Periódico de Trabajo Social y Ciencias Sociales Edición digital |
Por:
Y
si entendemos, como dijera Freire, que la educación en cuanto
práctica liberadora, halla su esencia en la
dialogicidad
y ésta, se desarrolla desde la desesperanza que implica “el
cansancio y tedio de todos los que se cansaron de creer ” 2 ,
entendemos que merece una reflexión particular la presencia
del cansancio
moral en el “arte de enseñar” el Trabajo Social .
A l
hablar de arte en relación con el proceso de enseñanza-
aprendizaje del Trabajo Social, partimos del supuesto que, “ el
educador es, antes que nada un artista. Porque para ser un buen
coordinador, lo importante no es solamente procurarse las reglas
necesarias, sino explorar nuevos caminos que nos conduzcan al mismo
objetivo ” (Caputo: 1997: 278)
En
este sentido, consideramos que adquiere
gran relevancia dicha reflexión, en tanto que en esta
formación en particular, se pretende trasmitir un “modus
operandi” que aporte a constituir y construir un
“habitus profesional”, de una profesión
que se desarrolla con la participación plena de los sujetos
con los que intervenimos, con intención de aportar a la
transformación de las situaciones de padecimiento vinculadas a
problemas sociales, o bien, intervenir en situaciones que impliquen
la posibilidad de daño, en miras a un proyecto societal que
garantice igualdad, equidad y justicia.
De
este modo , entendemos que esta desesperanza que
mencionábamos anteriormente en relación al cansancio
moral, puede ser trasmitida por el docente a los estudiantes
desde el discurso, desde la acción, o peor aún, desde
la incoherencia entre lo que se dice, hace y piensa, teniendo ello
terribles implicancias no sólo en quiénes están
en su proceso de formación profesional, en tanto aprendizajes
afectivos del rol, sino y esencialmente, en las
personas con las que van a trabajar.
Cabe
señalar que la desesperanza de que la que hablamos, trasciende
únicamente al sentir, ya que, generalmente esta actitud se
vincula estrechamente con las débiles aptitudes respecto a
insumos teóricos- metodológicos, o bien, a las
dificultades para construir mediaciones conceptuales, impidiendo
ello, que estos docentes puedan visualizar más allá de
lo inmediato-aparente, no pudiendo así, identificar brechas,
espacios estratégicos para la acción. Apelando así,
a la mirada fatalista sobre el ejercicio profesional,
constituyendo al “nada puede hacerse” como principio
directriz de la (de) formación profesional.
De
este modo, frente a la inestabilidad que genera la fragilidad e
inconsistencia profesional puesta en acto en el desarrollo del rol
docente, se recurre como único modo de imponer (“enseñar”
para ellos) a la arbitrariedad, soberbia y autoritarismo,
evitando así todo tipo de intercambio con los estudiantes, que
ponga en riesgo su “seguridad”, su “saber”,
su “verdad”, reproduciendo así el supuesto que
concibe, que la función de la educación es
“simplemente la de “impartir conocimientos””
(Pac; 1997: 226)
Por
ello, nos proponemos en estas líneas, reflexionar sobre como
nos atraviesa ese cansancio a la hora de trasmitir el oficio
de ser Trabajador Social, más aún cuando
ejercemos en diferentes ámbitos socio-ocupacionales el Trabajo
Social real, y nos enfrentamos a diario a este escenario del
desencanto. Siendo, a nuestro criterio, más expuesto aún,
el rol del docente que acompaña, supervisa y evalúa al
estudiante, en sus prácticas de formación profesional.
A
partir de ello, nos proponemos poder identificar algunos elementos
que nos permitan desarrollar la docencia desde la vigilancia
ética y competencia profesional, y no “únicamente”
desde el sentir moral.
En
relación con ello, comenzaremos por preguntarnos cuál
debería ser el rol del docente en la formación
de los trabajadores sociales, para luego adentrarnos en el papel que
juega el docente en el aprendizaje de los estudiantes del rol
profesional, no sólo en cuanto a contenidos teóricos,
conceptuales, sino también y fundamentalmente, a la
transmisión de los aprendizajes afectivos del rol,
para así, por ultimo, analizar como incide en ellos la
desesperanza de la que hablamos anteriormente.
