Periódico de Trabajo Social y Ciencias Sociales Edición digital |
Por:
En
el (ahora mítico) primer número de Margen. Revista
de Trabajo Social, la generosidad de Alfredo Carballeda (y
también de Mariano Barberena) hizo posible la publicación
de un ensayo mío titulado Cada cual atiende su juego. La
contribución de las innovaciones a la ideología
tecnológica. Este escrito breve de hoy no es más
que una respuesta en una trama (ya histórica) de diálogo.
Respondo a una invitación de Alfredo, a la cual no podría
haber dejado de responder.
Hace 50 Números, en mi artículo abordaba el problema del déficit de los paradigmas en comunicación producido por fenómenos de personalización en la cultura mediática, y esbozaba los modos en que esos procesos contribuían a la instalación de una ideología tecnológica y a una consecuente despolitización de la sociedad. En mi artículo del Número 1 de Margen presentaba la flagrante ausencia de políticas culturales más o menos globales y lo concluía sosteniendo la existencia de algunas “orillas” de la penetración tecnológica, vinculadas a la comunicación popular de carácter resistencial.
Mostraba allí mi
espanto frente a fenómenos y experiencias como las radios
truchas, el video-reproductor, la sensación zapping, el
walkman, el video-clip, la cultura hi fi. Lo que no dice este escrito, pero de lo que evidentemente habla, es de las experiencias vividas en estos años, como una marca producida en la trama cuyos hilos son la historia colectiva y las biografías particulares, las grandes estrategias geopolíticas y las pequeñas tácticas (a veces de subsistencia) desarrolladas en nuestro pequeño hábitat. Habla, ojalá, de un crecimiento en sensibilidad y comprensión; un crecimiento que tal vez no coincida con una idea de “progreso”, pero tampoco con las obsesiones moralistas que persisten en denunciar las “deformaciones” de la cultura. Algunas coordenadas iniciales Deseo partir de una premisa y de dos derivas. La premisa es la que expresa Hannah Arendt en La condición humana acerca de nuestra vida misma (y no de una “naturaleza humana” esencial que es inexistente, o al menos no encuentra respuestas para el hombre). Para Arendt, “el mundo está formado de cosas producidas por las actividades humanas (que comprenden la labor, el trabajo y la acción, tanto en lo referido a los equipamientos materiales y los repertorios simbólicos, como en cuanto a la constelación de sentidos compartidos); pero las cosas que deben su existencia exclusivamente a los hombres condicionan de manera constante a sus productores humanos”. Condiciones que, no obstante su origen humano y su variabilidad, poseen el mismo poder condicionante que las cosas naturales. Y agrega que “ese conjunto de cosas formarían un montón de artículos no relacionados, un no-mundo, si no fueran las condiciones de la existencia humana”. La primera deriva es la de la escuela de los cultural studies (la Escuela de Birmingham, Inglaterra). En primer lugar, tenemos que prestar atención a la noción de “formación” expresada por Raymond Williams en Sociología de la cultura; allí dice que “formación es una forma de organización y autoorganización a la vez, ligada a la producción cultural”. Esto está relacionado con la idea de “formación” en el “Prefacio” del libro de Edward P. Thompson La formación de la clase obrera en Inglaterra; yo la voy a alterar y completar un poco. La idea es que “la formación es un proceso activo (y un producto siempre inacabado) que se debe tanto a la acción como al condicionamiento”. Es una mediación donde los condicionamientos producen la acción, pero la acción incide en los condicionamientos. Cuestión que vale tanto para las formaciones sociales, las formaciones culturales, como para la formación subjetiva.
