Edición primavera '98
(para el hemisferio sur)

Sirenas del Riachuelo

Por:
Dr Daniel Izrailit
Psiquiatra – Psicoanalista.
*
(Datos sobre el autor)

El presente trabajo surge de mi práctica cotidiana como jefe de un servicio de Salud Mental en un Hospital del Conurbano bonaerense, próximo a la Capital Federal. El servicio consta de siete profesionales (psicólogos y psiquiatras) dependientes de una Dirección Municipal de Salud Mental que integra colegas trabajando en numerosas Unidades Sanitarias ubicadas en la periferia del Partido.


Andaba tan ensimismada, que al toparse con una enfermera sudorosa que bajaba rauda las escaleras de entrada, recién percibió el vaho de catástrofe que salía del hospital. Gente corriendo por todas partes, alaridos pidiendo "pasillos libres", engominados gritando "circulen", sirenas ululando en la vereda, amontonamiento de curiosos. Por un instante, el dolor de Tamara se distrajo, dando paso a una suerte de incertidumbre estuporosa; uno de los de gomina la tomó del brazo: "¿a dónde va señora?"  -A Psico.... Psicotría, vaciló Tamara, pero yo no sabía nada.....- le explicaron que se trataba de un simulacro de evacuación hospitalaria, que esto se hacía en todos los centros de salud importantes del mundo, que estaba vedado el ingreso de pacientes, y otras cosas más, que ella ya no escuchó. Casi corriendo, como ebria, dobló hacia el pasillo de la Guardia, donde casi es embestida por una cocinera y un pediatra que arrastraban un banco como un ataúd, con la olla de los guisos atada encima con hilo sisal.

Ya había consultado a nuestro Servicio en el año 93, luego de sufrir la pérdida de un embarazo a término en el colectivo 32, viniendo por la Ribera Sur desde Lanús, a consecuencia de un espantoso choque, (en el cual, casualmente, nuestro secretario Héctor salió despedido por el parabrisas, milagrosamente indemne).

Cuando abrí la puerta del consultorio, Tamara temblaba, y su expresión, (impresión, en realidad), me contagió de un súbito temblor. Con la exaltación general como marco, y el señor gomina que la había alcanzado, sin que nadie me lo pidiera, me puse a intentar explicar que todo el caos era artificial, una ficción, una mentira precocida,etcétera. Su aspecto devastado no cedió un palmo, y hasta percibí que empeoraba; por fin, hice pie en un islote mínimo de racionalidad, interrumpí mis ridículos esclarecimientos, le pedí a gomina que por favor me dejara con Tamara, y recién entonces la invité a pasar, y a preguntarle lo que le sucedía.

«Marcelito es mi hijo, mi único hijo. Tiene, tenía, unos amiguitos apenas mayores que él, dos hermanos de 14 y 13 años, que viven en la otra cuadra de mi casa, para el lado de Camino Negro. Son chicos buenitos,siempre jugaban a la pelota con él, solían venir a casa a tomar mate cocido. La otra noche tuve que ir a una reunión del Grupo de Ayuda, el de la iglesia, vio? Hacemos trabajos sociales; teníamos que ponernos de acuerdo para organizar el reparto del nuevo plan "Leche y huevo para un hombre nuevo", porque la última vez que mandaron un programa de alimentos para carenciados se armó pelea con unas nuevas, venidas del centro, que querían repartir en nuestras zonas. La reunión se demoró más de la cuenta, llegué de noche tarde y me llamó la atención que no estuviera mi marido en la parada. Tuve un mal presentimiento, cuando entré a mi casa, Dios....». En ese momento, por la pequeña ventana que comunica el consultorio con el pasillo del hospital, se inmiscuyó una voz monótona y repetitiva "evacuación exitosa, doce minutos, hospital completamente vacío". Recien allí caí en la cuenta que nuestro equipo no había recibido la tarjeta de invitación para la ceremonia evacuatoria que finalizaba, y que ni siquiera ahora reparaban en nuestra categoría de seres animados.

Mis devaneos ontológicos me llevaron a dudar incluso si yo estaba realmente allí con mis compañeros en el consultorio de al lado, o si verdaderamente había ocurrido una catástrofe atroz y quizá estábamos todos en las ululantes ambulancias de la puerta, soñando reparatoriamente que todo era un simulacro.

