¤Carlos Monsiváis
La Jornada, México, 10 de febrero de 2000
Carta abierta al rector de la UNAM
Señor doctor: Hace una hora terminó la marcha pro libertad de
los presos políticos y a favor del Consejo General de Huelga, manifestación muy
numerosa, agresiva y combativa. No advertí la resurrección del movimiento
estudiantil, sino, según creo algo más vasto: la emergencia de un sector
amplísimo de la sociedad civil en defensa de una causa esencial: la resistencia
a la injusticia. Nadie quería sensatamente la continuación de la huelga en la
UNAM: nadie, también sensatamente, aprueba este intermedio luctuoso, la entrada
de la policía en Ciudad Universitaria, los cargos contra los detenidos, los
interrogatorios a partir de preguntas insensatas que sólo prueban la ignorancia
de quienes las formularon, las acusaciones de terrorismo y motín (que se retiran
con la misma frivolidad con que se colocaron, porque a los inquisidores las
palabras nada les dicen), las órdenes de aprehensión contra cuatrocientos
miembros del CGH, el clima de histeria judicial que obstaculiza cualquier
normalización del proceso universitario, y que de hecho la cancela.
Me importó el plebiscito que usted convocó por compartir el
fastidio ante una huelga tan prolongada y costosa, y por eso también participé
en un manifiesto de intelectuales, guiado por una certeza; es mejor dialogar en
la universidad abierta y evitar así la represión, sin modificar los derechos del
CGH, que respetamos. La idea era --por decir lo menos-- descabellada, aunque, de
eso estoy más que seguro, no avalaba ofensiva alguna del régimen de Zedillo. Si
se quiere, y elijo muy destacadamente mi caso, fue un aval para certificar la
estupidez de mi reacción política en ese momento, aval que soy el primero en
aprovechar, pero hasta allí. Y, además, al mismo tiempo que el manifiesto, se
difundió la orden judicial que añadía terrorismo y motín a los cargos lanzados
sobre los detenidos en la Preparatoria Tres. Al leer la nota supe de golpe lo
que no me permitía ver el cerco de rumores (falsos en su mayoría, como se ha
probado), y las críticas (que mantengo) a un sector del CGH. Percibí lo ocultado
por mi resistencia a las teorías conspirativas: detrás de la cerrazón de las
autoridades universitarias se hallaba la campaña no contra un grupo, sino contra
la UNAM.
Al cabo de grandes recortes presupuestales, y de ofensivas
empresariales, se quería exhibir a fondo la condición ingobernable de la
institución. Moraleja neoli- beral: lo que la mano aprende en el mundo global,
la tras, por orgánicamente bárbara, no lo sueña, y sólo cuentan los procesos
formativos de la educación privada. Eso mientras se volvía intransitable para la
izquierda uno de sus espacios ya históricos, la UNAM, crisis de manejo a la que
en algo ha contribuido la misma izquierda. Y advertí que para el régimen, los
universitarios de la UNAM son carne de estadística prescindible y de rechazo
laboral y exterminio político. (Aislado, el término exterminio es
excesivo; con el añadido de político, define los cargos y la actitud
contra los presos).
La entrada de la Policía Judicial Federal a Ciudad
Universitaria, doctor De la Fuente, fue el vaso que apresó la gota, o como se
quiera desquiciar a la metáfora. Tal y como se hizo, no se buscaba "devolverle
las instalaciones" a nadie, sino aplastar al enemigo. Una recuperación punitiva
no es, ciertamente, una devolución universitaria, y de eso se trató: de señalar
la majestuosidad del poder, de darle una lección perdurable a los jóvenes, tan
arrogantes y desafiantes. Fue lamentable el espectáculo condicionado por los
Medios, a la caza de humillaciones, y allí todos perdimos. O no, allí quiso
ganar, y lo consiguió por un breve lapso, la derecha satisfecha de su pedagogía
del escarmiento. En los días siguientes, usted ha ido a Ciudad Universitaria, ha
declarado que se le informó una hora después de la entrada de la policía (algo
decidido hacía semanas, según investigó la prensa), ha sido informado del retiro
de los cargos de terrorismo y motín y resumido su actitud:
"Tenemos que resarcir todas las heridas que esta crisis nos ha
dejado. Por eso, retiramos las querellas, por ello seguiré insistiendo, con los
recursos que estén a nuestro alcance, para que los universitarios a quienes se
les imputan cargos que se persiguen de oficio, sean tratados con benevolencia y
justicia. No se trata de defender la impunidad, se trata de que los poderes
públicos nos ayuden, en el ámbito de sus competencias, y con un absoluto respeto
a nuestra autonomía, a la reconciliación que en este momento los universitarios
requerimos para avanzar en nuestra reforma".
