Por:
Lic. Nora Aquín.
Lic. Patricia Acevedo.
Lic. Gabriela Rotondi. * (Datos sobre las autoras)
Si Marshall
viviera, a medio siglo de sus conferencias de Cambridge y en esta
época de incertidumbre generalizada, de sistemas judiciales
discriminatorios y de altísimas tasas de desocupación y
pobreza, tendría que enfrentarse a una constatación
bastante paradójica : que desde hace más de veinte
años haya venido aumentando a diario la proporción de
países que se proclaman democráticos, no quiere decir
en absoluto que haya crecido en la misma medida la cantidad de
ciudadanos que habitan el mundo.
José Nun1 |
1.-
A modo de introducción: El carácter problemático
de la noción de ciudadanía.
Vivimos tiempos adversos a los derechos sociales, a la identidad
ciudadana, a la conciencia de ciudadanía. A pesar de lo cual
o precisamente por ello- la categoría de ciudadanía
concita en la actualidad un interés que no lograba hace veinte
años, adquiriendo una capacidad de resonancia no alcanzada
hasta ahora en su propia historia, y ello por razones tanto de orden
teórico como político. El interés teórico
del término puede deberse a la capacidad de la ciudadanía
para integrar las exigencias de justicia y pertenencia.
La
ciudadanía, pues, aparece como preocupación política,
en medio de un proceso de desidentificación política y
de pérdida de confianza en las instituciones democráticas
(Kymlicka, 1997; Paramio, 1998). Preocupación que nos atañe
a nosotros mismos como ciudadanos; de ahí la dificultad
adicional que se presenta en el abordaje de este tema, en tanto
requiere un esfuerzo mayor de separación analítica
entre la mirada teórica y la mirada política, entre lo
que encontramos y lo que desearíamos encontrar.
Los autores coinciden en
reconocer a la noción de ciudadanía múltiples
sentidos: se discuten sus distintas concepciones, sus contenidos, su
status, sus significados, su genealogía, su relación
con la tensión público-privado. De manera que
distintos autores le otorgan, teóricamente, significados muy
distintos y le imprimen, políticamente, valores muy
divergentes. La
posición clásica de la ciudadanía como posesión
de derechos es desarrollada por Marshall en Citizenship and
Social Class, escrito en 1950, esto es, en plena segunda post
guerra. Considera a la ciudadanía en tres dimensiones: la
civil, la política y la social, y la define como la fuerza
opuesta a la desigualdad entre las clases sociales, en tanto se trata
de derechos universales que comparten todos y cada uno de los
miembros de una comunidad nacional. La ciudadanía civil se
corresponde con los derechos legales (libertad de expresión y
de religión, derecho a la propiedad y a ser juzgado por la
ley). La
idea de ciudadanía con fuerte predominio de los derechos, ha
sido cuestionada desde distintos ángulos, tanto teóricos
como políticos. Pese a su procedencia muy diferente, tales
críticas apuntalan la necesidad de incorporar las
obligaciones, responsabilidades y virtudes como constitutivas de la
ciudadanía.
Los críticos
provenientes de la Nueva Derecha atacan a los derechos sociales de
ciudadanía, en tanto los consideran incompatibles con las
exigencias de libertad negativa y con los reclamos de la justicia con
base en el mérito. Alegan que los derechos sociales y el
Estado de Bienestar, al promover la pasividad, generan clientes
obedientes de la tutela burocrática, y por lo tanto, llevan a
la servidumbre. Consideran que la responsabilidad de ganarse la vida
es inalienable, y en esta concepción basan su propuesta de
eliminar toda red de seguridad, en tanto la incapacidad de cumplir
con las obligaciones es un obstáculo a la plena pertenencia
tan grave como la ausencia de derechos iguales. Encontramos aquí
una inspiración de base malthusoniana, en cuanto a que el
motor de las prácticas sociales es el amor propio y no el
altruismo, y está presente su observación en el sentido
de que la riqueza de los pobres debilita su
predisposición para el trabajo.
Desde la izquierda, se han producido posiciones ambiguas
en relación a la cuestión social. No son pocos los que,
con Habermas (1992), critican que las instituciones del Estado de
bienestar promueven la clientelización del rol del ciudadano,
ya que promueven la pasividad y la dependencia. Pero se advierte una
resistencia a la consideración de la imposición de
obligaciones, ya que presuponen que la dependencia de las personas se
debe a la falta de oportunidades, y no a la renuencia al trabajo. Su
solución consiste en aceptar la idea de responsabilidades como
constitutiva de la ciudadanía, pero garantizando que los
derechos de participación precedan a las responsabilidades.
Dicho de otro modo, reclaman que se aseguren los derechos de
participación como condición necesaria para exigir el
cumplimiento de obligaciones.
