El Servicio Social como espacio de construcción de subjetividades.
Por:
Romano, María Juana
Spinazzola, Verónica Andrea
Villadangos, Paula
* (Datos sobre las autoras)
Introducción.
Comprender la problemática de la Salud Mental requiere introducirnos dentro de un mundo de significaciones y símbolos, ya que ésta se desprende de la producción y circulación de valores, sentidos y representaciones que los sujetos le otorgan a la misma. En este sentido se concibe a la salud mental como una construcción histórico social, la cual es posible construir y desconstruir, de modo que las cuestiones relativas a la enfermedad mental no devienen de datos naturales sino de construcciones sociales y culturales. Es así, como cada cultura materializada en los distintos procesos históricos particulares va a poner en juego las producciones simbólicas que determinen los valores de la salud enfermedad mental, como así también la producción de ideas que moldean tanto a las teorías como a las prácticas que se despliegan para el abordaje de la misma. Como plantea Foucault "la enfermedad mental no tiene realidad y valor de enfermedad más que en una cultura que la reconoce como tal", para lo cual establece pautas y normas que definen quien se constituye en "enfermo mental" debido al alejamiento de las mismas y quedando marcado como el diferente. En base a esto es que las normatividades de la enfermedad mental funcionan en el mismo campo semántico en que se constituye el discurso social, es decir que la representación de la misma se basa en un orden de lenguaje y significación.
Adentrarnos en el recorrido histórico de dichas construcciones nos permite dar cuenta de la constitución de un sujeto que no está dado definitivamente, pues se trata de un sujeto que se constituyó en el interior de la historia y que es fundado y vuelto a fundar por ella misma1
. Asimismo se percibe que existiría una correspondencia de mutua implicancia entre los modos sociales en que se representa la subjetividad y las alteraciones consecuentes que se observan en la norma social (y por consecuencia psicológica) a la vez que toda ésta repercute en la respuesta o modos de intervención que una disciplina postula.
Por lo tanto al intentar realizar una mirada crítica respecto de la intervención llevada a cabo como Trabajador Social en una institución tal como lo es la Curaduría Oficial, necesariamente se debe entender a la misma dentro del entramado social, siendo que se enmarca en los delineamientos de un orden mayor que pretenden la normatización del cuerpo social, el cual no se desarrolla de forma casual sino que se desprende de los diferentes procesos históricos. Al remitirnos a éstos podemos visualizar el sentido de las prácticas actuales, valores y representaciones en ellas imbricadas que se llevan a cabo como abordaje de la salud mental desde dicha Institución (que está signada por un orden jurídico).
Conceptos que permiten adentrarnos en la concepción de la Salud Mental y la constitución de un tipo de sujeto.
A finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX comienzan a aparecer determinados mecanismos y tratamientos respecto de los cuerpos que no solo se relacionan con lo que sería el inicio de la Sociedad Disciplinaria, sino también con la reforma del sistema judicial en donde la categoría de "peligrosidad" está muy presente. Esto implica que el individuo debe ser considerado por la sociedad al nivel de sus virtualidades, de ahí la necesidad de la existencia de una ley clara para marcar el crimen o la infracción, que es la ruptura de esa ley. Lo que se logra instaurar en el imaginario social a partir de estos mecanismos es la idea de que la sociedad en su conjunto es damnificada; así comienzan a esbozarse categorías como daño social, perturbación, generando de esta forma el desarrollo de prácticas que se dirigen a controlar la existencia total de los individuos. Se toma al cuerpo como objeto y blanco de poder en tanto es un cuerpo que se manipula, se lo moldea, se lo educa, para lo cual surge una cantidad de nuevas técnicas puestas al servicio del control de los cuerpos con fines de eficacia sobre las fuerzas del mismo, fines utilitarios. Para esto se hace necesario la implementación de una coerción constante, de una disciplina que haga de los cuerpos, cuerpos más dóciles y útiles, que para poder efectivizar se requería la utilización de una nueva tecnología: control, calificaciones, vigilancia, maniobras, clasificaciones, exámenes, registros. Tecnología que permita la dominación de los cuerpos para lo cual se despliegan toda una serie de instituciones disciplinarias psiquiátricas, pedagógicas, médicas, criminológicas que apuntan a la corrección. En este sentido se puede hablar de la implementación de un método que apunta a la formación y transformación de los sujetos de acuerdo a ciertas normas; así "control, vigilancia y corrección constituyen una dimensión fundamental y característica de las relaciones de poder"2 A través del desarrollo de las instituciones mencionadas encargadas de la vigilancia permanente sobre los individuos, se ejerce un poder sobre éstos a la vez que se extrae un saber de los mismos caracterizado por tratar de verificar si un individuo se conduce o no como debe, si cumple con la regla, pues este saber se organiza en torno a la norma.
