Jacques Lacan, también filólogo
y eminente sicoanalista de intensa influencia en las ciencias
sociales y las denominadas humanidades.
Menciono
a estos autores por azar aunque en verdad no tanto; más bien
lo hago como agradecimiento tardío, porque fue a través
de sus obras que comencé –hace ya muchas lunas- la tarea
siempre inconclusa de construir mi ideal del yo social, mi imaginario
liberador y contestatariamente no represivo. Desde entonces soy
sujeto inefable de esta no siempre bienamada práctica social
que denominamos orgullosamente trabajo social.
Hablando
de liberación no represiva, les cuento que hace unos días
me preguntaba a través de la Red Latinoiberoamericana de
Trabajadores Sociales (RELATS) si sería posible que llegara a
existir un trabajo social de la liberación así como
existe una sicología social de la liberación, una
teología de la liberación y una filosofía de la
liberación. Si mi pregunta tiene sentido, pregunto si su
respuesta significaría la posibilidad de apuntar hacia un
nuevo paradigma o, al contrario, a la desparadigmatización del
actual trabajo social.
Liberación
versus represión; bloqueo versus desbloqueo. He aquí la
cuestión no resuelta de las relaciones de determinación
que la sociedad, la cultura y la civilización imponen a los
sujetos sociales. Es la razón por la cual creo que el escrito
de Freud, titulado El Malestar en la Cultura (1930) sigue teniendo
vigencia, aunque algunos de sus postulados ya no la tengan, no
obstante que sigue siendo denigrado y relegado al baúl de los
supuestos olvidos que, no importa el tiempo que hayan estado en el
desván, afloran en algún momento como verdades que son
habladas como ecos de nuevos discursos, siempre liberadores. Es por
ello que no me resulta casual que en estos tiempos de posmodernidad,
imperio, globalización, sociedad del conocimiento y
pensamiento único neoliberal, hayan salido a la luz pública
y con buen suceso editorial, dos libros: El Malestar en la
Globalización, de Joseph Stiglitz, cuyo título evoca,
sin proponérselo, El Malestar en la Cultura, de Freud;
asimismo, El Malestar en la Barbarie (entendiendo por barbarie a la
globalización), de Fernando Mires, que se basa en un estudio
crítico del escrito de Freud. 1
Parodiando
los títulos mencionados, podríamos preguntar si existe
–en la perspectiva de un trabajo social de la liberación-
un malestar como experiencia en el trabajo social, mejor dicho, en
los trabajadores sociales, y si la respuesta fuera afirmativa como
espero que sea, podremos parafrasear a Mieres (1998:253) diciendo que
esta fuerza histórica que es el malestar en tanto miedo y
deseo al mismo tiempo, tenemos los trabajadores sociales que
asumirla, concientizarla, compartirla y organizarla en el centro
mismo de las multitudes en el nombre de la cual se legitimó el
quehacer de los trabajadores sociales; asimismo, alimentar dicho
malestar con la pasión subversiva de saber que somos hablados
por la historicidad de nuestra existencia. Y
creo que esta misión comienza con el debate, fraterno pero sin
concesiones, tanto de los supuestos básicos constitutivos de
la especificidad del trabajo social como de los supuestos generales
constitutivos de su universalidad.
He
aquí algunas preguntas generadoras que pudieran contribuir a
dicho debate: ¿Cuáles son las respuestas que está
dando el trabajo social o, mejor dicho, qué tipos de
respuestas estamos produciendo los trabajadores sociales ante los
cambios de nuestras respectivas realidades y, específicamente,
de los objetos y sujetos sociales respecto de los cuales el trabajo
social se constituyó en la específica práctica
que es?, ¿estamos los trabajadores sociales rearticulando el
campo del trabajo social internamente, o las respuestas que estamos
dando están referidas sólo al contexto societal
inmediato?, ¿en qué sentido las respuestas que estamos
dando los trabajadores sociales pueden considerarse respuestas
modificadoras, transformadoras y resignificadoras tanto del campo del
trabajo social como de la realidad de cada país?, ¿los
cambios producidos en el trabajo social atañen a su propia
naturaleza o sólo están referidos a la naturaleza de
las transformaciones societales que se están produciendo tanto
en los ámbitos nacionales como en el internacional?
