Se
te move tanto a piedade
Desta
mísera gente peregrina
Nalgum
porto seguro de verdade
Conduzir-nos,
já agora, determina."
Luis de Camões
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«Brasil es un gran
transatlántico. No se puede girarlo bruscamente», dice
Antonio Palocci. El nuevo timonel, que asume el lugar de Malan en el
Ministerio de Hacienda, insiste en que el cambio de rumbo es algo que
sólo podrá ocurrir gradualmente y con el mínimo
de oscilación. Esta película ya la vimos; todos saben
cómo termina.
En las últimas
elecciones, tripulación y pasajeros manifestaron su desacuerdo
con los destinos hasta entonces trazados para el gran navío.
Pero los rumbos del Brasil siguen siendo nebulosos. La nación
está a la deriva o, para decirlo de otro modo, ¿imponen
los contratos con la banca internacional alguna clase de pilotaje
automático? Lula percibe el inmenso vacío sobre el cual
quieren asentarlo. En la soledad desoladora de un Estado vaciado,
Lula hace sonar su aviso: «¡Este barco tiene
comandante!». ¿Es un desafío o una súplica?
Después de una
década de políticas de desregulación y
liberalización, las estructuras decisorias del país
adquirieron otro sesgo. Antes que un ideario, el neoliberalismo en
Brasil es la expresión de nuevos intereses que surgen con el
agotamiento y la desnacionalización de las cadenas
productivas, con la internacionalización de los bancos y con
un modelo de financiación basado en capitales especulativos y
aportes condicionales del FMI. Una reestructuración profunda
del capitalismo en Brasil hizo que la renta y el poder saliesen de
determinadas manos y se concentrasen en otras.
Una vez aplicados los
programas radicales de liberalización y privatización,
el capital financiero y los conglomerados transnacionales empezaron a
mover la economía brasileña por dentro. Fue jugando al
«sigue al jefe» como el capital nacional logró
reciclarse y sobrevivir. La interpenetración patrimonial y
financiera y la recreación de los mercados por las cadenas
oligopolistas disolvieron las últimas diferenciaciones que
pudiesen delimitar a una «burguesía nacional». Se
incorporaron al Estado mecanismos automáticos de gestión
transnacional tales como la Ley de Responsabilidad Fiscal, el cambio
fluctuante, los topes de inflación, los pisos de superávit
primario, los altos intereses que sustentan las operaciones de swap
(financiación) de débitos, las libres remesas de
ganancias y las cuentas CC5.
Esta escombrera
neoliberal toma la forma de un Estado paralelo que, así como
los demás, parasita lo oficial y se expande a partir de él.
Bajo el envoltorio de burocracias políticas fácilmente
domesticables, la expoliación se institucionaliza. La economía
nacional se ajusta a la volatilidad como último recurso de
estabilidad. En lugar de la nación, lo que surge es una
estación de paso para flujos de capital de naturaleza efímera.
Un país-cloaca provisto sólo de entradas y salidas.
Construcciones sociales y
nacionales son vistas como cuerpos extraños que amenazan la
perfecta salud de este cuerpo privado. La acción reguladora
estatal es una intrusión innecesaria en el armonioso mundo de
los negocios. Reivindicaciones de carácter público son
ruidos que contaminan la sublime comunicación de los
conglomerados entre sí. Programada para encajar y someter
forzosamente el país a las redes globales, la máquina
de pillaje no puede detenerse.
El capitalismo atraviesa
por una de las crisis más graves de su historia. Las nuevas
estructuras de mando tienen como premisas el estrechamiento
socioeconómico y la guerra permanente. Los instrumentos de
soberanía privada y transnacional tribunales de
arbitraje controlados por los acreedores, libertad y protección
absolutas a las inversiones y las áreas de libre comercio
gestionadas por los oligopolios se suman a los instrumentos de
soberanía imperial: guerra al terrorismo, doctrina de las
represalias anticipadas y programa de «Guerra de las Galaxias».
Son remotas y dudosas las posibilidades de movilidad en el interior
de un sistema internacional con lineas asi atrincheradas.
Toda ambigüedad
será castigada
Dentro de este marco de
polarización, no queda espacio para vías intermedias o
soluciones verdaderamente bilaterales o multilaterales. Es ilusorio
esperar que las concesiones de hoy se conviertan en un crédito
a recibir mañana. Lula y el PT tendrán que optar entre
la continuidad y la ruptura. Si cumplen el mandato popular o el
mandato de los mercados. La configuración del nuevo equipo
económico y las primeras medidas anunciadas dan pistas sobre
la opción que se está tomando.
En Nueva York, Palocci
dio plenas garantías de que «no hay plan B». No
existen cartas en la manga ni triunfos escondidos. Para asombro y
júbilo de los ilustres usureros, no había nada detrás
de la máscara de Mefisto a no ser lo propio. Era el
conservadurismo el que se camuflaba con ropajes reformistas, y no lo
contrario. El strip tease del nuevo gobierno fue completo. A
la hora decisiva, Palocci prefirió la contraseña:
«¿Conocen ustedes al Dr. Mireilles?» Fue de esta
forma como el nuevo presidente del Banco Central del Brasil fue
entronizado por Wall Street.
El capital transnacional
se hizo representar orgánicamente en el núcleo
económico del nuevo gobierno. Es el viejo modelo de inserción
pasiva basado en la liberalización de los flujos de capital,
en la adaptación a sus fluctuaciones y en el mantenimiento de
los escenarios favorables a las inversiones externas. Palocci se tomó
el trabajo de explicar: «Haremos un severo ajuste fiscal, una
política de gran austeridad fiscal; reduciremos la deuda
líquida con relación al PIB; a partir de ahí
crearemos un ambiente macroeconómico sano y después
tomaremos medidas para crecer». ¿Desde cuándo el
rigor salarial y fiscal conduce a la ampliación del mercado
interno? ¿Es la recesión inducida por los elevados
intereses el único camino para el crecimiento económico
sostenido? ¿Austeridad hoy, crecimiento mañana?
