El
chico de la tapa tiene
algunos
asuntos
pendientes...
Lautaro
llega a la guardia del hospital el 19/9/01 a las 23 hs. con orden
judicial de internación del Juzgado Nacional en lo Criminal y
Correccional Nº 7. Viene derivado de la Casa de Admisión
del Circuito de Jóvenes en Conflicto con la Ley dependiente
del Consejo Nacional de la Niñez, la Adolescencia y la
Familia. Trae un informe médico donde consta un episodio
de excitación psicomotriz y conductas autodestructivas
ocurrido en horas anteriores.
Frente
a la evaluación de los profesionales Lautaro se niega a
aportar datos de su historia, se pone nervioso
cuando lo interrogan acerca de su familia. Sólo refiere que se
cortó los brazos porque no le gusta estar encerrado
y que consume drogas desde la pubertad, aunque no lo hace
actualmente.
Queda
internado en guardia acompañado por un custodio de
minoridad.
Al
día siguiente pasa a Sala de Adolescencia. Allí, decide
contar algo más sobre su historia. Se encontraba bajo régimen
de libertad condicional, trabajaba en una verdulería y en una
carnicería, y periódicamente debía comparecer
ante el Juez. Sin embargo no había concurrido a la última
audiencia. Hacía aproximadamente quince días lo habían
detenido por pedido de captura mientras estaba realizando compras en
una panadería de su barrio. Luego, había sido llevado
ante el Juez y de allí trasladado a la Casa de Admisión
mientras se definía su destino.
No
era esa la primera vez que pasaba por instituciones de minoridad.
Desde los nueve años estaba en la calle y había pasado
por distintos institutos de menores (posteriormente nos enteraríamos
por el Juzgado que tiene alrededor de once causas), recuperando su
libertad gracias a sucesivas fugas de los mismos. Pero ahora había
encontrado otro modo de escapar de estas instituciones: perder el
control, romper muebles, lastimarse, amenazar con quitarse la vida
delante de otros internos y del personal.
Al
cabo de un día en el hospital, Lautaro comenzó a
plantear que se sentía cómodo,
tranquilo, manifestando su intención de
quedarse allí hasta que cumpliera dieciocho años, fecha
en la cual se borrarían sus causas, o hasta
que él considerara adecuado pedir el egreso.
Frente a la posibilidad del alta de internación despliega una
serie de amenazas, a la vez que transgrede normas institucionales y
desafía permanentemente a algunos enfermeros que lo tratan con
cierto recelo por su condición de delincuente.
...
su madre está de yiro y sus
hermanos
bebiendo en el
bar.
Un
par de días más tarde, Lautaro se transforma en
Pesadilla, tal como lo había apodado un
compañero de Casa de Admisión dado el carácter
incesante de sus demandas.
En
principio pide comunicarse con su madre. Dado que en su casa no
tenían teléfono debía llamar a la Comisaría
que quedaba en la misma cuadra y esperar que fueran a buscarla. En
reiteradas ocasiones acompañé a Lautaro (y a su
custodio) hasta un teléfono desde el cual se pudieran realizar
comunicaciones de larga distancia. Generalmente, el intento se
frustraba. En este orden de aparición, la respuesta que
obtenía desde la Comisaría era que su madre no quería
atender, que no disponían de personal para ir hasta su casa, o
directamente al reconocer su voz le cortaban. Lautaro salía
ofuscado, golpeando cuanta silla o escritorio se interpusiera en su
camino y rezando un rosario improperios hacia la policía. No
obstante, no claudicaba. Para intentar poner un orden a la demanda le
propongo que establezcamos día y horario de llamada, lo cual
podía respetar en la medida que su impulsividad se lo
permitía.
En
algunas situaciones la impulsividad cedía frente a la
desesperación. En más de una oportunidad llegaba por la
tarde al Servicio Social diciendo: no doy más, quiero
hablar con ella. Allí se le ocurrió que podía
llamar yo y cuando la madre atendiera pasarle el teléfono,
bajo la premisa de que la policía tenía algo
con él, pero a mí no me iban a negar esa posibilidad.
Ponemos en práctica esta idea, pero el resultado no fue el
esperado. El cabo que contesta el teléfono me dice que ellos
no pueden perder tiempo porque la señora también
es medio insana, no quiere tener nada que ver, cuando la buscamos no
abre la puerta o te saca volando... nosotros ya no vamos, no
disponemos de personal. El cabo me comunica con un oficial
a quien solicito ¿en un rapto de inocencia? que trate de
explicar la situación al paciente y no le corten el teléfono
cuando llama.
