Terrorismo
Terrorismo contra terrorismo

Por: Abdel M. Fuenmayor P. (Profesor del Postgrado de Sistemología Interpretativa de la Universidad de Los Andes, en Mérida-Venezuela)
Año 1998. Difundida por: "Argentina Derechos" (argentina@derechos.net)
"El poder cree que las convulsiones de sus víctimas son ingratitud."
Rabindranaz Tagore (Pájaros Perdidos).

I

La palabra terrorismo tiene en el Diccionario de la Lengua Española (Diccionario de la Academia de la Lengua, XXI Edición) dos acepciones:
  1. Dominación por el terror, y

  2. Sucesión de actos de violencia para provocar el terror.

El terrorismo es uno de los más horribles crímenes, porque las víctimas suelen ser inocentes, y la agresión no tiene por objeto la venganza, el castigo o la eliminación física de una o varias personas, cualquiera que sea la razón para ello, sino, como reza la definición del Diccionario, infundir terror para lograr por este medio un fin --generalmente político-- que no guarda (o sólo lo hace incidentalmente) relación con las posibles víctimas. La víctima, en este caso, es sólo un instrumento para otros propósitos, y ese instrumento (la aniquilación de una, algunas o muchas persona) es objeto del más despiadado e inhumano tratamiento.
El terrorismo, en consecuencia, es un acto que de modo absoluto atenta contra cualquier idea de humanidad, justicia, convivencia, compasión o respeto hacia la persona humana. Los actos terroristas son abominables, sin justificación bajo ningún concepto. Representan el más radical anti-humanismo.

Pero no todo acto terrorista posee igual significación desde un punto de vista ético o político. Si bien todos son igualmente repudiables, no todos lo son en igual medida. En efecto, los acontecimientos de las últimas décadas permiten distinguir dos tipos de terrorismo: el terrorismo de grupos, facciones o individuos en rebeldía y en minusvalía, y el terrorismo que proviene del Estado.
El primero es ilegal, clandestino, perseguido por el Estado como grave delito. Algunos han llamado a este tipo de terrorismo, pretendiendo justificarlo, "el arma de los débiles" o "el arma de los oprimidos".
Lo denominaremos, con el exclusivo fin de ahorrar repeticiones descriptivas, terrorismo subversivo. El segundo tipo es abierto, legalizado por el poder existente, impune (salvo cuando se dirige contra otro Estado y éste se encuentra en condiciones de responder a la violencia con efectos nocivos para el agresor), y ejercido con medios (recursos humanos, materiales y tecnológicos) mucho más potentes y efectivos en su capacidad destructora que los que suele utilizar el primer tipo.
A este terrorismo lo designamos como terrorismo de Estado. Los ejemplos de ambos tipos abundan a lo largo de la historia de la Humanidad. Han sido actos de terrorismo subversivo los que han cometido con frecuencia grupos fundamentalistas islámicos en Argelia e Israel; los perpetrados por las agrupaciones separatistas rebeldes en Irlanda del Norte y en España; los de una secta religiosa en el metro de Tokio, Japón, y la explosión de bombas en un edificio de Oklahoma City, EE.UU, en 1995.

Un ejemplo característico del terrorismo de Estado fueron las ejecuciones decretadas por Robespièrre durante la llamada Época del Terror de la Revolución Francesa. También son manifestaciones del terrorismo de Estado la detonación de bombas atómicas sobre las ciudades japonesas (que carecían de objetivos militares) Hiroshima y Nagasaki (1945), ordenadas por el presidente norteamericano Harry Truman durante la Segunda Guerra Mundial, cuyos efectos inmediatos dejaron varios cientos de miles de víctimas humanas calcinadas en cuestión de pocos segundos.
Igualmente han sido actos de terrorismo de Estado los bombardeos efectuados por Israel en territorios del Líbano y Palestina; la matanza, decretada por el Gobierno de Fujimori en Perú, de varios guerrilleros del grupo Tupac Amaru que tomaron la Embajada de Japón a comienzos de este año, etc. El fin de todos estos actos no se encuentra en las víctimas, las cuales sólo constituyen un medio: el fin es el de provocar el terror mediante el uso de la violencia asesina. El acto terrorista representa el más extremo desprecio por el ser humano.

