Periódico de Trabajo Social y Ciencias Sociales
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INTRODUCCION
En
el presente trabajo analizamos, a partir de diversos relatos de vida
de mujeres maltratadas que integran un grupo de autoayuda, el proceso
de construcción de identidad de dichas mujeres y los elementos
configurativos de la misma.
La
identidad es un proceso que se construye a través del discurso
y de las prácticas sociales. Este tema es fundamental para
comprender el fenómeno de la violencia contra la mujer, dado
que el proceso de construcción de identidad se da siempre
dentro de un entramado de representaciones sociales que, para el caso
de la mujer maltratada, se inscribe en un largo camino histórico
de desigualdad de género, fundado en el androcentrismo y
sostenido desde el patriarcado.
Si
bien en este trabajo no pretendemos profundizar conceptualmente en la
violencia familiar en general y en la violencia contra la mujer en
particular, ni hacer un desarrollo teórico exhaustivo de la
misma, nos parece pertinente referirnos someramente a la misma, con
el fin de que el lector que por ahí no esté muy
interiorizado en el tema, tenga algunos elementos que le ayuden a
comprender el desarrollo del trabajo.
No
resulta fácil hablar de violencia, ya que se trata de
un fenómeno de inagotables aristas y, acaso sea por ello, el
problema más serio que se nos suscita es al momento de querer
circunscribirla e intentar vanamente cualificarla y/o cuantificarla,
como si la violencia fuera sólo "una" y tuviera
"entidad".
Ahora,
lo que sí tenemos es la insoslayable constatación
cotidiana de que nuestra realidad está plagada de violencia, a
nivel de sucesos y actos concretos, tales como conflictos armados,
delincuencia, secuestros extorsivos, terrorismo, entre otros, como
también a nivel de ciertas lógicas y mecanismos
sutiles, como la impunidad, los manejos de información, cierta
funcionalidad de mitos y estereotipos, vacíos jurídicos,
leyes violentas, entre otras.
Todo
esto, sin duda, constituye un terreno fértil para que a través
de ciertas articulaciones pueda desarrollarse, por ejemplo, el
fenómeno de la violencia doméstica.
Este
fenómeno es complejo y multifacético. Una de las tareas
más difíciles y desafiantes es desglosar las diferentes
formas de violencia para comprender mejor sus características,
causas y consecuencias. La violencia puede categorizarse según
distintas variables: los individuos que sufren violencia:
mujeres, niños, jóvenes, ancianos y discapacitados; los
agentes de violencia: pandillas, narcotraficantes, jóvenes;
la naturaleza de la agresión: psicológica,
física, sexual, financiera y ambiental; el motivo de la
agresión: político, racial, económico,
instrumental, emocional; y la relación entre el sujeto
que sufre y el que ejerce violencia: parientes, parejas, amigos,
conocidos -denominada violencia doméstica- y la que
ocurre entre sujetos que no están relacionados de esta manera,
denominada violencia social. La violencia doméstica
generalmente ocurre dentro de los confines del hogar, mientras que la
violencia social usualmente ocurre en la calle o lugares públicos
y es, en consecuencia, más visible.
Violencia
contra la mujer es todo acto de violencia basado en la
pertenencia al género femenino, que tiene o puede tener como
resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o
psicológico para la mujer, así como las amenazas de
tales actos, la coacción o la privación arbitraria de
la libertad, tanto si se produce en la vía pública como
en la privada. La diferencia entre este tipo de violencia y otras
formas de agresión y coerción estriba en que, en este
caso, el factor de riesgo o vulnerabilidad es el solo hecho de ser
mujer.
En
los últimos tres años, me dediqué 1
a trabajar en un Centro de Prevención y Asistencia a las
Víctimas de Violencia Familiar. Allí tuve el privilegio
de conocer de cerca historias de vida, relatos dramáticos,
historias de amor, de locura y de muerte. ¿Porqué digo
privilegio?, porque no todas las profesiones, ni todos los
profesionales pueden llegar a construir un vínculo tan íntimo
y tan fuerte como el que se establece en este caso entre un
Trabajador Social y los sujetos que concurren a esta institución
en busca de ayuda.
Desde
hace un tiempo, venimos trabajando desde el Instituto de Género
y Desarrollo Humano 2
en la problemática de la violencia de género,
desarrollando talleres, seminarios, conferencias, jornadas de
capacitación e investigación sobre la misma. Este
fuerte interés en la temática surge, fundamentalmente,
de la indignación que sentimos ante la constatación
diaria de numerosos y cada vez más aberrantes casos de
maltrato hacia la mujer y hacia los niños. Por otra parte, el
interés investigativo tiene su génesis en la escasa
comprensión de la complejidad de este fenómeno, por
ejemplo, no comprender porqué las mujeres no se van y dejan a
sus agresores, porqué no radican la denuncia, porqué
aceptan la sumisión y la resignación como únicos
caminos.
Algunas
de las cuestiones en torno a las cuales desarrollamos este trabajo
son: ¿cómo se construye el proceso de identidad en las
mujeres maltratadas y cuáles son sus elementos identitarios?,
¿cómo se ven a si mismas estas mujeres y cuál es
la definición atribuida por los demás?, ¿cómo
se da el juego de reconocimiento?, ¿cómo les gustaría
ser vistas por los demás? y ¿en qué aspectos se
identifican y en cuáles se diferencian?.
Reseñando
algunas cuestiones metodológicas, en este trabajo hacemos uso
intensivo del método biográfico basado en los relatos
de vida de las propias mujeres, en combinación con entrevistas
en profundidad. La unidad de análisis es un grupo de autoayuda
de mujeres víctimas de maltrato que concurren al Departamento
de Prevención de la Violencia Familiar dependiente del
Ministerio de Bienestar Social, la Mujer y la Juventud de la
Provincia de Misiones, conocido como Línea 102 por
el servicio telefónico gratuito disponible en todo el
territorio provincial para realizar denuncias de violencia familiar.
El
periodo que abarca el estudio es de un poco más de un año,
que coincide con el tiempo de vigencia del grupo analizado. El número
de concurrentes al grupo oscila en alrededor de 15 personas. Las
técnicas utilizadas son la observación y la entrevista
individual y grupal. El registro de datos se lleva a cabo mediante
anotaciones en cuadernos de campo y en los legajos de cada una de las
mujeres.
En
la primera parte de este trabajo, desarrollamos el concepto de
identidad; en la segunda, describimos el contexto institucional en el
cual se desarrolla la experiencia del grupo; en la tercera, nos
referimos a las características del mismo y, finalmente,
analizamos los elementos configurativos del proceso de construcción
de identidad.
1.
EL CONCEPTO DE IDENTIDAD
Si
bien el concepto de identidad es trabajado en y por distintos campos
disciplinares, en este trabajo abordamos teóricamente el mismo
desde el enfoque discursivo, antropológico y cultural
desarrollado por Stuart Hall 3 .
