* Cientos de voces encolerizadas se ensañaron contra el rector De la Fuente
La Jornada, México, 26 de enero de 2000
Estaban a unos metros, pero no hubo diálogo
* Autoridades y paristas se mantienen en sus posturas * Nadie recibió el fólder sobre el plebiscito
Elena Gallegos * Apuntes de un desencuentro; uno más en esta ya incomprensible huelga en la UNAM, a la que no se le ve fin. Decenas de fotógrafos y camarógrafos -resulta que muchísimos de ellos no lo son- terminan conformando un extraño cerco, y a menos de 15 metros de distancia, no obstante los infructuosos esfuerzos de José Narro y Enrique del Val por abrir camino, el rector Juan Ramón de la Fuente y su contraparte, los 13 delegados del Consejo General de Huelga (CGH), parecen estar más lejos que nunca... Y lo están.
En el arrebato, en el desbarajuste, salida quién sabe de dónde, una ofuscada multitud -colonos, trabajadores, campesinos, señoras con niños, mirones, agentes de seguridad vestidos de civil, y hasta estudiantes, paristas y antiparistas- se ensaña: "¡fraude!, ¡fraude!", "¡pinche represor!", "¡fuera!, ¡fuera!", y ahoga los coros de "¡diálogo-diálogo!".
Por fin, y en medio de aquel tropel, De la Fuente y cuatro cegeacheros -entre ellos el profesor Mario Benítez y Leticia Contreras, quienes no dicen ni pío- escenifican un monólogo en dos tiempos. En pocos minutos, cada uno, a su manera, convoca al diálogo.
-¡Se reanudará con la universidad abierta y funcionando!, insiste el rector.
-Si ustedes vienen a presentarnos un ultimátum y a romper la huelga -concluye la lectura del documento del CGH una alumna de Veterinaria- pues ¡no pasan!
Y cada uno le dice al otro: ¡ustedes tienen la palabra! Pero el diálogo no fluye. Al contrario, se multiplican los agravios... Y la comunidad universitaria está, otra vez, en el límite de la confrontación.
Así, el rector se queda con el fólder beige en el que, en cinco cuartillas, desmenuza los resultados del plebiscito que organizó el jueves pasado. Benítez argumenta, cuando todo pasa, que el CGH no podía aceptar siquiera las cifras de lo que consideró, desde el principio, un gran fraude.
Tras las mallas de alambre que colocaron los cegeacheros para delimitar su territorio, y que rodean la explanada de rectoría, cientos de muchachos se encaraman. No alcanzan a ver nada. Y tampoco nadie los ve a ellos, que han sido el verdadero soporte de la huelga. Siempre detrás.
También, tras la malla ciclónica, bajo una sombrilla negra que sostienen varias muchachas, alguien asegura ver cómo Alejandro Echevarría, El Mosh, protege su rasta del sol, mientras Francisco Ramírez, un incansable activista de la Facultad de Derecho, casi jura que algunos compas de La Red algo traman... Hasta ahí. No quiere decir más.
El inicio del caos
Y así las cosas en la UNAM, en uno más de los desencuentros en este largo, indescifrable conflicto que ha paralizado a la institución durante más de nueve meses, y en el que, se intuye, hay mezcladas tantas cosas, se cobran muchas facturas. Y siguen pasando los días.
Muy temprano, quienes se acercan a rectoría se sorprenden al ver que, salvo algunos hombres celular en mano -con toda la facha de policías, pero bien trajeados- atisban, reportan, merodean. También llegan algunas jovencitas felices de estar ahí, de ser todavía parte del movimiento. Con sus playeras del ¡Ya basta!, y sus estampas del Che, ensayan las primeras consignas.
Poco a poco van acercándose, además, los informadores. Pequeños círculos se forman a lo largo de la lateral de Insurgentes, justo frente a la torre de rectoría. Algunos paristas salen de entre las barricadas. Vendedores de atole, tamales, refrescos, papitas y hasta sombreros -los mismos que han seguido al CGH de asamblea en asamblea- colocan sus puestecitos y, de pronto, aquello se asemeja a una feria de pueblo.
Casi al mismo tiempo, los funcionarios de la institución comienzan a reunirse del otro lado de la avenida. Aguardan al rector a unos metros de la señal que, con la indicación "paso inferior para cruzar Insurgentes", conduce a una estrecha escalinata que desemboca en un amplio túnel que conecta al Estadio Olímpico Universitario con la explanada que lleva lo mismo al Museo Universitario de Ciencias y Artes que a la Facultad de Arquitectura.
