Periódico de Trabajo Social y Ciencias Sociales Edición digital |
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Presentado en el XXIV Congreso Nacional de Trabajo Social. Mendoza. 2007
Armar un trabajo en adicciones no es tarea simple. El término en sí mismo acarrea con el imaginario colectivo y el conjunto de representaciones sociales que del mismo se desprenden: flagelo de la época, jóvenes perdidos, adicción – delincuencia, esto hace que “ningún discurso se sienta cómodo en el terreno de las adicciones “Lewkowicz. Ahora, las adicciones pertenecen por derecho propio al campo inespecífico de los problemas sociales. Ya no se la considera como hace 50 años como un problema del individuo particular, hoy por el contrario representa un fenómeno social y como tal afecta e involucra a todos los actores sociales constitutivos de estos tiempos.
Desde la asistencia, la
clínica, el problema adictivo desborda irremediablemente las
capacidades de comprensión y de acción de las diversas
disciplinas destinadas a trabajar en este campo. Esto implica que el
trabajo interdisciplinario es una resultante casi obligada,
como modo de intervención, más que una amplitud
consensuada, elaborada y instituida entre las diferentes disciplinas
que pueden formar parte de un equipo técnico. El agotamiento
de las estrategias de intervención parcial o individual de
cada disciplina han llevado a el pasaje de la omnipotencia (respuesta
era única porque las causa también eran únicas)
a la impotencia, para luego pensar que con el “saber del otro”
quizás algo podamos hacer. Entonces el tema es, que trabajamos sobre los efectos, sobre el problema ya establecido, sobre el daño social ya instituido. No existe un a priori, que tome las profundas causas de la problemática de la sociedad actual y que pueda dar respuestas más estructurales. Aún siendo concientes que desde los equipos asistenciales trabajamos sobre los efectos, la intervención en lo social dentro del campo de la drogadependencia requiere una inevitable mirada a la singularidad de la persona, lo que exige a su vez un mayor conocimiento del contexto, en tanto el problema puede ser considerado como un signo, una expresión del malestar, del desencanto en esta sociedad. Freud habla del malestar en la cultura, bien se pueden entender a las adicciones como un modo de expresión de tal malestar, de la opresión que esta sociedad ejerce y exige para formar parte, para ser incluido dentro de ella. Las drogas ingresan dentro de este amplio abanico de objetos que permiten silenciar el malestar y brindar goce absoluto y continuo. El trabajador social desde la posición ética que adhiera frente a los sujetos, desde sus modos peculiares de intervención tiene la oportunidad y las herramientas de dar cuenta de este desencanto, de este malestar, siempre y cuando pueda observar e intervenir más allá de los aspectos empíricos de nuestra práctica profesional. Una persona que consume sustancias, sea ella adicta o no, se encuentra atravesada por una condición histórica social. Condición que viene dada por las características
sociales que nos son iguales para todos (globalización,
desregulación laboral, cultura postmoderna, economía
neoliberal), pero el impacto particular en un sujeto de estas
condiciones, las características familiares, el lugar que
ocupa en la estructura social varían significativamente de una
persona a otra y esto da significación a la razón por
la que el consumo abusivo o la adicción pudieron instalarse en
él y no en otro.
Es necesario poder interrogar a la temática de las adicciones, a los fundamentos epistemológicos, a los clínicos, a la cultura, a las instituciones, a las prácticas. Es, sin duda, una tarea ardua; ya que implica como primer medida estar dispuestos a cuestionar nuestras creencias con las cuales construimos nuestras prácticas y con las cuales nos acercamos a los sujetos. Desde la práctica misma, este cuestionamiento tiene como único objetivo aportar y revisar las diversas lecturas que realizamos de este modo tan particular que las personas en estos tiempos postmodernos han encontrado para manifestar su malestar, su desencanto en la sociedad y en la cultura .
Al decir de Fabri “…por donde el discurso de la droga pasa la droga queda…”. Son los discursos moralistas, humanistas, médicos legales los que han ido trazando la figura psicosocial del “drogado” figura espectacular y escandalosa que nutre la imagen social de flagelo y de la exclusión, desde el discurso más peyorativo se los nombra “drogones” y con ese nombre responden, para luego aislarlos y en el mejor de los casos tratarlos , en hospitales o cárceles. La ética de una práctica que pretenda acercarse a esta problemática no puede hacerlo desde un discurso expulsivo, moralista, intolerante. Si trabajamos pensando que lo hacemos frente a un toxicómano, un adicto, un alcohólico nos ubicamos del lado del estigma, del rótulo. Posición que nos aleja y a veces nos confronta con el sujeto que sufre, que busca en el tóxico ocupar un vacío, extraer una satisfacción que en el mismo momento que la logra la empieza a perder. Al permitirnos pensar las adicciones sin tantos condicionamientos podemos acercarnos a dos ejes fundamentales:
Esta
visión nos ubica frente a un complejo desafío,
ofrecerle a una persona complicada con el consumo de sustancias algo
que hasta el momento no desea recibir. No lo quiere o no lo desea
porque aún no se ha planteado el consumo como algo
problemático para ella, porque se encuentra cómoda en
el circuito de satisfacción mortífera que le ofrece la
droga. Lograr que una persona se posicione en situación de compromiso; con sí mismo, con su historia y especialmente con su futuro, es una tarea difícil para quienes trabajan en la problemática. Que el sujeto pueda hacer algo, implicarse en algo es lo que lo constituye, antes que en adicto, en sujeto del inconsciente y por lo tanto en sujeto de derechos. Y como sujeto de derechos puedan integrarse a un sistema de protección, con igualdad de condiciones, pero también con responsabilidades que vayan más allá de las únicas responsabilidades reconocidas por este sistema “la de consumidor y la de contribuyente”. En
este sentido, el Trabajo Social como práctica cultural aporta
desde el mundo de las significaciones, de la constelación de
símbolos y formas culturales que se muestran en la vida
cotidiana de los sujetos, una posibilidad de movilización, de
desinhibición, de ruptura con los límites de exclusión
que la segregación provoca. En el esfuerzo de acercar estos aspectos teóricos a una práctica concreta podemos pensar que el compromiso subjetivo que una persona pueda tener o no con una sustancia viene asociado inexorablemente a la dinámica de su vida cotidiana. Desde el área social, es posible evaluar ciertas variables que evidencien en qué grado la persona y su familia muestran cierta capacidad de adaptación activa a la realidad, o se encuentran inmovilizados por su historia y sus circunstancias:
De estas variables pueden surgir ciertas áreas posibles de intervención que representen en parte, las incumbencias que le son propias al Trabajo Social en el tratamiento de esta compleja problemática:
Este
trabajo, sin pretender ser ambicioso, ha intentado realizar un
recorrido por las consideraciones histórico – sociales
más significativas a la hora de hablar del problema de las
adicciones, pretendiendo reflexionar sobre el compromiso que desde
nuestras prácticas se desprende; compromiso que puede
sinterizarse en pensar que, a todo nivel de intervención el
desafío es no trabajar desde y para el status quo (adaptación
del sujeto a un medio impuesto) sino para una emancipación del
mismo, emancipación que va más allá de los
recursos económicos que una persona y su familia puedan
adquirir, sino la posición que libre y concientemente adopten
frente a la vida, sin enjuiciamiento, sin exclusión.
BIBLIOGRAFIA
* Datos sobre la autora: * Carina Stehlik Trabajadora Social. Centro Preventivo Asistencial en Adicciones. Volver al inicio de la Nota |
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