Este
autor sostiene que las identidades nunca están unificadas y
que en la modernidad contemporánea se hallan cada vez mas
fragmentadas y fracturadas. Son construidas de manera múltiple
y no singularmente, a través de discursos, prácticas y
posiciones diferentes, a menudo antagónicas y entrecruzadas.
Las identidades están sujetas a una historización
radical y están en un permanente proceso de cambio y
transformación. Este movimiento constante se establece a
través de las articulaciones entre las distintas posiciones
que los sujetos van asumiendo y también en las formas de
reconocimiento social por los cuales los mismos se aproximan o
distancian.
Podemos
decir entonces que, para Hall, el concepto de identidad no es
esencialista, sino estratégico y posicional, ya
que, de manera contraria a lo que aparenta ser su carrera semántica
establecida, este concepto de identidad no indica el núcleo
estable del self, que se desenvuelve sin cambios desde el
comienzo hasta el fin, a través de todas las vicisitudes de la
historia.
Este
autor plantea que, a pesar de que parecen invocar su origen en un
pasado histórico con el cual siguen manteniendo una
correspondencia, en realidad las identidades tienen que ver con
cuestiones del uso de los recursos de la historia, el lenguaje y la
cultura en el proceso de devenir más que con el ser, cómo
hemos sido representados y cómo esto tiene que ver con nuestra
propia representación.
Las
identidades son, en consecuencia, constituidas dentro y no fuera de
la representación. Están relacionadas con la invención
de la tradición como con la tradición en si misma y nos
obliga a leerla no como una reiteración perpetua sino como lo
idéntico cambiante. Son un punto de encuentro, un punto de
sutura entre, por un lado, las prácticas y los
discursos que tratan de interpelar, que nos hablan o que nos ubican
como sujetos sociales de discursos particulares y , por otra parte,
los procesos que producen subjetividades, que nos construyen como
sujetos que pueden ser hablados. Las identidades son
entonces puntos de sujeción temporarios a las posiciones del
sujeto que las prácticas discursivas construyen para nosotros.
Siguiendo
con esta línea de pensamiento, podemos decir que la identidad
es una representación a través de la cual los
sujetos se reconocen a si mismos, clasifican el mundo y se ubican en
él. Es una construcción social, por lo tanto tendrá
disputas de sentido, elementos determinantes, uso del poder,
delimitación, exclusión, identificación e
imaginario social.
Por
lo tanto, la identidad es un concepto relacional, que para
construirse necesita la presencia de otro con el cual se
establezca una aproximación o semejanza, pero también
una distinción.
Uno
de los elementos importantes en la configuración de la
identidad son los juegos de reconocimiento. Éstos no
son otra cosa que las relaciones de poder con las imputaciones de
identidad impuesta al otro. Al establecerse a través de
un sistema relacional, podemos decir que la identidad se constituye
interna y externamente.
En
el caso de un grupo de mujeres que luchan por reivindicar sus
derechos, por ejemplo, el otro puede hacerle una imputación
externa al grupo y éste absorberlo de acuerdo a la fuerza que
tengan estos juegos. Cuanto más consolidado esté el
grupo, más fuerza tendrá para imponer su identidad.
Los
juegos de reconocimientos se pueden instituir a través del
lenguaje, los medios de comunicación, en el nivel jurídico
a través de las leyes, entre otros, reflejando el
reconocimiento social que tienen por ejemplo este grupo de mujeres.
Es
importante aclarar que no existe una identidad, sino que existen
muchas identidades. Es decir que el mismo sujeto tiene la posibilidad
de asumir distintas identidades, según su posición y de
acuerdo a las situaciones con las cuales tiene que enfrentarse.
Como
nuestro análisis se basa en un grupo de autoayuda de mujeres
maltratadas, nos parece pertinente exponer los elementos distintivos
que se hallan en la construcción de la identidad de los
grupos. Éstos son: a) el Yo, b) el Nosotros, c)
el Otro, d) las Marcas, e) los Límites y
f) los Mecanismos de Cohesión.
La
construcción del Yo tiene dos dimensiones: 1) una
autodefinición y 2) una definición atribuida.
b)
La construcción del Nosotros, va a remitir a cómo
el grupo se ve, cómo se autodefine y cómo les gustaría
ser visto (marcas de reconocimiento).
c)
El Otro (o sea fuera del grupo, diferente), es el elemento de
contraste que ayuda a la construcción de la identidad.
Sostiene
Hall que las identidades son construidas dentro y no fuera del
discurso, tenemos que entenderlas como producidas en localizaciones
históricas e instituciones específicas, dentro de
formaciones y prácticas discursivas y por medio de estrategias
enunciativas específicas. Mas aún, surgen dentro del
juego de modalidades específicas de poder y, por lo tanto, son
más el producto de la marcación de la diferencia y la
exclusión que signos de una unidad idéntica
naturalmente constituida, es decir una identidad en el
sentido de su concepción tradicional, esto es una igualdad
total, sin grietas, sin diferenciaciones internas.
Este
autor sostiene que, contrariamente a la forma en que se invoca
constantemente, las identidades se constituyen a través y no
fuera de la diferencia. Esto implica el reconocimiento radicalmente
perturbante de que sólo a través de la relación
con el otro, la relación con aquello que no es,
precisamente con aquello que le falta, con aquello que ha sido
llamado su afuera constitutivo, se puede construir identidad.
d)
Las marcas son exteriores y sencillas y, por lo tanto,
visibles como, por ejemplo, el hecho de ser casado, soltero, varón,
mujer, negro, blanco, entre otros. Son dispositivos distintivos
construidos por elementos conceptuales, identificaciones que se
establecen a través de lo que el grupo decide, define,
defiende y lucha, por ejemplo el grupo de mujeres que lucha por
erradicar la violencia doméstica. Las marcas tienen un peso
mayor en algunos lugares.
e)
Los límites definen el grado de expansión,
inclusión y tolerancia. Contienen o exigen reglas explícitas
e implícitas que establecen hasta dónde va el grupo,
hasta qué punto se toleran ciertas posiciones, etc.
f)
Los mecanismos de cohesión son desarrollados por el
grupo para la manutención del mismo. Articulan el
fortalecimiento del Nosotros y refuerzan la distinción
con los Otros. Permiten destacar lo semejante y lo diferente,
fortaleciendo el grupo y estableciendo mecanismos de defensa en
relación al otro. Es decir, remiten a los mecanismos de
pertenencia internos y externos.
2.
EL MARCO INSTITUCIONAL
El
Departamento de Prevención de la Violencia Familiar
depende de la Dirección de la Mujer del Ministerio de
Bienestar Social, la Mujer y la Juventud de la Provincia de Misiones.