Tamara estaba llorando. «No podía creer lo que veía, mi marido en el suelo, como muerto, en un charco de sangre; vidrios rotos por todos lados, el Marcelito con un ataque de nervios encerrado en el baño, la casa vacía, no dejaron nada doctor, nada dejaron. ¿Sabe quienes fueron?, los amiguitos del nene. Uno le apuntó al Marcelito con una pistola, el otro le empezó a dar culatazos a mi marido, gritándoles que les den toda la plata; ¿qué plata? A Franco, hace un año y tres meses que lo echaron de la metalúrgica de Avellaneda, que después cerró; si todavía andamos penando por la indemnización. Vivimos de lo que traigo yo, trabajando de doméstica en Caballito. Cuando Franco les dijo que no había nada, parace que enloquecieron: le partieron la cabeza a culatazos a mi marido, le dispararon un tiro que le perforó la mano; al Marcelito le dispararon varias veces pero el tiro no salió. Después rompieron todo. ¿Porqué nos hicieron esto? Estuvieron como una hora en la casa, hicieron disparos y los vecinos no escucharon ni vieron nada. Franco es boliviano...., en el barrio hay gente que no los quiere. El siempre fue trabajador, un hombre honrado. Hasta la camisa de buscar trabajo se le llevaron. Unos vecinos de la otra cuadra, casi pegados a la casa de los amiguitos del nene,lo llevaron a Franco al hospital, y se quedaron con nosotros toda la noche; le curaron la mano y le cosieron la cabeza con veintitres puntos; él solito recuperó el conocimiento. Como el hospital estaba repleto, parece, y no se conseguía derivación, me explicaron que el período de observación lo iba a hacer en casa..»

Nuevamente los ruidos anunciaban algún acontecimiento: me asomé por la ventana, buscando algo de oxígeno, vi algunas caras largas, y otras festivas, con un alborozo estudiantil de hora libre: era el regreso de los evacuados. «Al otro día fuí a hacer la denuncia, en realidad fuí dos veces. La primera, después de esperar varias horas, en definitiva no me dieron bolilla, la segunda, llevé a Franco con la cabeza cosida, con el agujero en la mano, y tan mareado que dos veces se me cayó de la silla; ésa, tampoco me dieron bolilla. Me dijeron que eran menores, que ellos no podían hacer nada porque después salían en los diarios. Yo les dije que no quería que los golpearan ni nada de esas cosas, sólamente que no nos lo hagan nunca más, y que nos devuelvan las pocas cosas que teníamos. Me volvieron a decir que no podían. Aunque sea el televisor, por favor».

Otro día, Tamara fue a casa de los hermanos. «Marcelito quiso acompañarme, ud. sabe, es el que está mejor que todos. Pero fui sola». Los hermanos viven con un ex padrastro transitorio aproximadamente: al padre biológico no lo conocieron, la mamá se fue hace varios años sin dejar rastro, los chicos quedaron con quien era una reciente pareja de la madre cuando ésta partió. Dicen que el hombre se apiadó de los hermanitos y se los dejó con él.

«Los chicos me negaron todo, yo al final me arrodillé llorando y les pedí nada más que el televisor. Desde que Franco está sin trabajo, en casa apenas se habla; el único entretenimiento es la tele». Uno de los hermanos finalmente le confesó a Tamara, que habian vendido el aparato a $25 a un paraguayo de la feria, «el que atiende el puesto con el lorito en el hombro».

Allí fue Tamara dispuesta a recomprar su tele, el mismo que le demorara algo más de dos años en terminar de pagar. Pero llegó tarde. Pregunto por el estado del marido. «Franco, al principio, quería a toda costa ir a reventarlos, estuvo unas horas murmurando venganza. Lo calmé, el también sabe que los muchachitos son buenos, estarían drogaditos, digo yo; después Franco se puso con la mirada perdida y no volvió a hablar más (se angustia, llora otra vez). También me puso mal que algunas de las chicas de la iglesia me dejaran sola; me abandonaron, no imaginaba esto, cuando más las precisaba».

¿Y a mí, para que me precisaba Tamara? Vertiginosamente pensé (sentí), que en realidad más que un analista, ella precisaba estar frente a un juez (sensible) que la oriente, a un funcionario policial (probo) que se ocupe, a un asistente social para que gestione por ropa y medicamentos, a los vecinos que la ayudaron para que la sigan acompañando, a los que no la ayudaron, para que le expliquen, a una mamá para que la abrace.....