Podríamos
sintetizar en este aspecto diciendo que Salvo la Nueva Derecha, que
lo que se propone es un asalto al propio principio de ciudadanía2, el resto de las posiciones convergen en la idea de que una
concepción adecuada de ciudadanía exige equilibrio
entre derechos y responsabilidades. Para algunos, tal equilibrio
exige descentralización, dispersión del poder estatal,
transferencia de poder a los ciudadanos; otros colocan el énfasis
en el valor intrínseco de la actividad política para
los participantes, otorgando un orden de superioridad a la vida
política por sobre la vida privada. Ahora
bien; la ciudadanía también es problemática
desde otro ángulo: asistimos a un momento de ruptura entre
ciudadanos y dirigentes, enmarcada en un proceso de crisis de
representación, de las palabras, de identidades individuales y
grupales; viene perdiendo entidad el ciudadano dotado de las mismas
capacidades y derechos.
La ciudadanía
diferenciada sostiene que para estos grupos, un criterio de
equidad radicaría en su participación en la comunidad
política no solo como individuos sino también por su
pertenencia a un grupo, con una representación especial a
nivel de las instituciones políticas3.
Serían necesarias mayores discusiones para determinar si la
ciudadanía diferenciada genera solidaridades restringidas o
una mayor simetría en cuanto a las posibilidades de ser
ciudadano. Preguntarse sobre este aspecto equivale a interrogarse
sobre el problema de la igualdad y la diferencia, lo particular y lo
universal. Son numerosas las posiciones que intentan dilucidar esta
cuestión, considerando que estas nuevas manifestaciones de
intereses particulares constituyen un testimonio de que la política
busca nuevas formas de abrirse y enriquecerse en el contacto con las
necesidades, los sujetos, los movimientos que se presentan invadiendo
novedosamente la arena política (Ingrao, 1984). En rigor
(Habermas, 1979) si alguna particularidad presentan estos
movimientos, es retornar a los valores universales de la ciudadanía,
tales como la igualdad y la solidaridad.
De cualquier modo,
creemos que la cuestión no se resuelve adscribiendo
simplemente a la idea de ciudadanía diferenciada, sino que hoy
más que nunca es preciso pensar en la construcción de
un espacio público que pueda acoger las múltiples
pertenencias comunitarias traspasándolas a un orden que
permita la convivencia, lo cual exige la reconstitución de
ciertas ideas generales, universales que acojan en su seno a
las diferencias, y a la vez impidan la fragmentación.
Políticamente, se señala como escenario del
resurgimiento del interés que comentamos, por un lado, la
tendencia instalada de creciente indiferencia de los ciudadanos en su
calidad de votantes; por otro, el pluralismo en aumento,
concomitante con el florecimiento de múltiples ejes de
diferenciación social, en medio de exigencias cada vez mayores
de adaptación a las nuevas reglas de juego impuestas por la
globalización, lo cual provoca una crisis en las identidades
políticas.
Sus componentes centrales pertenencia, jerarquía,
igualdad, virtud, derechos, deberes- adquieren mayor o menor
relevancia según el momento histórico en que se
inscriba el análisis de la ciudadanía. Con lo que
estamos diciendo que no hay una esencia atribuible a la
ciudadanía, sino que la misma contiene todos estos elementos,
a la vez que no contiene a ninguno de manera particular y definitiva.
Podría afirmarse (Andrenacci, 1997) la existencia de un
conjunto de elementos constitutivos de la ciudadanía que han
permanecido si se revisa la historia de Occidente: la ciudadanía
como frontera y jerarquía, como pertenencia y privilegios. Lo
que ha variado, sin embargo, es el modo de articulación entre
estos elementos y los modos de actuación concreta
históricamente situados- de tales fronteras, jerarquías,
definiciones del espacio común y procesos de legitimación.
Esto es que, si bien podemos reconocer algunos aspectos
invariantes, ellos adquieren sentido en las formas
históricas concretas.
La ciudadanía política se refiere a los derechos
a participar en el poder político, ya sea como votante o
mediante la práctica política activa; y la ciudadanía
social se refiere al derecho de gozar cierto standard mínimo
de vida, de bienestar y de seguridad económica. Podríamos
afirmar que esta concepción - que suele ser denominada pasiva
o privada, en tanto remite a derechos sin énfasis en la
participación como obligación ciudadana- ha permeado al
conjunto del sentido común, ya que cuando la gente es
preguntada por el significado de la ciudadanía, tiende más
frecuentemente a ligarla con derechos y no con responsabilidades.
Los teóricos de la
sociedad civil consideran que las virtudes ciudadanas tales
como la civilidad y el autocontrol- no se adquieren a través
del mercado ni de la participación política, sino a
través de la participación en organizaciones
voluntarias de la sociedad civil, tales como sindicatos, escuelas,
cooperativas, asociaciones de vecinos u otras.
Aunque las distintas
afirmaciones de cada perspectiva resultan, hasta ahora, afirmaciones
empíricas sin evidencia a favor o en contra. Desde distintos
ángulos, y salvo los conservadores modernos, que han
reafirmado el rol del mercado, el resto del espectro reconoce a la
ciudadanía como una condición política y social
que confiere un status independientemente de la posición
económica.
El ingreso en la escena público-societal
de nuevos actores dotados de nuevos intereses torna más
abstracta la idea del ciudadano de la república liberal. Esta
crisis se expresa, por un lado, a través de la autonomización
de la dirigencia política, que asume una suerte de
comportamiento corporativo al anteponer los intereses derivados de su
propia posición frente a los intereses y necesidades concretas
de sus representados; practican diversas formas de malversación
del capital político, ensanchando la distancia que los separa
de la gente común.