Lo
interesante de estas escenas era la posibilidad de interactuar con
Lautaro fuera del ámbito de la sala de internación y en
un espacio abierto por su propia demanda. Mientras esperábamos
los diez minutos que desde la Comisaría nos pedían para
ir a buscar a su madre, Lautaro traía diferentes temas.
Preguntaba por la medicación, hablaba de la música que
le gusta, de su intención de pedir al Juzgado que lo
traslade por unas horas a visitar a su madre (tal
como lo habrían hecho alguna vez), de la situación de
calle en que había vivido, de los trabajos que había
tenido. Sin embargo, cuando lo interrogaba intentando ahondar en su
trayectoria biográfica, pedía disculpas argumentando
algún malestar físico y daba por terminada la charla.
Y
pasan los barbones, los
snobs
y los hincha pelotas
los
tanques, las estrellas,
las
revistas y la Federal.
Y
yo me río de todos en la
cara
son unos idiotas
un
ángel me vigila y me
protege
en esta ciudad.
Otra
de sus demandas recurrentes fueron los permisos de salida. Una vez
que Lautaro conoció el movimiento de la Sala comenzó a
exigir igualdad de trato con los otros pacientes. Pide permiso para
ir una hora a Carrefour acompañado por el custodio y
esposado. Explico que fundamentalmente por su
situación procesal no podía salir del hospital. Lautaro
argumenta: yo no puedo ser procesado ni encarcelado porque
soy menor. Reconozco la veracidad de sus palabras, pero
agrego que una causa correccional equivale para los menores a una
causa penal para los mayores de 18 años, y que en este momento
se encuentra bajo la tutela del Juez, quien dispone de él como
menor mientras la causa siga su curso. Lautaro abandona el
consultorio sin decir palabra.
Más
tarde continúa insistiendo en el tema. Le propongo que hable
con el Jefe del Servicio, dado que por lo visto las razones que yo
esgrimiera parecían no alcanzar. Allí me dedica sus
primeros desafíos, invitándome a transgredir las
normas: ¿me va a decir que los médicos no
pueden darme un permiso sin que el Juez se entere?.
Continúo firme en mi postura y entonces me pide hablar con su
madre. Como estaba ocupado el teléfono, le pido el número
de la Comisaría para hacer el contacto, con el compromiso de
buscarlo cuando lograra comunicarme. Lautaro se niega a darme el
número y me reta a conseguirlo por mis propios medios. Apuesta
cesar en su demanda si lo logro. Gano la partida y Lautaro cumple su
promesa.
Entre
tanto el proceso judicial iba siguiendo su curso. El Defensor había
solicitado la evaluación de médicos forenses a fin de
determinar si el paciente podía ser trasladado a una comunidad
terapéutica. Pero en la entrevista con el forense Lautaro
volvió a pasar por loco, como sabía hacerlo
cuando quería escapar del encierro, por lo cual se desaconseja
esta opción.
Con
unos pocos movimientos, Lautaro lograba poner en jaque el sistema
institucional y dejar en evidencia su incapacidad para dar respuesta
a la complejidad su problemática. El Consejo Nacional de la
Niñez, la Adolescencia y la Familia no lo admitía dado
su cuadro psiquiátrico y potencial agresividad. La comunidad
terapéutica lo rechazaba argumentando que su finalidad no era
atender patologías duales. La familia era un camino que se
había probado anteriormente y que tampoco había dado
resultados favorables. Finalmente el hospital, que por todos los
medios trataba de expulsarlo dado que su trastorno de
personalidad antisocial generaba conflictos permanentes en
lo cotidiano.
El
Juzgado ordena una nueva evaluación del Consejo. La
profesional que lo entrevista en el hospital propone derivarlo a una
Residencia Educativa, institución orientada a la reinserción
social de adolescentes con causas penales. No obstante, faltaba la
evaluación de la trabajadora social, situación que
acarreó una serie de dificultades relacionadas con la
coordinación interinstitucional. Lautaro debía
trasladarse hasta las oficinas del Consejo, el problema era quien
haría efectivo dicho traslado. En principio el Juzgado ordenó
que fuera trasladado en un móvil policial, pero no había
personal disponible. Entonces la responsabilidad recayó sobre
el Consejo, quienes cumplieron con la orden previo cruce telefónico
de palabras conmigo, dado que el pedido había sido formulado
desde el hospital.