La segunda deriva fue
asumida y compartida en un diálogo con mi maestro y amigo
Jesús Martín-Barbero en Bogotá, en su casa, hace
unos años. Él buscó una revista de hace unos
años para regalarme un artículo de José Joaquín
Brunner, donde dice que las ciencias sociales ya no alcanzan, ni en
su versión macro (la sociología) ni en sus relatos
micro (la antropología) a nombrar y comprender lo que ocurre
en nuestras sociedades. Las nuevas tecnologías y la transformación cultural y subjetiva Tenemos que afirmar que es imposible comprender el mundo de la vida actual (la cotidianidad familiar, el trabajo y la producción, la educación, la política, el sexo, el juego) sin admitir la mediación tecnológica, que se expresa tanto en los equipamientos tecnológicos como en las disposiciones subjetivas y perceptivas que aquellos condicionan y generan. Las tecnologías, producidas por las actividades humanas, a su vez condicionan constantemente a los seres humanos en las sociedades actuales. Ellas son un aspecto clave de la condición humana en cualquier momento de la historia y en cualquier geocultura. Subrayar el papel transformador de las nuevas tecnologías significa captar esa transformación en el momento y en el proceso en que se produce, en el tiempo en que experimentamos ese proceso en la forma de la “duración” (la durée de Bergson), y no tanto en el tiempo geométrico del cálculo. En los espacios tecnológicos adquieren relevancia dos conceptos centrales: el de “cultura mediática-tecnológica” y el de “tecnicidad”, para comprender las transformaciones culturales que se producen. Como sostiene nuestra amiga María Cristina Mata, el concepto de cultura mediática-tecnológica, alude a un diferencial de poder: a la capacidad modeladora del conjunto de las prácticas, los saberes y las representaciones sociales que tienen en la actualidad los medios masivos y las nuevas tecnologías. Esta cultura indica el proceso de transformación en la producción de significados por la existencia de esas tecnologías y medios que operan desde dentro de la cotidianidad. La tecnicidad es un organizador perceptivo que representa esa dimensión donde se articulan las innovaciones técnicas a la discursividad, como expresa Martín-Barbero. Este concepto permite alejarnos de considerar a la técnica como algo exterior o como vehículo, para entenderla como articuladora de los procesos de apropiación cultural. La técnica, entonces, no posee “efectos” instrumentales y lineales, sino que se articula en la cultura cotidiana, de modo de producir transformaciones en el sensorium (como lo señalaba Walter Benjamín), esto es, en los modos de sentir y percibir y en las formas de producirse la experiencia social. Necesitamos, para cualquier trabajo o práctica social, sobre todo en las que poseen propósitos formativos, hacer un constante y persistente reconocimiento del mundo cultural en que vivimos. En nuestras sociedades, es preciso reconocer algunas características producidas o articuladas con las culturas mediático-tecnológicas (especialmente entre los niños y los jóvenes). En primer lugar, con las nuevas tecnologías emergen nuevas disposiciones subjetivas y perceptivas producidas por la cultura mediático-tecnológica. Necesitamos reconocer ese nuevo sensorium en el que sobre todo los niños y jóvenes se mueven en diferentes planos, desde diversas formas sensibles, percepciones, gustos, modas, deseos, códigos y manifestaciones estéticas. Ellos ponen en crisis los sentidos racionales y ordenados de las prácticas sociales; reconfiguran esos sentidos y prácticas diseñadas preferentemente desde los parámetros de la razón y el orden del saber científico y tecnológico 1. Sería posible sostener que los jóvenes viven bajo el imperio de una cultura nomádica en los usos y gratificaciones, que está generando que los sujetos tengan una relación con la realidad parcialmente distinta a la que las instituciones pretenden inculcar entre los jóvenes. Lo que antes, en Margen 1, denominaba “sensacionismo”, hoy lo comprendo como “nuevo sensorium”.
La sociedad
mediático-tecnológica, por otro lado, ha introducido
mutaciones radicales en la producción y circulación de
los frames
o “modelos mentales”. Ha revolucionado su ecología.
La mayor parte de los frames
ahora circulantes en la mente de cada actor social están
sistemáticamente construidos y difundidos por alguna
tecnología específica. A través de ellos emerge
un proceso de producción y modelación incesante de
modos de
subjetividad,
cuestión que también impacta en la formación
subjetiva a través de la instrumentalización del
conocimiento, la separación entre conocimiento y liberación
social y la valoración del conocimiento en términos de
rendimiento inmediato en el mercado. Los medios concentrados
presentan un modelo de conocimiento impregnado de “tecnologías
morales”: un conjunto de técnicas, imágenes y
prácticas para producir determinadas formas de valor,
disciplina y conducta 2.