Es
coordinado por un Jefe de Departamento y está conformado por
un equipo de profesionales, integrado por dos Psicólogas y
Psicopedagogas, dos Trabajadoras Sociales y una Abogada, cinco
operadores telefónicos de la Línea 102 y el personal
administrativo, de servicio y de seguridad.
El
Departamento opera a través de varias líneas de
trabajo. Por un lado, se atienden las llamadas telefónicas
gratuitas de la Línea 102, por la cual las personas radican
las denuncias o solicitan asesoramiento y contención. Por otro
lado, se atienden las consultas de las víctimas que acuden
espontáneamente a la institución de manera voluntaria y
se recepcionan los casos que son derivados del Poder Judicial de la
provincia. Por último, se trabaja desde la prevención,
a través de cursos y seminarios que se desarrollan en toda la
provincia y que se difunden a través de los medios de
comunicación local.
La
escasez de recursos materiales, financieros y humanos dificulta el
trabajo del Departamento. A ello se suma lo difícil y complejo
de la problemática y la falta de capacitación del
personal que trabaja en otras instituciones que deben intervenir en
los casos de violencia familiar, tales como la policía, la
propia justicia, etc.
Por
esta falta de capacitación, frecuentemente se produce una
doble victimización. Las víctimas de violencia
familiar, que según datos estadísticos oficiales son en
un 75 % mujeres, son nuevamente victimizadas por estas instituciones,
lo cual da cuenta que, si bien se ha avanzado mucho en la
reivindicación de los derechos de la mujer y se ha comenzado a
ver a la Violencia Familiar como algo que ya no se circunscribe a las
cuatro paredes del hogar, todavía queda un largo camino por
recorrer.
La
violencia doméstica es un problema social y su producción
y reproducción social deriva en gran parte de los mitos
construidos en torno a los roles masculinos y femeninos, aprendidos
desde la infancia.
El
mayor obstáculo que ofrece la comprensión, tratamiento
y prevención de la mujer maltratada, es el entramado de
mitos, creencias y prejuicios del tejido de relaciones sociales que
se producen y reproducen en nuestra sociedad. Este entramado,
aprendido a través del proceso de socialización y
endoculturación, actúa de manera consciente e
inconsciente en las actitudes que los sujetos tenemos respecto de la
violencia.
Finalmente,
cabe consignar que en el Departamento no solo se atienden a mujeres
maltratadas, sino también a niños, ancianos,
discapacitados y casos de varones maltratados por sus mujeres, aunque
el porcentaje es mucho menor en relación a todas las denuncias
realizadas a esta institución y esto se debe a que, en
general, al varón le da mucha vergüenza reconocer y
contar que es él quien recibe malos tratos por parte de su
pareja. Para la sociedad en general y para los varones en particular,
esto es visto como un signo de debilidad y un motivo de burla.
3.
EL GRUPO DE AUTOAYUDA
Como
una estrategia de intervención profesional, el Departamento
decide conformar un grupo de autoayuda, bajo la coordinación
conjunta de una trabajadora social y una psicóloga, ambas
especializadas en la temática. Los criterios para concurrir al
grupo son: 1) ser mujer, 2) ser víctima de violencia familiar,
3) concurrir voluntariamente y 4) tener una entrevista previa tanto
con la trabajadora social como con la psicóloga.
Esta
experiencia se viene desarrollando desde comienzos del año
2003, con una frecuencia de dos días por semana -lunes y
jueves- con una duración de 2 horas cada encuentro.
Una
de las características de este grupo es su apertura y
flexibilidad. A medida que llega una mujer víctima de
violencia, se incorpora al mismo, previas entrevistas individuales.
Se va conformando de esta manera una grupo bastante heterogéneo
en cuanto a las edades de las mujeres, nivel educativo, nivel
socioeconómico y estado civil de las mismas.
Las
técnicas de intervención profesional utilizadas son
varias. Para comenzar, en cada encuentro se utilizan técnicas
de relajación, con el objeto de que las mujeres puedan
desconectarse de sus problemas cotidianos y entrar de esta manera en
contacto con ellas mismas, con sus emociones, con su cuerpo, con sus
ser mas íntimo. Para esto se pone la habitación a
oscuras, se las hace acostar en el piso, se les indica que tienen que
permanecer con los ojos cerrados, se pone un fondo musical muy suave
y se comienza a trabajar con ejercicios de respiración y
visualización. El ejercicio dura aproximadamente 25 minutos.
Otra
técnica utilizada es la lectura de textos, desde los que son
alusivos al tema de la violencia familiar hasta cuentos, poemas,
reflexiones e incluso cartas que ellas mismas escriben o han escrito
en alguna oportunidad. El objetivo es que cada una pueda reflexionar
a través de estos textos, a modo de mensaje, aprendizaje o
moraleja.
También
se utiliza la técnica de lluvias de ideas, que ellas misma van
aportando a través de una frase que sirve como disparador. La
música es muy importante, ya que no solo se usa para los
ejercicios de relajación y visualización, sino también
para hacer algunos ejercicios de expresión corporal. Además,
por supuesto, se utiliza la técnica de la entrevista en
profundidad.
Los
encuentros son muy intensos y emotivos, dado que allí las
mujeres relatan sus historias de vida, conmovedoras y conflictivas.
Algunas
mujeres al principio no pueden relatar sus historias y esto se debe
fundamentalmente a dos motivos: sentir vergüenza o atravesar por
una crisis emocional que sólo les permite expresarse a través
del llanto. Sin embargo, otras tienen la imperiosa necesidad de ser
escuchadas, así que comienzan a relatar sus historias de vida
sin ninguna dificultad.
En
este trabajo tomamos como casos significativos las historias de Mabel
de 35 años, Felipa de 62, Antonia de 33, Adriana
de 30, Mirta de 45 y Alejandra de 23, dado que nos
parece que son las historias más emblemáticas del grupo
y las mujeres que concurrieron sistemáticamente a todos los
encuentros.
Mabel
es una mujer que, al principio, venía sólo a ver a la
psicóloga a escondidas de su marido. Había que
atenderla apenas llegaba porque tenía los minutos contados,
dado que aprovechaba cuando su marido se iba de su casa y, si éste
se enteraba que ella salía sin autorización,
la golpeaba ferozmente. Estaba aterrada con solo pensarlo. Lo que
nunca pensó es que su hija de 13 años, en medio de un
ataque de nervios un día saldría corriendo a la
comisaría más cercana y contaría todos los
horrores por los cuales estaba atravesando su madre. Este caso llega
a la Justicia ese mismo día y allí la Defensora Oficial
de Menores ordena la exclusión del hogar del marido de Mabel,
basándose en la ley Nº 3325 de Violencia Familiar que
rige en la provincia de Misiones.