El
rol del docente, trabajador
social, en la formación de los trabajadores sociales
En
primer lugar entendemos que “ejercer la docencia universitaria
implica asumir una responsabilidad y un desafío frente a la
sociedad que no sólo involucra a los que tienen la tarea de
conducir el proceso de enseñanza- aprendizaje en las aulas.
Enseñar y aprender vincula en primera instancia a docentes y
alumnos en una relación que se inscribe en contextos
socio-históricos y políticos determinados, desde donde
emergen condiciones y posibilidades que delimitan y sustentan las
prácticas educativas” (Gonzalez-Nucci; 2005:21)
En
este sentido, y siguiendo a Kisnerman, entendemos que, el trabajador
social docente es el que anima, facilita el proceso de enseñanza
–aprendizaje; quien con sus conocimientos, habilidades y desde
un pensamiento crítico, propicia el diálogo, la
apertura entre estudiantes - docente, de modo que se pueda construir
conjuntamente el aprendizaje.
“Es
aquel que moviliza para “la decisión y la
responsabilidad social y política”, como decía
Paulo Freire, “el que predispone a constantes revisiones al
análisis critico de sus descubrimientos, a una cierta
rebeldía, en el sentido más humano de la expresión””.
(Kisnerman, 1997: 221)
En
concordancia con ello, entendemos que este proceso de formación
debe posibilitar que los estudiantes se reconozcan como agentes
profesionales con capacidad para establecer relaciones e
interacciones en las que se deconstruyan, construyan e intercambien
saberes y produzcan colectivamente nuevos conocimientos.
(Gonzalez-Nucci: 2005: 23)
Recordemos
que, “acompañar al estudiante consiste en poder manejar
adecuadamente la propia exigencia y la comprensión, poder
vincularse adecuadamente, a la vez que respetar las posibilidades del
estudiante y las del tutor. Aceptar que el proceso de aprendizaje,
guía y orientación están sujetos a procesos
vitales y humanos (del estudiante y del tutor) llenos de
contradicciones,
limites e incertidumbres” 3
(Puig; s/d: 10)
De
acuerdo con ello, señalamos y coincidimos en “la
importancia y la responsabilidad que le compete al docente tanto
en lo que respecta al “cuidado” necesario de las personas
involucradas en dichos procesos como en lo referente al seguimiento
y acompañamiento del proceso de aprendizaje, con el
fin de reconstruir la situación y hacer una devolución
desde una mirada, desde un rol profesional, que permita una reflexión
sobre el propio hacer de cada estudiante.”
(Travi-Giribuela; 2006:9) Y agregaríamos a ello, una
autorreflexión por parte del docente a cargo, que contribuya
al autoconocimiento el cual permita identificar debilidades y
fortalezas para y en el desarrollo del rol.
Tengamos
en cuenta, y no es un detalle menor que, los docentes,
trabajadores sociales generalmente “son la primera imagen del
mundo profesional que recibe el estudiante” a partir de ello,
“conocerán un talante personal, un estilo y un modelo
profesional”.
En
este sentido, remarcamos de la importancia del rol del docente,
trabajador social, en la formación de los trabajadores
sociales, no sólo en lo que respecta a los contenidos
teóricos-conceptuales, y con ellos los metodológicos,
sino y particularmente, en relación con los aprendizajes
afectivos del rol. Concepto en el que nos detendremos a
continuación.
Aprendizajes
afectivos en la formación profesional de los
trabajadores sociales
Entonces,
y siguiendo a Medaura, cuando hablamos de aprendizajes
afectivos, nos estamos refiriendo
“al mundo de las apreciaciones, de los intereses, de los
ideales, en definitiva de las actitudes”
Asimismo
señalará que “estos aprendizajes son difíciles
de alcanzar, no son las exposiciones, las charlas, los sermones, las
lecturas sobre los distintos temas, los medios más apropiados.
Sólo se logran a través de
vivencias y de experiencias significativas 4
para los alumnos”, concluyendo en que “No es una conducta
propiamente sino una preparación para actuar”. (Medaura;
1987: 13)
También,
esta autora planteará, que existen dos modos de adquirir estas
actitudes:
Directo:
a través de la propia experiencia. La satisfacción que
me produce la experiencia de algo me lleva a elegirlo;
Indirecto:
a través de la identificación con personas
que el alumno quiere y admira. En este sentido, ella
resaltará la importancia que reviste el docente
como generador de actitudes.
