Pasado un mes de la internación A. cambia notablemente de posición. Pasa de estar preocupado por salir del hospital, volver a trabajar, retomar el estudio, a un estado de abandono de sí mismo. Se niega a irse del hospital. Comienza a decir que "está bueno no hacer nada, no trabajar; hay chicas...". Pide pastillas para dormir. Empieza lo que podríamos llamar "la transformación en su madre". Se instala en una posición gozosa, manipuladora. Su actitud era desafiante y le costaba aceptar las reglas de la sala, que por ese entonces estaba alborotada. Los pacientes se negaban a salir de permiso.
El responsable de la sala dio la indicación de que si permanecía en la sala tenía que estar medicado, y que había que otorgar permisos prolongados (que no se quedara a dormir en la sala). Pero él se niega a continuar saliendo de permiso con los abuelos. Dice en tono socarrón: "Estaba deprimido en los de mis abuelos. Me sentía sólo. Pensé en matarme".
Por nuestra parte, insistimos en que continúe con los permisos con sus abuelos, y en sostener a ése como un lugar posible para A., ya que considerábamos que con su madre no tenía lugar.
Esta casi no venía al hospital a visitar a su hijo, no concurría a las entrevistas familiares, siempre anteponía su propio tratamiento, decía que no podía consigo misma y que acordaba en que su hijo fuera a vivir con sus abuelos.
Ante nuestra insistencia, A. se realiza cortes en la muñeca, tras lo cual recibe medicación inyectable. Dice que se cortó porque quiere estar en la casa "como antes". "Si no estoy con mi vieja, no vivo". Agrega que el abuelo plantea que viva con él y se olvide de su familia. "No pueden sacarme el derecho de estar en casa... ni la jueza... todos se lavan las manos... nadie se hace cargo de nada. Vivir es al pedo. Me sacaron mi familia, el trabajo, todo".
Su madre acusa al hospital de haber vuelto loco y "pervertido" a su hijo, y dice que la "estafaron" al internarlo. Reaparecen fugazmente el padre y la concubina (habían venido una vez), haciéndonos reclamos por la situación de A., pidiendo explicaciones de manera inquisidora, sin aportar ninguna colaboración. No volvimos a tener noticias de ellos.
A. se rearma rápidamente volviendo a una postura "canchera". Dice que quiere irse de este "loquero" con su madre. Frente a esto aceptamos darle el alta con su madre, en forma inmediata (con permisos prolongados hasta que llegue el alta judicial). Al mismo tiempo, le señalamos que él había tomado una decisión (que era vivir con sus abuelos), decisión que habíamos apoyado y con la que estabamos de acuerdo, y en este momento había retrocedido.
Si bien al principio pensábamos que lo que le dificultaba a A. ir a vivir con sus abuelos era la culpa por abandonar a sus hermanos, lo que empezábamos a pensar a partir del cambio de posición de A. era que lo que le costaba era perder su lugar de "niño abandonado". Este lugar le permite reclamar insaciablemente lo que "se le debe". Y duplica la posición de la madre ante la vida, y en particular frente a los abuelos paternos, "la familia rica".
En una entrevista con su madre y abuela surge como tema la falta de colchón en su casa, porque la madre decía que no tenía lugar. Su abuela, entonces, le compra un colchón para llevar a casa de su madre. Sale con su madre y al día siguiente se toma 30 comprimidos de tranquilizantes de ésta. Luego de un lavaje de estómago en un hospital cercano, vuelve a su casa. Como su madre no lo quiere traer al hospital, regresa por su cuenta.
Se le asigna una consigna policial, a fin sancionar la gravedad de lo sucedido.
Toma una actitud acusatoria con respecto al hospital, al igual que la madre. Dice que se enfermó porque "absorbió la locura", que quiere salir de a poco, no que le digan "chau, no vengas más". Dice: "Mi vida no es importante para nadie, perdí toda mi vida... Me sacaron todo... Antes me las arreglaba sólo... No puedo de un día para otro recuperar mi vida".
