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Edición N° 34 - invierno 2004

“LA CONSTRUCCIÓN DE IDENTIDAD EN MUJERES MALTRATADAS”

Por:
Lic. Silvana Martínez
Lic. Juan Agüero
* (Datos sobre los autores)


“Somos en la medida en que otros son”
Karl Jasper


INTRODUCCION

En el presente trabajo analizamos, a partir de diversos relatos de vida de mujeres maltratadas que integran un grupo de autoayuda, el proceso de construcción de identidad de dichas mujeres y los elementos configurativos de la misma.

La identidad es un proceso que se construye a través del discurso y de las prácticas sociales. Este tema es fundamental para comprender el fenómeno de la violencia contra la mujer, dado que el proceso de construcción de identidad se da siempre dentro de un entramado de representaciones sociales que, para el caso de la mujer maltratada, se inscribe en un largo camino histórico de desigualdad de género, fundado en el androcentrismo y sostenido desde el patriarcado.

Si bien en este trabajo no pretendemos profundizar conceptualmente en la violencia familiar en general y en la violencia contra la mujer en particular, ni hacer un desarrollo teórico exhaustivo de la misma, nos parece pertinente referirnos someramente a la misma, con el fin de que el lector que por ahí no esté muy interiorizado en el tema, tenga algunos elementos que le ayuden a comprender el desarrollo del trabajo.

No resulta fácil hablar de violencia, ya que se trata de un fenómeno de inagotables aristas y, acaso sea por ello, el problema más serio que se nos suscita es al momento de querer circunscribirla e intentar vanamente cualificarla y/o cuantificarla, como si la violencia fuera sólo "una" y tuviera "entidad".

Ahora, lo que sí tenemos es la insoslayable constatación cotidiana de que nuestra realidad está plagada de violencia, a nivel de sucesos y actos concretos, tales como conflictos armados, delincuencia, secuestros extorsivos, terrorismo, entre otros, como también a nivel de ciertas lógicas y mecanismos sutiles, como la impunidad, los manejos de información, cierta funcionalidad de mitos y estereotipos, vacíos jurídicos, leyes “violentas”, entre otras.

Todo esto, sin duda, constituye un terreno fértil para que a través de ciertas articulaciones pueda desarrollarse, por ejemplo, el fenómeno de la violencia doméstica.

Este fenómeno es complejo y multifacético. Una de las tareas más difíciles y desafiantes es desglosar las diferentes formas de violencia para comprender mejor sus características, causas y consecuencias. La violencia puede categorizarse según distintas variables: los individuos que sufren violencia: mujeres, niños, jóvenes, ancianos y discapacitados; los agentes de violencia: pandillas, narcotraficantes, jóvenes; la naturaleza de la agresión: psicológica, física, sexual, financiera y ambiental; el motivo de la agresión: político, racial, económico, instrumental, emocional; y la relación entre el sujeto que sufre y el que ejerce violencia: parientes, parejas, amigos, conocidos -denominada violencia doméstica- y la que ocurre entre sujetos que no están relacionados de esta manera, denominada violencia social. La violencia doméstica generalmente ocurre dentro de los confines del hogar, mientras que la violencia social usualmente ocurre en la calle o lugares públicos y es, en consecuencia, más visible.

Violencia contra la mujer es todo acto de violencia basado en la pertenencia al género femenino, que tiene o puede tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se produce en la vía pública como en la privada. La diferencia entre este tipo de violencia y otras formas de agresión y coerción estriba en que, en este caso, el factor de riesgo o vulnerabilidad es el solo hecho de ser mujer.

En los últimos tres años, me dediqué 1 a trabajar en un Centro de Prevención y Asistencia a las Víctimas de Violencia Familiar. Allí tuve el privilegio de conocer de cerca historias de vida, relatos dramáticos, historias de amor, de locura y de muerte. ¿Porqué digo privilegio?, porque no todas las profesiones, ni todos los profesionales pueden llegar a construir un vínculo tan íntimo y tan fuerte como el que se establece en este caso entre un Trabajador Social y los sujetos que concurren a esta institución en busca de ayuda.

Desde hace un tiempo, venimos trabajando desde el Instituto de Género y Desarrollo Humano 2 en la problemática de la violencia de género, desarrollando talleres, seminarios, conferencias, jornadas de capacitación e investigación sobre la misma. Este fuerte interés en la temática surge, fundamentalmente, de la indignación que sentimos ante la constatación diaria de numerosos y cada vez más aberrantes casos de maltrato hacia la mujer y hacia los niños. Por otra parte, el interés investigativo tiene su génesis en la escasa comprensión de la complejidad de este fenómeno, por ejemplo, no comprender porqué las mujeres no se van y dejan a sus agresores, porqué no radican la denuncia, porqué aceptan la sumisión y la resignación como únicos caminos.

Algunas de las cuestiones en torno a las cuales desarrollamos este trabajo son: ¿cómo se construye el proceso de identidad en las mujeres maltratadas y cuáles son sus elementos identitarios?, ¿cómo se ven a si mismas estas mujeres y cuál es la definición atribuida por los demás?, ¿cómo se da el juego de reconocimiento?, ¿cómo les gustaría ser vistas por los demás? y ¿en qué aspectos se identifican y en cuáles se diferencian?.

Reseñando algunas cuestiones metodológicas, en este trabajo hacemos uso intensivo del método biográfico basado en los relatos de vida de las propias mujeres, en combinación con entrevistas en profundidad. La unidad de análisis es un grupo de autoayuda de mujeres víctimas de maltrato que concurren al Departamento de Prevención de la Violencia Familiar dependiente del Ministerio de Bienestar Social, la Mujer y la Juventud de la Provincia de Misiones, conocido como “Línea 102” por el servicio telefónico gratuito disponible en todo el territorio provincial para realizar denuncias de violencia familiar.

El periodo que abarca el estudio es de un poco más de un año, que coincide con el tiempo de vigencia del grupo analizado. El número de concurrentes al grupo oscila en alrededor de 15 personas. Las técnicas utilizadas son la observación y la entrevista individual y grupal. El registro de datos se lleva a cabo mediante anotaciones en cuadernos de campo y en los legajos de cada una de las mujeres.

En la primera parte de este trabajo, desarrollamos el concepto de identidad; en la segunda, describimos el contexto institucional en el cual se desarrolla la experiencia del grupo; en la tercera, nos referimos a las características del mismo y, finalmente, analizamos los elementos configurativos del proceso de construcción de identidad.

