En la actualidad, y
probablemente de la mano de la crisis del Estado de bienestar, han
cobrado importancia las discusiones sobre los derechos de los seres
humanos, la noción de ciudadanía, la violencia, el
papel del Estado y sus instituciones.
Estas discusiones van
desde propuestas teóricas generales de la justicia que
defiende los principios universales (John Rawls) hasta el énfasis
en los mecanismos de asignación teniendo en cuenta las
características de los beneficiarios y de los recursos escasos
susceptibles de ser distribuidos (Elster).
Es en el seno de estas
discusiones donde ha cobrado relevancia el concepto de necesidades
básicas puesto que designa un elemento primordial
que debe ser atendido por cualquier política social
(Paulette Dieterlan). Wiggins define a las necesidades básicas
diciendo en todos los mundo posibles en donde existan las
mismas leyes de la naturaleza, las mismas condiciones ambientales y
una determinada constitución humana, los seres humanos
sufrirán un daño si no tienen acceso a los bienes que
las satisfagan.
Más allá
de las necesidades que cada quien considere incluidas dentro del
concepto de necesidades básicas es indispensable aceptar la
idea de que las necesidades básicas tienen una base objetiva y
universal. Base objetiva es aquella que empírica y
teóricamente es independiente de los deseos y preferencias
subjetivas. Base universal significa que el daño provocado por
la ausencia de un bien determinado es igual para todo el mundo.
Según Doyal los
seres humanos tienen metas universales que corresponden a la
necesidades básicas y es necesario alcanzarlas para que no
sufran un daño físico específico. Para
Doyal las necesidades básicas son la salud y la
autonomía personal, de modo que para que las personas
puedan actuar y sean responsables deben tener determinada capacidad
física y mental consistente en la posesión de un
cuerpo que esté vivo, gobernado por todos los
procesos causales relevantes y deben tener, asimismo, la competencia
mental para deliberar y elegir. La competencia y la capacidad de
elección constituyen el nivel más básico de la
autonomía personal.
Ahora bien, ¿cuál
es la relación que guardan las necesidades básicas con
los derechos? Existen distintas posiciones al respecto que, desde
distintos puntos de vista, concluyen en la estrecha relación
entre éstos.
Se plantea que las
necesidades básicas deben incorporarse a un esquema de
derechos llamados de bienestar dando lugar así a
una teoría de la justicia. Otros responden que la teoría
de la justicia no tiene manera de incorporar las demandas de los
derechos de bienestar, que éstos pueden estar como
manifiestos o contenidos en programas políticos y
su cumplimiento es más bien una cuestión de
beneficencia que de justicia. Vemos, además, que hay una
relación asimétrica entre la existencia de necesidades
básicas y la posibilidad de exigir el respeto a los derechos
(es prácticamente imposible que los pobres tengan
acceso a las instancias legales pertinentes).
Surge así, otro
concepto cuyo uso se ha tornado más frecuente a partir de los
procesos de democratización y las reformas tendientes a
establecer la regulación por el mercado: el concepto de
ciudadanía ligado con los derechos sociales y su acceso a
ellos..
Este concepto
sociológico de ciudadanía proviene de la formulación
de T.H.Marshall quien sostuvo que la ciudadanía es un status
de plena pertenencia de los individuos a una sociedad a
partir de ser miembros a pleno derecho de una determinada
comunidad por el hecho de disfrutar de derechos en el ámbito
civil (derechos que abarcan las libertades individuales), político
(derechos de participación) y social (derecho a un bienestar
económico y de seguridad que permita vivir la vida de acuerdo
con los estándares prevalecientes en una sociedad). La idea
central es que hay un tipo de igualdad social asociada al concepto de
pertenencia total. Pertenencia total como sinónimo de ser
parte, de estar incluido, de inclusión.
