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La Intervención en Lo Social en Tiempos de Pandemia


Educación hoy. Condiciones de época, pandemia ¿algo para celebrar?

Por Vanesa Leopardo
Licenciada en Trabajo Social (UNLP). Magister en Salud Mental (UNER). Profesora en el Nivel Superior – Profesorado de Educación Especial. Concepción del Uruguay, Entre Ríos, Argentina.

La escuela, escenario, escena, trama, campo de juego; donde se entrelazan elementos y reglas, roles y funciones, presencias y trayectorias, demandas e intervenciones.

Escuela… lugar de lo público. No es el espacio de lo común porque aglutina lo idéntico, sino porque allí se aloja lo colectivo, que no es igual, no debe intentar serlo porque la escuela aloja lo diverso, eso la distingue y le da sentido. La pretensión de homogeneidad heredada de la escuela moderna no debe ser obturadora de la presencia de heterogeneidad como aquello que nos interpela en tanto visibilización.

No se trata de visibilizar para clasificar sino para ver y para ocuparnos de otorgar nuevos sentidos a la escuela y la educación. La emergencia de la pandemia nos ha empujado –felizmente- a algunas rupturas necesarias.

La educación es siempre espacio de un interactuar situado, donde las condiciones de época generan variables de posibilidad u obturación en las características de los procesos educativos. El ¿qué? el ¿cómo? el ¿por qué? el ¿para qué? Preguntas del Trabajo Social en este escenario de debilitamiento de las estrategias colectivas y de las instituciones, de desgarramiento del lazo social, donde lo que surge individual, muchas veces, no logra insertarse en una causa común.

Para facilitar algunas reflexiones en torno a las preguntas se hace necesario pensar las condiciones de época, pero no solo como la descripción de una fotografía que, claro, debe ser dinámica, sino para poder interrogarnos respecto de qué estamos haciendo con ellas, cómo las pensamos, que es aquello que está cambiando y en qué dirección para, finalmente, observar-nos en lo que hay que celebrar.

Una de las condiciones de época revisada y revisitada por diversos autores y disciplinas, es la desvinculación; al pensar la vinculación en términos de “des” se impone la reflexión en torno al rol docente, la enseñanza y el aprendizaje, la transmisión cultural y la autoridad pedagógica, cuya condición de existencia es precisamente el vínculo. Por tanto debemos pensar el vínculo en situaciones de cuerpo sin cuerpo, el no estar allí.

Otra de las condiciones de época es la inmediatez, “tu pedido ya”, “lo pedís, lo tenés”, todo lo queremos tangible e inmediatamente. Frente a ello, el movimiento que realiza la educación es contra cultura: nos impone una pausa, una suspensión que tiene que ver con esperar, y también con permanecer: el haber estado con otros con quienes hicimos algo juntos, allí hay permanencia de la presencia. Un nuevo pacto con el tiempo...es un seguimos estando cuando no estamos, pero seguimos estando porque estuvimos con sentido, en virtud de un objetivo, una tarea que nos agrupó.

Y quizá una tercer condición sea la relación entre educación y tecnología, esa especie de divorcio, esta última avasallando a la primera (es de alto impacto el termino avasallar y ha sido el más utilizado en las últimas dos décadas). El presente es imperativo en términos de asumir la virtualidad como una forma de presencia, obliga a pensar en la tecnología ya no como amenaza hacia el rol docente, a la educación, a la función social de la escuela, a las relaciones humanas, sino como herramienta, canal, vía, medio. Habrá que amigarse con ello. Ni divorcio ni matrimonio, convivencia.

La lógica escolar que históricamente se dirimió entre presente/ausente, asistencia/inasistencia, regular/irregular, presencial/virtual, entregado/no entregado, acredita/no acredita, hoy se conforma de modos educativos de coyuntura sobre formas educativas de contexto; se mezclan, se ponen en tensión, generan incertidumbre.
Allí nos encontramos, en el lugar de las preguntas… y ahora ¿cómo habitar la escuela?, ¿qué nos preocupa: los contenidos escolares, la ternura, el vínculo docente-alumno, la construcción colectiva del conocimiento? ¿Qué pasa con la alianza escuela- familia? ¿Cómo generar una separación -ahora que los chicos aprenden en sus casas- donde nos la pasábamos pensando en una alianza?

¿Cómo estar juntos? ¿Cómo habitar el espacio escolar sin el cuerpo? ¿Cómo generar presencia donde los cuerpos no pueden estar?

Cuidado, que todo esto no es en clave de nostalgia u obturación.