Por otro, una distancia cada vez mayor
entre los intereses generales de la ciudadanía y los intereses
sectoriales, diferentes y conflictivos de grupos que comparten
algunas características objetivas pero no todas (Tenti
Fanfani, 1997).
De manera que asistimos a la reconfiguración
de los conflictos y dilemas de integración en nuestra
sociedad: se han modificado los actores, los objetos de disputa, las
relaciones de fuerza y los espacios en donde se dirimen las disputas.
Asistimos a la proliferación de escenarios y de actores
dotados de intereses específicos: jubilados, desempleados,
trabajadores precarios, jóvenes en busca de empleo, mujeres,
grupos informales del sector urbano, grupos de excluidos por sus
opciones sexuales,... ¿pueden hoy integrarse en una estrategia
colectiva?
Pueden articular de alguna manera sus intereses? Sabemos,
efectivamente, que los principios de desigualdad que se derivan del
género, la etnia, la clase u otros contextos, tienen una
existencia real y concreta; pero, ¿ deben ser relevantes a la
condición de ciudadanía como tal? ¿Es válida
la propuesta de los pluralistas culturales, que, en contraste con el
universalismo, proponen la ciudadanía diferenciada, en base al
conjunto de exclusiones actuales que se han estructurado alrededor ya
no del eje económico educativo que es el que concentró
los esfuerzos de Marshall- sino alrededor del eje de la diferencia en
relación a la cultura compartida? Se trata de grupos que se
constituyen como diferentes a partir de su identidad socio-cultural y
no de su pertenencia a una clase social. Así, mujeres,
homosexuales, aborígenes, minorías étnicas y
religiosas permanecen excluidos de la cultura compartida pese a
poseer derechos universales de ciudadanía.
2.-
Algunas relaciones cruciales entre ciudadanía y Trabajo
Social.
Todas
estas son, a nuestro criterio, cuestiones sustanciales para el
Trabajo Social. En efecto, la profesionalización de nuestra
práctica está ligada con los derechos sociales de
ciudadanía, garantizados por el Estado de Bienestar. En
términos de OFFE (1992:74), el Estado de Bienestar se define
como una serie de disposiciones legales que dan derecho a los
ciudadanos a percibir prestaciones de la seguridad social obligatoria
y a contar con servicios estatales organizados -entre otros, en el
campo de la salud y la educación- en una variedad amplia de
situaciones definidas como de necesidad y contingencia. Entre los
medios a través de los cuales el Estado de Bienestar
interviene, se encuentra la puesta en servicio de la experiencia
profesional de los trabajadores sociales, que contribuyen, desde su
lugar específico y a través de los distintos tramos de
su historia, a debilitar parcialmente los motivos y razones del
conflicto social, eliminando asimismo parte de los riesgos que
resultan de imponer la forma de mercancía a la fuerza de
trabajo.
Así,
pues, la temática de la ciudadanía se encuentra en el
centro de las preocupaciones del trabajo social en tanto profesión
que actúa en el espacio público societal y público
estatal; ello debido a que tanto la ampliación como la
restricción de servicios sociales (ligados a los denominados
derechos de ciudadanía social), se relacionan profundamente
con la dimensión de vigencia de la democracia política
y social; y al mismo tiempo con la capacidad de demanda de distintos
actores sociales.
Analizando
su especificidad en términos históricos, hay constantes
que se revitalizan en los últimos quince años de
debates, en torno a la inserción de la profesión en la
sociedad, su vinculación histórica con la asistencia
social, su relación orgánica con el Estado, el rescate
de las determinaciones institucionales.
Encubierta por el
Servicio Social Tradicional, ignorada por el movimiento de
reconceptualización y recuperada en los años 80, la
cuestión de la ciudadanía viene ocupando espacios cada
vez mayores en las discusiones sobre la profesión. Pero, y
aquí nuevamente la pregunta inicial: cuáles son las
implicancias del tema para el T.S.?
Estas razones de peso
histórico adquieren una renovada importancia en la actualidad.
En efecto, por procesos relacionados con lo que señalábamos
como el ensanchamiento de la brecha entre distintos grupos sociales,
en un momento de profundas mutaciones que se caracterizan por la
enorme desigualdad en la distribución del ingreso y una
creciente extensión de la pobreza, Trabajo Social se encuentra
de cara a los conflictos más agudos de los procesos de ajuste,
mediando a nivel micro entre lo que podríamos denominar la
lógica de la demanda social y la lógica del ajuste.
La
tensión que articula a estas demandas y que explica las
características actuales de nuestro espacio de intervención-
se origina, por un lado, entre las promesas de la democracia y los
reclamos más urgentes de los sectores empobrecidos, y por el
otro, los resultados concretos obtenidos a través del
funcionamiento del régimen político (REPETTO, 1994). De
ahí que nuestra práctica cotidiana constata a diario
cómo la ola reaccionaria actual contra la ciudadanía
social amenaza al conjunto de las dimensiones constitutivas de la
ciudadanía plena, proceso que viene siendo denominado como de
desciudadanización, y que al interior de nuestra
profesión se manifiesta en lo que podríamos llamar la
neofilantropía, expresión específica para
el Trabajo Social del neoliberalismo y el neoconservadurismo,
retrotrayéndonos, con nuevos ropajes, a la prehistoria de la
ciudadanía social, en que se consideraba al problema de la
pobreza y la indigencia como objeto de sentimientos privados de
compasión y piedad hacia los grupos más vulnerables.