El 7 de Agosto de este año (1998), el mundo de las noticias fue sacudido por la información sobre un acto de terrorismo subversivo que consistió en la detonación de artefactos explosivos en las embajadas norteamericanas de Nairobi (Kenya) y en Dar es Salaam (Tanzania), capitales de dos países del este de África. La respuesta del coloso del Norte no se hizo esperar: apenas pocos días más tarde, el pasado jueves 20 de Agosto, el presidente Bill Clinton ordenó un bombardeo con misiles de alto poder destructivo a sitios escogidos por la inteligencia militar de los EE.UU. en Jartum, Sudán, y en Afganistán. El pretexto esgrimido por los informadores oficiales norteamericanos fue el de que en estos últimos sitios funcionaba una fábrica de armas químicas (Sudán) y un refugio de terroristas (Afganistán).
El bombardeo fue una respuesta inmediata, sorpresiva, tomada sin consulta con la Organización de las Naciones Unidas ni con ningún otro organismo internacional. En ambos bombardeos hubo víctimas civiles (300, según la Radio Internacional de Francia), víctimas inocentes que nada o muy poco tenían que ver con los móviles de estas violencias. La acción de los EE.UU. fue un acto de terrorismo de Estado; una agresión inhumana, premeditada, criminal, contraria a toda noción de derecho y de justicia, que se exacerba en su evidencia monstruosa por la desproporción que existe entre los rivales en contienda. Los EE.UU., abanderados de los derechos humanos y que se han encargado de revestir de un halo de satanismo al terrorismo de grupos (terrorismo subversivo), no vacilan un segundo en cometer actos terroristas de mayor envergadura (terrorismo de Estado).

¿Cabe con toda propiedad la definición de terrorismo a los bombardeos ordenados por el gobierno de los EE.UU. a instalaciones o fábricas situadas en dos de los países más pobres del mundo? Un examen de la situación no puede conducir, por lógica, más que a una sola respuesta: evidentemente que sí.
En un artículo próximo analizaremos este asunto. Antes de terminar, sin embargo, es procedente mencionar de paso la cuestión del derecho que tiene un país de bombardear otro país por el hecho de que fabriquen armas químicas, o de que entrenen terroristas en su territorio.
¿No son o han sido, acaso, los EE.UU. el país que ha destinado las mayores sumas para la investigación y fabricación de armas de destrucción masiva, sean atómicas, químicas, biológicas o de cualquier otra índole? ¿No son los EE.UU. los que mayor número de fábricas de armas químicas o biológicas han tenido en el mundo? ¿Quién, por esa circunstancia, los ha atacado o, siquiera, denunciado ante organismos internacionales?
Los EE.UU., por otra parte, han entrenado en su territorio los más sanguinarios terroristas paramilitares, quienes tuvieron como misión el asesinato y la tortura de muchos latinoamericanos que, por las décadas de los 60 y los 70, propugnaban ideas socialistas, o se oponían a dictaduras militares en sus países de origen. Pero, hoy día, los EE.UU. se constituyen a sí mismos en guardianes mundiales de una "paz"--pax americana-- como ellos la entienden, impuesta de grado o por fuerza según sus condiciones, y ejercida para principal beneficio de la superpotencia norteamericana y de los otros pocos países que comparten con el gigante del Norte el dominio del mundo. No es un azar que casi inmediatamente después del bombardeo de misiles a Sudán y a Afganistán altos representantes de los gobiernos de Inglaterra (Tony Blair), de Francia (Jacques Chirac), de Alemania (Helmuth Kohl) y de España (José María Aznar) mostraran efusivamente su apoyo al acto terrorista del gobierno norteamericano.

I

"Calificaríamos de asesino a un juez
que tenga la osadía de condenar a un ciudadano
sin testigos que lo acusen y sin ley que lo condene."

(VOLTAIRE: La Princesa de Babilonia. Cuentos Escogidos).


