¤ "Sigue la movilización de las masas", dijo Vázquez Montalbán al concluir la marcha
La lucha del EZLN, sólo un prólogo: Saramago
¤ Miguel Ríos elogió el discurso de los zapatistas; Joaquín Sabina no dejaba de aplaudir
JAIME AVILES
A unos segundos de concluir la marcha por la dignidad de los pueblos indios, ante el Zócalo vibrante y repleto de pared a pared, con gritos de "¡EZLN, EZLN!", lleno de puños alzados y periscopios de cartoncillo, haciendo a un lado la emoción que le ilumina los ojos, el maestro José Saramago, paliacate al cuello, reflexiona en voz alta desde un balcón de la oficina de prensa del Gobierno del Distrito Federal: "lo que acabamos de ver significa que estos siete años de lucha (del EZLN) han sido apenas un prólogo de lo que ahora va a comenzar", dice.
A contracanto de los miles y miles de coros entreverados en la plaza, que acompañan al comandante Gustavo en la entonación del himno zapatista, el maestro Manuel Vázquez Montalbán ?de pie en el balcón de junto? coincide con el premio Nobel portugués, sin haber discutido con él previamente: "Esto no es un final, es un principio. Al gran enigma que encierra la pregunta ¿y ahora qué?, la respuesta tendrá que ser la movilización de las masas", opina.
"¡Nunca, nunca había escuchado algo así! Es que no ha sido un discurso político, ha sido un poema", repite, a quien desee oírlo, el cantante Miguel Ríos. Y en otro balcón del edificio virreinal, no lejos de sus colegas de pluma y guitarra, el poeta Joaquín Sabina sencillamente aplaude a rabiar, contemplando el atestado escenario donde hoy estrenará la canción que compuso a partir de unos versos de Marcos.
Son las cuatro y media de la tarde. Sobre las cabezas del
gentío, una llave gigantesca, blanca, esculpida en espuma de plástico, avanza de
mano en mano hacia el templete, donde ha concluido la histórica ceremonia. Dando
la espalda al Palacio Nacional, el sup la recoge echando humo por la
chimenea de su pipa, la exhibe sin ostentación, la entrega a sus
compañeros y dice al micrófono para que éste comunique a la multitud a través de
las colosales torres de sonido que se yerguen frente a la Catedral: la séptima
clave son ustedes...
Lo que nadie sabe en ese instante es que, después de organizar
un concierto "por la paz", las dos mayores cadenas de televisión del país fueron
incapaces de transmitir el mitin en vivo. Pero poco después, una vez que lo
sepan, Saramago y Vázquez Montalbán y Sabina y Miguel Ríos serán incapaces de
ocultar su indignación por semejante vergüenza, como de sumarse
involuntariamente a la condena general que esta canallada suscita.
A las 11 de la mañana y a la puerta de un hotel de la Zona Rosa, al mando de una columna de cuatro automóviles de la agencia DDN, el periodista Ricardo Rocha pasa por su viejo amigo de la televisión italiana, el maestro Gianni Miná. Ambos, en compañía de sus técnicos y escuderos de confianza, se dirigen a un segundo hotel en cuyo vestíbulo una morena de pelo corto, lentes pequeños, nariz respingada y discreto collar de perlas intenta coordinar a los numerosos pasajeros que abordarán el convoy en esta segunda escala del viaje.
Ella es Pilar del Río y su voz, tensa en esos momentos, pero siempre sutil, sugiere que se apuren los que vienen saliendo de los ascensores. "Venga, chicos, que la caravana ya cruzó por Miramontes", apremia. Su consorte, el único premio Nobel de la lengua portuguesa, se vuelve y pregunta: "¿dónde está Manolo?". Detrás de él, Vázquez Montalbán se da un abrazo con Gianni Miná y ahora el que falta es Miguel Ríos, a quien Laura Lara, la experta en relaciones públicas de Alfaguara, llama por un teléfono celular.
Marina, la hija de Paco Ignacio Taibo II, resuelve que dada su magnitud, la comitiva tendrá que viajar en coches-sardina, sentados los más sobre las rodillas de los menos y, cuando todos acuerdan, ya van sobre el Paseo de la Reforma, tan vacío, tan fresco en la luz dominical. Diez minutos más tarde, al pie de la torre que lo alberga, Joaquín Sabina entra medio dormido en el auto del hijo mayor de Ricardo Rocha y, más blanco que un vestido de novia, de lentes negros y barba de candado, enciende un cigarrillo y recibe el peso de Jimena, su novia, antes de cerrar la portezuela y decir: "pero no son horas de hacer la revolución. ¿por qué tan temprano?".