Creemos que así como sociólogos y politólogos
pueden estar esforzándose por definir a priori la forma de
ciudadanía que es legítima o admisible, los
trabajadores sociales tenemos la posibilidad concreta de buscar las
formas de identidad que aparecen como significativas para la propia
gente, y las formas concretas en que la poda de la ciudadanía
social afecta a la condición plena de ciudadanos, a la
conciencia de ciudadanía.
Así como veíamos que algunos autores afirman que la más
eficiente escuela de ciudadanía se encuentra en la familia,
otros sostienen que radica en la interacción política,
otros en las distintas organizaciones de la sociedad civil, sean
escuelas, sindicatos, asociaciones de vecinos u otras. Como en
general éstas son afirmaciones carentes de constatación
empírica, podemos, a priori, adoptar posiciones diferentes
frente a estas diferentes perspectivas de análisis.
La afirmación es que Trabajo Social interviene como profesión,
en los distintos ámbitos de generación de ciudadanía,
sean éstos público estatales, público
societales, o aún privados. Y la hipótesis es que
todos los ámbitos en que interviene Trabajo Social pueden,
claro que sí, ser usinas de ciudadanía, pero también
de desciudadanización: o es que una familia no puede
constituirse en una escuela de despotismo? O es que una organización
vecinal no puede desarrollar prácticas paternalistas y
caudillescas?
Decíamos que las
evidencias compartidas están resquebrajadas. Esto debe ser
asumido, juntamente con la incertidumbre. La riqueza de la
incertidumbre radica en que está todo por redesignar. Si bien
es cierto que este desconcierto forma parte de las amenazas de
desintegración, también creo que brinda oportunidades
muy ricas de una profunda reorganización social. De estas
oportunidades de reorganización participamos nosotros
cotidianamente a nivel micro. Desde este ángulo, el Trabajo
Social aparece como una práctica social, y como tal,
estructurada por una situación macrosocial estructurante.
De manera que trabajamos
con sujetos sociales que circulan y buscan satisfacer sus necesidades
materiales y no materiales- en ámbitos públicos,
estatales o del ámbito de la sociedad civil, y que lo hacen en
tanto han sido investidos como sujetos de derechos. Esto es, que, más
allá de las diferencias, se está partiendo de una
igualdad real o potencial, establecida o aplicada.
Cuando
mencionamos que trabajamos con sujetos sociales que circulan en la
búsqueda de satisfactores, estamos conceptualizando distintas
formas de interacción entre sujetos: una forma muy
importante de interacción es la transferencia de prácticas
a través de límites entre ámbitos. Para el caso
del Trabajo Social, individuos y grupos, en su lucha cotidiana por la
reproducción dentro de un mismo ámbito, intentarán
a veces basarse en experiencias vividas en otros ámbitos. De
manera que el funcionamiento interno de un ámbito de prácticas
sociales puede promover la transformación de otros ámbitos
en virtud de la participación común de individuos y
grupos que transfieren sus experiencias.
3.-
El Trabajo Social puede contribuir a la consolidación de la
ciudadanía.-
Por lo tanto, del
conjunto de posibilidades de discusión que ofrece la
categoría de ciudadanía, en nuestra condición de
trabajadores sociales, esto es, profesionales abocados a prácticas
distributivas y culturales, nos interesa mucho más que la
ciudadanía como condición legal esto es, plena
pertenencia a una comunidad política particular- la ciudadanía
como actividad deseable, esto es, la calidad y extensión
de la ciudadanía dependiente de la calidad y extensión
de su participación en su comunidad de pertenencia. De ahí
que propiciamos para el Trabajo Social, el enfoque de la ciudadanía
como valores sustentados y significados por la población a
través de contenidos concretos, detectando qué
contenidos de valores de ciudadanía forman parte del sentido
común actual, como evidencias compartidas acerca de lo que es
normal y natural, de lo que es posible y deseable.
Nosotros vemos a diario
que el problema de la degradación ciudadana es que tiende a
que el malestar se diluya hacia adentro o hacia los costados, más
que hacia arriba (lucha entre iguales). Si, como dice Habermas, Las
instituciones de la libertad constitucional no son más
valiosas que lo que la ciudadanía haga de ellas (Habermas, 1992), creo que los trabajadores sociales tenemos que
detenernos a pensar de qué manera construir, reconstruir o
recuperar ciudadanía, entendida como derechos y
responsabilidades, como igualdad y diferencia. De manera que la
ciudadanía no quede relegada a la idea de un status legal,
sino que sea trabajada como una identidad compartida y por lo tanto
inclusiva. El
Trabajo Social se encuentra hoy exigido a construir nuevas propuestas
frente a nuevos interrogantes. Estos interrogantes se desprenden de
la nueva cartografía socio-política de nuestros países,
que asisten a un momento de ruptura entre ciudadanos y dirigentes,
enmarcada en un proceso de crisis de representación, de las
palabras, de identidades individuales y grupales.
