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Edición electrónica

Edición N° 19 - primavera 2000

COMUNICACION SOCIAL

Algunas ideas para superar los modelos informacionales en comunicación: un enfoque didáctico para el nivel polimodal.

Por:
Tania Cucui y José Pablo Carro
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(Datos sobre los autores)


Introducción
El presente trabajo sólo pretende ser un intento de sistematización de algunas ideas desarrolladas por diferentes corrientes teóricas –no todas pertenecientes al campo de la comunicación social– que permiten superar los modelos informacionales en comunicación derivados de la teoría matemática de la comunicación desarrollada por Shannon y Weaver en el año 1948. A partir de dicha teoría –la que, vale aclararlo una vez más, fue desarrollado pensando en la comunicación entre máquinas– se desarrollaron diversos modelos
Estos modelos, que pretenden explicar la comunicación humana, en distintas versiones y con algunas variaciones conservan las características principales del modelo matemático. Y a pesar de haber recibido una gran cantidad de críticas que señalan sus limitaciones explicativas para dar cuenta de la diversidad de situaciones comunicativas que protagonizan los hombres, dominan los manuales de comunicación diseñados para el nivel polimodal y los ciclos de especialización.
Por tal motivo, consideramos oportuno describir desde una perspectiva didáctica algunas ideas superadoras de aquel modelo y sus derivados, que permitan una reflexión crítica que aporte elementos conceptuales para la tarea docente.

El modelo matemático
Una gran cantidad de autores describieron y analizaron críticamente el modelo desarrollado por Shannon y Weaver, aquí transcribiremos la descripción realizada por Rodrigo Alsina: "El proceso de la comunicación se inicia en la fuente del mensaje que la que genera el mensaje o la sucesión de mensajes a comunicar.
La fuente de información selecciona a partir de un conjunto de posibles mensajes el mensaje deseado. A continuación el transmisor opera sobre el mensaje y lo codificará transformándolo en señal capaz de ser transmitida a través de un canal.
El canal es simplemente el medio utilizado para la transmisión de la señal desde el transmisor hasta el receptor. Es el medio físico que permite el paso de la señal. Es precisamente en el canal donde puede incidir la fuente del ruido. (...)
Cuando la señal es recibida por el receptor se lleva a cabo la operación inversa a la del transmisor reconstruyendo el mensaje a partir de la señal. El receptor recibe la señal y la transforma de nuevo a su naturaleza original de mensaje.
El destino es el punto final del proceso de la comunicación. El destino es el ente al que va dirigido el mensaje"
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Como señala Wolf, se enmarca en una serie de estudios que "tienen por objeto mejorar la transmisión de los mensajes, disminuir las distorsiones y las pérdidas de información, aumentar el rendimiento general del proceso de transmisión de información".

Si bien, como ya se señaló anteriormente, este modelo fue pensado para la comunicación entre máquinas, debido a su simplicidad, entre otras razones, rápidamente fue utilizado para explicar la comunicación humana. Enseguida fue enriquecido con diversos aportes, tales como las ideas contexto, retroalimentación, la influencia de los grupos de pertenencia de los receptores, la importancia de las características personales de los receptores, etc.
Pero, como dice Mata, "pese a todos los enriquecimientos, pese a todos los nuevos ingredientes psicológicos, lingüísticos y sociológicos que se le añadieron, no dejó de constituir una matriz cuya linealidad y carácter instrumental puede cuestionarse desde otras perspectivas de comprensión de los hechos comunicativos".

A continuación se exponen algunas ideas que –provenientes de diversas corrientes teóricas– suponen una superación del modelo informacional aplicado a la comunicación humana.

Pasar de la idea de mensaje a la idea de discurso
La idea de mensaje sólo describe palabras textuales de una situación de comunicación. Hace referencia al contenido –pero también a la forma– de la comunicación, a lo que se transmite y circula por el canal desde el emisor hasta el receptor. El mensaje es el resultado de la codificación del emisor. En la medida que la decodificación del mensaje por parte del receptor se produzca, la comunicación se habrá establecido. De este modo, la idea de mensaje hace referencia a su sentido literal, ya que depende del código.
Tal como señala Wolf, en su análisis del modelo informacional lingüístico de Jakobson –aunque superador, derivado del modelo matemático–, se trata de un "contenido semántico fijo entre dos polos asimismo definidos, encargados de codificar y decodificar el contenido de acuerdo a un código según las restricciones de un código a su vez establecido".
Sin embargo, un mismo mensaje adquiere diferentes sentidos en diferentes situaciones de comunicación. Por ejemplo: la pregunta "¿sabés cuándo va a llover?", significará diferentes cosas si hace meses que no llueve o si en ese momento está lloviendo torrencialmente. Lo mismo podría ocurrir con la expresión "ese vestido te queda precioso". Pero, además, el mismo mensaje puede ser recibido por diferentes receptores o emitido por distintos emisores, en distintos lugares y en distintos momentos. En cada caso las condiciones de producción de ese mismo mensaje son distintas. El conjunto de condiciones de producción conforma la instancia de enunciación.
La enunciación es el momento en el que el emisor está codificando un mensaje y lo transmite. Es lo que se llama acto de enunciación; en ese momento emisor y mensaje son inseparables y no pueden existir el uno sin el otro. Hay enunciación cuando el docente dicta su clase, cuando la hinchada alienta a su equipo, cuando un escritor escribe un libro o cuando un grupo musical graba un disco. El resultado de un acto de enunciación es un enunciado o discurso.
En este sentido, un discurso es el producto de un acto de enunciación único e irrepetible. La misma clase dictada por el profesor a otro grupo de alumnos es ya otro acto de enunciación. Pero, además, el discurso (o enunciado) permanece aunque ya no esté el emisor.
El libro permanecerá escrito aunque el escritor haya muerto, el disco permanecerá grabado aunque el grupo se disuelva y sus integrantes ya no estén de acuerdo con lo que produjeron.
Los discursos no son sólo palabras habladas o escritas; también lo son los dibujos, las fotografías, las canciones, las acciones humanas. El discurso es una configuración temporo-espacial de sentido; es el soporte material del sentido, considerando el sentido como el resultado de la comunicación. "El sentido no es lo mismo que la suma del significado de cada una de las palabras o signos de un mensaje. Es más bien un efecto global, un resultado del funcionamiento de todos los elementos que intervienen en un hecho comunicativo".