Lautaro
se encontraba ansioso y preguntaba por qué tenía que
seguir siendo evaluado por tantos profesionales si ya había
hablado con dos forenses. Explico que el Juzgado lo requería
para definir el seguimiento de su causa. Lautaro insiste: ¡pero
si yo voy a vivir con mi mamá!. En una catarata de
insistencias (de Lautaro y mías), reitero que la decisión
está en manos del Juez y le propongo que él mismo llame
al Juzgado y plantee allí sus dudas y cuestionamientos.
Al
regresar de la entrevista Lautaro dice: me fue mal, me
preguntaron boludeces como siempre... qué consumo, cuánto
consumo... Pregunta qué pasó con los permisos
de salida para visitar a su madre y con el traslado. Le ofrezco el
teléfono para que llame al Juzgado. Acepta, marca el número
y me pasa el tubo. Pide que hable y le pase el teléfono porque
no sabe qué decir. Corto y respondo negativamente, diciendo
que tanto el interés por llamar como el expediente son
responsabilidad suya. Me pregunta qué debe decir cuando lo
atiendan. Ensayamos una idea y finalmente se comunica, plantea su
inquietud y solicita una audiencia. Luego me cuenta que no hay
posibilidades de que lo lleven a visitar a su madre porque el lunes
lo trasladan a otra institución: yo de ahí me
voy a fugar y me voy a presentar solo ante el Juez. Trato
de introducir algunas cuestiones acerca de las consecuencias
negativas de tal decisión. Lautaro persiste en la idea y me
deja hablando sola.
En
horas de la tarde de ese mismo día recibo una llamada desde el
Juzgado donde citan a entrevista al Jefe del Servicio y la psicóloga
tratante dado que no había sido admitido en la Residencia
Educativa porque Lautaro había expresado que quiere quedarse
en el hospital. Transmito esto al equipo y al Jefe del Servicio,
quien se niega a asistir a dicha entrevista dado que no debe
quemarse la cabeza del jefe en la primera opción y
se compromete a asistir en una segunda oportunidad, de ser necesario.
Luego
de dicha entrevista Lautaro es citado a audiencia. Se mostraba
contento con la oportunidad de ser él mismo quien expresara su
opinión ante la Secretaria del Juzgado. Antes de partir me
pregunta por su aspecto físico: ¿cómo
estoy?. Le preocupa su presentación, hablamos de
ello y de cómo se sentiría más cómodo.
Por el momento el tema era: ¿voy con pantalón
largo o corto? ¿me visto cheto o tumbero?. Decide ir
cheto para dar una buena imagen, aunque aclara que
eso no significa que él sea un careta.
Luego
de la audiencia Lautaro vuelve al hospital más animado. El
Juzgado ordenaría una nueva evaluación por parte del
Consejo para reconsiderar el ingreso a la Residencia Educativa: me
van a trasladar a una institución con más libertad...
quiero estudiar, terminar 7mo. grado, quiero volver a trabajar....
Hablamos sobre la importancia de poder sostener estos proyectos en
función de cuidar su libertad. Lautaro dice que quiere hacer
tratamiento en el hospital con el mismo equipo que lo atendió
en la internación.
Sin
embargo la evaluación se demora porque el Consejo no disponía
de profesionales que pudieran llegar hasta el hospital para
entrevistar al paciente. Lautaro comienza a manifestar sus nervios
por la espera y termina con contención física y
farmacológica. Luego se preocupa por lo sucedido, dado que el
Consejo puede cambiar de opinión y derivarlo a un instituto de
seguridad, y pide disculpas al equipo tratante por lo que hizo.
Al
día siguiente llega el profesional del Consejo que debía
evaluarlo. A pedido de Lautaro el equipo está presente en la
entrevista. Allí se entera del funcionamiento de la Residencia
Educativa y las responsabilidades que implica su estadía en
esa institución.
Sin
conocer el lugar, me dice que le gusta porque conoce el barrio, él
paraba en una plaza y trabajaba en una parroquia
cercanas. Estábamos hablando de eso en el patio de la Sala
cuando su custodio me llama y manifiesta su preocupación
por una posible intención de fuga dado que Lautaro tiene
demasiadas precisiones sobre el instituto
y la fecha del traslado. Aclaro, con un dejo de ira, que Lautaro no
va a ningún instituto de seguridad sino que a una Residencia
Educativa, lo cual cuenta con su total acuerdo. Retomo el diálogo
con el paciente, pero no puedo dejar de pensar en las palabras del
custodio, quien en ese momento encarnó la actitud de todos los
agentes institucionales que alguna vez se cruzaron en la historia de
Lautaro y le cerraron la oportunidad para configurar sus relaciones
de un modo diferente, incluso en el hospital.