Ante Pilar del Río y su hermano Angel, que ya están acostumbrados, pero todavía no lo pueden creer, el río humano que desfila por el Zócalo forma remolinos cuando Saramago se apea y de inmediato es aclamado como si fuera una estrella de rock. "¿No es increíble? La gente lo reconoce a primera vista. Esto no es normal que le suceda a un escritor", observa Marissa, amiga de todas las celebridades que caminan sin que el público repare en ellas. "Es como si Joaquín y yo fuéramos de Los Pecos", dice Miguel Ríos, acordándose del grupo musical más chafa que existe en la península ibérica.
Ana Lilia Cepeda, directora de Comunicación Social de Andrés Manuel López Obrador, saluda alegremente a sus visitas y les ofrece lo único que tiene para ellos: los balcones que dan al Zócalo. Son las 12 en punto en el reloj de la Catedral. Abajo, las dos terceras partes de la plancha contienen, pero no sujetan, a las primeras 80 mil personas que prefirieron madrugar para no perderse la fiesta, habida cuenta de que los zapatistas nunca avisaron a qué horas pensaban llegar. A diferencia de todos los mítines de izquierda, aquí no hay contingentes organizados, sino ciudadanos que acudieron por su cuenta y riesgo, sin partido ni sindicato ni corporación que los trajera. Esto es insólito. Y siendo tan "poquitos" como son, constituyen ya una respetable multitud que por sí sola representaría un exitazo en cualquier tipo de concentración electoral.
Vista desde arriba, la alfombra humana recorta una M ante el templete vacío al que subirán los rebeldes y que los aguarda bajo el rayo del sol, bajo una manta que dice: "Bienvenido EZLN. Nunca más un México sin nosotros". Inexplicable, escandalosa por oportunista, junto a la gran tarima hay otra manta cuyo mensaje repugna: "CGH-EZLN". Por fortuna será suprimida minutos antes que los zapatistas aparezcan en la plaza, trepados sobre la plataforma de un tráiler en la que vienen desde Xochimilco saludando a la ciudad, retando a los francotiradores y avergonzando a quienes suelen desplazarse en coches blindados.
A las 2:22, que lo anote la historia de nuevo, los comandantes y el subcomandante pisan el escenario desnudo, mientras el Zócalo sufre una transformación: la multitud se comprime, se distribuye por las laterales de la plancha y las cadenas humanas de la sociedad civil, brazo a brazo, aumentan mágicamente. Para el hijo de Vázquez Montalbán, que forma parte de una de ellas, de pronto hay "hasta siete cinturones de seguridad", porque, dice, "donde queda una separación de 50 centímetros entre dos personas, llegan tres más a cubrir el hueco".
La gente ha respondido a la petición que Marcos elevó la noche del jueves en Milpa Alta. "Sólo queremos pedirles que nos cuiden", dijo entonces, y este domingo en la mañana hay quienes incluso disputan a golpes su lugar en las filas protectoras. "Esto es sobrehumano", dirá Saramago. "Lo que han logrado sobrepasa cualquier cálculo de la imaginación".
En las ventanas y terrazas de los dos hoteles que miran de frente al Palacio Nacional, las agencias internacionales de noticias y otras importantes personalidades afines al zapatismo alquilaron habitaciones con un mes de antelación. Si en el edificio del GDF se encuentran las más gloriosas plumas de la peninsula ibérica, en los hoteles conviven las estrellas de la inteligencia francesa: el sindicalista Joseph Bové, el escritor Yvon Le Bot, el director de teatro Jacques Blanc, la ex primera dama Danielle Mitterrand, los cineastas Carmen Castillo y Patrick Grandperret, pero también el pacifista estadunidense Peter Brown. Y abajo, representados por una manta que dice "Todos somos indios del mundo", están los activistas de la asociación Ya Basta, a quienes el orador del Congreso Nacional Indígena hará una mención especial, porque en opinión de esta crónica son los dignos sucesores de los irlandeses que integraban el Batallón de San Patricio.
Una vez que todo haya finalizado para comenzar, ahora sí, la etapa más seria e importante de esta lucha, Saramago, Vázquez Montalbán, Mguel Ríos y el poeta Juan Gelman ?que se añade al grupo? coincidirán en que fue una vergüenza la actitud de las dos mayores cadenas de televisión, que censuraron la histórica concentración en apoyo de los más pobres entre los pobres.