El mate enfrenta al liberalismo
Capítulo 9
La República del Paraguay en 1862

Esta es una semblanza del Paraguay antes de ser atacado por el imperialismo inglés y su brazo armado constituido por los ejércitos de Brasil y Argentina.


La República del Paraguay en 1862
Por José María Rosa

Paraguay era rico, riquísimo. Sus inmensos yerbatales y tabacales abastecían la mayor parte del consumo del sur del continente, y sus maderas valiosas se exportaban a Europa, donde alcanzaban alta cotización. Eran bienes del Estado en su mayor parte, pues la propiedad particular era escasa en esa inmensa republica que pasaba de millón y medio de habitantes; la misma población de la vecina Republica Argentina. La tierra era publica en su casi totalidad, arrendándose en lotes. Los pocos propietarios eran paraguayos nativos, pues la ley impedía a estos el dominio del suelo; el comercio exterior (exportaba por millón y medio de pesos anuales, mientras importaba por sólo ochocientos mil) era exclusivo monopolio del Estado.

En consecuencia de una balanza comercial favorable entraba oro por setecientos mil pesos anuales en las cajas de la republica. Por el solo rubro del comercio exterior. Esa riqueza se traducía en mejoras que hacían de Paraguay el Estado más prospero de Sudamérica: el ferrocarril a Trinidad, inaugurado entonces por el ingeniero Thompson que se prolongaría a Paraguay y a Itapuá; una numerosa flota mercante que paseaba la bandera tricolor por los ríos y mares (se estudiaba una línea de buques a vapor entre Asunción y Londres con escalas en Buenos Aires, Montevideo y Río de Janeiro); y el telégrafo construido por el alemán Trinfeldt, que unía la capital con Humaitá y Paso de la Patria.

Era un verdadero estado socialista la paternalista Republica del Paraguay; “La mayor parte de la propiedad rural –informa el cónsul ingles Henderson en 1855– es del Estado, de 80 mil yardas de maderas llevadas a Europa, 50 mil son del Gobierno. Las mejores casa de la ciudad pertenecen también al gobierno, y éste posee valiosas granjas de cría y agrícolas en todo el país”.

La afluencia de dinero ha modificado a Asunción. En 1862 es una ciudad moderna, de calles bien delineadas y cuidada edificación, sin perder su fisonomía tropical: el Teatro, el Club Nacional, el Oratorio de la Virgen construidos por el arquitecto italiano Ravizza contratado por el gobierno, y el Palacio Nacional delineado por el inglés Taylor que lucía esculturas de piedra debidas al cincel de Moyniham, son de belleza severa. Pero también ha crecido en cultura a pesar que desde los tiempos misioneros ha sido una tierra “donde todos saben leer y escribir”, como decía Alberdi en 1862. Gracias a los desvelos de don Carlos, la instrucción media y superior se ha desarrollado considerablemente: la Escuela Normal, fundada por el español Bermejo, es un modelo en América; se hacían estudios intensivos de gramática, matemáticas, historia, lógica, catecismo, en la de matemáticas de Pedro Dupuy se profundizaba el conocimiento de las ciencias exactas; en el Colegio Seminario del padre Maíz se deban lecciones de Filosofía y Teología. Si corta vida tuvo el Aula de Derecho, creada por Juan Andrés Nelly, más tiempo sobrevivió la Academia Forense de Zenón Rodríguez. Dos escuelas de niñas, regentadas por Edugivis de Rivière y Dorotea Duprat, educaban a las mujeres paraguayas. Y la Escuela de Impresores y Litógrafos de Carlos Rivière impartía una inapreciable enseñanza profesional.

No terminaba en la Escuela Normal ni el Seminario, la Academia Forense o la Escuela de Matemáticas, la educación de los jóvenes paraguayos. Quienes se habían distinguido en ellas, eran mandados por el gobierno a perfeccionar sus estudios derecho, medicina, ingeniería o humanidades en las universidades europeas. Por una ley de 1858, dieciséis jóvenes optaban anualmente a las becas.

Paraguay carecía de deuda exterior. Y por su inmensa riqueza la emisión de 200.000 pesos en papel, sola moneda circulante, se mantenía a la par (5,10 francos por cada peso paraguayo). Era un modelo en América la Republica Paraguaya, donde la vida era sumamente fácil con la sola condición de haberse tenido la dicha de nacer allí y prestar en forma de trabajo manual, de labor intelectual o de tareas militares, su parte de servicio a la comunidad.

José María Rosa
(Rosa, J. M. 1985. La guerra del paraguay y las montoneras argentinas. Hypamérica. Buenos Aires)


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