Pero hoy vemos que la
influencia de los modelos neolibrales ha desfigurado la imagen de
Estado de bienestar (definido como una serie de disposiciones legales
que reconoce el derecho igualitario de todos los ciudadanos a
percibir prestaciones de la seguridad social obligatoria y contar con
servicios estatales organizados para la atención de
situaciones de necesidad y contingencia) quedando poco claras las
garantías para la ciudadanía. Así la función
de Estado como garante del acceso igualitario a los derechos y la
noción de ciudadanía (de igualdad de derechos y plena
pertenencia) se ubican también dentro del contexto de crisis,
dándole a estos conceptos una mirada más relacionada
con la economía (y ligada a la esfera del trabajo)
observándose modalidades discursivas con una cierta tendencia
a la naturalización de la exclusión (como contrario a
la inclusión de la ciudadanía) lo que implica un
deterioro significativo para la noción de ciudadanía y
las funciones del Estado en torno a ella.
Aparece, así,
otra relación : inclusión ciudadanía
exclusión
O sea que ya la
ciudadanía no implica la pertenencia plena, total (acceso
total e igualitario a los derechos, inclusión) sino que surge
una posibilidad de pertenencia parcial o de no pertenencia (acceso
parcial o no acceso a los derechos, exclusión. Esto habla de
la existencia de distintas categorías de ciudadanos definidas
a partir de la economía, a partir de su posición en el
mercado laboral-económico, con lo que tendrán derechos
supeditados a esta posición y podrán ejercerlos de
acuerdo con ella. Aparece, entonces, con claridad que deberemos
diferenciar entre los derechos de las personas y la posibilidad que
cada una de ellas tiene de ejercer estos derechos dentro del sistema
social.
Tampoco el Estado
aparece hoy como garante del acceso igualitario de los ciudadanos a
sus derechos. El Estado se retira cada vez más de sus
funciones básicas y tradicionales. ¿Cómo actúa
entonces el Estado en esta crisis desde su rol de promotor y ejecutor
de políticas sociales?
En los actuales
escenarios se potencian 2 elementos:
un discurso modernizante que
plantea la responsabilidad de la sociedad de la producción y
satisfacción de bienes y servicios necesarios sobre la
producción y reproducción de las condiciones
materiales y simbólicas de la existencia.
Un retraimiento de la actividad estatal en la
cuestión social reduciendo esta cuestión a los
sectores de mayor segregación y exclusión denominados
grupos de extrema pobreza. Se focaliza.
Esta confluencia plantea
el espacio de las políticas sociales permitiendo la
convivencia con prácticas netamente asistencialistas,
clientelistas, que implican la negación de los derechos de los
ciudadanos ya que se espera la lealtad de los que reciben los
servicios hacia quienes se los brindan. De este modo estos receptores
de los servicios se constituyen en sujetos inferiores.
Esta lógica
asistencialista regida por criterios de focalización conlleva
implícitos procesos de exclusión ya que mientras se
selecciona la población destinataria se excluye de las
políticas sociales a sectores que no cumplen con los criterios
de elegibilidad definidos por los organismos estatales.
En este escenario
resultante de la crisis neoliberal se propone la restricción
de los servicios públicos limitándolos al sector
denominado de extrema pobreza. El argumento para ello es
que el Estado debe implementar una política de
austeridad beneficiando, en consecuencia, sólo a algunos
sectores.
Estas características
de la intervención la emparentan con el asistencialismo por su
estrecha vinculación con la noción de pobreza absoluta
y por los mecanismos emergenciales que propone para atenderla. Esta
delimitación se relaciona con las prácticas
asistencialistas en tanto generan procesos estigmatizantes de la
población en el sentido que para acceder a un servicio social
se deberá acreditar que se es pobre. El
destinatario es un sujeto improductivo, con una concepción
vergonzante, débil, que no puede enfrentar vigorosamente el
mercado. Se tiende, así a la naturalización de la
desigualdad que estará dada por la baja o nula capacidad de
negociación del individuo.
Entendemos que de esta
lógica se desprende que ... los pobres deben ser
asistidos en su desarrollo y, así, por extensión,
aparece una consideración diferente de la noción de
ciudadanía. Hay ciudadanos que requieren ser asistidos
lo que implica que también hay entonces una ciudadanía
asistida.