1. EL CONCEPTO DE IDENTIDAD

Si bien el concepto de identidad es trabajado en y por distintos campos disciplinares, en este trabajo abordamos teóricamente el mismo desde el enfoque discursivo, antropológico y cultural desarrollado por Stuart Hall 3 .

Este autor sostiene que las identidades nunca están unificadas y que en la modernidad contemporánea se hallan cada vez mas fragmentadas y fracturadas. Son construidas de manera múltiple y no singularmente, a través de discursos, prácticas y posiciones diferentes, a menudo antagónicas y entrecruzadas. Las identidades están sujetas a una historización radical y están en un permanente proceso de cambio y transformación. Este movimiento constante se establece a través de las articulaciones entre las distintas posiciones que los sujetos van asumiendo y también en las formas de reconocimiento social por los cuales los mismos se aproximan o distancian.

Podemos decir entonces que, para Hall, el concepto de identidad no es esencialista, sino estratégico y posicional, ya que, de manera contraria a lo que aparenta ser su carrera semántica establecida, este concepto de identidad no indica el núcleo estable del self, que se desenvuelve sin cambios desde el comienzo hasta el fin, a través de todas las vicisitudes de la historia.

Este autor plantea que, a pesar de que parecen invocar su origen en un pasado histórico con el cual siguen manteniendo una correspondencia, en realidad las identidades tienen que ver con cuestiones del uso de los recursos de la historia, el lenguaje y la cultura en el proceso de devenir más que con el ser, cómo hemos sido representados y cómo esto tiene que ver con nuestra propia representación.

Las identidades son, en consecuencia, constituidas dentro y no fuera de la representación. Están relacionadas con la invención de la tradición como con la tradición en si misma y nos obliga a leerla no como una reiteración perpetua sino como lo idéntico cambiante. Son un punto de encuentro, un punto de sutura entre, por un lado, las prácticas y los discursos que tratan de interpelar, que nos hablan o que nos ubican como sujetos sociales de discursos particulares y , por otra parte, los procesos que producen subjetividades, que nos construyen como sujetos que pueden ser “hablados”. Las identidades son entonces puntos de sujeción temporarios a las posiciones del sujeto que las prácticas discursivas construyen para nosotros.

Siguiendo con esta línea de pensamiento, podemos decir que la identidad es una representación a través de la cual los sujetos se reconocen a si mismos, clasifican el mundo y se ubican en él. Es una construcción social, por lo tanto tendrá disputas de sentido, elementos determinantes, uso del poder, delimitación, exclusión, identificación e imaginario social.

Por lo tanto, la identidad es un concepto relacional, que para construirse necesita la presencia de otro con el cual se establezca una aproximación o semejanza, pero también una distinción.

Uno de los elementos importantes en la configuración de la identidad son los juegos de reconocimiento. Éstos no son otra cosa que las relaciones de poder con las imputaciones de identidad impuesta al otro. Al establecerse a través de un sistema relacional, podemos decir que la identidad se constituye interna y externamente.

En el caso de un grupo de mujeres que luchan por reivindicar sus derechos, por ejemplo, el otro puede hacerle una imputación externa al grupo y éste absorberlo de acuerdo a la fuerza que tengan estos juegos. Cuanto más consolidado esté el grupo, más fuerza tendrá para imponer su identidad.

Los juegos de reconocimientos se pueden instituir a través del lenguaje, los medios de comunicación, en el nivel jurídico a través de las leyes, entre otros, reflejando el reconocimiento social que tienen por ejemplo este grupo de mujeres.

Es importante aclarar que no existe una identidad, sino que existen muchas identidades. Es decir que el mismo sujeto tiene la posibilidad de asumir distintas identidades, según su posición y de acuerdo a las situaciones con las cuales tiene que enfrentarse.

Como nuestro análisis se basa en un grupo de autoayuda de mujeres maltratadas, nos parece pertinente exponer los elementos distintivos que se hallan en la construcción de la identidad de los grupos. Éstos son: a) el Yo, b) el Nosotros, c) el Otro, d) las Marcas, e) los Límites y f) los Mecanismos de Cohesión.

  1. La construcción del Yo tiene dos dimensiones: 1) una autodefinición y 2) una definición atribuida.

b) La construcción del Nosotros, va a remitir a cómo el grupo se ve, cómo se autodefine y cómo les gustaría ser visto (marcas de reconocimiento).

c) El Otro (o sea fuera del grupo, diferente), es el elemento de contraste que ayuda a la construcción de la identidad.

Sostiene Hall que las identidades son construidas dentro y no fuera del discurso, tenemos que entenderlas como producidas en localizaciones históricas e instituciones específicas, dentro de formaciones y prácticas discursivas y por medio de estrategias enunciativas específicas. Mas aún, surgen dentro del juego de modalidades específicas de poder y, por lo tanto, son más el producto de la marcación de la diferencia y la exclusión que signos de una unidad idéntica naturalmente constituida, es decir una “identidad” en el sentido de su concepción tradicional, esto es una igualdad total, sin grietas, sin diferenciaciones internas.

Este autor sostiene que, contrariamente a la forma en que se invoca constantemente, las identidades se constituyen a través y no fuera de la diferencia. Esto implica el reconocimiento radicalmente perturbante de que sólo a través de la relación con el otro, la relación con aquello que no es, precisamente con aquello que le falta, con aquello que ha sido llamado su afuera constitutivo, se puede construir identidad.

d) Las marcas son exteriores y sencillas y, por lo tanto, visibles como, por ejemplo, el hecho de ser casado, soltero, varón, mujer, negro, blanco, entre otros. Son dispositivos distintivos construidos por elementos conceptuales, identificaciones que se establecen a través de lo que el grupo decide, define, defiende y lucha, por ejemplo el grupo de mujeres que lucha por erradicar la violencia doméstica. Las marcas tienen un peso mayor en algunos lugares.

e) Los límites definen el grado de expansión, inclusión y tolerancia. Contienen o exigen reglas explícitas e implícitas que establecen hasta dónde va el grupo, hasta qué punto se toleran ciertas posiciones, etc.

f) Los mecanismos de cohesión son desarrollados por el grupo para la manutención del mismo. Articulan el fortalecimiento del Nosotros y refuerzan la distinción con los Otros. Permiten destacar lo semejante y lo diferente, fortaleciendo el grupo y estableciendo mecanismos de defensa en relación al otro. Es decir, remiten a los mecanismos de pertenencia internos y externos.

2. EL MARCO INSTITUCIONAL

El Departamento de Prevención de la Violencia Familiar depende de la Dirección de la Mujer del Ministerio de Bienestar Social, la Mujer y la Juventud de la Provincia de Misiones.