A
raíz de este suceso, Mabel comienza a concurrir al grupo de
autoayuda. Allí cuenta que ella se casa con su marido a los 16
años y que anteriormente vivía en el medio del
monte con sus padres. Si bien habían pasado muchas
necesidades, sus padres nunca le habían pegado. De esa unión
Mabel tiene tres hijos y relata, en medio de llantos continuados que
parecen eternos, que su marido todas las noches la violaba, algunas
veces atándola a la cama con la funda de la almohada, y que le
pegaba por cualquier motivo: porque ella no levantaba la ropa de la
soga, porque a él no le gustaba la comida, porque el televisor
estaba muy fuerte y hasta porque estaba nublado.
Comenta
muy angustiada que estaba pendiente todo el día de él,
para complacerlo, para hacerle la comida a horario, para levantar la
ropa antes de que el sol la destiña, con fin de que él
no se enojara, pensando que si le daba todos los gustos y hacía
todas las cosas bien, él no le pegaría. Sin
embargo, siempre había nuevas excusas para descargarse tanto
con ella como con sus hijos.
Al
contrario de lo que todos imaginamos, Mabel no se sentía feliz
con la exclusión de su marido, se sentía indefensa,
temerosa, culpable, confundida, y en algunas reuniones llegó a
decir que todavía lo quería. Si uno no estuviera
capacitado en la temática, no entendería nada de lo que
le sucede a esta mujer víctima de maltrato. Lo primero que uno
diría sería esta mujer está loca o
bien si se queda es porque le gusta. Sin embargo, como
profesionales e investigadores de la temática de la violencia
de género, comprendemos perfectamente a Mabel, porque padece
del síndrome de la mujer maltratada: baja autoestima,
indefensión aprendida, sentimientos de culpa, miedo, rumia
mental, entre otros y del síndrome de Estocolmo: se
identifica con el victimario para tratar de pasarla mejor, como un
mecanismo de autodefensa.
Además,
sabemos que no es fácil salir del ciclo de la violencia
conyugal, que está compuesto por tres fases bien
diferenciadas entre si: la primera, de acumulación de tensión;
la segunda, de explosión de la violencia y la tercera, de
reconciliación o luna de miel. Una de las cuestiones más
importantes que frecuentemente muchos profesionales no tienen en
cuenta es que Mabel no toma la decisión de separarse, sino que
se llega a eso por imperio de la ley ante la denuncia de su hija.
Mabel todavía no está preparada para dar este paso,
porque -como sostenemos- cada mujer tiene su propio tiempo interno
para elaborar y sostener esta decisión en el tiempo.
Felipa
es la mayor del grupo. Es muy locuaz, muy dulce y está muy
enamorada de su viejo, como le dice ella a su marido. Sin
embargo, concurre al grupo porque éste tiene otra mujer,
siempre la tuvo, y aunque ella se entera de ello hace tres años
tenía la esperanza de que su marido dejara a la otra mujer,
pero no sólo que esto no ocurrió sino que Felipa se
entera que su marido había tenido tres hijos con la otra mujer
y que el último de ellos tiene cuatro meses. Esto la desborda
y por ello decide salir a buscar ayuda. El marido de Felipa, si bien
no le pegaba, ejercía sobre ella violencia psicológica:
la insultaba, le decía ojalá que te mueras vieja
de mierda, pero cuando ella le decía que se vaya con la
otra y que la deje tranquila, él le contestaba que esa era
su casa y que nunca se iría.
Antonia
es la sobrina de Felipa. En realidad, al principio, viene sólo
para acompañar a su tía. Sin embargo, un día, en
medio del relato de una de las mujeres, comienza a llorar. Al
preguntarle el porqué de esas lágrimas, cuenta muy
acongojada que ella también había sido víctima
de violencia familiar y que pensaba que ya había superado
todo, comprobando que no es así. Antonia cuenta que se casa
hace varios años con un hombre y que luego se fueron a vivir a
Buenos Aires. A la semana de casados, él comienza a golpearla
fuertemente, llegando a sacarle dos dientes de un golpe.
Él
también tenía otra mujer y, cuando Antonia se entera,
la situación empeora, hasta que un día puede escapar
regresando a Misiones, trayéndose consigo a sus dos hijas. Sin
embargo, su marido la sigue y la convence de que le deje llevarse a
las niñas de vacaciones. Antonia acepta, más que por
convicción porque le tenía terror y no quería
enfrentarse a él. El resultado es que su marido nunca más
le devuelve a sus hijas y el caso está en un Juzgado Penal.
Adriana
es una mujer muy hermosa. Sin embargo, ella no se percata de eso. Se
ve horrible, vieja y ridícula. Si bien al principio se
contiene las ganas de llorar y no le salen las palabras, a medida que
avanzan los encuentros, puede poner en palabras todo lo que siente.
Cuenta que cuando era niña su padre la golpeaba mucho y que,
cuando era adolescente, es abusada por su hermano. Luego, al quedar
embarazada de su primer hija, decide casarse para irse de su casa.
Sin embargo, con su primer marido la historia vuelve a repetirse y es
nuevamente víctima de maltrato.
Cansada
de los golpes, decide separarse. Al tiempo, conoce a su actual pareja
y padre de sus otros dos hijos. Ella cuenta muy angustiada que éste
último también la golpea y que la golpeó mucho
durante sus embarazos. Es más, el segundo hijo de ella, nace
con una discapacidad que, según sospechas de Adriana, sería
causada por los golpes recibidos durante la gestación del
mismo.
Relata
que intentó separarse de él cinco veces y que en una de
esas oportunidades, huye a Buenos Aires, pero su pareja la encuentra,
prometiéndole que nunca más la iba a golpear y que sin
ella no podía vivir. Ella, convencida y esperanzada de que
esto sería así, vuelve una vez más con él.
Tal como lo expusimos anteriormente, el ciclo de violencia se instala
en la pareja. Lamentablemente, sabemos que si su marido no hace algún
tipo de tratamiento para desaprender las conductas violentas
aprendidas en su familia, la situación no cambiaría y,
por el contrario, la violencia se intensificaría. Ella en ese
momento no lo sabía, así que una vez más es
objeto de maltrato físico y psicológico. Adriana
reconoce que ya no siente nada por su marido, pero que no se separa
porque tiene miedo, miedo de no saber cómo enfrentar la vida
sola, miedo a la soledad.
Mirta
llega un día a la institución al final de la jornada de
trabajo cuando ya nos estábamos yendo. Apenas puede hablar,
casi no se la escuchaba. Al entrevistarla, comienza a contar que hace
veinte años que es una mujer golpeada, víctima de
humillaciones, privación de la libertad e insultos por parte
de su marido -un gendarme- y que es la primera vez que decide
contarlo, ya que ni su familia supo alguna vez de esto, nunca le
había dicho nada a nadie.
Al
preguntarle porqué nunca había contado a nadie, dice
que es por sentir mucha vergüenza y porque su marido es todo
para ella, ya que le había dedicado toda su vida a él.