Por
fortuna, la situación no siguió dilatándose y al
día siguiente (9/11/01) Lautaro fue trasladado a la Residencia
Educativa en una camioneta del Consejo. Se llevaba en el rostro una
gran sonrisa en la cual se concentraban las expectativas de comenzar
en un lugar nuevo y el miedo a lo desconocido.
Yo
siempre viví en la boca
del diablo
naciendo, muriendo y
resucitando...
|
Días
más tarde recibimos una llamada telefónica de la
psicóloga de la Residencia Educativa. Lautaro había
protagonizado un episodio de excitación psicomotriz al no
tener respuesta frente a su demanda de traslado
para visitar a su madre y sus dificultades para dormir sin recibir
medicación. Ésto había ocurrido por la noche,
por lo cual fue asistido por la guardia del Hospital Piñero,
donde recomendaron consultar con un psiquiatra del Alvear acerca de
la conveniencia de mantener un tratamiento psicofarmacológico.
Lautaro
no quería cualquier psiquiatra. Reclamaba la atención
de su equipo tratante.
Habiendo
evaluado la situación, decidimos ir una mañana a la
Residencia Educativa como modo de hacer sentir a Lautaro que su
derivación no entraba en la serie de abandonos que habían
marcado su historia. En diversas ocasiones habíamos discutido
en el equipo acerca de lo que nos generaba el trabajo con este
paciente. Generalmente, al llegar a la Sala nos encontrábamos
con las quejas de algunos enfermeros por la conducta de Lautaro y con
una lista de transgresiones, algunas de las cuales quizás
hubieran sido aceptadas como propias de la patología si se
trataba de otro paciente. Pero Lautaro llevaba la marca de ser un
marginal, un delincuente y un psicópata,
frente a ello nada era pasible de ser tolerado.
De modo contrario a lo que enseñan los expertos en la
clínica, Lautaro parecía no generarnos esa
sensación de incomodidad que se presenta en la interacción
con los psicópatas. La puerilidad de sus manejos nos
transmitía cierta sensación de desamparo, de búsqueda
de límites y de reconocimiento a su presencia. Nos hablaba de
su historia en la calle, de un padre que no conoció, de una
madre que permanentemente lo expulsaba, de su deseo de ser alguien
respetado aunque sea por la vía del delito, de su no-lugar.
Cuando
nos vio en la Residencia Educativa, Lautaro nos recibió
emocionado: psicóloga, asistente... ¿¡vinieron!?.
Tanto más se agrandó su sonrisa cuando le confirmamos
que habíamos ido a verlo a él para saber
cómo estaba. Escuetamente nos contó cómo se
encontraba en ese lugar, dado que se hallaba presente la psicóloga
de la institución. Nos preguntó si podía
continuar tratamiento con nosotras. Le planteamos que era posible y
lo citamos para la semana siguiente.
Acompañado
por el director de la Residencia Educativa concurrió
puntualmente a la entrevista. Allí me contó algo más
acerca de su integración con los chicos de la casa y de las
responsabilidades que tenía. También habían
comenzado a trabajar en la posibilidad de que terminara el primario
y, lo que más le interesaba, de llevarlo a visitar a su madre
la próxima semana. Acordamos que hablaríamos de ello en
la próxima entrevista.
Pero
no hubo próxima vez. Luego nos enteramos que después de
la visita a la casa de su madre decidió irse de la Residencia
Educativa porque sus hermanos lo necesitan y el
debía trabajar para proveer a la familia.
El
30/11/01 reingresa por guardia acompañado por personal del
Centro de Alojamiento de Menores en Tránsito y orden judicial
de internación del Juzgado Nacional en lo Criminal y
Correccional Nº 11. Había sido detenido por infracción
a la Ley Nº 23.737 (de estupefacientes). En el Juzgado
Lautaro había dado un nombre falso. Desde el hospital se
solicitó a la policía que tomara sus huellas dactilares
para determinar su identidad. Quedó internado por tres días,
fecha en que tenía que ir a declarar.
El
5/12/01 Lautaro es trasladado desde el Ce.Na.Re.So., con orden
judicial del Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Nº
7. Se lo interna transitoriamente en guardia hasta tanto sea derivado
a una comunidad terapéutica.
Al
día siguiente, según consta en la historia clínica,
se convocó a una reunión en la que participaron el Jefe
del Departamento Emergencias Psiquiátricas, el Jefe del
Servicio de Adolescencia y dos psiquiatras, de la Guardia y de
Adolescencia, en la cual se discute la realidad sociopática
del paciente. De allí resultan las acciones subsiguientes: la
psiquiatra y el trabajador social de la guardia informan
telefónicamente al Juzgado acerca de la imposibilidad de
mantener la internación dado que el paciente carece de
patología psiquiátrica y se solicita custodio.