Es coordinado por un Jefe de Departamento y está conformado por un equipo de profesionales, integrado por dos Psicólogas y Psicopedagogas, dos Trabajadoras Sociales y una Abogada, cinco operadores telefónicos de la Línea 102 y el personal administrativo, de servicio y de seguridad.

El Departamento opera a través de varias líneas de trabajo. Por un lado, se atienden las llamadas telefónicas gratuitas de la Línea 102, por la cual las personas radican las denuncias o solicitan asesoramiento y contención. Por otro lado, se atienden las consultas de las víctimas que acuden espontáneamente a la institución de manera voluntaria y se recepcionan los casos que son derivados del Poder Judicial de la provincia. Por último, se trabaja desde la prevención, a través de cursos y seminarios que se desarrollan en toda la provincia y que se difunden a través de los medios de comunicación local.

La escasez de recursos materiales, financieros y humanos dificulta el trabajo del Departamento. A ello se suma lo difícil y complejo de la problemática y la falta de capacitación del personal que trabaja en otras instituciones que deben intervenir en los casos de violencia familiar, tales como la policía, la propia justicia, etc.

Por esta falta de capacitación, frecuentemente se produce una doble victimización. Las víctimas de violencia familiar, que según datos estadísticos oficiales son en un 75 % mujeres, son nuevamente victimizadas por estas instituciones, lo cual da cuenta que, si bien se ha avanzado mucho en la reivindicación de los derechos de la mujer y se ha comenzado a ver a la Violencia Familiar como algo que ya no se circunscribe a las cuatro paredes del hogar, todavía queda un largo camino por recorrer.

La violencia doméstica es un problema social y su producción y reproducción social deriva en gran parte de los mitos construidos en torno a los roles masculinos y femeninos, aprendidos desde la infancia.

El mayor obstáculo que ofrece la comprensión, tratamiento y prevención de la mujer maltratada, es el entramado de mitos, creencias y prejuicios del tejido de relaciones sociales que se producen y reproducen en nuestra sociedad. Este entramado, aprendido a través del proceso de socialización y endoculturación, actúa de manera consciente e inconsciente en las actitudes que los sujetos tenemos respecto de la violencia.

Finalmente, cabe consignar que en el Departamento no solo se atienden a mujeres maltratadas, sino también a niños, ancianos, discapacitados y casos de varones maltratados por sus mujeres, aunque el porcentaje es mucho menor en relación a todas las denuncias realizadas a esta institución y esto se debe a que, en general, al varón le da mucha vergüenza reconocer y contar que es él quien recibe malos tratos por parte de su pareja. Para la sociedad en general y para los varones en particular, esto es visto como un signo de debilidad y un motivo de burla.

3. EL GRUPO DE AUTOAYUDA

Como una estrategia de intervención profesional, el Departamento decide conformar un grupo de autoayuda, bajo la coordinación conjunta de una trabajadora social y una psicóloga, ambas especializadas en la temática. Los criterios para concurrir al grupo son: 1) ser mujer, 2) ser víctima de violencia familiar, 3) concurrir voluntariamente y 4) tener una entrevista previa tanto con la trabajadora social como con la psicóloga.

Esta experiencia se viene desarrollando desde comienzos del año 2003, con una frecuencia de dos días por semana -lunes y jueves- con una duración de 2 horas cada encuentro.

Una de las características de este grupo es su apertura y flexibilidad. A medida que llega una mujer víctima de violencia, se incorpora al mismo, previas entrevistas individuales. Se va conformando de esta manera una grupo bastante heterogéneo en cuanto a las edades de las mujeres, nivel educativo, nivel socioeconómico y estado civil de las mismas.

Las técnicas de intervención profesional utilizadas son varias. Para comenzar, en cada encuentro se utilizan técnicas de relajación, con el objeto de que las mujeres puedan desconectarse de sus problemas cotidianos y entrar de esta manera en contacto con ellas mismas, con sus emociones, con su cuerpo, con sus ser mas íntimo. Para esto se pone la habitación a oscuras, se las hace acostar en el piso, se les indica que tienen que permanecer con los ojos cerrados, se pone un fondo musical muy suave y se comienza a trabajar con ejercicios de respiración y visualización. El ejercicio dura aproximadamente 25 minutos.

Otra técnica utilizada es la lectura de textos, desde los que son alusivos al tema de la violencia familiar hasta cuentos, poemas, reflexiones e incluso cartas que ellas mismas escriben o han escrito en alguna oportunidad. El objetivo es que cada una pueda reflexionar a través de estos textos, a modo de mensaje, aprendizaje o moraleja.

También se utiliza la técnica de lluvias de ideas, que ellas misma van aportando a través de una frase que sirve como disparador. La música es muy importante, ya que no solo se usa para los ejercicios de relajación y visualización, sino también para hacer algunos ejercicios de expresión corporal. Además, por supuesto, se utiliza la técnica de la entrevista en profundidad.

Los encuentros son muy intensos y emotivos, dado que allí las mujeres relatan sus historias de vida, conmovedoras y conflictivas.

Algunas mujeres al principio no pueden relatar sus historias y esto se debe fundamentalmente a dos motivos: sentir vergüenza o atravesar por una crisis emocional que sólo les permite expresarse a través del llanto. Sin embargo, otras tienen la imperiosa necesidad de ser escuchadas, así que comienzan a relatar sus historias de vida sin ninguna dificultad.

En este trabajo tomamos como casos significativos las historias de Mabel de 35 años, Felipa de 62, Antonia de 33, Adriana de 30, Mirta de 45 y Alejandra de 23, dado que nos parece que son las historias más emblemáticas del grupo y las mujeres que concurrieron sistemáticamente a todos los encuentros.

Mabel es una mujer que, al principio, venía sólo a ver a la psicóloga a escondidas de su marido. Había que atenderla apenas llegaba porque tenía los minutos contados, dado que aprovechaba cuando su marido se iba de su casa y, si éste se enteraba que ella salía “sin autorización”, la golpeaba ferozmente. Estaba aterrada con solo pensarlo. Lo que nunca pensó es que su hija de 13 años, en medio de un ataque de nervios un día saldría corriendo a la comisaría más cercana y contaría todos los horrores por los cuales estaba atravesando su madre. Este caso llega a la Justicia ese mismo día y allí la Defensora Oficial de Menores ordena la exclusión del hogar del marido de Mabel, basándose en la ley Nº 3325 de Violencia Familiar que rige en la provincia de Misiones.