Por otro lado, se va creando una distancia cada vez mayor entre los
intereses generales de la ciudadanía y los intereses
sectoriales, diferentes y conflictivos de grupos que comparten
algunas características objetivas pero no todas (Tenti
Fanfani, 1997). En tercer lugar y simultáneamente, en el seno
mismo de la sociedad civil, asistimos a un proceso de
desocialización, en términos de pérdida de
identidad, aislamiento social y estrechamiento de los espacios de
problematización colectiva, producto, en gran medida, de las
transformaciones ocurridas en el mundo del trabajo, y que arrojan
ineludibles consecuencias en las condiciones objetivas de vida, y
por lo tanto, en las percepciones, como así también en
la red de solidaridades y de pertenencias de los individuos.
Ello
produce cambios en las modalidades tradicionales de asociación,
tales como sindicatos, centros vecinales y otros, dando lugar a
nuevas lógicas de acción. En este nuevo mapa: ¿cuál
es el valor interpretativo actual de algunas categorías que
han sido tan caras para el Trabajo Social, como la de clase social, o
la de mundo popular? La idea de lo popular " otrora
significativa y aglutinante de determinadas prácticas
sociales ,se asemeja hoy , al decir de García Canclini, a un
conglomerado heterogéneo de grupos sociales sin un sentido
unívoco. La amplitud del término,
del mismo modo que a la alusión a lo no gubernamental, nos
presenta nuevas disyuntivas e interrogantes. Ya que la noción
misma de tercer sector varía en dimensiones considerables
cuando incluímos a aquellos que incipientemente se asoman a
prácticas sociales absolutamente desconocidas , como es el
caso por ej. de fundaciones empresarias. Todas estas nuevas
organizaciones imprimen nuevas modalidades de acción
colectiva, sumamente heterogéneas.
Dibujado
así un breve panorama de la sociedad civil en las nuevas
condiciones, nos atrevemos a afirmar que hoy más que nunca es
preciso pensar en la construcción de un espacio público
que pueda acoger las múltiples pertenencias comunitarias
traspasándolas a un orden que permita la convivencia, lo cual
exige la reconstitución de ciertas ideas generales,
universales que acojan en su seno a las diferencias, y a la vez
impidan la fragmentación . Al mismo tiempo, creemos que hay
aportes posibles desde el Trabajo Social para la construcción
de un espacio público democrático, donde la noción
de ciudadanía es un aspecto vertebrador.
En
general, los teóricos de la sociedad civil pensamiento
comunitarista de sólido arraigo en la década de los
80- sostienen que ni el mercado ni la participación
política garantizan el desarrollo de una perspectiva
democrática, sino que ella es posible trabajando en el seno de
las organizaciones de la sociedad civil: sindicatos, familias,
asociaciones étnicas, cooperativas, grupos de protección
del medio ambiente, asociaciones de vecinos, grupos de apoyo a las
mujeres, donde se desarrolla una virtud que es esencial a la
democracia: la virtud del compromiso mutuo.
Nuestra
sociedad civil viene siendo tratada como niños, con una alta
relación de dependencia supliendo el ejercicio de derechos,
carente de marcos reguladores de conflicto. Este estilo de mando
vertical autoritario, ha perdurado hasta nuestros días y está
jugando fuertemente en las relaciones y representaciones políticas
actuales, influyendo también en las diversas formas de
asociativismo no gubernamental. Si esto es así, Trabajo Social
deberá abandonar urgentemente la ilusión --en términos
de Soledad Loaeza- de la sociedad como "una señora que
entiende muy bien las cosas, sabe lo que quiere y lo que tiene que
hacer, es buena, buena, buena, y desde luego, la única
adversaria posible de la perversidad estatal.
Y la hipótesis es que
todos los ámbitos en que interviene Trabajo Social pueden,
claro que sí, ser usinas de ciudadanía, pero también
de desciudadanización; por eso decíamos antes que no
hay afirmaciones a priori que valgan para afirmar qué valores
pueda desarrollar una familia o una organización vecinal. Y
aquí adquiere toda su importancia la dimensión de
nuestra intervención como práctica cultural.
4
A modo de conclusión: Recuperando utopías.-
El
neoliberalismo ha tomado forma al interior de nuestras profesiones, a
través de las prédicas neofilantrópicas, que, al
calor de la reducción del gasto social, intentan consolidar el
desplazamiento de una concepción de la intervención
social basada en derechos sociales, a la de una intervención
sustentada por piedad y otros deberes morales. Creemos que el debate
de la ciudadanía al interior de nuestra profesión es el
antídoto necesario a la instalación definitiva de la
neofilantropía. Pero ello bajo algunas condiciones:
4.1. Para el Trabajo
Social, es hora de reconocer que no existen reservas culturales
intocadas, no hay un sector social que -como en la época de
la Reconceptualización hacía la clase obrera- hoy
alimente nuestras esperanzas. Los profundos cambios que se vienen
produciendo en la sociedad globalizada, impiden continuar pensando un
mundo popular homogéneo y predestinado desde el cual vamos a
poder reconsiderar todo el sistema. Es necesario reconocer que los
procesos simbólicos de expectativas de la modernización
no quedan en la frontera de la población; la mayoría
podrá estar al margen de los beneficios tangibles del proceso,
pero toda la población participa de sus expectativas. Se trata
de procesos que han permeado profundamente a todos los sectores
sociales.