En este contexto Foucault ubica la formación de un cierto saber del hombre, de la individualidad, del individuo normal o anormal, dentro o fuera de la regla el cual surge de las prácticas sociales de control y vigilancia, engendradas desde prácticas judiciales, lo que a su vez genera el nacimiento de un nuevo tipo de sujeto de conocimiento, una nueva subjetividad.3 Desde esta perspectiva lo que está en juego es la díada saber poder, a través de la cual nos es posible visualizar al sujeto como una construcción social e histórica, en el cual se imprimen las prácticas desarrolladas por las diferentes disciplinas que lo moldean, clasifican, corrigen. De esta forma los dominios de cada disciplina construyen una verdad (de la enfermedad mental) y en tanto se le otorga el atributo de verdadero, consecuentemente se le da existencia real; se despliegan, entonces, mecanismos de intervención (médica, psicológica, asistencial, etc.) que operan sobre la vida misma de los individuos.
La Salud Mental: una construcción histórico - social.
Retomando la idea de la construcción histórico social de la categoría "salud mental" es importante ver como diferentes valores, significados, saberes se constituyen en sistemas que avalan las diferentes prácticas y abordajes. Es así como diferentes prácticas terapéuticas materializan en sí la respuesta social e histórica a la vez que cultural de la enfermedad mental, delimitándose de esta forma los modos de abordaje, los cuales se constituyen en principios de cada disciplina.
Por lo tanto al referirnos al acto terapéutico, al abordaje disciplinario, establecemos una conexión implícita con las normatividades sociales, ya que solo a partir de ellas es que podemos ver consensuada y legitimada la estrategia de abordaje. En este sentido se rescata el hecho de que diferentes prácticas y distintas racionalidades logran fundamentarse en sistemas simbólicos, culturales y sociales, cuyas expresiones se enmarcan en distintos contextos sociales; pues la locura no era concebida de igual forma en el Medio Evo como en la época clásica.
En el Medio Evo el marco referencial se circunscribía en lo sagrado, a través del cual se determinaban patrones acerca de las desviaciones de lo normal, se definía la enfermedad mental, y por lo tanto su abordaje era realizado por especialidades y disciplinas fundadas en la religiosidad y la mística.
Así la locura era considerada como una posesión demoníaca formando parte del universo cristiano y lo que se encontraba afectado-poseído era el cuerpo dejando libre al alma; de esta manera se salvaba la libertad del poseído y lo que destruía era la carne (de ahí la justificación de la quema de los cuerpos).
Es luego del Renacimiento que el pensamiento cristiano otorga un nuevo sentido a la posesión, sosteniendo que la misma es la posesión del espíritu aboliendo de esta forma la libertad del sujeto. Se da comienzo a nuevas prácticas, las hospitalarias, las cuales en el siglo XVIII restituyen al enfermo mental su condición humana.