Pasa a integrar una "bandita" junto a otro paciente y a los consignas de ambos. Intenta manejar él el tratamiento y las entrevistas con su terapeuta. Se acentúa su actitud manipuladora, por ejemplo, amenazando matarse si sale de permiso cuando no lo dispone él, o condicionando tener entrevistas a que su terapeuta le lleve unas pilas que él le había exigido. Le aumentan la medicación.
Se produce una situación difícil: junto a dos compañeros provocan y se burlan de una manera pesada de otro compañero, que no estaba en condiciones de defenderse, tratándolo de "puto", y tirándose encima de su camA. Enfermería interpreta esto como un "intento de violación". Llaman a la guardia, y ésta a dos patrulleros. Los atan y los inyectan, situación a la que A. se resiste, tornándose violenta.
Desde la dirección del hospital se indica que lo "planchen" de modo tal que no pueda levantarse de su cama. Hay presión institucional para un traslado inmediato.
Citamos con urgencia a los abuelos y a su madre, transmitiéndoles la gravedad de la situación. En la entrevista con sus abuelos queda claro algo que ya venía perfilándose: que A. no termina de tener un lugar allí, ya que el abuelo lo condiciona a que "se porte bien" y sea "obediente". Ante esto, y después de lo sucedido en los permisos con la madre, solicitamos un hogar para A.
La madre exige explicaciones acerca de lo sucedido, en una actitud sumamente querellante, culpando del estado de A. a la institución. Encara al jefe de la sala exigiendo explicaciones y cuando éste le señala que la que abandonó a su hijo es ella, ya que ni siquiera tiene un colchón para dormir en la casa, la madre le pega una cachetada. Posteriormente, la madre se disculpa, dice acordar con el tratamiento y reconoce que A. está mal.
Por su parte, A. está con bronca por lo sucedido: que lo "plancharan" y que llevaran a la guardia a su compañero de sala. Dice que la versión de enfermería de que intentaron violar al otro chico no es cierta y que a él también lo quieren echar.
Al día siguiente, interrumpe una entrevista que mantenía su terapeuta con el jefe de la sala diciendo que quería hablar con él. Le reclama por haber echado a su compañero a la guardia y por el trato que él recibió. Luego de explicarle la situación de su compañero y mostrándose al tanto de todo lo sucedido con A., el jefe de la sala le dice que él no está de acuerdo con la violencia, reconociendo una verdad en el reclamo. Al mismo tiempo, le dice que él no es inocente y enumera todas las cosas que hizo A..
Comenta acerca de la cachetada que él recibió de la madre, ante lo que A. se sorprende y se disculpa (después dirá que la cachetada la tendrían que haber recibido los enfermeros). Surge el tema de a dónde va ir de alta A., éste dice que quiere volver con su madre, a lo que el equipo accede.
De hecho, la madre había cambiado notablemente su posición respecto del tratamiento (concurre puntualmente a las entrevistas, visita a A., se hace responsable de los permisos de salida), todo esto desde cierta posición culposa y con un exceso de complacencia sospechosa.
Se va de permiso con la madre, no quedándose en general a dormir en el hospital, aunque concurre diariamente a visitar a su novia y a otros compañeros, con el consentimiento de su madre. En este intervalo mantiene visitas con su abuela y se anota en la escuela de jardinería que había abandonado.
Una noche, estando de permiso, viene por su cuenta al hospital, "drogado". En la guardia nos comentan que parecía asustado por el efecto de la droga. Al día siguiente A. expresa que se siente culpable y que no quiere que su madre lo vea así. Cuando la madre concurre al hospital, A. le cuenta que fumó marihuana, y la madre se horroriza. Frente a esto, el equipo permite que se quede por unos días en el hospital, aclarando a A. y a su madre que lo que sucedió no es tan grave, y que continuamos con el alta.