A raíz de este suceso, Mabel comienza a concurrir al grupo de autoayuda. Allí cuenta que ella se casa con su marido a los 16 años y que anteriormente vivía “en el medio del monte” con sus padres. Si bien habían pasado muchas necesidades, sus padres nunca le habían pegado. De esa unión Mabel tiene tres hijos y relata, en medio de llantos continuados que parecen eternos, que su marido todas las noches la violaba, algunas veces atándola a la cama con la funda de la almohada, y que le pegaba por cualquier motivo: porque ella no levantaba la ropa de la soga, porque a él no le gustaba la comida, porque el televisor estaba muy fuerte y hasta porque estaba nublado.

Comenta muy angustiada que estaba pendiente todo el día de él, para complacerlo, para hacerle la comida a horario, para levantar la ropa antes de que el sol la destiña, con fin de que él no se enojara, pensando que si le daba todos los gustos y “hacía todas las cosas bien”, él no le pegaría. Sin embargo, siempre había nuevas excusas para descargarse tanto con ella como con sus hijos.

Al contrario de lo que todos imaginamos, Mabel no se sentía feliz con la exclusión de su marido, se sentía indefensa, temerosa, culpable, confundida, y en algunas reuniones llegó a decir que todavía lo quería. Si uno no estuviera capacitado en la temática, no entendería nada de lo que le sucede a esta mujer víctima de maltrato. Lo primero que uno diría sería “esta mujer está loca” o bien “si se queda es porque le gusta”. Sin embargo, como profesionales e investigadores de la temática de la violencia de género, comprendemos perfectamente a Mabel, porque padece del síndrome de la mujer maltratada: baja autoestima, indefensión aprendida, sentimientos de culpa, miedo, rumia mental, entre otros y del síndrome de Estocolmo: se identifica con el victimario para tratar de pasarla mejor, como un mecanismo de autodefensa.

Además, sabemos que no es fácil salir del ciclo de la violencia conyugal, que está compuesto por tres fases bien diferenciadas entre si: la primera, de acumulación de tensión; la segunda, de explosión de la violencia y la tercera, de reconciliación o luna de miel. Una de las cuestiones más importantes que frecuentemente muchos profesionales no tienen en cuenta es que Mabel no toma la decisión de separarse, sino que se llega a eso por imperio de la ley ante la denuncia de su hija. Mabel todavía no está preparada para dar este paso, porque -como sostenemos- cada mujer tiene su propio tiempo interno para elaborar y sostener esta decisión en el tiempo.

Felipa es la mayor del grupo. Es muy locuaz, muy dulce y está muy enamorada de su “viejo”, como le dice ella a su marido. Sin embargo, concurre al grupo porque éste tiene otra mujer, siempre la tuvo, y aunque ella se entera de ello hace tres años tenía la esperanza de que su marido dejara a la otra mujer, pero no sólo que esto no ocurrió sino que Felipa se entera que su marido había tenido tres hijos con la otra mujer y que el último de ellos tiene cuatro meses. Esto la desborda y por ello decide salir a buscar ayuda. El marido de Felipa, si bien no le pegaba, ejercía sobre ella violencia psicológica: la insultaba, le decía “ojalá que te mueras vieja de mierda”, pero cuando ella le decía que se vaya con la otra y que la deje tranquila, él le contestaba que esa era “su” casa y que nunca se iría.

Antonia es la sobrina de Felipa. En realidad, al principio, viene sólo para acompañar a su tía. Sin embargo, un día, en medio del relato de una de las mujeres, comienza a llorar. Al preguntarle el porqué de esas lágrimas, cuenta muy acongojada que ella también había sido víctima de violencia familiar y que pensaba que ya había superado todo, comprobando que no es así. Antonia cuenta que se casa hace varios años con un hombre y que luego se fueron a vivir a Buenos Aires. A la semana de casados, él comienza a golpearla fuertemente, llegando a sacarle dos dientes de un golpe.

Él también tenía otra mujer y, cuando Antonia se entera, la situación empeora, hasta que un día puede escapar regresando a Misiones, trayéndose consigo a sus dos hijas. Sin embargo, su marido la sigue y la convence de que le deje llevarse a las niñas de vacaciones. Antonia acepta, más que por convicción porque le tenía terror y no quería enfrentarse a él. El resultado es que su marido nunca más le devuelve a sus hijas y el caso está en un Juzgado Penal.

Adriana es una mujer muy hermosa. Sin embargo, ella no se percata de eso. Se ve horrible, vieja y ridícula. Si bien al principio se contiene las ganas de llorar y no le salen las palabras, a medida que avanzan los encuentros, puede poner en palabras todo lo que siente. Cuenta que cuando era niña su padre la golpeaba mucho y que, cuando era adolescente, es abusada por su hermano. Luego, al quedar embarazada de su primer hija, decide casarse para irse de su casa. Sin embargo, con su primer marido la historia vuelve a repetirse y es nuevamente víctima de maltrato.

Cansada de los golpes, decide separarse. Al tiempo, conoce a su actual pareja y padre de sus otros dos hijos. Ella cuenta muy angustiada que éste último también la golpea y que la golpeó mucho durante sus embarazos. Es más, el segundo hijo de ella, nace con una discapacidad que, según sospechas de Adriana, sería causada por los golpes recibidos durante la gestación del mismo.

Relata que intentó separarse de él cinco veces y que en una de esas oportunidades, huye a Buenos Aires, pero su pareja la encuentra, prometiéndole que nunca más la iba a golpear y que sin ella no podía vivir. Ella, convencida y esperanzada de que esto sería así, vuelve una vez más con él. Tal como lo expusimos anteriormente, el ciclo de violencia se instala en la pareja. Lamentablemente, sabemos que si su marido no hace algún tipo de tratamiento para desaprender las conductas violentas aprendidas en su familia, la situación no cambiaría y, por el contrario, la violencia se intensificaría. Ella en ese momento no lo sabía, así que una vez más es objeto de maltrato físico y psicológico. Adriana reconoce que ya no siente nada por su marido, pero que no se separa porque tiene miedo, miedo de no saber cómo enfrentar la vida sola, miedo a la soledad.

Mirta llega un día a la institución al final de la jornada de trabajo cuando ya nos estábamos yendo. Apenas puede hablar, casi no se la escuchaba. Al entrevistarla, comienza a contar que hace veinte años que es una mujer golpeada, víctima de humillaciones, privación de la libertad e insultos por parte de su marido -un gendarme- y que es la primera vez que decide contarlo, ya que ni su familia supo alguna vez de esto, nunca le había dicho nada a nadie.