Cuenta entre lágrimas que su marido le había hecho
perder cinco embarazos, el último era de unos cinco meses de
gestación. Relata que en todos los embarazos él la
golpeaba, le hacía levantar cosas pesadas o empujar el auto y
que actualmente ya no puede quedar embarazada nunca más.
Cansada de esta situación, decide irse de su casa y contar lo
que le estaba pasando.
Alejandra
es una joven que recurre al grupo porque tiene una relación
violenta con su novio. En el grupo cuenta como él la pegaba,
la perseguía, le hacía escenas de celos delante de la
gente, le insultaba. Si bien ella decide poner fin a esta situación,
manifiesta que le cuesta mucho cortar definitivamente con él,
dado que tienen amigos en común, van a bailar al mismo lugar,
etc. Reconoce que si bien no quiere seguir con esa relación
porque la hace sufrir mucho, se muere de celos cuando lo ve a él
con otra chica.
En
sus relatos, Alejandra permanentemente se descalifica y, al indagar
en su historia familiar, uno comprende el porqué: su madre
siempre la descalificó, la discrimina en relación a sus
otras dos hermanas, le dice que está loca, que es estúpida,
que sólo le da la cabeza para cuidar chicos, ya que éste
es su trabajo actual. Por supuesto que ella termina creyendo que esto
es sí y, si bien se había recibido recientemente de
profesora, sigue diciendo que ella no es inteligente y que todo le
cuesta mucho.
Éstas
son a grandes rasgos, las historias de vida de algunas de la mujeres
que concurren al grupo. Esta diversidad de historias y experiencias
de vida nos parece fundamental para enriquecer el análisis en
torno a la construcción de identidad.
4.
EL PROCESO DE CONSTRUCCIÓN DE IDENTIDAD
4.1.
El yo como elemento configurativo de la identidad en
el grupo
¿Cómo
se ven a si mismas las mujeres del grupo y cuál es la
definición atribuida por los demás? Una cuestión
interesante en el grupo es el hecho de que la autodefinición
de estas mujeres está totalmente condicionada y determinada
por la definición atribuída por sus parejas. El hecho
de que los agresores permanentemente ejerzan violencia psicológica
hacia ellas, reiterándoles cotidianamente a lo largo de muchos
años que son taradas, putas, viejas,
gordas, locas, enfermas, inútiles,
culpables, entre otros calificativos, termina autoconvenciendo
a estas mujeres víctimas de maltrato de que esto es así.
El discurso del agresor va construyendo la identidad de la víctima
de una manera sutil e inconsciente. La víctima internaliza
este discurso y lo reproduce en su propia práctica cotidiana
como si fuera lo que el discurso dice que es.
La
sobredeterminación del yo de estas mujeres, que realiza el
agresor a través de este discurso cotidiano, se ve reforzada y
justificada por el entramado de mitos, creencias y discursos
construidos socialmente alrededor del género femenino. La
subordinación de la mujer ha estado históricamente
condicionada por esta definición atribuida por el varón,
que tiene su basamento en el patriarcado y en el androcentrismo. El
varón es el fuerte, el que domina, el jefe de familia, el que
no llora ni muestra sus emociones. La mujer es atenta, obediente,
sacrificada, da todo por los demás, sigue a su marido hasta
que la muerte los separe, a veces literalmente, espera para
realizarse al príncipe azul.
Esto
constituye todo un orden simbólico, ideológico,
sociocultural, construido históricamente desde el poder que se
han atribuido los hombres y que les permite reproducir un modelo de
pensamiento instalado en la política, la religión, la
filosofía, la ciencia, la economía y los medios de
comunicación social, que cotidianamente reproducen como
natural una imagen de la mujer inferior al hombre, objeto
de placer, reducida sólo a su cuerpo o sólo a
determinadas partes del mismo, ama de casa, cocinera, encargada de
los hijos, secretaria, siempre empleada del varón o ubicada
detrás de él. La frase detrás de todo gran
hombre hay una gran mujer refleja esta situación de
subordinación histórica de la mujer.
Las
mujeres del grupo de autoayuda no son ajenas a todo este proceso de
naturalización de la subordinación de la mujer. Por el
contrario, este imaginario social se ve reforzado por el propio ciclo
de la violencia conyugal y por el tipo de vínculo afectivo que
estas mujeres tienen con sus parejas de agresores. En este sentido,
el discurso que construye identidad no viene de un desconocido o
extraño, sino de la persona que ellas han elegido como pareja
para formar una familia, para tener hijos, para toda la vida,
como repiten y repiten en el grupo.
4.2.
El otro como elemento configurativo de la identidad en
el grupo
¿Cómo
se da el juego de reconocimiento por el otro en estas
mujeres?. Si en la cotidianidad de cualquier persona la imputación
del otro es significativa y afecta de una u otra manera, en el caso
de estas mujeres víctimas de maltrato, el otro se reduce
fuertemente a la sola presencia del agresor, ya que se encuentran en
una situación de aislamiento y están a merced de sus
parejas. Una de las características de la violencia conyugal
es que el agresor aísla progresivamente a la mujer, primero de
su entorno social y luego de su familia de origen y de sus amigos más
allegados, con el objeto de controlar y manipular fácilmente a
su víctima.
El
agresor se constituye en el único otro, el único
referente de reconocimiento de estas mujeres. El juego de
reconocimiento se reduce a un juego de manipulación, ya que a
diferencia de los procesos en general de construcción de
identidad en los cuales este juego de reconocimiento se establece
entre sujetos, en el caso de las situaciones de violencia en general,
no hay una relación de sujeto a sujeto, sino de sujeto a
objeto, marcando esto una clara diferenciación y
peculiaridad que distingue a este tipo de sistema de relaciones
sociales. Esto no está suficientemente desarrollado en la
teoría y merecería para el futuro un análisis
más exhaustivo, que permita contar con más elementos
para la comprensión e intervención profesional en este
campo de la realidad.
En
el grupo de autoayuda surge rápidamente la necesidad de otros
referentes que contrasten esta imagen que las mujeres tienen de si
mismas y es aquí donde nuestro trabajo se torna crítico
e indispensable en este proceso de deconstrucción y
reconstrucción identitaria. De aquí viene nuestra
afirmación inicial de que los trabajadores sociales tienen el
privilegio de intervenir en esta cotidianidad y experiencia de vida
tan personal e íntima, para desde allí- ayudar a
modificarla.
4.3.
El nosotros como elemento configurativo de la
identidad en el grupo
¿Cómo
les gustaría ser vistas por los demás a estas mujeres?.
Al acudir al grupo de autoayuda, estas mujeres están
demostrando un deseo de modificar su situación. La instancia
aparece como un lugar de contención, una ayuda, un medio para
encontrar alguna salida o solución a su problema. El grupo
constituye para estas mujeres el único espacio donde pueden
hablar de si mismas y reconocerse como mujeres. Es para la gran
mayoría el único lugar que tienen para interactuar con
otros, dada la situación de aislamiento en que se encuentran y
que describimos anteriormente.