Esta también es una condición de época: no tememos preguntarnos, no tememos no saber, podemos quedarnos un largo rato, un buen rato en el no saber, y no pasa nada. O pasa todo.
No obstante la incertidumbre, la construcción es infinita, la situación de pandemia nos invitó, nos convocó y nos obligó a pensar formas innovadoras de habitar la escuela. Profundizó las preguntas sobre el saber, la importancia de rol docente en relación a ubicar y promover la mirada crítica y reflexiva en torno a las condiciones de generación del conocimiento y sus circuitos de circulación, la transmisión y la construcción, emergiendo indefectiblemente en relación a ello las preguntas sobre la autoridad pedagógica y, de manera urgente sobre la inclusión-exclusión educativa, porque la educación siempre está atravesada por condiciones de desigualdad.
Supimos entonces que algunas certezas que nos acompañaron hasta aquí ya no nos sirven: como que el conocimiento se transmite, que la escuela es el lugar de lo público y por ello todos pueden acceder (en el sentido de que efectivamente todos estén pudiendo), que la autoridad pedagógica se sostiene en una relación asimétrica vinculada a una posición jerárquica respecto del saber, que la alianza escuela y familia se sostiene (aunque no se explicite) en el cumplimiento familiar de los aspectos obligatorios que establece la institución escolar, que para que tu maestro te registre tenés que estar presente, que estar presente es asistir físicamente a la escuela, que es justicia ofrecer todo a todos porque eso garantiza el acceso.

Adiós a las cuestiones “estándar”.
Tenemos algunas respuestas quizá, y tenemos reflexiones en torno al millón de preguntas que nos impuso esta época. Sabemos que no se trata de renunciar a la escuela, sino de pensar nuevos modos posibles de habitarla, con el cuerpo… sin el cuerpo. Sabemos que lo que no podemos hacer es no demandarle nada, no esperar nada, no ofrecer nada y mucho menos sentenciar que cuando se dice “se cierra la escuela” la lógica escolar esté cerrada.

Lo que nos está pasando es histórico y contracultura: se abre la oportunidad de no volver a ser lo que hemos sido, la posibilidad de profundizar la ruptura de la lógica homogeneizadora en el sistema educativo, de abandonar la ficción de ofrecer todo a todos porque eso es igualdad, de que los problemas de los alumnos son problemas individuales, de que basta con que estés allí para que la seño te vea, que educar es transmitir y autoridad es mandato y que el riesgo de exclusión se elimina a partir de identificar una trayectoria, ponerle un nombre (cuando no un diagnóstico) e iniciar el operativo de la inclusión sin problematizar los procesos de desigualdad que construyeron “al alumno problema”.

La pandemia habilita caminos y rupturas sobre esa forma de pensar desde lo único, lo uno, lo idéntico; esa manera confusa de plantear que diferencia es desigualdad, invisibilizando que desigualdad es un proceso de construcción del otro, negativo e individual.
La actual coyuntura apremia si se trata de convertir un problema individual en una problemática social.
La mayor ruptura es asumir la heterogeneidad constituyendo lo común.
La educación es política: nos enseña que no es sin otros, nos enseña que existe algo colectivo que me trasciende, que no se trata de correr detrás de la construcción de lo idéntico, que se puede conformar lo común en la disidencia. La escuela nos enseña a vivir en sociedad, que el derecho a la educación es derecho a la participación, sino no alcanza, que el conocimiento se co-construye, no se reparte, eso solo sucede en clave de convivencia, de estar con otros; todos deben poder participar en la construcción de conocimiento. Participar, ser-parte.

Pandemia, condiciones de época ¿algo para celebrar?

a) celebrar que nadie detenta la verdad educativa, faltan certezas, no las deseamos ya tanto, no nos “compensan”. Queremos seguir pensando, como hacer, como armar.

b) celebrar que la idea de educación como transmisión está siendo repensada, cuando no destituida. Complejidad y construcción nos conmueven y nos ponen en acción.

c) celebrar que la autoridad pedagógica requiere del establecimiento de relaciones más democráticas y que está siendo por ahí.

d) celebrar las nuevas formas de estar y permanecer en educación que docentes y estudiantes han podido edificar en un hacer cotidiano, lleno de incertidumbre pero lleno de pasión -desistiendo del enfrentamiento entre escuela y tecnología-.

e) celebrar que a la pretensión de homogeneidad se le impone la vida real, la existencia de heterogeneidad, la posibilidad de poner en palabras, de adjudicarle un lenguaje, de discursos que se ponen en acto en el hacer cotidiano del mundo educativo, problematizando las diferencias.

Por ello celebrar, porque ante la decisión ideológica entre naturalizar o problematizar nos hemos convencido de que es por la segunda, que es con dudas y no con certezas, que es quedarnos un buen rato en el lugar de las preguntas, probar, cuestionar, resignificar. Y, definitivamente, que es con otros.

Julio de 2021