Son
preguntas cruciales que además de dinamizar debates
pendientes, procuran no delimitar al trabajo social por su capacidad
para ejercer una "mirada trabajadorsocial-lógica",
al estilo de las clásicas miradas sociológica,
antropológica y sicológica que procuran demarcar o
delimitar territorios o esferas de influencia que excluyen la mirada
del otro. En
fin, de lo que se trata –me parece- es de encarnar una mirada
ya no estrictamente disciplinaria o profesionalizante y, por lo tanto
defensiva y conservadora de un área o varias áreas de
coto, sino, de intentar poner en marcha una nueva visión de
mundo y, por lo tanto de una nueva concepción acerca de cómo
pensar y hacer las cosas, poniendo de relieve nuestra capacidad de
apertura significante hacia nuevos escenarios de conocimiento,
problematización y actuación interdisciplinaria,
multidisciplinaria y transdisciplinaria.
Desde
el conosur hacia el norte de nuestra América
Latinoindoafrocaribeña –los estudiantes y colegas
mexicanos me harán el favor de contrastarme con sus
experiencias- me parece que amplios colectivos de trabajadores
sociales muestran menor inclinación por los criterios de
ampliación o apertura en favor de los de demarcación
esencialista, referidos estos al bienestar asistencial de individuos,
grupos y comunidades, considerando seguramente a esta reducción
como una característica favorable a una seguridad más o
menos cómoda como la que nos ofrece el posicionamiento de lo
que consideramos como área de coto. Como
ya hemos mencionado, los criterios estrechos están más
relacionados con la representación social de estamento,
disciplina o territorio enclaustrado, paradigmatizado.
Contrariamente, el término mismo de amplitud se vincula más
con la representación de cause, corriente, enfoque o
movimiento. Para
ellos las definiciones amplias engloban más cosas que son
acusadas de difusas, poco sistemáticas o poco metódicas
de forma tal que cualquier objeto o situación intersubjetiva
resultaría ser trabajadorsocialogizable, de la misma forma que
para las demás disciplinas de la ciencia social todos los
objetos sociales resultan ser antropologizables, sociologizables,
sicologizables, politologizables, sicanalíticogizables,
lingüísticogizables ...
Ahora
bien, me parece que para que el trabajo social no se pierda en un
entramado confuso de objetivos, intereses, prácticas y
discursos que aparentemente no nos pertenecen, tenemos que desenredar
nuestros propios nudos o bloqueos internos, es decir, apropiándome
del título de un libro colectivo venezolano, aprender a
desarmar modelos (Frechilla y Texera, comps., 1999) al mismo tiempo
que asumimos la realidad de los ovillos externos; entonces, recién
podremos empezar a replantearnos preguntas básicas tales como
qué es trabajo social o, mejor, qué es el ser del
trabajo social y cuál es su concepción de mundo, cuál
es su misión y cuáles son sus desideratos en cada
momento histórico, en cada ámbito de la realidad.
Asimismo, decidir críticamente qué vamos a hacer, por
ejemplo, con la metodología -que podemos creer que es
exclusivamente nuestra-, pregunta cuya respuesta sólo adquiere
sentido de realidad si la producimos teniendo como referente
fundamental nuestro heterogéneo trabajo de campo, la ambigua
práctica académica así como a nuestra tenue y
frágil empresa investigativa.
En
todo caso, con estas preguntas sólo he querido señalar
el énfasis que considero necesario: ni el trabajo social ni
ninguna disciplina o ciencia –así sean denominadas
suaves o duras, abstractas o empíricas, aplicadas o no- puede
sobrevivir sólo y exclusivamente con teoría ni sólo
ni exclusivamente con práctica. Práctica que no se
reflexiona, sistematiza ni teoriza alimenta la queja de la carencia,
de la repetición y de la incompetitividad. El
consumo ideologizante, mistificador, acrítico,
descontextualizado y dogmático que algunos sectores del
trabajo social hacen de teorías sociales -especialmente
sociologistas y economicistas- buscando en ellas respuestas tácticas,
operativas e instrumentales que les permita solucionar los problemas
propios de la práctica, ha venido marcando la conducta de
amplios sectores de trabajadores sociales, tanto profesionales de
campo como de la academia, signando al trabajo social con una
variedad de sesgos especialmente activistas, pragmatistas,
administrativistas, academicistas y burocratistas, que se han venido
traduciendo en el ejercicio de un pensamiento de baja intensidad y
corto alcance, por lo demás poco tolerante de la complejidad,
la turbulencia y la incertidumbre.