El
miedo constituye un elemento identitario significativo en las
mujeres del grupo. No se trata de un solo miedo, sino de muchos
miedos o, mejor aun, miedo a muchas cosas diferentes. Este punto las
une, pero también las diferencia. Por ejemplo, Adriana tiene
miedo a no poder seguir adelante sola con sus hijos. Manifiesta no
saber qué hacer si él se va. Puntualmente, le tiene
miedo a la soledad. Antonia, en cambio, tiene miedo a no recuperar a
sus hijas. Alejandra tiene miedo de irse de su casa y comenzar a
vivir sola. Mirta manifiesta sentir miedo pero no sabe
específicamente a qué. Felipa tiene miedo a ser una
carga para sus hijos y a que se derrumbe su ideal de familia. Por
último, Mabel le tiene miedo a todo, le tiene miedo a él,
a no saber cómo criar a sus hijos, a que el dinero no le
alcance, a no saber qué hacer de su tiempo libre, teme salir a
enfrentarse al mundo.
¿De
dónde se originan estos miedos?. En general, se originan de
sus historias de vida, ya que estas mujeres tienen una de las
características del síndrome de la mujer maltratada,
que es la indefensión aprendida. Se trata de una
situación donde la mujer aprende a ser indefensa, ya que se le
enseña que es débil, vulnerable, inferior, incapaz y
que sólo la puede defender alguien fuerte y superior. Esta
fortaleza y superioridad se encarna en la figura del varón: el
padre, el hermano mayor, la pareja. Ellas mismas se encargan de criar
a sus hijos en este orden, haciendo la diferencia entre sus hijos
varones y sus hijas mujeres, reproduciendo así el modelo
aprendido.
Este
estado de indefensión aprendida genera sentimientos de
culpa, miedo y baja autoestima. Estos tres elementos la culpa,
el miedo y la baja autoestima- paralizan de tal forma a la mujer
víctima de violencia, que la torna incapaz de ver una salida y
romper con el círculo de la violencia donde se encuentra.
Estos tres elementos interactúan entre si retroalimentándose
mutuamente. Por lo tanto, constituyen el basamento donde se sostiene
y cristaliza el estado catatónico y de adormecimiento en que
se encuentra, inerte e inerme, la mujer maltratada.
La
culpa constituye otro elemento identitario significativo en
las mujeres del grupo. Al igual que con el miedo, las mujeres
manifiestan sentimientos de culpa muy diversos. Adriana, por ejemplo,
siente culpa de haber tenido un hijo con cierta discapacidad. Felipa
siente culpa por no haber satisfecho sexualmente a su viejo,
se culpa de que su marido tenga otra mujer. Mabel se culpa de ser
mala madre, de que su marido le pegue. Mirta siente culpa de
separarse. Alejandra cree que es culpable de las reacciones violentas
que tiene su ex novio y Antonia siente culpa por haberle entregado
sus hijas a su marido. En general, todas estas mujeres sienten culpa
porque sus parejas les han hecho creer que ellas son las culpables de
recibir maltrato.
La
baja autoestima constituye otro elemento identitario
significativo en las mujeres del grupo. Tal como lo indica su
etimología, la palabra autoestima hace referencia a la
valoración que uno tiene de si mismo. Esta valoración
se construye a partir de la mirada del otro y de la mirada hacia uno
mismo desde la infancia y generalmente en un núcleo familiar.
Las historias relatadas por las mujeres del grupo dan cuenta de que
ellas han llegado a formar pareja con una imagen bastante pobre de si
mismas, que se refuerza y degrada aun más en la relación
de pareja con los insultos, humillaciones y calificativos que sufren
cotidianamente.
A
raíz de esta violencia psicológica y emocional, muchas
mujeres han intentado suicidarse al llegar al límite más
bajo de autoestima, cuando creen que su vida ya no tiene ningún
valor ni sentido. La muerte es para muchas mujeres la única
salida que ven para su situación. Mabel, por ejemplo, cuenta
cómo en una oportunidad sale a caminar con su hija más
pequeña con la intención de arrojarse debajo de un
colectivo. Después de mucho caminar, sin saber cómo
llega, se encuentra rezando en la catedral de Posadas. Esa misma
noche, al llegar a su casa, se encuentra con la noticia de que su
hija de 13 años, en una crisis nerviosa, decide ir a la
policía a contar todo lo que estaba pasando en su familia.
Estas
mujeres construyen su nosotros en el grupo, buscando ser
vistas simplemente como mujeres, no como objetos de dominación
y manipulación por sus parejas, no como taradas, putas,
viejas, gordas, locas, enfermas, inútiles
o culpables. Antonia, en uno de los encuentros,
manifiesta, llorando, muy conmovida, que cuando su pareja actual le
dijo que quería hacer el amor con ella, ella se puso a
llorar en ese momento, porque, a pesar de haber estado casada muchos
años, su ex marido nunca le había dicho esa frase,
siempre le decía vamos a coger.
Por
primera vez, Antonia se ve como mujer y eso le hace sentir muy bien.
Sin embargo, a pesar de estar separada de su ex marido desde hace
cuatro años, ella reconoce sentir culpa cada vez que tiene
relaciones sexuales con su actual pareja, porque para ella le está
siendo infiel a su ex marido.
4.4.
Las marcas como elemento configurativo de la identidad
en el grupo
Siguiendo
a varios autores (Derrida, 1981; Laclau, 1990; Butler, 1993),
utilizamos el término marca como término marcado,
para señalar un rasgo o condición que estigmatiza. En
el caso del grupo de autoayuda, nos parece pertinente señalar
como marca la doble condición de mujer y de mujer
maltratada. Son dos términos marcados, que se contraponen
al término varón, que no tiene marca alguna.
El
hecho de ser mujer, por si mismo, conlleva toda una carga de
desvalorización y discriminación social. Es un estigma
construido durante siglos y milenios y que nos va a llevar otros
tantos deconstruirlo, ya que como expusimos anteriormente- está
montado muy sólidamente en la política, la cultura, la
filosofía, la religión, entre otros, pero sobretodo-
sostenido fuertemente desde el poder que monopolizan los varones.
Si
a esto le sumamos el hecho de ser mujer maltratada o víctima
de violencia, tenemos aquí una doble estigmatización,
ya que generalmente se culpa a la mujer de la situación de
maltrato. Es larga y conocida la lista de acusaciones que inculpan a
la mujer: por algo será, algo habrá
hecho, si se queda es porque le gusta, qué
hiciste para ponerlo nervioso, eso es porque no le hacés
caso, si se buscó a otra es porque no lo atendés,
la que tenés que cambiar sos vos, entre otras.