4.2. En este marco
tenemos que realizar el esfuerzo de contraponer procesos de inclusión
, repensando al sujeto histórico - señalado desde
diversas concepciones e identificado de todos modos con los más
pobres- del Trabajo Social.
4.3. Por otra parte, hoy
resulta insuficiente enfocar exclusiva y unilateralmente la relación
entre Estado y mercado, sino que vuelve a revelarse la enorme
complejidad de lo real y hace presentes otros espacios, por lo menos
tan determinantes como los anteriores; particularmente el espacio
público-societal, que produce irradiaciones no siempre
visibles pero que vale la pena visibilizar; hay planteada otra
relación de fondo: la relación Estado-sociedad. Esta idea de
reorganización, puede plantear demandas diferenciadas a un
Estado que no desaparece y , que según consideramos tenderá
a revisarse en cuanto a sus interlocuciones con los sujetos. Por ej.
lo observamos ya en ámbitos municipales, espacios locales
donde se ponen en juego debates que plantean ( aun a instancias de
agentes financiadores externos ) la gestación de proyectos
vinculados entre Estado - sociedad civil de ciertas características.
4.4. Tendremos entonces
que repreguntarnos acerca de ¿ cómo vincular a
espacios de este tipo y a canales institucionales ya constituidos
formas diversas de involucramiento de las Organizaciones de base . ?
¿ Cómo agilizar procesos de autopercepción y
práctica ciudadana que planteen la noción desde el
derecho y la responsabilidad de gestar otro tipo de propuestas ? ¿
Cómo desarrollar estrategias de comunicación que
impacten de manera masiva ampliando la noción de ciudadanía
mas allá de los marcos tradicionalmente expuestos?
4.5.
Afirmamos que la sociedad civil y sus distintas formas organizativas
tienen una gran capacidad para realizar el valor de la equidad que ha
sido el objetivo histórico de la política social, así
como impulsar relaciones de solidaridad, cooperación cívica
y expansión de CIUDADANIA. Se piensa que la descentralización
y la participación de los ciudadanos organizados autónomamente
y comprometidos concretamente con los grupos más necesitados
fortalece los procesos de democratización, evita la
discrecionalidad autoritaria de los funcionarios y la toma de
decisiones sobre bases del puro cálculo político-electoral.
Sin embargo, esto no debe ser dado por hecho naturalmente, sino que
hay que construirlo. Construir ciudadanía para Trabajo Social,
debería significar un abordaje que cree situaciones concretas
de desarrollo de la conciencia ciudadana, en su doble acepción
de derechos y responsabilidades. Es preciso generar situaciones en el
nivel local y en las asociaciones internedias propias de la esfera
pública no estatal, en las que los ciudadanos desarrollen su
libertad y su responsabilidad, generando propuestas comunes y
ejercitando realmente su condición de ciudadanos.
4.6. ¿ Tendremos
entonces que repensar nuestras prácticas muchas veces
autorestringidas a lo micro o lo político estatal ? ¿
Tendremos que repensar la arista política de nuestras
prácticas ? ¿ Cómo redefiniremos nuestras
propias prácticas vinculando la noción de ciudadanía
jugándose en la diversidad de lo público y lo privado?
Hoy nos encontramos con
una enorme proliferación de organismos y formas asociativas
cuyo eje agrupativo pasa por el interés particular relacionado
con posiciones, intereses, necesidades singulares, propias de
detrminadas agrupaciones: discapacidad, drogadicción, SIDA,
mujer golpeada, cooperativas de hospitales o escuelas, los niños
de la calle, etc.
Estas experiencias,
acotadas a lo micro, ¿ tienen un carácter de
solidaridad restringida, que van limitando la capacidad y posibilidad
de asumir intereses "de los otros" como intereses "propios"
? ¿ O plantean el potencial del entrenamiento social que
permite expresar, demandar, disputar derechos ?.
En cada una de ellas, a
nuestro criterio, se debe intervenir en dirección al
compromiso solidario y responsabilidad mutua, en el horizonte del
respeto a los otros como diferentes, de la tolerancia, la
independencia responsable, la apertura. De manera que la ciudadanía
no quede relegada a la idea de un status legal, sino que sea
trabajada como una identidad compartida y por lo tanto inclusiva.
Identidad que aun en la diferencia de intereses, luchas, y debates
avanza por sobre las asimetrías y funda una idea colectiva de
ciudadanía. Proponemos, en síntesis,
que el Trabajo Social a nivel de las organizaciones de la sociedad
civil ataquen y reviertan lo que Eduardo Gruner (1991) llama
desciudadanización, es decir, la pérdida de
identificación, tanto racional como afectiva, con las
instituciones representativas de los derechos de ciudadanía.