En este contexto, se
producen alfabetizaciones
múltiples
(o “posmodernas”, como las llama Peter McLaren). Sabido
es que la alfabetización es más que leer y escribir la
palabra sometida por la lógica escritural; es leer y escribir
el mundo. Sin embrago, solemos también aceptar esta premisa
anudada a una percepción única del mundo, como si se
tratara de un mundo casi estático y unidimesional. Se hace
cada vez más necesario hablar de alfabetizaciones múltiples
y formas diversas de “leer y escribir el mundo”. Lo que en el Nº 1 de Margen llamaba “fragmentación”, hoy lo denominaría “alfaebtizaciones múltiples”.
Las nuevas tecnologías
contribuyen a instalar nuevos sentidos del tiempo y el consecuente
desarreglo del “ser alguien” (también
vinculado con las inadecuaciones producidas por la pobreza y la
expulsión social). La referencialidad de los pares es más
fuerte que la de los mayores (padres o maestros); pero, además,
no tienen tanto valor ni el pasado ni el futuro,
sino únicamente el presente. Se trata, en definitiva, de una
visión “virtual” del tiempo y de la edad que
fomenta el “nomadismo social”, un proceso no unívoco
de entrada y salida de la juventud.
Las
culturas prefigurativas (denominación propuesta en 1970 por
Margaret Mead), como en el reloj digital (metáfora sugerida
por el catalán Carles Feixa), instaurarían una visión
virtual de las relaciones generacionales que invertirían las
conexiones entre las edades y se colapsarían los rígidos
esquemas de separación biológica. El reloj digital
traduce en la vida cotidiana las revolucionarias concepciones sobre
el tiempo implícitas en la teoría de la relatividad de
Einstein. Una de las características del tiempo digital
es que permite reprogramar constantemente el inicio, final, duración
y ritmo de una determinada actividad: se crea un auténtico
tiempo “virtual” cuya “realidad” depende del
ámbito en el que se produce. Los videojuegos, por ejemplo,
generan una espacialidad y temporalidad propias, que condicionan la
percepción social de los actores. Según la terminología
de Mead, en las culturas prefigurativas son los padres los que
empiezan a aprender de los hijos, que reconocen un nuevo referente de
autoridad, y dislocan las fases y condiciones biográficas que
definen el ciclo vital, suprimiendo la mayor parte de ritos de paso
que separan las generaciones. La cultura mediático-tecnológica y la formación
En nuestras sociedades
mediático-tecnológicas nos encontramos frente a una
situación evidente: la
existencia de múltiples polos formativos
(muchos de los cuales no tienen como función específica
educar) y, por tanto, de múltiples interpelaciones a los
sujetos. Junto con el polo escolar y el familiar, conviven hoy como
polos formativos e interpeladores al menos el polo callejero, el
comunal 4,
el mediático, el del mercado.