Esta
estigmatización de la mujer la pone en una situación de
doble victimización, ya que es ella la que sufre el
maltrato como víctima y además es considerada
socialmente como culpable de la situación y por ende la única
que debe concurrir a pedir ayuda, realizar denuncias, someterse a
diversas terapias y, en fin, solucionar su problema.
En
nuestro trabajo institucional intentamos formar un grupo de autoayuda
de hombres violentos, pero esta experiencia no funcionó por
varios motivos: (a) por la dificultad de los varones que concurrían,
de reconocer algún tipo de responsabilidad en el problema; (b)
porque utilizaban la terapia como instrumento de manipulación
y control sobre la mujer; (c) porque el tratamiento no era sostenido
en el tiempo; (d) porque lo hacían para conformar a sus
parejas y para que las mismas retiren las denuncias y no concurran a
la Justicia a solicitar la exclusión del hogar y (e) porque
las coordinadoras del grupo eran mujeres.
4.5.
Los límites como elemento configurativo de la
identidad en el grupo
El
proceso de construcción de límites se está
llevando a cabo en el grupo, sin contar todavía con elementos
que marquen algunas fronteras del grupo con respecto a su entorno.
Sin embargo, en este lapso breve de existencia del mismo, un poco más
de un año, podemos identificar ya la presencia de algunos
límites que surgieron del propio grupo.
Uno
de los límites importantes que podemos mencionar es la
decisión tomada por el grupo de que sean sólo mujeres
las que integren el mismo, ya que al principio también
concurrían hombres. Si bien uno de los criterios que adoptamos
para iniciar nuestro trabajo con el grupo es el de conformarlo sólo
con mujeres, a pedido de algunas de las mujeres del grupo se
incorporan algunos hombres que eran sus parejas respectivas. Sin
embargo, pronto el propio grupo reconoce la necesidad de integrarlo
sólo con mujeres, manifestando que la presencia de los hombres
las inhibían y bloqueaban psicológicamente,
especialmente si eran sus parejas. Este límite tiene un gran
valor como elemento demarcatorio de las diferencias de género
y además es la primer frontera en el proceso de
identificación, ya que el dejar afuera a los hombres opera
como elemento constitutivo del grupo como mujeres maltratadas.
Otro
límite explícito que emerge del grupo es el pedido que
formulan a las coordinadoras para que acoten el tiempo de
participación de cada integrante en lo que hace a los relatos
de vida. Al ser abierto el grupo, pronto se advierte que esto
representa un obstáculo, dado que al ingresar permanentemente
nuevas mujeres desbordadas por su situación necesitan más
tiempo para poder contar sus historias y desahogarse.
Muchas
de ellas se presentan con crisis emocionales, lo que hace que las
coordinadoras les otorguen prioridad. Sin embargo, las mujeres que
vienen concurriendo regularmente a los encuentros plantean la
necesidad de distribuir mejor el tiempo de participación de
cada una, para que todas puedan ser escuchadas. Aquí el límite
es constitutivo de la diferenciación entre el yo y el otro
dentro del mismo grupo.
Otra
elección implícita del grupo es el horario de
concurrencia a los encuentros. Al comienzo, se trabaja por la mañana
y por la tarde con dos grupos diferentes. Al poco tiempo, el grupo de
la mañana deja de funcionar debido a la falta de
participantes, ya que muchas mujeres dejan de concurrir y otras se
incorporan al grupo de la tarde. Este límite temporal surge de
la necesidad de las propias mujeres, ya que por la mañana
deben cumplir con el cuidado de sus hijos, las tareas domésticas
y la preparación de la comida para atender a sus
parejas.
Esto
nos demuestra una vez más cómo las mujeres se olvidan
de si mismas y se postergan para cumplir con el mandato social
atribuido a la mujer, de servir al marido y encargarse del hogar.
Además, la concurrencia al grupo es un asunto de ellas y no de
sus parejas, para las cuales esto constituye una pérdida de
tiempo y un abandono de sus obligaciones como mujer y como madre.
4.6.
Los mecanismos de cohesión como elemento
configurativo de la identidad en el grupo
Un
primer mecanismo de cohesión que emerge en el grupo es el
pedido explícito que formulan las mujeres a las coordinadoras,
para que continúen desempeñando ellas ese rol y no haya
cambios que implicaran la modificación de la configuración
del grupo. Al comentarles a las mujeres que habría un breve
receso durante el verano y que existía la posibilidad de que
al reiniciar el trabajo hubiese cambio de coordinadoras, las mismas
manifiestan la necesidad de que sean las mismas las que continúen
como tales, dado que, según sus palabras, ya no sería
lo mismo. Esto demuestra cómo las coordinadoras forman
parte del proceso de construcción de identidad del grupo.
Otro
mecanismo de cohesión que surge en el grupo es el acuerdo
explícito de seguir viéndose durante el verano y de
intercambiar sus direcciones con el objeto de no perder el contacto
entre ellas y tener a alguien con quien hablar y a quien recurrir en
caso de sentirse solas, tristes o en alguna situación
amenazante. Este mecanismo tiene un sentido de red de protección
y de solidaridad y demuestra la necesidad de seguir existiendo como
grupo, independientemente del lugar físico circunstancial que
las une hasta ese momento. Es un mecanismo que denota el sentido de
pertenencia e identificación como grupo.
Otro
mecanismo de cohesión es la devolución y cierre del año
2003 que se realiza colectivamente como grupo. Cada integrante,
incluidas las coordinadoras, expresa con palabras su vivencia en el
grupo y cuenta qué aspectos le sirvieron, cuáles son
sus deseos para el año próximo, qué aprendió
durante todo este tiempo, qué cosas le gustaría cambiar
y qué cosas no, cómo se sienten y todo aquello que
tengan ganas de decir en ese momento. Este mecanismo muestra la
sinceridad y el grado de afecto generado en el grupo.
4.7.
Los símbolos identitarios en el grupo
Sentarse
siempre en el mismo lugar denota un significado de apropiación
de un espacio que señala identificación. En la mesa
familiar, por ejemplo, sentarse en la punta de la mesa indica el
grado de importancia de quien se ubica en ese lugar. Generalmente se
ubica allí el que cumple la función de jefe de familia.
En el grupo, las mujeres tratan siempre de sentarse en el mismo
lugar. Esto es un elemento simbólico constitutivo de la
identidad en y para el grupo.
Durante
el proceso de recuperación de la autoestima y de superación
del miedo y del sentimiento de culpa, las mujeres muestran su estado
anímico con diversos símbolos: la ropa, el maquillaje,
los peinados, las actitudes, el caminar, la sonrisa, el tono de voz,
la búsqueda de trabajo, el inicio de cursos, entre otros.
Estos símbolos expresan la nueva mirada que van adquiriendo
respecto de si mismas y de los demás: verse como mujer y
valorarse como ser humano. Además, reflejan que hay una nueva
definición y auto-reconocimiento como elementos constitutivos
del yo.
4.8.