Hasta el momento, los alcanzados por cargos que se persiguen de
oficio son cerca de 400. No se trata de defender la impunidad, desde luego ¿Pero
qué significa "la benevolencia" y "la justicia" en este proceso masivo tan
contaminado por la represión indiscriminada? La benevolencia es una cortesía, la
justicia es una exigencia que, tal y como se han dado las cosas, resulta
imposible de aplicar con los criterios hasta hoy utilizados. Si se han cometido
delitos, ¿Cómo probarlos en un momento de escarmiento colectivo, donde la
rapidez escandalosa y la seguridad de dirigirse no a personas requeridas de
juicio estricto, sino a un grupo vencido, impiden cualquier objetividad? Por más
querellas de la UNAM que se retiren, y por más esfuerzos de integrantes del
Poder Judicial por desandar el camino de la ley, el proceso no resulta
escindible y hasta el momento, en cada preso se juzga a todo el CGH.
Voy al punto central de la misiva: estoy convencido, Señor
Rector, que con uno solo de los detenidos que siga siéndolo, su tarea frente a
la UNAM se verá muy limitada. Ya se sabía: la causa de la UNAM exigía el fin
negociado, la aceptación voluntaria del CGH del fin de la huelga. Al no darse
tal aceptación, en tanto ánimo crítico y de movilización, la huelga continúa
volcada en primer término en la liberación de todos y cada uno de los presos y
el retiro de los cargos. No hablo ni por asomo de amnistía y perdón, términos
aquí totalmente improcedentes. Me refiero a que en su conjunto, tal y como lo
evidenció la marcha, son cientos de miles que declaran suyos a todos los presos.
Al menos, son los presos de un gran sector de la sociedad civil, de sindicatos,
de la razón jurídica que le queda al país.
En 1968 se usó al Ejército desde la noche del 30 de julio. En
2000 se usa el batallón de jueces y Ministerios Públicos que añade y retira
cargos, le da vueltas a su desconocimiento de la lógica porque ésta ni trasmite
órdenes por teléfono ni promueve ascensos, se jacta de su inflexibilidad así
todos sepamos lo obvio: para el gobierno, la ley es dura pero negociable. Si el
linchamiento informativo y algunos comportamientos de intolerancia aislaron al
CGH, las detenciones y la farsa de los juicios han obtenido el apoyo antes
suspendido o acotado, y la conciencia de que, en efecto, la intransigencia
gubernamental es de largo plazo.
Lo que sigue, Señor Rector, no es ni podría ser un consejo o
siquiera una sugerencia. Es sólo señalar una evidencia. Con un solo preso, el
Congreso Universitario girará en torno de esa persona. Pero no le escribo con el
ánimo de facilitar reunión alguna, asunto ajeno a mi capacidad y mi incumbencia,
sino llevado por la certeza: la acción represiva no se ha dirigido contra
personas específicas, sean éstas quienes sean, sino contra un movimiento. Así se
ha dado el fenómeno, y por eso los juicios y las persecuciones son inadmisibles
por injustos. A la UNAM le toca defender a sus estudiantes, al margen de las
opiniones sobre el movimiento, y sobre varios de los detenidos, porque lo que
los Ministerios Públicos, la Secretaría de Gobernación, la PGR y el presidente
Ernesto Zedillo han lanzado, "a partir de las demandas del Jurídico", es en
ultima instancia, un juicio adverso sobre la capacidad de una institución para
hacerse cargo de sí misma y defender a los suyos en el momento de la ofensiva
gubernamental. Si el régimen quiere subvertir el orden jurídico de la República,
muy su tradición (allí están Chiapas, Fobaproa y el IPAB): la UNAM no puede
darse el lujo de la aprobación.
Le saluda atentamente:
Carlos Monsiváis
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