En el capítulo anterior expusimos nuestro criterio acerca del significado (definición del término) de la palabra terrorismo, y propusimos una clasificación de los actos incluidos en este concepto.
Propusimos a continuación una clasificación de los actos terroristas según su procedencia:
  1. Terrorismo subversivo, comprendidos en esta designación los actos terroristas que provienen de grupos, sectas, asociaciones, organizaciones o personas aisladas, y

  2. Terrorismo de Estado, el ejercido por cualquier Estado.

El primer tipo, terrorismo subversivo, es el terrorismo clandestino, ilegal, perseguido y castigado severamente por el Estado o poder constituido. El terrorismo subversivo dispone siempre de menores recursos humanos, materiales y tecnológicos para ejercer la violencia que los que posee el Estado.
El segundo tipo, terrorismo de Estado, lo pone en práctica el Estado mismo, y entonces el terrorismo adquiere un carácter "legítimo" para ese Estado. Ambos tipos de terrorismo se caracterizan por que el fin de sus actos, el terror, no está determinado por el objeto directo de sus agresiones. Este objeto son las víctimas humanas (que muy rara vez faltan en los actos terroristas) y los destrozos materiales.

Víctimas y destrozos son apenas un medio para infundir el terror y no la finalidad en sí de los actos terroristas. Los seres humanos, en estos casos, pasan a ser, en su calidad de víctimas, meros instrumentos para lograr otros propósitos que son generalmente de carácter político, o, más precisamente, para obtener, sostener, asegurar o aumentar el poder, el prestigio o la riqueza material. Es fácil ver ahora la razón de que manifestemos nuestro incondicional repudio a estos actos terroristas, cualquiera que sea su origen, y que los consideremos como la expresión del más radical anti-humanismo.

Condenamos, pues, todo acto terrorista; pero, en la actual situación creada por el bombardeo decretado por el presidente Bill Clinton a lugares de dos de los países más pobres del mundo, Sudán y Afganistán, nuestra condena es mucho más enérgica por tratarse de un bombardeo llevado a cabo por la máxima potencia, hoy día sin rival en el mundo, en el terreno militar, tecnológico, económico y político. Consideramos el bombardeo a Sudán y a Afganistán como un acto criminal, que viola toda idea de justicia y de humanidad y las normas de derecho internacional más elementales. Más condenable todavía por cuanto que proviene de un país que se dice defensor de libertades, de derechos humanos, de paz y de justicia. Pasamos ahora a analizar las razones que nos dictan estos juicios:

  1. No ha habido intención alguna de parte del gobierno norteamericano de practicar un acto de justicia ante los atentados terroristas en contra de sus embajadas. Si así hubiese sido, los EE.UU. tendrían que haber ocurrido a organismos internacionales (Corte Internacional de Justicia de la Haya o cualquier otro tribunal internacional reconocido, Organización de las Naciones Unidas) para que, en primer término, investigasen los actos terroristas contra las embajadas, y juzgasen, dentro de los términos del derecho internacional, a los culpables.
    Eso hubiera sido justicia, y hubiera obedecido a lo pautado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (que, entre otras pautas, asienta que todo ser humano tiene, en caso de ser acusado de cualquier delito, el derecho a la defensa y a ser juzgado por sus jueces naturales y de acuerdo con la ley), declaración firmada por los EE.UU., quienes se han constituido --en los discursos, sólo en los discursos-- en el más ferviente defensor y propagandista de la mencionada Declaración.
    No ocurrió así. El gobierno de los EE.UU. se arrogó automáticamente la función de investigador, juez y ejecutor de la sentencia. Aplicó la ley del talión --que con tanta fruición practicaron en otra época en ese país-- sin juicio, sin contemplaciones y sin demoras. En realidad, fue más grave el desafuero: como en todo acto terrorista típico, no le importaron a los EE.UU. las trescientas (o más) víctimas inocentes --siempre las hay en estos casos-- que resultaron como consecuencia de su represalia. Fue un acto terrorista en la más pura acepción del término, acto de furor ciego, además de ser una injustificada agresión bélica a otros países, ex-colonias pobrísimas y afligidas por infinidad de males, que, por añadidura, no están en condiciones de replicar en igual forma.

