La
Sociedad Argentina reconoció mediante la Ley Nacional Nº
23.377/86 a la profesión de servicio social, como a la
actividad esencialmente educativa de carácter
promocional, preventiva y asistencial, destinada a la atención
de situaciones de carencia, desorganización o desintegración
social que presenten personas, grupos y comunidades. La ley fija como
propósito social y profesional del servicio social, tender al
logro de una mejor calidad de vida de la población,
contribuyendo a afianzar en la sociedad un proceso
socio-educativo.
De lo expuesto surge
claramente la relación epistemológica que existe
entre la Educación y el Servicio Social. En esta
correspondencia funcional le cabe al servicio social contribuir desde
la Educación Social y más específicamente,
en el proceso socializador que influye en la formación
sociocultural del ser humano, principal componente del
sistema social.
Del
servicio social y como enfoque sociocultural de la profesión,
surge la sociatría como disciplina científica y
socioeducativa. Su objeto de estudio y tratamiento son las
situaciones disociales que afectan el equilibrio de los
sistemas sociales humanos y su incidencia en el proceso de
socialización. En lo educativo le compete atender a
uno de los respectos más esenciales para mejorar la calidad
de vida en la sociedad, que es promover el grado de conciencia social
y el nivel de capacitación social en los ciudadanos,
ilustrando e instruyéndolos sobre las particularidades y
generalidades del ámbito social donde transcurre la existencia
interhumana. Su acción socioeducativa nutre y desarrolla en el
ser humano la aptitud sociocultural que permite una participación
ciudadana organizada, comprometida y consustanciada con la orgánica
natural y la funcionalidad del sistema social que integra.
Por tal
motivo, abordaremos el tema en cuestión desde una cosmovisión
sociátrica de la educación y en esta ocasión
vamos a referirnos a la aptitud sociocultural, que es
aquella sociabilidad o disposición innata en el
hombre, que necesita desarrollar y acrecentar en función de
brindar y obtener una mejor calidad para su vida convivencial.
Partamos
entonces, de dos ejes conceptuales de la teoría sociátrica:
La realidad y la cultura.
La
Realidad esta construida esencialmente de verdades,
mientras que la realidad de los hombres lo está; de verdades,
de ignorancia y de mentiras. La calidad de vida de los
pueblos dependerá de con qué se nutren. La ignorancia y
la mentira alimentan seudo creencias que están
distantes de la realidad, por lo cual generan modalidades de vida
sustentadas en prejuicios, errores y perversidades, que favorecen el
engaño y la discordia en las unidades sociales (pareja,
familia, grupos, comunidades, etc.).
La
Cultura es el producto de la interacción entre la
naturaleza y el hombre. Las modalidades de vida de los pueblos
debieran responder, fundamentalmente, a las peculiaridades de su
hábitat y entorno. La naturaleza le revela sus leyes y el
hombre dotado de intelecto, las percibe, luego las capta con mayor
claridad y procede a su decodificación científica y
posterior codificación cultural, a fin de poder transmitirlas
a su especie y progenie.
Este dinámico proceso de
retroinformación garantiza la armonía y el equilibrio
existencial. En el transcurso de la historia de la humanidad, esta
labor fue desempeñada por sabios y científicos pero
también, fue y es cumplida primariamente, por los padres
para con sus hijos en el ambiente hogareño. En otra
etapa evolutiva, intervendrán contributivamente otras
instituciones educativas y sociales.
La
modalidad de vida que responde a las seudo creencias, para la
sociatría conforman el marco conceptual de la seudo
cultura. Y esta es, la influencia que impera en las
barbaries y en las sociedades subdesarrolladas.
La
calidad del proceso de socialización, dinámica
socioeducativa permanente, por la cual se adquieren habilidades y
asimila información proveniente de las experiencias, las
circunstancias, las ciencias, etc. y mediante la cual se transmite la
cultura de los pueblos, de generación en generación,
dependerá substancialmente de la aptitud y capacidad del
agente socializador para captar y transmitir fielmente los datos de
la realidad.
Por ello en las comunidades, surge la necesidad de
fomentar la investigación científica, asegurar calidad
en la educación y en la formación de especialistas en
todos los órdenes de la vida; como científicos,
docentes, profesionales, técnicos, empresarios, políticos,
ciudadanos responsables, etc. Pero hay un aspecto esencial,
primordial y es aquel que refiere a las habilidades y conocimientos
propios de la convivencia interhumana.