En las entrevistas individuales se produce un movimiento interesante luego del episodio de violencia en la sala. A. venía condicionando las entrevistas a que su terapeuta le llevara pilas; incluso estando medio "groggy" por la medicación, lo primero que hace es preguntar por las pilas, a lo que la terapeuta responde que no le trajo las pilas pero sí un libro. Dice que le parece bien.
Empieza a interesarse en el libro que cuenta las aventuras y experiencias de un chico de 16 años al que echan del colegio. En relación a la lectura se inicia un intercambio más fluido con su terapeuta.
En una primera etapa de la internación, hubo varios factores que nos llevaron a una cierta precipitación de nuestras intervenciones, que tuvieron como consecuencia que tanto los permisos de salida como los intentos de externación fueran interpretados por A. como una expulsión. En primera instancia, nuestro desacuerdo con la internación. Lo que motivó la internación fue una conflictiva familiar y nos preguntábamos, y aún lo hacemos, sobre la pertinencia de la misma. También se puso en juego una presión institucional: como no es un "paciente psiquiátrico" debía salir rápidamente, de lo contrario sería un paciente psiquiátrico y debía ser medicado como tal. A su vez, la "psiquiatrización" estaba facilitada por la identificación a la madre, que se hizo manifiesta durante la internación. Al igual que ésta, toma de sus compañeros distintos recursos que le permiten utilizar su "enfermedad" para obtener beneficios. En la transferencia, no sólo hacia el terapeuta sino al equipo y a la institución, se reprodujo esta "expulsión", que esconde su dificultad de corte con su madre.
A partir de la lectura que hicimos nos replanteamos nuestras intervenciones. Intentamos alojar a A. desde otro lugar, escuchando más atentamente la verdad en juego en sus reclamos y en sus actings. Para poder producir un corte era necesario un alojamiento previo.
Pensamos que en varios casos la internación de los adolescentes indica una cierta falla en la iniciación al mundo adulto, y que el corte que el adolescente no pudo realizar en su vida cotidiana se pone en juego en la sala (generalmente a modo de acting). Desde la misma se puede facilitar que este acto se lleve a cabo, funcionando la institución y el equipo como un espacio transicional que permite la lectura de sus experiencias como ritos de iniciación y no sólo como algo catastrófico, que lo sumerge en la culpa. También en A., la internación cobra este lugar de iniciación.
En A. podemos hablar de iniciación en varios sentidos: es su primera internación, se hace llamar por su segundo nombre, recibe por primera vez medicación psiquiátrica, es contenido físicamente, tiene su primer relación sexual, consume por primera vez marihuana, se corta y realiza una sobreingesta medicamentosa. Todo esto, si bien no ocurre exclusivamente en la sala, ocurre en el marco de la internación.
En su espacio de terapia individual, al ofrecérsele libros que cuentan la historia de chicos de su edad con los que podría identificarse, se intenta que la lectura funcione como una mediación que permita una identificación simbólica, que lo ayude a elaborar la etapa que está transitando y en este punto, se diferencia del universo simbólico fallido de su familia y sus hermanos, que leen todo el tiempo la Biblia.
El espacio de entrevistas familiares tuvo distintas viscisitudes. En un primer momento, trabajamos por un lado con los abuelos de A., e intentamos sostener un espacio con la madre y los hermanos, que no pudieron mantener. Con el padre se realizaron dos entrevistas y decidimos no continuar por el momento, dado que no tiene ningún compromiso con sus hijos. Actualmente, estamos manteniendo entrevistas con la madre y los hermanos, entre ellos A., en el domicilio, en función de establecer algún orden que permita un lugar posible para A..
De entrada nos resultó claro que lo de lo que se trataba es de la falta de un colchón.
El pensar que el hospital psiquiátrico no era el colchón adecuado nos obstaculizó en el poder alojarlo en la transferencia, único colchón posible y posibilitador.