Estimado Secretario General:
Los premios Nobel de la Paz que suscribimos hemos llegado a Nueva York
para expresar nuestro rechazo a las acciones militares iniciadas el día
de ayer como represalia por los ataques terroristas del pasado 11 de
septiembre, y entregar el pronunciamiento conjunto -en el que hemos unido
la voluntad de ocho de nuestros colegas- en el que expresamos que la
violencia no se combatirá con más violencia y reclamar a la Asamblea
General de las Naciones Unidas, reunida aquí, que evite más dolor y
asegure una paz fundada en la justicia y la libertad, haciendo prevalecer
el orden jurídico e institucional en el que hoy se funda la convivencia
entre las naciones.
A tiempo de reiterar nuestras condolencias y solidaridad con las víctimas
de la tragedia, sus familias y a todo el pueblo de Estados Unidos y
nuestro rechazo al terrorismo en todas sus formas y en todos los tiempos;
expresamos nuestro profundo rechazo a la doble moral que propicia la
agresión militar apoyada en operaciones humanitarias, que dejan sin hogar
a miles de hombres, mujeres y niños en Afganistán, agudizando el desastre
humanitario sin resolver las causas del conflicto; y hacemos un llamado a
buscar justicia, no venganza.
Este crimen ha puesto a la orden del día la necesidad de contar con los
instrumentos jurídicos internacionales necesarios para que sus
responsables sean investigados, llevados ante tribunales competentes y
sancionados, como parte de la reparación indispensable a las víctimas. A
fin de impedir que se continúen cometiendo crímenes aberrantes en nombre
de la libertad y a la sombra de la impunidad, hacemos también un
llamamiento a fortalecer la jurisdicción universal para el juzgamiento de
crímenes contra la humanidad y al pronto establecimiento del Tribunal
Penal Internacional.
Expresamos nuestra convicción de que los acontecimientos recientes
reclaman una reflexión más global sobre las múltiples inequidades e
injusticias que alimentan la impotencia y la desesperanza, y cobran miles
de vidas diariamente. La lucha debe librarse contra la bomba silenciosa
del hambre,la pobreza y la exclusión social, que representa una situación
de injusticia estructural política y económica que hoy sufren la mayoría
de los pueblos del mundo.
Ninguna acción bélica puede ser desatada unilateralmente por ningún país
o grupo de países al margen de las decisiones de los organismos
pertinentes de las Naciones Unidas.
Hemos llegado hasta aquí no sólo a exigir una actitud reflexiva pero
firme,sino a ofrecer nuestro concurso para posibilitar que la paz sea
impuesta no sólo como un imperativo moral sino jurídico, denunciando lo
absurdo de cualquier carrera armamentista y evitando que la guerra
continúe operando como motor de la economía y la construcción de nuevas
hegemonías.
Reivindicamos un orden plural y democrático, respetuoso de la dignidad de
todos los pueblos y las culturas, por lo que denunciamos como ilegítimo
todo intento de recortar y condicionar las libertades de cualquier
pueblo,confundiendo disidencia pacifista con traición, en nombre de la
seguridad.
Hacemos nuestro el llamado del secretario general de la ONU ante la
reciente Conferencia Mundial contra el Racismo para que desde la sociedad
civil surja un movimiento mundial contra todas las formas de
discriminación y exclusión,y urgimos a todos los Estados a reafirmar el
compromiso asumido en la declaratoria del Decenio por una Cultura de Paz
y No Violencia para los Niños del Mundo, para construir una convivencia
respetuosa y fraternal entre todos los pueblos.
Instamos a la Asamblea General a establecer el inmediato cese de
hostilidades y establecer el marco jurídico y político para encontrar una
solución pacífica al conflicto.
Estamos convencidos de que hay alternativas a la guerra y que es posible
alcanzar el anhelo de paz que anida en los corazones de toda la familia
humana.
Otro mundo es posible.
Invitamos a los gobernantes del mundo a enfrentar
la violencia con la sabiduría y la ley; a los organismos internacionales
a respetar la naturaleza pacífica de su origen y su mandato; a no
secundar ninguna intervención militar ni a reducir su responsabilidad a
la atención de las crisis humanitarias provocadas por ellas; a las
iglesias a permitir que la bondad infinita de sus dioses cuide la vida y
la armonía entre todos los seres de la creación; a los maestros a
fomentar el respeto, la solidaridad y el pensamiento crítico; a los
medios de comunicación a evitar el alarmismo e informar con objetividad,
y a los jóvenes, a todos loshombres y mujeres de todos los pueblos, a
sumar su compromiso para la construcción de un mundo seguro y pacífico
para todos, un mundo justo para todos, un mundo digno para todos; en fin,
simplemente, un mundo para todos.
Mairead Corrigan Maguire, Adolfo Pérez Esquivel y Rigoberta Menchú Tum