Por tal motivo, discurso no es sólo el resultado o el producto, sino también el proceso social de producción de sentidos. Todo discurso es a la vez un hecho de lenguaje y un hecho social. Es por eso que, en tanto práctica social, se hace necesario analizar también la situación en la que se producen los discursos.
Pero la comunicación recién se produce cuando la enunciación es completada por la recepción.
La recepción es el momento en el que el receptor está decodificando o interpretando un discurso. En esta instancia receptor y discurso son inseparables. La recepción se produce cuando los alumnos reciben su clase, cuando una persona escucha el disco, cuando se lee el libro, cuando se escucha el aliento de la hinchada. La recepción también es única e irrepetible, y del mismo modo tiene unas determinadas condiciones de reconocimiento; cada vez que leo un mismo libro o escucho un mismo disco, la instancia de recepción es diferente y se modifica. Los alumnos de un curso reciben simultáneamente la clase del profesor. Allí, la información es la misma y el contexto es el mismo; sin embargo, cada alumno tiene una idea distinta de lo que dijo el profesor. En la decodificación siempre se pone en juego una manera propia de interpretar los códigos y el mundo. Es por eso que la interpretación de los discursos cambia de un receptor a otro.
Desde esta perspectiva, no es posible separar el discurso –lo que antes considerábamos mensaje– del contexto espacial y temporal en el que se produce y en el que se recibe. Por otra parte, "un discurso, producido por un emisor determinado en una situación determinada, no produce jamás un efecto y uno solo. Un discurso genera, al ser producido en un contexto social dado, lo que podemos llamar un 'campo de efectos posibles'. Del análisis de las propiedades de un discurso no podemos nunca deducir cuál es el efecto que será en definitiva actualizado en recepción."

Pasar de la idea de código como repertorio de unidades disponibles a la idea de código como conjunto de reglas para la producción de sentidos
En los modelos informacionales derivados del modelo matemático de Shannon y Weaver, el código siempre aparece como un elemento "neutro" que posibilita los intercambios comunicativos. Instrumento que, además, es exterior e independiente de los emisores y receptores y de la situación comunicativa misma. De este modo, el código se presenta como el elemento que permite al emisor transmitir un contenido semántico fijo y unívoco y permite al receptor su correcta decodificación. Y esto es así, puesto que al considerar el código como uniforme y común al emisor y al receptor, se reduce la recepción al sentido literal del mensaje transmitido por el emisor.

Sin embargo, es un error pensar que en una situación de comunicación se utiliza únicamente un código. En toda situación discursiva intervienen varios códigos simultáneamente. Y esto es válido tanto para las comunicaciones mediáticas como para la comunicación interpersonal. Pero además, las reglas para la decodificación varían de un grupo a otro; hay que dejar de pensar en un código único para comenzar a pensar en reglas discursivas.
Tal como dice Umberto Eco: "Según las distintas situaciones socioculturales, existe una diversidad de códigos, o bien de reglas de competencia y de interpretación. Y el mensaje tiene una forma significante que puede ser llenada con distintos significados, siempre que existan distintos códigos que establezcan distintas reglas de correlación entre determinados significantes y determinados significados".
En la medida que la comunicación humana comienza a ser considerada como una actividad compartida por emisores y receptores y no la mera la transmisión de informaciones del primero hacia el segundo, el código debe ser pensado como el conjunto de reglas que definen los procedimientos para la producción de sentidos.
Como indica Verón: "Las operaciones productoras de sentido en el seno del discurso, vale decir, las operaciones por medio de las cuales el sentido es investido en las materias significantes, son al mismo tiempo prácticas sociales específicas. Los 'códigos' en tanto conjuntos de operaciones no son pues otra cosa que los sistemas de reglas a las que obedece el trabajo social productor de significaciones".
No es posible, entonces, pensar el código al margen de las condiciones de producción y de reconocimiento de los discursos. Es en la misma práctica cotidiana en la que se ponen en funcionamiento los códigos; más aún, son las prácticas sociales las que reglamentan de alguna manera la utilización de los mismos.

Por ejemplo, los códigos que pondrá en juego un escritor al escribir un libro tendrán que ver, en general, con los códigos propios de lo que se considera literatura y lo que no en el campo literario, pero también con los códigos propios –las reglas– del género en el que escribe, los que incluso es probable que varíen por el simple hecho de que el escritor sea o no un escritor habitual de ese género; pero también tendrán que ver con la formación personal del escritor, con su educación, con su cultura, etc.
Por su parte, quien lo lea pondrá, a su vez, en juego unos códigos por completo diferentes si se trata de un lector habitual de ese escritor y/o de ese género, o si se trata de un crítico literario. Pero también es muy probable que los códigos utilizados sean diferentes si el lector del libro en cuestión es un profesor de literatura que prepara una clase o si el lector de ese libro es uno de sus alumnos; incluso es posible que haya una variación importante en los códigos utilizados si la lectura de los alumnos es anterior o posterior a la clase del profesor.
Para utilizar otro de los ejemplos trabajados con anterioridad, los códigos que utilizarán para la decodificación del aliento de la hinchada de un equipo de fútbol seguramente serán distintos para los jugadores del equipo al que se alienta, para los jugadores del equipo contrario, para un simpatizante que sólo ocasionalmente concurre a la cancha, para un fanático que sigue el equipo a todas partes o para el árbitro del partido. Pero con seguridad, de conjunto, utilizarán una "familia" de códigos propios del fútbol y, en buena medida, ajenos a los de la literatura.
Es a partir de lo expuesto que se hace necesario trabajar, junto con la noción de código como conjunto de reglas para la producción de sentidos, con la noción de competencia comunicativa. Esto es así porque, en una situación comunicativa, el código aparece en escena a partir de las competencias comunicativas que ejercen el emisor y el receptor. "Los emisores, en unas ciertas circunstancias, despliegan un conjunto de competencias que les permiten investir, dotar de sentido a ciertas materias significantes. Los receptores, a su turno, atribuirán un sentido a lo recibido y esa atribución, asentándose necesariamente en los posibles sentidos delineados en un discurso dado, se realiza también en virtud de unas determinadas condiciones de recepción, de unas ciertas competencias comunicativas que poseen esos sujetos".
Como se puede apreciar, ya no tenemos un código unívoco y común a emisores y receptores que permite una correcta decodificación a partir de la idea de transferencia de los primeros a los segundos, sino un conjunto de códigos que se ponen en juego a partir de las competencias respectivas de emisores y receptores, a partir de las cuales ambos producen sentidos. Esto modifica sustancialmente la imagen que del receptor se hacía el modelo informacional. Como agrega Mata, ser receptor ya "no es ser pasivo recipiente o mecánico decodificador. Es ser un actor sin cuya actividad el sentido quedaría en suspenso".