Aquella
parte de la cultura que refiere a la vida social se denomina
sociocultural y ella surge de la interacción social.
Su adecuada enseñanza y aprendizaje le permiten al hombre
asegurarse calificados ámbitos de convivencia interhumana.
Para la
sociatría, una de las causas cruciales del estado de
inconducta social, anomia, inseguridad y desconcierto vital que
impacta, alterando el microorden en el sistema de expectativas
sociales, es la carencia de Aptitud Sociocultural en el
Hombre del Siglo XXI.
Esta
carencia es el resultado de un sistema educativo inefectivo heredado
del pasado siglo y producto de una versión solapada de la
realidad, y modelada cada vez con mayores recursos tecnológicos
por la seudo cultura. Esta influencia atroz logró prolongar en
los pueblos, los estados de ignorancia, imprudencia e
irresponsabilidad social, propios de una infancia huérfana de
modelos familiares y sociales funcionales. En este sentido, una
detenida lectura de los hechos concretos que se manifiestan a diario,
mientras transcurre el nuevo milenio, lo pone en evidencia:
Hogares
cada vez más vacíos y a sus núcleos atrapados
fuera del rol familiar.
A
los niños y jóvenes sin una calificada conducción
sociofamiliar.
A
los establecimientos educativos con jornadas cada vez más
extensas y presupuestos cada vez más exiguos.
A
las políticas educativas, que privilegian la educación
racional por sobre la emocional y descuidan la formación
convivencial.
A
una avasallante influencia seudo cultural que se transmite por los
medios televisivos e internet, cuyo influjo imprime en las jóvenes
generaciones modalidades adversas a la cultura regional y muchas
veces perjudiciales para la salud y la armonía social.
A
la institucionalización de corporaciones seudo políticas
instaladas en la estructura democrática y órganos de
poder, que desde allí y con sus malos ejemplos, desvirtúan
los valores originales de la actividad política, la justicia
y la vida comunitaria funcional.
A
una ciudadanía adoctrinada sólo para satisfacer la
exigencia laboral, pagar servicios e impuestos y sobrevivir
indefensamente a una crisis integral y multifacética, sin
conciencia del rol protagónico que le confiere su embestidura
social. Ignorando que todas las instituciones, mercados y servicios
que operan en la sociedad incluyen en sus sistemas como parte
esencial al ciudadano, ya sea en calidad de cliente, usuario,
alumno, paciente, transeúnte, contribuyente, etc. ¿Quién
educa y capacita al ciudadano para ejercer el control de calidad de
las prestaciones y servicios que la sociedad le brinda?
Evidentemente,
se trata de toda una secuencia de hechos predisponentes,
condicionantes y desencadenantes de situaciones problemas emergentes,
de un sistema social humano disfuncional. Podríamos incluir en
el diagnóstico a un sistema educativo carente de educación
social. Es evidente en la escena pública la actuación
de personajes sociales desempeñando roles de calificado status
que desde allí operan, desvirtuando las mores. La ley del
mercado ha deshumanizado a las sociedades y a sus habitantes. ¿Cuál
es el concepto de Comunidad que prevalece?
Cómo
definir lo que debe entenderse por Aptitud Sociocultural?: De la
misma manera que un artesano requiere disponer de aptitudes:
Cognitivas
para idear y pergeñar su obra artística.
Operativas,
para ejecutarla.
Modales,
para cualificarla adecuadamente, y
Sociales
para conducir el ambiente laboral, vincular o relacional con la
comunidad.
De
idéntica manera, todas las situaciones sociales le requieren a
sus protagonistas e intervinientes poseer determinadas aptitudes para
satisfacer efectivamente el motivo que las creó, más
aquellas básicas y elementales que hacen a la dinámica
social. La Aptitud Sociocultural implica, entonces, los
requerimientos cognitivos, operacionales y modales culturales
apropiados para transitar adecuadamente el hecho
convivencial en los variados ámbitos que nos
toca interactuar. Desde esta comprensión es que hablamos del
arte de la convivencia o de vivir juntos;
donde, como actores sociales debemos procurar la concordia y
para ello, se tiene que aprender a manejar con prudencia y
responsabilidad, entre otras cosas; las diferencias, con sus
discrepancias y conflictos.
Todo un
aprendizaje social que por siglos el hombre vivenció primaria
y básicamente en su hábitat familiar, conducido por
adultos significativos y como parte esencial del proceso de
socialización.
