Serge Moscovici en su teoría de las
representaciones sociales, mostró cómo las teorías
científicas son el material prioritario sobre el que se
construye, con una lógica propia, el conocimiento de sentido
común. Las representaciones sociales funcionan como teorías
explicativas que atribuyen diferentes significados a los objetos
representados según sea el grupo social que las construya
(Moscovici, 1966).
Así como Moscovici demostró que el
conocimiento de sentido común se nutre en teorías
científicas a las que somete a un proceso de vulgarización,
Angel Rodríguez descubre la incidencia de las representaciones
sociales hegemónicas sobre la vejez en las teorías que
abordan esta temática. Son estos atravesamientos los que
conducen a justificar la exclusión social del anciano,
atribuyéndole desde la teoría de la desvinculación
"causas naturales" a su aislamiento social, básándose
en una comparación de capacidades relativas a productividad
y competencia (Cumming y Henry, 1961, en Rodríguez,
1994).
La misma lógica guiaría la teoría
de la actividad (Havighurst, 1968, en Rodríguez, op, cit.),
que le atribuye a los prejuicios sociales sobre la vejez el
aislamiento al que son sometidos los ancianos. El que surja a partir
de esta perspectiva la noción de envejecimiento saludable
entendido como mantenimiento de los roles y actividades de la edad
madura -, muestra la exigencia social que pesa sobre el viejo, quien
debe esforzarse por no arribar ¿a la vejez?.
Basándose en estas teorías otros autores
proponen intervenciones como las de autobiografía en grupo,
con objetivo de hacer recuperar al viejo su potencialidad al
conectarlo con momentos de su biografía en que era activo y
tenía el poder de decidir, poniéndose así de
manifiesto que es esta capacidad competitiva la valorada (Birren y
Deutchman, 1991, en Rodríguez, op. cit.).
El anciano en nuestra
sociedad parece atrapado en un doble discurso. Por una lado se lo
considera saludable si se mantiene activo, lo cual lleva
a muchos de nuestros viejos a desarrollar actividades incluso en
detrimento de su propia salud. Pero al mismo tiempo, se asientan en
el discurso cotidiano prohibiciones y desacreditaciones que intentan
diferenciar la vejez sin poder asignarle un significado preciso si no
es a partir de la incapacidad.
Desde el campo de la
gerontología Butler conceptualizó como "viejismo"
a aquellas actitudes prejuiciosas y/o conductas discriminatorias
hacia la vejez (Butler,1978) . Hoy parecería existir un
"nuevo viejismo" (Kalish, 1979) dirigido a los menos
capaces, los menos competentes y a los más enfermos, y este
nuevo viejismo parece asentarse en las propias
formulaciones teóricas surgidas de la ciencia.
Lía
Daichman reflexiona en relación a esta problemática:
"La revolución gerontológica ha sido exitosa en
su lucha contra los mitos sobre la vejez pero especialmente para
aquellos cuya salud y vigor permanecieron intactos en esta etapa de
la vida pero no lo habrá hecho tal vez a expensas de los
ancianos discapacitados que se transformaron en el objeto de este
"nuevo viejismo?" (Daichman, 2000).
El
discurso de la ciencia y del sentido común en las
instituciones de larga estadía para ancianos
Pensar en estas
cuestiones no es en vano, cuando las representaciones sociales nos
atraviezan y afectan nuestras prácticas. Múltiples
relatos del personal de la salud, describen cómo algunos
residentes exageran su discapacidad en búsqueda de recibir
atención y cuidado "extra", mientras otros intentan
mostrarse en el "modelo superactivo" aún a riesgo de
su salud, dos formas de expresión para asumir o intentar
rechazar el lugar socialmente asignado (Daichman, 2000)
La mayoría de los ancianos internados, tanto en
Mar del Plata como en el resto del país presentan algún
tipo de dependencia funcional (incapacidad para el autocuidado,
limitaciones en la movilidad, falta de control de esfínteres,
déficit en la memoria, pérdida de capacidad de
orientación) y especialmente déficits intelectuales
(Gutman, 2000; Pássera y otros, 1998), lo cual aumenta su
vulnerabilidad.