En base a ello podemos
decir que con estas intervenciones lo que se realiza es la
instalación de un modelo excluyente que modifica
los formatos de incorporación social vigentes hasta entonces.
Esto se concreta a través de instituciones específicas
destinadas a asistir a los pobres, de carácter
residual y transitorias. En tal sentido la preocupación no es
la promoción del bienestar sino la formulación de
respuestas puntuales, fragmentadas, acotadas a las necesidades
básicas de la población pobre. Este tipo de
respuestas no se plantea la concreción de procesos de
inclusión sino que se transforman en mecanismos reproductores
de pobreza y generadores de exclusión.
Esta generación
de un modelo excluyente, la no igualdad de los ciudadanos en la
posibilidad de acceso a los derechos, el no reconocimiento de esos
derechos, se encuentra estrechamente ligado al concepto de violencia
social.
Si analizamos este
último concepto podemos encontrar 2 dimensiones:
violencia social activa
violencia social pasiva o negativa
La primera se refiere a
acciones realizadas con la intención de dañar al otro.
La segunda se refiere a omisiones, a negligencia.
La violencia social
negativa es, entonces, la ausencia de cumplimiento de deberes de
obligación hacia los otros, lo que implica la negación
de esos derechos.
Retomando, y
relacionando, los conceptos anteriores de ciudadanía -
posibilidad de acceso igualitario de los ciudadanos al ejercicio de
sus derechos - función del Estado actual-podemos decir que el
Estado (a través de sus políticas y sus instituciones)
es hoy uno de los principales ejecutores de violencia social negativa
hacia los ciudadanos y con ello podría inferirse que se
transforma así en generador de respuestas vinculadas a la
violencia social activa por parte de éstos. Puede verse,
entonces, al Estado como ejecutor y generador de violencia. El Estado
no cumple con sus funciones, con sus deberes para con los ciudadanos
(violencia social negativa) ante lo cual éstos reaccionan
reclamando ese cumplimiento (lo que puede ser realizado a través
de violencia social activa).
Este papel del Estado
como generador de violencia social activa daría para un
análisis mucho más extenso, análisis que
considero es obligación de nosotros como ciudadanos, como
profesionales y de los políticos y gobernantes, intentar
realizar con el objeto de evitar su continuación. Pero por el
momento yo voy a centrarme en el concepto del Estado como ejecutor de
violencia social negativa.
Considero que este tipo
de violencia es ejercida cotidianamente por el Estado a través
de sus instituciones en 2 dimensiones que se entrecruzan
continuamente:
1 - desde las instituciones hacia fuera (hacia
quienes requieren, demandan, necesitan de ellas)
2 - desde las instituciones hacia adentro (hacia los
empleados)
En el primer caso es
ejercida a través del incumplimiento de sus funciones de
inclusión, de omitir generar mecanismos que permitan la
igualdad en el acceso a los derechos, y sobre ello hemos hablado en
los párrafos anteriores.
En el segundo caso esta
violencia es ejercida a partir de la no valoración, no
capacitación, de la no consideración de reclamos y
propuestas, de la sobreexigencia, de la sobrecarga de trabajo, etc.,
o sea también desde la omisión del respeto de los
derechos de sus empleados a ejercer sus derechos. Y aquí
nuevamente se presenta el concepto del Estado como generador de
violencia, ya que esta violencia ejercida contra sus empleados
propicia que se desencadene la presencia de situaciones de violencia
institucional que luego pueden ser trasladadas a la atención
de los usuarios afectando, obviamente, la calidad de los servicios
que se deberían brindar.
Esta violencia del
Estado se observa con mayor claridad en las instituciones cuya
función se halla relacionada con la atención de
situaciones sociales.