Entendemos por competencia comunicativa "los conocimientos que necesita un individuo para utilizar todos los sistemas semiológicos que tiene a su alcance como partícipe de una comunidad sociolinguística y sociocultural. La competencia comunicativa abarca tanto las condiciones internas del discurso cuanto la situación de comunicación en la que se efectiviza el discurso y permite la producción de situaciones comunicativas mediante un sistema de reglas generadoras de una situación ideal de comunicación".
En realidad podría hablarse en plural, es decir, competencias comunicativas, ya que son muchas y variadas las habilidades o capacidades que le permiten a una persona comunicarse con otras.

Forman parte de las competencias comunicativas, el conocimiento y la utilización de los códigos lingüísticos (oral y escrito) y paralingüísticos (no verbales, tales como los gestos, las miradas, la distancia corporal, el desenvolvimiento espacial, etc.); el conocimiento y manejo de los valores y reglas sociales relacionados con una cultura o subcultura determinada; el conocimiento de determinados rituales institucionales o la utilización de códigos institucionalizados en diferentes ámbitos específicos; las diferentes habilidades en el manejo de tecnologías de comunicación; el manejo de diferentes discursos institucionales, tales como el médico, el policial, el legal, el deportivo, etc.; incluso las distintas miradas sobre el mundo, de matriz ideológicas.

Es importante tener en cuenta que las diferentes competencias no pueden ser analizadas –en rigor, tampoco son utilizadas– por separado; siempre actúan en conjunto. Pero, además, las competencias se definen, también, en la situación concreta de comunicación, formando parte de las condiciones de producción y reconocimiento de los discursos.
Vale agregar, finalmente, que "estas habilidades forman parte de patrimonios históricos, de memorias, de saberes, de sentidos diversos que adquieren las convivencias y las acciones éticas y pragmáticas cotidianas; en suma, las interacciones simbólicas".
Es decir, las competencias comunicativas que se expresan en individuos dependen en buena medida del desarrollo histórico, social y cultural de los diferentes grupos sociales de los que forman parte esos individuos.

Por ejemplo, cuando un profesor imparte su clase, entre las condiciones de producción de su discurso figuran sus competencias comunicativas; esto quiere decir que su clase estará condicionada, entre muchas otras cosas, por su capacidad para comunicar los conocimientos previstos. Entonces, formarán parte de sus competencias el manejo de los diferentes códigos que se pondrán en juego en esa clase: los códigos particulares de la asignatura (matemáticas, historia, geografía, comunicación, etc.), los códigos institucionales (el apego o no a las normas escolares), los códigos propios del aula y de ese curso en particular, los códigos de la adolescencia, los códigos culturales del grupo social al que pertenecen la escuela y los alumnos, los códigos construidos de conjunto entre profesor y alumnos (pactos de convivencia áulica), el manejo del espacio, el manejo de los recursos didácticos, la capacidad anticipar y contener las demandas del grupo, su posicionamiento frente a la juventud, sus valores morales, etc.

En la medida en que dejamos de hablar de código como un elemento "neutro" que posibilita los intercambios comunicativos –y simultáneamente iguala a emisores y receptores, al considerarlos simples usuarios del mismo–, y comenzamos a pensar en las competencias comunicativas que favorecen o dificultan –en condiciones concretas de producción o recepción– el manejo del conjunto de reglas que definen en cada caso los procedimientos para la producción de sentidos, se hace posible visualizar las diferencias y desigualdades que existen entre emisores y receptores.
Como señalan Piccini y Nethol, la igualación de las instancias emisora y receptora que realizan los modelos informacionales, "disfraza y vuelve ingenua la complejidad de las relaciones que se manifiestan en el intercambio comunicativo y, además, la presencia de asimetrías lingüísticas, culturales e ideológicas".
Es por ello que se hace oportuno hablar de asimetría comunicativa. Es decir, no toda situación de comunicación implica igualdad entre los protagonistas de la misma. Más aún, como indican las mismas autoras en otra parte, "en determinadas situaciones regidas también por ciertos contratos de intercambio, un sacerdote dice un sermón, un juez sanciona una penalidad, un maestro imparte una clase, un grupo de niños tomados de la mano corea una canción, dos o tres personas comentan acerca de su trabajo en el momento de descanso de la jornada, dos amantes se dicen con miradas, gestos y caricias lo que sienten, un político pronuncia un discurso en una asamblea, etc.
Lo que ocurre en estos y otros actos de estructura cambiante y discontinua es que, si bien por una parte se producen hechos comunicativos, por otra, no siempre los actores se encuentran en una situación de intercambio igual, es decir, estableciendo un circuito de reciprocidad donde puedan darse contratos comunicativos de tipo horizontal. Es más, lo dominante es la ausencia de simetría"
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Es esta ausencia de simetría entre emisores y receptores, la que remite a las condiciones de producción y de recepción de los discursos y, de allí, a las competencias comunicativas. Competencias y capacidades compuestas por saberes y poderes (saber hacer y poder hacer) acumulados históricamente por diferentes grupos sociales. Esto implica reconocer, como dice Michel Foucault, que "relaciones de poder múltiples atraviesan, caracterizan, constituyen el cuerpo social; y estas relaciones de poder no pueden disociarse, ni establecerse, ni funcionar sin una producción, una acumulación, un funcionamiento del discurso.
(...) Estamos sometidos a la producción de la verdad desde el poder y no podemos ejercitar el poder más que a través de la producción de la verdad."