Al ingresar un anciano a
un establecimiento de larga estadía, tanto la familia como el
personal de salud suelen ahondar en los déficits y no en las
potencialidades del anciano, lo cual contribuye a que el viejo se
perciba, valore, actúe y se comunique desde estas carencias
que los otros le presentan como los rasgos distintivos de su
identidad en tanto son el motivo de su institucionalización.
La
situación se agrava cuando el personal de atención
directa al anciano expresa sentimientos de lástima a través
de apelativos cariñosos y diminutivos con los que logra
reforzar el lugar de impotencia e incapacidad asignado al viejo,
limitando las posibilidades de ejercer sus derechos y modificar en
lo posible su situación. El personal suele llamar al anciano
querido, abuelito, apelativos utilizados de
forma genérica que privan a la persona del mayor sostén
identificatorio: su nombre.
Por otra parte, suele ser habitual que el anciano no
ingrese a las instituciones de larga estadía munido de
aquellos objetos que son de su preferencia y componen su biografía
afectiva, lo que produce una verdadera mortificación del
yo (Goffman, 1961) y sensación de desarraigo. Respetar
al viejo es respetar sus preferencias e involucrarlo en las
decisiones. La internación prolongada es una decisión
que incide profundamente en su biografía y en la cual debe
participar acorde a sus capacidades.
Socialmente solemos
interpretar la internación de un anciano por parte de su
familia como producto del desafecto, falta de solidaridad e incluso
incumplimiento de los deberes familiares. Y cuando estos significados
son compartidos por el personal asistencial, le impiden sostener a la
familia la difícil decisión de la internación,
que suele estar cargada de culpas debido los imperativos morales
compartidos socialmente.
La aceptación de
la enfermedad y la consiguiente dependencia del anciano implica un
difícil proceso y genera un mayor o menor grado de
mortificación, tanto para el grupo familiar como para el
anciano.
Esta mortificación dependerá del valor
atribuido a la autonomía y de la estigmatización de las
disfunciones físicas y/o psíquicas. Los autorreproches
y culpas debido a la adjudicación social de responsabilidad de
cuidado a la familia y la representación social ampliamente
difundida en nuestro medio de las instituciones geriátricas
como "depósito" (de los Reyes, 2001) suelen demorar
la decisión de internación, a veces poniendo en riesgo
al propio anciano; así como a posteriori del ingreso de este
último al geriátrico suele producirse en la familia
cierto retraimiento, donde la culpa impide afrontar el reencuentro.
Este retraimiento suele
ser interpretado por el personal de la institución como
abandono, reprochándose a la familia sus conductas y poniendo
en juego imperativos morales que colaboran en consolidar el
denominado ciclo de ruptura familiar (Botella, 1991),
aumentando así el distanciamiento.
La hipótesis del abandono familiar es tan falsa
como simplista (Bazo, 1992). La problemática del cuidado de
los ancianos en nuestra época, exige de la co -
responsabilización de la familia, los establecimientos de
larga estadía y el Estado en el cuidado de los ancianos. La
institucionalización pone de manifiesto la falta de
posibilidades intermedias como hogares de día y/o de noche,
capacitación gerontológica de posibles cuidadores
domiciliarios, y la participación de organizaciones
intermedias (obras sociales, mutuales, asociaciones de ayuda) para
colaborar en la obtención de los recursos para el
sostenimiento de estas formas alternativas de cuidados (de los Reyes,
Tarrío y Aroza, 2000).
Lo antedicho permite
afirmar que el proceso de internación del anciano en
instituciones de larga estadía exige de un abordaje que no
puede recortarse en el anciano, teniendo en cuenta que la
problemática se extiende significativamente desde él a
la familia nuclear, de ella a la familia extensa y a todas las redes
sociales generadas en su proceso de vida.
Cuidadores
formales y enfoque antropológico en la enfermería
Los resultados de
investigaciones en este campo muestran la ausencia o insuficiencia de
capacitación formal en geriatría y gerontología
entre los cuidadores de ancianos en general, así como en
capacitación relativa a la práctica de la enfermería
entre el personal de atención directa en establecimientos de
larga estadía.