De
lo anterior se derivan al menos dos retos que tenemos por delante los
trabajadores sociales: por un lado, la construcción o, mejor,
la encarnación de un pensamiento y un lenguaje estratégico
de corto, mediano y largo plazo nos permitirá facultarnos para
ejercer plenamente nuestra autonomía argumentativa frente a
los dinamismos de los poderes formales e informales, tanto del lado
de la señora sociedad civil como del señor estado...
¿Qué
importa lo que seamos: una u otro o todos juntos y algo más?
Por
ejemplo, al sicoanálisis nunca le ha preocupado ser ciencia ni
técnica ni sicoterapia y nunca lo ha sido. El sicoanálisis,
al igual que la terapia sistémica y al igual que algunos lo
hacemos con el trabajo social, viene siendo definido como una
práctica que tiene un sujeto: el sujeto social. Gracias a
ello, los desarrollos más preclaros del sicoanálisis se
produjeron fuera de la universidad, fuera del discurso de la
universidad que, al decir de Lacan, reproduce el pensamiento de la
iglesia, es decir, el pensamiento dogmático.
La
producción del saber sicoanalítico en los planos
metateórico, ético, ontológico, epistemológico,
hermenéutico, dialéctico, subjetivo, etc., viene siendo
un permanente e innegable aporte a la ciencia social, a la ciencia
política, a las ciencias humanas, cibernéticas y
sistémicas.
Más
allá de si el trabajo social es ciencia, técnica o lo
que sea, lo que importa, me parece, es que constituyamos al trabajo
social en un proceso social de producción de conocimientos y
saberes que podamos difundir y revalorar en el crisol de la crítica
y la autocrítica, tanto entre los colegas entre sí como
entre estos y otros profesionales, pero fundamentalmente con los
sujetos de nuestra praxis tecnocientífico-profesional.
Con
base en mi propia experiencia, dichos conocimientos, me parece, están
especialmente referidos a lo siguiente (Barrantes 2001):
Los
modos en que las sociedades alimentan recíprocamente la
satisfacción de carencias y el potenciamiento de aspiraciones
de los diversos conglomerados sociales, con las necesidades de
redespliegue y humanización del conjunto de las relaciones
sociales que le dan significado la sociedad considerada en su
conjunto más inclusivo.
La
construcción de una cultura de paz, justicia,
multietnicidad, multiculturalidad, pluriversalidad e
integración fraterna de los habitantes del país de que
se trate entre sí y con todos los pueblos del mundo, en
especial entre los pueblos de nuestra América
Latinoindoafrocaribeña.
La
producción de verdades, la creación de estados de
derecho y de justicia social; asimismo, la construcción de
mundos de vida que se basen en el respeto al derecho ajeno, la
tolerancia de las diferencias, la potenciación de identidades
y la práctica cotidiana de las normas mínimas de la
convivencia pacífica en sociedad.
La
construcción de bienestares y plenitudes individuales y
colectivas que se basen en el ejercicio inalienable de la democracia
y de la libertad de conciencia y de pensamiento.
Una
vez definido el estatuto del trabajo social 2,
podremos hablar de otras cosas y, fundamentalmente, decidir en
términos político-organizacionales,
político-estratégicos, táctico-operacionales
o ético-geopolíticos, el marco conceptual referencial
básico, para entendernos entre la pluriversidad de colectivos
de trabajadores sociales y demás sujetos de conocimiento,
saberes y de vida; asimismo, para poder colocarnos en condiciones de
constituirnos en una verdadera comunidad nacional e internacional
latinoindoafrocaribeña de trabajadores sociales noseológica,
económica y socialmente productiva.