El tiempo transcurre con lentitud. La mañana se va calentando. Narro y Del Val -desde la llegada de De la Fuente, piezas clave en la operación política- hacen el recorrido. Suben y bajan las escaleras, una y otra vez. Miden las distancias. Semblantean el ambiente. Hasta esos momentos, todo parece tranquilo.
Ya van a dar las 10 de la mañana. Gastón Novelo, del primer equipo del rector, checa los tiempos. Avisa: "el doctor está ya en camino; hace ya dos minutos salió... Sólo debe acompañarlo la Comisión de Garantías". Los funcionarios que ya están ahí -entre ellos el tesorero José Manuel Covarrubias, el nuevo abogado general, Fernando Serrano Migallón y otros más- adelantan el camino y cruzan el túnel.
En punto de la hora fijada el lunes en San Ildefonso, llega De la Fuente, y con él los miembros de la Comisión de Garantías: Miguel León Portilla, Alejandro Rossi, Clementina Díaz y de Ovando, René Drucker Colín -a él le corresponde resguardar el fólder que contiene los resultados del plebiscito-, Luis de la Barreda, Rolando Cordera, Joaquín Vargas y Federico Reyes Heroles.
Descienden la escalinata. A la mitad del túnel -un enjambre de periodistas se coloca frente a ellos- el rector hace un alto. Pregunta por la maestra Díaz y de Ovando. ¡Acá está!, le responden. El grupo alcanza a dar sólo unos pasos adelante. Camarógrafos y fotógrafos -unos que son y muchos que no son- se convierten en muro infranqueable.
Hacia su objetivo -la explanada de rectoría, por cierto, nunca alcanzado- todavía tienen que subir otra estrecha escalinata. Por momentos, parece que será imposible lograrlo. Arriba, desde las pequeñas barreras de concreto que miran al paso peatonal, cientos de voces, encolerizadas, no dan la bienvenida: "¡huelga!, ¡huelga!", "¡rector ilegítimo!", "¡¿dónde está tu papá Zedillo?!", "¡no nos moverán!", "¡ni un paso atrás!", "¡Cordera, locutor de mierda!", "¡salinistas, fuera, fuera!", algún aplauso por ahí que de inmediato es acallado, algún grito de apoyo que el bullicio apaga.
La comitiva, paso a pasito, comienza a avanzar. Entre manotazos se abre paso y, por fin, ya está del otro lado de la avenida. Pero de ahí no pasa. Queda varada. El insólito círculo que les cierra el paso no cede un milímetro.
"¡Que los compañeros periodistas nos ayuden, que nos hagan favor de abrir una valla!", pide el rector. Sus acompañantes, los miembros de la Comisión de Garantías, se desesperan, se indignan: "¡caray, parece que la prensa puede causarnos el mayor de los estropicios!". "Nunca se ha visto que sea la prensa la que impida el diálogo. Esa es nota!", exclama Rolando Cordera. La maestra Díaz y de Ovando queda oprimida por la muchedumbre. "¡Denme chance de sacar a la maestra, por favor denme chance!", se angustia Del Val.
"A un lado, a un lado", grita el doctor Narro. Nadie hace caso. "Una valla, una valla", se desgañita Alberto Pérez Blas. Ninguno lo escucha. Y es que tampoco nadie atina a explicar de dónde salieron tantas cámaras, tantos micrófonos, tantos informadores que empujan, se enredan, se enojan, golpean, y en lugar de buscar -como reza el manual más elemental del oficio- la imagen de los dos antagonistas, frente a frente, se complacen en enfocar sus lentes en una sola dirección: donde se ubican las autoridades.
Entre los reporteros gráficos, un hombre joven, rapado y regordete, que luce anillos lo mismo en las orejas que en la nariz, cámara en mano, se da vuelo atropellando. Otros lo siguen. Algunos ni siquiera dan con el disparador. No importa. El objetivo es otro. Al menos, queda esa sensación.
El zumbido de los tres helicópteros que sobrevuelan causa sobresaltos. El ambiente se enrarece. Imposible que el rector avance un paso más. El rostro del doctor Drucker se descompone. De algún sitio se alza la desgarrada voz de un muchacho que increpa al rector: "represor, por tu culpa nos van a reprimir... ¿Cuál plebiscito? Si votó menos de 50 por ciento de la comunidad. ¿De qué te ríes estúpido... de qué te ríes?".
De la Fuente insiste: "lo mejor es que yo me acerque y que también lo intenten ellos"; pero a unos metros, el rector está más lejos que nunca del CGH. La multitud se apretuja. Está en constante e involuntario vaivén. Por segundos da la impresión de que aquello se saldrá de madre...
