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Edición digital

Edición N° 48 - verano 2008

Adicciones: Una situación de compromiso. ¿Para quién?

Por:
Carina Stehlik
* (Datos sobre la autora)


Presentado en el XXIV Congreso Nacional de Trabajo Social. Mendoza. 2007

Armar un trabajo en adicciones no es tarea simple. El término en sí mismo acarrea con el imaginario colectivo y el conjunto de representaciones sociales que del mismo se desprenden: flagelo de la época, jóvenes perdidos, adicción – delincuencia, esto hace que “ningún discurso se sienta cómodo en el terreno de las adicciones “Lewkowicz.

Ahora, las adicciones pertenecen por derecho propio al campo inespecífico de los problemas sociales. Ya no se la considera como hace 50 años como un problema del individuo particular, hoy por el contrario representa un fenómeno social y como tal afecta e involucra a todos los actores sociales constitutivos de estos tiempos.

Desde la asistencia, la clínica, el problema adictivo desborda irremediablemente las capacidades de comprensión y de acción de las diversas disciplinas destinadas a trabajar en este campo. Esto implica que el trabajo interdisciplinario es una resultante casi obligada, como modo de intervención, más que una amplitud consensuada, elaborada y instituida entre las diferentes disciplinas que pueden formar parte de un equipo técnico. El agotamiento de las estrategias de intervención parcial o individual de cada disciplina han llevado a el pasaje de la omnipotencia (respuesta era única porque las causa también eran únicas) a la impotencia, para luego pensar que con el “saber del otro” quizás algo podamos hacer.
Este agotamiento de las estrategias de intervención, no son específicamente las de un equipo asistencial o de prevención particular. Al decir de Lewkowiccz es el Estado el que ha perdido los procedimientos efectivos que estén dentro de una dinámica social simbólicamente articulada.
Quiero significar que no existe un ordenamiento simbólico, una ley que como tal sirva de ordenador, hoy la caída del Estado como representativo de las necesidades reales de los sujetos (ciudadanos no, sino consumidores), la caída del nombre del padre como ley simbólica ordenadora del lazo social, nos lleva a que el problema de las adicciones no se resuelve con una ley que prohíba o con otra que despenalice, porque en estos tiempos postmodernos la ley no opera, porque se la trasgrede todo el tiempo.

Entonces el tema es, que trabajamos sobre los efectos, sobre el problema ya establecido, sobre el daño social ya instituido. No existe un a priori, que tome las profundas causas de la problemática de la sociedad actual y que pueda dar respuestas más estructurales.

Aún siendo concientes que desde los equipos asistenciales trabajamos sobre los efectos, la intervención en lo social dentro del campo de la drogadependencia requiere una inevitable mirada a la singularidad de la persona, lo que exige a su vez un mayor conocimiento del contexto, en tanto el problema puede ser considerado como un signo, una expresión del malestar, del desencanto en esta sociedad. Freud habla del malestar en la cultura, bien se pueden entender a las adicciones como un modo de expresión de tal malestar, de la opresión que esta sociedad ejerce y exige para formar parte, para ser incluido dentro de ella. Las drogas ingresan dentro de este amplio abanico de objetos que permiten silenciar el malestar y brindar goce absoluto y continuo.

El trabajador social desde la posición ética que adhiera frente a los sujetos, desde sus modos peculiares de intervención tiene la oportunidad y las herramientas de dar cuenta de este desencanto, de este malestar, siempre y cuando pueda observar e intervenir más allá de los aspectos empíricos de nuestra práctica profesional.

Una persona que consume sustancias, sea ella adicta o no, se encuentra atravesada por una condición histórica social. Condición que viene dada por las

características sociales que nos son iguales para todos (globalización, desregulación laboral, cultura postmoderna, economía neoliberal), pero el impacto particular en un sujeto de estas condiciones, las características familiares, el lugar que ocupa en la estructura social varían significativamente de una persona a otra y esto da significación a la razón por la que el consumo abusivo o la adicción pudieron instalarse en él y no en otro.
No se hace adicto el que quiere sino el que puede. De este modo podemos pensar a las adicciones como problemática del sujeto y la cultura y al pensarlas de esta forma nos colocamos en un lugar de ruptura con dos concepciones universalmente difundidas, obviamente por los sistemas de poder:

  • la concepción que las sitúa como problemática de la sustancia (si se combate la droga y su venta se termina el problema).

