INTRODUCCION
El
presente trabajo surge de una serie de interrogantes planteados
tanto a partir de la intervención realizada desde el trabajo
social en un hospital psiquiátrico, como de los desarrollos
teóricos que desde las Ciencias Sociales intentan abordar la
problemática de las enfermedades mentales.
De
esta manera, lo que motiva este intento de reflexión es la
pregunta acerca del lugar que ocupa lo social, tanto en la etiología
de la enfermedad mental como en su tratamiento.
Consideramos
que poder responder esta pregunta o mejor dicho, dada la complejidad
de la problemática, vislumbrar algunas respuestas posibles nos
permite como profesionales de las ciencias sociales intervenir desde
una postura crítica en las instituciones donde trabajamos.
Pues en este sentido, creemos que en las instituciones psiquiátricas
se debe cuestionar una lógica de poder-saber que
anacrónicamente al conocimiento tiende a autoconstituirse como
incuestionable, logrando en última instancia anular la
libertad y la capacidad no solo de quien es designado como enfermo
mental, sino también de los que intervenimos en estos
procesos.
Como
construcción humana, el saber, nunca logró demostrarse
a sí mismo como verdad absoluta. Tal es el punto de partida
que queremos plantear y atraviesa el presente trabajo.
EL
CONTEXTO, COMO LO CONCEBIMOS...Y ACERCA DE LO QUE PENSAMOS.
Actualmente
se puede decir, a partir de la práctica psiquiátrica,
que asistimos a una invasión de lo social en la
enfermedad mental. La agudización de la crisis
socio-económica y política en la cual estamos inmersos
determina en estos tiempos la consulta psiquiátrica de muchos
sectores de la población, producto de una creciente
fragilización y vulnerabilidad de la vida cotidiana.
Los
servicios médico psicológicos se ven desbordados en su
capacidad de atención como también, en las
posibilidades de dar respuesta a la compleja realidad de los
pacientes desde la habitual lógica de sus saberes.
De
esta manera, la demanda por parte de los profesionales médicos
y psicólogos hacia el trabajo social se ha visto incrementada.
Tal hecho, debe sus razones a las concecuencias de una
intensificación real y una mayor visibilidad de problemas
relacionados con la creciente precarización, tanto de los
vínculos sociales como de los recursos materiales y simbólicos
de quienes son atendidos por la institución. En este marco,
como rol de la intervención social, se espera una resolución
de los obstáculos sociales que impiden un tratamiento normal
de las patologías.
Es en este sentido, que la mirada social se
torna parte, cada vez más importante -podríamos decir-
del tratamiento, pero también en el que su acción queda
relegada a la utilización de diferentes recursos para
apuntalar una intervención predominantemente psiquiátrica
y psicológica. Lo social fue concebido desde hace tiempo
como una dimensión interviniente del proceso salud-enfermedad,
pero siempre ha visto relativizada su posibilidad explicativa en una
hegemonía tendiente a abordar los problemas sociales como
factores complejizantes de la vida psíquica -en el mejor de
los casos-, y no como aspectos constitutivos de la problemática
mental.
De
todas maneras, si bien podría objetarse que en la actualidad
lo social ha adquirido una mayor visibilidad y peso que
en otros períodos, no puede dejar de verse por ello el
acotado espacio adquirido en relación al conocimiento
desarrollado sobre la enfermedad mental. Y valiéndonos de la
posible afirmación mencionada arriba, no dejar de ver un
momento oportuno para preguntarnos acerca de su dimensionalidad e
impulsar experiencias alternativas.
Ahora
bien, el tratamiento dado en las instituciones psiquiátricas
acerca de las cuestiones observadas en la cotidaneidad, no logra
generar un cuestionamiento desde la práctica hacia las
categorizaciones teóricas que operan en el campo de la salud
mental a través de las disciplinas intervinientes y los
diferentes actores involucrados (la psicología, la
psiquiatría, el trabajo social, la institución, etc.).
