Las
percepciones sociales que se tienen en torno a las drogas están
impermeabilizadas de preconceptos y estereotipos que tienden a
distorsionar la realidad de la mismas. Como señala Rosa de
Olmo, ... el exceso de información que está
plasmado de prejuicios morales, convierte a la sustancia en la
responsable de todos los males.
El
mundo contemporáneo viene produciendo una tendencia a la
masificación en el consumo de drogas adquiriendo caracteres de
problema universal. Como señala G.Touzé Muchos
análisis sobre el uso de drogas han eliminado su complejidad
para reducirla naturalizarla y circunscribirla a la interpretación
jurídico penal o psiquiatra. Las practicas profesionales de
diferentes disciplinas reproducen esos saberes lo que se expresa en
estereotipos que contribuyen al desarrollo de procesos de
estigmatización social de individuos y conjuntos sociales
Estas
concepciones favorecen la construcción de un imaginario social
que sostiene que el derecho penal puede resolver las problemáticas
de salud y subjetivas desde el orden de lo represivo, reafirmando así
la penalización del consumo. Siguiendo a Natalia Martigoni, se
podría decir que una construcción de la cuestión
de las drogas asociada a la transgresión de la ley, excluye
las responsabilidades de la propia comunidad y reduce las
intervenciones a las meramente punitivas. Todo lo vinculado a las
drogas o a quienes la consumen se relaciona con la sanción
penal, inseguridad o delincuencia. (Modelo Etico-Jurídico)
En
la Argentina de hoy podríamos decir que existe un discurso
hegemónico desde las principales instituciones que trabajan en
prevención y asistencia de adicciones, sosteniendo un modelo
abstencionista, como requisito en muchos casos para acceder a un
tratamiento, donde el Derecho y la Responsabilidad del sujeto, en una
primera instancia no forman parte del dispositivo terapeútico.
Nos encontramos con personas que por consumir los fines de semana,
sosteniendo realidades de vida, son sometidas por indicación
judicial a realizar un tratamiento que no le permite continuar con
sus actividades y responsabilidades ya que su vicio actúa
como un estigma que debe ser castigado con una medida
curativa.
Siguiendo a
la Lic. Silvia Inchaurraga, respecto a la abstinencia en el
tratamiento, aporta lo siguiente La abstinencia de drogas
advendrá o no, en todo caso por añadidura
la cuestión será evaluar, uno por uno, las condiciones
por las cuales a partir de un pedido pueda advenir una demanda.
Cuando la droga falla como respuesta se hace posible un análisis.
Esta dimensión de lo posible tiene que ver, no con la
abstinencia, sino con este cambio de posición en cuanto a la
función del consumo de drogas
Las
Comunidades Terapeúticas, y no sólo ellas, incluyen
entre sus reglas el no drogas siendo su consumo motivo de
expulsión. En ciertos tratamientos las llamadas recaídas
justifican una sanción que puede tomar la forma de la
cancelación de la sesión. Este tipo de instituciones
pretenden desintoxicar al sujeto, sacarle el objeto de la adicción
en tanto causa.
Este tipo
de intervenciones responden al Modelo Médico Hegemónico,
el cual aún tiene vigencia, con características tales
como etiología lineal mecanicista (causa-efecto)
ahistoricidad, biologismo, prevalencia de la relación médico
paciente o equipo de trabajo multidisciplinario, predominio de lo
curativo sobre lo preventivo. Modelo vinculado a la planificación
sanitaria normativa.(Modelo Médico-Sanitario)
Considero
que la intervención en drogadicción responde desde lo
instituido a un abordaje positivista, donde se regula y normatiza el
consumo. La relación drogadicción-disciplinamiento,
llega a su punto máximo en la ley 23737 La tenencia de
droga es un delito de peligro en abstracto que hace peligrar a toda
la sociedad. De acuerdo a la estructura legal, no se puede
rehabilitar a una persona si no se la incrimina, la rehabilitación
es un accesorio de la pena Guillermo López, juez de la
Suprema de Justicia, que ofició de vocero en un fallo que
incrimina a una persona desde lo dispuesto por la ley.
Esta ley
por vía del tratamiento compulsivo instaura una detención
del consumidor por tiempo indeterminado, bajo control judicial y de
acuerdo a recomendaciones de peritos psicólogos, médicos,
trabajadores sociales, profesionales que tendrán un lugar
fundamental en el ejercicio de la libertad de las personas.