A mi juicio la llamada
cultura nomádica, debe referirse a los medios y nuevas
tecnologías, en cuanto forman parte de los múltiples
polos que, a la vez, interpelan a los niños y a los jóvenes,
y frente a los cuales ellos se mueven invirtiendo gusto, deseo,
expectativas, prácticas, quehaceres, de maneras simultáneas
e inmediatas. En una palabra, ya no hay referencias formativas
permanentes y únicas; todas ellas son transitorias y se
superponen entre sí en una experiencia nomádica. Una
muestra de esto es la novedosa posibilidad de cambios inmediatos,
donde el sujeto puede repentinamente fragmentar su visión y su
escucha. Esto se extiende al “mundo de vida” de las
generaciones jóvenes de hoy. Las identidades de los jóvenes se están formando, en parte, con los libros o revistas que leen, pero también en los programas de televisión que miran, en los hipertextos multimedia por los que navegan, en la música que escuchan y cómo la escuchan, en el tipo de películas que ven. Pero esos polos de identificacion representan también el papel que hoy juegan las nuevas formas de vivir lo social a través de lo comunitario, de lazos sociales experimentados en microesferas públicas, en microespacios de participación y solidaridad, pero también de resistencia frente al asechamiento depredador del neoliberalismo y la sociedad de los consumidores. En la cultura mediático-tecnológica y en esos polos, no es tanto la sociedad la que se pone en juego, sino más bien la socialidad, una vieja noción de Georg Simmel 5 que nos ayuda a comprender el valor de la experiencia de los lazos sociales, hoy, más allá o superando la trama mítica del “contrato social”. En las experiencias tecnológicas de socialidad –el blog, el fotolog, los foros, el chat, el wiki, etc.– es posible observar en quienes se comunican ciertos modos de identificación y formas de reciprocidad, característica de la sociedad.
Finalmente, los procesos
de comunicación y de formación subjetiva en la cultura
mediático-tecnológica, no están guiados por la
racionalidad de los “mensajes”, por muy movilizadores que
estos pretendan ser. Después de la marcha y concentración
en la Plaza de Mayo del día 18 de Junio, nos sentamos en un
pub de la calle Piedras (porque allí se puede fumar en esta
Buenos Aires neo-discriminadora) a tomar un café con varios
amigos, con fondo de música trip-hop y chill-out.
A diferencia de las producciones audiovisuales o mediáticas, con las nuevas tecnologías puede ocurrir que no haya propósitos definidos previamente por sus productores, ni lo que Stuart Hall llama “sentidos preferentes”. Es el caso de los entornos o los espacios tecnológicos, donde quizá su “sentido preferente” sea que los usuarios se muevan en él proponiendo sus propios propósitos. Y donde el espacio tecnológico, como todo espacio social, es diseñado por un autor, con sus características para recorrer, usar y crear, pero que es recorrido por los usuarios según diversos “horizontes de expectativas” (retomando una noción de Hans Jauss) y cuyo significado predominante es el otorgado por esos usuarios. ¿Son posibles las transformaciones sociopolíticas? La cultura es política. Decía Rodolfo Kusch que la cultura es un conjunto de estrategias para vivir. Las nuevas tecnologías, como conjunto de estrategias para vivir, pueden ser percibidas según una doble vectorialidad. Para Kusch, el pensar posee una doble dirección o vectorialidad. Hay un vector intelectual (representado por el orden racional) que ve objetos y decide cosas prácticas. Occidente ha creado incesantemente el objeto, a la vez que las determinaciones objetuales, constituyendo un “patio de los objetos” (que tantas veces condiciona los imaginarios sobre la eficiencia productiva o sobre la calidad educativa, por ejemplo, concibiendo a las tecnologías como objetos separados de la sociedad y los sujetos). Del otro lado, observa Kusch la existencia de un vector emocional, representado por una “racionalidad invertida” más que por la mera irracionalidad. Este vector carga al mundo de signos y lo puebla de dioses. Incluso, desde el vector emocional se resignifican los componentes del patio de los objetos. En nuestras culturas mestizas o híbridas, el vector intelectual no borra al emocional. Podríamos decir, con Kusch, que en los espacios tecnológicos hay un “área de la plegaria” que refigura la relación entre emociones y economía, dioses y razón parecen articularse en los espacios tecnológicos, o fagocitarse mutuamente. Los medios y las nuevas tecnologías de información y comunicación han producido cambios de tal magnitud, que lleva a los más optimistas, como Michel Maffesoli, a considerar que Internet es “la comunión de los santos” posmoderna, donde el posmodernismo es la sinergia entre lo arcaico y el desarrollo tecnológico. Una “comunión de los santos” que, con la llamada “sociedad de la información” (o, mejor, “del conocimiento”), produce la sensación de un nuevo “mundo común” a todos (kosmos koinon). Pero el crecimiento de esta macroesfera pública se encuentra con dificultades para trabajar la comprensión en la “sociedad del conocimiento”; una dificultad propia de las viejas industrias culturales mediáticas que se extiende a las nuevas de tipo multimedia. Las nuevas ramas de las industrias culturales de tipo multimedia alteran de manera sustancial el desarrollo de las capacidades intelectuales y el acceso a la información por parte de niños y jóvenes. Este nuevo ciclo expansivo y diversificado de la industria y el consumo cultural es importante no sólo porque aumenta el acceso a información para segmentos menos incorporados a la modernidad. También es clave porque el receptor es, muchas veces, consumidor y productor a la vez (o, cuando menos, un consumidor activo o procesador de información); porque está obligado a desarrollar habilidades intelectuales para poder manejar y absorber los nuevos bienes culturales y para producir o crear (pensamiento relacional, integración de múltiples conocimientos, autonomía); y porque debe aprender a discernir y seleccionar entre una gama muy amplia de oferta formativa e informativa (perspectiva multimedial, habilidades de búsqueda, acceso y almacenamiento).