Derecho, poder y verdad forman un triángulo inseparable para Foucault: son las reglas de derecho las que delimitan formalmente el poder y son los efectos de verdad de ese poder lo que produce y permite reproducir ese mismo poder. Si se analiza el desarrollo histórico de cualquier disciplina, podremos ver como algunos saberes son legalizados y otros son sometidos, soterrados o calificados como incompetentes o no científicos. La comunicación es el lugar por excelencia en el que se produce la lucha por la legalización de estos saberes y poderes. Así, la comunicación no es el resultado de un poder sino su condición de posibilidad.

Pasar de la idea de emisores y receptores a la idea de instancias de producción y de reconocimiento
Es precisamente la idea de asimetría, y la afirmación de que en el proceso comunicacional se ponen en juego competencias diferentes, lo que nos obliga a repensar el lugar atribuido por las explicaciones más usadas a las nociones de emisor y receptor.
Cuando describimos una situación comunicativa estamos acostumbrados a pensar en un emisor que elabora un mensaje con la intención de transmitir algo a alguien, y en un receptor que reelabora ese mensaje en función de un código que ambos comparten. En este esquema, extraído de los planteos de las teorías de la información, emisor y receptor se constituyen en instancias homólogas, dos extremos de una relación que se desarrolla en forma lineal, partes iguales (con iguales capacidades y conocimientos y en igualdad de condiciones) de un mecanismo que es siempre el mismo: codificar y decodificar.
Desde esta perspectiva al receptor sólo le cabe reconstruir "correctamente" cada uno de los elementos que el emisor incluyó con cierta lógica organizativa en el mensaje. No hay producción en la recepción, sólo reflejo y reproducción.

Son los intentos por comprender el funcionamiento de los medios en una sociedad de masas los que obligan a buscar otras miradas que puedan dar cuenta, no ya de la capacidad y la eficiencia de la transmisión de ciertos contenidos, sino también de los efectos que éstos producen, de los modos en que las persones se apropian y hacen uso de lo que los medios producen y de la manera en que configuran ciertas lógicas sociales y ciertas miradas de la realidad. En este camino, el aporte de otras disciplinas –historia, antropología, ciencia política, estética– resulta fundamental.
Los desarrollos realizados por la semiótica textual así como por los estudios culturales señalan algunos de los desplazamientos que hemos explicado hasta aquí y cuestionan la linealidad presente en los modelos informacionales, para devolverle a la relación comunicativa su carácter de proceso, y cuestionan el principio de simetría entre emisión y recepción. "La asimetría de los papeles comunicativos en la comunicación de masas y el complejo conjunto de factores sociales en los que se lleva a cabo, configuran una situación en la que la comprensión es estructuralmente problemática, es decir no identificable a priori con las intenciones comunicativas del emisor".

Es el aporte de estas perspectivas teóricas el que permite introducir la idea de "prácticas comunicativas" como "espacios de interacción entre sujetos en los que se verifican procesos de producción de sentido", y adoptar la noción de discurso para dar cuenta de estas dinámicas.

Si aceptamos, como dijimos en el punto uno, que los discursos no son sólo el producto de una actividad sino un proceso social de elaboración de sentidos, debemos asumir entonces "el carácter no lineal de la circulación del sentido" y la necesaria indeterminación de los discursos propuesta por Verón.
Estas consideraciones nos obligan a reconocer que no es posible deducir las gramáticas de recepción sólo a partir de lo que el emisor puso en el mensaje, y que tanto en la emisión como en la recepción hay producción de sentido. Esta afirmación ubica al receptor en un lugar distinto, en el que él también construye el sentido de los discursos que otro/s elabora/n; pero no sólo porque le otorgue capacidad interpretativa, sino porque lo que se pone en juego en el intercambio comunicativo son "conjuntos de prácticas textuales" y no ya mensajes transferidos de unos a otros.

De allí que podamos empezar a hablar deinstancias de producción y de reconocimiento más que de unos emisores y unos receptores, para expresar todo lo que existe de construcción, de condicionamientos, y para recuperar la idea de procesos en los que ambas partes participan activamente.
Sin embargo, este reconocimiento no implica poner en un plano de igualdad a los sujetos que en un momento determinado se constituyen en emisores y receptores. Postular un poder absoluto por parte de quien elabora un discurso sería olvidar todo lo que hay de producción y reconocimiento en la instancia de la recepción, pero a la inversa, sobredimensionar la capacidad reconfiguradora del receptor sería negar que la producción de un discurso delimita un "campo de efectos posibles".
La idea de asimetría que al principio subrayábamos da cuenta precisamente de las distancias y desigualdades que contienen las relaciones comunicacionales. Es en la instancia de la producción donde se inicia y configura una situación de intercambio y eso ya introduce una primera diferencia entre emisor y receptor, pero además ambas partes de ese intercambio ocupan lugares en una estructura social también signada por desigualdades que expresan ciertas relaciones de poder y saber, ciertas posiciones, ciertos roles, etc.

Es por eso que estas concepciones teóricas desde las que estamos trabajando, introducen en sus desarrollos las ideas de negociación y contrato como nociones explicativas fundamentales. Un discurso es elaborado en un momento y en una situación particulares, con la intención de producir algún efecto. Pero, como ya dijimos, ese efecto nunca es el resultado lineal de lo que se propusieron quienes organizaron el discurso. En la instancia de emisión se desarrollan estrategias que intentan anticipar y considerar las condiciones en que ese discurso será recibido, así como las necesidades, deseos y competencias de quien se constituya en receptor.
En la construcción del discurso está contenido quien se prefigura como receptor y en la instancia de reconocimiento está delineado un campo de sentidos demarcado ya en la instancia de producción.