Dada la situación
de crisis las demandas de la población hacia estos servicios
se ha incrementado notablemente, pero no se han incrementado en igual
medida los recursos (económicos, humanos, etc.) para
atenderlas y en las instituciones donde se ha incorporado recurso
humano no se ha evaluado la capacitación de éste para
su ingreso por lo que puede hoy observarse un importante crecimiento
en los planteles de las instituciones del Estado pero sin la
capacitación ni la preparación imprescindibles para
desempeñar la función que se les asigna, lo que genera
, sumado a lo anterior, el deterioro en la calidad de los servicios de
estas instituciones y el Estado deben garantizar.
Precarización
laboral = deterioro de la calidad de servicios brindados = mayor
gasto sin resultados favorables para los ciudadanos.
Aquí habría
que dejar planteado que estas no son las unicas cuestiones que
generan el deterioro de los servicios, tenemos que mencionar también
las falencias de las políticas sociales actuales que no
responden a un modelo de inclusión y de igualdad de
oportunidades, la falta de capacitación y/o capacidad de los
políticos y funcionarios para ejercer las funciones que
asumen, la falta de interés de estos políticos y/o
funcionarios para ejercer políticas de inclusión, la
enorme distancia existente entre los dichos y los hechos, el desvío
o mala administración de recursos que deberían ser
destinados a las áreas sociales, etc.
Para clarificar un poco
más estas ideas tomaremos como ejemplo las políticas de
salud y los Servicios Sociales hospitalarios realizando un breve
análisis sobre ellos.
En esta área la
lógica imperante también es la del mercado. Los
derechos sociales son emparentados con el acceso a determinados
bienes y servicios. Las prestaciones se restringen a aspectos
asistencialistas y focalizados de supervivencia que hacen que grandes
sectores de la población queden sin cobertura y librados cada
uno a su suerte. Los Servicios Sociales se evalúan de acuerdo
a su rentabilidad. Es característica de estas políticas
el criterio de autoresponsabilidad (culpabilización del otro)
y de riesgo social. Se apela a la competencia, a la responsabilidad
individual, a la libertad de elección de los trabajadores pero
no desde el reconocimiento de un derecho sino como vía para
evitar responsabilidades. El papel del Estado es de control y el
mercado es la instancia fundamental de acceso y asignación de
recursos. Los programas de atención primaria y promoción
de la salud no existen o son ineficientes.
El nuevo orden económico
atraviesa todos los hospitales públicos que no tienen todos
las mismas posibilidades de dar respuestas y, ante la reducción
del recursos presupuestario, la mayoría no dispone de los
recursos económicos ni materiales ni de los profesionales
necesarios, lo que sumado a la escasez de posibilidades de dar
respuesta a la cada vez mayor demanda hace que el personal se vea
desbordado, sobreexigido. Como consecuencia de ello se presentan, se
viven, continuas situaciones de violencia interinstitucional y
problemas de salud física y psíquica afectan con mayor
frecuencia a los trabajadores.
Los Servicios Sociales
de los hospitales no escapan a esta realidad. Es claro el recorte
presupuestario, el congelamiento de vacantes y la no renovación
de cargos (en el Servicio Social del Hospital Regional Río
Grande hay 2 trajadores sociales desde el año 1992). Esto hace
que cada trabajador social se vea recargado en su actividad (hay 2
profesionales para atender la demanda de una población
estimada en 50.000 habitantes) al igual que el personal
administrativo que es, generalmente, quien realiza el primer contacto
con la demanda.
A la falta de
profesionales hay que sumarle que cada vez más población
requiere atención a los servicios públicos de salud por
no poseer cobertura o por poseer cobertura parcial o nula por parte
de una obra social. Esta población tiene como vía de
entrada a la institución hospitalaria los Servicios Sociales.
La función que la
institución otorga al profesional en este contexto es el de
detector de pobres y de recaudador. En este
marco el profesional se ve presionado por los sectores políticos
y directivos para que afine el lápiz (expresión
utilizada con frecuencia) siendo el objetivo dar la menor cobertura
posible si previo a ello no media un pago, aunque sea parcial, del
servicio que se solicita.
Ello claro, siempre y
cuando el demandante que llega al servicio no lo haga derivado por
un político o directivo, derivación que se efectúa
al sólo efecto de cumplir con el requisito administrativo de
contar con la firma de un profesional que avale la prestación
gratuita del servicio.