Los procesos de identificación y diferenciación en
el grupo
Hablar
de identificación es hablar de aproximaciones, suturas,
intersecciones, enfatizando los procesos de semejanzas que
articulan lazos de solidaridad y alianza en base al reconocimiento de
algún origen común o de características
compartidas con otras personas o grupos, o con algún ideal,
pero que a su vez implica un juego de diferencias, trabajo
discursivo, marcación, fijación de límites
simbólicos y producción de efectos de frontera.
En
el grupo de mujeres, se establece un proceso de identificación
basado en su origen común como mujeres maltratadas y las
características compartidas en cuanto al discurso y las
actitudes de sus respectivos agresores. Estas semejanzas se dan no
obstante las distintas historias de vida que surgen de los relatos.
Se articulan lazos de solidaridad y alianzas entre las mujeres del
grupo a través del intercambio de ropas, favores,
medicamentos, dinero, creándose una verdadera red de ayuda
mutua. Pero también este proceso de identificación
implica diferencias, por ejemplo en lo que hace a la continuidad del
vínculo de pareja. Algunas mujeres manifiestan su deseo de
seguir sosteniendo el vínculo o recuperarlo. Otras, en cambio,
desean disolverlo definitivamente.
Otra
diferencia es que mientras algunas manifiestan el deseo de no volver
a tener ningún tipo de relación con otro hombre nunca
más, otras siguen apostando a la pareja, al amor, pensando en
rehacer sus vidas algún día. De hecho, durante el
transcurso del proceso grupal algunas mujeres entablan nuevas
relaciones con otras parejas.
CONCLUSIÓN
El
grupo de autoayuda es un instrumento muy importante de intervención
profesional del trabajador social y, además, un mecanismo
efectivo para recuperar la autoestima y superar el miedo y la culpa
de las mujeres víctimas de maltrato.
En
nuestro trabajo profesional hemos constatado estos cambios y las
consecuencias emocionales que ellos implican para quienes pasan de la
sumisión y subordinación a la autodependencia y
liberación. Además, de una situación de
resignación y sufrimiento a ser protagonistas de nuevos
proyectos de vida, pensados y soñados con la más
absoluta esperanza.
En
la teoría de la identidad aparecen ciertos vacíos
cuando se trata de comprender las situaciones de violencia en general
y contra la mujer en particular. Por ejemplo, lo expuesto
anteriormente en lo que hace a la relación sujeto-objeto que
se establece entre el victimario y la víctima y que en nada se
asemeja a las relaciones de sujeto a sujeto que, según la
teoría, se establece en el juego de poder y de reconocimiento
social. En la situación de violencia familiar, el victimario
tiene la suma del poder, controla totalmente a la víctima y no
se da un intercambio o juego mutuo, sino unidireccional y de
manipulación del objeto.
Si
bien podemos hablar de muchas identidades, en el grupo afloran
fundamentalmente dos tipos. Esto no es una contradicción, ya
que precisamente hay distintas identidades que continuamente se
construyen y reconstruyen. Tienen que ver con las distintas
posiciones que el sujeto va asumiendo y también con las
distintas formas de reconocimiento social con las cuales lo sujetos
se aproximan y distancian.
Por
un lado, la identidad que emerge inicialmente, basada en los
elementos comunes que traen consigo las mujeres, como ser la
semejanza de discurso de los agresores, los tipos de violencia, los
miedos, las culpas, la baja autoestima, la doble victimización,
la condición de mujer y de mujer maltratada, el aislamiento,
la indefensión aprendida.
Por
otro lado, la identidad que se va construyendo en el grupo, a medida
que transcurren los encuentros y que está basada en la
seguridad personal que se va adquiriendo, la valoración de si
mismas, la mirada distinta del problema, la autodefinición o
mirada de si mismas, la reivindicación de sus derechos, el
saber que no están solas y que hay otras mujeres que comparten
los mismos problemas, el haberse animado a salir adelante de alguna
manera, las nuevas esperanzas y expectativas de vida.
La
experiencia del grupo de autoayuda permite validar varios elementos
teóricos formulados entre otros por Laclau, Butler, Derrida,
Foucault y Hall. Algunos de estos elementos son la premisa de que la
identidad se construye en base al discurso y a la práctica
social y que hay ciertos términos marcados que condicionan y
estigmatizan. Como ejemplos de esta validación empírica
podemos mencionar que en el caso de las mujeres víctimas de
maltrato, el discurso del agresor condiciona, a través de las
imputaciones que le hace a la mujer, el Yo de ésta, elemento
configurativo de la identidad. Es decir, que en el juego de
reconocimiento la manera en que ella se autodefine, está
fuertemente condicionada por el discurso de su pareja.
Para
finalizar, sostenemos, a partir de nuestra experiencia, que la
intervención de trabajadores sociales en las vidas de las
mujeres maltratadas no tiene un efecto neutro, dado que puede
obstaculizar o facilitar el proceso de construcción de una
nueva identidad. Esto dependerá del grado de compromiso y
competencia que tenga cada profesional para analizar sus prácticas
e intervenciones. Pensar en la acción transformadora de esta
profesión y en su rol de inclusión social, es pensar en
la construcción de nuevas identidades. Este privilegio lo
tiene el trabajador social y no lo debe desaprovechar.
BIBLIOGRAFÍA
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Mullender La violencia doméstica: una nueva visión
de un viejo problema Editorial Piados, Buenos Aires, 2000.
FERREIRA,
Graciela. Hombres violentos mujeres maltratadas: aportes
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Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1992.
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Graciela. La mujer maltratada. Un estudio sobre las víctimas
de violencia doméstica Editorial Sudamericana. Buenos
Aires, 1989.
FRENCH,
Marilyn. La Guerra Contra las Mujeres. Editorial
Atlántida. Buenos Aires, 1992.
HALL,
Stuart, y Du GAY, Paul. Questions of Cultural Identity
Sage Publications, 1996.
HALL,
Stuart. Identidades Culturais na pós modernidade
Capítulo 5 y 6. DP&A Editora. Río de Janeiro,1997.
1
Se refiere a la autora Silvana Martínez, licenciada en
trabajo social, quien se desempeña como profesional del
Departamento de Prevención de la Violencia Familiar del
Ministerio de Bienestar Social, la Mujer y la Juventud de la
Provincia de Misiones, República Argentina.
2
La autora y el autor de este trabajo se desempeñan como
presidente y vicepresidente, respectivamente, del Instituto de
Género y Desarrollo Humano, asociación civil sin fines
de lucro con sede en la ciudad de Posadas, Misiones, Argentina.
3
Hall, S. y Du Gay P. Questions of Cultural Identity, Sage
Publications, 1996.
* Datos sobre los autores: * Lic. Silvana Martínez * Lic. Juan Agüero Trabajadores Sociales. Instituto de Género y Desarrollo Humano. Posadas, Misiones, Argentina. Volver al inicio de la Nota |
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