Veamos un ejemplo. Si el profesor pretende señalar la importancia de estudiar detenidamente el tema que acaba de exponer e incentivar a sus alumnos para que lo hagan, la expresión: "este es un tema muy interesante y central para comprender la próxima unidad", no producirá en todos los estudiantes un efecto directo y único.
De hecho los sentidos atribuidos a su discurso dependerán de numerosos factores: el interés de cada uno en la materia, otras cosas que sepan sobre el tema, la importancia que le dan a la próxima unidad, su relación con el profe, etc.
El docente, además, intentará contemplar algunos de esos factores para anticipar posibles respuestas: cuánta atención prestaron los alumnos, cuánto saben del tema, si el tema les resultó interesante, etc. Los alumnos, por su parte, elaborarán diversos sentidos: hay que estudiar todo lo que el profe dijo en la clase, hay que estudiar porque va a tomar prueba y es muy exigente, esta unidad no es tan importante como la próxima, etc.
De todos modos, a pesar de los diferentes efectos posibles, el discurso del profesor excluyó toda una serie de posibilidades tales como: esta unidad no es necesaria estudiarla y cosas por el estilo.

Pasar de la idea de comunicación como hecho aislado a la de comunicación como hecho y matriz cultural
Si pensamos, tal como lo proponen las explicaciones derivadas de la teoría de la información, en la idea de un mensaje como una estructura elaborada a partir de un código que compartirían emisor y receptor, y, simultáneamente, en el proceso de transmisión de ese mensaje como la actividad a partir de la cual alguien codifica algunas ideas para que alguien que las reciba, las reconstruya y así "comprenda" su "significado", entonces la comunicación aparece como una situación que se agota en el acto mismo en el que se concreta.
Nada nos obliga a preguntarnos cuánto hay en esos mensajes de sentidos no elaborados allí, no contenidos en la "significación" de cada uno de los elementos que conforman la estructura del mensaje.
Porque desde esta perspectiva la comunicación aparece como un hecho aislado, como un acto que puede remitirse a un principio (la emisión) y a un final (la recepción) y que puede explicarse aludiendo a la descripción de cada uno de los factores que se ponen en juego (acto de codificación, mensaje, canal por el que ese mensaje es enviado, contexto en el que se produce, posibles ruidos, decodificación, efecto o resultado del proceso de transmisión).

Sin embargo, pasar de la idea de mensaje a la de discurso y pasar de las imágenes de emisor y receptor (como partes iguales de una acción que transcurre de un extremo a otro) a la de instancias de un proceso de construcción de sentido, implica abandonar el principio que explica a la comunicación como un acto aislable y reducible a su lógica interna.

Es necesario, dirá María Cristina Mata, "asumir que en el campo de la comunicación nadie recibe mensajes aislados sino conjuntos textuales, porque cada mensaje particular remite a otros y se encadena con ellos en un continuum simbólico y cultural".
Las formulaciones de la semiótica textual son particularmente relevantes para explicar esta idea. "La situación –señalan Eco y Fabbri- es la siguiente: a) los destinatarios no reciben mensajes particulares reconocibles, sino conjuntos textuales; b) los destinatarios no comparan los mensajes con códigos reconocibles como tales, sino con conjuntos de prácticas textuales (...); c) los destinatarios no reciben nunca un único mensaje: reciben muchos, tanto en sentido sincrónico como en sentido diacrónico".

Hablar de conjuntos textuales significa reconocer que los sentidos que se materializan en los discursos se construyen en diálogo con otros discursos, con cosas ya dichas, y que remiten no sólo a un sistema de significados establecidos por un código, sino a prácticas, a maneras de actuar, de hablar, de relacionarse, a momentos y situaciones particulares. De esta manera, lo que dice el jefe a un empleado en la oficina no remite sólo a las palabras que utiliza en un momento determinado, sino también al modo en que se dirige a él, a la relación existente entre ambos, a la posición institucional ocupada por cada uno, etc.

Eliseo Verón habla de "conjuntos de procesos discursivos" como la noción que permite remitir los fenómenos de sentido (lo que en un momento se recorta como producto) a procesos, al funcionamiento de una red que puede ser pensada como "sistema productivo". Señala que "la producción del discurso no tiene nada que ver con la intencionalidad de un sujeto dispuesto a 'transmitir un mensaje'. Por esta razón, una semiología de la producción del sentido es irreductible (e impenetrable) a una teoría comunicacional de la significación. En una situación dada todo discurso es a la vez efectivo (en la medida en que modifica el proceso de producción de otros discursos) y opaco (...)".

Lo que se pone en juego en una situación comunicacional es parte de un proceso social y cultural donde los sentidos se estructuran como resultado de condiciones históricas en las que ese discurso es elaborado y recibido.
La idea de "procesos discursivos" que propone Verón para explicar la circulación del sentido, exige explicitar las condiciones en las que esos procesos se realizan. "Todo sistema productivo puede considerarse como un conjunto de restricciones cuya descripción especifica las condiciones bajo las cuales algo se produce, circula y se consume; lo mismo vale para el sentido. (...) Cuando se encara así la red semiótica, el sentido aparece inevitablemente como el resultado o el producto de un trabajo social (o en terminología ligeramente diversa, como engendrado por prácticas)".