  • y la visión de homogenización de las causas y consecuencias del consumo como hechos generalizables, sino a todos, a la mayoría de los consumidores. (son perversos, son antisociales, son narcisos, buscan la muerte, y en el peor de los casos son delincuentes, etc.)

Es necesario poder interrogar a la temática de las adicciones, a los fundamentos epistemológicos, a los clínicos, a la cultura, a las instituciones, a las prácticas. Es, sin duda, una tarea ardua; ya que implica como primer medida estar dispuestos a cuestionar nuestras creencias con las cuales construimos nuestras prácticas y con las cuales nos acercamos a los sujetos. Desde la práctica misma, este cuestionamiento tiene como único objetivo aportar y revisar las diversas lecturas que realizamos de este modo tan particular que las personas en estos tiempos postmodernos han encontrado para manifestar su malestar, su desencanto en la sociedad y en la cultura .


Un modo posible de transitar estos interrogantes es partir de la base que toda práctica, entendida ésta desde la más puntual intervención hasta la constitución de una política social determinada, se encuentra atravesada por un discurso estructurante. “El discurso contribuye a construir realidades sociales, porque la palabra es un operador de transformación: transformador del mundo, de los otros y de sí mismo.....”.
Nos encontramos frente a discursos generadores de verdad. . La figura del adicto, más allá de las configuraciones médicas, jurídicas, psíquicas específicas, es una figura socialmente instituida. La adicción como fenómeno social no se entendía así hace medio siglo atrás; el consumo de sustancias es una práctica antigua, pero las miradas, la forma de conceptualizarla y abordarla es lo que ha variado a través del tiempo. La figura del adicto es de tipo psicosocial, implica que es efecto de prácticas sociales y que tal efecto es universalmente reconocible. Se encuentra reconocida, tipificada, es objeto de predicación y de cuidados sociales, en definitiva brinda una identidad capaz de soportar el enunciado de: soy adicto.
La adicción como categoría social, consolida un ser, le otorga consistencia. Es una suerte de congelamiento en una identificación. El adicto como sujeto consciente acepta pertenecer a tal clase social; cuando puede acepta, cuando no simplemente pertenece.

Al decir de Fabri “…por donde el discurso de la droga pasa la droga queda…”. Son los discursos moralistas, humanistas, médicos legales los que han ido trazando la figura psicosocial del “drogado” figura espectacular y escandalosa que nutre la imagen social de flagelo y de la exclusión, desde el discurso más peyorativo se los nombra “drogones” y con ese nombre responden, para luego aislarlos y en el mejor de los casos tratarlos , en hospitales o cárceles.

La ética de una práctica que pretenda acercarse a esta problemática no puede hacerlo desde un discurso expulsivo, moralista, intolerante. Si trabajamos pensando que lo hacemos frente a un toxicómano, un adicto, un alcohólico nos ubicamos del lado del estigma, del rótulo. Posición que nos aleja y a veces nos confronta con el sujeto que sufre, que busca en el tóxico ocupar un vacío, extraer una satisfacción que en el mismo momento que la logra la empieza a perder.

Al permitirnos pensar las adicciones sin tantos condicionamientos podemos acercarnos a dos ejes fundamentales:

  • La no masificación del problema

  • El énfasis en el sujeto.

Esta visión nos ubica frente a un complejo desafío, ofrecerle a una persona complicada con el consumo de sustancias algo que hasta el momento no desea recibir. No lo quiere o no lo desea porque aún no se ha planteado el consumo como algo problemático para ella, porque se encuentra cómoda en el circuito de satisfacción mortífera que le ofrece la droga.
El desafío es precisamente colocarnos en situación de compromiso, primero nosotros, cuestionándonos nuestras propias representaciones sociales para luego poder construir, con el otro la posibilidad de una demanda.

Lograr que una persona se posicione en situación de compromiso; con sí mismo, con su historia y especialmente con su futuro, es una tarea difícil para quienes trabajan en la problemática.

Que el sujeto pueda hacer algo, implicarse en algo es lo que lo constituye, antes que en adicto, en sujeto del inconsciente y por lo tanto en sujeto de derechos. Y como sujeto de derechos puedan integrarse a un sistema de protección, con igualdad de condiciones, pero también con responsabilidades que vayan más allá de las únicas responsabilidades reconocidas por este sistema “la de consumidor y la de contribuyente”.