En
este sentido, es que identificamos la relevancia del rol
docente en los aprendizajes afectivos del rol profesional, en
tanto que constituyen la dimensión axiológica de
la formación profesional. La cual se constituye como
imprescindible en cualquier formación profesional, pero más
aún, en una profesión como el trabajo social, que
desarrolla su ejercicio profesional con la participación plena
de los sujetos con los que intervenimos, siendo la construcción
del vínculo profesiona,l el medio por excelencia, para
desarrollar dicha intervención.
Asimismo
fundamentamos la importancia de estos aprendizajes, y del papel
central del docente, trabajador social en ellos, a partir de
sostener que el ejercicio del trabajado social es algo más
que la mera aplicación de conocimientos, que implica y
requiere un aprender a saber hacer critico, como parte
de su proceso de formación profesional. Y que, como dijéramos
anteriormente, éste se aprehende de manera significativa, en
relación con la representación que simbolice el
docente, más aún si su profesión es la que se
aspira alcanzar.
Entonces,
si sostenemos, retomando a Freire que el diálogo se constituye
como elemento esencial de la educación, en cuanta
liberadora y no opresora, coincidiremos en que el
diálogo es el encuentro de los hombres para ser más, y
éste no puede realizarse en la desesperanza. Si los sujetos
del diálogo nada esperan de su quehacer, ya no puede haber
diálogo. Su encuentro allí es vacío y estéril.
Es burocrático y fastidioso.
En
relación con ello, y entendiendo que “el
papel del educador problematizador es el de proporcionar,
conjuntamente con los educandos, las condiciones para que se dé
la superación del conocimiento al nivel de la “doxa”
por el conocimiento verdadero, el que se da al nivel del “logos” .
Consideramos que merece una reflexión
particular la presencia del cansancio
moral , como manifestación del
malestar- inestabilidad general, que caracteriza al escenario
actual, en el ejercicio del rol docente
del trabajador social .
El
cansancio moral
en el arte de enseñar
el Trabajo Social
Como
dijéramos anteriormente el rol docente, más
aún de quienes están a cargo de las prácticas
profesionales de los estudiantes, ( en
tanto “modelo profesional” desde el ejercicio en
terreno ),
tienen una gran responsabilidad respecto al “cuidado” 5de las personas con las que intervienen los estudiantes, los
estudiantes, los referentes institucionales, el equipo en el que se
enmarca su ejercicio ( incluso
a veces trabajando para revertir inconsistencias )
y la Universidad; descuidando generalmente, el
autocuidado ,
olvidando que, como señalará Puig, el profesional se
constituye él
mismo como recurso .
En
este sentido, teniendo en cuenta las condiciones laborales en las que
se ejerce el Trabajo Social real, siendo la docencia universitaria
no excluyente a las mismas ( las cuales
merecen otro análisis ), los
profesionales a cargo de esta tarea, habitualmente ( lo
cuál no significa que sea lo natural )
cuentan con uno, dos y hasta tres trabajos adicionales, para poder
cubrir sus necesidades básicas. Lo cual implica estar casi la
totalidad de la jornada diaria, en permanente contacto con
situaciones de padecimiento, enfrentando las diferentes limitaciones
institucionales, vinculadas generalmente con las aspiraciones
profesionales, en cuanto deber ser ,
lo esperable y lo que efectivamente se puede hacer, implicando ello,
malestar, desgaste profesional, conllevando al
cansancio moral.
De
esta forma, e ste cansancio se constituye
como una de las manifestaciones del síndrome
de agotamiento , siendo otras de sus
características las siguientes:
El
aislamiento, el aumento de conflictos con otras personas y la
tendencia a la irritabilidad. La excesiva dependencia de los
compañeros y la disminución de las relaciones con
otras personas fuera del lugar trabajo también están
presentes;
El
agotamiento emocional, que se muestra con sentimientos de fatiga, de
tristeza y de aburrimiento, o bien de sentirse atrapado y prisionero
del trabajo, con una disminución de la autoestima profesional
que repercute negativamente en la autoimagen y que va acompañada
de deseos de cambiar de trabajo, de distanciarse de los compañeros
y de los usuarios. También pueden aparecer alteraciones
físicas o del comportamiento: el cansancio, el insomnio,
dolores de cabeza persistentes o aumentos de consumo de tabaco, café
o fármacos.
