El 11 de septiembre de 2001 el mundo
fue testigo del horror.
Mientras tanto, otras
muertes espantosas se multiplicaban en el planeta. Por ejemplo, también ese mismo día, 35.615 niños
murieron de hambre.
De ellos poco se habló, alguna cadena de correos electrónicos
hizo mención al tema.
Pero el escenario donde esas terribles muertes ocurrían
era el acostumbrado y quizás apropiado para las formas perversas de la
comunicación y de la lógica del mercado donde una muerte por hambre es
"razonable" en un país o región "inviables" acosados por deudas externas que jamás
se pagarán.
Situaciones que en definitiva sirven para mantener relaciones de
dominación que llevan a la masacre de poblaciones y a una lenta extinción del
futuro de cada pueblo, en la perspectiva de obtener hasta la "última gota" de
tasa de ganancia posible .
No se trata de hacer una
competencia alrededor de cuáles imágenes o hechos pueden ser más terribles,
sí, de intentar reflexionar acerca
de que posiblemente la mirada del mundo "libre y civilizado" está más en el
escenario donde ocurren los hechos que en los hechos en sí mismos.
O, en definitiva, que unas vidas pueden valer más que
otras en el marco de la civilización autodenominada
igualitaria.
Las imágenes de Nueva York
"bombardeada" cabían en mil cintas de ciencia ficción, pero nunca dentro de la
realidad.
Esto era posible sólo en el cinematógrafo, hasta que un héroe liberaba
a la ciudad de los "malos" y evitaba segundos antes el desarrollo de la
catástrofe.
Cabe preguntarse si luego de estos
sucesos, donde tal vez las propias circunstancias hicieron que la historia deje de ser
un escenario de película, para
plantearnos que el futuro existe
fuera de los guiones cinematográficos.
En otras palabras,
interrogarnos acerca de si
nuevamente los pueblos podrán exhibir los argumentos de la Historia o, más
sencillamente, si esa Historia que se escribe diariamente ahora será visible y
no oscurecida por la pantalla de cine.
La respuesta quizás esté
ahora por lo menos condicionada con una dirección, antes vaga y perdida, dicha
desde voces quebradas, apagadas,
silenciosas o reprimidas;
simplemente en que: el
futuro de la humanidad pasa por redistribuir la riqueza.
Si no, no hay futuro.
La única razón lógica de las muertes sin sentido, de los cadáveres mutilados
en el Primer o Tercer Mundo está en la desigualdad, en mecanismos de inequidad
que han traspasado la frontera de lo humano.
Esto sea tal vez el
acontecimiento que se produce luego del horror, donde desde las propias imágenes
televisivas que nos mostraron hace diez años la Guerra del Golfo en forma de
video juego, hoy entrelazan por primera vez "acontecimiento y
verdad".
En otras palabras, acaso
estemos saliendo de la "pasividad" de la lenta agonía desesperanzada y del bostezo de un mundo signado por la
falta de acontecimientos, donde los hechos comienzan de nuevo a visualizarse, a
ser vistos, a articularse dentro de la realidad.
Pero, de nuevo, tristemente,
es la imagen del horror la que interpela a esta civilización. Esperemos que esta
vez la respuesta no se presente, nuevamente, en términos de lucha del "bien
contra el mal".