La cultura se hace parte
de un mercado –el mercado de mensajes, o de intercambio
simbólico- en el que los productos son de rápida
obsolescencia y pasan de una mano a otra y de una ciudad a otra al
compás de la innovación tecnológica e
informativa. La información se hace tan accesible, inmediata,
variada y detallada que en todos los puntos de salida se tiene acceso
a la visión de conjunto.
También la
mediación mediático-tecnológica ha hecho
evidentes nuevas formas de control y disciplinamiento social y se ha
articulado con ellas. La sociedad de control, tan fuertemente
denunciada y cuestionada por diversos autores, revela no sólo
vigilancia social sino también disciplinamiento silencioso de
los cuerpos y las “anomalías” en una cultura
compleja. La multiculturalidad, admitida en el discurso, suele
anudarse a la desigualdad y a la exclusión social y ciudadana.
La vinculación con
la transformación “sociopolítica” de la
subjetividad tendría que pasar, entre otras cosas, por las
posibilidades de comprensión y de autonomía. La
comprensión, decía Martin Heidegger, abre al hombre un
campo de posibilidades para vivir. Sin embargo, las tecnologías, hoy y siempre, funcionan y se articulan como lenguaje, no porque “reflejen” la realidad, sino porque contribuyen a la interpretación de la vida y, al mismo tiempo, condicionan la experiencia social, tanto obturándola como haciéndola posible. Las nuevas formas de comprensión mediadas por las tecnologías parecen circular y construirse en el diálogo mismo entre distintos y distantes sujetos, al menos en algunos espacios tecnológicos de comunicación. Lo que permitiría admitir el crecimiento de la esfera pública y de nuevas formas de lo político. Algunos casos de vinculación de las nuevas tecnologías con procesos de transformación sociopolítica pueden observarse en América Latina, más allá de las ya míticas experiencias de los zapatistas. Muchísimos movimientos ciudadanos, comunitarios, sociales, populares, locales y globales, aparecen en el ciberespacio, utilizando programas, recursos y herramientas de Internet, como los e-groups, los messengers, Skype, irc, plataformas, blogs, fotologs, para comunicarse y organizarse, con una expectativa relacionada con la autonomía en medio de la sociedad del control. Más allá de los “usos” que hacemos y hacen de Internet, se generan apropiaciones sociales (vinculadas a la educación, la cultura, los microemprendimientos, la contrainformación, las identidades, etc.). Surgen redes y comunidades que participan y crean miles de websites, portales, nuevos contenidos y circuitos de comunicación 6 .
