Las "Teorías" escritas por Macedonio Fernández, en su mayoría antes de
1920, permanecieron inéditas, sin revisión y prácticamente dejadas de lado
-tal como era su costumbre- hasta 1938, momento en que fueron pasadas en
limpio y organizadas para su publicación ocurrida muchos años después,
recién en 1974.
Son apuntes, reflexiones y teorizaciones que incluyen su "Crítica del
Dolor", "Teoría del Valor", "Teoría del Esfuerzo", "Reglas
eudemonológicas", notas para una "Teoría de la Salud", y una "Teoría del
Estado", y por último una "Teoría del Arte, la Novela y la Humorística".
El trayecto que separa estas "Teorías" -en ocasiones revisitada en pos de
una Metafísica siempre prometida y jamás concluida- de las "Cartas"
enviadas a su amigo médico Julio Cesar Dabove, nos lleva desde sus primeros
escritos -su prehistoria- hasta el fin de sus días, con la constante a la
que nos convoca en ese recorrido: una colección de partes de su cuerpo
doliente, acompañado del conveniente horóscopo de quien pronostica lo poco
o mucho de muerte que pueda haber en ellas.
De sus "Teorías" a las "Cartas", tenemos treinta o cuarenta años de un
menú que no termina de alejar el dolor, con distinto tratamiento.
"Yo nací para defenderme por el saber...", dice Macedonio, "...y de ello
me hice consciente hacia los 18 años cuando comenzó mi dolor de juventud.
Entonces ardiente, desesperadamente, busqué defensa en el saber de los
otros..."
El saber de sus "Teorías" viste a la prehistoria. En ellas desarrolla sus
mediciones de placer y dolor, de dicha y desdicha, que conforman una
política del cuerpo. La que hace sistema con su energética de intensidades
variables, que nos recuerda al Proyecto freudiano en su faz económica.
Macedonio no hace metapsicología, hace una metafísica en la que trata a su
cuerpo como otro. Es un lugar donde mantiene un diálogo, un contendiente
con el que lucha y al que le gana por muy poco. "La vida es aceptable...
eso si, con un resultado levemente optimista". Saldo que la
"Eudemonología", esa Ciencia-Arte hecha de máximas y fundada en la ética
estoica, no podrá acrecentar. No solo allí encontramos la marca estoica de
Epícteto, sino también en la aceptación de lo real de un destino contra las
fuerzas de la pasión que producen intranquilidad. Allí, dice, radica la
felicidad.
A los Estoicos tal teoría de la resignación no les impedía ejercer una
crítica social y política, también frecuentada por Macedonio en numerosos
escritos.
El deseo de saber sobre el cuerpo se extiende de un extremo al otro de su
errancia. La palabra, permanentemente parasitada por la presencia
alucinatoria del cuerpo, pide con urgencia el restablecimiento de una
homeostasis quebrada por el dolor. La primera medicina que encuentra
Macedonio es erogeneizar el saber en un intento de arropamiento de un
cuerpo siempre extraño y frío, al que hay que abrigar en exceso. El decía
que la piel no lo defendía, que al tener poca grasa y ser muy delgado (
llegó a pesar cuarenta y tantos kilos ), había que ayudar a la piel a
cumplir su función; para eso se ponía tres o cuatro sweaters, bufanda y
gorra de vasco hasta la llegada del verano -1-, con el agregado de hojas de
diarios entre su ropa y una bolsa de agua caliente en su pecho. El
sobretodo hacía las veces de una envoltura adicional: "El sobretodo es el
cuerpo y morir es sacarse el sobretodo".
De esta forma el cuerpo adquiere estatuto de objeto, que juega en la
escritura hecha de ausencias y presencias su chance de velamiento.
A los 32 años de edad, unos quince antes de la muerte de su esposa Elena
de Obieta, Macedonio escribe un balance, en el marco de sus teorías de la
salud, en el cual traza un pronóstico con las prevenciones necesarias para
todas las situaciones de dolor futuro.
Es con este dolor al que tanto temía, que Macedonio parece estar
dialogando largamente. No admite interferencias en esa conversación. Es
bien conocida por todos su postura contraria a toda Terapéutica -con
mayúsculas-, así como su rechazo a los médicos: "La vida es algo demasiado
importante como para dejarla en sus manos".
Es que Macedonio practica su propia medicina. Él escribe. Escribe sin
importarle la publicación. Escribe atravesado, como dice su primo Gabriel
del Mazo en un testimonio, "porque atravesado se distinguía de alguna
manera; aunque sea cortando". Escribe en los márgenes, en papelitos, que
luego guarda en lugares insólitos e inhallables como cajas de zapatos o de
galletas. Macedonio juega muy seriamente, "a la escondida". Su caligrafía
difícil y encimada será trabajo de desciframiento para Adolfo, uno de sus
hijos.
Su escritura, casi como un ritual imparable, llena ese vacío intolerable,
que tiene como fin el acotamiento del goce del cuerpo como presencia
absoluta.