Al preguntarle porqué nunca había contado a nadie, dice que es por sentir mucha vergüenza y porque su marido es todo para ella, ya que le había dedicado toda su vida a él. Cuenta entre lágrimas que su marido le había hecho perder cinco embarazos, el último era de unos cinco meses de gestación. Relata que en todos los embarazos él la golpeaba, le hacía levantar cosas pesadas o empujar el auto y que actualmente ya no puede quedar embarazada nunca más. Cansada de esta situación, decide irse de su casa y contar lo que le estaba pasando.

Alejandra es una joven que recurre al grupo porque tiene una relación violenta con su novio. En el grupo cuenta como él la pegaba, la perseguía, le hacía escenas de celos delante de la gente, le insultaba. Si bien ella decide poner fin a esta situación, manifiesta que le cuesta mucho cortar definitivamente con él, dado que tienen amigos en común, van a bailar al mismo lugar, etc. Reconoce que si bien no quiere seguir con esa relación porque la hace sufrir mucho, se muere de celos cuando lo ve a él con otra chica.

En sus relatos, Alejandra permanentemente se descalifica y, al indagar en su historia familiar, uno comprende el porqué: su madre siempre la descalificó, la discrimina en relación a sus otras dos hermanas, le dice que está loca, que es estúpida, que sólo le da la cabeza para cuidar chicos, ya que éste es su trabajo actual. Por supuesto que ella termina creyendo que esto es sí y, si bien se había recibido recientemente de profesora, sigue diciendo que ella no es inteligente y que todo le cuesta mucho.

Éstas son a grandes rasgos, las historias de vida de algunas de la mujeres que concurren al grupo. Esta diversidad de historias y experiencias de vida nos parece fundamental para enriquecer el análisis en torno a la construcción de identidad.

4. EL PROCESO DE CONSTRUCCIÓN DE IDENTIDAD

4.1. El “yo” como elemento configurativo de la identidad en el grupo

¿Cómo se ven a si mismas las mujeres del grupo y cuál es la definición atribuida por los demás? Una cuestión interesante en el grupo es el hecho de que la autodefinición de estas mujeres está totalmente condicionada y determinada por la definición atribuída por sus parejas. El hecho de que los agresores permanentemente ejerzan violencia psicológica hacia ellas, reiterándoles cotidianamente a lo largo de muchos años que son taradas, putas, viejas, gordas, locas, enfermas, inútiles, culpables, entre otros calificativos, termina autoconvenciendo a estas mujeres víctimas de maltrato de que esto es así. El discurso del agresor va construyendo la identidad de la víctima de una manera sutil e inconsciente. La víctima internaliza este discurso y lo reproduce en su propia práctica cotidiana como si fuera lo que el discurso dice que es.

La sobredeterminación del yo de estas mujeres, que realiza el agresor a través de este discurso cotidiano, se ve reforzada y justificada por el entramado de mitos, creencias y discursos construidos socialmente alrededor del género femenino. La subordinación de la mujer ha estado históricamente condicionada por esta definición atribuida por el varón, que tiene su basamento en el patriarcado y en el androcentrismo. El varón es el fuerte, el que domina, el jefe de familia, el que no llora ni muestra sus emociones. La mujer es atenta, obediente, sacrificada, da todo por los demás, sigue a su marido “hasta que la muerte los separe”, a veces literalmente, espera para “realizarse” al príncipe azul.

Esto constituye todo un orden simbólico, ideológico, sociocultural, construido históricamente desde el poder que se han atribuido los hombres y que les permite reproducir un modelo de pensamiento instalado en la política, la religión, la filosofía, la ciencia, la economía y los medios de comunicación social, que cotidianamente reproducen como “natural” una imagen de la mujer inferior al hombre, objeto de placer, reducida sólo a su cuerpo o sólo a determinadas partes del mismo, ama de casa, cocinera, encargada de los hijos, secretaria, siempre empleada del varón o ubicada detrás de él. La frase “detrás de todo gran hombre hay una gran mujer” refleja esta situación de subordinación histórica de la mujer.

Las mujeres del grupo de autoayuda no son ajenas a todo este proceso de naturalización de la subordinación de la mujer. Por el contrario, este imaginario social se ve reforzado por el propio ciclo de la violencia conyugal y por el tipo de vínculo afectivo que estas mujeres tienen con sus parejas de agresores. En este sentido, el discurso que construye identidad no viene de un desconocido o extraño, sino de la persona que ellas han elegido como pareja para formar una familia, para tener hijos, para “toda la vida”, como repiten y repiten en el grupo.

4.2. El “otro” como elemento configurativo de la identidad en el grupo

¿Cómo se da el juego de reconocimiento por el otro en estas mujeres?. Si en la cotidianidad de cualquier persona la imputación del otro es significativa y afecta de una u otra manera, en el caso de estas mujeres víctimas de maltrato, el otro se reduce fuertemente a la sola presencia del agresor, ya que se encuentran en una situación de aislamiento y están a merced de sus parejas. Una de las características de la violencia conyugal es que el agresor aísla progresivamente a la mujer, primero de su entorno social y luego de su familia de origen y de sus amigos más allegados, con el objeto de controlar y manipular fácilmente a su víctima.

El agresor se constituye en el único otro, el único referente de reconocimiento de estas mujeres. El juego de reconocimiento se reduce a un juego de manipulación, ya que a diferencia de los procesos en general de construcción de identidad en los cuales este juego de reconocimiento se establece entre sujetos, en el caso de las situaciones de violencia en general, no hay una relación de sujeto a sujeto, sino de sujeto a objeto, marcando esto una clara diferenciación y peculiaridad que distingue a este tipo de sistema de relaciones sociales. Esto no está suficientemente desarrollado en la teoría y merecería para el futuro un análisis más exhaustivo, que permita contar con más elementos para la comprensión e intervención profesional en este campo de la realidad.

En el grupo de autoayuda surge rápidamente la necesidad de otros referentes que contrasten esta imagen que las mujeres tienen de si mismas y es aquí donde nuestro trabajo se torna crítico e indispensable en este proceso de deconstrucción y reconstrucción identitaria. De aquí viene nuestra afirmación inicial de que los trabajadores sociales tienen el privilegio de intervenir en esta cotidianidad y experiencia de vida tan personal e íntima, para –desde allí- ayudar a modificarla.

4.3. El “nosotros” como elemento configurativo de la identidad en el grupo

¿Cómo les gustaría ser vistas por los demás a estas mujeres?. Al acudir al grupo de autoayuda, estas mujeres están demostrando un deseo de modificar su situación. La instancia aparece como un lugar de contención, una ayuda, un medio para encontrar alguna salida o solución a su problema. El grupo constituye para estas mujeres el único espacio donde pueden hablar de si mismas y reconocerse como mujeres. Es para la gran mayoría el único lugar que tienen para interactuar con otros, dada la situación de aislamiento en que se encuentran y que describimos anteriormente.