La presencia de todas las personas que participan en la elaboración de un noticiero radial, con sus distintos tiempos y lugares, forman parte de la instancia de enunciación de un informativo radial. De este modo, las condiciones de producción no dependen del sujeto que codifica y, sin embargo, lo condicionan y condicionan la emisión. Como dice Verón, "el conjunto de determinaciones que definen el lugar social de los productores es lo que podemos designar como las condiciones de producción de los discursos".
Por su parte, la recepción se realiza en diferentes situaciones: el informativo puede ser escuchado en la casa, camino al trabajo en el auto o en el colectivo, en el trabajo, solo o acompañado, etc. Habrá tantos procesos de recepción como personas escuchen el informativo radial. Incluso la misma noticia escuchada por la misma persona en el informativo de la mañana y en el del mediodía, formarán parte de distintas instancias de recepción. Las condiciones de reconocimiento son todas aquellas variables que condicionan de alguna manera la decodificación de los discursos.
Las condiciones de producción y de reconocimiento incluyen, además, todos los recursos económicos y técnicos, las capacidades y competencias comunicativas, las posibilidades espaciales y temporales, todo lo que permite la concreción de una situación comunicativa. Por lo tanto, hay que tomar en cuenta que entre las condiciones de producción y de reconocimiento de un discurso hay, también, otros discursos.

Se trata de un proceso en el que aparecen "huellas" o "marcas" de las condiciones en las que los discursos son producidos y reconocidos. Pero, además, esas condiciones deben comprenderse en el marco de situaciones históricas, porque revelan relaciones establecidas en un orden determinado.
Y esto significa que existen reglas, formas estructuradas que regulan los sentidos. Angenot lo denomina "discurso social"; como "todo lo que se dice, todo lo que se escribe en un estado de sociedad dado (todo lo que se imprime, todo lo que se habla hoy en los medios electrónicos).
Todo lo que se narra y argumenta... O más bien, las reglas discursivas y tópicas que organizan todo eso sin que jamás se las enuncie. El conjunto –no necesariamente sistémico y funcional- de lo decible, de los discursos instituidos y de los temas provistos de aceptabilidad y capacidad de diseminación en un momento histórico de una sociedad dada"
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Por ejemplo, es esperable que el profesor dicte una clase y para ello utilice ciertos elementos, términos y conceptos según la materia que enseña (mapas si es profesor de geografía), ciertas maneras de hablar y de dirigirse a sus alumnos según usos y costumbres, su edad, la relación establecida con ese grupo de alumnos en particular, etc.
Pero, además, hay cosas que jamás se esperaría que dijese o hiciese del mismo modo que no es esperable que algún alumno expulse al profesor del aula. Dentro de las instituciones, cada actor cumple con un rol asignado del cual se esperan determinadas cosas y no otras, relacionadas generalmente con reglas sociales. "A la noción de comunicación aislada como acto verbal consciente y voluntario, se opone la idea de comunicación como proceso social permanente que integra múltiples modos de comportamiento".

Pensar a la comunicación como prácticas a partir de las cuales se construyen sentidos y que forman parte de procesos históricos y situaciones particulares, organizadas por reglas y condiciones de producción y de reconocimiento, implica dejar de explicarla como un acto aislado y empezar a comprenderla como hecho y como matriz cultural. Si definimos, como lo hace Williams, a la cultura como sistema significante, y aceptamos que todas las prácticas significan, comportan determinados sentidos, entonces podemos referirnos a los actos comunicativos como prácticas culturales que, además, se reconocen como específicamente significantes.

Sobre las ideas de ruido, canal y retroalimentación
La idea de ruido sólo tiene sentido en la medida en que la comunicación es considerada en tanto transmisión de informaciones, ya que los modelos informacionales consideran el ruido como todo aquello que impide la comprensión del mensaje, es decir, todo aquello que impide que el receptor atribuya el significado correcto al mensaje transmitido por el emisor.
De esta manera, los ruidos imposibilitan la correcta decodificación. Pero en la medida en que consideramos la comunicación como producción de sentidos, la noción de ruido pierde capacidad explicativa; otros ideas –condiciones de producción y de recepción, competencias comunicativas, por ejemplo– son más productivas y permiten una mayor comprensión de situaciones comunicativas concretas. Por ejemplo, ya no es posible considerar como "ruido" los gritos y cantos de la hinchada que ¿impiden? que comente con un amigo el partido de fútbol que miramos juntos desde la tribuna popular. Aquí el ruido es consubstancial a la situación comunicativa.

Una cosa similar ocurre con la idea de canal. Del mismo modo con la noción de ruido, en los modelos informacionales se considera al canal como un instrumento, algo exterior separado de los emisores y receptores, por donde circula o transita el mensaje. Esto supone que el canal, en tanto medio físico, no condiciona ni determina la situación de comunicación.
Sin embargo, como veremos más adelante al considerar la situación de los medios masivos, el canal tiene un papel central en la construcción de sentidos. No son utilizados –ni por los emisores ni por los receptores– del mismo modo la televisión, la radio y el diario. La misma comprensión de la realidad será condicionada según el medio de comunicación en cuestión, debiendo considerárselos, además, como "formas de organización cultural".

Otra idea importante a considerar es la de retroalimentación o feedback. Este es un concepto que originalmente explica las respuestas preprogramadas entre las máquinas. Pero en los modelos informacionales que pretenden explicar la comunicación humana, la retroalimentación "cumple el papel del mecanismo mágico generador de la idea de 'reciprocidad', de democratización y de apertura de los medios a la participación".
Como ya se ha señalado anteriormente, no es necesario que produzca una respuesta para que se produzca una situación de comunicación. Del mismo modo que pasamos de la idea mensaje a la de discurso, es necesario abandonar la idea de retroalimentación. En la comunicación humana no existe retroalimentación; si bien el emisor puede prever la respuesta del receptor y, por consiguiente, establecer estrategias de anticipación, las respuestas, en definitiva, son siempre únicas. Las personas responden de maneras cambiantes e impredecibles en cada situación concreta.