«Disculpe doctor, necesito un par de zapatillas para Marcelito, ¿acá en el hospital, no tendrán?, me lo dejaron en patas,sabe?» Trataba de sacudirme una espesa bruma, no tan desconocida después de todo, me despedí de Tamara hasta una nueva cita, le entregué una nota citando a Franco y la guié hacia Estela Multiple, quien salvo aumento de sueldos, consigue todo lo demás.

Días después, conocí a Franco. Mordiéndose el dolor, luchando denodado contra las lágrimas, emparchado, agujereado, con una verguenza conmovedora. Largos minutos se resistió al animal herido que lo ahogaba desde dentro, hasta que finalmente lo expulsó: lloró su impotencia por no haberle podido dar "un ejemplo a Marcelito", por sus padres de infancia muertos en La Paz, por sus "vergonzantes" caminatas por el barrio "en horas de trabajar", por sus insomnios feroces. Para mi perplejidad, al volver sobre el tema de sus victimarios, me dijo : «debían estar drogados, no son malos muchachos, tuvieron una vida de pesadilla, huérfanos, sin estudio, sin oficio....».

Con una sinceridad sin fisuras me agradeció el haberlo escuchado, aunque con igual firmeza me aclaró que no iba a volver. «Debo conseguir un trabajo, es lo primero ahora. Después, tal vez.....»  Nos dábamos la mano, reaparecieron las sirenas; como un ritual fatídico, allí estaban otra vez, llenando todo el espacio del hospital. Un médico exangüe, que parecía todo un gran guardapolvo, pidió con urgencia mi presencia en la Guardia: esta vez, la sangre era de verdad, las ambulancias estaban ocupadas por muertos y heridos. Por segunda vez, en pocos días, un colectivo 32 había sido arrollado por el tren a muy pocas cuadras de allí. Al llegar a la Guardia, el panorama era desolador: en medio de los rostros de espanto, de los gritos, de los silencios, de las victimas esparcidas por los pasillos, apenas si pude reconocer la cara de mis colegas.




 Sobre SIRENAS...


Decidí que estos comentarios vayan por separado, para respetar la autonomía del relato que denominé "Sirenas.., por considerar que alguna posible elocuencia del mismo sobre la cotidianeidad de nuestro trabajo, podría ser severamente perturbada. De más está decir que el relato está escrito desde la víscera, mientras esta parte, desde una cierta mayor racionalidad, corre el riesgo de sesgar, acotar y o adelgazar las posibles reflexiones y sentires que suscitare aquél. Correré el riesgo.

Franco y sus circunstancias despuntan un universo tan vasto y heterogéneo que permiten abarcar desde la entereza y la dignidad hasta la tragedia del abuso, la arbitrariedad y la devaluación de la vida de toda pobreza robándose, lastimándose, arrollándose. Instituciones "de una misma comunidad", dirigidas y habitadas por sufrientes de la misma pobreza, blandiendo sus punzantes indiferencias contra sus pares, "sus idénticos".

Amigos, y además del mismo barrio, un día vienen y roban y despedazan, otros amigos se borran, unos vecinos no escuchan, las instituciones no pueden. Si bien algo más tarde o más distante, alguna solidaridad aparece, hay un trastocamiento desconcertante de la vida de las comunidades: la violencia, un existente de todo grupo humano, se torna desproporcionada, impredecible en sus destinos.

Mujeres sufridas, que a su larga historia de trabajos duros se adiciona un plus para poder sostener el hogar. Hombres sin trabajo, quebrados en su autoestima, melancolizados. La "camisa de buscar trabajo", que debiera ser el símbolo de un despojo, de la condición de acreedor de un derecho básico, deviene en la marca del bochorno, el objeto de la culpa, convirtiéndolo en deudor.

Con su cabeza partida, Franco casi comprende (¿justifica?) a esos hermanitos tan pobres, tan huérfanos, (en todos los sentidos y niveles) y tan desocupados como él.