Los nuevos valores que emergen fundados en el seno de la modernidad inaugurada por la Revolución Francesa (extendiéndose por todo Occidente), se van constituyendo en torno a la razón, al individuo, a su libertad. De esta forma se produce un giro en el enfoque, el cual se torna éticopolítico; la locura es tomada como una alteración en la manera de actuar, de sentir pasiones, de adoptar decisiones, de ser libre. Se necesitaba una nueva sensibilidad que se aleje de lo religioso en pro de una racionalidad social, tomando como eje la pasión - voluntad - libertad, valores que se encontraban enquistados en el afán burgués de poner orden en el mundo de la miseria, afán que terminaba relegando entre los mismos muros elementos heterogéneos: "condenados de derechos común", a todo aquel que perturbase la tranquilidad de la ciudad. Para el hombre clásico la internación era tomada como medida de saneamiento que permite poner al vago, al holgazán, al pobre, al loco fuera de circulación con el fin de que el orden social no se vea perturbado.
Sujetos de Derechos: "Una Paradoja de la Modernidad".
Es así que, ya en el siglo XIX el "enfermo mental" es alejado del mundo de los hombres, pues dicha razón iluminista imbuida en un espíritu científico excluye al sujeto de la vida social por medio de la internación del mismo4. El hospital psiquiátrico cobra una función específica, la cual rebasa el hecho curativo, y se dirige a clasificar y diagnosticar con lo cual se determinan posiciones ocupadas por aquellos que quedan atrapados en dispositivos del tipo mencionado.
En el auge de la modernidad es cuando surge la Declaración de los Derechos del Hombre, a través de la cual se postula la libertad e igualdad de los individuos, así surge la categoría de ciudadano que engloba dichos valores a la vez que permite construir desde el imaginario social una sociedad de iguales, la cual se encuentra atravesada por el cumplimiento de deberes y adquisición de derechos.
Paradójicamente fue necesario garantizar redes de contención que liguen a los sujetos al sistema social haciéndose imprescindible la puesta en marcha de procesos de vigilancia, control, disciplinamiento a través de los cuales pueda ser cumplido y mantenido cierto orden social. Dicha paradoja no resulta desconocida en instituciones tales como la Curaduría Oficial, debido a que internaliza esa lógica imperante en tanto se constituye en uno de sus tantos mecanismos de disciplinamiento y control del cuerpo social, especificándose en el abordaje de la salud mental.
La contradicción se cristaliza en torno al montaje de una estructura institucional que tiene como fin "velar por el cuidado psicofísico y atender en la representación y asistencia jurídica de aquellas personas afectadas por problemas en su salud mental y comprendidas en causas de incapacidad, inhabilidad legal o mera internación psicofísica", en donde mediante la intervención del Curador Oficial se asegura la representación, la guarda, la libertad individual, el derecho a la salud y la protección de los bienes e intereses de esas personas; pero el sujeto termina quedando entrampado en sistemas legales que desdibujan y ponen en duda su autonomía y su ejercicio de determinadas libertades civiles.
Es decir que el discurso institucional en pro del bienestar de las personas termina ocultando un tipo de violencia jurídica que se ejerce sobre el individuo, en tanto que, si bien lo representa no puede hacerlo sin anular una parte del mismo, pues éste ya no puede decidir y autodireccionar sus actos sino es por medio de su representante legal. En este sentido el enfermo mental se encuentra alienado debido a que se ha vuelto incapaz de administrar sus bienes y tomar decisiones, y dicha anulación de su voluntad trae aparejado el cese de su titularidad de los derechos correspondientes a todo ciudadano. Se encuentra alienado porque existe un tercero que puede ejercer sus derechos, que lo sustituye como sujeto de derecho. Para evitar esa alienación de hecho el enfermo mental es sometido a la categoría de incapacidad la cual adquiere protección a través de la alienación de derecho, es decir "en el interés de su persona, de su fortuna, de sus hijos" su capacidad jurídica es transmitida a otro que pueda ejercerla. Aquí cobra sentido la razón de ser de la Curaduría Oficial, de montar toda una estructura jurídica que proteja y asista al enfermo en tanto están los curadores que se encargarán de que sus derechos no sean apropiados por nadie y sí ejercidos por alguien considerado capaz. Es así que la concepción que se despliega de la enfermedad mental parte de una noción de incapacidad que se materializa en la definición del individuo como incapaz ya que se cree que no puede dirigir su persona y administrar sus bienes de acuerdo a lo que se espera. A partir de lo dicho se está poniendo en juego una regla social en tanto define situaciones y comportamientos apropiados para la misma5 que darán cuenta de dicha incapacidad. Se trata de controlar que las personas que quedan contenidas por la designación de "incapaces" o "dementes" cumplan con esas condiciones para lo cual se pone en marcha todo un sistema de saberes (médico, legal) que, con sus herramientas, tiene la facultad de definirlas como incapaces. Por esto, no deben quedar dudas quienes son designados como enfermos mentales para lo cual resulta imperioso poder clasificar y rotular a las personas lo que supone construir "tipologías" que evidencien las funciones de aquellos considerados desviados para la estructura social. La necesidad de etiquetar, codificar, para luego controlar radica en que aquellos considerados diferentes sean homologados para lograr su diferenciación de la "normalidad".6 Los mecanismos homogeneizantes radican en el mismo corpus legal que sustenta la Curaduría, ya que para la definición y clasificación del sujeto como enfermo mental la ley dispone de diferentes artículos Art. 482; Art. 152; Art. 141; de esta forma las personas se convierten en expedientes signados por dos categorías: insano o inhabilitado.