Por el contrario, solo ha tratado de responder de la manera más
funcional posible a las necesidades que emergencia el contexto,
distribuyendo los recursos sociales del Estado, sosteniendo la
medicalización como principal estrategia, y tratando la
enfermedad mental solamente como manifestación de una
problemática individual y no social. Su por qué nos
lleva a múltiples factores inabordables en este trabajo, pero
es posible apuntar por lo menos, que tal realidad parece responder a
una lógica dominante que las instituciones modernas han
desarrollado, como modo de saber y organización social, donde
la institución psiquiátrica se úbica como una
más en tanto instrumento de un proyecto social y de control,
siendo además, espejo difuso de una sociedad que intenta
resolver sus contradicciones.
Quizás
creyendo haber corrido el riesgo de cerrar todas las salidas, es
preciso decir que la institución psiquiátrica solo
debería representar un espejismo de la compleja problemática
que encierra la salud mental. Pues esta última no es posible
de ser abordada desde el reduccionismo de una crítica
institucional, o de la crítica al desarrollo de alguna
disciplina. Tampoco a partir del mero etiquetamiento social o alguna
causalidad biológica como parámetro de riesgo. Su
constitución como realidad aún debe ser estudiada y
complejizada arduamente desde múltiples puntos, y es en este
sentido en que se la prefiere tratar,en este trabajo y haciendo un
vacío omiso, como resultado de diversos procesos sociales
contradictorios.
La
discusión debe ser abierta planteando que negar en sí o
afirmar en sí que la enfermedad mental constituye un problema
nos traslada rápidamente a formular determinantes muchas veces
inadmisibles. La problemática de la salud mental debe ser
ubicada dentro del conjunto que engloba la problemática de la
salud en general.
Siguiendo algunos desarrollos planteados por
diversos autores, podemos dar cuenta de la relación directa,
por ejemplo en América Latina, del hambre, las formas
laborales o la diversidad sexual con la enfermedad mental, la
desviación o el padecimiento psíquico y biológico.
Existen demandas objetivas, y las mismas deben ser abordadas
críticamente, sin ser posibles de caer en un esquematismo
psiquiátrico donde la enfermedad se halla dentro de los
perímetros institucionales, o en un relativismo social donde
los problemas verdaderos de salud son otros y lo mental es la
designación de un sistema productivo que imputa desviaciones.
Tales aspectos y otros forman parte de un complejo, y es en el
desarrollo y la relación de los mismos donde se debe buscar
respuestas para la salud mental.
La
institución psiquiátrica bajo este planteamiento
implica por tanto, un lugar más donde hallar fragmentos de
respuestas sobre esta problemática, y la enfermedad mental
tratada bajo sus modos de operar una parte más del problema
general.
PUNTUACIONES
SOBRE EL LUGAR DE LO SOCIAL EN LA PRÁCTICA PSIQUIÁTRICA
INSTITUCIONAL.
Al
preguntarnos por el lugar de lo social, deberíamos pensar que
ésta dimensión no forma parte de la enfermedad mental
solo en momentos de agudización de las crisis sociales, sino
que en la multiplicidad de factores que expresa va plasmando y dando
forma a través de la historia a distintos padeceres psíquicos.
La subjetividad humana se ve predeterminada por la vida social.
Siendo de esta manera, que lo social siempre se constituye como texto
y no contexto de las enfermedades mentales.
Como
señalamos antes, en la actualidad un número cada vez
mayor de sujetos se encuentra en ruptura con las estructuras sociales
clásicas de integración social; la familia y el trabajo
son ejemplos comunes donde pueden verse nuevas configuraciones de
sociabilidad. Estos hechos se hacen conocer en la práctica
psiquiátrica y demuestran además, de manera casi
incuestionable, como las modificaciones producidas en la cuestión
social se expresan en la subjetividad de los sujetos.
Como
señala Robert Castel, ya autores lejanos en el tiempo como
Durkheim en El Suicidio percibían este tipo de relación:
La sociedad no puede desintegrarse sin que, en la misma medida,
el individuo se vea separado de la vida social, sin que sus propios
fines sean preponderantes sobre los comunes, sin que su personalidad
en una palabra, tienda a ponerse por encima de la personalidad
colectiva. Cuanto más débiles sean los grupos a los que
pertenece, menos dependerá de ellos y en consecuencia acabará
por no depender más que de sí mismo para no reconocer
otras reglas de conducta que las fundamentadas en sus intereses
privados .