"¡Nos van a arrollar!", grita una voz de mujer. Un hombre, que cuida las espaldas de Xavier Cortés Rocha, no se mide, y suelta golpes sin ton ni son: "¡no lo empujen!, ¿no ven que es el secretario general?". Pero a esas alturas, cada quien lo que intenta es salir lo mejor librado. En la bola, y al fin viejos conocidos, el maestro de la Facultad de Economía, Alfredo Velarde -quien en una declaración agrega a "La Jornada entre los enemigos del CGH"- reta al doctor Narro: ¡"debatamos, usted con su plebiscito y yo con la consulta del CGH!". Narro menea la cabeza y lo corta con un seco: "¿qué hay Alfredo?"
A duras penas, rector y cegeacheros protagonizan, por fin, su monólogo en dos tiempos, porque este martes no hay condiciones para el diálogo en la UNAM. De la Fuente cierra -y apenas sí se le escucha- con un contundente: "¡este es el documento que les entrego -y que nadie recibió- y espero que pronto podamos reanudar el diálogo en la universidad... abierta y funcionando!"
Comienza la retirada, y entonces viene el caos. Colonos, trabajadores, señoras con niños, agentes de seguridad vestidos de civil y hasta estudiantes se van con todo y contra todos. Cuentan que al filósofo Alejandro Rossi lo zarandean sin pudor alguno. Tanto, que le sobreviene un ataque de asma y, con urgencia -según confirma después un vocero de rectoría-, le proporcionan oxígeno para reanimarlo.
El rector aprieta el paso. "¡Pinche maricón!", lo punzan de pasada. "¡Te vamos a partir tu madre!", se desgañitan las mujeres. Y una doña, de esas que suelen andar por ahí, siempre con los cegeacheros, y que lleva un cartelito que dice: "¡Madre mía de Guadalupe, no permitas que haya violencia!", se llena la boca para lanzar: "¡póngase los pantalones Juan Ramón, que el diálogo sea de hombres!", y unos jóvenes la secundan con risotadas: "¡se va porque tiene miedo!".
Le jalonean el saco. Lo maltratan
En la carrera tras el rector, chavos y fotógrafos caminan por los toldos de los autos. A pesar de que algunos dirigentes exigen el repliegue: "CGH, no lo toquen, CGH júntense", el doctor De la Fuente alcanza a recibir un manotazo aquí, un puntapié más allá. Le jalonean el saco. Lo empujan. Lo maltratan.
Los vehículos de los funcionarios se abren paso lentamente. En una de las camionetas se sube el rector. Una inexpresiva sonrisa le llena el rostro. Un chico se medio trepa, y con un crayón garabatea en el parabrisas: ¡CGH!, al tiempo que otros muchachos le espetan furiosos: "¡¿de qué te ríes, estúpido, de qué te ríes?!".
A Rafael Pérez Pascual, ex director de la Facultad de Ciencias, y ahora integrante de la comisión del diálogo, también lo tupen a mentadas y repetidos coros: "¡Fascista!", "¡Nazi!", "¡Hitler!"
Raro, muy raro el aire que este martes de desencuentro se respira en los linderos del campus. ¿A quién le beneficia?
A la distancia, Sergio Zermeño reflexiona: "Tiene que regresarse a la mesa del diálogo. No hay de otra. Los universitarios han subido el tono. Prevalecen la desmesura y el insulto. Si las partes no vuelven a sentarse, el enfrentamiento será inminente".
-Y ¿usted qué ve? -interrogan a Fernando Pérez Correa. -"Una lucha. La razón y el derecho contra la política de la fuerza y la exclusión". -¿Y no ve nada más? -"¿Me pregunta si hay algo siniestro?". -Devuelve, sonríe y se va.
Mientras tanto, el Llanero Solitito -que en su condición de tal impulsa su propia causa- encara a la reportera Karina Avilés y le restriega en la cara la "equivocada política editorial" de su diario: La Jornada. "Andan mal, ¿eh? ¡Muuuy mal, y tengo que decírselos!" Pero Karina no se arredra: "soy reportera -le dice-, y sólo cuento lo que veo".
En el recuento de los sucesos, los reporteros hablan de las ausencias y las presencias: ¿Quién vio a Higinio Muñoz? Parece que nadie. ¿Dónde andaba La Pita Carrasco? Pues que no vino. En cambio, Javier Fernández sí se anduvo paseando tras la valla de seguridad que organizó el CGH, y que no sirvió para nada, porque el rector y su comitiva ni siquiera pudieron acercarse.
Y este martes, en la UNAM, no hubo diálogo. ¿Alguien creyó que lo habría? Quince minutos bastaron para sellar el nuevo desencuentro.
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