Estas categorías construyen identidades sociales reconocidas a la vez que implican una marca en el cuerpo y en la subjetividad de cada individuo sobre el cual se interviene. Para visualizar lo dicho solo basta hacer referencia a un comentario realizado por un entrevistado en el Hospital Borda quien refirió "... pero que pasa con el expediente ... por más que salga de acá todos van a saber que estuve internado ... cualquier problema que tenga van a pensar que es porque yo estuve acá adentro..."
Un correlato en las prácticas: "El abordaje institucional y la intervención profesional"
El accionar institucional de carácter de control, verificación de información, de la situación del paciente etc. se ve expresado en la labor que realizan los profesionales. Las prácticas se caracterizan por la intromisión en los cuerpos en tanto todos los mecanismos e instrumentos que se despliegan en la intervención de ese sujeto terminan por imprimirle en su existencia ciertas categorías, nominaciones, rótulos, en cuya construcción el individuo no participa y de las cuales termina siendo víctima. De este modo el individuo es enunciado a través de informes, de diagnósticos, de exámenes psico sociales, los cuales lo dotan de existencia real en tanto enfermo mental y a la vez que realizan lo precedente construyen un tipo de abordaje diferencial con respecto a la problemática de la salud mental. En dicho abordaje el individuo es tomado como sujeto objeto de conocimiento, relegándose su protagonismo a los diferentes profesionales intervinientes en la problemática. Curadores y otros profesionales registran la información en las fojas que van llenando los expedientes, siendo muy pocas las comunicaciones que se producen cara a cara con las personas que ellos representan, "...los técnicos, para responder a las necesidades del usuario, hablan entre sí en lugar de hablar con el usuario."7 Por lo tanto el expediente circula, y se sigue llenando con datos y decisiones que siempre son de otros, de los que saben; claro que explícitamente en favor de la persona quien queda ajena a todo lo que va pasando, pues de ella solo se requiere su cuerpo, su disposición para cuando los médicos forenses deben examinarlas con el fin de establecer su patología o los asistentes sociales necesitan saber de ellas para informar al juez.