Y acota además Castel, a razón de este pasaje, que el
egoísmo del repliegue no es tanto una estructura de la
personalidad como una posición-refugio determinada por ciertas
transformaciones sociales.
En
este sentido, los individuos no pueden ser alienados de su dimensión
social, y menos aún si lo que se trata de hacer es solucionar
o apaciguar sus padecimientos psíquicos.
En
la práctica institucional esta dimensión es
secundarizada, ya sea por recursos materiales o su propia lógica
de intervención. Por ello, para poder hacer lugar a lo
social en el tratamiento de la enfermedad mental en este marco es
necesario dinamizar nuestros marcos conceptuales y crear estrategias
de intervención novedosas superando el acotado espectro hace
tiempo cristalizado. Conceptos como los de normalidad-anormalidad
siguen operando en la realidad de la salud mental distinguiendo
estados supuestamente objetivos, sin dar cuenta de que la designación
de un determinado estado como desviación o anormalidad forma
parte de un proceso socio-cultural en el cual la distinción
entre sano y enfermo opera también como forma de organizar la
sociedad. Pues es sabido que muchos fenómenos designados como
patológicos en la historia psiquiátrica han sido,
podríamos decir, desmistificados a lo largo de la historia.
Sobre esto podemos hallar un interesante repertorio de ejemplos en
las temáticas relacionadas a las prácticas sexuales.
El
refugio en la idea de neutralidad ideológica de la ciencia, no
permite asumir críticamente conceptos como los de normalidad,
cuyas implicaciones sociales tienen muchas veces efectos excluyentes
que reducen la complejidad de la enfermedad mental y su vinculación
con las contradicciones de la sociedad.
LA
INTERVENCION
Históricamente
la intervención del trabajador social estuvo asociada a la
pobreza, es decir, a trabajar sobre una situación de exclusión
básicamente de los sectores populares, donde desde una
perspectiva marxista, se expresa la clase menos favorecida en la
relación de dominación de clase propia de las
sociedades capitalistas.
Si
bien resulta necesario el desarrollo de nuestra profesión
desde un lugar crítico respecto a las condiciones sociales en
las que estamos inmersos, es necesario pensar que la complejización
de las relaciones sociales de poder que atraviesan las distintas
problemáticas no solo están atravesadas por factores
estructurales como la pobreza o la dominación de clase
exclusivamente. La modernidad ha desplegado una gran complejización
de las relaciones sociales no siempre claramente visibles o
entendibles directamente.
Es
por ello que debemos preguntamos seriamente sobre cual es el quehacer
profesional del trabajador social en tanto representante de las
ciencias sociales en gran parte de las instituciones formales.
¿Cómo
juega este rol?, ¿qué aporta desde lo social en las
instituciones psiquiátricas?
Se
debe decir que muchas veces lo único que aportamos es el
aspecto administrativo-burocrático de la gestión de
recursos, subordinada siempre nuestra intervención a las
decisiones médico-psicológicas de los lineamientos del
tratamiento.
Es
así como también en la intervención social se
hacen evidentes las contradicciones de la realidad social y la
ambiguedad constitutiva de esta profesión que es visualizable
rápidamente desde una mirada histórica del presente
hasta sus orígenes. Por un lado, se ha tendido a abogar por
una línea teórica crítica respecto del control
social, de la exclusión social, de lo social como determinante
en los procesos de salud-enfermedad; y por otro, nos hemos
encontrado generalmente interviniendo de una manera a-crítica,
y sin poder hacer otra cosa.
Reconocer
en la práctica la funcionalidad al sistema como parte de
nuestra identidad profesional, nos permitiría saber muchas
veces la posición en que estamos situados, tanto respecto a la
lógica del poder como de los límites y alcances
posibles de nuestra praxis. La autocrítica profesional y no
una cuasi-excursión teórica nos permitiría hilar
a través de nuestra propia experiencia las contradicciones
cotidianas a las que estamos sujetos.