Entre
ellos, comunidades y organizaciones relacionadas con diversas formas
de visibilidad, organización y demandas sociales, como los
ecologistas, los
anarquistas, las feministas,
el ciberfeminismo,
los queer, los antimilitaristas, los antiglobalización, los
antidiscriminación, los movimientos populares, las comunidades
originarias, los sitios de contra-información (que han
tendido a visibilizar problemas, demandas y voces invisibilizadas,
enriqueciendo y haciendo más compleja la denominada “sociedad
de la información”), los
artistas, los movimientos juveniles. Una experiencia
significativa de articulación entre un movimiento social y las
nuevas tecnologías es la de la organización de los
pingüinos chilenos, los estudiantes secundarios (o
“pelados”) que se autoconvocaban a través del
mensaje de texto en los celulares o los blogs, y que fueron
produciendo relatos y narraciones de sus experiencias a través
de los blogs y del wiki. Formas de lo político en la
cultura, más allá de la institucionalidad de la
política general y de las políticas educativas. También es cierto que muchísimas organizaciones “de la sociedad civil” han sabido aprovechar las nuevas tecnologías como forma de hacerse visibles y vendibles, engrosando el mercado del “tercer sector”, cuestión que contribuyó fuertemente al neoliberalismo y su concepción de un “Estado-gerente”. Por lo cual la cuestión no se define lisa y llanamente por el uso de las tecnologías, sino por las articulaciones que estas poseen con nuevas modalidades de “hacer política transformadora”, con nuevas formas de comprensión del mundo y con nuevas maneras de la autonomía subjetiva. Nuevos sentidos de lo político, y la transformación Tanto los espacios tecnológicos como las prácticas socioculturales que representan y que desencadenan en la cultura mediático-tecnológica, podrían contribuir o articularse con procesos de transformación sociopolítica. La “transformación”, ya sea del orden cultural y subjetivo o del orden sociopolítico, no podría concebirse hoy cabalmente o integralmente sin referencia a las nuevas tecnologías. Por otra parte, la organización y autoorganización de nuestra subjetividad está ligada decididamente a la producción, circulación y uso de nuevas tecnologías, que condicionan la acción y que en cierto sentido la hacen posible. Esto implica que admitamos al menos cuatro hipótesis centrales:
En muchos de los espacios
y de las experiencias sociales mediadas teconológicamente
sería posible observar entre quienes se comunican cierto
sentido de pertenencia (y ciertos modos de identificación), un
reconocimiento mutuo de los sujetos y formas de reciprocidad, las
tres notas característica de la sociedad propuestas por Paul
Ricoeur en Caminos del reconocimiento.
Como la comprensión,
que puede tener como finalidad el orden y el control social o el
reconocimiento mutuo para la convivencia, las nuevas tecnologías
se orientan en los mismos sentidos. Pueden ser diseñadas para
controlar las relaciones sociales y, también, manipularlas.
Pero pueden significar la apertura de espacios para el
reconocimiento, la reciprocidad y las nuevas formas de convivencia y
articularse con los diversos modos de socialdad, de comprensión
liberadora y de autonomía subjetiva. Las nuevas tecnologías nos hacen evidente un mundo más complejo y fluido; también un mundo mucho más conflictivo, injusto e inhumano. Pero, en el mismo movimiento, nos muestran la posibilidad de un mundo más humano, no tan regido por la función ordenadora de la razón que nos ha llevado tanto al progreso como a la depredación y la destrucción. Al final, una deriva heraclítea Vivimos en una cultura compleja en la que se cruzan y se mezclan, no siempre de manera armoniosa, diferentes estrategias para vivir, que entran en conflicto unas con otras y hacen del mundo cultural un mundo confuso, cuya imagen representan especialmente los medios de comunicación y las tecnologías audiovisuales y digitales. Hay una imagen en el cuento “El Aleph”, del escritor Jorge Luis Borges, que considero rica para mirar nuestro mundo del siglo XXI. Dice allí: “Alanus de Insulis [habla] de una esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna”. Hablamos de un mundo descentrado, donde las prácticas, los saberes, nuestras experiencias, pueden ser caracterizadas como nomádicas.