La desciudadanización produce un profundo debilitamiento en la
capacidad del ejercicio de los derechos. La incorporemos como un
conjunto de ejercicios o prácticas deliberativas y
comunicativas de una comunidad de ciudadanos sobre los asuntos
públicos. Asumamos la ciudadanía como uno de nuestros
compromisos ético-políticos, atribuyéndole un
carácter crucial en tanto actúe como mediadora entre
los demás compromisos que sostenemos en la sociedad civil, y
nos posibilita una actuación transversal. Asumamos, en fin,
las incertidumbres que nos provoca esta nueva complejidad, y
debatamos cuáles son las posibilidades máximas en el
espacio de la sociedad civil, desde el punto de vista de las mayorías
excluidas y expoliadas, y de las minorías discriminadas.
Grüner
E.: Las fronteras del des-orden. En El Menemato. Ediciones
Letra Buena. Bs. As., 1991.
Tenti
Fanfani, E.: Resonancias políticas de la Cuestión
social en la Argentina Contemporánea. Mimeo, 1997.
NOTAS
1
Las tres dimensiones de los ciudadanos, José Nun, Diario
Perfil 28/6/98
2
Al respecto dice Plant (1991): En lugar de aceptar la
ciudadanía como una condición política y
social, los conservadores modernos han intentado reafirmar el rol
del mercado y han rechazado la idea de que la ciudadanía
confiere un status independiente del nivel económico.
3
Las medidas actuales denominadas de discriminación positiva,
y que establecen un porcentaje obligatorio de participación
femenina en las candidaturas a diputados, por ejemplo, son
tributarias de esta concepción.
La mayor cercanía del Trabajo Social con la cuestión
de la ciudadanía se entabla a nivel de los derechos sociales,
concebidos como espacio de construcción de sujetos que se
emancipan de las limitaciones básicas que impone la pobreza, y
de la dependencia de ser asistidos por intervenciones de políticas
estatales.
En esta perspectiva que inauguró el mismo
Marshall- seguimos pensando en los derechos sociales como
habilitaciones para su ejercicio, como desarrollo de capacidades,
abiertos a la posibilidad de su conquista, y por lo tanto presuponen
la constitución de actores que ganen el espacio
político que posibilite su implementación efectiva.
Aquí ubicamos el núcleo duro de las implicancias de la
ciudadanía para el Trabajo Social. ¿Vamos a
incorporarnos al debate, o nuestras únicas posibilidades
radican en la aceptación acrítica de la neofilantropía?
Pero me
atrevo a hacer, al respecto, una afirmación y una hipótesis.
Nuestras prácticas sociales en concreto significan una
intervención social con el propósito de transformar o
estabilizar cierto aspecto de la realidad social. En tanto práctica
social (BOWLES Y GINTIS, 1982), y distinguiendo a las prácticas
por su objeto, Trabajo Social participa de características de
la práctica distributiva (Hablamos de práctica
distributiva como distribución de valores de uso entre
individuos y grupos, cuyo objetivo es lograr una distribución
deseada) y al mismo tiempo de aspectos propios de la práctica
cultural (Entendida como constelación de símbolos y
formas culturales sobre las que se forman las líneas de
solidaridad y fragmentación entre grupos, y su propósito
es la transformación o reproducción de estas
herramientas del discurso). Aquí querríamos ubicar el
combate a fondo, teórico, metodológico, e instrumental,
contra la neofilantropía.
Con lo que queremos
significar que las prácticas que se desarrollen a nivel
familiar, grupal , comunitario o institucional dentro del campo de
nuestra profesión, pueden ser transferidas a otros ámbitos
de la interacción social, y con ello, indirectamente, aportar
a la constitución de ciudadanía o bien alentar procesos
de desciudadanización.
Consideramos
que los procesos en que interviene Trabajo Social pueden facilitar
la efectivización de la ciudadanía dado que la
profesión interviene en la integración de diversos
aspectos de acciones y programas que vienen a atender un conjunto
diversificado de derechos.
De ello se deriva la importancia teórica
y la utilidad práctica que cobra la indagación sobre la
ciudadanía para nuestra profesión, sobre todo
considerada ésta como actividad deseable, esto es,
reconociendo la inextrincable relación entre calidad y
extensión de la ciudadanía y la participación de
todos y cada uno en la comunidad política de pertenencia.
Tenemos que realizar el esfuerzo de reconocer la
multiplicidad de particularidades propia de los distintos actores de
la sociedad civil, pero buscando al mismo tiempo articulaciones de
esas particularidades a partir de prácticas conjuntas.
Tratemos de generar lógicas de acción colectiva basadas
en el reconocimiento de la diversidad y la tolerancia respecto a
otras diversidades, pero implementando al mismo tiempo un accionar
conjunto. Hagamos de la ciudadanía una práctica de la
palabra, el gesto, la imagen y la acción.
La incorporemos como
un conjunto de ejercicios o prácticas deliberativas y
comunicativas de una comunidad de ciudadanos sobre sus propios
asuntos, pero también sobre los asuntos públicos.
Asumamos la ciudadanía como uno de nuestros compromisos
ético-políticos; esto tiene una importancia crucial en
tanto actúe como mediadora con los demás compromisos
que sostenemos en la sociedad civil, y nos posibilite una actuación
transversal.
El ingreso en la
escena público-societal de nuevos actores dotados de nuevos
intereses torna más abstracta la idea del ciudadano de la
república liberal. La dirigencia política se autonomiza
y practica múltiples formas de malversación del capital
político, ignorando las necesidades de la gente común.