En
este sentido cabe decir, que el poder institucional no se ejerce
fantasmagóricamente desde una cúspide sombría,
sino que se construye en la acción diaria que ejercemos a
través de nuestro trabajo. Y aunque es verdad que existen
límites establecidos que no dependen de nuestras decisiones,
también es propio que la debilidad de nuestro espacio de
participación muchas veces los alimenta.
Las
relaciones de poder no son dicotómicas y absolutas, y en ese
entramado solemos también como profesionales hallarnos. Es en
esos espacios donde debemos decidir y optar: por imponernos a través
del silencio, o por abrir la discusión a través de la
palabra. Palabra que en salud mental no representa un hecho menor.
Ahora
bien, volviendo al punto de la intervención social en salud
mental pensamos en algunas cuestiones que podrían dar cuenta
de una posible práctica.
ACERCA
DE LO QUE PODEMOS HACER (Cabe aclarar que las siguientes
reflexiones surgen a partir de la intervención desarrollada en
el primer año de residencia en el servicio de consultorios
externos del Hospital de Emergencias Psiquiátricas Torcuato
Alvear).
Dice
P. Aulagnier: El drama de la psicosis es encontrar un lugar en
el que algo pueda ser compartido. Este lugar a compartir con otro,
desnuda la necesidad , la necesidad de poder crear un espacio
propio
Concebimos
que el trabajador social en la intervención debe ubicarse como
integrante de un equipo de trabajo que paulatinamente se irá
comformando en la interacción con el otro: el sujeto con el
que trabajamos. Es decir que la construcción del objeto de
intervención no tendrá que ver con una postura estática
y exclusivamente profesional, sino con un trabajo conjunto entre el
profesional y el paciente, a modo de equipo con roles diferenciados,
donde a través de la interacción generada se irá
re- definiendo el objeto de intervención.
Nos
resulta sumamente importante poder aclarar lo manifiesto, ya que
sostenemos como posición ideológica la búsqueda
de la horizontalidad en las relaciones profesional-paciente, y en una
misma línea, la necesaria democratización de las
relaciones de poder históricamente constituidas.
Una
de las cuestiones claves de la violencia institucional es poner al
otro como carente, como infra, porque de esa manera me enaltezco como
salvador para relacionarme con la gente nada más que desde lo
que ella no puede...
Nos
parece que poder romper con esta lógica es un proceso de lucha
arduo en el cual muchas veces operarán nuestras propias
contradicciones, pero que debe sin embargo, constituirse como una de
nuestras mayores preocupaciones.
En
este mismo sentido, al pensar en la sistematización de la
intervención, creemos poder dar cuenta de dos aspectos
centrales que, aunque diferentes, se encuentran en gran medida
interrrelacionados.
Por
un lado, como eje de intervención que apunta a la creación
de conciencia ciudadana: el asesoramiento profesional de
los derechos de las personas con quienes trabajamos. Dimensión
en la que se encuadrarían aquellas intervenciones de gestión
de trámites: pase libre de transporte, certificado de
discapacidad, gestión de los recursos estatales, entre otros;
como también todas aquellas acciones que apunten al
cumplimiento efectivo de los derechos ciudadanos. Desde este lugar se
debe promover la constitución de un sujeto de derechos,
que a través del proceso de intervención pueda
posicionarse socialmente como tal.
Por
otro lado, el trabajo realizado en función de construir
juntos, profesional-paciente, una forma de integración
social posible. Este eje debe procurar promover una
resocialización y recreación del lazo social.