Violencia, o se pone indiscriminadamente afuera, o se internaliza con ferocidad.(Los dos parecieran tener un momento de disposición agresiva centrífuga, para luego "conformarse"). Parece haber un desquicio social subyacente, donde la lógica esperable del movimiento del grupo está alterada, también el procesamiento social de hechos como éste aparece dislocado; por eso, creo, no surge una alternativa más saludable que la venganza, la autodestrucción o la apatía.

Este contexto se puede intuir el siguiente "paisaje humano": los que estan ocupados en destruirse a sí mismos, los que destruyen indiscriminadamente a los otros, los que viven en un clima de desconfianza y fuerte susceptibilidad, los que viven en un "anonadamiento vital", ajenos a los otros y a si mismos.

Enérgica,militante de trabajos sociales solidarios, no puede desprenderse de la lógica asistencialista y la del "entretenimiento". Por ello, posiblemente, implora a sus victimarios un gesto de veinte pulgadas, para que, al menos, las desgracias pasen más desapercibidas. No se puede dejar de comprender y compartir el valor individual-social de la ayuda y del pasatiempo, pero llevado a niveles de escándalo, creo que cristaliza y perpetúa la pasividad acrítica y la ceguera política.

Pregunto que sucede hoy con la función de Padre en el ámbito de lo familiar y social, padre en tanto ley-protección - autoridad-ejemplariedad; los hermanitos "sin padre", tal vez, también (o sobre todo), evoquen en Franco la "orfandad" de su propio hijo.

También Tamara los ampara desde el comienzo mismo de su discurso: ¿supuesto implícito que la droga y la violencia son el posible futuro de Marcelo? y Franco colocan un espejo inquietante donde se refleja nuestra propia precariedad profesional, objetivas labilidaes laborales, ancladas en inciertas condiciones de continuidad, con los consiguientes efectos sobre la subjetividad: ambivalencias político-institucionales, nuestros mal encauzados malestares, recayendo ocasional y alternativamente sobre pacientes, colegas y nuestras propias familias.

Si bien sería hipócrita negar considerables diferencias que nos permiten tomar alguna distancia de estos protagonistas de cotidianas pesadillas, vale recordar que los profesionales de la salud, también viajan en el 32, nuestras compañeras también se embarazan, y los que tenemos la fortuna de ir en auto, un día nos colocan una pistola en la cabeza y nos dejan de a pie y con magullones, si tenemos suerte.

Tal vez por ello, vale ubicar puntos de identidad, no para anular obvias diferencias, sino para rastrear nuestro nivel de implicación, precisar reproducciones inevitables, y las hendijas de respuestas más saludables. En el relato y en nuestra condición se escucha el eco de las pérdidas: en nuestro caso un día son del 30%, y cuando el colega, compañero o amigo completó el 100%, ya no lo volvemos a ver.

Vale consignar que sus pérdidas tienen en general categoría de irreparables y si bien las nuestras no tienen tal dramaticidad, generan efectos concretos en nuestro ánimo, nuestra clínica, nuestra relación con los colegas.

Patético "paisaje humano" descrito líneas atrás, obvié con intención una "categoría": que mantienen alguna forma de lucidez, cierta respuesta activa, (en general bajo la forma de alguna tarea grupal-institucional), los que pueden transmutar parte del malestar en pensamiento creativo, en algun nivel de acción transformadora. Todas las comunidades donde trabajamos, hay, seguramente, más de un grupo que nos da lecciones diarias de reflexión inteligente, con capacidad para vislumbrar las regiones donde se gesta buena parte del padecimiento, grupos con compromiso, coherencia, y sobre todo, con producción de acciones encaminadas a su mejoramiento.

Aún con marcadas fragilidades materiales y subjetivas, aún engrillados a la necesidad más elemental, la de sobrevivir, nos pueden enseñar, si logramos escucharlos, que de las pérdidas irreparables hay que seguir hablando y sintiendo, por las reparables, seguir luchando, y que los programas de entretenimientos pueden aliviar un rato, pero nunca reemplazar la causa por una vida más digna.

Obra Trágica (¿con paso de comedia?), llamada "El Gran Simulacro", está en cartel hace muchos años. Todos fuimos y somos, por ratos, actores involuntarios de la misma. Que cada tanto se olviden de invitarnos para subir a escena puede ser una señal esperanzadora.



* Datos sobre el autor:
* Dr Daniel Izrailit
Psiquiatra. Psicoanalista

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