Es muy
importante comprender que la dimensión sociocultural, que
pertenece al espacio interno del sistema social, donde transcurre
cotidianamente la vida humana, posee sus propias demandas y
exigencias que la educación social debe atender. El ser social
supera cualitativamente al ser individual, ello implica un salto
dialéctico hacia lo interpersonal, a la interdependencia y
co-responsabilidad social, propiedades estas, emergentes del hecho
social.
El
sistema social humano (parejas, familias, empresas, comunas,
sociedades) para funcionar de manera efectiva y alcanzar su
equilibrio, requiere que sus componentes lo conozcan, sepan de su
propósito, cómo funciona, cuáles son sus leyes y
sus principios sociales contributivos, es decir, les demanda
responsabilidad social, o sea, obrar con conciencia social y
aptitudes cognitivas, operativas y modales específicas del
sistema de convivencia, propiamente dicho.
Según nuestras
investigaciones este tema no es tratado convenientemente, ni esta
contemplado en la política que rige la mayoría de los
niveles educativos, salvo el universitario y sólo en algunas
carreras de ciencias sociales.
Esta circunstancia agrava la carencia
sociocultural a un grado de cronicidad tal, que bien podemos observar
en la escena social a dirigentes, profesionales y otros personajes
sociales, muy calificados en la faz técnica, pero desaprobados
en el área de las relaciones interhumanas.
Para
finalizar mi exposición y a modo de conclusión, el tema
desarrollado merece una profunda reflexión y debate por parte
de la sociedad en general y de la comunidad educativa en particular,
puesto que la carencia sociocultural producto de nuestra modalidad de
vida es un problema subyacente que no está
socialmente reconocido, claramente definido y tenido en cuenta a la
hora de pergeñar las políticas que organizan nuestra
vida comunitaria. Si graduáramos convenientemente la mirada
crítica, la falta de aptitud sociocultural está
presente en todos los órdenes de la vida social y no es
privativa de la clase baja, ni propia de la pobreza, ni de la
indigencia. Se trata ya de una cuestión estructural del
sistema social por el cual se advierten indicadores que alertan un
progresivo avance hacia el proceso de desintegración social.
Por lo
expuesto destacamos, que dadas las características
particulares del escenario social donde nos toca actuar como agentes
de cambio, observamos como dato de la realidad; que el simple hecho
de vivir y con-vivir el mayor tiempo de nuestras vidas fuera del
entorno familiar y en contacto con otras personas, genera un amplio
vacío educativo en los hogares.
Ello provoca en la población
activa, la demanda urgente y prioritaria de considerar la educación
social, como a una necesidad que deben poder satisfacer las
instituciones educativas.
En el
nuevo contexto global mundial de características
multifacéticas, revoluciones tecnológicas, económicas
y sociológicas de poder, para muchos científicos
sociales, los argentinos estamos transcurriendo el ocaso del
horizonte civilizacional vigente, y en él, los institutos y
entes educativos están llamados a hacerse cargo de la orfandad
producida por los hogares cada vez más vacíos de
núcleos socializadores.
Esta realidad es ampliamente
verificable. Las instituciones educativas carecen de recursos humanos
idóneos para responsabilizarse efectivamente de la tarea
socioeducativa; en función de crear conciencia y
responsabilidad social. Mientras los ciudadanos no sepamos revertir
esta situación social, las políticas educativas del
siglo XXI deberían implementar, para todos los niveles de
educación, la incorporación en sus respectivos
programas de la sociatría como disciplina
socioeducativa, desde donde se pueda atender esta carencia
sociocultural y contribuir a un calificado proceso socio-educativo.
En otros países más desarrollados la figura del
trabajador social en los establecimientos educativos está
inserta en la currícula educativa como Socioeducador y no
simplemente como visitador domiciliario para verificar la causa de
ausentismo.
La ciudadanía es un aspecto de la personalidad
cívica que se construye desde los cimientos y como tuvimos la
oportunidad de constatar, el trabajo social está llamado a
contribuir en esta empresa (Ley 23.377/86). De esta manera,
estaríamos tratando una deficiencia que atenta contra el
sistema de convivencia social y a su vez, haciendo frente a una
demanda social impresa en la desesperación de la gente, que
conciente de sus compromisos y limitaciones horarias, pretende
brindar a sus hijos una calificada educación y formación
social.