  2. El objetivo del bombardeo ordenado por el gobierno norteamericano no fue inspirado por un deseo de castigo a los culpables, ni con el propósito de luchar contra el terrorismo de grupos (el terrorismo subversivo). En cuanto a lo primero, el gobierno norteamericano no tenía en ese momento ninguna evidencia de quiénes podrían ser los culpables de los ataques a sus embajadas a fin de que ellos, nada más que ellos, como corresponde en sana ley de justicia, recibieran el castigo -1-.
    Pero aun si hubiesen tenido sospechas acerca de los autores de los actos terroristas contra sus embajadas, no podían tener la seguridad de que tales sospechas correspondían a las realidades, y mucho menos de que los siniestros personajes terroristas habrían de estar en los lugares y horas del bombardeo represivo. Recuérdese que después de la explosión de un edificio en la ciudad de Oklahoma, algunos musulmanes fueron señalados como presuntos culpables, y posteriormente se comprobó que era un norteamericano resentido el autor del atentado. Con respecto a lo segundo (lucha contra el terrorismo subversivo), mal puede tratarse semejante acción del gobierno norteamericano de una forma de lucha anti-terrorista puesto que, a pesar de similares represalias cometidas por los EE.UU. en el pasado (bombardeo a Libia a finales de los 70), y de la misma conducta de otro país que le es afín (Israel contra el Líbano y Palestina), los actos terroristas han continuado, y no dan señales de disminuir en número o violencia. Si en Irlanda del Norte se vislumbra hoy día alguna esperanza de que cese el terrorismo, ello se debe al hecho de haberse rechazado la violencia (que hasta hace poco había sido la respuesta del gobierno inglés), y haberse tomado el camino del entendimiento y del diálogo.

    Es triste, por cierto, ver como altos representantes de los gobiernos de Inglaterra (Tony Blair), de España (José María Aznar), de Francia (Jacques Chirac) y de Alemania (Helmuth Kohl) han manifestado su apoyo irrestricto al salvaje acto terrorista del gobierno norteamericano. ¿Son todos estos personajes cortados por la misma tijera? Tal parece.

  3. Otro elemento justifica plenamente el calificativo de terrorista a los bombardeos norteamericanos a Sudán y Afganistán es el siguiente: al gobierno norteamericano se le hacía preciso, en su juego político, realizar un acto semejante.

¿Dónde? ¿Cuál? ¿Contra quién? Estas eran cuestiones secundarias.
Era necesario bombardear, sin importar mucho a qué y a quién. Es lo característico del acto terrorista. Una vez resuelto el bombardeo, las otras preguntas eran solamente cosa de estrategia: escoger lugares, hora, países y medios dependía del análisis frío de las ventajas y desventajas para la política exterior e interior del gobierno. Igual a como ocurrió en el caso del bombardeo a Libia, no podía el gobierno norteamericano esperar mucho tiempo o perdería la oportunidad de lograr sus objetivos de sembrar el terror.
Ya en esa anterior ocasión, por razones parecidas, el presidente Ronald Reagan ordenó la ejecución de un acto terrorista en Libia. Resultado de esa orden fue el bombardeo del palacio presidencial de este último país, y de tal suceso resultaron víctimas mortales inocentes, entre ellas una joven, apenas una adolescente, hija del mandatario libio. La aparente justificación de este bombardeo fue la ejecución de un atentado terrorista contra una discoteca en Alemania en el que resultaron muertos algunos soldados norteamericanos.
Este atentado fue atribuído por el gobierno de los EE.UU. a terroristas libios apoyados por el mandatario de este país africano. Esta acusación nunca fue comprobada mediante el juicio correspondiente. Si fue una equivocación (y también si no lo fue), ese "pequeño" error del gobierno norteamericano costó la vida de varias personas inocentes. En el caso que hoy comentamos, las noticias divulgadas hasta el momento ofrecen indicios de que la presunta fábrica de armas químicas destruida pudiera haber sido una fábrica de productos farmacéuticos.

Según declaraciones del gobierno de Sudán y del dueño de la empresa (y ambos aseguran poder demostrar la veracidad de sus afirmaciones ante la ONU o cualquier organismo internacional), la fábrica (SHIFA) bombardeada en la ciudad de Jartum del Sudán --país pobrísimo donde el hambre y las epidemias hacen estragos en la población-- daba empleo a 3000 obreros que hoy están cesantes, y producía más de la mitad de los productos farmacéuticos que se consumen en el país, entre cuyos productos figuraba una droga antipalúdica que se utiliza para el tratamiento de uno de los numerosos flagelos que diezman esta desdichada población -2-.