El objeto principal de
los Servicio Sociales hospitalarios se refiere exactamente a lo
contrario. Se relaciona con propiciar o facilitar el acceso de la
población al uso de los servicios de salud en tanto y en
cuanto los procesos en los que interviene el Trabajador Social deben
actuar como facilitadores de la efectivización de la
ciudadanía plena. Se interviene en la integración de
diversos aspectos de acciones y programas que atienden a un conjunto
diversificado de derechos y que, obviamente, se refieren al acceso de
los ciudadanos a esos derechos.
Estos aspectos no son
tomados en cuenta por la institución. Si el trabajador social
desea desarrollar acciones o proyectos basados en considerar al ser
humano como sujeto de derechos y no como objeto destinatario de
asistencia focalizada debe hacerlo fuera de su horario laboral o
supeditando su ejercicio a las demandas institucionales básicamente
centradas en realizar una selección de tipo económica.
El Trabajador Social
tiene asignado, además, un rol asistencialista y de control
desde el reduccionismo que implica la existencia de relaciones
prioritarias entre Trabajo Social y sujeto pobre.Las demandas
que llegan a los Servicios Sociales confirman la existencia de un
instituido que relaciona la intervención con la gestión
de recursos, funciones administrativas y de control. El espacio que
ocupa el Servicio Social es visto como el que se encarga de los
problemas materiales y legales de la población que se atiende
en el hospital, además de ser el informador (se
piensa que allí deben tener información sobre todo lo
que se desea saber de algún paciente).
Este marco de
intervención es un campo propicio (construido no inocentemente
a mi entender) para la reproducción de los modelos de
exclusión. El profesional no tiene el espacio para producir
una intervención analítica y reflexiva y entonces ésta
se convierte en automática, se llena una ficha, una encuesta y
se definen los pasos a seguir, la intervención se hace
mecánica y se trabaja con inmediatez, no se plantea el
problema ni se intenta analizar cómo el sujeto significa su
demanda, qué está expresando detrás de ésta
y cuáles son sus necesidades. El demandante se transforma en
un objeto en lugar de ser un sujeto.
El profesional debe
continuamente redefinir su intervención, posicionarse ante la
institución, ante las exigencias institucionales, situarse
ante la demanda teniendo en claro que su intervención
profesional aporta a la construcción de un sujeto determinado,
otorga una identidad. Sin reflexión crítica se
construye un sujeto de necesidades al que se responde con asistencia,
la intervención se limita a la atención puntual de
naturaleza asistencial, es decir gestiones de diverso tipo.
Y es aquí donde
nuevamente se reproduce la exclusión, donde se construye y
refuerza la identidad de ciudadano asistido repitiendo,
aún inconscientemente, el modelo del Estado ejecutor de
violencia social negativa. Más importante ello aún si
se tiene en cuenta que la población que demanda la
intervención de un Servicio Social está ya definida,
por otros (el Estado y sus políticas sociales) y muchas veces
por sí misma, como carenciada, asistidos,
y es, entonces, la población más vulnerable.
En este modo de acción
los Servicios Sociales pierden de vista al ser humano como sujeto de
derechos, como ciudadano pleno, transformándose, cada Servicio
Social en general y cada Trabajador social en particular, en un
ejecutor más de la violencia del Estado.
Finalmente diremos como
conclusión que la relación entre necesidades básicas
ciudadanía igualdad de acceso a los derechos
inclusión rol del Estado y de los Servicios Sociales se
hallan estrechamente relacionadas y fuertemente vinculadas y
definidas por la ideología con la que se definen y ejecutan
las políticas sociales. Considero que los profesionales del
Trabajo Social debemos estar alertas y no perder de vista esta
situación a fin de poder repensar y modificar nuestras
intervenciones evitando transformarnos en cómplices (aún
sin saberlo) y reproductores de la violencia social activa y pasiva
que el Estado ejerce y promueve sobre sus ciudadanos.-