Esta pasividad del cuerpo que se mira, que se examina, esta disposición del sujeto no hay que pasarla por alto, el trabajador social desde su espacio tiene un enorme poder como para reformular lo dicho, todo depende con que sentido y hacia donde oriente su práctica. Es interesante ver como la práctica del trabajador social y el despliegue de sus instrumentos y técnicas son funcionales a la lógica institucional signada por el disciplinamiento y control. La modalidad de redacción de los informes se ven impregnados por categorías y términos jurídicos y médicos, tales como "la suscripta, la causante, la insana, autos, carátula; llamar a las personas por los artículos a que correspondía su tipo de enfermedad: "..es un 141"; asimismo el sentido de las visitas como lo que resulta primordial saber del sujeto (cobertura social, patrimonio, ingesta de medicamentos) responden a las necesidades de otras disciplinas, lo que termina reificando una posición del trabajador social como asistente de esas otras profesiones, a la vez que ratifica ese disciplinamiento sobre los cuerpos. El trabajador social en la medida que no pueda otorgarle otro sentido a su práctica queda inmiscuido en esta racionalidad de vigilancia constante y permanente, manifestándose en el carácter de examen que adquieren la entrevista, y la visita domiciliaria, constituyéndose "... en una mirada normalizadora, una vigilancia que permite calificar, clasificar y castigar. Establece sobre los individuos una visibilidad a través de la cual se los diferencia y sanciona"8. No es casual entonces que a la hora de registrar se tomaran en consideración datos y observaciones tales como: la ocupación del individuo, con quienes convivía, como se conformaba su núcleo familiar cercano, si tenía antecedentes psiquiátricos, que medicación tomaba, como era la actitud que mantenía durante la entrevista, si se presentaba correctamente aseado, con vestimenta prolija, etc.
A su vez, a partir del examen, el individuo queda objetivado dentro de una red de escritura que lo capta y lo inmoviliza, para lo cual es necesario una cantidad de registros que conllevan a una acumulación documental. "Constituyéndose un poder de escritura como una pieza esencial en los engranajes de la disciplina", la cual requiere de anotaciones sobre el individuo para poder transferir la información obtenida; la misma se da en una escala ascendente hasta llegar a las manos del juez para que a éste no se le escape ningún detalle. Solía escucharse en la oficina del Servicio Social "...tienen que ser claros, esto lo que tiene que entender el Señor Juez".
Todo este sistema de escritura es el que "permite integrar, pero sin que se pierdan los datos individuales en unos sistemas acumulativos; hacer de modo que a partir de cualquier registro general se puede encontrar un individuo, y que inversamente, cada dato del examen individual (en este caso expediente) pueda repercutir en los cálculos de conjunto. Esta idea se plasma en la creación de un expediente el cual se va conformando progresivamente con informes, pericias y exámenes parciales que hablan de un mismo individuo el cual aparece fragmentado por los registros y actuaciones de las distintas disciplinas. De este modo se mantiene la singularidad del sujeto a la vez que se lo vuelve objeto analizable y descriptible, haciendo de esta descripción un medio de control y dominación.9
De
esta forma queda explicitado como la intervención profesional y los mecanismos, los dispositivos, los discursos empleados desde la institución para abordar dicha problemática generan un tipo de sujeto enfermo mental.
Posibles reflexiones para el descentramiento profesional.
Pero apostamos que desde otra perspectiva, desde otro posicionamiento teórico-ideólogico es posible alejar a la práctica profesional de una idea de administración de recursos que va de la mano de ideas iluministas que conlleva el nacimiento de la pedagogía, de la psiquiatría en función de los cuales se constituye el quehacer del trabajador social planteándolo como aquel asistente que se aproxima a la vida cotidiana del sujeto a través de categorizaciones, variables y registros.10
Como
se viene planteando, sabemos que dicha intervención no es neutra en tanto imprime ciertas consecuencias en el individuo. Por ejemplo si concebimos a la intervención como un espacio contractual, podemos visualizar que desde la institución esto no sucede en tanto se anula una de las voluntades de las partes, pues el sujeto no demanda sino que recepciona todo un proceso que se pone en marcha en su nombre y sobre el cual no decide.
Sin embargo creemos que es posible apuntar a un trabajo social que no priorice solo el llenado de informes, sino a un profesional comprometido con la práctica que desarrolla, el cual pueda no perder de vista el impacto que genera su intervención en el esquema simbólico significante de los individuos. Para concretizar lo dicho se hace necesario contar con otros marcos explicativos que permita dar una visión integral del sujeto siendo concebido a partir de sus capacidades y potencialidades, y así revalorizar el marco de la vida cotidiana como espacio significativo, a partir de la cual nos sea posible conocer y reconocer la postura del sujeto.
