Me
gustaría enmarcar mi participación en esta mesa como
contribución a los dispositivos que promuevan afianzamientos
simbólicos de seguridad apuntando a la recuperación de
la vivencia de posibilidad que da la protección próxima,
los espacios compartidos, los instrumentos cognitivos y de acción,
que tienen lugar como apoyaturas y acompañamientos ciertos.
Seguridad
vinculada a la apertura en contraposición a encierro, muros,
rejas. Apertura no de carácter ingenuo, irresponsable,
temerario o provocador, sino de construcción participativa,
real, con profundización democrática en la convicción
de que toda prevención de riesgos se funda en la solidaridad.
¿De
dónde partimos? Dice Eric Hobsbawn, notable historiador, en un
artículo titulado La amenaza está adentro:
La lógica de una economía global,
transfiere la producción de los paises de salarios altos a
aquellos con salarios bajos, de la industria organizada a la
industria sin sindicatos. Es una economía edificada sobre la
base de la inseguridad humana inseguridad que también
genera- y el debilitamiento de los gobiernos para contrarrestarla
mediante la seguridad social. Las políticas neoliberales que
están en boga producen un incremento asombroso en la brecha
entre ricos y pobres
De
allí que pensamos que la violencia en los espacios de la
cotidianeidad, la de las relaciones callejeras, institucionales, o
entre países, no guarda, aunque tenga sí conexiones
complejas, relaciones de exterioridad, sino que se encarna en la
subjetividad y en la vida cotidiana que según Agnes Heller es
la verdadera esencia de la sustancia social.
Hablamos
de sujeto entendiendo con Toni Negri a un ser común
y potente que se forma en el proceso histórico, ser común
puesto que está compuesto de las necesidades comunes de la
producción y la reproducción de la vida. Ser potente
puesto que rompe continuamente estas necesidades para determinar
innovación, para producir lo nuevo y el excedente de vida. El
sujeto es un proceso de composición y recomposición
continua de deseos y actos cognoscitivos que constituyen la potencia
de la reapropiación de la vida.
Entonces,
¿de qué violencias hablamos? De aquellas diferentes
fuerzas destructivas que afectan tanto al que la ejerce como a quien
la padece. Aquella que es diferente a la agresividad definida como
capacidad de oposición al medio, sea natural o humano, para
resolver la subsistencia, afrontar los riesgos o construir los
cambios.
Ese
carácter de imposición forzada sobre otros, a veces
sobre sí mismo, que conlleva la violencia, aparece hoy como
impregnación difusa e inorgánica en los diferentes
aspectos de la vida y en el conjunto de la trama social. Viene
fundamentalmente del miedo en el plano afectivo y de la desigualdad
del poder en el plano social. Miedo a no ser amado, temor de perder
el poder, de no tener, de no poder pertenecer o estar, de no poder
hacer, de no ser...aquel temible terror a la inexistencia.
La
violencia es entonces un fenómeno tanto social como
psicológico; se sitúa para cada grupo social en lo que
está prohibido y fuera de la norma, la cual ha perdido la
fuerza de referente en medio de una crisis social profunda y
sostenida que ahoga también desde las instituciones más
significativas como la justicia, el sistema republicano de gobierno,
la salud y la educación indefensas. Es decir, aquella
violentación ejercida por un grupo, un Estado o una
institución que toma decisiones y define acciones
unilateralmente en beneficio de un subgrupo social. Violenta desde la
corrupción, desde la impunidad y desde los contrastes de la
desigualdad.
Pero
me interesa particularmente intentar transmitir alguno de los efectos
de este orden social y su inscripción en la subjetividad
individual. Un sujeto atemorizado y aislado por los efectos de la
fragmentación, ante este profundo riesgo existencial, puede
encontrar en la identificación con ese orden, alguna apoyatura
que le permita negar su angustia, impotencia y vivencia de soledad.
La carencia sostenida e incrementada, agudiza la rivalidad entre
pares, que a la vez es fomentada e incentivada de diversas formas,
tienden a deteriorarse las tramas relacionales.
También
es posible, al ser negado o menoscabado el sujeto en su función
esencial de productor, que el impacto en la subjetividad se exprese
en alguna de las múltiples formas depresivas con
autoculpabilización, pérdida de la autoestima,
desconfianza, cosificación del otro y de sí. En otros,
un aislamiento creciente, sentimientos de vacío, futilidad,
encierro en los pensamientos propios, hacen crecer la ansiedad y la
confusión, perturban sus relaciones, prevaleciendo en ellas la
intolerancia, la insatisfacción, el rechazo a las diferencias.
Obstaculizaron el proceso de identificación madura, o sea, el
encuentro con el otro en su condición de diferente y
semejante.
Se hace
visible entonces la fragilización yoica consecuente a las
vivencias de inseguridad e incertidumbre, a la realización de
esfuerzos y sobreesfuerzos crecientes para el trámite de la
vida cotidiana que a veces conllevan el riesgo del fenómeno de
sobreadapatación, adecuación que no
parte desde un yo fortalecido, que permite una relación
crítica con la experiencia, sino desde el acatamiento o
identificación con los valores del agresor; dando lugar a una
falsa identidad que requiere de una subjetividad enajenada de sus
propias necesidades, sentimientos,proyectos, ideales, historia y
vínculos, priorizando aquello que apariencialmente le da
significatividad y existencia.
Toda
esta descripción va como idea para reflexionar con ustedes
sobre la necesaria consideración de los autocuidados respecto
a la integridad psíquica, física y social. En este,
nuestro medio, parece menos probable por la raíz vocacional,
la posibilidad de la pérdida de la inquietud por el otro o por
lo menos, si aparece, es con menos intensidad, pero sí decía
proponerle estar atentos con ustedes mismos, dado el objeto
particular de su estudio y prácticas, y la emergencia
constante de problemáticas altamente movilizantes y difíciles.
Con nosotros entonces, estar atentos a:
Definir
que es posible hacer los límites entre los que se sitúa
la intervención y a veces el duelo de la intervención
ideal. Límites que pueden provenir del profesional, del
aprendiz, del equipo, de la institución y/o del plano
personal. También a veces reconocer los límites del
rol profesional, la insuficiencia de medios o de disponibilidad de
los otros necesarios. Considerarse como uno de los recursos, no el
todo. En este sentido, generar y propiciar la trama, abrir la
escucha, y habilitar la palabra. Hacer ciertos los lazos con los
más próximos y con otros tal vez menos conocidos y
lejanos. No es necesario que sea con todos, alcanza empezar con
algunos.
BIBLIOGRAFÍA:
DE
LA ALDEA, Elena, ROUSSEAU, Cecile. Violencia y
salud mental. Intervención y prevención. Canadá,
octubre, 1994
NOTAS