El miedo constituye un elemento identitario significativo en las mujeres del grupo. No se trata de un solo miedo, sino de muchos miedos o, mejor aun, miedo a muchas cosas diferentes. Este punto las une, pero también las diferencia. Por ejemplo, Adriana tiene miedo a no poder seguir adelante sola con sus hijos. Manifiesta no saber qué hacer si él se va. Puntualmente, le tiene miedo a la soledad. Antonia, en cambio, tiene miedo a no recuperar a sus hijas. Alejandra tiene miedo de irse de su casa y comenzar a vivir sola. Mirta manifiesta sentir miedo pero no sabe específicamente a qué. Felipa tiene miedo a ser una carga para sus hijos y a que se derrumbe su ideal de familia. Por último, Mabel le tiene miedo a todo, le tiene miedo a él, a no saber cómo criar a sus hijos, a que el dinero no le alcance, a no saber qué hacer de su tiempo libre, teme salir a enfrentarse al mundo.

¿De dónde se originan estos miedos?. En general, se originan de sus historias de vida, ya que estas mujeres tienen una de las características del síndrome de la mujer maltratada, que es la indefensión aprendida. Se trata de una situación donde la mujer aprende a ser indefensa, ya que se le enseña que es débil, vulnerable, inferior, incapaz y que sólo la puede defender alguien fuerte y superior. Esta fortaleza y superioridad se encarna en la figura del varón: el padre, el hermano mayor, la pareja. Ellas mismas se encargan de criar a sus hijos en este orden, haciendo la diferencia entre sus hijos varones y sus hijas mujeres, reproduciendo así el modelo aprendido.

Este estado de indefensión aprendida genera sentimientos de culpa, miedo y baja autoestima. Estos tres elementos –la culpa, el miedo y la baja autoestima- paralizan de tal forma a la mujer víctima de violencia, que la torna incapaz de ver una salida y romper con el círculo de la violencia donde se encuentra. Estos tres elementos interactúan entre si retroalimentándose mutuamente. Por lo tanto, constituyen el basamento donde se sostiene y cristaliza el estado catatónico y de adormecimiento en que se encuentra, inerte e inerme, la mujer maltratada.

La culpa constituye otro elemento identitario significativo en las mujeres del grupo. Al igual que con el miedo, las mujeres manifiestan sentimientos de culpa muy diversos. Adriana, por ejemplo, siente culpa de haber tenido un hijo con cierta discapacidad. Felipa siente culpa por no haber satisfecho sexualmente “a su viejo”, se culpa de que su marido tenga otra mujer. Mabel se culpa de ser mala madre, de que su marido le pegue. Mirta siente culpa de separarse. Alejandra cree que es culpable de las reacciones violentas que tiene su ex novio y Antonia siente culpa por haberle entregado sus hijas a su marido. En general, todas estas mujeres sienten culpa porque sus parejas les han hecho creer que ellas son las culpables de recibir maltrato.

La baja autoestima constituye otro elemento identitario significativo en las mujeres del grupo. Tal como lo indica su etimología, la palabra autoestima hace referencia a la valoración que uno tiene de si mismo. Esta valoración se construye a partir de la mirada del otro y de la mirada hacia uno mismo desde la infancia y generalmente en un núcleo familiar. Las historias relatadas por las mujeres del grupo dan cuenta de que ellas han llegado a formar pareja con una imagen bastante pobre de si mismas, que se refuerza y degrada aun más en la relación de pareja con los insultos, humillaciones y calificativos que sufren cotidianamente.

A raíz de esta violencia psicológica y emocional, muchas mujeres han intentado suicidarse al llegar al límite más bajo de autoestima, cuando creen que su vida ya no tiene ningún valor ni sentido. La muerte es para muchas mujeres la única salida que ven para su situación. Mabel, por ejemplo, cuenta cómo en una oportunidad sale a caminar con su hija más pequeña con la intención de arrojarse debajo de un colectivo. Después de mucho caminar, sin saber cómo llega, se encuentra rezando en la catedral de Posadas. Esa misma noche, al llegar a su casa, se encuentra con la noticia de que su hija de 13 años, en una crisis nerviosa, decide ir a la policía a contar todo lo que estaba pasando en su familia.

Estas mujeres construyen su nosotros en el grupo, buscando ser vistas simplemente como mujeres, no como objetos de dominación y manipulación por sus parejas, no como taradas, putas, viejas, gordas, locas, enfermas, inútiles o culpables. Antonia, en uno de los encuentros, manifiesta, llorando, muy conmovida, que cuando su pareja actual le dijo que quería hacer el amor con ella, ella se puso a llorar en ese momento, porque, a pesar de haber estado casada muchos años, su ex marido nunca le había dicho esa frase, siempre le decía vamos a coger.

Por primera vez, Antonia se ve como mujer y eso le hace sentir muy bien. Sin embargo, a pesar de estar separada de su ex marido desde hace cuatro años, ella reconoce sentir culpa cada vez que tiene relaciones sexuales con su actual pareja, porque para ella le está siendo infiel a su ex marido.

4.4. Las “marcas” como elemento configurativo de la identidad en el grupo

Siguiendo a varios autores (Derrida, 1981; Laclau, 1990; Butler, 1993), utilizamos el término marca como término marcado, para señalar un rasgo o condición que estigmatiza. En el caso del grupo de autoayuda, nos parece pertinente señalar como marca la doble condición de mujer y de mujer maltratada. Son dos términos marcados, que se contraponen al término varón, que no tiene marca alguna.

El hecho de ser mujer, por si mismo, conlleva toda una carga de desvalorización y discriminación social. Es un estigma construido durante siglos y milenios y que nos va a llevar otros tantos deconstruirlo, ya que –como expusimos anteriormente- está montado muy sólidamente en la política, la cultura, la filosofía, la religión, entre otros, pero –sobretodo- sostenido fuertemente desde el poder que monopolizan los varones.

Si a esto le sumamos el hecho de ser mujer maltratada o víctima de violencia, tenemos aquí una doble estigmatización, ya que generalmente se culpa a la mujer de la situación de maltrato. Es larga y conocida la lista de acusaciones que inculpan a la mujer: “por algo será”, “algo habrá hecho”, “si se queda es porque le gusta”, “qué hiciste para ponerlo nervioso”, “eso es porque no le hacés caso”, “si se buscó a otra es porque no lo atendés”, “la que tenés que cambiar sos vos”, entre otras.