Lo mencionado implica un descentramiento del profesional para con el individuo, a la vez que nos lleva a problematizar y repreguntar ¿Para quién intervenimos? ¿Con qué finalidad servir a la institución?, es decir ¿a los intereses de quién planteamos las intervenciones? Las respuestas que daría el trabajador social visto desde la lógica de la institución estarían dando cuenta de un profesional que opera desde marcos jurídico - legales no pudiendo impregnarse de una impronta propia que permita una intervención diferente que no apunte a acciones de sujeción y control sino que por el contrario pueda encontrar los quiebres institucionales a partir de los cuales se pueda concebir al individuo como un sujeto capaz y autónomo, lo que también implica la valorización de su palabra.
Sabemos que esto es posible, así se puede visualizar en los Ateneos realizados por los residentes en el Htal. Alvear, que no sólo se tratan de registros diferentes sino que "implican un posicionamiento más vinculado con otros marcos conceptuales que apunta a reconocer los núcleos significativos del paciente en cuanto a su historia social".11
En uno ellos se puede ver que se da cuenta de la limitación de la autonomía que ejerce todo el circuito legal sobre el individuo a través de la instauración de la figura del curador, sus alcances legales, la información que circula sobre la persona; y asimismo que se despliegan estrategias que apuntan a posicionar al individuo del lado de sus capacidades para lo cual resulta significativo darle valor a lo que éste puede decir de sí mismo.12
En
conclusión si pensamos al sujeto "enfermo mental" como construcción histórico social estamos sosteniendo que las distintas prácticas y órdenes discursivos repercuten de algún modo en el sujeto a la vez que generan una verdad sobre el mismo constituyendo de esta forma algún tipo de identidad. Por eso es importante repensar nuestro quehacer profesional en tanto se constituye en un espacio de poder a partir del cual se construyen verdades que peuden tender al rotulamiento, estigmatización y negación de las capacidades del sujeto.
Plantear lo dicho implica no ser ajenos e ingenuos respecto a los mecanismos de disciplinamientos que ponemos en marcha en nuestra intervención, es decir que reconociendo la existencia de los mismos que intrínsecamente se desprenden de la dinámica social, lo que queda para los profesionales es analizar y evaluar de que forma los reproduce y de que forma puede trabajar desde otras perspectivas o marcos referenciales que no estén signados por esta idea de control y vigilancia sino por una modalidad que se pare desde la mirada del propio sujeto involucrado, considerándolo así, como un actor que interpreta situaciones y puede enunciar lo que le pasa y lo que necesita, como constructor de un mundo de significaciones que le dan sentido a su propia práctica. En la medida que el profesional se posicione desde este lugar va a poder generar innovaciones discursivas que apunten a desentrañar la construcción del tipo de sujeto enfermo mental que engendran los mismos mecanismos que son puestos para la supuesta representación y asistencia del individuo que atraviese por la problemática de la salud mental.
BIBLIOGRAFIA
- Basaglia, F.. Psiquiatría o ideología de la locura. En: Razón, locura y sociedad. Ed. Siglo XXI. México.
- Becker, H. Los extraños. En Sociología de la desviación. Ed. Tiempo Contemporáneo.
- Carballeda, A. Algunas consideraciones sobre el registro dentro del campo del Trabajo Social.
- Carballeda, A. Lo social de la intervención. En Escenarios Año 1 Nº2.
- Foucault, M. "Vigilar y castigar". Siglo XXI editores. Argentina. 1987
- Foucault, M. En La verdad y las formas jurídicas. Ed. Gedisa. España. 1992
- Foucault, M. La vida de los hombres infames. Ed. Acme. Buenos Aires. 1996
- Foucault, M. Historia de la locura en la época clásica. Ed. Fondo de cultura ecómica. México. 1976
- Galende, E. La crisis del modelo médico en psiquiatría. En Cuadernos Médicos Sociales Nº 33. CESS. 1985.
- Menéndez, E. . Enfermedad mental: Psiquiatrización, etiquetamiento y estructura social". En: Cura y Control. Ed. Nueva Imagen.
- Spataro, Natalia. Ver Ateneo del Htal. Alvear " Me están robando ..." Mayo de 1997
NOTAS