Lo popular designa las posiciones de ciertos actores
que los sitúa ante los hegemónicos no siempre en
forma de enfrentamientos ( García Canclini ,1992 ). El otrora
compacto mundo popular se ha heterogeneizado: asistimos al
surgimiento de esta vasta y heterogénea trama de
organizaciones de la sociedad civil, que se proponen, desde distintos
espacios y concepciones, satisfacer apremiantes necesidades sociales.
Al lado del Estado -y en muchos casos reemplazándolo-
encontramos ONGs., asesorías, servicios, nuevas asociaciones
comunitarias, destinadas a contribuir a la satisfacción de las
apremiantes necesidades sociales y la defensa de los derechos de los
ciudadanos. Se trata de lo que genéricamente se ha denominado
el tercer sector, que precisamente se viene abriendo paso al calor de
las nuevas modaliidades de articulación entre Estado y
mercado, y de las manifestaciones de una creciente fragmentación
social y dispersión de las responsabilidades que antes se
encontraban aglutinadas en la esfera gubernamental.
En esta perspectiva, la
civilidad que hace posible la política democrática sólo
se puede aprender en las redes asociativas de la sociedad civil
(Walzer, 1992).
Sin embargo, ¿es ésta solamente una
cuestión de fe? La fe en la función educativa de la
participación, o la superioridad de la vida política, o
la sociedad civil como semillero de virtudes cívicas: ¿cómo
asegurar que la participación enseñará
responsabilidad y tolerancia? ¿No es posible que una
asociación vecinal, o una familia instituciones típicas
de la sociedad civil- sean verdaderas escuelas de despotismo?
Claro
que sí, sobre todo si tenemos en cuenta que en gran parte de
América Latina la relación Estado-sociedad ha mostrado
un claro desequilibrio en favor del Estado, con una debilidad notable
de la sociedad civil. Este Estado ha expresado históricamente
una modalidad de relaciones sociales que han estado marcadas por un
modelo de autoridad paternal-vertical, con relaciones de favor más
que de derecho, con características caudillescas que no se
sujetan a reglas, y admiten cualquier transgresión a cambio de
ciertas gracias.
Esto es, en nuestro caso nos encontramos frente a
una sociedad civil a la cual el Estado se ha comportado en una
relación de patrón-súbdito, con un estilo de
política social más parecido a un estatuto para la
minoridad en riesgo que a un conjunto de derechos sociales.
Es tan virtuosa y tiene
tanta seguridad en sí misma, que da miedo". Aquí
se patentiza una de las formas del esquema binario que queremos
cuestionar: sociedad civil buena-Estado perverso. Pero no es así;
en este tema, como en tantos otros, la supuesta perversidad estatal
ha penetrado cada una de las redes de la sociedad civil.
Las
instituciones, y ámbitos organizativos diversos, " viven
y padecen " idénticas contradicciones, que cada ámbito
o escenario público estatal. Pero más allá de
las posiciones que tomemos en torno a las posibilidades y límites
de la sociedad civil, sí estamos en condiciones de hacer, al
respecto, una afirmación y una hipótesis. La afirmación
es que Trabajo Social interviene como profesión, en los
distintos ámbitos de generación de ciudadanía,
sean éstos público estatales, público
societales, o aún privados.
Romper un reduccionismo de "
relaciones prioritarias entre el TS y el sujeto pobre ".La
noción de pobreza tendrá en éste marco que
replantearse.
En ésta línea tendremos además que
pensar, tal como lo plantea Pedro Puntual (1996) " identificar
las distintas formas de asociación de la población. Y
agregamos, identificar no solo como acto de nombramiento y
reconocimiento de la diversidad, sino identificar expresiones,
formas, mandatos asumidos y mandatos que se dejan al margen de la
acción colectiva en una acción que puede significar
espera o que puede significar demanda al estado en otros momentos.
Identificación que pone en tensión aspectos como
cooptación y autonomía, articulación o gestión
de recursos locales / individuales.
Ni el
viejo estatismo ni el nuevo antiestatismo ofrecen, a nuestro
criterio, una perspectiva adecuada, ya que nos parece que va siendo
tiempo de asumir que el doble movimiento al que asistimos -por una
parte achicamiento del Estado y por otra redimensionamiento del
sector público- admite una doble lectura: desde el polo de la
negatividad, constituye una seria amenaza a la integración
social. Pero, mirado en términos positivos, ofrece
oportunidades para una profunda reorganización social.
El problema de la
degradación ciudadana es que tiende a que el malestar se
diluya hacia adentro o hacia los costados, más que hacia
arriba. Tenemos que realizar el esfuerzo de reconocer la
multiplicidad de particularidades propia de la sociedad civil, pero
buscando al mismo tiempo articulaciones de esas particularidades a
partir de prácticas conjuntas.
Tratemos de generar lógicas
de acción colectiva basadas en el reconocimiento de la
diversidad y la tolerancia respecto a otras diversidades, pero
implementando al mismo tiempo un accionar conjunto. Hagamos de la
ciudadanía una práctica de la palabra, el gesto, la
imagen y la acción.
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