Se
aplica un plan farmacológico orientado a evitar conductas
impulsivas, léase Lautaro no pudo levantarse
de la cama por varias horas. Esa misma tarde, cuando me iba del
hospital lo encuentro saliendo de la guardia. Apenas si podía
caminar. Me cuenta que lo pichicatearon y que no
soporta más ese estado. Le digo que trate de no deambular
porque puede caerse y que mañana hablamos.
Mañana
será otro día... pero ¿cuál? Alrededor de
las 21hs. Lautaro se fuga del hospital.
No
voy a morir de amor
no
voy a morir de amor...
El
12/4/02 Lautaro ingresa al hospital por cuarta vez, derivado por el
Consejo Nacional de la Niñez, la Adolescencia y la Familia con
un cuadro de descompensación emocional... escuchó
voces... sintió miedo... estuvo en la calle. Se
interna directamente en Sala de Adolescencia.
Casualmente
(¿ ?) ese mismo viernes por la tarde había estado
comentando que tenía pensado escribir un ateneo sobre este
caso. El lunes me entero, por un comentario ocasional de una
profesional de la Sala de Adolescencia, que Lautaro estaba internado.
El cruce de miradas con quien había sido su psicóloga y
la expresión casi al unísono de está
acá, eso quiere decir que no está muerto!
fueron inevitables.
Minutos
más tarde Lautaro estaba en la puerta de la sala de
profesionales preguntando por su equipo tratante. Insiste
en que seamos nosotras quienes lo atendamos. Me impactó su
aspecto físico. Habían pasado tan sólo cuatro
meses desde la última vez que lo había visto, pero para
él parecían haber pasado al menos cuatro años.
Tenemos
una entrevista en la cual refiere que llegó al hospital porque
quiere rescatarse. Pido que me cuente qué
hizo desde que se fugó del hospital. Me responde con un gesto
de sorpresa: ¡eh! ¿cómo que me fugué?.
Le respondo que no juegue de careta y que llamemos
a las cosas por su nombre. Me cuenta entonces que estuvo en la calle,
fumando pasta base hasta casi darse vuelta, lo
cual le dio miedo y bronca y lo decidió a
pedir ayuda: quiero rescatarme... ¿qué voy a
ganar en la calle?... nada voy a ganar. Dice que entonces
recurrió al Consejo del Menor. Ante mi pregunta, contesta que
no recuerda con quien habló. Le digo que creo que sí
sabe el nombre de esa persona, que cuando quiera puede decírmelo.
Se queja porque está empastillado y me
interpela ¿cómo puede ser? vengo a rescatarme
de la droga y me tienen empastillado. Remito a que hable de
ésto con el médico. Al salir del consultorio me dice:
María, María se llama la señora con la
que hablé. María es la trabajadora social que
lo había entrevistado antes de ser admitido en la Residencia
Educativa.
Actualmente
me encuentro trabajando, en coordinación con el Consejo, en la
derivación de Lautaro a una institución adecuada a su
problemática. Por mi parte, sólo pretendo que pueda
encontrar un lugar donde se sienta más contenido y no reciba
dosis tan altas de maltrato institucional como la que
está recibiendo en el hospital, dado que hoy por hoy, ante la
menor transgresión se le aplica medicación
intramuscular que, literalmente, lo pone a dormir por dos días.
En
la última entrevista, Lautaro me pregunta cuándo lo
trasladan porque ya no quiere estar en el hospital. Respondo que en
el Consejo me pidieron que le comunicara que el traslado
será la próxima semana, pero debe tener
paciencia y esperar que lo evalúen, de lo contrario
volver a la calle. Le pregunto qué opción
va a elegir. Me devuelve la pregunta insistentemente: ¿usted
que dice que haga?. Me resisto pero le respondo: y,
no sé, si pediste ayuda.... Me mira sonriente y
dice: entonces, mejor espero ¿no?. Nos
despedimos hasta el lunes...
Mientras
escribo este ateneo no puedo dejar de pensar en Lautaro: ¿estará
en el hospital todavía? Quisiera llamar para confirmar que
está ahí, para hablar con él y disuadirlo si
piensa fugarse. Pero éste precisamente es el punto de
incertidumbre de la intervención, donde el otro se escapa de
nuestro dominio. Quizás el lunes no lo encuentre, pero Lautaro
me demostró que su paso por el hospital de algún modo
le brindó instrumentos para continuar sobreviviendo. De otro
modo no hubiera regresado esta última vez.