Esta estigmatización de la mujer la pone en una situación de doble victimización, ya que es ella la que sufre el maltrato como víctima y además es considerada socialmente como culpable de la situación y por ende la única que debe concurrir a pedir ayuda, realizar denuncias, someterse a diversas terapias y, en fin, solucionar “su” problema.

En nuestro trabajo institucional intentamos formar un grupo de autoayuda de hombres violentos, pero esta experiencia no funcionó por varios motivos: (a) por la dificultad de los varones que concurrían, de reconocer algún tipo de responsabilidad en el problema; (b) porque utilizaban la terapia como instrumento de manipulación y control sobre la mujer; (c) porque el tratamiento no era sostenido en el tiempo; (d) porque lo hacían para conformar a sus parejas y para que las mismas retiren las denuncias y no concurran a la Justicia a solicitar la exclusión del hogar y (e) porque las coordinadoras del grupo eran mujeres.

4.5. Los “límites” como elemento configurativo de la identidad en el grupo

El proceso de construcción de límites se está llevando a cabo en el grupo, sin contar todavía con elementos que marquen algunas fronteras del grupo con respecto a su entorno. Sin embargo, en este lapso breve de existencia del mismo, un poco más de un año, podemos identificar ya la presencia de algunos límites que surgieron del propio grupo.

Uno de los límites importantes que podemos mencionar es la decisión tomada por el grupo de que sean sólo mujeres las que integren el mismo, ya que al principio también concurrían hombres. Si bien uno de los criterios que adoptamos para iniciar nuestro trabajo con el grupo es el de conformarlo sólo con mujeres, a pedido de algunas de las mujeres del grupo se incorporan algunos hombres que eran sus parejas respectivas. Sin embargo, pronto el propio grupo reconoce la necesidad de integrarlo sólo con mujeres, manifestando que la presencia de los hombres las inhibían y bloqueaban psicológicamente, especialmente si eran sus parejas. Este límite tiene un gran valor como elemento demarcatorio de las diferencias de género y además es la primer frontera en el proceso de identificación, ya que el dejar afuera a los hombres opera como elemento constitutivo del grupo como mujeres maltratadas.

Otro límite explícito que emerge del grupo es el pedido que formulan a las coordinadoras para que acoten el tiempo de participación de cada integrante en lo que hace a los relatos de vida. Al ser abierto el grupo, pronto se advierte que esto representa un obstáculo, dado que al ingresar permanentemente nuevas mujeres desbordadas por su situación necesitan más tiempo para poder contar sus historias y desahogarse.

Muchas de ellas se presentan con crisis emocionales, lo que hace que las coordinadoras les otorguen prioridad. Sin embargo, las mujeres que vienen concurriendo regularmente a los encuentros plantean la necesidad de distribuir mejor el tiempo de participación de cada una, para que todas puedan ser escuchadas. Aquí el límite es constitutivo de la diferenciación entre el yo y el otro dentro del mismo grupo.

Otra elección implícita del grupo es el horario de concurrencia a los encuentros. Al comienzo, se trabaja por la mañana y por la tarde con dos grupos diferentes. Al poco tiempo, el grupo de la mañana deja de funcionar debido a la falta de participantes, ya que muchas mujeres dejan de concurrir y otras se incorporan al grupo de la tarde. Este límite temporal surge de la necesidad de las propias mujeres, ya que por la mañana deben cumplir con el cuidado de sus hijos, las tareas domésticas y la preparación de la comida para “atender” a sus parejas.

Esto nos demuestra una vez más cómo las mujeres se olvidan de si mismas y se postergan para cumplir con el mandato social atribuido a la mujer, de servir al marido y encargarse del hogar. Además, la concurrencia al grupo es un asunto de ellas y no de sus parejas, para las cuales esto constituye una pérdida de tiempo y un abandono de sus obligaciones como mujer y como madre.

4.6. Los “mecanismos de cohesión” como elemento configurativo de la identidad en el grupo

Un primer mecanismo de cohesión que emerge en el grupo es el pedido explícito que formulan las mujeres a las coordinadoras, para que continúen desempeñando ellas ese rol y no haya cambios que implicaran la modificación de la configuración del grupo. Al comentarles a las mujeres que habría un breve receso durante el verano y que existía la posibilidad de que al reiniciar el trabajo hubiese cambio de coordinadoras, las mismas manifiestan la necesidad de que sean las mismas las que continúen como tales, dado que, según sus palabras, “ya no sería lo mismo”. Esto demuestra cómo las coordinadoras forman parte del proceso de construcción de identidad del grupo.

Otro mecanismo de cohesión que surge en el grupo es el acuerdo explícito de seguir viéndose durante el verano y de intercambiar sus direcciones con el objeto de no perder el contacto entre ellas y tener a alguien con quien hablar y a quien recurrir en caso de sentirse solas, tristes o en alguna situación amenazante. Este mecanismo tiene un sentido de red de protección y de solidaridad y demuestra la necesidad de seguir existiendo como grupo, independientemente del lugar físico circunstancial que las une hasta ese momento. Es un mecanismo que denota el sentido de pertenencia e identificación como grupo.

Otro mecanismo de cohesión es la devolución y cierre del año 2003 que se realiza colectivamente como grupo. Cada integrante, incluidas las coordinadoras, expresa con palabras su vivencia en el grupo y cuenta qué aspectos le sirvieron, cuáles son sus deseos para el año próximo, qué aprendió durante todo este tiempo, qué cosas le gustaría cambiar y qué cosas no, cómo se sienten y todo aquello que tengan ganas de decir en ese momento. Este mecanismo muestra la sinceridad y el grado de afecto generado en el grupo.

4.7. Los símbolos identitarios en el grupo

Sentarse siempre en el mismo lugar denota un significado de apropiación de un espacio que señala identificación. En la mesa familiar, por ejemplo, sentarse en la punta de la mesa indica el grado de importancia de quien se ubica en ese lugar. Generalmente se ubica allí el que cumple la función de jefe de familia. En el grupo, las mujeres tratan siempre de sentarse en el mismo lugar. Esto es un elemento simbólico constitutivo de la identidad en y para el grupo.

Durante el proceso de recuperación de la autoestima y de superación del miedo y del sentimiento de culpa, las mujeres muestran su estado anímico con diversos símbolos: la ropa, el maquillaje, los peinados, las actitudes, el caminar, la sonrisa, el tono de voz, la búsqueda de trabajo, el inicio de cursos, entre otros. Estos símbolos expresan la nueva mirada que van adquiriendo respecto de si mismas y de los demás: verse como mujer y valorarse como ser humano. Además, reflejan que hay una nueva definición y auto-reconocimiento como elementos constitutivos del yo.