La intervención desde este lugar, debe tener como objetivo
intentar conectar al sujeto con una actividad en la cual pueda
ocurrir un encuentro con su propia subjetividad. Es decir, que trate
de recuperar su singularidad como la posibilidad de anclarse en la
vida social, hecho que en la mayoría de los casos se encuentra
vulnerado. De esta manera se debe intentar ir descubriendo a través
de las entrevistas cual podría ser ese hacer que le otorgue al
sujeto un lugar desde donde resignificarse, desde donde poder
construir una significación propia, dejando de ser objeto para
advenir en sujeto. Tal búsqueda no será la de cualquier
hacer, cualquier curso, cualquier trabajo, será aquella donde
el sujeto pueda desplegar sus capacidades y recursos propios, donde
pueda crear un lazo social con otros y de esta manera incluirse
nuevamente en una trama social que ha tendido a excluirlo de su seno.
Se
debe aclarar que las posibilidades de este trabajo se ve dificultado
generalmente por la escasez de recursos, empleos, formación
gratuita... en fin por el encrudecimiento de una política
social de omisión que realiza el Estado. Es así que se
debe trabajar también junto al paciente la reconstrucción
de una inteligibilidad de los procesos sociales, para poder así
establecer un vínculo con la realidad que expresa muchas veces
horizontes de posibilidades como de limitaciones.
Si
bien este tipo de intervención es posible, se hace necesario
mencionar que la intervención del trabajador social ocupa en
la práctica un lugar de auxiliar respecto de las
intervenciones médico-psicológicas. Esto aparece
claramente visible dado que en la intervención no se hace
evidente la inclusión de los factores sociales en los procesos
de salud-enfermedad. Esta no evidencia de la dimensión social
no solo opera en el resto del equipo tratante (médico y
psicólogo) o en el sujeto tratado, sino también en
nosotros mismos, los trabajadores sociales.
Las
experiencias que refieren al trabajo grupal con los pacientes, los
intentos de darle a éstos mayor poder de decisión donde
puedan pensar activamente las líneas de sus tratamientos, la
posibilidad de construir desde la intervención profesional una
identidad no psiquiatrizada no forma parte de las estrategias
habituales de intervención en la institución
psiquiátrica. Puede verse en esto como la afirmación de
que la enfermedad mental es un proceso bio-psico-social no se
evidencia en la práctica, y como a la posibilidad de una
intervención crítica en el seno de las instituciones de
encierro que (en vez de curar tiende muchas veces a segregar y
tutelar), se le plantean diversos obstáculos reales.
En
este contexto ¿cómo sería posible recuperar la
mirada social?
La
respuesta a esta pregunta es embarazosa dentro de la institución
psiquiátrica. Pero en todo caso deben buscarse y pensarse
formas de que lo social adquiera visibilidad.
Una
etapa clave en el proceso salud-enfermedad mental esta dada por el
diagnóstico. Es aquí donde el trabajador social
debiera ahondar su conocimiento, tornándose en un actor más
activo y crítico en este aspecto. No se trata de solapar
saberes, sino de procurar un conocimiento que recupere variables
socio-históricas de la historia de vida del sujeto, y que
cambie la visión imperante del diagnóstico como destino
fatal del mismo, consecuencia bastante común en los pacientes
psiquiatrizados que tiende a anularlo como sujeto.
Se
debe replantear la mirada del diagnóstico actual, que apunta a
concebir tan solo la patología del sujeto, su enfermedad como
algo estático y dado, definiendo al sujeto desde el lado de lo
que carece. El trabajador social en todo caso, debiera tomar un rol
más activo y crítico en este proceso, intentando dar
cuenta en el diagnóstico de las capacidades y recursos de
las personas, como del dinamismo del proceso salud-enfemedad.
Si
creemos en el poder terapeútico de la palabra, nuestra palabra
tendrá que operar como liberadora de las lógicas y
miradas que conciben al sujeto con padecimientos psíquicos tan
solo como enfermo mental, relativizar su diagnóstico y
posibilitar que su identidad no halle su anclaje en el ser
esquizofrenico, borderline o bipolar. Que pueda pensarse a si mismo
desde otros lugares, desde la salud; que pueda comprender la relación
de opresión de las categorías analíticas que
describen lo que le pasa.
En
el tiempo de intervención social habrá quizás
que pensar sobre cual será el momento para ir trabajando estas
temáticas, sobre como hacerles lugar real, y en todo caso
sobre como acompañar y enfrentar la angustia que produce el
reconocerse excluido.