De
este modo, si se hacen presentes algunas de
estas características en el docente, se dificulta la
posibilidad de vislumbrar oportunidades reales que aporten a la
transformación de las situaciones problemáticas, ( en
tanto que el mismo profesional está inmerso en una situación
de padecimiento ), razón por la
cuál, pensar en el aporte de la disciplina, desde lo
particular a un proyecto societal que contribuya a la integración,
igualdad, equidad, justicia, se constituye en un “ideal
absurdo”, en un “imposible”, en una “fantasía”.
Desde
esta perspectiva, que siguiendo a Freire, y salvando las distancias,
hemos dado en denominar desesperanza ,
muchas veces se ejerce el rol docente, y desde ella se construye el
diálogo con los estudiantes, aportando muy poco, en cuanto a
plantear convincentemente, e identificar posibilidades reales, de
construir, recrear, rehacer como parte del proceso de formación
y ejercicio profesional, constituyéndose así, el “ nada
puede hacerse ” como principio
directriz de los futuros profesionales.
Entonces
y en relación con este aspecto
en particular , sin desconocer por
ello que hay condiciones objetivas y unos tantos condicionantes que
exceden al ejercicio docente, pero que
no se constituyen como objeto de esta reflexión ,
plantearemos algunos interrogantes que inferimos pueden hacerse los
estudiantes durante su proceso de formación, desde esta
perspectiva de desesperanza, ¿Cómo
“creer” qué es posible una práctica
transformadora?, ¿qué sentido adquiere la formación
si nada puede hacerse? ¿para qué comprometerse con la
formación desde la lectura, la asistencia a clases y/o el
desarrollo de las prácticas de formación profesional,
sino se hará ningún aporte, a un cambio social?
¿tiene sentido, es válido, estudiar Trabajo Social?
En
este sentido, y desde la plena convicción de que esta
profesión tiene un valor
fundamental para la sociedad, en tanto
profesión reconocida y legitimada socialmente, que cuenta con
un conjunto de saberes y metodología propios y una ley que
regula su ejercicio; y que desde la docencia del Trabajo Social
“ aspiramos a que la enseñanza
se constituya en la orientación de un proceso de aprendizajes
significativos, aportando lineamientos ético- políticos,
teórico- referenciales, y metodológicos, así
como oportunidades de ejercitar prácticas que permitan la
incorporación de modos de ver y de obrar en una concepción
de respeto por el otro, reconocimiento de las diferencias y
horizontalidad en las relaciones ”
( Gonzalez-Nucci: 2005: 26); nos proponemos
poder identificar, en primer lugar, la presencia de este cansancio
moral en el docente, para luego, visualizar aquellos elementos que
nos permitan desarrollar la docencia desde la vigilancia
ética y competencia profesional, y no “únicamente”
desde el sentir moral.
Por
un lado entonces, y ante todo, partir de que el
profesional que atiende y trabaja con personas que presentan y
padecen situaciones problemáticas, debe, como sostiene Puig,
integrar su dimensión profesional con la personal. (Recordemos
lo que señalaba Kisnerman, en cuanto a que nuestra propia
personalidad es una herramienta de trabajo), teniendo en cuenta
ello, como punto de partida, entonces debemos comenzar por
autoevaluarnos, autoobservarnos, autocuidarnos. Y si
visualizáramos que ello es sumamente complejo y difícil
de llevar a cabo, deberíamos solicitar ayuda para favorecer
ello. (No olvidemos que esto es inherente al rol y ética
profesional)
De
esta manera identificar nuestros supuestos, nuestras dificultades,
nuestras limitaciones, sentires, (como también habilidades,
capacidades y potencialidades) y evaluar así, si se presenta
en nuestro accionar, si se evidencia, alguna de las características
del síndrome
de agotamiento
enunciadas anteriormente. 6
Por
otro lado,
consideramos que algunos
elementos
que pueden contribuir a “evitar” ese cansancio moral,
trasmitido en el accionar docente desde la desesperanza que
referíamos anteriormente, podrían ser, a nuestro
criterio, los siguientes 7:
La
supervisión: la incorporación de la mirada,
orientación y sugerencia de otro profesional, con
experiencia, habilidad, conocimiento, debería favorecer la
gama de posibilidades del actuar docente en sus diferentes
funciones. Lo recomendable es un docente, profesional del propio
grupo, como un profesional externo que pueda aportar otra mirada,
incluso y tan importante como la individual, la supervisión
del grupo (equipo docente);
Consolidación
teórica: mayor incorporación de lectura,
análisis y estudio de material bibliográfico, que
debería permitir la ampliación de la mirada, la
lectura y análisis de las situaciones que junto con las
personas abordamos, desde la relación de lo particular con lo
general, construyendo mediaciones conceptuales,
evitando así reproducir la falsa dicotomía teoría-
práctica.
