Guerra contra los chicos
Milagros económicos, escuadrones de la muerte y candidatos en venta

Por: James Petras
25 de agosto de 2001. Difundida por: USA Today / El Mundo (España)
En el mundo de los medios de comunicación hay tres temas principales sobre Estados Unidos: el milagro económico, las elecciones a la presidencia y los 1.300 millones de dólares de ayuda militar a Colombia. En todos ellos, el tratamiento periodístico contiene gran cantidad de información incorrecta sobre la economía y la política del país. Por ejemplo, la mayoría de los medios explican la década de crecimiento económico de EEUU en función de la «revolución informativa» y de la tecnología de la información. Sin embargo, Japón lleva diez años estancado a pesar de haber robotizado su industria y de haber aplicado la misma tecnología de la información, que en Europa sólo ha significado un crecimiento igualmente lento.

El «oscuro secreto» del «milagro económico» de Estados Unidos no se encuentra en la alta tecnología, sino en la intensificación de la explotación y del control absoluto de los trabajadores en toda la red laboral.
Alan Greenspan, presidente del Banco Central de EEUU (la Reserva Federal) lo dejó bien claro en julio, cuando declaró que la gran ventaja de Estados Unidos sobre Europa y Japón consiste en que las empresas estadounidenses tienen mayor libertad para contratar y despedir a los trabajadores. Las empresas de EEUU no sólo despiden con más facilidad que las europeas, sino que el despido es mucho más barato: pagan indemnizaciones mínimas o ninguna en absoluto.
Según Greenspan, la «falta de rigidez laboral es el secreto del milagro estadounidense». Pero la «rigidez laboral» en Europa significa que los trabajadores disponen de 4 a 6 semanas de vacaciones, en lugar de una o dos semanas como en EEUU; significa que existen impuestos más altos que permiten financiar los sistemas de pensiones, la Seguridad Social y una semana laboral más corta para todos los trabajadores.
En otras palabras, el «secreto» del milagro económico estadounidense es el poder del capital para despedir a los trabajadores a su antojo, para obligar a los trabajadores estadounidenses a trabajar un 30% más que los europeos y para condenarlos a servicios sanitarios mínimos o inexistentes. Por tanto, las «nuevas tecnologías» no aumentan directamente la productividad. Bien al contrario, es el aumento de la explotación de los trabajadores estadounidenses el que permite la introducción de las nuevas tecnologías, para beneficio del capital. Mientras los trabajadores europeos disfrutan de más tiempo libre en la actualidad que hace 20 años, en EEUU sucede exactamente lo contrario: se trabaja un 20% más y se dispone de menos pensiones y servicios médicos. El milagro económico estadounidense sólo es un eufemismo para referirse a un aumento de la explotación.

Aunque los empresarios europeos sientan envidia de sus homólogos de EEUU, es comprensible que los trabajadores europeos observen con escepticismo las virtudes del «milagro estadounidense». Si la experiencia económica de EEUU resulta poco recomendable, cabría decir otro tanto del proceso de selección de presidentes. En las recientes convenciones de los partidos Demócrata y Republicano destinadas a presentar a sus respectivos candidatos a la presidencia, las grandes empresas financiaban impresionantes fiestas donde corría el champán y grupos de acompañantes altamente especializadas divertían a los influyentes delegados. Los periodistas que intentaron entrar y hacer fotografías de los festejos, fueron expulsados sin demasiados miramientos.

A fin de cuentas, los congresistas no querían que los fotografiaran divirtiéndose con ricos empresarios: podría empañar su imagen de representantes del pueblo. Diez de las multinacionales más importantes de EEUU donaron un millón de dólares a cada uno de los dos candidatos más importantes, a sabiendas de que Bush y Gore olvidarán las promesas que han hecho a los votantes al día siguiente de las elecciones. Las elecciones a la presidencia de Estados Unidos son las más hipócritas y burdamente mercantiles de todos los sistemas electorales en los países capitalistas avanzados. Tanto los Republicanos como los Demócratas proclaman su apoyo a la «reforma de la financiación de las campañas» y tanto los unos como los otros solicitan decenas de millones de dólares de las grandes empresas que los patrocinan.
Las campañas electorales incluyen fiestas a 100.000 dólares el cubierto para financiar campañas publicitarias en televisión donde políticos sonrientes repiten consignas vacías. Y los candidatos más importantes están profundamente comprometidos con intereses de grandes empresas: Bush, con Texas Oil; Gore, con Wall Street; Cheney, con un complejo militar industrial del que es presidente; y Lieberman, finalmente, con las grandes empresas de seguros. Las apelaciones a los votantes y la retórica pública de los candidatos están financiadas por grandes empresas, de intereses absolutamente contrarios a los de la ciudadanía.
Expresiones como «mercado libre» y «flexibilidad laboral» sólo significan más horas de trabajo y más inseguridad laboral, lo que implica una reducción del tiempo libre y el debilitamiento de los valores familiares. El hecho más evidente de las elecciones es el grado de control que tienen las grandes empresas sobre todo el proceso político, desde la selección de candidatos hasta la campaña electoral y los programas. En EEUU, la democracia se vende al mejor postor.

Pero el dominio que ostentan las grandes empresas sobre el mercado laboral y el proceso electoral en Estados Unidos tiene un propósito: la expansión por los países extranjeros y el control de los mercados y de las oportunidades de inversión. Por ejemplo, la expansión financiera de EEUU en América Latina causa graves conflictos porque las concesiones políticas que exigen las multinacionales estadounidenses sabotean con frecuencia el nivel de vida y provocan la resistencia popular. Colombia es un caso clásico de dominación económica de Estados Unidos y de resistencia popular. Durante más de 30 años, las empresas plataneras, los bancos y las petroleras estadounidenses han explotado los recursos nacionales de Colombia y su fuerza laboral con la protecciçón de los militares colombianos.
En la actualidad hay dos grandes grupos guerrilleros, con más de 20.000 combatientes y un creciente apoyo popular. Pues bien, en respuesta, Estados Unidos ha aumentado su ayuda militar desde los 60 millones de dólares de 1997 a los 300 del 2000, y el presupuesto crecerá a 1.500 millones en el 2001. Expertos de Washington en política internacional calculan que la estrategia contrainsurgente provocará 50.000 muertos (la mayoría, civiles) y más de un millón de campesinos desplazados cuando se encuentre en pleno funcionamiento. De hecho, la visita del presidente Clinton a Cartagena, prevista para finales de agosto, se preparó para apoyar al régimen del presidente Pastrana (cuya popularidad es inferior al 20%) y para decirle al mundo que Colombia sigue siendo una democracia que merece apoyo.
Pero dos semanas antes de la visita de Clinton, el Ejército colombiano ha asesinado a seis niños y ha complicado bastante el «trabajo» de Clinton, consistente en vender el supuesto avance de Colombia en materia de derechos humanos. En realidad, Colombia es una democracia de escuadrones de la muerte, y la ayuda militar de Estados Unidos no tiene más objetivo que destruir la resistencia popular para aumentar y extender los intereses de EEUU en Colombia, proyecto que cuenta con el apoyo de los dos candidatos. Tras el canto de los grandes medios de comunicación a las elecciones presidenciales de Estados Unidos, a su milagro económico y a la democracia en América Latina, se esconde otra realidad: el despotismo económico en el mercado laboral, la corrupción empresarial del proceso electoral y el apoyo a democracias de escuadrones de la muerte en todo el planeta. Ciertamente, no es un modelo a seguir muy atractivo para los europeos.