Ya
para ir cerrando este “collage” de parpadeos
constitutivos de una mirada que está a la espera de ser
alimentada y construida conjuntamente con ustedes y por quienes
tengan a bien leerme posteriormente, quiero recapitular diciendo que
aquí hemos apuntado a una perspectiva, a un enfoque no
paradigmático. En este sentido, nos hemos interesado por
articular una reflexión de las relaciones entre trabajo social
y trabajadores sociales, entre sujetos de libertad y comunidad, entre
sociedad y civilización, reflexión a través de
la cual el trabajo social sea confrontado por los cambios
experimentados en el país nacional o la configuración
societal de que se trate, y no a la inversa.
Las
preguntas y las respuestas quedan abiertas. Ustedes, caros
estudiantes y colegas, queridos todos, tienen la palabra. Sin
paradigmas.
Barrantes,
César (2002) Proyecto de Ley del Trabajo Social,
Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela,
Caracas.
Freud,
Sigmund (1975), El Malestar en la Cultura, Alianza Editorial,
Madrid.
Kuhn,
Thommas (1971), La estructura de las revoluciones científicas,
Fondo de Cultura Económica, México.
Leclaire,
Serge (1989), “La función ética del
sicoanálisis”, en Varios (1989:44-54).
Martín
Frechilla, Juan José; Texera, Yolanda (comps., 1999), Modelos
para desarmar. Instituciones y disciplinas para una historia de la
ciencia y la tecnología en Venezuela, Consejo de
Desarrollo Científico y Humanístico, Universidad
Central de Venezuela, Caracas.
Mires,
Fernando (1998), El Malestar en la Barbarie, Editorial Nueva
Sociedad, Caracas.
Morin,
Edgar (1997), “Civilizar la tierra”, en Trabajo
Social, pág. 62, Escuela Nacional de Trabajo Social,
Universidad Nacional Autónoma de México. México,
D. F.
Morin,
Edgar (2001), “En toda civilización habitan las
barbaries”, Tribuna Abierta, en línea: www.clarin.com
(derechos de autor de Clarín y Le Monde, 2001) traducción
de Cristina Sardoy, Buenos Aires.
Stiglitz;
Joseph (2002), El Malestar en la Globalización,
Editorial Taurus, Buenos Aires.
Varios
(1989), Aspectos del malestar en la cultura. Sicoanálisis y
prácticas sociales, Coloquio del CNRS, organizado bajo la
dirección de M. Zafiropoulos, Ediciones Manantial, Buenos
Aires.
NOTAS
1
En esta misma perspectiva, no menos importante resulta la
comunicación periodística de Morin (2001), quien
también nos sugiere –a su manera y con gran esperanza
planetaria que “no debemos pasar por alto que hay una barbarie
incluida en nuestra civilización, que ésta produce
fuerzas de descomposición y de muerte y que a nuestro
hiperdesarrollo científico y técnico corresponde un
subdesarrollo mental y moral... En el estado bárbaro actual
del mundo,...Es necesario ...avanzar...hacia la sociedad-mundo y la
tierra-patria. Tal vez debamos avanzar todavía hacia el
abismo para que haya un verdadero salto, para que la sociedad-mundo
se actualice en sociedad de naciones y culturas unidas contra la
muerte”, y citando a Freud en otro lugar (Morin 1997:62), nos
recuerda con éste “que es tiempo de que el Eros eterno
(amor, amistad, fraternidad, solidaridad) vualva a tomar las fuerzas
contra su enemigo no menos eterno”, sea el Tanatos.
2
Este “una vez” no
tiene sentido de después en sentido cronológico o
etapista, sino lógico o como momentos que se pueden realizar
concomitantemente.
* Datos sobre el autor: * César A. Barrantes A. Profesor investigador de la Universidad Central de Venezuela. Ponencia magistral de cierre presentada al Quinto Congreso de la Federación Mexicana de Alumnos y Egresados de Escuelas de Trabajo Social, celebrado en la Escuela Nacional de Trabajo Social de la Universidad Nacional Autónoma de México, del 17 al 19 de noviembre de 2004. Forma parte del proyecto de investigación, “Representacines Sociales de los Trabajadores Sociales sobre el Trabajo Social y su Práctica Pofesional en la Veneezuela Actual”, financiado por el Cosnejo de Desarrollo Científico y Humaniístico de la Universidad Central de Venezuela. Volver al inicio de la Nota |
Volver al sumario | Avanzar a la nota siguiente | Volver a la portada para suscriptores |