¿Qué persigue el gobierno de los EE.UU. con estos actos terroristas? Es tan obvio que no se trata de aplicar la justicia ni de erradicar el terrorismo subversivo (intención probablemente ilusa en un mundo dividido por profundas desigualdades e injusticias), que una no despreciable proporción de ciudadanos de ese país creen que el motivo real de la decisión del presidente Bill Clinton fue el de desviar la atención del escándalo que han promovido sus devaneos amorosos extra-matrimoniales.
No es improbable que algo de esto esté mezclado, pero el asunto es mucho más importante. Para la alta dirigencia norteamericana, se trata de mostrar ante el mundo entero el inmenso poder de los EE.UU.; se trata de no dejar ni un resquicio de duda con respecto a quién tiene la sartén por el mango en el planeta en que habitamos; se trata de imponer el dominio y exhibirlo arrogantemente y sin rubor alguno; se trata, en fin, por el terror, de poner en evidencia la apabullante capacidad tecno-bélica norteamericana para que nadie --ni desarrollados ni subdesarrollados o atrasados-- puedan dudar acerca de quién es el amo. Los blancos y países elegidos para los bombardeos corresponden a la perfección a intereses políticos, económicos y estratégicos de los EE.UU.
Todo esto, por supuesto, contradice el habitual discurso de los funcionarios gubernamentales de los EE.UU. y su falsa prédica acerca de la defensa de la democracia, de los derechos humanos, de la paz y de la justicia. Bien puede decirse, parafraseando al sociólogo Robert Merton (Teoría y Estructura Sociales): "El brillo de sus palabras no está respaldado por el oro de sus acciones".

Las recientes declaraciones de la Secretaria de Estado norteamericana, Sra. Madeleine Albright --versión norteamericana de la "dama de hierro" inglesa-- que advierten sobre posibles ataques de los EE.UU. a países que alberguen, protejan o den asilo a terroristas, pone de manifiesto que los terribles misiles norteamericanos pueden abatirse sobre el terreno de cualquier país, en cualquier parte, a cualquier hora y sin previo aviso, especialmente sobre el de las naciones pobres e indefensas del planeta. Nuestros países latinoamericanos, donde florece la miseria, y con ella los males que usualmente la acompañan: grupos guerrilleros, narcotráfico y crimen organizado y no organizado, están particularmente expuestos a estos brutales ataques.
Estos terribles actos del terrorismo de Estado gozan, por desgracia, de la complicidad de los gobiernos de los otros países que se reparten la hegemonía sobre el mundo, y, también y más lamentablemente aún, de muchos de los que por su condición de representantes de países sometidos, explotados y potencialmente amenazados debieran repudiarlos (hasta ahora, después de un breve período de agitación noticiosa, sólo el silencio, de medios de divulgación y de organismos internacionales, ha seguido al bombardeo norteamericano).

El gobierno de los EE.UU. ha llegado a ser, así, el principal terrorista en este mundo de terror que hoy nos toca vivir. Sus represalias terroristas (terrorismo de Estado) no son arma de lucha contra el terrorismo de grupos (terrorismo subversivo). Por el contrario, exacerban este último; suman a la propia población norteamericana --que espera represalias-- en el temor y el desasosiego (los cuales propician la manipulación de la opinión pública y la arbitrariedad que provienen del poder del Estado), y estimulan complicaciones internacionales que acentúan las contiendas, las rivalidades y las tensiones en un mundo que ostenta señales, no de un nuevo orden internacional, sino de un caos geopolítico planetario -3-.

NOTAS
-1- En una publicación fechada el 17-08-98 (tres días antes del bombardeo a Sudán y Afganistán), Johanna Macgeary, corresponsal de la revista norteamericana TIME, afirmó ("Terror in Africa", Vol. 152, Nº 7, pp. 12-15) que hasta ese momento no existían evidencias para implicar en los atentados a las embajadas norteamericanas a ninguno de los 200.000 terroristas o 3.000 grupos sospechosos que tenían registrados en sus bases de datos computorizados los agentes de inteligencia, aunque tampoco habían podido descartar a ninguno de ellos.

-2- Valga mencionar que las grandes transnacionales productoras de medicamentos no parecen estar interesadas en fabricar drogas antipalúdicas, porque sus compradores potenciales --personas pobres de pueblos pobres-- carecen de medios para pagarlas. Es lo que se desprende de la declaración hecha por el ex- director de producción de la Pharmaceutical Ciba-Geigy en una entrevista efectuada por la revista norteamericana Newsweek a este personaje.

-3- Los datos que figuran en este artículo acerca de los cuales no se suministra procedencia en el texto fueron tomados de emisiones de noticias por televisión de la agencia CNN durante los días siguientes al bombardeo de los EE.UU. a sitios del Sudán y de Afganistán.