Algunas características de la cultura mediática
En la medida en que reconocemos la necesidad de analizar la comunicación al interior de la cultura, se hace necesario realizar una breve aproximación, sin por ello pretender realizar una caracterización exhaustiva.
La cultura como proceso social total –material y concreto– constitutivo del hombre; como el modo en que viven las personas, con sus valores, sus tradiciones, sus rituales, sus creencias, sus objetos y sus modos de usarlos, sus prácticas, sus cosmovisiones, sus rutinas, sus trabajos, sus modos de hablar, de vestir y de comer, sus fiestas, sus dioses, sus territorios, sus modos de comunicarse... En definitiva, la cultura como todas esas pequeñas cosas que constituyen nuestra vida cotidiana y le dan sentido a la misma.
Pero si toda práctica social al interior de la cultura es productora de sentidos, al decir de Williams "lo que resulta decisivo no es solamente el sistema consciente de ideas y creencias, sino todo el proceso social vivido, organizado prácticamente por significados y valores específicos y dominantes".
Por ese motivo, cultura y hegemonía se confunden: "...todo un cuerpo de prácticas y expectativas en relación con la totalidad de la vida: nuestros sentidos y dosis de energía, las percepciones definidas que tenemos de nosotros mismos y de nuestro mundo. Es un vívido sistema de significados y valores –fundamentales y constitutivos– que en la medida en que son experimentados como prácticas parecen confirmarse recíprocamente".

De tal modo, revisar la cultura contemporánea, cultura masiva, o, como se comienza a llamarla últimamente, cultura mediática o mediatizada, implica justamente "reconocer la centralidad que fueron adquiriendo los medios masivos de comunicación en la vida cotidiana como fuentes de información y entretenimiento, como fuentes de la construcción de imaginarios colectivos entendidos como espacios identitarios nacionales, epocales, generacionales. El saber al mismo tiempo y el compartir modos de ser a través de ciertos relatos, estuvieron en la base de la constitución cultural de los estados nacionales latinoamericanos; la información acerca de las innovaciones estilísticas y la difusión de un modelo de cuerpo, estuvieron en la base de la instauración de la 'moda' como regulación vestimentaria... Pero también pueden reconocerse papeles equivalentes en la configuración de los modos de acción pública: el diseño de reglas del decir que constituyeron hablantes legitimados y atentos oyentes; dirigentes y dirigidos; variadas formas de intermediación ante el poder político".
Las nuevas tecnologías de la comunicación y la información han tenido mucho que ver con lo que aparece como una confusa pero radical transformación social a nivel continental. Así, los medios masivos de comunicación, en la medida en que van constituyéndose actores centrales de la cultura contemporánea –en tanto modeladores del conjunto de las prácticas sociales, modificando de tal modo la producción de sentidos del orden social–, se vuelven objeto de reflexión necesario para el análisis de la comunicación humana.

Los medios masivos de comunicación desde los modelos informacionales
Sin embargo, llegados a este punto se cae rápidamente en la cuenta que las mismas dificultades que el modelo informacional mostraba para describir diferentes situaciones de comunicación humana se repiten a la hora de analizar los medios masivos de comunicación. Incluso, puede afirmarse que en realidad es fundamentalmente esta limitación la que permitió la búsqueda de nuevos caminos para su superación. Pero no nos adelantemos, ¿de qué manera ven los modelos informacionales a los medios masivos de comunicación?
Comúnmente, los medios de comunicación son considerados justamente eso "medios", canales por los cuales circulan mensajes –informaciones– de diverso tipo en busca de receptores generalmente individuales. De este modo, los medios fueron pensados tanto como transmisores de contenidos –educativos, informativos o de entretenimiento–, meros instrumentos de difusión cultural.
No importa aquí si esa cultura, además, fuera calificada positiva o negativamente. Incluso aquellos que desde posiciones críticas señalaron el carácter ideológico de los mensajes masivos o la propiedad capitalista de los mismos medios, no lograban superar los límites que los modelos informacionales imponen. La idea de "exterioridad" aplicada a los medios, llevaba implícita la idea de pasividad del receptor; de allí que los medios fueran considerados portadores de cultura o manipuladores de cerebros.

Pasar de las ideas de imposición y manipulación a la idea de hegemonía
El lugar desde el cual se explicó el funcionamiento y el espacio que crecientemente iban ocupando los medios de comunicación en la sociedad estuvo signado por una lectura lineal de esos procesos. Tanto desde posiciones críticas, que denunciaban a los medios como instrumentos de manipulación, como desde posiciones legitimantes, que veían en ellos el avance y el progreso de la tecnología, los estudios de comunicación estuvieron marcados por una lógica que asociaba de manera directa las intenciones de quienes elaboraban mensajes desde los medios con los efectos en quienes recibían esos contenidos. "El modelo informacional ha sido el verdadero paradigma dominante, raramente puesto en cuestión y en cambio frecuentemente utilizado: y en esto, tradición empírica e investigación crítica han seguido el mismo camino".
Sin embargo, estas miradas dejaron fuera de su alcance profundos y complejos procesos sociales que se estructuraban también en relación a la existencia de los medios, pero que no podían ser comprendidos sólo a partir de lo que allí ocurría.
Se volvió necesario pensar la comunicación como parte de esos procesos sociales y culturales en lo que se verificaba una amplia trama de actores, de conflictos y de situaciones. Pensarla desde las dinámicas culturales, que expresan, como decíamos antes, relaciones de desigualdad.
Las críticas y las limitaciones señaladas al modelo informacional, son parte de un desplazamiento más global, producido en las ciencias sociales, que cuestiona los análisis funcionalistas de la realidad y las visiones simplificadoras que estructuran lo social en esquemas dualistas. Y esto es así porque precisamente, los modelos de comunicación implican ciertos posicionamientos en las discusiones epistemológicas sobre la teoría social.
Esa revisión llevó a algunas corrientes críticas a preguntarse por la cultura y a intentar comprender los procesos a través de los cuales se construyen ciertos sentidos sobre lo social.
En ese camino, la noción de hegemonía de Gramsci constituyó un punto clave. Este concepto, dice Jesús Martín-Barbero, permite "pensar el proceso de dominación social ya no como imposición desde un exterior y sin sujetos, sino como un proceso en el que una clase hegemoniza en la medida en que representa intereses que también reconocen de alguna manera como suyos las clases subalternas".
Esta idea describe una situación en la que ciertas maneras de mirar y comprender el mundo –que se corresponden con los intereses de los sectores dominantes (predominantes a nivel económico y en las esfera de poder)– se vuelven legítimas y cuentan con el apoyo de la mayoría de la sociedad. "La noción de hegemonía rompe con la idea de un poder vertical, de un poder no negociado y, sobre todo, no negociable".