Indexación y
protección del poder adquisitivo de la población, ni
pensar. «La propia idea (indexación) debe ser evitada»,
dice el ministro, exégeta del capital financiero. El lenguaje
debe ser censurado, recortado y rehecho, como un neolenguaje
orwelliano. El sentido viene después de la decisión
arbitraria. La indexación de los salarios es impensable en la
misma medida en que es indispensable la indexación de las
tarifas, de las prestaciones de la deuda y de las commodities.
La inflación debe
ser controlada, por supuesto, pero sin que se empleen «medidas
exóticas», como congelamientos o listas de precios. Una
forma astuta de decir que se mantendrán las mayores tasas de
interés del mundo. El mercado, pudiendo, manda, y el gobierno,
no pudiendo, obedece. Simples y sencillo. Palocci es quien confirma:
«Queremos trabajar con la libertad de mercado. El mercado y la
economía deben hacer un acomodo entre sí».
Más de lo mismo
El «enganche»
del nuevo gobierno fue hecho en el último acuerdo con el FMI.
El garrote sólo fue firmemente ajustado porque hubo
consentimiento y adhesión. El FMI planteó mantener una
sintonía fina con las autoridades económicas
responsables de uno de los más lucrativos mercados de
derivados del mundo: el de la deuda pública brasileña.
No se puede dar ningún paso en falso. Las posiciones iniciales
fueron exhaustivamente ensayadas y coreografiadas.
Köhler, gerente
general del Fondo, disimulando la ansiedad de los acreedores, dice
que es «suficiente el 3,75% de superávit primario para
2003». Palocci, demostrando máxima solicitud, responde
que el compromiso del futuro gobierno es «obtener el superávit
primario que sea necesario en 2003». Los límites sólo
valen de allá para acá. Los gastos público,
éstos sí, se pueden sacrificar ilimitadamente. Al
respetar pisos mínimos de superávit primario, el
gobierno asume él mismo el papel de verdugo de la nación.
El FMI puede así replicarse sin demasiados costos políticos.
El objetivo prioritario
es la transferencia de la administración de la deuda (y de la
política presupuestaria, de intereses y cambiaria) a la esfera
transnacional y privada, poniéndola a resguardo de presiones
«políticas». La autonomía operativa del
Banco Central es la garantía de esta transferencia de poder.
Es fácil entender el empeño del gobierno en la
reglamentación a toda prisa del artículo 192 de
la Constitución Federal. La propuesta es un auto-ataque que
imposibilita de antemano otra gobernabilidad.
Hasta la CEPAL, que ya no
incomoda a nadie, consiguió compeler a los nuevos
administradores del Planalto. La propuesta es que Brasil y los demás
países latinoamericanos reivindiquen la creación de una
instancia multilateral de renegociación de la deuda, que dé
acceso automático a líneas especiales de crédito
y fondos de emergencia, de manera de disminuir el riesgo de
moratorias unilaterales. La CEPAL sólo se hace eco del modelo
de «reestructuración» de las deudas en gestación
en el FMI.
El sistema financiero
internacional no dejó de sacar las debidas lecciones del
default argentino. Las alternativas están siendo
construidas justamente por aquellos que dicen que no hay
alternativas. En relación con esto, en Brasil los fieles
seguidores del malanismo siguen creyendo que no hay nada que hacer
sino cumplir con los objetivos recesivos y llevar el rigor fiscal
hasta las últimas consecuencias. ¿Renegociación
de la deuda, moratoria negociada? Palocci se persigna y jura: «Esto
está fuera de nuestras intenciones. Está fuera de
programa».
Entonces, el control de
capitales y el establecimiento de un nuevo modelo de financiación
del desarrollo son asuntos fuera de programa. ¿Quiere decir
que la desprivatización, la soberanía nacional e
regional y la democratización están fuera de programa?
¿Quién dicta el programa de la vida de 170 millones de
brasileños? La nueva tecnocracia, instrumentalizando la
democracia, se entrega a la plutocracia.
Extemporánea
obsecuencia
El reinado del sistema
financiero internacional pasa por serios apuros. En la periferia,
insolvencia generalizada. En los países centrales,
desinversión y recesión. En los más
«respetables» foros económicos se plantea
abiertamente la reforma o la disolución del FMI. Por aquí
se renuevan sus nefastas recetas con una fe ciega y conmovedora.
El modelo socioeconómico
es la superficie de las relaciones de dominación. Cuando entra
en crisis, saltan fuera sus entrañas. Por eso, es tiempo de
politización, no de vaticinios dogmáticos. La disputa
de hegemonía no se da sobre un terreno fijo y transparente. El
reverso de la ideología burguesa no es la «verdad».
El mejor credo revolucionario no sustituye a la confluencia
consciente de prácticas de autoorganización.
Si es inevitable la
tempestad, nada más sensato que prepararnos para ella.
Componer nuevas alianzas estratégicas, interna y externamente,
diseminar y legitimar alternativas, afilar y potenciar nuestras
herramientas económicas, culturales y geopolíticas.
Los dueños del
poder nunca estuvieron tan solos. Entonces transformemos en realidad
sus peores temores. ¿Siente alguien pena por profundizar las
incertidumbres de la rapiña capitalista? Nuestra misión
es agitar, subvertir y redireccionar
la marea de descontento en curso. Y hacer de la ondulación el
maremoto necesario.