Hace más de 25
siglos, el oscuro y enigmático Heráclito de Éfeso
intuyó que si existe la realidad, esta es un incesante
devenir: “Diversas aguas fluyen para los que se bañan
en los mismos ríos” (frag. 12); si hay algo
permanente o una realidad común, es el permanente fluir. “Las
cosas se dispersan y se reúnen de nuevo, se aproximan y se
alejan” (frag. 91). Heráclito percibe que el cambio no es otra cosa que el resultado de las relaciones entre los elementos contrapuestos: “Todas las cosas se originan en la discordia” (frag. 8); y dice: “Pólemos pater panton” (frag. 53): la guerra es el padre de todas las cosas. Es algún antagonismo, y no un contrato ficticio, el que da origen al devenir; pero el devenir no es uno solo, así como los antagonismos son múltiples: “Lo frío se calienta, lo cálido se enfría; lo húmedo se seca, lo seco se humedece” (frag. 126); por la muerte surge la vida (frag. 62); “lo vivo y lo muerto, lo despierto y lo dormido, lo joven y lo anciano” (frag. 88). Esos opuestos, en el devenir, más que reconciliarse anulando sus antagonismos, se hibridan y, al hacerlo, también cambian. Dicho de otra manera, “Lo contrario se pone de acuerdo, y de lo diverso, del devenir, (surge) la más hermosa armonía” (frag. 8), como si en la dispersión y en la discordia fuera posible, en fin, la sincronicidad y cierta empatía.
Ante el devenir
constante, Heráclito propone un programa de conocimiento:
“Agkíbathin” (frag. 122), traducido como
“Aproximarse sin nunca llegar”. Literalmente, el
término significa: “profundo desde la orilla”;
algo que parece contradictorio, pero que adquiere la envergadura de
cierta hibridación de percepciones contrarias frente a lo que
deviene, a lo que fluye, a lo que se escapa, se dispersa y se mueve
permanentemente.
Aproximarse sin nunca
llegar porque “A la naturaleza le place el ocultarse”
(frag. 123). En el devenir no es ya lo evidente (el objeto) lo que
cobra visibilidad y cognoscibilidad, sino la fugacidad y dispersión
del proceso, que se hace visible y se oculta en un mismo movimiento.
Y este posicionamiento gnoseológico resulta coherente con su
intuición sobre el ser humano: “Ethos anthropos
daímon” (frag. 119), un fragmento hermético y
polisémico, cuya traducción literal puede confundirnos:
“El carácter es, para el hombre, su demonio”,
como si hablara de algo del orden de la psicología.
La vida, decía
Ernst Cassirer, hubiese sido más armoniosa sin el fantasma del
progreso y el futuro. Nuestra experiencia es otra: la de un presente
perpetuo, la del nomadismo y la dispersión, la de una diáspora
que hibrida en el cierto “mero estar” aquí,
múltiples territorios que nos exilian.
NOTAS 1 Los grandes cambios socioculturales no son un asunto meramente subjetivo; frecuenemente son producidos a partir de nuevos equipamientos tecnológicos. Ya en otros períodos de la historia ha sido posible observar los modos en que novedosos equipamientos tecnológicos produjeron nuevas disposiciones subjetivas y perceptivas. Hannah Arendt ha mostrado cómo el telescopio, por ejemplo, produjo una nueva forma de ver el universo y el mundo y una nueva modalidad de situarse en él. Tanto, que no hace falta mirar el cielo por el telescopio para incorporar la idea de inmensidad del universo y globalidad del mundo. Nacemos en una cultura donde el imaginario de inmensidad o infinitud del universo y de globalidad del mundo ya no dependen del aparato técnico, aunque las disposiciones perceptivas y subjetivas se hayan generado a partir de su mediación tecnológica. 2 Para algunos autores (como Peter McLaren) esto termina alentando y produciendo verdaderas “identidades de mercado”, sobre la base de la zonificación y segmentación del espacio subjetivo, y también a partir de los dispositivos del marketing, que opera dividiendo la sociedad en segmentos o subgrupos (cada uno caracterizado por actitudes, comportamientos y estilos de vida) y produciendo deseos forjados por demandas de mercado. El mercado asume el lugar de vacancia de la política: produce primero un sujeto, que luego es el objeto de la interpelación ante la cual ese sujeto se reconoce. 