Siguiendo
el pensamiento del Lic. Carballeda respecto a la prevención,
se previene de algo que no tiene retorno, en tanto las
sustancias pueden hacer adictos. Las asociaciones
drogadicción-juventud, drogadicción delincuencia, nos
remiten a subjetividades recortadas, fragmentadas por el discurso y
las prácticas hegemónicas.
Son
numerosos los trabajos en los que se señala que en la década
del 50, cuando el consumo se producía entre negros y
portorriqueños, el estereotipo igualaba drogadicto con
delincuente. A principios de los años 60, al ampliarse el
consumo a las capas medias, la ecuación pasó a ser
drogadicto igual enfermo. En las décadas del 80 y 90 el
discurso se ha tornado de carácter militar: hay un enemigo que
debe ser aniquilado Verbistsky, Horacio: Hacer la Corte,
Planeta-Col. Espejo de la Argentina, Buenos Aires, 1993.
Durante
muchos años (siglo XIX y parte del XX) el enfrentamiento a las
distintas problemáticas presentadas en la sociedad, respondía
a mecanismos estatistas vinculados a la inclusión
disciplinaria (fábricas, prisiones, internaciones). Como
señala Juan Villareal, en los últimos años se
presenta una tendencia a la exclusión disciplinaria,
de la mano del asistencialismo que manipula y el castigo que
reprime.
Avanzar
en la dimensión ética en nuestra practica cotidiana nos
lleva a suponer una subjetividad a emerger, en aquel que acude a la
droga para llenar un presente vaciado por una lógica de la
exclusión donde la droga se presenta como una respuesta.
En
lo social esta dimensión ética podría responder
a una práctica de reducción de daños.
Hablar
de reducción de daños, significa reconocer que en el
contexto actual las condiciones en que los sujetos consumen drogas
los exponen a mayores daños que los que producen las drogas
mismas: condiciones de ilegalidad, marginación desinformación,
falta de acceso a circuitos sanitarios, instituciones cerradas por la
exigencia de la abstinencia absoluta, mitos que sostienen que toda
intervención diferente a la represión es un estímulo
al consumo.
Reducción
de daños no implica solamente cambios de jeringas, consiste en
garantizar el acceso de todos a la información y a la
prevención, facilitando el contacto del adicto con el sistema
de salud.
Significa
signar un interrogante donde la intervención considera la
actitud del sujeto adicto ante al vida y la muerte. No apunta a
domesticar sino a reconocer la necesidad de reducir un daño.
Si bien el efecto se deberá evaluar particularmente, hay un
efecto social fundamental que es reconocer la inclusión del
sujeto adicto en tanto sujeto de Derecho.
De
lo analizado anteriormente podríamos pensar que la eficacia de
toda intervención se funda en la articulación entre lo
que detectamos en lo cotidiano como lugar de construcción
de subjetividad desde las prácticas concretas, y las
necesidades sentidas por los sujetos con los que trabajamos. De tal
forma que una intervención que contemple la reducción
de daños se debería plantear el tema de la
participación, sin objetivos prefijados deja de
consumir, y empezas un tratamiento.
Coincidiendo
con el trabajo de Natalia Martigoni, considero que una intervención
preventiva debe contar con objetivos factibles y realistas y por otro
lado que los sujetos sean generadores de protagonismo, ya que de esta
forma las acciones preventivas, los modelos de tratamiento, la
planificación, estarán dotadas de sentido por la
realidad social propia de los sujetos.
No
obstante la aplicación de esta forma de intervención,
debe contemplar la realidad de nuestro país, la falta de
presupuesto en los hospitales públicos, donde el abandono del
estado frente a la salud tiene una estrecha vinculación con el
hecho que las obras sociales y los hospitales no ofrezcan
prestaciones en adicciones, y que en el caso del sida, sea una lucha
insesante por adquirir los medicamentos. Nos encontramos con
políticas punitivas de drogas y sida, políticas que
tienden a acrecentar aún más la percepción
social que asocia droga-inseguridad-violencia, legitimado a través
de mecanismos de control.
Se
deberá trabajar intensamente en el terreno de las
representaciones sociales, para aplicar políticas que
contemplen que el sujeto adicto es un sujeto de derecho, capaz de
aportar estrategias de calidad de vida en medio de su malestar.
BIBLIOGRAFIA
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