De
esta manera, la consolidación teórica permitiría
propiciar la pregunta y repregunta hacia los estudiantes, elemento
fundamental para propiciar la curiosidad, la actitud
investigativa, problematización, elementos
imprescindibles para desarrollar una sólida formación y
ejercicio profesional, y asimismo desarrollar la capacitación
permanente por parte del docente (y trasmisión a los
estudiantes), como deber ético profesional.
En
este sentido, la lectura, debate y análisis grupal,
permiten nuevos y enriquecedores aprendizajes, propician la
construcción conjunta de nuevos saberes;
Fortalecimiento
de sentido de pertenencia al equipo docente: replantearse
los supuestos teóricos, éticos, políticos que
sustentan al equipo en el marco de una asignatura, y analizar su
coherencia entre lo enunciado y la efectiva puesta en acto de los
mismos, en cuanto al grupo como tal y de cada integrante en
particular;
En
base a ello, rever los supuestos propios, los intereses y
motivaciones que condujeron al ejercicio docente, y a la
participación en esa asignatura, y así reforzar el
sentido pertenencia (o por el contrario, evaluar si es pertinente en
relación con lo dicho la presencia del docente en esa
asignatura), de modo que la participación en ese equipo y en
esa asignatura sea desde la plena convicción y en concordancia
con ello, sea lo que se trasmita en el ejercicio docente.
Socialización
de las experiencias:
poder compartir con los otros docentes, en principio del mismo
equipo 8,
las experiencias vivenciadas como docentes, trabajadores sociales,
con el fin de poder conjuntamente analizar y pensar estrategias que
aporten a mejorar la calidad de la formación. De esta manera
poder visualizar también que las dificultades no son siempre
un problema individual, sino que generalmente son compartidos por
otros, lo cual podría desarrollarse, si se quiere, con una
intencionalidad de componente terapéutico;
Revalorización
del trabajo realizado: a partir de establecer metas a corto,
mediano y a largo plazo, evaluar el cumplimiento de las mismas, en
relación con el aporte individual a ello. Asimismo sería
importante que esta revalorización también sea
ejercicio habitual de quien esté a cargo de ese equipo, en
tanto que el cuidado y valoración permiten fortalecer al
docente en su dimensión profesional y personal, y
consecuentemente mejorar su desempeño;
Momentos
de dispersión, ocio: al interior de cada equipo,
poder generar espacios, aunque sean mínimos de tiempo,
de dispersión, ocio. Los cuales permitirían nuevas
formas de encuentro y reencuentro, que aportarían a la
solidificación de la dimensión personal del grupo, y
profesional del equipo, aportando así, a potenciar el sentido
de pertenencia y pertinencia con el mismo, pudiendo contribuir así
a evitar, entre otras cosas y de algún modo, la
deshumanización, tan presente en estos tiempos;
Construcción
desde la horizontalidad del vinculo docente-estudiante: si
bien los roles son y deben ser diferenciados,
sostenemos que la construcción del vinculo debe realizarse
desde la horizontalidad para favorecer el proceso de enseñanza-
aprendizaje, recordemos que “el docente no puede enseñar
si él mismo no está aprendiendo: para que pueda
enseñar, es necesario que tenga que aprender. La única
ventaja que tiene el docente por sobre el alumno es que es
consciente de la infinitud de su aprender” (Pac, 1997:277).