Para que ciertas ideas de los sectores dominantes organicen los sentidos, las representaciones y las prácticas, para que sean el lugar desde el cual los sujetos se piensan a sí mismos y a los demás, deben contemplar y contener los deseos, las necesidades, las expectativas de los sectores subalternos, aquéllos que no dominan y ocupan posiciones de subordinación en la estructura social.
De allí que no podamos describir el vínculo entre unos y otros sectores como simple relación de imposición, sino como ámbitos en los que ambos negocian, en términos desiguales, sentidos; para comprender que "no toda asunción de lo hegemónico por lo subalterno es signo de sumisión como el mero rechazo no lo es de resistencia, y que no todo lo que viene 'de arriba' son valores de la clase dominante, pues hay cosas que viniendo de allá responden a otras lógicas que no son las de la dominación".
Desde estas perspectivas, podemos apuntar para el análisis de la cultura de masas y de los medios de comunicación lo que más arriba señalábamos con respecto a los papeles que emisores y receptores desempeñaban en los modelos informacionales. Ni quien elabora ciertos discursos tiene un poder absoluto que impone determinados efectos, ni quien los recibe posee una total libertad resignificadora.

Por eso, resulta indispensable abandonar las ideas de manipulación, que otorgaban a los medios una capacidad ilimitada de configuración de esquemas de pensamiento, y recuperar las preguntas por los modos en que ciertas visiones del mundo generan adhesiones y rechazos, consenso y resistencia.
Y esto, sin que esa mirada diluya las relaciones desiguales de poder y los procesos de dominación. Se trata más bien de asumir que "las concepciones duales (...) han dado paso a enfoques que intentan captar los lugares de producción del consenso (especialmente los medios y las escuelas) como lugares en los que se filtran las expresiones de la sociedad civil y de las relaciones de fuerza que la recorren. No ya como ámbitos en los que el poder se reproduciría mecánicamente, sino más bien en los que se produce a través de las mediaciones entre clases, grupos e individuos".

En los estudios de la comunicación aparece como necesidad fundamental el reconocimiento del papel central jugado por los medios en la construcción, comprensión y reproducción de un orden social, en la estructuración de las prácticas. Y el reconocimiento, también, de los modos en que esos sentidos contienen otras lógicas, las maneras en que son apropiados y transformados en el consumo.
Si tuviéramos que explicar qué cosas se dicen diariamente en el noticiero de la noche y los efectos que la transmisión de ciertas noticias y ciertos comentarios producen en los televidentes, no podríamos limitarnos a analizar lo que el conductor pronuncia como discurso, y mucho menos los resultados inmediatos y lineales que esas palabras producirían en el espectador, en su manera de actuar y de pensar.
Por un lado tendremos que preguntarnos qué noticias son elegidas, qué temas no tienen presencia en el programa, de qué manera se hace referencia a los hechos que se describen, y también en qué canal se transmite el noticiero (si es público o privado, quién es el dueño), etc., para intentar reconstruir el discurso que se pone en escena, los sentidos que construye en relación a un orden o un sistema determinado, las intenciones que allí se verifican, etc. Y si aceptamos que hoy los medios son el lugar privilegiado para la producción del discurso hegemónico, entonces además trataremos de dar cuenta de cómo y en qué medida ese discurso se cristaliza en lo que dice el noticiero.
Pero, además, deberemos buscar las huellas de los receptores, las maneras en que son considerados sus intereses, sus capacidades, sus conocimientos previos, como modos de anticipar posibles actitudes y de diseñar estrategias.

Y, aún así, esas preguntas no serán suficientes para interpretar lo que sucede con los receptores. Habrá que interrogarse por los modos de consumir, por las formas en que esos contenidos son apropiados, asilmilados, redefinidos. Cómo esos sentidos que llegan a los televidentes configuran formas dominantes de ver y comprender la realidad, nunca lo hacen de manera única y mecánica.
Porque el padre que mira en su casa la tele mientras cena con su familia pone en juego ciertas competencias e intereses diferentes a las de sus hijos, pero además, esa familia comparte ciertas ideas y comentarios sobre lo que ve y escucha, que se vincula con lo que ya conocen, con su trabajo, con lo que esperan del mundo, etc, diferente a lo que sucede en otras familias.
Como dice Williams, la hegemonía "no se da de modo pasivo como una forma de dominación. Debe ser continuamente renovada, recreada, defendida y modificada. Asimismo, es continuamente resistida, limitada, alterada, desafiada(...)".

A manera de conclusión
Todo modelo teórico lleva implícito un posicionamiento ideológico; toda crítica epistemológica es una crítica política. Si los modelos informacionales dominaron todos estos años el panorama mundial de la investigación en comunicación, ha sido entre otras cosas porque colaboró desde su especificidad teórica con un modo de ver la comunicación y el orden social en que se desarrolla. Algo similar ocurre en nuestras escuelas.
Las ideas más o menos dispersas presentadas aquí –producto de un profundo debate internacional y latinoamericano– y acompañadas por unos pocos ejemplos, pretenden ser un pequeño aporte para la superación de unas prácticas pedagógicas –muchas veces– puramente instrumentales. Un aporte critico que apunta a la transformación desde las mismas prácticas.



* Datos sobre los autores:
* Tania Cucui
Estudiante

* José Pablo Carro
Licenciado en Comunicación Social. Profesor Instituto Secundario Integral Modelo
Jefe de Trabajos Prácticos en la Cátedra Introducción a la Comunicación Social en la Escuela de Ciencias de la Información, Universidad Nacional de Córdoba
pcarro@eci.unc.edu.ar

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