El dolor hace superficie para que la escritura se ponga en el lugar de la
ausencia que en él falla. Dice "Y como fin busco la liberación de la
noción de muerte: la evanescencia, trocabilidad, rotación, turnación del yo
lo hace inmortal, es decir, no ligado al destino de su cuerpo" "Efectividad
de autor en sólo Invención".
Invención que para él debía ser la escritura, ahora como lugar del bálsamo
que alivia las penas adocenadas, en el intento de negar la contingencia de
la muerte. Desalojar a la muerte, llevar al cuerpo al máximo de analgesia
para no suicidarse: "el suicidio que espere hasta tener razón", decía.
Es el afán de nadificarse, de ausentarse por la escritura y no solo con
ella, lo que lo lleva a la noción de "suicidio analgésico" como sumatoria
de negaciones: ni cuerpo, ni realidad, ni lenguaje.
La inmaterialidad propuesta se inscribe en la misma línea evanescente de
su juego de ausencias. En palabras de Jorge Luis Borges: "...he sospechado
que negó el yo para ocultarlo de la muerte, para que, no existiendo, fuera
inaccesible a la muerte".
La muerte de Elena, con quien se había casado a principios de siglo y con
quien tuvo cuatro hijos ocurrió en 1920, significando una bisagra que abre
a su errancia fantasmática. Macedonio tenía en ese entonces 46 años y
"escribió una famosa elegía, considerada por la crítica como uno de los
poemas fundamentales de la literatura argentina" -3-."Elena Bellamuerte"
cuya síntesis "Amor se fue", de sólo cuatro versos enuncia:
¨Mientras duró
de todo hizo placer
Cuando se fue
Nada dejó que no doliera¨
Otro poema de ese mismo año golpea sobre el primero:
¨Que ese dolor es el dolor que quiero. Es ella.
Y soy sólo ese dolor. Soy Ella
Soy su ausencia, soy lo que está sólo en Ella.¨
"Elena Bellamuerte", permaneció perdido en el fondo de una lata de
galletitas, junto con otros escritos jamás encontrados de sus continuas
mudanzas por distintas pensiones del barrio del Once y de Tribunales que
comenzaron en ese entonces -3-.
En los años siguientes publica por diligencia de algunos de sus amigos y
sin que él se ocupara demasiado, "No toda es vigilia la de los ojos
abiertos", "Papeles de Recienvenido", y "Una novela que comienza".
Del '43 al '49, algunos años antes de su muerte ocurrida en 1952, escribe
las cartas dirigidas a su amigo médico Julio Cesar Dabove, que si bien no
atendía personalmente las afecciones de Macedonio, era destinatario y
confesor, a la vez que escritor él mismo. En las mismas se refiere a cuerpo
auscultado con detenimiento, enumerando sus órganos, aislados en una
presencia alucinada, relojeados momento a momento para apuntalar una
homeostasis que se desbarranca con facilidad.
Mientras Macedonio Fernández se decía inmortal, vivía "acosado por todos
los imaginables miedos hipocondríacos". -2-
Lleva como una especie de diario fisiológico -como lo llama su amigo
Francisco Luis Bernárdez- con anotaciones horarias que a veces escribe en
un pizarrón, que tanto parecen de un meteorólogo como de un
anatomopatólogo.
Cabría agregar que tenía temporadas fotofóbicas, guardaba cosas en un
ropero y las buscaba con una linternita, que también utilizaba para leer.
Declaraba tener problemas respiratorios desde el nacimiento y anotaba con
exactitud la hora de dormirse para descontar el tiempo de sueño al
despertar.
En esta extracción de sus cartas, el dolor junto a lo mortal de un soma
desvitalizado pero no instituído como ausencia, continúa su infinito
diálogo, tejido con lo que aún conserva de sus "Teorías", pero dejando ver
más de una punta de lo que al principio parecía vestir con su escritura.
El hipocondríaco, podríamos decir, en su rigidez imaginaria, se rompe pero
no se dobla, indicando "la cerrazón de un narcisismo en ocasiones
inabordable." -4- Quizás sea venturoso ligar tal cerrazón a la nota al pie
de página puesta por él mismo a una de las cartas extraídas de su
epistolario y mencionada más arriba: ¨sin fechar, no enviada, ensobrada,
cerrada y quedada.¨
La hipocondría no interroga. Es un discurso que localiza una presencia
excesiva, la del goce que se muestra como dolor. Dolor que viene a dar
cuerpo a la pérdida real. En este punto es donde Freud invita, dentro de
las coordenadas del duelo, a tratar la pérdida como si ésta representara la
lesión de un órgano.
Aunque articulado en forma de tejido significante en sus "Teorías", al
modo de una red protectora constituida por su escritura, el dolor en
Macedonio Fernández persiste, está todo el tiempo como algo de ese goce en
lo real que no termina de enhebrarse a la pérdida de la presencia actual
del falo imaginario. -5-
El quiebre que representa para él la desaparición de la figura de Elena
parece llevarlo a un vagar del que puede dar cuenta su errancia. Mientras
que sus cartas del final, nos cuentan de la dimensión inalterable del Otro,
que en su integridad lo muestra con el desabrigo de la desnudez y el
impudor de "un desmoronarse por todos lados".