4.8. Los procesos de identificación y diferenciación en el grupo

Hablar de identificación es hablar de aproximaciones, suturas, intersecciones, enfatizando los procesos de semejanzas que articulan lazos de solidaridad y alianza en base al reconocimiento de algún origen común o de características compartidas con otras personas o grupos, o con algún ideal, pero que a su vez implica un juego de diferencias, trabajo discursivo, marcación, fijación de límites simbólicos y producción de efectos de frontera.

En el grupo de mujeres, se establece un proceso de identificación basado en su origen común como mujeres maltratadas y las características compartidas en cuanto al discurso y las actitudes de sus respectivos agresores. Estas semejanzas se dan no obstante las distintas historias de vida que surgen de los relatos. Se articulan lazos de solidaridad y alianzas entre las mujeres del grupo a través del intercambio de ropas, favores, medicamentos, dinero, creándose una verdadera red de ayuda mutua. Pero también este proceso de identificación implica diferencias, por ejemplo en lo que hace a la continuidad del vínculo de pareja. Algunas mujeres manifiestan su deseo de seguir sosteniendo el vínculo o recuperarlo. Otras, en cambio, desean disolverlo definitivamente.

Otra diferencia es que mientras algunas manifiestan el deseo de no volver a tener ningún tipo de relación con otro hombre nunca más, otras siguen apostando a la pareja, al amor, pensando en rehacer sus vidas algún día. De hecho, durante el transcurso del proceso grupal algunas mujeres entablan nuevas relaciones con otras parejas.

CONCLUSIÓN

El grupo de autoayuda es un instrumento muy importante de intervención profesional del trabajador social y, además, un mecanismo efectivo para recuperar la autoestima y superar el miedo y la culpa de las mujeres víctimas de maltrato.

En nuestro trabajo profesional hemos constatado estos cambios y las consecuencias emocionales que ellos implican para quienes pasan de la sumisión y subordinación a la autodependencia y liberación. Además, de una situación de resignación y sufrimiento a ser protagonistas de nuevos proyectos de vida, pensados y soñados con la más absoluta esperanza.

En la teoría de la identidad aparecen ciertos vacíos cuando se trata de comprender las situaciones de violencia en general y contra la mujer en particular. Por ejemplo, lo expuesto anteriormente en lo que hace a la relación sujeto-objeto que se establece entre el victimario y la víctima y que en nada se asemeja a las relaciones de sujeto a sujeto que, según la teoría, se establece en el juego de poder y de reconocimiento social. En la situación de violencia familiar, el victimario tiene la suma del poder, controla totalmente a la víctima y no se da un intercambio o juego mutuo, sino unidireccional y de manipulación del objeto.

Si bien podemos hablar de muchas identidades, en el grupo afloran fundamentalmente dos tipos. Esto no es una contradicción, ya que precisamente hay distintas identidades que continuamente se construyen y reconstruyen. Tienen que ver con las distintas posiciones que el sujeto va asumiendo y también con las distintas formas de reconocimiento social con las cuales lo sujetos se aproximan y distancian.

Por un lado, la identidad que emerge inicialmente, basada en los elementos comunes que traen consigo las mujeres, como ser la semejanza de discurso de los agresores, los tipos de violencia, los miedos, las culpas, la baja autoestima, la doble victimización, la condición de mujer y de mujer maltratada, el aislamiento, la indefensión aprendida.

Por otro lado, la identidad que se va construyendo en el grupo, a medida que transcurren los encuentros y que está basada en la seguridad personal que se va adquiriendo, la valoración de si mismas, la mirada distinta del problema, la autodefinición o mirada de si mismas, la reivindicación de sus derechos, el saber que no están solas y que hay otras mujeres que comparten los mismos problemas, el haberse animado a salir adelante de alguna manera, las nuevas esperanzas y expectativas de vida.

La experiencia del grupo de autoayuda permite validar varios elementos teóricos formulados entre otros por Laclau, Butler, Derrida, Foucault y Hall. Algunos de estos elementos son la premisa de que la identidad se construye en base al discurso y a la práctica social y que hay ciertos términos marcados que condicionan y estigmatizan. Como ejemplos de esta validación empírica podemos mencionar que en el caso de las mujeres víctimas de maltrato, el discurso del agresor condiciona, a través de las imputaciones que le hace a la mujer, el Yo de ésta, elemento configurativo de la identidad. Es decir, que en el juego de reconocimiento la manera en que ella se autodefine, está fuertemente condicionada por el discurso de su pareja.

Para finalizar, sostenemos, a partir de nuestra experiencia, que la intervención de trabajadores sociales en las vidas de las mujeres maltratadas no tiene un efecto neutro, dado que puede obstaculizar o facilitar el proceso de construcción de una nueva identidad. Esto dependerá del grado de compromiso y competencia que tenga cada profesional para analizar sus prácticas e intervenciones. Pensar en la acción transformadora de esta profesión y en su rol de inclusión social, es pensar en la construcción de nuevas identidades. Este privilegio lo tiene el trabajador social y no lo debe desaprovechar.

BIBLIOGRAFÍA

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FERREIRA, Graciela. “Hombres violentos – mujeres maltratadas: aportes a la investigación y tratamiento de un problema social”. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1992.

FERREIRA, Graciela. “La mujer maltratada. Un estudio sobre las víctimas de violencia doméstica” Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1989.

FRENCH, Marilyn. “La Guerra Contra las Mujeres”. Editorial Atlántida. Buenos Aires, 1992.

HALL, Stuart, y Du GAY, Paul. “Questions of Cultural Identity” Sage Publications, 1996.

HALL, Stuart. “Identidades Culturais na pós modernidade” Capítulo 5 y 6. DP&A Editora. Río de Janeiro,1997.

1 Se refiere a la autora Silvana Martínez, licenciada en trabajo social, quien se desempeña como profesional del Departamento de Prevención de la Violencia Familiar del Ministerio de Bienestar Social, la Mujer y la Juventud de la Provincia de Misiones, República Argentina.

2 La autora y el autor de este trabajo se desempeñan como presidente y vicepresidente, respectivamente, del Instituto de Género y Desarrollo Humano, asociación civil sin fines de lucro con sede en la ciudad de Posadas, Misiones, Argentina.

3 Hall, S. y Du Gay P. Questions of Cultural Identity, Sage Publications, 1996.



* Datos sobre los autores:
* Lic. Silvana Martínez
* Lic. Juan Agüero

Trabajadores Sociales. Instituto de Género y Desarrollo Humano. Posadas, Misiones, Argentina.

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