Asimismo
la incorporación de la evaluación por parte de los
estudiantes hacia el docente, es un aspecto más que importante
e interesante para rever, evaluar y reorientar el ejercicio docente;
Elegir
el Trabajo Social: elegir con plena convicción
el Trabajo Social como profesión, como forma de mirar y leer
la realidad, como aporte desde sus fines últimos al
desarrollo pleno de ciudadanía, como aporte a un proyecto
societal que implique el mejoramiento de las condiciones de vida de
las personas, desde la justicia, igualdad, equidad, con la certeza
de que es posible, de que siempre hay una
brecha para la acción, para la intervención
transformadora.
Desde
allí, desarrollar y elegir la docencia, pensando
en colaborar en la formación de futuros colegas, críticos,
creativos, consolidados teóricamente y convencidos de que
tiene sentido ser Trabajadores Sociales. Y de esta manera, que la
docencia se constituya desde la responsabilidad que implica, en la
vivencia de una instancia privilegiada y placentera, al
ser parte del proceso de formación de futuros trabajadores
sociales.
Como
diria Galeano “Son cosas chiquitas, no acaban con la
pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de
producción y de cambio, no expropian las cuevas de Alí
Baba, pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la
traduzcan en actos. Al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y
cambiarla aunque sea un poquito, es la única manera de probar
que la realidad es transformable.”
Y
que esa alegría
de hacer , y fundamentalmente la de
poder formar parte de ese aprender a saber
hacer , sea la que impulse el
arte de enseñar el trabajo social ,
y al actuar, al hacer conjuntamente podamos ver y convencernos, que
esta realidad es transformable, que en ello radica la esencia de esta
profesión, la esperanza
de que es posible, de que se puede y podemos aportar a construir otra
realidad “mejor y más
feliz”.
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El malestar de los profesionales, el agotamiento y la importancia de
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TRAVI,
Bibiana. - GIRIBUELA, Walter (2006): El proceso
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la asignatura Trabajo Social II – UNLu. Ponencia
presentada en: VI Congreso de Escuelas Universitarias de Trabajo
Social. Trabajo Social en la Europa del siglo XXI. 17,18 y 19 de
mayo – Zaragoza.
1
Según Di Carlo:
“Entendemos por trabajo social real en
parte al que se ejerce bien en la realidad actual que no debemos
subestimarlo y junto con éste, al que es posible ejercer,
diferenciándonos de las construcciones puramente teóricas
que aspiran a definir un servicio social por naturaleza
irrealizable” (2004; 13)
2
“Llegamos a esto, amigo. He aquí nuestra desgracia.
Desgracia de todos nosotros, porque todos la sentimos pesar sobre
nosotros, sobre nuestro espíritu, sobre nuestra alma desolada
y triste, como una atmósfera de pesadilla, depresiva y mala.
Nuestro mal es una especie de cansancio moral, de tedio moral; el
cansancio y el tedio de todos los que se hartaron de creer”.
Miguel de Unamuno, en “Un pueblo suicida”.
3
Negrita nuestra.
4
Negrita nuestra.
5
Cuidado en términos de conocimientos y habilidades
profesionales.
6
Si des-cubriéramos alguna de esas características,
deberíamos desde nuestro propio cuidado, solicitar ayuda a
quien corresponda. Asimismo
la mirada externa, (compañeros, supervisor, responsable del
equipo) debe poder aportar a identificar ello.
7
Si bien estos elementos están pensados en relación a
la docencia en particular, creeríamos, que podrían ser
útiles para otros espacios socio-ocupacionales, si se
adecuaran en función de las características y
funciones específicas en relación a los mismos.
8
Siendo “lo ideal”, que sea extensivo a otras asignaturas
con similares características, en tanto que si se pretende
aportar al mejoramiento de la formación profesional, desde
la consolidación docente, no debemos olvidar que el proyecto
educativo no es “único de una asignatura” sino
del conjunto de las mismas.
* Datos sobre la autora: * Silvana Rodríguez Lic. en Trabajo Social, Técnica Universitaria en Minoridad y Familia Volver al inicio de la Nota |
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