En este sentido, el Trabajo Social como práctica cultural aporta desde el mundo de las significaciones, de la constelación de símbolos y formas culturales que se muestran en la vida cotidiana de los sujetos, una posibilidad de movilización, de desinhibición, de ruptura con los límites de exclusión que la segregación provoca.
De este modo se intenta significar en palabras la cotidianeidad de los sujetos, desde su contexto, su territorio. Pensar modalidades de intervención que representen canales comunicacionales y operativos que le permitan al adicto y su entorno, reconocer, al menos en parte, aquello que ese sujeto tiene, que porta como sujeto, pero que envuelto en una serie de construcciones históricas, políticas y sociales le impiden o le dificultan develar.

En el esfuerzo de acercar estos aspectos teóricos a una práctica concreta podemos pensar que el compromiso subjetivo que una persona pueda tener o no con una sustancia viene asociado inexorablemente a la dinámica de su vida cotidiana. Desde el área social, es posible evaluar ciertas variables que evidencien en qué grado la persona y su familia muestran cierta capacidad de adaptación activa a la realidad, o se encuentran inmovilizados por su historia y sus circunstancias:

  • Conciencia de los riesgos físicos y sociales que presenta el consumo de sustancias de alta toxicidad, la exposición en la vía pública, las dificultades de relación familiar, laboral, escolar, vecinal, etc.

  • Capacidad de restablecer ciertos vínculos familiares y/o afectivos que permitan integración y aceptación de determinados patrones de convivencia.-

  • Posibilidad de una reinserción social dada x la incorporación al área laboral, educativa, a normas sociales dadas por el contexto al que pertenece el sujeto.

  • Evidencia de ciertas formas de contención o sustento dadas por el conocimiento y resignificación de sus redes sociales, en un proceso de reestablecimiento de sus lazos sociales.


De estas variables pueden surgir ciertas áreas posibles de intervención que representen en parte, las incumbencias que le son propias al Trabajo Social en el tratamiento de esta compleja problemática:

  • Intervención desde y sobre la vida cotidiana del sujeto y en su relación con el macro contexto.

  • Reconstrucción histórico social del sujeto y su familia.

  • Articulación de conocimientos, espacios, saberes en vista de una intervención en red inter y extra institucional.

  • Abordar la conflictiva familiar que evidencie: no reconocimiento del problema, escaso compromiso de sus miembros, roles confusos y/o rigidizados, dificultad en los vínculos y en la comunicación, NBI.

  • Posibilidad de reinserción a determinadas áreas sociales: laboral, educativa, cultural, recreativas y capacitación, intentando su re-inscripción como sujeto de derechos, derechos negados o con alto grado de limitación de oportunidades en el desarrollo de su potencial.

  • Intervención en aquellas situaciones donde el sujeto por problemas sociales tales como: desempleo, violencia, problemas judiciales, conflictos con la ley, escasez de recursos, exposición a riesgos, ausencia de compromiso familiar, no puede dar cumplimiento al tratamiento en forma adecuada, o ni siquiera puede acercarse a un tratamiento porque desconoce cómo se lo puede ayudar.

Este trabajo, sin pretender ser ambicioso, ha intentado realizar un recorrido por las consideraciones histórico – sociales más significativas a la hora de hablar del problema de las adicciones, pretendiendo reflexionar sobre el compromiso que desde nuestras prácticas se desprende; compromiso que puede sinterizarse en pensar que, a todo nivel de intervención el desafío es no trabajar desde y para el status quo (adaptación del sujeto a un medio impuesto) sino para una emancipación del mismo, emancipación que va más allá de los recursos económicos que una persona y su familia puedan adquirir, sino la posición que libre y concientemente adopten frente a la vida, sin enjuiciamiento, sin exclusión.

BIBLIOGRAFIA

  • Carballeda, Alfredo J. “La intervención en lo social. Exclusión e integración en los nuevos escenarios sociales”. Paidós 2004.

  • Kameniecki, Mario. “Apuntes sobre la clínica en drogadependencia”. Compilación. Las drogas en el siglo......¿qué viene?.

  • Lewkowicz, Ignacio. “Subjetividad adictiva: un tipo psicosocial históricamente instituido”. AdiccJVE ediciones.2000.iones. Una clínica del malestar y la cultura. Compilación.

  • Freud, Sigmund. “Malestar en la cultura” 1929-1930.

  • Laurent, Eric. “Tres observaciones sobre las toxicomanías”. Compilación: Sujeto, goce y modernidad.

  • Melano, María Cristina. “Ciudadanía y Trabajo Social”. Temas para la agenda del tercer milenio.



* Datos sobre la autora:
* Carina Stehlik
Trabajadora Social. Centro Preventivo Asistencial en Adicciones.

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