3 Es interesante observar, sin embargo, que muchos blogs o publicaciones en la web quedan atrapadas por las coordenadas de la lógica escritural, secuencial, ordenada de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo, propia de la alfabetización moderna. Son escasos los diseños que aprovechan las riquezas hipertextuales y las lógicas diferentes de las alfabetizaciones posmodernas. Quiero sugerir como ejemplo del primer caso a los periódicos o a muchos blogs personales, que a veces enriquecen el “ver” con fotografías y videos; como por ejemplo el blog de nuestra compañera y amiga Caro Irschick, www.tomateuntere.blogspot.com. Como ejemplo del segundo caso propongo mirar la web de nuestro compañero Joe Nazaruka, www.joenazaruka.com.ar, quien ha diseñado de un modo no escritural nuestra Revista virtual Nodos de Comunicación/Educación, del Centro que dirijo en la UNLP, www.perio.unlp.edu.ar/nodos. 4 Aunque de manera prematura, estamos en proceso de distinción conceptual entre lo “callejero” y lo “comunal”. Tales denominaciones designan dos tipos de enlazamientos sociales, que se evidencian como relativamente contrarios en la medida en que el imaginario hegemónico los ubica en la formación social. Si bien ambos se articulan con residuos culturales no modernos (cfr. Huergo, 1998), por “callejero” se entiende cierta emergencia de lo bárbaro, lo desordenado, lo anómalo, construido como objeto de “pánico moral” (como, por ejemplo, las bandas juveniles); mientras que lo “comunal” designa modos comunitarios de agruparse y de presentarse públicamente, por parte de sectores perjudicados o invisibilizados por los modos neoliberales del contrato social (como, por ejemplo, los desocupados). De cualquier modo, ambos son objetos de diferentes modos de represión. 5 La socialidad, según Simmel, no hace más que sugerir la existencia de una sociedad fragmentada, donde “la sociedad”, como representación imaginaria que contiene la totalidad de las variedades y la cristalización de la mutabilidad de toda/cualquier “sociedad”, parece imposible. 6 Muchos de esos movimientos y esas redes se proponen potenciar una “Internet para el desarrollo humano”; propiciar “un nuevo tipo de asociación en la era digital”, para vincular a organizaciones de comunidades, grupos, pueblos, ciudades, para proyectarse a través de la interacción y cooperación con otras redes (sociales, productivas, educativas, etc.); favorecer la conectividad social, para la articulación colectiva y la incidencia en las realidades concretas; fomentar la coordinación de acciones y articular relaciones sociales según las necesidades, expectativas, intereses y aspiraciones de los diferentes actores, grupos y comunidades, en diferentes niveles y esferas del espacio público. 7 Una finalidad que no se ha completado o que, en definitiva, se ha encontrado con una consecuencia indeseada. A. Tocqueville observaba con preocupación en 1835 que “con la creciente industrialización, de estar situadas ‘fuera’, las masas se encuentran ahora ‘dentro’ de la sociedad, disolviendo el tejido de las relaciones de poder y erosionando la cultura”. 8 Debemos admitir que muchos de esos micro-conflictos fueron deliberadamente alentados por el Partido Republicano de la era Bush (padre e hijo), tal como lo muestra Ana Ezcurra, de manera de hacer compatible y aceptable la relación (también imaginaria) entre seguridad nacional y libertad particular. De todas formas, muchos de ellos recorrieron caminos resistenciales en sus trayectorias posteriores. * Datos sobre el autor: * Jorge Huergo Profesor en Filosofía y Pedagogía y Magister en Planificación de la Comunicación (UNLP). Profesor Titular de Comunicación y Educación, Director del Programa de Investigación y del Centro de Comunicación y Educación (UNLP). Asesor de la Dirección de Educación Superior de la DGC y E de la Prov. de Buenos Aires. Miembro pleno de la Asamblea del Instituto de Cultura Popular (INCUPO) y miembro de la Coordinación Nacional de los Seminarios de Formación Teológica (en la línea de la Teología de la Liberación). Volver al inicio de la Nota |
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