Se
hace necesario entonces, producir instrumentos metodológicos y
apelar a herramientas teóricas que eviten caer en una
intervención tecnicista, pragmática y funcional. Pues
el peso de la lógica institucional opera anulando cualquier
mirada realmente crítica, que dude del saber impuesto y que en
cierta forma sea una molestia activa para las lógicas
de la institución.
CONSIDERACIONES
FINALES
El
no poder hacer otra cosa descripto anteriormente como
aspecto de la intervención social petrifica nuestro rol bajo
una institucionalidad que muchas veces se hace sentir como opresiva,
inhibiendo la potencialidad de nuestra acción y neutralizando
gran parte de nuestro conocimiento teórico. En todo caso, si
bien la sociedad impone históricamente sus propios
fundamentos, la respuesta no solo debe ser buscada en una moderna
impotencia estructural del sujeto sino también en nosotros
mismos dado que todo intento de cambio microsocial en los
lugares de nuestra práctica está limitado por nuestras
implicaciones no sólo en esos espacios sino también
en el conjunto del sistema En
este sentido, la posibilidad de cambios sociales estructurales desde
el quehacer de una profesión no es posible de ser entendida
como el objetivo utópico de nuestro trabajo, o como una
promesa mesiánica inerte. Debe pensarse en cambio, en las
diferentes alternativas posibles desde una intervención
social, intentando promover espacios de resistencia frente a una o
quizás, varias lógicas del sistema imperante en nuestra
sociedad; que por otro lado, creemos conocer pero que solo se torna
inteligible en el devenir y la construcción de nuestra
existencia -tan solo humana.
Para
finalizar nos gustaría quedarnos pensando en una cita, que
resume en pocas palabras aquello que mediante este trabajo intentamos
traslucir.
De
esta forma la intervención se propone como algo que no
transforma ni agrega, sino como un dispositivo que hace ver aquello
que este otro tiene. Este accionar es planteado como una posibilidad
de enunciación diferente a la que se presenta dentro del
tiempo- espacio de la intervención. No se trata entonces de
una acción de suleción, o de control, sino de plantear
la posibilidad de buscar puertas de salida o líneas de fuga en
relación a estratificaciones sociales opresivas....
BIBLIOGRAFIA
CONSULTADA
BASAGLIA,
F. La institución de la violencia en la institución
negada Ed. Barral.
CASTEL,
R. La gestión de los riesgos Ed. Anagrama,
Barcelona; 1984.
DESTUET,S
Encuentros y marcas Ed. C.O.L.T.O.A, Buenos Aires;
1999
FOUCAULT,M.
Enfermedad mental y personalidad Ed. Paidós,
Barcelona;1984
FRIEDSON,
E La enfermedad como desviación social en La
profesión médica Ed. Península, Barcelona;
1978.
GALENDE
E. La crisis del modelo médico en Psiquiatría
Cuadernos médicos sociales
Modernidad, individuación y
manicomios en Políticas en Salud Mental Ed.
Lugar,Bs. As; 1994
MENENDEZ,E
Cura y control Ed. Nueva Imagen
La crisis del modelo médico hegemónico:
el caso del alcoholismo y la práctica y el saber
médicos en Morir de alcohol: saber y
hegemonía médica Ed. Alianza, México;
1990
Modelo hegemónico, crisis
socioeconómica y estrategias de acción del sector
salud
RIEPS
Salud y población Cuadernos de
capacitación de la residencia interdisciplinaria de Educación
para la Salud, diciembre de 2002.
ROZAS
PAGAZA,M Una perspecitva teórica metodológica
de la intervención en Trabajo Social Ed.
Espacio, Bs. As; 1998
SAIDÓN
O. La salud mental en los tiempos de ajuste en
Políticas en Salud Mental Ed. Lugar, Bs. As; 1994
STOLKINER
A. Tiempos posmodernos: ajuste y salud mental
en Políticas en Salud Mental Ed. Lugar, Bs. As; 1994