En estos últimos,
al igual que en la mayoría de los establecimientos sanitarios,
suele asimilarse la nominación enfermera a un
amplio sector que incluye prácticos, auxiliares de enfermería,
enfermeras profesionales y licenciadas en enfermería sin
distinción de la formación de cada uno de estos
sectores, siendo lo más frecuente la presencia de empíricos.
En
este punto creemos oportuno destacar dos aportes conceptuales
surgidos dentro del campo de la enfermería profesional que se
integran y enriquecen lo hasta aquí planteado. El primero de
ellos es el concepto de "unidad multipersonal de cuidado"
(Orem, 1993), que permite recortar el objeto de intervención
según el momento del proceso, pudiendo organizar prácticas
en diferentes niveles de intervención sin perder la noción
de la complejidad del problema (anciano/familia/comunidad). Esta
noción permite pensar la familia no sólo como contexto
de significados compartidos por el anciano (en relación a la
internación, dependencia, etc) sino también como objeto
de intervención. Además nos permite extender este
objeto de intervención, reconstruyendo las redes de apoyo
social que permitan corresponsabilizar el cuidado de nuestros viejos.
La práctica enfermera
es concebida como una práctica terapéutica del
autocuidado. Es decir, toda acción de cuidado es
pensada a partir de las potencialidades de la persona y no de sus
limitaciones. De esta manera, colabora en transformar el significado
tradicional del cuidado y por consiguiente de la práctica.
Por
otra parte, Leininger en su teoría transcultural, define el
cuidado como la esencia de la enfermería, cuya práctica
se basaría en: "... un conjunto de conceptos e
hipótesis interrelacionados que tienen en cuenta las conductas
cuidantes, los valores y las creencias basados en las necesidades
culturales de los individuos y grupos, para proporcionarles unos
cuidados de enfermería eficaces y satisfactorios. El objeto de
su teoría es que los pacientes propongan sus puntos de vista,
conocimientos y prácticas como base para acciones y decisiones
profesionales válidas" (Torralba i Roselló,
1998).
En ambas propuestas la familia puede abordarse en tres
dimensiones diferentes 1) Como factor que junto a otros
condicionantes básicos influye en la necesidad de cuidados de
sus miembros y la capacidad y posibilidades de satisfacerlos, 2) Como
contexto en que se brindan dichos cuidados en una situación de
dependencia, 3) Como entidad global que en determinadas
circunstancias necesita de cuidados enfermeros (Taylor, 1989).
Esta perspectiva exige al
personal de enfermería ubicar la práctica profesional
como producto de una interacción con un Otro portador de
creencias y significados que deben ser respetados y sólo
resignificados si obstaculizan la posibilidad de que la persona
autocuidada se exprese en toda su potencialidad. Es
decir, se concibe la persona como activa y capaz de transformar su
entorno.
Por otra parte, toda
práctica de autocuidado es aprehendida y aprendida
en una determinada cultura, y por lo tanto admite transformaciones en
sus formas y significados.
En tercer lugar, obliga frente a la gran variedad de
"tipos" familiares actuales (familias ensambladas, de
convivencia, de lazos emocionales, de relación legal, de
residencia etc.) a articular las dimensiones que participan en este
concepto para poder abordarlo. Para el caso, creemos oportuno pensar
la familia como una institución formada por un grupo
de personas que mantienen un cierto tipo de relación, ya sea
ésta biológica, legal o emocional, que comparten una
historia común, normas, costumbres y creencias sobre la vida
en general y en particular sobre el cuidado de la salud y la noción
de autocuidado, pudiendo éstas vivir o no en el mismo hogar
(Taylor, op. cit.).
Cualquier planificación
de cuidado, debe tener en cuenta los significados de la situación
(para el viejo y la familia), el significado del autocuidado y las
formas habituales en que éste ha sido aprehendido. Esto exige
de una intervención desde una relación dialógica,
con el fin de contribuir en la producción de los cambios
necesarios definidos en conjunto y manteniendo la actitud permanente
de aprendizaje de la/s persona/s que participe/n en este proceso.
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